La venganza de la abundancia informativa La reinvención del periodismo en la red social Juan Varela. Periodista y consultor de medios The New York Times o The Guardian ya no son sólo diarios. Ni siquiera diarios digitales. Entre los grandes periódicos del mundo son los que más han avanzado en convertirse en medios plataforma. La audiencia llega a través de diferentes medios, soportes y con acceso distribuido a datos organizados por algoritmos y que pueden ejecutarse a través de programas alojados en la propia web o las que interactúan con ella. El periodismo ya no es sólo el relato de los hechos cotidianos, aquel todas las noticias que vale la pena publicar que Adolph S. Ochs adoptó por lema del Times. Puede cambiarse por un todos los contenidos que vale la pena enlazar para reunir gran parte de los principios del nuevo ciberperiodismo, resumidos en: el reporteo e investigación de la actualidad; para la obtención y edición de contenidos; organizados por principios lógicos, profesionales y de los usuarios: algoritmos periodísticos, informáticos y sociales; publicados en los medios propios y de forma distribuida en red a través de las herramientas digitales; para llegar al máximo de audiencia con diferentes alternativas de consumo (lectura, audiovisual, datos) de contenidos informativos con varios niveles de profundidad, varios interfaces y formatos; con objetivo de rentabilizar la inversión económicamente y en el mercado de la influencia y de la responsabilidad social, cívica y democrática. Nuevos criterios para un periodismo de fuente abierta –periodismo 3.0 o P2P, peer‐to‐peer, para seguir la nomenclatura digital‐ donde la información es un proceso continuo, participativo y abierto. La noticia o el artículo no son ya la unidad informativa. Cada información se transforma en cada paso, de la agenda a la redacción hasta la publicación y con la personalización y socialización. Las herramientas digitales permiten al periodista publicar y compartir cada uno de sus actos y sus datos para que las fuentes, el resto de la redacción o el propio público puedan interactuar con la información desde el inicio. La información se convierte en el tejido de una red social cuyos nudos son los propios contenidos. La ubicuidad de acceso y la capacidad de interactuar con los contenidos desestructuran la información tradicional para que su ámbito y funcionalidades puedan extenderse más allá de la publicación de noticias.
Del modelo industrial de la información con los diarios, la radio y la televisión como actores principales, se pasa a un modelo posmoderno y postindustrial cuya actividad se desenvuelve en un mercado de la abundancia, incluso de la saturación, donde el público necesita de herramientas tecnológicas como los buscadores, de filtros humanos y criterios de valor para orientarse en el gran magma de la sociedad de la información. Es el fin de la era de la prensa y su modelo informativo, social y de negocio. Algunos de sus valores continúan vigentes, como la información de calidad sobre hechos de actualidad, pero la forma de abordarlos, reportearlos, editarlos, distribuirlos y rentabilizarlos cambia radicalmente. Walter Lippmann, fundador de The New Republic y uno de los pensadores clave del periodismo moderno, decía que "la calidad de las noticias en la sociedad es un índice de su organización social". Esa calidad y organización ha estado definida durante más de dos siglos por los diarios. Ellos han sido quienes han dado forma (formato) al mundo a través de su relato de la actualidad. Pero Lippmann advertía la diferencia entre la función de la información y la de la verdad. Una responsable de señalar los eventos, la otra de traer a la luz los hechos. Pero el periodismo las hacía coincidir para “construir una imagen de la realidad donde los hombres puedan actuar”. Sería el filósofo John Dewey quien resaltaría la importancia de los condicionantes tecnológicos y de temporalidad de la información para su función democrática. Dewey defendía una democracia deliberativa en la que el conocimiento debía ser “contemporáneo y cotidiano” en el que su sentido dependiera “de lo que importa, de cuáles son sus consecuencias”. La concepción utilitaria dominante en la sociedad en red. Bajo esa influencia en la sociedad y en la formación del conocimiento se impuso el poder de la prensa hasta convertirse en el Cuarto Poder que tantos odian. Con la revolución digital llegó la revuelta democrática que ha derrumbado los principios de autoridad, mediación, credibilidad y objetividad defendidos por la prensa para ser dinamitados por internet, la gratuidad y el acceso de los ciudadanos a las mismas herramientas y fuentes que la mayoría de los periodistas. En el modelo industrial la información era escasa, cara, institucional y orientada al consumo. En la era de la información es abundante, barata, personal y diseñada para la participación. Factores que la prensa escrita no percibió con suficiente rotundidad cuando en 1997 comenzaron las primeras ediciones digitales. La respuesta fue volcar los contenidos tradicionales en internet, entonces con funcionalidades muy limitadas y dejarse llevar por lo que Roger Fidler llamó los principios de la mediamorfosis: coevolución y coexistencia de los viejos y nuevos medios, metamorfosis de viejos en nuevos medios, su propagación, la supervivencia de todos (hasta ahora realidad), la oportunidad y necesidad de las adopciones y el retraso en su utilización por un público amplio. Pero la aceleración de la migración digital ha comprimido los tres dominios señalados por Fidler (interpersonal, audiovisual y documental) bajo el empuje de la red social –la llamada web 2.0‐ y la web semántica, que permite interactuar a los programas en red para aprovechar
datos y contenido en los soportes de la realidad aumentada ‐la combinación de datos reales y generados informáticamente‐ con los que construir mapas semánticos, aplicaciones de geolocalización o las API (interfaz de programación de aplicaciones) que permiten a The New York Times o The Guardian convertirse en proveedores de datos organizados que hacen posible a otros medios y desarrolladores construir aplicaciones con los contenidos originales con diferentes interfaces para propósitos distintos a los originales. La información no es la verdad. Y el relato subjetivo de la posmodernidad (Baudrillard, Deleuze) queda superado por la intersección de lo real y lo virtual en un mundo que participa y emplea esas dos realidades, aunque sean el desierto de lo real denunciado por Slavoj Zizek porque oculta una gran parte de la realidad no digitalizada. Es la venganza de la abundancia. Y ha caído del ciberespacio sobre los diarios antes de que aprendiesen sus reglas en un mercado donde la atención es lo único escaso y donde el espacio público de comunicación se ha ensanchado enormemente tras liberarse del territorio acotado por los líderes de la opinión pública, guiados por la prensa y la televisión. La misión de Google, el ciberleviatán que habría asustado al propio Thomas Hobbes por mucho que diga respetar su lema de no ser malo, es digitalizar y organizar toda la información. Sus creadores lo repiten y se han empeñado en la tarea de digitalizar los contenidos de valor que no estaban en internet: de los archivos de los diarios a los libros pasando por los documentos académicos, las calles de las ciudades y el orbe. Google ha sumado adjetivos: News, Archive News, Books, Scholar, Street View o Earth. Y trabaja para organizar, categorizar y hacer accesible cada bit de información digitalizada. Es la gran revolución que los diarios han tardado en percibir. Y con ella ha caído el precio de la información y la percepción de su valor por los usuarios. Los dueños durante tanto tiempo del relato de la realidad y del diálogo democrático han visto cómo se ha escapado entre el hipertexto su poder, su criterio, su negocio e incluso su razón de ser. Buscadores, wikis, blogs, redes sociales, widgets o APIs han ido apareciendo y dotando de semántica y utilidad a la información. El periodismo no ha aprendido a incorporarlas hasta hace bien poco. Y todavía son muchos los despistados. 2008 ha sido el año del fin de la prensa. En todo el mundo desarrollado la difusión de la prensa ha caído en una relación directa a la extensión de la banda ancha, fija y móvil, que permite a los usuarios el acceso a todos los contenidos y servicios de la sociedad de la información. En países como Estados Unidos la erosión de la difusión arrastra desde 1993, cuando se vendían 62,5 millones de ejemplares diarios para caer a 50 millones en 2008. La audiencia ya descendía desde 1964, cuando el 80% de los adultos leían diarios. Hoy no llegan a la mitad, según la Newspaper Association of America. En España la situación es parecida, pero en mucho menos tiempo. 2008 fue el primer año de caída fuerte en la difusión de los diarios tras la crisis de 1995. En el año 2000 el índice de difusión de prensa era de 104 ejemplares por mil habitantes, escasamente por encima del índice 100 considerado de desarrollo. En 2007 descendió a 93 ejemplares pese a un récord en promociones: 2.085 lanzamientos, una media de 285 días de promoción por diario. Todos los
grandes diarios menos ABC, recuperado de una crisis anterior, perdieron difusión, igual que los medios locales y regionales. Y 2009 ha empezado peor. La situación económica es de hundimiento. Los ingresos publicitarios de la prensa cayeron el 20,4% el año pasado, el doble que la media del sector. La defenestración de los resultados ha sido peor, con un derrumbe de los resultados de explotación de más del 90%: de 364,6 millones en 2007 a 35,36. Sólo internet crece. Los lectores de diarios digitales aumentaron de 2,1 millones en 2001 a más de 6,4 millones en 2007 y representan una cuota mayor dentro de los 15,8 millones de lectores de prensa en sus distintas plataformas. Pero internet sólo atrae al 8,6% de la inversión publicitaria, y menos en los diarios. Mientras internet consigue un promedio de 31 euros por usuario único y año, los diarios digitales oscilan entre 0,3 y los 6 euros, en el mejor de los casos. Céntimos digitales muy por debajo de los 93,6 euros de publicidad por lector y año que logra la prensa. Es hora de una reinvención con un periodismo más participativo y de criterio social. Con medios abiertos que aprovechen la economía del enlace y el mercado distribuido. Donde redacciones más pequeñas y eficientes, órgánicas, flexibles, conectadas y multimedia sean capaz de organizarse también en red para convertir a los medios en plataformas que produzcan y rentabilicen información multimedia y multiproducto con estructuras escalables para un mercado de precios más bajos con nuevos modelos de rentabilización parcial (freemium, de gratis al pago) y donde la información vuelve a recuperar el valor para el público y los anunciantes. Un desafío para sobrevivir y recuperar su función democrática y cívica.