LA SEMILLA ESPARCIDA
(NUESTROS PRIMEROS HERMANOS MISIONEROS)
HNO. JOSE ANTONIO CAMPOSO DISTRITO MARISTA DE BOLIVIA
COCHABAMBA SEPTIEMBRE 1989
PROLOGO Adentrarse en el laberinto de la historia es siempre algo apasionante, pero si se trata de descubrir una parte de las raíces ocultas de la propia historia familiar, olvidada o ignorada, la emoción crece. Este año, celebramos el BICENTENARIO del nacimiento de nuestro querido Fundador. Creo que la vida de los padres, se continúa en los hijos. Al conocer la vida de los hermanos que fueron a Oceanía, también podemos descubrir en cierto modo las huellas frescas que en ellos dejó impresas Marcelino. El trabajo que presento, no es científico, lo cual no quiere decir que no me haya documentado convenientemente, pero he intentado hacerlo lo más simple posible, para que pueda servir al mayor número de personas para conocer a nuestros primeros hermanos misioneros. Alguien se preguntará cómo se me ocurrió hacer este trabajo. Lo voy a explicar en breves palabras. Hace algo más de un año estaba leyendo una historia del Instituto y hubo algo que me llamó mucho la atención: En 1893, El hermano Teófano, cuarto sucesor de Champagnat, llegó a Oceanía para hacer una visita a los hermanos. Al llegar a Sidney se encontró con el hermano Florentino, que había llegado a Oceanía en 1939. Para este hermano, fue una gran alegría encontrarse con un sucesor de Marcelino Champagnat. Como gesto de cariño y afecto por esta visita, se vistió para saludarle con el mismo hábito que había llevado durante su juventud en el Hermitage, cincuenta años antes. Es conveniente aclarar que el H. Florentino, estaba al servicio de los Padres Maristas y para esa época lo podríamos considerar hermano Coadjutor, lo que engrandece aún más el gesto que realizó. Murió en Villa María, Sidney, el 23 de septiembre de 1903. Cuando leí esto surgieron en mí un sin fin de dudas, que he tratado de responder mediante este humilde trabajo. Sólo me he centrado en los hermanos que partieron en el primer viaje, el 24 de diciembre de 1836. El tema es lo suficientemente amplio como para poder continuar más tarde investigando otros hermanos. También me animó el hecho de que en ésta época todavía vivía Marcelino. A medida que me adentraba en este trabajo “arqueológico”, nacían nuevas pistas e interrogantes: •
¿Qué criterio de selección tuvo Champagnat para elegir a los hermanos Michel, José Javier y Marie Nizier? • ¿Qué trato recibieron los hermanos de parte de los padres Maristas una vez que estuvieron en las misiones? • ¿Se les consideró hermanos Maristas o hermanos Coadjutores? • ¿Qué relaciones tuvieron los Hermanitos de María que había en Oceanía con los de Francia después que en 1852, cuando se produjo la separación definitiva entre las dos ramas? • ¿A qué se dedicaron los hermanos una vez que estuvieron en las misiones? Cada nueva pregunta que surgía habría nuevos caminos de investigación. Algunas de estas preguntas eran fáciles de contestar, otras quedaban un poco confusas.
Los hermanos, desde el primer grupo que salió para Oceanía en 1836, se dedicaron a labores domésticas. Sobre todo servían a los Padres Maristas en las cuestiones temporales. Serán albañiles, zapateros, labradores, sirvientes, e incluso constructores de barcos como es el caso del hermano Sorlin. Sólo en contadas ocasiones se dedicarán a la evangelización directa y a la catequesis. Se debe que en un principio los padres y los hermanos de la Sociedad de María eran considerados como pertenecientes a la misma Institución. El P. Colib a veces quiso emplear a los Hermanitos de María para las labores de servicio a los padres, pero Marcelino no estaba muy de acuerdo en ello. En 1833, había sido fundada en Belley otra nueva rama de hermanos, eran los Hermanos de San José o Hermanos Coadjutores, dedicados exclusivamente al servicio temporal de los Padres Maristas. En 1834, Colin le escribe a Champagnat en estos términos: “Belley 4 de septiembre de 1834 ... Mi intención es siempre la de enviaros dos de nuestros hermanos para que hagan su noviciado con nosotros, y que reciban en vuestra casa el santo hábito. Es tiempo que estos hermanos distintos se centralicen y se unan en la casa – madre de los hermanos. Sabéis que mis intenciones son que los hermanos Maristas y los de San José no formen más que un solo cuerpo...” COLIN • En otra carta que escribe al hermano María, hermano de San José, que se estaba formando en el Hermitage, le dice: “Belley 3 de octubre de 1835 ... Por lo que se refiere a los Hermanos Maristas o a los Hermanos de San José es suficiente que sepa que el mismo hermano puede, en el mismo día, ser Hermano Marista o Hermano de San José; es Hermano Marista en el momento que se ocupa de la instrucción de los niños, y Hermano de San José en el momento en que ocupa la forja o la cocina, y esto también en el Hermitage. Sabed por lo tanto que el empleo es la única distinción...” COLIN Al leer estas dos cartas se puede sacar como conclusión que la distinción entre las dos ramas de hermanos no era ni ideológica ni mucho menos carismática. El mismo Marcelino no veía tampoco gran diferencia entre una y otra. Sin embargo en el retiro general de 1839, estando reunidos todos los padres profesores de la Sociedad de María, el P. Colin les lanza este interrogante: “¿Es necesario para los padres, tener hermanos Coadjutores distintos de los Pequeños Hermanos de María?” Todos rindieron homenaje a nuestros hermanos por los servicios que habían prestado hasta el momento y por haber ayudado a los padres en las circunstancias que se habían presentado, pero consideraban que el fin propio del Instituto era la educación cristiana de los niños del campo, no el servicio temporal de los Padres. Vieron que una sociedad de padres no está completa, sin miembros unidos a estos para servirles en las cuestiones temporales. Se resolvió darle un empuje a esta idea y crear definitivamente una rama de hermanos Coadjutores. Ya existían algunos jóvenes que ayudaban a los padres e incluso algunos Hermanos de María estaban en sus residencias, pero se decidió al fin comenzar la separación.
La ejecución de esta medida, no se pudo hacer hasta 1844, cuando el P. Colin, declaró establecida la distinción entre las dos ramas. Costó mucho a los que venían del Hermitage, que vivían con los Padres separarse de los Hermanos de María, pero se dejó libertad a todos para elegir. Después de esto la rama de los Hermanos Coadjutores se consideró constituida. Un testimonio más del P. Colin, nos puede ayudar a comprender la labor de nuestros primeros hermanos misioneros en Oceanía. El Superior General de los Padres consideraba mucho más meritorio y más santo el servicio a los padres que la educación cristiana de los niños. Le decía en cierta ocasión al P. Champagnat: “Fijaos en María nuestra Madre y vuestro modelo, ¿no la vemos en la apacible casa de Nazaret unir a los actos de vida interior, las funciones de la vida activa? ¡Cómo ha llegado con su santo esposo, al servicio de su divino Hijo, como podían el uno y el otro, con una caridad atenta, a responder con una caridad atenta, a todos los deseos de su vida mortal! Y los ángeles en el desierto, cuando le sirvieron el alimento que necesitaba, después de una ayuno de 40 días; y las santas mujeres, durante sus correrías apostólicas, cuando se mantenían a su servicio y respondían generosamente a todas sus necesidades; y Lázaro, Marta y María, cuando le dieron en Betania su hospitalidad y se mostraron dispuestos a servir. ¿Qué hicieron ellos sino lo mismo que María y José en Nazaret? Por lo tanto el sacerdote es otro Jesucristo. Es por lo tanto cierto que servir a los sacerdotes, es servir a Jesucristo mismo; es cumplir el empleo de María y José, y de todos aquellos que le han provisto en sus necesidades temporales. Por una parte el carácter sacerdotal eleva al sacerdote por encima de los simples fieles, por otra los servicios que se le rinden superan y rebasan los servicios que se le rinden a otras criaturas.” No tenemos por qué escandalizarnos al leer estas líneas. Era la mentalidad de la época. Hoy día, serían puntos muy discutibles. Parece que el P. Champagnat antes de mandarlos les dio a entender que eran enviados para evangelizar y dar catequesis, lo que provocó más tarde en alguno decepción al ver que la realidad era otra. Incluso parece que el H. Michel uno de los integrantes del primer grupo abandonó el Instituto al ver que las labores que realizaba no tenían mucho que ver con la enseñanza y la catequesis. Más tarde, se mezclaron en Oceanía los hermanos Coadjutores y los hermanos Maristas, lo que contribuyó, a que se diluyera aún más la diferencia entre ambas ramas en aquellas latitudes. El último envío de Hermanitos de María para ayudar a los Padres se produjo en 1859. Fueron los hermanos Jacques y Michel. Estos dos formaron parte del decimotercer envío. La ayuda de los Hermanitos de María a los Padres Maristas había durado 23 años. Otro de los interrogantes era si hubo o no abandono por parte de los Hermanos Luis María nos lo va a aclarar. La transcribo íntegra pues creo que es de gran valor: “Saint – Genis – Laval (Rhone) 15 de noviembre de 1862
Carta circular dirigida a los Hermanos de Oceanía Mis muy queridos hermanos: Dos viajes casi sucesivos que he hecho a Roma con motivo de la aprobación del Instituto por la Santa Sede no me han permitido responder con prontitud a la diferentes cartas que he recibido de vosotros durante este año. Lo hago colectivamente hoy con motivo de la salida de los Reverendos Padres. No puedo menos que regocijarme y bendecir a Dios con vosotros mis muy queridos hermanos, de las buenas noticias que el Reverendo P. Poupinel nos ha traído. Lo hemos tenido en los dos retiros de Sain – Genis – Laval y ha encantado a todos los hermanos por los piadosos relatos que nos ha hecho. Pero lo que nos ha consolado sobre todo ha sido las palabras que ha dicho sobre cada uno de vosotros. ¡Qué contentos estaban los viejos de volver a oir vuestros nombres queridos! ¡Cómo nos hemos enterado de Oceanía están bien, que están contentos, y que ayudan con todas sus ganas a los misioneros en la obra de la conversión de esos pobres pueblos. Yo mismo me he colmado de consuelo, al poder apretar los lazos de caridad y fe que nos unen a todos bajo la protección de María y en su pequeña Sociedad, oyendo al Reverendo Padre decir que conserváis todo el apego por el Instituto, toda la felicidad que experimentáis al recibir nuestras noticias, al saber que el buen Dios continúa bendiciendo nuestra obra y haciéndola prosperar. Estos sentimientos y estas disposiciones, las encuentro con frecuencia en vuestras cartas y son expresadas con tanto ardor y vivacidad que experimento una verdadera pena pensar que con mucha frecuencia debéis esperar largo tiempo nuestras respuestas. Así que he decidido, para animar y facilitar esta correspondencia mutua que es vuestra consolación y la nuestra, confiarla a un hermano asistente como la correspondencia ordinaria de otras provincias del Instituto. Casi todos habéis salido de la casa del Hermitage donde tenemos los restos preciosos del Fundador. Por lo tanto es a la provincia del Hermitage a la que vuestros distintos establecimientos serán unidos y el querido hermano Pascal será vuestro Asistente. Este hermano es excelente, lleno de celo y afecto, estoy seguro de que pondrá toda la puntualidad en responderos y que encontraréis bien todas las relaciones que tengáis con él. Para él será un honor satisfacer a todas vuestras peticiones, ayudaros con sus consejos y entenderse con el R. Padre encargado de las misiones para todas las pequeñas comisiones que les podáis confiar. Continuaría con vuestra correspondencia de una manera particular porque me sois particularmente conocidos y particularmente queridos. Si me descargo ordinariamente en un hermano Asistente, es para prevenir las lentitudes y los olvidos que pudieran traer las ausencias prolongadas o la administración de los asuntos del Instituto. Os renuevo por tanto hoy a todos mis muy queridos hermanos, la seguridad de todo nuestro afecto y de todos nuestros piadosos recuerdos. Os consideramos siempre como nuestros, aunque habéis sido dados a una de las misiones lejanas a las que os debéis ofrecer y consagrar por entero. Por lo tanto por este afecto y estos sacrificios, contribuís más que todos los demás al bien de nuestra obra común. ¡Oh! Cuantas gracias y bendiciones traerán sobre todo el Instituto de los Pequeños Hermanos de María, aquellos que Dios asociara a la vida de los Apóstoles y que tengan bastante constancia y generosidad para usar sus fuerzas y su salud para ofrecerse hasta la muerte.
Fue, va a hacer pronto 27 años, una gran alegría y una gran esperanza para nuestro venerado Padre y Fundador, cuando vio salir sus primeros hermanos para esta bella misión, y nadie de nosotros duda que el bien que se ha hecho después y el que vosotros continuáis haciendo, no sea una de las causas principales de la prosperidad y el desarrollo de nuestra obre en toda Francia, y después en las Islas Británicas y Bélgica. Continuaremos por tanto, mis muy queridos hermanos, con confianza y coraje, tanto en Oceanía como en Europa respondiendo a los designios de Dios sobre nosotros. Que haya una santa emulación entre nosotros para buscar más la gloria de Dios, más el bien de las almas, y quienes serán los más humildes, los más mortificados, los más piadosos, los más celosos. Esto es lo que pido con todo el ardor de mi alma, tanto para todos vosotros como para nuestros hermanos de Europa. Me veo forzado a abreviar pues no tengo nada más que medio día para cada uno de estos pensamientos. Trataré en la primera ocasión de daros un estado detallando de todo el Instituto y dirigir a cada uno la respuesta que él desee. En espera, quedamos más unidos que nunca de espíritu y de corazón, de oraciones y de trabajos, y, recibid la seguridad de estar unidos con aquel que soy etc. Os pido hacer llegar mis muy humildes respetos a los que estan con vosotros y recomendarme a sus buenas oraciones y a sus santos sacrificios.” Hermano Luis María Creo que es una circular que no necesita ningún comentario. Los sentimientos que se expresan en ella no dejan lugar a dudas sobre las relaciones que existían entre los hermanos de una y de otra parte. Unos diez años después de escribirse esta circular, los Hermanos volvieron a Oceanía, pero no ya para servir a los Padres, sino para dedicarse a la educación cristiana de los niños de estas islas dispersas. El 7 de mayo de 1871 llegaban los hermanos a Samoa para ocuparse de un internado. Tuvieron 12 alumnos en un principio. La historia de nuestros primeros hermanos misioneros esta escrita con sufrimientos, privaciones, luchas, servicio, valor e incluso con sangre. Dos de nuestros hermanos murieron asesinados por los nativos. El hermano Jacinto fue masacrado por los insulares de la isla de San Cristóbal, en el archipiélago de las Salomón, llegando incluso a ser comido. Este hecho ocurrió el 20 de abril de 1847, sólo dos años después de su llegada a Oceanía. Tenía 30 años. Algunos años más tarde le tocó el turno al hermano Eulogio. El 14 de mayo de 1864, cuando atendía a los heridos durante una batalla recibió varios golpes de hacha que le provocaron la muerte. Tenía 52 años y llevaba 24 en Oceanía. El hermano Deodat murió durante en naufragio frente a las costas de Nueva Zelanda en 1842. Ni siquiera llegó a su destino. Había salido de Francia el 16 de noviembre de 1841 junto con el hermano Luc. En el momento de su muerte tenía 36 años. Algunos por una u otra causa volvieron a Francia. Fueron los hermanos Charise que volvió en el 1865. Trabajó en el taller de Saint – Paul – Trois – Chateau hasta su muerte que se produjo el 2 de octubre de 1884. Estuvo en Oceanía de 1849 a 1865, por lo tanto 16 años. El hermano Pierre Marie también volvió a Francia. Salió para Polinesia en 1840 y volvió en 1846. Estuvo allí tan solo 6 años. Murió en el Hermitage el 25 de
agosto de 1873. El último hermano que volvió fue el hermano Michel o Térésis. Salió para Oceanía en 1859 y volvió a Francia entre el 77 y 78. También hubo salidas y deserciones. De los 33 hermanos que fueron a los largo de 23 años, 6 abandonaron el Instituto. Entre ellos está el hermano Michel uno de los del primer grupo. En el apartado de las salidas hay un caso curioso que es el del hermano Amon. Había entrado en el noviciado el 22 de noviembre de 1837, a los 26 años. Parece que tuvo una preparación especial antes de ser mandado a Oceanía. Marcelino lo eligió para formar parte del cuarto grupo que salió en febrero de 1840. El hermano Amon nunca llegó a su destino, pues dejó el Instituto durante el viaje aprovechando alguna escala. Además de los hermanos Michel y Amón, también dejaron la Congregación los hermanos Marie Agustín en el 67, Colomb en abril del 45, Optat hacia el 48, en el mismo año también salió el hermano Luc, la fecha de salida del hermano Germanique no se conoce. En total seis. Casi un veinte por ciento. Podíamos concluir este apartado rindiendo un homenaje a estos hermanos valientes, que fueron capaces de dar su vida y todas sus fuerzas para la salvación de los “buenos salvajes”, como a alguno le gustaba llamarlos. No cabe duda que fue una buena semilla que fructificó dando el ciento por uno. Cientos de hijos de Champagnat han seguido después sus pasos escribiendo páginas anónimas de entrega y servicio.
Hacia 1836, la Congregación de los Pequeños Hermanos de María ya había alcanzado la mayoría de edad. Atrás quedaba aquel 2 de enero de 1871 cuando Marcelino Champagnat, joven sacerdote, reunió a los dos primeros discípulos. Eran Juan María de veinticuatro años y Juan Bautista de quince. Esta semilla humilde y pobre, en pocos meses, será esparcida por primera vez lejos de Francia. El viento y el mar la llevarán a miles de leguas. Los mares cálidos al sur del Pacífico se encargarán de acogerla. En los 19 años de existencia hasta ese momento de la Congregación no han estado privados de dificultades de toda índole. Sabemos que los comienzos fueron muy humildes. Apenas tenían qué comer. Pasaban el día entre la oración, el estudio y la fabricación de clavos. En los años siguientes como lluvia fina pero constante fueron llegando otros, aunque tampoco faltaron momentos de crisis. La mirada solícita de María veló para que no se apagara “la lámpara”. Se hizo necesaria una ampliación de la casa en la que vivían. Pero, ¿cómo hacerla? La oración y la confianza en Dios y en María eran los únicos tesoros de Marcelino. Dejó el asunto en las manos de la Providencia y confiando en ella se lanzó a un nuevo reto: construir una casa que acogiera a los ya existentes y a los que vinieran más adelante. Las deudas, la incomprensión del clero, las acusaciones de locura, como hombre que era le hicieron sufrir, pero enjugaba sus lágrimas a los pies de Jesús y de María mediante largos ratos de oración. En 1824, una vasta construcción se levantó con tenacidad, robándole espacio a una gran roca al borde del río Gier. La reciedumbre de la roca que les acoge, la frescura del agua que les circunda y el silencio de los bosques del Hermitage forjarán las almas de los futuros hermanos a partir de ese momento. Unas nubes negras y borrascosas aparecen en el horizonte de la congregación en 1825. Marcelino cae enfermo y en pocos días está al borde de la muerte. El esfuerzo de años se tambalea y las “aves de mal agüero” se acercan al Hermitage para disputarse los despojos como buitres. Incluso se complica la situación debido a la actitud intransigente de M. Couveille, antiguo compañero del seminario y cofundador de la Sociedad de María, que ha quedado al mando de los hermanos. Su manera de actuar hace que muchos se desanimen. Incluso algunos hablan de abandonar pero la esperanza aún les retiene. Una mano providente, la del hermano Estanislao, guiada sin duda por la de María, salva la situación. Con una solicitud solo comparable a la de una madre, cuida y vela por el fundador día y noche. También encara con gran valentía las deudas, buscando por aquí y por allá bienhechores que las avalen. Es esta situación Courveille intenta hacerse con la dirección de los hermanos. Para ello hace una votación. Por dos veces consecutivas sale elegido Marcelino, el “tierno padre”. Las dificultades no cesaron en los años siguientes. La revolución del 30, los pequeños problemas internos como el asunto de las medias y del método de lectura, servirán para
ir madurando la pequeña semilla plantada en La Valla. A partir de ese momento ya nada ni nadie frenarán el desarrollo de la Congregación. El 11 de abril de 1836, el P. Colin escribe a nuestro fundador en estos términos: “Mi muy querido cohermano: Estoy avergonzado de no haberos dado antes las felices noticias que hemos recibido de Roma, el 11 de marzo pasado. El asunto de la Sociedad de los Padres ha sido aprobado por la Congregación de Obispos y Regulares... Tened cuidado de prever los hermanos que podréis mandar para Polinesia: que sean buenas personas, de virtud sólida, suficientemente instruidos sobre la religión y en toda clase de pequeños trabajos. Creo que la salida tendrá lugar más pronto de lo que pensamos. Así que tenedlos preparados.” COLIN Champagnat experimentaría una doble alegría al recibir esta carta. Por fin había sido aprobada la congregación de los Padres a la que pertenecía. Por otra parte un nuevo mundo se abría a su humilde congregación: Polinesia. Sabemos que Marcelino se ofreció para ir a esta peligrosa misión, pero Colin ke aconsejó que se quedara en Francia pues era más útil allí. Una vez recibida la carta no cabe duda que Champagnat comenzó a pensar en los hermanos que mandaría. No era mucho su número en aquellos momentos, pero la posibilidad de ir a catequizar a los “infieles” que no conocían a Dios le animó a hacer el esfuerzo. Años atrás, en cierta ocasión, durante las vacaciones en Rosey, explicaba a los niños el catecismo. Mostrándoles una manzana les decía: la tierra es redonda como esta manzana. Si se pudiese atravesar por el centro, en el punto opuesto al que estamos, encontraríamos muchos hombres que son desgraciados, pues no conocen al verdadero Dios. Y añadía: “Hay sacerdotes y religiosos, a quienes llaman misioneros, que abandonan familia y patria y se van a aquellas tierras para enseñar la doctrina cristiana a los pobres infieles, a fin de que conozcan al verdadero Dios y se salven.” Seguramente después de largas horas de consultas y oraciones, tres hermanos fueron elegidos: El hermano Marie – Nizier, el hermano Michel y el hermano José Javier. Nacido en Saint – Laurent – d’Agny el 19 de julio de 1817, el hermano Marie – Nizier era el más joven del grupo, apenas tenía 19 años cuando salió para Oceanía. Fue recibido en el Hermitage el 26 de agosto de 1833 con 16 años. Sus cartas denotan gran inocencia y candor. Tomó el hábito el 8 de diciembre de 1833. Al año siguiente, el 12 de octubre hizo los votos por tres años. Gracias a una carta del P. Champagnat al hermano
Dominique del 6 de marzo de e1834 se sabe que estaba en esta fecha en la escuelita de Charlieu, formando comunidad también con el nuestro Fundador eligió al hermano Marie – Nizier pero seguramente reunirá todas las condiciones necesarias que el P. Colin había requerido, a pesar de su corta edad. El hermano Michel fue otro de los elegidos. Había nacido el 31 de enero de 1812 en Mottier, Isere; por lo tanto tenía 24 años cuando fue enviado. Fue admitido el 30 de agosto de 1831 en la casa del Hermitage. El 2 de octubre del mismo año tomó el hábito religioso. Tuvo un hermano mayor que también fue hermano, se llamaba Pedro. El 7 de abril de 1834 hizo los votos perpetuos secretos que renovó publicamente el 10 de octubre de 1836 un par de meses antes de embarcarse en el Haure. Un tercer hermano acompañó a los Padres de la Sociedad de María, pero hay algunos indicios que hacen pensar que no era Hermanito de María. Era el hermano José Javier. Nació en Marboz el 2 de marzo de 1807. Comenzó los estudios para llegar a ser sacerdote. En su pueblo estaban los Padres Convers y Maitrepierre que conocía desde el pequeño seminario de Belley. Con el tiempo comprende que Dios no lo llama a este ministerio, pero esto no le desanima y decide emplear su vida de otra manera al servicio y a la salvación de las almas. Fue recibido como hermano en la Sociedad de María. Tomó el hábito en 1836. No parece en la lista de los hermanos que hicieron la profesión perpetua publica el 10 de octubre de 1836, aunque en los archivos consta la misma fecha de la toma de hábito como la de la profesión perpetua. La única carta que se conserva escrita por él en los archivos de Roma va dirigida al P. Colin. La reproduzco pues en ella hay algunos datos curiosos. Hela aquí: “Futuna 20 de mayo de 1848 Muy Reverendo Superior General: Estoy aquí después del mes de octubre último con Monseñor Bataillon. Ha venido a fundar un establecimiento que os dará agrado, se llama Ntra. Sra. del Hermitage y es para formar hermanos como usted deseaba. El establecimiento es un bello, vasto y rico terreno; estoy allí con el padre Grezat y una docena de jóvenes que Monseñor nos ha dado para comenzar. Esta casa estará a cargo de la misión. Vivimos ya de gran ayuda, se las cosas suceden como lo esperamos...” Hermano José Javier La carta va dirigida como hemos dicho más arriba al P. Colin. En esa época ya estaban separadas las dos ramas. La idea de fundar ese establecimiento parece que parte del Superior General de los Padres a juzgar por la carta. Estaría destinado a formar hermanos Coadjutores, pero en ese caso lo que llama la atención es el hombre que se le ha puesto: Ntra. Sra. del Hermitage. Probablemente un día de octubre abandonaron el Hermitage camino de Lyon. Imaginemos por unos momentos la despedida de estos hermanos en la Casa Madre. Muchos sentirían hacia ellos una santa envidia por haber sido elegidos. El corazón de Marcelino estaría lleno de alegría y de orgullo. Sus hermanitos iban a contribuir a la salvación de los pueblos infieles de la otra parte del planeta.
Abrazos, emociones, despedidas. No faltaría una Eucaristía final con aquellos hermanos del alma que marchaban tan lejos. Dejaron los bosques sombríos y húmedos del Hermitage, para ser recibidos en los cálidos mares del Sur. Llevaban la bendición de su “tierno Padre”; ¡Que mayor consuelo! En los primeros días del mes de octubre de 1836, se encuentran en Lyon haciendo preparativos. Allí se reúnen con los Padres Maristas que van a ser sus compañeros de viaje. Eran los padres Bret, Chanel, Bataillón y Servant. En total con monseñor Pompallier ocho eran los que formaban el grupo. Convendría hacer una pequeña reseña bibliográfica sobre cada una de ellos para ilustrar con más claridad las páginas siguientes. El P. Chanel, sea quizá el más conocido pues es el único santo de la Sociedad de María y el primer mártir de Oceanía. Nació el 14 de julio de 1802 en la aldea de Potiere en Montravel. En 1823 entró en el Seminario Menor de Belley. Cinco años más tarde el 15 de julio, fue ordenado sacerdote. Era un poco enfermizo y de modales delicados. Desde 1832 estuvo en Belley como profesor. Durante el viaje le escribe a los alumnos, teniendo de ellos un grato recuerdo. Llegó a Lyón el 5 de octubre después de estar algún tiempo despidiéndose de su familia. El P. Brest había nacido el 29 de julio de 1808 en Lyón de una familia humilde. Entre 1829 y 1830 fue profesor en la escuela clarical de Marboz. Podemos darnos cuenta que ese era el pueblo natal del hermano José Javier. Era pequeño de talla. Estuvo muy unido al P. Chanel en los años anteriores a la partida. Fue el encargado de hacer el diario del viaje, que como sabemos tuvo que interrumpir por su muerte. No sabía cómo anunciar a su familia la noticia de su salida para Oceanía. Meditó y oró mucho antes de dar el paso. Por fin un día fue a visitar a sus padres y dijo: “Padre, Dios me llama a las misiones de Oceanía. Vengo a pedirle permiso para marchar.” Como es de suponer el golpe fue fuerte, pues era hijo único, pero el padre que era un hombre de fe recia le respondió: “¿Dios te llama hijo mío? Id por tanto a dónde Dios quiere que vayáis, no tienes necesidad del permiso de tu padre, que no tiene derecho a oponerse a la Voluntad de Dios.” El P. Bataillon había nacido el 6 de febrero de 1810 en Saint – Cur – les Vignes (Loira) Estudió en el Seminario Menor de Argentiere. Fue vicario en Saint – Laurent - de – Camousset. Era muy duro consigo mismo y se imponía muy duras penitencias. Tenía un temperamento muy duro que le ayudó más tarde para llevar adelante su apostolado en la isla Wallis. El P. Servant, es el que había estado más unido a los Hermanitos de María. Había nacido el 25 de octubre de 1808 en Grazieu le Marché (Rhone). Entró en el Seminario de San Irineo en 1829. Fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1832. Desde noviembre de 1833 a agosto de 1836 estuvo en el Hermitage.
Tuvo gran relación con el P. Champagnat, a quien consideraba su guía y superior. Una vez en las misiones de Polinesia le escribió varias cartas. El hermano Marie Nizier se ocupa en hacer algunos trámites que cuenta en una carta el P. Champagnat: “Después de haber salido del Hermitage, nos quedamos en Lyon hasta el domingo siguiente. Aproveché para ir a Saint – Laurent – d’Agny, para que el señor alcalde me certifica el consentimiento que me dio mi padre y me hiciera a la vez una solicitud, para que el señor Prefecto me concedira pasaporte para Oceanía.” Sabemos que desde los principios de la Sociedad de María, nuestra Buena Madre ha ocupado un sitio privilegiado. Hay un lugar situado en una montaña al lado de Lyon al que han acudido frecuentemente: el santuario de Fourviere. Como buenos hijos allí acuden a despedirse y a encomendarse a aquella de la que todo lo esperan. De nuevo es la pluma del hermano Marie Nizier la que cuenta este hecho: “El sábado asistí a la ceremonia que tuvo lugar en Ntra. Sra. de Fourviere; colgaron un hermoso corazón bermejo a la estatua de la Sma. Virgen; el más bello de los que han sido ofrendados. Sobre él se podía leer: Misioneros de la Polinesia”. Esto mismo se repetirá con los que posteriormente sean enviados allá. Seguramente la Sma. Virgen deseará que su corazón se vaya llenando con el nombre de sus hijos, son cientos de ellos los que cabrían en dicho corazón.” El día 7 de octubre salen para París. Allí se alojarán en el Seminario de Misiones Extranjeras. En este mismo lugar se alojó nuestro querido Fundador cuando fue a la capital a tramitar la aprobación del Instituto tan sólo unos meses antes. Más tarde el grupo se dividió. El 25 de octubre salieron para el Haure los padres Chanel y Bataillon y el hermano Marie Nizier. Probablemente seguirían la siguiente ruta: Parada en Reun, “Donde hemos sido recibidos con los brazos abiertos en el gran seminario”, regentado en esta época por los Padres de Picpus. Después, siempre por diligencia, - los ferrocarriles no fueron inaugurados entre París y el Haure hasta 1843, - y probablemente por la ruta de arriba, pasaron por Yvetot, donde los Padres de Picpus tenían una pequeña residencia, llegaron al Haure. Usaron los servicios de los Mensajeros Reales, de las Diligencias Lafitte y Caillard o la compañía que llevaba el estimulante nombre de Velocifere. Tardaba 24 horas en hacer 45 leguas, unos 250 kilómetros. Sería interesante la estampa que la pequeña compañía presentaba, llena de maletas, nerviosa por el viaje. Para la mayoría era el primer viaje largo que hacían. Trotar por los caminos impracticables de aquellos tiempos, llenos de polvo y con la ilusión que les inundaba el corazón. Poder haber visto a nuestros queridos hermanos Michel, José Javier y María Nizier con los bien abiertos, admirados ante un mundo nuevo que se presentaba a su vista, hubiera sido interesante.
Soñando con unas tierras que ni siquiera se imaginaban como eran. Después del largo viaje, llegaron al Haure una tarde de octubre de 1836. El Haure era una ciudad moderna. Curiosamente, no poseía en sus muros ningún convento, ni siquiera un seminario que los pudiese recibir como en la s distintas etapas de su viaje. Estos dos meses de espera imprevista, no estuvieron sin compensación. Uno de los misioneros cuenta: “Estamos alojados aquí, en casa de una viuda, dama muy rica y muy cristiana, y, allí, nos ha prodigado toda suerte de cuidados.” Rosa – Victoria – Elisabet de Barois, de una antigua familia de Normandía, había nacido en Bolbec (Siena Inferior) en 1757. Se casó con M. Dodart, rico negóciente del Haure, pero los dos hijos nacidos de este matrimonio no vivieron lo suficiente para prolongar su felicidad y tuvo el dolor de perderlos cuando estaban en la flor de la vida. Cristiana a toda prueba, no se dejó abatir por este golpe que enturbió todas sus esperanzas de la tierra: consuela sus penas con los pobres y con los desgraciados, les quiere hasta el punto, de tener en su corazón el puesto de sus hijos muertos. Durante la Revolución, hizo el bien sin mirar el peligro. Un sacerdote se había fracturado la pierna al subir al navío que debía conducirlo al exilio: dejado en la orilla y privado de ayuda, fue recogido por esta valiente cristiana, que se atrevió a abrir las puertas de su casa. M. Dodard, pensando en el gran riesgo que corrían, le pidió a su mujer que buscase otro refugio para este sacerdote amenazado, pero ésta no estuvo tranquila hasta que este sacerdote estuvo seguro. En 1820, la muerte de su marido la hizo heredera de una fortuna bastante considerable. Todos sus recursos fueron empleados en buenas obras, y, como vivía en una villa marítima, tuvo la idea de ofrecer hospitalidad a todos los misioneros que tuvieran que esperar la salida de sus barcos. Así que, hacia final de 1836, alojaba y daba de comer a treinta y cuatro padres o religiosos. Madame Dodard, vivía en Ingouville, entonces pequeña comuna de 3.000 habitantes, fuera de los muros, en el 27 de la calle de Montivilliers, en un vasto pabellón rodeado por un jardín. La villa había pertenecido al marqués de Graville, antes de ir a morir a España, desposeído de sus propiedades. Los santos y monjes sustituyeron entonces en los jardines a las estatuas de ninfas y seres mitológicos. Ingiuville era entonces el barrio residencial de los comerciantes del Haure, que abandonaban el ruido de la ciudad buscando la tranquilidad de un ambiente más campestre. Alrededor de la villa donde se instalaron nuestros misioneros, había grandes residencias, embellecidas por parques, avenidas, jardines de lujo, huertos, que causaban un efecto impresionante. Qué pensarían nuestros Hermanitos de María, acostumbrados a la sobriedad y a la pobreza del Hermitage al ver tanta riqueza. El Haure era una ciudad con gran importancia marítima. Esto hacía que existiera una estructura portuaria considerable. El P. Bataillon, cuando cuenta más adelante la
tormenta que tuvieron poco después de salir del puerto, nos dice que ese mismo día que ellos zarparon, también lo hicieron 32 barcos más. Otro hecho que merece destacar, es que nuestros amigos veían el mar por primera vez. Gente del interior como eran, les debió de impresionar mucho la inmensidad de éste. Uno de ellos escribe al respecto: “De tiempo en tiempo, me agrada observar el mar que iremos muy pronto a recorrer. Considero el viaje con la idea de una larga vida. Me resulta bonito ver llegar de todas partes navíos a plena vela. Este espectáculo me llena de admiración.” El Delphine a bordo del cual debían embarcarse, era con frecuencia motivo de sus paseos. Tenía tres mástiles y 329 toneladas. Su propietaria, una hauresa, Mme. Viuda de Michel, le había confiado el mando a un cierto capitán Rouget. Por otra parte también tenemos el testimonio del hermano María Nizier, en una carta le escribe al P. Champagnat, en la que le cuenta sus impresiones ante un mundo marítimo que desconocía hasta entonces. Estas líneas que vienen a continuación son un claro signo de su ingenuidad y de su juventud: “Hemos visitado los diversos muelles de la villa del Haure. Los buques más hermosos son los americanos. Estuve particularmente estudiando la estructura del barco que nos llevará hasta Valparaíso. Ciertamente no es de lo más grandes, pero es limpio y bonito; le llaman “Buena voluntad”. Todo es nuevo para mí: los tres mástiles que se levantan a gran altura, las escalas de cuerda me llaman poderosamente la atención. Al interior, alrededor de una sala bastante amplia (donde está el comedor) se encuentran los camarotes. Miden aproximadamente cuarenta y cinco pies de largo por dos y medio de ancho. Cada uno es para dos personas. En un costado hay dos camas dispuestas en estantería y sujetas al casco del barco. En el camarote por debajo de la altura de la cabeza, se abre una ventana de medio pié de largo y dos pulgadas de ancho. Todas estas cosas me han llamado mucho la atención. Hacemos intentos de calcular con la vista el inmenso espacio que nos separa de nuestros buenos salvajes. Pero a poca distancia parece como si se juntara con la tierra. Esto nos impide ver el país que tanto anhelamos pisar para impartir el conocimiento del verdadero Dios”. Cabe mayor ingenuidad y buena disposición. Eran los ojos de un adolescente de 19 años que comenzaba a nacer a la vida. Aunque las impresiones ante cosas que nunca habían visto eran positivas, pronto comenzaron a impacientarse. Los días pasaban y el barco no se hacía a la mar. No sólo nuestro hermano escribe sus impresiones sobre el barco. También el P. Bataillón habla de él:
“El Delphine, es un barco privilegiado, es la decimotercera o decimocuarta vez que transporta misioneros, y nunca ha tenido ningún accidente. Es de esperar que nos conservará también como a los otros”. “Somos quince o dieciséis pasajeros, de los cuales doce somos misioneros. El capitán del barco así como sus oficiales son muy buenas personas. Hemos encontrado en ellos la acogida más honesta y más afable. Nos han dado facilidad para decir la Santa Misa en un bonito salón, de suerte que todas las veces que el tiempo lo permita tendremos el extremo honor de celebrar los santos misterios o de participar. Podremos también hacer nuestros ejercicios de piedad en común y esperamos que tanto marineros como pasajeros tomen parte. No olvidemos ejercer de antemano el oficio de misioneros en medios de todas estas gentes.” El Delphine llevaba para los misioneros y los frutos fieles una carga de objetos de lo más variada: “Tenemos, probablemente, más de doce mil pesados paquetes, encerrados en cerca de 80 fardos bastante considerables, escribe el P. Bataillon que añade. No hubieseis evitado reiros si hubieseis asistido a la subida de nuestros objetos. Además de una provisión bastante considerable de objetos de piedad, como rosarios, cruces, medallas, imágenes, tenemos también una gran cantidad de objetos para hacer regalos a nuestros pobres salvajes: cuchillos con silbatos, cinceles, espejos, cintas, estuches, etc... después de esto tenemos provisiones completas para la agricultura y horticultura, útiles para la tierra; azadas, picos, palas, hachas, sierras, etc... clavos, fuelles de herrero, etc... campanas, lámparas, etc... en una palabra todos los útiles de un carpintero, de un herrero, de un sastre, de un zapatero, de un médico, de un labrador, sin hablar de todo lo que nos es necesario a nosotros misioneros para el culto divino.” Por diversas razones, dos o tres veces su salida fue aplazada. Se debía salir primeramente entre el 20 y el 30 de octubre. Pero el obispo Pompallier escribe desde París: “Debo tomar por esto en consecuencia que habiendo salido del Haure el capitán de nuestro navío, había anunciado que no saldríamos de puerto sino de diez de este mes (noviembre). He aquí un pequeño contratiempo que no esperaba, habiendo pasado por escrito los compromisos con el consignatario, en los cuales la época de nuestra salida estaba formalmente decidida del 20 al 30 de octubre. ¿Qué pensáis hacer en esta circunstancia señor superior? Tener paciencia creo que es la mejor solución. Reclamar alguna indemnización, sería exponer a nuestra pequeña compañía de misioneros a los inconvenientes siempre molestos del descontento de los jefes del navío durante nuestra travesía. Tomo la determinación de hacer a mi próxima llegada al Haure las observaciones posibles al capitán y ofrecer mi desagrado a Dios.” Cuando las mercancías estaban arrimadas y todos los papeles en regla, el navío se preparó para zarpar, pero fueron el mar y los vientos los que rehusaron sus servicios. “Hace ya cerca de un mes que estoy en el Haure, escribe el P. Chanel, el 21 de noviembre... el mal tiempo nos retiene en la orilla... Todos los días consultamos las nubes que no cesan de descargarnos lluvia, granizo o nieve, relámpagos y truenos. Hoy...tenemos contra nosotros los vientos y la lluvia.”
El 10 de diciembre, tres semanas más tarde el mismo estribillo de la pluma del P. Servant: “Los vientos contrarios nos han impedido salir, y estamos siempre a la espera de un viento favorable...” Consultaban diez veces al día el barómetro, se estremecían a los menores cambios de la veleta, hacían conjeturas sobre las puestas de sol, buscaban un poco de esperanza al lado de los viejos marineros que calentaban sus reumatismos al sol del invierno. Para ocupar su tiempo y su celo, los misioneros ofrecieron sus servicios a los padres del Haure y sus alrededores. El P. Chanel da así el día de todos los Santos un sermón en Ingouville, sermón que impresiona de tal forma a Mme. Doudard, que lo escoge como su confesor. El P. Bataillón también ejerce su ministerio en las parroquias vecinas. Y nuestros hermanitos, en qué se ocuparían durante este tiempo. Probablemente ayudarían como acólitos a los Padres Maristas. La impresión que les queda a los sacerdotes después de entrar en contacto con los católicos de la zona del Haure no es muy buena. La vivencia de la fe deja mucho que desear si se la compara con la que se vive en los pequeños pueblos del interior de Francia de donde proceden todos los misioneros. Escribe el P. Bataillón: “Me gustaría tener alguna cosa que contaros de los pueblos que he recorrido. Pero no encuentro palabras.” La diferencia entre la diócesis de Lyon y las miserables diócesis del norte de Francia era palpable. El mismo P. Bataillon escribe sobre sus impresiones respecto a la asistencia de los fieles a la Eucaristía: “En París he asistido a los oficios del domingo de una parroquia de 18.000 almas. Había tan solo, la gente que hay en mi misa en Saint – Laurent los días laborables. Aquí en el Haure, en una parroquia de campo en la que he sido invitado para oficiar y predicar, el señor cura que tiene una población parecida a la vuestra, confesé a cuatro personas el día de Todos los Santos. Los simples domingos no veo nunca a nadie en la Santa Misa, no se confiesa sino en Pascua y no se le hace trabajar demasiado al sacerdote, y por desgracia la parroquia de la que hablo es una de las mejores. A parte de dos o tres personas que se ven en la Misa de la mañana, no se ve a nadie el resto del día. La prácticas de devoción; Vía Crucis, Rosario, Propagación de la Fe, no se conocen. Quise hablar a personas piadosas y apenas comprendieron mi lenguaje. A pesar de ello la pequeña plática que he hecho a esta gente ha producido mucha impresión: he visto caer lágrimas de todos los ojos... sobre todo cuando les he hablado de nuestros pobres infieles y de la desgracia que tienen de no conocer y de no poder practicar nuestra santa religión...” En la casa a la vez que Mons. Pompallier y sus misioneros y los Padres de Picpus que le acompañaban se encontraba otro obispo. Era Mons. Blanc, ordinario de Nueva Orleans, con otras catorce personas de su séquito que iban a salir para las colonias.
Oceanía es una de las cinco partes en las que convencionalmente se divide el mundo. Sin embargo no existe homogeneidad en sus características internas. Se pueden dividir en tres sectores bien definidos: Melanesia (islas de los negros), Micronesia (islas pequeñas) y Polinesia (muchas islas). El poblamiento las islas se inició dos o tres milenios antes de la era cristiana, a partir de migraciones de pueblos mongólicos del noreste de Indochina y de las Filipinas, que posteriormente se fusionaron con pueblos oriundos de Australia, y se dispersaron en las islas y en los archipiélagos. Los melanésicos con los que más se asemejan a los aborígenes australianos, en tanto los micronésicos se acercan más a los mongólicos. Los polinésicos reflejan más claramente la fusión de los dos grupos, pero con mayor afinidad étnica a los grupos mongólicos. Las sociedades se fueron estructurando monárquicamente. El rey o la reina eran los encargados de gobernar las diversas tribus. Poco a poco se fueron formando una serie de culturas autóctonas con su lengua, arte, folklore propios. Las luchas entre las diversas tribus eran frecuentes. El padre Chanel fue testigo de esto cuando en la isla de Futuna lucharon dos facciones rivales. Estas peleas iban frecuentemente acompañadas, de antropofagia. Otra característica de muchos de los pueblos de Oceanía era la inexistencia de la propiedad privada. La economía se concebía comunitariamente. Cuando los primeros misioneros maristas desembarcaron en Futuna tuvieron problemas con sus pertenencias debido a ello. Muchas de las cosas que traían para el desarrollo de su apostolado fueron “robadas”. Las llevaron a la choza del rey para después ser repartidas entre sus súbditos. Más adelante leeremos este episodio con más detalle. El Océano Pacífico aparece solamente en el siglo XVIII a los ojos de Europa, incluso en el primer momento solamente a los ojos de Europa protestante. Era el tiempo de la literatura de Rousseau y de Robinson, la cual pintaba con tintes paradisiacos las condiciones de Oceanía. Pero bien pronto se enfriaron los entusiasmos de frente a la cruda realidad y aquella misiones protestantes se resintieron y terminaron por caer en una serie de errores que las perjudicaron mucho. También por la parte católica hubo un movimiento de evangelización, en tiempos del pontificado de Gregorio XVI. Francia tenía un proyecto militar de colonización de los archipiélagos de Oceanía y en los primeros tiempos de estas misiones los misioneros estuvieron aliados al poder y a la fuerza de las armas. Debido a esto fueron franceses los primeros apóstoles que pisaron estas tierras. Los picpusianos, desde 1827, después los maristas, mientras que los misioneros del Sagrado Corazón fueron los terceros, bajo el pontificado de León XIII, cuando el interés por el Pacífico, que bajo Pío IX se enfrío, volvió a avivarse. De esta manera, poco a poco las misiones se iban ampliando, se formaban espacios bien definidos, confiados a una u otra Sociedad. Se formaron tres Vicariatos, el de Oceanía Oriental en 1833. El de Oceanía Occidental en 1836, y finalmente el de Oceanía Central en 1842. Pero a pesar del heroísmo de los misioneros y de los primeros y rápidos resultados, la esperanza que aquellas misiones habían hecho concebir, no se realizaba tan fácilmente. Las grandes distancias entre
unido a que la evangelización se realizó en estrecha colaboración con las fuerzas navales francesas, fueron entre otras las dificultades que se hubieron de afrontar. Como hemos dicho anteriormente, la primera Congregación que comenzó su apostolado fueron los Padres Picpusianos. El territorio a ellos confiado estaba dividido en tres zonas. La primera era la de las islas Sandwich o Hawai. Estas islas están situadas al noreste del Océano Pacífico. A principios del siglo XIX, los nativos entraron en contacto con los cristianos europeos y americanos y firmaron contratos comerciales. Esto hizo que se realizase una apertura y una buena disposición de cara a admitir la evangelización. En 1819 el capitán Freycinet echó el ancla en Hawai y logró ganarse al rey indígena y a dos potentes nobles del país. La segunda zona sería la de las islas Gambier. Los primeros misioneros venían de Chile y desembarcaron en las islas en 1834, primero en las pequeñas de Okena, Akamaru y Tavari, después en la principal de estas que es la isla Magareva, donde en un primer tiempo fueron amenazados de muerte por el rey Mapoteoa. Después de muchos esfuerzos y trabajo, lograron convertir al rey y al sumo sacerdote pagano, Matua, el cual cedió su templo para que fuese transformando en iglesia cristiana, haciendo destruir todos los ídolos. El rey fue bautizado solemnemente el 23 de agosto de 1836 con 160 catecúmenos y tomó el nombre de Gregorio en honor del papa Gregorio XVI. Hecho cristiano, el rey trató de formar una nueva sociedad. El P. Laval tuvo un papel importante en esta transformación. Trató de formar una estructura parecida a la de las reducciones jesuitas del Paraguay. En un espacio de tiempo muy reducido lograron transformar una población antropófaga, llegando a inculcarles los valores de la colaboración y de la solidaridad. Una vez establecido el catolicismo en las islas Gambier, los Padres Laval y Caret fueron al archipiélago de la Sociedad. La isla principal es la de Tahiti. Los misioneros protestantes ya habían llegado años antes. Hacia finales de 1797, después de ayudar al rey Pomare III a subir al trono, habían logrado imponer su religión y hacer de Tahiti un bastión del protestantismo. El predicador metodista tanto insistió que hizo expulsar por dos veces a los misioneros católicos. De 1938 a 1844 hubo alternativas de permisión y persecución. En el fondo del problema estaba la rivalidad entre Inglaterra y Francia por la supremacía de las islas en el Pacífico. Fue tanta la oposición contra los católicos que en 1844 la iglesia de Tahiti fue quemada. Solo en 1848 esta misión pudo comenzar a desarrollarse en libertad. Partiendo de Tahiti, hacia el oeste comenzaba la zona que estaba confiada a los Padres Maristas. Como vamos a ver a continuación. Mons. Po,pallier estuvo tanteando el terreno una vez que llegó a estas islas, con el propósito de establecerse cuanto antes y poder comenzar así la evangelización que tanto anhelaban él y sus misioneros. Esto no le fue nada fácil. Mil dificultades le acechaban. Cuando no era el mar que se enfurecía, era la viva oposición de los reyes nativos que se iban encontrando. Pero no todo fueron dificultades. Hubo momentos de oración confiada a la Madre de Dios, encuentros con personas que les apoyaban prestándoles grandes servicios y sobre todo la alegría compartida de sentir que se iban acercando al
lugar en el que debían dar su vida por predicar el Evangelio a esos pueblos que se iban apareciendo ante sus ojos. Qué impresión no les producirían aquellas gentes medio desnudas y con aspecto feroz a nuestros misioneros que solo unos meses antes apenas si habían salido de su pueblo. Costumbres, comidas, paisajes, el calor sofocante. Ya no verían no tocarían más la nieve de sus queridas montañas francesas. Todo lo dejaron para mayor gloria de Dios y para la salvación de las almas; esto les al fin llega el día de la marcha. El viento favorable esperado después de dos meses se ha levantado. Es víspera de Navidad. Ese mismo día Monseñor Pompallier escribe: “Esta señalada bienhechora de los misioneros, Dios la va a elevar de este mundo, está aquejada de una enfermedad que agrava el peso de sus ochenta años. Sus manos están llenas de buenas obras delante del Señor: su corona está hecha. He tenido yo mismo el consuelo de darle ayer los últimos sacramentos con mucha presencia d espíritu y piedad. Estaba acompañada de todos sus huéspedes, a los que ha dado testimonios edificantes. ¡Qué acontecimiento! Nosotros yendo a embarcarnos para tierras extranjeras, y esta piadosa dama va a subir al cielo. Sus deseos se han cumplido. ¡Había deseado tanto morir cuando tuviese muchos misioneros en su casa! Puede ser que cuando nosotros estamos embarcados ella todavía no haya dejado este mundo, pues agonía no parece dolorosa y puede que se prolongue.” Según la previsión de Mons. de Maroneé, la salida de los misioneros precedió a la muerte de su benefactora; salieron del Haure el 24 de diciembre de 1836, y M. Dodard murió algunos días después el 1de enero de 1837 durmió dulcemente del sueño de los justos. “¡Espero, decía en la última hora, que el buen Dios, hará bien en recibirme en su paraíso, a mí que he hospedado aquí abajo a todos aquellos que eran enviados en su nombre, para su gloria y la salvación de las almas!” Los misioneros no estuvieron allí para rodear el lecho de muerte de su benefactora, como habían rodeado su lecho el día de los últimos sacramentos. Dos navíos elevan la vela al mismo tiempo. El Josephine se dirige hacia Nueva Orleans con Mons. Blanc y sus compañeros. El Delphine se propone tomar la ruta de Valparaíso, llevando a Monseñor Pompallier, a los maristas y a los picpusianos. Antes de embarcar se había convenido que el Ave Marie Stelle sería cantando a la vez por los misioneros que iban en los dos barcos. Ante un hecho tan significativo muchos de los habitantes del Haure se concentraron en los muelles para dar una cariñosa despedida a los enviados a predicar a tierras lejanas. Los viajeros no tardaron en perder de vista las costas de Francia, en ese momento no pudieron disimular la angustia...Cada uno se decía a sí mismo que no volvería más a Francia. Quedaron a bordo mudos con los recuerdos de la patria que venían desaparecer por siempre de sus miradas. El P. Chanel fue el primero en romper este silencio de emoción. “Mis amigos, dijo, si vamos a tardar en llegar a Oceanía, este sería el momento de repetir con el poeta: Duerme, mi barco, duerme, te suplico, O por lo menos, haz poco camino,
Con el fin que a mi despertar, mañana, Vea todavía mi patria.” Y por entretenerse en estos sentimientos compartidos, los otros misioneros pidieron al P. Chanel, que tenía muy buena voz, cantar el primer versículo de una canción entonces muy conocida y que convenía a la circunstancia, modificando el primer verso: ¡Oh bella Francia mi patria, Campos y valles, amados cielos, Dichoso clima, tierra querida, Recibid mis últimos adioses! En estos entimientos se encontraban entretenidos sin imaginar que muy pronto comenzaría el primero de los muchos incidentes que habían de tener durante su largo viaje. “Hacíamos buen camino, escribe el P. Chanel, cuando de pronto fuimos presa de las alarmas más vivas y más fundadas. Una horrorosa tempestad amenaza con tragarnos. Supimos más tarde que treinta y dos navíos salidos del Haure el mismo día que nosotros, habían sido arrojados sobre la costa. Solo el Delfhin y el Josepfhine habrían resistido a la violencia del oleaje. Evidentemente la Virgen nos ha protegido.” Esta información que había venido de tan lejos al P. Chanel, no era exacta. El Josephine y el Delphine no fueron los únicos en escapar a la tempestad; pero no es menos verdad que la Providencia de Dios cubrió con su protección estos dos barcos llenos de misioneros. Tenemos también otra información que puede ayudarnos a ampliar el horizonte sobre este hecho. Es el P. Emmanuel Coste, pucpusiano, el que cuenta la tempestad en una carta que escribe desde Tenerife: “No pensaba al salir del Haure, que tendría ocasión para darnos noticias nuestras, a 700 leguas de Francia, en la isla de Tenerife, una de las Canarias, donde la desgracia nos ha conducido. Es un esfuerzo más que el demonio hace para retardar nuestra llegada a esos países donde ejerce tan grandes destrozos. No es la falta ni de agua ni de pan lo que nos ha empujado aquí, sino más bien el timón cuyo herraje, llamado bitonniere, que sostiene la nave, se ha roto a la salida del fondeadero del Haure, mientras se hacían violentos esfuerzos contra un cable que se había puesto para evitar el atasco de los barcos. Lo peor es que no tuvimos conocimiento de nada hasta la altura de Madeira, donde el capitán se dio cuenta después de un terrible golpe de viento, cuando nos llegó la noche de primeros de año, el timón no tenía su movimiento natural. Considerando maduramente todas las cosas, vio que de los tres bitonieres que llevaba el timón no quedaba más que uno. Por lo tanto fueron tomaron todas las medidas para no perder el tercero, pues sin él nuestro timón se caería en el mar, y sabéis lo que es un navío sin guía. Fue cuestión de ir a recalar a alguna isla. Mientras tanto estábamos a 60 leguas de Madeira y a 100 de las Canarias. Se decidió que iríamos a estas últimas pues estaban más en nuestra ruta, además por otra parte el viento que soplaba en aquellos momentos era favorable para
conducirnos a ellas. Entre tanto todas estaban muy tristes, el capitán sobre todo no descansaba ni comía, pues creía ver a cada instante su timón caer al fondo. De pronto, vimos un barco de vapor, esto reanimó nuestra confianza, pues pensamos que nos podía conducir al sitio donde reparar nuestros destrozos. En cuanto se pudo ver le hicimos señal de peligro, pero él en respuesta a nuestro saludo, nos dejo en nuestra desgracia. Nos os digo de que nación era, pues sólo los ingleses son capaces de tal inhumanidad.” El P. Chanel, menos anglófobo o más caritativo, pone esta desaparición del navío, inglés en el transcurso de una tempestad... “El cielo se cubrió de nubes. El océano nos abría y su abismos. Todos los tripulantes estaban consternados. Me tiré de rodillas con mis cohermanos y recitamos el “Sub Tuum” y el “Memorare”. Nuestro capitán quiso hacer escala en Canarias; pero no pudiendo descubrir Tenerife, se vio obligado a barloventear. Apareció una goleta, fuimos a ella con el pabellón izado. Pedimos un piloto para que nos condujera. Vinieron en nuestra ayuda; sin embargo en cada momento podíamos perder nuestro timón, y, con él, toda esperanza de salvación. Por fin se hizo una gran calma y llegamos el domingo 8 de enero en la octava de Epifanía a Santa Cruz, lugar donde los navíos hacen escala.” Antes de descender a tierra, todos los padres quisieron tener el honor de celebrar la Santa Misa, honor del que habían estado privados después de su salida. No esperaban pararse en Tenerife sino unos días y pasaron cerca de dos meses. No se encontraban obreros bastante hábiles para las reparaciones del timón, pues se trataba de vaciar algunas piezas en cobre, y la operación era desconocida en el país, lo que no se consiguió hasta después de muchos esfuerzos. Costó perder 52 días de camino, arreglar los desperfectos que tenía el timón. “Cincuenta y dos días, decía en su simplicidad el P. Servant, son suficientes para poner nuestra paciencia a prueba.” El P. Chanel, también detallando el trabajo que se tiene que realizar para reparar el timón no deja muy bien parados a los españoles, veamos: “Nuestro timón estaba tan estropeado que ha sido necesario cambiarlo totalmente. Todo esto nos está costando tiempo. Ya han pasado siete semanas y no salimos todavía. Se puede decir que los españoles no le ganan en diligencia a los franceses. El capitán ha dicho que su timón se haría en tres días en el Haure, ved la diferencia” Los pasajeros del Delphine, mientras dejaban pasar su estancia forzada en la isla de Tenerife, se acostumbraban a sus fatigas y a sus trabajos futuros, acostados sobre la tablas en una habitación de albergue, y estudiando la lengua inglesa que debía de serles de una gran utilidad en sus viajes. Mons. pompallier, fue a hacerle una visita al obispo de las islas Canarias, residente a dos leguas de Santa Cruz. Fue recibido con cariño y simpatía. El obispo le pidió que se alojara en el palacio arzobispal, humilde casa no muy grande para recibir a numerosos huéspedes. El obispo no aceptó la invitación evitando separarse de sus compañeros de viaje, y hasta el final se contentó como ellos, con su cama de tablas.
Estando en Santa Cruz, la mayoría de nuestros misioneros se pusieron enfermos. Era una mala estación y los extranjeros debían pagar el tributo de las influencias climatológicas. Todavía no estaban restablecidos y el barco ya estaba preparado para continuar su ruta. Aunque agotados por la enfermedad, sin embargo no fue posible prolongar la estancia que les había hecho perder tanto tiempo. Se abandonaron en las manos de la Providencia y dejaron la isla de Tenerife el 28 de febrero de 1837. La inmensidad del mar de nuevo se mostraba ante sus ojos. Ya hacía dos mese que recorrían el mar. Los mareos de un primer momento ya habían pasado casi totalmente. Agua y cielo debían de ser sus compañeros de viaje todavía durante muchos meses. En la soledad de sus camarotes ansiaban con todas sus fuerzas poder llegar pronto a su destino. Cada hora que venían pasar, pensaban en una hora perdida para poder evangelizar a los pueblos que les esperaban. La rutina en el barco se le fue haciendo familiar. El desplegar y el izar de las velas. Fueron aprendiendo dónde estaba la proa y donde la popa, el nombre de las distintas partes del barco. se iban haciendo marineros a la fuerza. El P. Brest, estaba enfermo. Ya al salir de Tenerife tenía una fiebre muy alta. Dios le reservaba una dolorosa prueba. Remplazaría la enfermedad por la muerte. El P. Brest había sido encargado de redactar el diario del viaje. Ponía toda su generosidad y con frecuencia no dudaba en dar una nota de su buen humor. “El personal del navío, escribe, es muy numeroso, para que cada uno de nosotros tenga un camarote para él solo. Lejos de lamentarlo, me alegra. Tengo, en efecto, por compañero al buen P. Chanel, nuestro superior. Dos hamacas, una silla y un pequeño armario, es este todo nuestro mobiliario. En cuanto al camarote, no sabría decir si es redondo o cuadrado, lo que sé muy bien, es que es tan estrecho, que uno no se puede quitar muy bien el hábito. Pero no se va allí sino en la noche, el día cuando hace bueno, se pasa sobre el puente y cuando el tiempo es malo, uno se refugia en el comedor.” “Tengo una ventaja sobre los otros. La sala no es alta, con frecuencia mis cohermanos se dan golpes en la cabeza, y yo, nuevo Zaqueo, voy derecho sin hacerme daño. Ayer sin embargo, me he golpeado en la frente contra una viga, pero estaba subido en una mesa...” Este buen humor, esta alegría constante del joven misionero, no eran más que la consecuencia de una conciencia tranquila y de un corazón todo poseído de Dios. El P. Chanel, que tiene el conocimiento mejor del P. Brest, puesto que ha sido su amigo durante toda su vida, y que no le ha, por así decir, perdido de vista, da este testimonio: “Nadie me ha dado, de sus relaciones con él, la más mínima queja, nadie ha nunca encontrado, en esta alma, sino candor, franqueza y generosidad, virtudes que toman su curso en una vocación al sacerdocio, que se podía casi llamar nativa.”
Sin embargo a este sacerdote, debía morir en la flor de su sacerdocio, y sin que su celo, esto parece, diese frutos. Puede ser que Dios le hubiera dado consciencia de esta muerte precoz. He aquí parte de una carta, que el P. Bataillon dirigió a amigo: “Parecía tener el presentimiento de su fin próximo, y me acuerdo que antes de caer enfermo, repetía con frecuencia que no quería su corazón en este mundo, sino ganar el cielo, después de esto, añadió, mirando al mar, ¡qué nos importa ser comidos por los peces o por las olas, con tal de que lleguemos allá a lo alto!” Nada más dejar el puerto de Santa Cruz, el P. Brest sintió un violento dolor de cabeza, y más tarde una fiebre más violeta todavía. Los cuidados y los remedios fueron inútiles. Se toma consciencia de su gravedad. La muerte se avecina. El padre Brest, amenazado, la contempla sin temor. “No es posible, decía el P. Bataillón, mostrar más paciencia, más resignación, más contento y abandono en las manos paternas de Dios.” El P. Chanel, escribía por su parte, al P. Colín: “¿Os hablaría de su espíritu de fe y de piedad? Es allí donde ha encontrado el secreto de sostener con una resignación ejemplar, la prueba de su corta pero cruel enfermedad. Conservando hasta su último suspiro toda la actividad de su inteligencia, y por consecuencia toda la consciencia de la situación, que está compuesta por un tesoro de méritos, ha dejado pasar estos sufrimientos pasajeros que S. Pablo nos señala como la ocasión y el elemento de una gloria eterna. A todas miras, morir le parece una ganancia, por lo menos esto no es sino en la medida que le permite una sumisión filial a la voluntad divina, que llamada de sus votos el día donde su alma, franquea la ataduras de la mortalidad, pudiéndose reunirse con Jesucristo, y entrar en el reposo de Dios su Creador...” El domingo de Ramos, el P. Brest recibió los últimos sacramentos: Mons. de Maroneé pudo celebrar la santa Misa, y el P. Chanel tuvo el consuelo de llevar el Viático a su amigo moribundo, que aunque sufría mucho, se mantenía en la presencia de Dios... “Rezad conmigo” repetía a sus cohermanos, que no le dejaban un solo instante. ¡Rezad bien alto! ¡No creíais que me fatigáis! Y cuando sus labios no tenían más fuerza para unirse a las oraciones que se recitaban a su alrededor, agarraba con su mano el crucifijo, lo contemplaba o lo basaba con amor. ¡Era todavía una oración! Al día siguiente los síntomas de la muerte se hicieron evidentes. “Llego a mi fin, dijo al P. Chanel con mucha serenidad. Os agradezco todos los cuidados que me habéis prodigado, siento el gran honor de morir marista. “Poco después perdiendo el conocimiento, cayó en una dulce agonía, y hacia la tarde, rindió su alma a Dios. Los misioneros pararon la noche rezando. Al día siguiente por la mañana se realizaron los funerales, pues se encontraban entonces sobre una zona tórrida, y se debían prevenir los efectos de esta sobre una zona tórrida, y se debían prevenir los efectos de esta temperatura elevada.
Mons. pompallier, celebró la misa de difuntos; intentó dirigir un pequeño sermón a la tripulación; sus palabras salían con dificultad de su garganta y las lágrimas cubrían todos los ojos. En medio de esta emoción general, el cuerpo del joven padre fue arrojado al océano. La muerte del P. Bret fue una desgracia imprevista para el corazón de sus hermanos, pero soportaron esta prueba como hombres que entendían las cosas de Dios, y que sabían llorar con esperanza. El P. Chanel se apresuró a escribir al P. Colin, que hacía de confidente de sus penas y alegrías: “No sé si en el curso de mi vida un hecho me haya impresionado y afligido más que este. Sin embargo al recuerdo de las virtudes de nuestro querido hermano difunto, siento mi corazón aliviado. ¿Por qué llorar, a aquellos que han cambiado el exilió por la patria? ... El cielo, como usted gustaba decírnoslo, está asegurado a los bravos hijos de nuestra Sociedad...” Así hablaba del P. Brest uno de sus hermanos de religión, pero la más bella oración fúnebre fue hecha por su padre. Este hombre de fe, que se había mostrado tan heroico en el sacrificio, al enterarse de la muerte de su hijo único, repitió las palabras de Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó, ¡que sea bendito en todo¡” Algún tiempo después, el día de la Ascensión, fue a buscar un sacerdote, y, muy afectado, se le acercó guardando silencio. -
¿Qué os pasa? le dice el sacerdote. ¡No me conozco, no me conozco a mí mismo¡ ¿Y por qué? Asistía a vísperas y me han visto llorar. ¿Habréis llorado sin duda a causa de la muerte de vuestro hijo? Sí, y es esto lo que me reprocho Si mi hijo estuviese vivo tendría motivo de derramar lágrimas, porque debería preguntarme: ¿Estará mi hijo a esta hora en peligro o en el sufrimiento? Pero mi hijo esta muerto y está por consiguiente en el cielo. ¡Y he llorado¡ Ved bien que me he equivocado y que debo reprocharme mis lágrimas.
Y el sacerdote se vio obligado a tranquilizar el corazón de este padre, de este buen cristiano, que no quería llorar un hijo muerto al servicio de Dios. La muerte del P. Brest fue un acicate para emprender un trabajo apostólico entre la tripulación. El celo de los misioneros había ya encontrado como ejercerse para obedecer esta recomendación del P. Colin: “Durante la travesía, sabed que sois religiosos y apóstoles. Que todo en vuestra conducta lleve la importancia de vuestra vocación, que todo sea modesto, caritativo y edificante. Haceros querer por las personas de la tripulación, y que vuestra caridad sea industriosa para encontrar la manera de rendirles servicio; instruir a los ignorantes y conducir a los pecadores al campo de la salvación.”
Teniendo en cuenta estas palabras escuchadas de un superior, los misioneros habían puesto manos a la obra desde el comienzo. Por un feliz azar, o por una pía estratagema, medallas de la Santa Virgen estaban caidas sobre el puente del navío, como si estuviesen extraviadas. Algunos marineros las habían puesto al cuello, para ponerse bajo la protección de María. Esto era un buen presagio. Los marineros gente ruda pero buena, había encontrado en los misioneros, personas cercanas que los querían. Muchos habían ido a pedir consejo y confesión a los padres deseando volver a los brazos de la iglesia. Pero la mayor parte era indiferente al trabajo de los religiosos. A partir de los funerales, se mostraron más dóciles. ¡Fue como una verdadera misión a bordo¡ Tenían cada día instrucciones, y tanto los pasajeros como los marineros sintieron la necesidad de asistir. Todos terminaron por aproximarse a los sacramentos, a excepción de un solo hombre. Al recuerdo de estas primeras conquistas, el P. Bataillon escribía: “No, nunca olvidaré la misión dada a bordo del Delphine, nuestro barco, cambiado en un templo, donde se celebraban los divinos misterios; el eco de los mares repetía el canto de las letanías y de los cánticos; los viejos marineros enternecidos arrojaban sus lágrimas a los pies de los misioneros, para quien era una dicha instruirles, reconciliarlos con Dios, administrarles el banquete eucarístico, y dejar, en estos corazones poco acostumbrados, impresiones profundas de respeto y de amor hacia nuestra santa religión.” Estas impresiones duraron más de un día. Se conservan hasta la llegada del navío a Valparaíso.
El Delphine, entra en este puerto el 28 de junio de 1837. Al día siguiente, era la fiesta de S. Pedro, Mons. pompallier ofició pontificalmente en la capilla de los Padres de Picpus, que habían acogido con alegría a sus hermanos, y a los compañeros de sus hermanos. Los marineros y los pasajeros del Delphine, reunidos en esta capilla hicieron una comunión general. Los que no habían sido todavía confirmados recibieron, de las manos del obispo, este sacramento al cual se habían preparado durante la travesía. Hacía ya seis meses que habían salido del Haure. La estancia en Valparaíso, se prolongaba también demasiado. Como el Delphine, había llegado al término de su viaje, era necesario encontrar otro navío que hiciese ruta para Oceanía. Se pasó mucho tiempo en búsquedas inútiles. Esta estancia involuntaria en Valparaíso, les hacía recordar su lejana patria, y cada uno emplea su tiempo libre en escribir cartas a sus seres queridos, llenas de los mejores sentimientos. El P. Chanel se acuerda de sus alumnos del colegio de Belley, y les dice: “Hace cerca de un año, mis queridos amigos, que os hice de viva voz mis adioses. Sabéis que dejando de ser vuestro superior, no he querido dejar de ser vuestro padre. Así, hasta el presente, mantengo la promesa que os he hecho, de dejar siempre en medio de vosotros mi corazón. Mientras que nuestro navío me lleva lejos de vosotros, quiero acompañaros en los diversos actos que cumplís diariamente. No estoy todavía en la isla a la que me destina la Providencia. Todo lo que nos dicen de los salvajes que vamos a evangelizar, anima nuestro celo. No solo los misioneros, sino los viajeros que han visto de cerca estos pobres insulares, nos seguran que es una cosecha preparada para recoger...
Que gran alegría tendría, si Dios suscitase en medio de vosotros obreros para ayudarnos en nuestras fatigas y consolaciones. No calculen tanto los sacrificios. Cuanto máss grandes sean, más alegres debéis estar de ofrecérselos o aquel que ha ofrecido su vida por nosotros.” Como el padre no olvida nunca a sus hijos, el hijo soñaba con su madre, y le escribía una carta de donde tomamos estas líneas: “El buen Dios, que es el Maestro de los vientos, como de todas las cosas, no les ha hecho soplar según nuestros deseos. Hay en el mar días en los que la navegación es muy agradable, y hay también otros que cansan sobre manera. Si me hubiese embarcado por el placer de viajar, las tempestades que nos han asaltado, disminuirían mucho las ganas de volver a comenzar el viaje. Pero gracias a Dios, que hace bueno o malo el tiempo, el misionero está siempre contento de estar en camino. Las dificultades no lo detienen y no hace sino demostrarlo con la generosidad de su deseo.” El P. Chanel, creyendo que el pensamiento de que él pueda sufrir no sea una causa de dolor para su madre, se apresura a tranquilizarla: “Hasta aquí, dice, la divina Providencia, aunque nos da algunas pruebas, toma cuidado de nosotros, y nos conduce como de la mano. Necesitamos de su ayuda y esperemos que no nos haga falta... Estad por tanto, sin inquietud por mí. Gozo de una salud perfecta, y estoy más contento que un rey.” Hacia el final de la carta, este hijo alejado de su madre, parece preso de un remordimiento, deja caer de su pluma, o más bien de su corazón, esta confesión: “Mi buena madre, creo haberme olvidado pediros vuestra bendición a la hora de nuestra despedida. Os pido que me la deis, no solamente cuando hayáis recibido esta carta, sino también todos los días de vuestra vida. Ella me alcanzará, tenedlo por seguro, a pesar de la distancia que nos separa.” El P. Servant que había estado varios años en el Hermitage también aprovecha para escribirle al P. Champagnat. He aquí algunos fragmentos desde Valparaíso. “... Me parece, mi querido superior, ver a los buenos hermanos del Hermitage, que por sus oraciones y por sus acciones hechas en orden a la obediencia hacen a María una santa violencia; contribuyen por ese motivo, al éxito de la misión. En la expectativa de salir de Valparaíso, que llegará cuando Dios quiera, vivimos en la cada de procura que pertenece a los Misioneros de la Congregación de los Sagrado Corazones de Jesús y de María.” “...Mons. de Maroneé tiene necesidad de informes sobre nuestras diferentes islas. Ha llegado de Otaiti el Vicario General de Monseñor de Niapolis. Necesitando alguien para ayudarle inmediatamente en la preparación de la salida, llega de California el buen hermano Colomban de la Congregación de los Sagrado Corazones de Jesús y de Maaría que tiene experiencia en esta suerte de asuntos, puede ser de gran utilidad.”
Y a nuestros Hermanitos de María, ¿Cómo les ha ido? Gracias a la carta del P. Servant podemos saber algo de ellos. Al final de ésta de algunas noticias. Veamos: “...Los hermanos que nos acompañan han tenido durante el trayecto cada uno sus pequeñas pruebas. El H. Michel, ha sufrido mucho de dolor de muelas. El H. Marie Nizier ha experimentado dolores de cabeza, pero en relación a las enfermedades él ha sido uno de los más privilegiados. Ahora todos están maravillosamente. Me encargan decirle que están contentos por encima de todo lo que puedan expresar. Le presentan sus más humildes respetos, y sus recuerdos a cada uno de los hermanos.” En este párrafo se confirma en cierto modo algo que dije al principio del trabajo. Es muy probable que el H. José Javier fuera de los Hermanos de San José, aunque ya sabemos que todavía en esta época no había tanta distinción entre las dos ramas. Lo que esta claro es que el P. Servant no lo cita entre los hermanos salidos del Hermitage que le acompañan. Después de una estancia de un mes y medio en Valparaíso, los misioneros de la Sociedad de María y de la Sociedad de Picpus subirán a bordo de Europa, y saldrán el 10 de agosto de 1837. El capitán de este brick americano, estaba empeñado en dejarlos en las islas Sandwich. Era un camino demasiado largo. Pero no había elección. Había que aprovechar la ocasión que se ofrecía, y los misioneros tenían la esperanza de encontrar más fácilmente, en estas islas, un navío para conducirles a su destino. La tripulación de Europa, era protestante y no los recibió bien. Uno de los oficiales del brick, había dudado en embarcarse, al saber que debería viajar con misioneros de Francia, con papistas, como los llamaba en su lenguaje despectivo. Una vez a bordó los observó de lejos primeramente; y más tarde viendo que no arriesgaba nada en aproximarse, se les acercó. Poco a poco el hielo se rompe, todos los prejuicios desaparecen. Se dispuso a conocer mejor a aquellos que calumniaba; y comienzo a estimarlos, finalmente terminó por quererlos. Llegado a este punto decidió prepararse para abrazar la religión católica. “¡Un sacerdote católico¡ decía entonces riendo, ¡ah¡ no sabía lo que era. O más bien lo sabía demasiado, pero como lo iba a saber. Desde mi infancia estaba habituado a mirarlo como un espantapájaros, como un monstruo...¡” Este oficial no fue el único en modificar sus impresiones, los marineros, testigos de las virtudes de los sacerdotes católicos, cambiaron de idea, entrando en relación con ellos. Les dejaron enteramente libres de ocuparse en sus deberes de piedad, les escuchaban con gusto cantar sus himnos y cánticos. El mismo capitán se alegraba cuando veía las expresiones de una religión que no era la suya. Pronto confió en ellos y decía a los maristas: “¡Cantad, cantad, para que el viento nos sea siempre favorable!”. En medio de una navegación tan tranquila, y de esta tripulación tan respetuosa, pensaron hacer los ejercicios del retiro anual y prepararse así a la renovación de los
votos. Era un pensamiento muy oportuno. La inmensidad del mar favorecía el deseo de consagrarse a Dios. El P. Bataillon escribe así en su diario: “No olvidaré nunca este retiro hecho en mitad del Océano. ¡Oh!, es tan fácil reflexionar sobre la vanidad de las cosas de este mundo, cuando se está separado del abismo, más que por algunas tablas. Cuando se percibe que en el cielo y en el mar, la grandeza de Dios aparece más completa. El hombre se encuentra como anonadado y no siente pena en volver su mirada a aquel que es el maestro de la vida y de la muerte.” Este retiro se terminó el 24 de agosto, con la renovación, de los votos, que los religiosos habían pronunciado el 24 de septiembre del año anterior. Ya la distancia y la muerte habían separado a los primeros hijos de la Sociedad de María, pero la oración y los votos les tenían siempre unidos en presencia de Dios y delante de María, que esta siempre al lado de sus hijos estén. La navegación se prosiguió sin incidentes remarcables. El 13 de septiembre de 1837, el Europe llega al lado de una de las islas del archipiélago Gambier, es aquí donde deben dejar a los padres de la Sociedad de Picpus que, desde el Haure, habían sido los compañeros de los maristas. El archipiélago de las islas Gambier encierra seis islas muy cercanas las unas a las otras y de las cuales cuatro solamente estaban habitadas: Mangarewa, Tarawai, Akamaru, Akena. Los pasajeros del Europa, descendieron en esta última isla, donde Mons. Rouchouze, obispo de Nilópolis, y Vicario apostólico de Oceanía oriental, vivía. Con gran emoción los dos obispos se abrazaron. Eran los dos únicos obispos que había en toda la inmensidad del Océano Pacífico, que se extiende entre América y Australia. El trabajo de los misioneros de Picpus había sido fructífero en las islas Gambier. Ya habían convertido al catolicismo a todos los habitantes de estas islas. Aproximadamente un año antes se había bautizado el rey Mapoteoa. Los misioneros de la Sociedad de María podían ver aquí, para ellos, un feliz presagio del futuro. Todo este pueblo recientemente convertido, daba muestras de gran ingenuidad. Ante cualquier autoridad se inclinaban con respeto, y esto hicieron con los misioneros, extrañados de todo lo que veían. Los nativos mostraban con orgullo infantil las medallas que tenían colgadas al cuello, y gritaban: “¡Somos católicos!” Después besaban con fe las manos de los sacerdotes, y sobre todo el anillo pastoral de Mons. pompallier, que llamaban Tefano, como Mons. Rouchouze era llamado por ellos a causa de su nombre de bautismo Etienne. Simpático y tan ávido de ver y de entender. Cuando llegó el relato de la muerte del P. Brest, las lágrimas corrieron de los ojos en abundancia y un jefe dijo: “¿Qué habéis hecho del cuerpo de este santo? ¿Por qué no me habéis traído tan precioso tesoro?”
No se explicaban como habían echado a las olas una persona que era tan digna de veneración. Y después de las ofrendas de frutos, hicieron todos una fiesta. La misa fue celebrada por un obispo, en presencia de otro obispo, siete sacerdotes y seis catequistas. Al recuerdo de esta misa pontifical en una pequeña isla de Oceanía el P. Bataillon escribe, con gran admiración: “Hemos escuchado bella música en Francia, pero me atrevo a decir que nunca ninguna armonía me había causado tanta impresión como el canto simple de estos cristianos del Nuevo Mundo.” Al día siguiente fueron de la pequeña isla de Akona a la gran isla de Mangarewa, donde vivía el rey. Nada más ver a los obispos venir, el rey que estaba montado sobre una piragua, con una bandera blanca y azul, orleada de cinco estrellas fue a su encuentro y los saludó. La piragua del rey se puso detrás de la embarcación de los misioneros, y pronto llegaron a la orilla. Todos los habitantes de la isla están de rodillas para recibir la bendición. “Entonces, escribe Mons. de Maroneé, nuestras miradas no encuentran en todas partes sino lágrimas de enternecimiento. ¡Qué sentimientos inefables se experimentan en este momento! La multitud nos sigue. Las mujeres dicen de nosotros con admiración: “¿Cómo vienen de tan lejos? ¿Sus madres y sus familiares no han muerto de tristeza al verse separados de ellos de por vida?” “Durante nuestra estancia en la isla, todo el mundo tiene vacaciones y el rey invita a alegrarse. Dos centenas de personas están aquí y allí reunidos en grupos, y sentados bajo las plantaciones de cocoteros y de árboles del pan. Se conversa, se recitan instrucciones sobre las verdades de la fe, se cantan cánticos.” “¡Oh, que espectáculo tan consolador ofrecía esta cristiandad ferviente! ¡Cuál es el misionero que no daría mil veces su vida por contribuir a tan gran bien!”. “Nos paseamos. Donde estemos, donde hablemos, se nos repiten hasta la sociedad los saludos. En vano digo: ¡Es suficiente! Muchos niños saben expresar en francés las fórmulas de saludo, y dan al mismo tiempo la respuesta. Esto es bastante divertido de oír.” Está claro que este modelo que vieron en las islas Gambier, más tarde les sirvió para tratarlo de imitar en los terrenos que les tocó trabajar apostólicamente. El P. Maigret que debía dejar las islas Gambier para irse a las islas Sandwich, se ofreció a los padres maristas para servirles durante algún tiempo de guía y de intérprete. La proposición fue aceptado con tanta diligencia como reconocimiento. El Europa, dejó su muelle el 16 de septiembre de 1837, y tardó seis días en llegar a Tahiti. Al salir de las islas Gambier el P. Bataillon escribe:
“No dejaremos de contar las maravillas que el Señor ha operado en estas islas benditas. ¡Qué felices deben estar este buen obispo y sus padres en medio de sus fervientes neófotos!” “¿Cuándo podremos por nuestra parte, gozar de la misma dicha? Pues, elevando nuestras miradas hacia el cielo: “Oh María, repetíamos, por la gloria de vuestro Hijo, y el honor de vuestro nombre, operar este prodigio en las islas donde iremos pronto a parar.” Por su parte, Mons. de Maroneé informó al Consejo de la Propagación de la Fe del admirable cambio operado por el celo de los religiosos de la Sociedad de Picpus: “Los habitantes del archipiélago Gambier, en número de más de dos mil, eran esclavos de toda suerte de pasiones, sobre todo de las divisiones y de las guerras frecuentes, además, eran antropófagos. Y helos aquí, vueltos buenos, dulces, puros en sus costumbres, y ya toman un cierto gusto en el trabajo. He visitado muchos de sus talleres en medera, sobre todo he encontrado paz unión y concordia. No he visto nada para mantener el orden, ni fortificaciones de guerra. Respetan cristianamente y por ellos mismos, la autoridad del rey y aquella de sus jefes. Este pío rey por su parte, les gobierna paternalmente. Muy recientemente ha puesto sus estados bajo la protección de la Santísima Virgen, y esto de una manera solemne el día de la Asunción”. Todos los viajeros que han visitado Tahiti no han podido evitar un grito de admiración. Bougainville estaba encantado de sus colinas, de sus frescas sombras, de sus ricas praderas rodeadas de limpios riachuelos. Otro viajero, Hernan Malville, no duda en decir: “La calma inefable y la belleza del paisaje, son tales, que los europeos creen disfrutar de un ensueño, y les parece imposible que en la realidad, haya paisajes tan encantadores”. Hacia finales del siglo XVIII, una Sociedad se fundó en Londres para repartir la Biblia en el mundo entero. Equipó un barco, el Duff, que salió de Portmouth el 24 de septiembre de 1796, con treinta y seis misioneros, a los que condujo a las islas del Océano Pacífico. Esta expedición evangélica no tuvo todo el éxito esperado. El Duff abordo Tahiti en el año 1797, y los metodistas formaron allí su primer establecimiento. “Se podría hacer constar en esta ocasión, decía el diario “El Amigo de la Religión”, la solicitud con la que los misioneros de Londres han elegido las islas más ricas, entre todos estos pequeños islotes de Oceanía, para sembrar la Palabra de Dios, que les ha producido tan bella recogida de dólares. Sean cuales fueren los motivos que han determinado la elección de la isla de Tahiti, es cierto que los resultados no corresponden a las esperanzas. Once de los misioneros transportados por el Duff, dejaron las islas de Oceanía por temor a los indígenas, muchos otros lejos de trabajar por el honor del Evangelio, dieron tan tristes pruebas, que los indígenas no perdieron nada a su marcha”. Al leer estas noticias, está claro que en el siglo XIX, el espíritu ecuménico estaba muy lejos de ser una realidad. Fue una de las dificultades que encontraron desde el primer momento los primeros misioneros maristas. La relación con los protestantes ya en la isla de Tahití comienza a ser fuente de conflicto. Aunque no debemos olvidar las buenas relaciones que existieron durante su estancia en el Europe.
Aquellas mentes, educadas en la creencia que tenían la verdad y los demás eran herejes, no veían con objetividad todo el fenómeno protestante. Así, después de haber acumulado pruebas, Marshall, en su libro de las Misiones Cristianas, se creía con derecho de sacar esta conclusión: “Los vicios que han hecho de los tahitianos, el sinónimo de robo, embriaguez, crueldad, mentira, avaricia, fraude, data como sus amigos lo atestiguan, de la llegada de los misioneros protestantes.” Delante de esta isla, convertida al cristianismo por los Metodistas, se presenta el Europe llevando misioneros católicos. Tahiti estaba entonces gobernaba por la reina Pomare, y ésta que mandaba en la isla, obedecía a las inspiraciones de un ministro metodista, el famoso Pritchard. Celoso de conservar toda su influencia sobre el espíritu de la reina, el ministro alejó con cuidado cualquier influencia que no fuera la suya. Evitó por todos los medios la entrada en la isla a los padres católicos, pues los veía como un verdadero peligro a su influencia. muchas veces, los Padres de Picpus habían intentado penetrar y establecerse en el reino de Pomare. Nunca se les había dado permiso para permanecer en la isla. El Europa, entra en el puerto el 22 de septiembre, seis días después de la salida de Mangarewa. Mons. Pompallier había sido instruido por el P. Maigret sobre la prohibición que había hacia los misioneros católicos. Esperaba por lo menos poner pié sobre un territorio que consideraba sin duda enemigo. Estaba entonces, como cónsul en Tahiti, M. Jacob Moerenhout, francés de origen holandés y antiguo soldado en Waterloo. Este cónsul era católico, y desde que se enteró de la llegada de padres de su religión, para él fue un deber y un honor presentarse a bordo del Europe para desearles la bienvenida. Encantado de su buena acogida, Mons. de Maroneé, le ruega que solicite, de su parte, hacia la reina, autorización para descender en la isla, no para establecerse, sino para pararse algunos días. La autorización fue pedida, y, con algo de sorpresa, obtenida sin mucha dificultad ni tardanza. Los pasajeros del Europa aprovechando el permiso, se fueron a la casa del cónsul y con ojos críticos, trataron de comparar la cristiandad católica de las islas Gambier con los protestantes de Tahití. He aquí las impresiones de uno de los misioneros: “Era domingo. Los naturales se dirigían con prisa hacia el templo; algunos iban corriendo y con un aire inquieto.” ¿Por qué esta precipitación y esta inquietud, pregunta un misionero? -¡Ah!, le respondieron, tienen miedo a llegar muy tarde. Saben que no es bueno faltar a la predicación del domingo o llegar después de la hora ¡Estos señores ministros no se incomodan por castigar la ausencia, dan un cierto número de golpes de acuerda o de bastón! ¡Y con frecuencia protestan con ligereza contra esto que llaman intolerancia papista!” Golpeados por los contratiempos, los misioneros católicos se comunicaron sus impresiones, que aumentaron su reconocimiento de haber sido elegidos por Dios para llevar a los pueblos de Oceanía el verdadero Evangelio.
Como habían obtenido de la reina Pomare el favor de visitar su reino, no pudieron evitar de pedirle una audiencia. El P. Maigret, iniciado en los dialectos polinésicos, sirvió de intérprete. Su majestad, ateniéndose al ceremonial del país, estaba sentada en su trono de bambú, no respondiendo sino con monosílabos lentamente articulados, les hizo comprender que a pesar de su vivo deseo, no consentiría de ninguna manera el establecimiento de misioneros católicos en su reino. Esto lo sabían por adelantado, y no tenían ninguna intención de quedarse, salvo el intérprete, el P. Maigret, que comprendió bien, que debía todavía, esperar una ocasión más favorable. La isla de Tahití pertenecía al Vicariato apostólico de Oceanía oriental. La jurisdicción de Mons. Pompallier no comenzaba todavía allí, y por lo menos el prelado pudo ejercer su celo, en Tahití, en un alma que pertenecía a su jurisdicción por derecho de nacimiento. Cuenta él mismo el hecho. “Ayer, dice, el Provicario me ha traido a bautizar un niño de seis años aproximadamente, nacido en Nueva Zelanda. El padre, que está empleado en nuestro navío, y es católico, se ha comprometido a enseñarlo según la doctrina de la Iglesia. El lo había dejado justo aquí, a personas de Tahití, ahora va a viajar con él por los mares. Lo he por tanto bautizado solemnemente en mi habitación del navío, delante de una especie de altar, donde he dicho la santa Misa. A continuación le he administrado la Confirmación. El niño se ha prestado con solicitud a las ceremonias que hacia. Todos los padres y catequistas estaban presentes. Este pequeño cristiano, será por tanto para la Iglesia, el primero de sus hijos en Nueva Zelanda. ¿No parece haber venido delante de la Buena Nueva, que estamos felices de llevar a estos pueblos lejanos?” Cuando habla de catequistas se refiere a nuestros queridos Hermanitos de María. En medio de un ambiente tan clerical del tiempo, quedan en la sombra. Esta reflexión hace nacer en el espíritu otra confrontación. El primer niño bautizado en Oceanía es de Nueva Zelanda, y Mons. de Maroneé, no pensaba entonces que entre esta multitud de islas, que estaban bajo su jurisdicción, sería justamente Nueva Zelanda, la que evangelizaría el mismo, y se volvería su residencia ordinaria. Desde Tahití, el Europa debía proseguir su ruta justo hasta las islas Sandwich. Era allí donde Mons. Pompallier tenía la intención de llegar con sus compañeros; pero cambia de idea y da esta razón: “He tomado, en Tahití, noticias muy ventajosas a la misión para las islas de los Amigos, de Fidji y de Nueva Zelanda, hasta tal punto que abandono el Europe que debía transportarnos a las Sandwich, donde habríamos esperado otra ocasión para penetrar en Micronesia. Alquilo aquí una goleta, que pertenece a M. Moerenhout, por cuatrocientas piastras por mes, por un tiempo ilimitado, con la facultad de hacer escala en las islas, atravesando los archipiélagos de los Amigos, de los Navegadores y de Fidji." Esta goleta se llama Raiatea, M. Stocks, pasajero del Europe renuncia a su proyecto de ir a las islas Sandwich, y, por afecto a los padres católicos, a los cuales había conocido durante el viaje, acepta ser el capitán de la goleta fletada por ellos. Los adioses fueron emotivos. Cuando la Raiatea salió al mar, los marineros y los pasajeros del Europe se encontraban sobre el puente agitando sus pañuelos y enviando saludos, el capitán elevó el pabellón del navío, como último signo de afecto.
El 5 de octubre, la goleta se encuentra delante de la isla Ulieta. Es allí donde comienza Oceanía occidental, esta porción de terreno que Dios había asignado a los obreros de la Sociedad de María. Se prepararon para descender a la isla, pero no pudiendo se vieron obligados a continuar el viaje. Quince días después tienen a la vista la isla de Vavau, en el archipiélago de los Amigos. En cuanto la percibieron en el horizonte, los misioneros no pudieron contener un grito de alegría. Bajo la influencia de los deseos de llegar a trabajar efectivamente en alguna isla, todos cayeron de rodillas y comenzaron a dar gracias a Dios. Incluso Mons. Pompallier levantó su mano y bendijo a la isla en una señal de toma de posesión. El navío buscó un muelle. Es la tarde del domingo del 22 de octubre. De pronto una tormenta estalló. La lluvia caía por torrentes, el viento soplaba con violencia, la noche se acercaba, pavorosa, horrible, sin otra luz que aquella de los caros que abrían las nubes. Después el viento se detuvo, y el navío entró por la corrientes hacia los arrecifes que bordean la costa. Al resplandor de los claros las rocas aparecen, están allí tan cerca que no queda ninguna esperanza de escapar del naufragio. Los marineros se han cansado en esfuerzos inútiles. Esperan la muerte. Pero los misioneros lanzan el grito de angustia y de confianza. Como los apóstoles han dicho: “¡Señor, sálvanos; que parecemos¡” Hijos de María han añadido: “¡Oh María, mira a tus hijos!” De pronto el viento cambia. Viene de la orilla, y empuja el barco hacia la alta mar. Se puede pensar que es la salvación. Pero el viento cambia de nuevo, y las corrientes comienzan su empuje. La lucha es en lo sucesivo imposible. Ya se ha desenganchado la chalupa para intentar por lo menos esta posibilidad de salvación. Los misioneros no han desesperado. Piden a Dios que los conserve para trabajar por aquellos que les esperan. El viento se ha cambiado una vez más en el momento decisivo, y esta vez con la suficiente fuerza y constancia para arrancar al navío de todo peligro, y relanzarlo en plena mar. Cuando el capitán se vio fuera de todo peligro, se lanzó de rodillas gritando: “¡Oh Providencia, oh Providencia!” Y añadió en su emoción: “Desde que recorro los mares, nunca ne he visto tan de cerca la muerte” Los padres cantaron un Te Deum sobre el barco, que, según todas las apariencias, debería haberse estrellado contra los arrecifes. Cantaron también las Letanías de Lorette, y remarcaron que este mismo día, habían celebrado la fiesta del Patronato de la Santísima Virgen. La goleta, después se alejó de la isla durante la noche. Una vez que se calmó el mar se aproximó y se dispuso a echar el ancla. En ese momento una piragua dejó la orilla. Cual no fue el asombro de los misioneros, cuando vieron salir de esta piragua para montar a bordo, un hombre que tenía todos los rasgos europeos, a pesar de su atvendo de nativo, y que se puso a hablarles francés. De un rostro enérgico, con una fuerza muscular poco común, un aire lleno de franqueza y amable en su favor, respondió a los que le interrogan que se llama Charles Simonnet,
que era un viejo marinero del Astrolabe y que formaba parte de la expedición de Dumont d’Urville. Quiso antes que nada explicar cómo había llegado a esta isla. El Astrolabe, contó Charles Simonnet, había fondeado en Pagai-Motu, en la isla de Tonga. Dumont d’Urville envió el gran bote, para traer agua y arena. La tripulación del bote fue atacada por los indígenas, estos se defendieron valientemente. Del Astrolabe salió un grupo en socorro de los que estaban en peligro, recogiendo a los heridos y a los moribundos. Se vio que dos marineros se habían quedado en tierra. La opinión fue que se habían pasado al enemigo. ¿Por qué causa? No se podía imaginar, pero el hecho estaba allí. Se interpretó por mala intención en parte. Charles Simnnet era uno de estos dos marineros mirados como desertores. Y sostiene vivamente a los misioneros, que no merece esta nota infamante, y que había sido hecho prisionero durante el combate; creyeron sus palabras y trataron con él como si hubiese dicho la verdad. La presencia de estos sacerdotes franceses evoca en su alma de marinero el marinero el recuerdo de su patria, de donde estaba desterrado por una ausencia que había podido parecer una deserción. No demuestra otro afán que rendir todos los servicios posibles a sus compatriotas. Lo que se le pide antes que nada es luz. ¿No se necesitaba conocer el país donde se tenía la intención de establecerse y el pueblo que se quería convertir al cristianismo? Los misioneros tuvieron el dolor de constatar que no llegaban los primeros a la isla de Vavau, ya hacía años que en la isla habían llegado los protestantes. Esta isla de Vavau, estaba entonces gobernada por el rey Tupou, conocido después bajo el nombre de rey Georges. Jefe de una pequeña aldea de las islas Haapai, uno de los grupos del archipiélago de los Amigos, Georges había logrado una gran influencia gracias al apoyo de los ministros wesleyanos, de los cuales había abrazado la religión. Ambicioso y obstinado, sabiendo esperar el momento favorable, no se paró un instrumento de dominio, y convencido de servirle, no solo para establecerse, sino todavía para ensanchar su poder. Sus primeros intentos no fueron coronados con el éxito. Vencido, se vio obligado a volver a las islas Haapai, y quedarse allí un tiempo como en exilio. No se desanimó por este golpe fallido. Empujado por la ambición comienza su proyecto de conquista, consiguiendo ganarse la confianza y asegurarse la ayuda de los jefes de grupo de las Haapai, consiguió por astucia apoderarse de la isla de Vavau, y terminando por establecer su dominio sobre todo el archipiélago de los Amigos. Mons. de Maroneé da las gracias al marino por todos estos preciosos detallas, comprende todas las dificultades de la situación. Se decidio que a pesar de la presencia de los ministros protestantes en Vavau, se buscaría la manera de establecerse en esta isla que estaba ya ocupada. Guiados por el marinero francés, Mons. Pompallier y sus misioneros descendieron a la isla de Vavau y fueron conducidos a la choza del rey Georges. Después de un corto tiempo, el obispo pidió al rey permiso para dejar en la isla a alguno de los suyos, que podría aprender la lengua del país, y que, en pago sería un honor poder enseñar a los habitantes los conocimientos de las naciones civilizadas.
“Os podeis quedar aquí, respondió el rey, os lo permito. En relación a los conocimientos que queréis enseñar, no os puedo responder todavía. Tengo necesidad de consejo.” Tenía costumbre de dejarse dirigir sobre ciertas cuestiones, por el Reverendo Thomas, uno de los ministros anglicanos que ejercía sobre él una verdadera dominación. Como este consejero íntimo y muy influyente no se encuentra a disposición del rey, y éste no quería tomar una decisión sin haberla consultado como hacía habitualmente, les dijo que debían esperar la respuesta. El obispo temió que sea el primer paso para denegar el permiso. Sin embargo, no demuestra sus temores, y ruega al rey, que vaya a comer a bordo del Raiatea. La invitación fue aceptada. A la mañana siguiente, a la hora indicada el rey se presenta en el navío. La pregunta de la víspera fue repetida, pero Georges evita todavía dar una respuesta precisa, se ve por lo menos que no debía empeñarse sin el parecer de su consejero ordinario, esta fue una razón para no insistir y para callar, pues valdría mejor dejarlo para más tarde. Ante nuevas instancias el rey responde: “He abrazado la religión de los ministros y no es mi intención abandonarla”. Había sido instruido por adelantado y puesto en guardia contra el celos de los misioneros católicos. Estos le hicieron observar que no decidiese por él mismo el cambiar de religión, que sería suficiente permitirles establecerse en su reino, que lo vería en las obras, por la comparación de los efectos producidos y que tendría siempre la última palabra a la hora de decidir cual sería la mejor. Todas estas razones no interesaron al rey. Evitaba dar una respuesta decisiva y permitía en querer esperar la vuelta de su consejero. Tan pronto como el R. Thomas volvió de su excursión, Mons. Pompallier le pidió una entrevista. La entrevista fue aplazada hasta el día siguiente por el prudente ministro, que aprovechó este intervalo para trabajar el espíritu del rey y del pueblo. En la entrevista el obispo católico habló al ministro protestante con respeto, pero con firmeza. No intentó disimular que se proponía dejar en Vavau a uno de los suyos, para predicar el catolicismo, pero añadió que ni las leyes de Inglaterra, ni las de Francia, se oponían a tal deseo. Además él estaba provisto de cartas de recomendación del gobierno de Francia, y lo mismo de muchos cónsules ingleses y americanos; y que después de todo, aquello era una cuestión de derecho de gentes, y que para establecerse en Vavau, el misionero católico se acreditaría de su título de ciudadano francés, así como el misionero protestante, se había acreditado de su título de ciudadano inglés. M. Thomas, no estaba preparado para refutar este argumento. Se contentó con dar esta respuesta. “La isla de Vavau es muy pequeña para dos religiones, y sé muy bien que si os permito quedaros, no tardaréis en atraer a todos a vosotros. Por otra parte está cerca de aquí la isla de Wallis, donde nuestra religión no ha penetrado todavía, y en donde tendréis toda la libertad y toda la facilidad de introducir vuestro culto”.
Ya los misioneros protestantes de Vavau habían intentado establecerse en Wallis, pero habían sido masacrados. Los misioneros católicos ignoraban este detalle importante y no podían juzgar la maldad del consejo. Aún así no pararon de poner nuevos argumentos en su favor. El ministro empujado al extremo, puso fin a su conversación con estas palabras: “Todo lo que nos decís aquí es inútil puesto que la decisión de este asunto no concierne más que al rey.” Nadie dudó de esta mentira y las esperanzas se desvanecieron. Cuando fueron a preguntar al rey, este los despidió con estas palabras: “He pensado y tomado consejo. No veo dos religiones en mi reino. Salid por tanto de esta isla. He aquí mi voluntad.” El rey había repetido la decisión del ministerio. El obispo viendo que era inútil insistir, se levantó diciendo: “Nos vamos pero volvemos”. Los misioneros siguieron al obispo, algo afligidos pero no desanimados, y como su pastor repetían: “Volveremos”. “Volvimos a bordo Raiatea, dice el padre Chanel, el pastor protestante para hacernos creer que no tenía nada que ver con la decisión del rey, nos dirigió una carta de condolencia, acompañada de una pequeña caja llena de impresos tongoneses, samoanos y fidjienses. Muchos ingleses vinieron a despedirnos, y no pueden menos que confesarnos que la conducta de su pastor les subleva y que nuestra salida era soberanamente deplorable. Estos sentimientos les fueron inspirados por nuestro capitán, protestante también, que había quedado admirado de lo que el apostolado católico había hecho en las islas Gambier”. Monseñor Pompallier y sus misioneros expulsados de la isla de Vavau, tuvieron una reunión a bordo del Raiatea. Sin estar abatidos de este primer fracaso, se preguntaron hacia qué lado dirigirían su ruta. El nombre de Wallis fue entonces pronunciado. ignoraban la masacre de la que fueron objeto los misioneros protestantes. Aunque la hubiesen conocido, esto no les hubiera detenido en su deseo. El peligro no les frenaba en absoluto. Bien pronto se supo la verdad. Un inglés protestante de nombre Thomas Boog, vino a pedir pasaje en el navío, el había fijado su residencia en la isla de Futuna. Deseaba comprometerse, dar todas las enseñanzas necesarias sobre esta isla y sobre la de Wallis que estaba muy cerca. Hablaba el idioma del país, y podía ser de mucha ayuda para entrar en relación con estos pueblos. Los misioneros vieron en este ofrecimiento una atención de la Providencia, que les trazaba el camino. Fue decidido que la goleta tomara el camino de Wallis y de Futuna. Superado este contratiempo que los alejaba de Vavau, su presencia en esta isla no fue tan infructuosa de lo que parecía ser, pues sirvió para la salvación de un alma. Charles Simonnet de Tonga, y tuvo el honor de sufrir la persecución a causa de sus relaciones con los misioneros católicos.
A punto de dejar esta tierra en donde había recibido tan mala acogida, Mons. de Maroneé dejó a un marinero francés una carta, con la recomendación de remitirla al primer comandante de barco que fondease en la isla. Esta carta encerraba una protesta motivada por la conducta del ministro inglés con respeto a los padres franceses. Charles Simonnet no guardó silencio sobre el contenido de esta carta, y por otra parte manifestó valientemente la indignación que había sentido por la expulsión de sus compatriotas. Se volvía así para el ministro una amenaza, e incluso una amenaza peligrosa que era preciso parar. Al día siguiente de la salida del Raiatea, recibió la orden de dejar Vavar en el mas breve plazo y al mismo tiempo fue advertido que retendrían a su mujer y a sus hijos para garantizar que no volvería en un futuro. El bravo marino no se extraño de este proceder expeditivo. Comprendió que era el pago de su audiencia, y dijo al rey: Muy bien, si voy a dejar esta tierra que será golpeada por el yugo de Dios, espero que me proporciones el modo de dejarla. El rey Georges hizo, por lo tanto, equipar una piragua doble, y el marino salió declarando al rey que lo dejaba responsable de su mujer y de sus hijos,. Tenía intención de retirarse a las islas Samoa, desde donde podría volver un día a Vavau; pero una tempestad lo desvió de su ruta y lo echó sobre las Nuevas Hébridas. Escapando de todo peligro logró llegar a Nueva Zelanda. Más tarde fue a Wallis donde rindió grandes servicios a los misioneros. Tres días después de la salida de Vavau, los pasajeros del Raiatea descubrieron en el horizonte la isla de Wallis. Era el 1 de noviembre de 1837, fiesta de Todos los Santos. La misa fue celebrada por Mons. de Maroneé sobre la golera, de cara a esta isla. Debió ser un momento de gran emoción para todos los misioneros. Por fin veían que sus esperanzas de llegar a trabajar en la salvación de las almas se podían comenzar a cumplir. A penas el oficio terminó, dos piraguas se aproximaron a la goleta. Llevaban dos nativos jóvenes: Pelo y Tuugahala, que sabían algunas palabras de inglés. Pelo porque había viajado en un ballenero; Tuugahala, porque en calidad de piloto, tenía ocasión de hablar con los americanos. Sucedió, por un feliz coincidencia, que M. Stocks, el capitán del Raiatea había visto otras veces a Pelo. Pronto se reconocieron. Puede que esto contribuyera a disponer a los indígenas a favor de los misioneros, por lo que se le agradeció este detalle al capitán, aunque era protestante. Mons. Pompallier tomó al P. Chanel y al P. Bataillon para que les acompañaran a visitar al rey. Pelo se ofreció a conducirlos. Tuugahala quedó en el navío con el fin de montar guardia que bien sabía no iba a ser inútil. Ya los indígenas acudían en muchedumbre, y como tenían la inclinación de apropiarse de todo aquello que pidiesen llevarse en las manos, era necesaria una autoridad reconocida para evitar esa inclinación muy perjudicial al bien de los otros. Al tocar la orilla, donde se proponían establecer el Reino de Dios, los misioneros cayeron de rodillas y recitaron el Ave Maris Stella. Después de la oración se levantaron y entraron en la choza de su guía. La familia recibió la primera visita y la primera visita y la primera bendición de los enviados de Dios. A continuación se pusieron en marcha para llegar a la residencia del rey.
El sendero que siguieron estaba maravillosamente sombreado. Encima de sus cabezas, los árboles forman un velo de verdor impenetrable a los rayos del sol. Pero los viajeros a penas se fijaron en los esplendores de la vegetación. “Nuestro corazón, dice el P. Bataillon, próximo a la inquietud, no nos permitía contemplar con gusto, las bellezas sin número que la naturaleza ofrecía a nuestras miradas. La oración se escapó de nuestros labios, con el fin de que aquel que tiene en sus manos los corazones de los reyes, nos hiciera favorable a aquel que íbamos a visitar”. Por fin el guía dice: “Es aquí.” Los viajeros miran. Nada en el exterior indica el palacio de un rey. Es una choza, ni más grande ni más adornada, ni más rica que las otras chozas. La sola diferencia que se puede ver a primera vista, es una pequeña elevación de la tierra, recubierta con una estera y sobre la cual el rey se sienta con tanta gravedad como si fuera sobre un trono de marfil y oro. Las mentes de los misioneros, acostumbradas a una monarquía poderosa y exuberante como la francesa, quedaron un tanto admirados ante la simplicidad del “palacio” del rey de Wallis, que nada tenía que ver con Versalles. La audiencia comienza al instante por una ofrenda de presentes traídos de Europa por los misioneros. Los salvajes son tan sensibles a esta elocuencia, que no se necesitan palabras. Los presentes consistían en cuchillos, cinceles, botones, agujasm y otros pequeños detalles que eran dignos de un rey de Oceanía. Los misioneros le dieron cuenta rápidamente que fue un acierto comenzar su entrevista por este punto. El rey mostró una satisfacción muy marcada, y esta satisfacción fue compartida por todo el entorno, pues las costumbres de la isla exigían que el rey se ocupase de distribuir a todos los asistentes lo que recibía de la generosidad de los extranjeros. Entonces, gracias a Thomas Boog, que actuaba como interprete, Monseñor expuso el motivo de su visita y la intención que tenía de dejar alguno en la isla para que aprendiera la lengua. El rey se puso a reír, después hizo una pausa. En las costumbres del país, esa pausa significa que se reflexiona y que se va a continuación alguna cosa que merece la pena. La palabra importante que acentúo el momento de silencio fue esta: “¿Sois misioneros?” La pregunta era grave en las circunstancias en las que se hacía y no dejaba lugar a una respuesta ambigua por respuesta. El obispo no quería dar una mentira por respuesta, pero no se quería por otra parte que por una sola palabra se destruyeran todas las posibilidades de éxito. Monseñor tiene presente en este momento que los nativos enviados desde Vavau, para implantar el protestantismo en la isla de Wallis, habían sido vistos como misioneros, y que después, este nombre había sido suficiente para matarlos. Pensados estos antecedentes responde: “no, no somos misioneros como aquellos que han venido a vuestra isla. No tenemos ni las mismas ideas, ni las mismas intenciones y solo pedimos quedarnos para aprender vuestra lengua. El rey se contenta con esta respuesta que no estaba muy lejana a la verdad. “Bien, contesta, os podéis quedar, en condición de amigos.”
Los misioneros, agradecidos, alzan su oración a Dios y llenos de esperanza se apresuran a llevar esta buena noticia al navío donde era esperada la respuesta con impaciencia y miedo. El padre Bataillon fue designado para quedarse en Wallis con el Hno. José Javier Lucy. Este con esta ocasión unas palabras que lo definen por entero. “Acepto con agradecimiento, dice, el honor que nuestro venerable Obispo emplazándome el primero en el campo de batalla”. El P. Bataillon comenzó los preparativos para instalarse junto con el Hno. Joseph Javier Lucy. Se les presentó bien pronto una ocasión para conocer la manera de ser del pueblo en el que van a quedarse a vivir. La goleta estaba llena de insulares que, a pesar de una vigilancia activa, habían ya robado gran cantidad de objetos que miraban como si fueran de su posesión legítima, porque habían tenido la habilidad de quitárselo a los otros. En una sociedad capitalista y mercantil como la francesa de aquellos tiempos, no se podía ni imaginar que existieron sociedades como las polinesias en las que propiedad privada no era casi conocida. En realidad son dos mundos muy distintos que se encuentran por primera vez. Lo que nuestros queridos misioneros ven como una amenaza, los nativos lo ven con toda naturalidad. Todos sabemos que aquello que llama la atención a los pueblos primitivos, capta su interés e inmediatamente quieren poseerlo. Los visitantes estaban armados de hachas y de casse-tete. Las caras se volvieron amenazantes. Habían cambiado de signos y de palabras. Aquello parecía un complot. Felizmente para la tripulación del Raiatea, Tuugahala se encontraba a bordo en ese momento crítico. Es jefe, y gracias a su autoridad reconocida por los nativos impuso el respeto. Dio una orden, y en un abrir y cerrar de ojos, el puente del navío lleno de visitantes amenazantes, queda despejado y el peligro desaparece. El rey había enviado una piragua para ayudar a transportar a su choza los efectos de los misioneros. Después del episodio del navío se habían tomado precauciones contra su codicia. Thomas Boog y el P. Servanta, tomaron un lugar sobre esta piragua para ejercer cierta vigilancia sobre los efectos que se transportaban. Los nativos buscaron una razón para descender a sus acompañantes en la orilla y ellos ir más lejos con las bolsas llenas de riquezas que habían excitado su avaricia. Sin violar las leyes de su país, hicieron saltar los cerrojos, llevándose todo aquello que era de su conveniencia, y, con una inocencia que parecía descaro, depositaron a continuación las bolsas en la choza del rey. A la mañana siguiente, cuando los misioneros entraron en la choza, no les fue difícil constatar el robo y el pillaje. Se tomó la resolución de pedirlas al rey, que en aquel momento estaba ausente. Otros acontecimientos en esos momentos se estaban gestando. Se formaron dos grupos alrededor de la choza. Las miradas de los naturales se vuelven feroces y en sus manos llevaban armas. Evidentemente tienen proyectos hostiles contra los extranjeros, pero Tuugahala se pone en medio de la multitud, y tomando la palabra defendió a los misioneros. Llegó el rey. Los nativos continuaron hablando con animación. El rey creyó que debía repensar la cuestión del permiso a los extranjeros, y pidió opinión a su puebloUn viejo se adelantó. Es el Kivalvo primer ministro. Dice al rey. “Pides mi opinión y te la doy; creo que estos que quieren quedarse en medio de nosotros nos quitarán un día nuestra religión. Mis cabellos blancos me hacen oponerme a todo aquello que pueda destruir los cultos ancestrales”.
Estas palabras causaron una viva impresión en la asamblea. Tuugahala habló en voz baja al rey que estaba sentado al lado de él, como tenía mucha influencia es escuchado y el rey renueva públicamente la autorización. La asamblea estaba descontenta, pero sumisa a la voluntad del rey. Se dispersó, y los misioneros se apresuraron a alejarse, para que no se volviera de nuevo sobre el tema. Sabemos con toda certeza que los métodos de evangelización que se utilizaban en aquellos tiempos no eran muy conciliadores con las religiones y las costumbres de los pueblos con los que entraban en contacto. El primer ministro tenía razón al temer la destrucción de sus dioses y de sus costumbres. Más tarde esto sería una realidad. Conviene también aclarar que esto se hacía sin mala intención. La “verdad” tenía que prevalecer ante la “idolatría” y la “inmoralidad” de aquellos pueblos. Palabras como inculturación, respeto de los valores autóctonos y otras; aunque no eran nuevas dentro de la Iglesia, se habían olvidado. Nuestros padres y hermanos maristas, eran fruto de una mentalidad reinante. La Raiatea se hizo de nuevo a la mar navegando prudentemente entre los bancos de coral. A 120 millas de Wallis se encuentra Futuna. Aparece en el horizonte como la banda gris separando el cielo y el agua. Las aguas son tan transparentes que se pueden ver los corales en flor en el fondo del mar. Todos los misioneros admiraron este espectáculo tan fascinante y maravilloso. En Futuna se deben detener solamente un momento para embarcar a unos polinésicos, después la nave se dirigirá a Rotuna donde el obispo tiene pensando fundar la segunda misión. Más tarde oyendo hablar a los marineros de las buenas disposiciones de los insulares, comienzan a interesarse y a pensar en establecerse en la isla. Después de algunas dudas decidieron pedir al rey la instalación de dos de ellos. El P. Chanel se mostró contento de poder al fin comenzar su apostolado. En Futuna, como ya lo había hecho en Wallis el obispo pidió autorización al rey para dejar en el lugar a dos de sus compañeros para aprender la lengua del país. Como había ocurrido anteriormente el rey dudó, lo que provocó una gran discusión entre los nativos más importantes. Malingi, el primer ministro, se opuso a la permanencia de los extranjeros. Por otra parte, Mailé, primo del rey y guerrero muy escuchado por su bravura, dijo: “Creo que haríamos bien en no ahuyentar a los blancos y dejarles en las islas, su presencia solo podrá reportarnos riquezas.” Finalmetne Niuliki cedió y declaró solemnemente que tomaba bajo su protección al P. Chanel y al Hno. Marie Nizier que fueron declarados primos del rey. Para festejar esta adopción, ofreció un gran “kava” de honor. Para entender un poco lo que se hizo se podría decir que se ofreció un vino de honor. El “kava” era una bebida que ocupaba un ligar privilegiado en la vida de la isla, y su consumo se acompañaba de ritos minuciosos. Se podría decir que era una bebida ritual. Después del consumo del “kava” llegó la fiesta. El menú: pequeños cerdos asados enteros, era el plato de las grandes ocasiones. Entre los pueblos oceánicos, el cerdo ocupa un lugar privilegiado dentro de sus alimentos. Este menú se completaba con names, taros, bananas, servidos en platos que consistía en hojas de cocotero. La fiesta terminó en una danza local. Entre tanto Monseñor Pompallier y el P. Chanel volvieron a la goleta. Su ausencia se prolongó bastante, lo que comenzó a causar cierta inquietud.
Al día siguiente el P. Chanel y el Hno. Marie Nizier, descendieron definitivamente a tierra con sus modestas pertenencias. De nuevo eran dejados dos misioneros maristas en una pequeña isla del Océano Pacífico. Perdidos en la inmensidad del mar. En medio de unas gentes de las cuales no conocían ni la lengua ni las costumbres. Sólo el gran amor a Dios y el deseo de predicar su Evangelio, les podía animar a permanecer allí. Cuando se ama a Dios con todo el corazón se es capaz de estos sacrificios. Después de las despedidas de rigor la goleta se fue alejando del horizonte. La semilla había sido arrojada en un terreno lejano. Sabemos por la historia que daría fruto años más tarde, pero cuantos sacrificios y trabajos costó. La sangre del P. Chanel fue un “abono” esencial. El miércoles 1 de enero de 1837 la pequeña tropa apostólica conducida por Mons. Pompallier, llega a Nueva Zelanda. Gracias a las indicaciones que ha obtenido en Sidney, había decidido llegar a Hokianga, en la isla del Norte, sobre la costa noroeste, cerca de la punta septentrional externa. Una vez hechas las fundaciones de Wallis y de Futuna, era necesario fundar un establecimiento de Procura, para llevar desde allí la administración y el abastecimiento. El obispo veía necesario mantener algún puesto de misión alejado de la avaricia de los insulares, después de la experiencia tenida en Wallis donde perdieron gran cantidad de material; por otra parte se necesitaban comunicaciones frecuentes y posibles. Pompallier vio que en su mismo territorio no encontraba ningún lugar idóneo y pensó desde un principio poner la procura en Sidney, que era una floreciente metrópolis de Austria, que tenía ya en aquellos tiempos mucho futuro y provenir. En camino se encontraba la isla de Rutuna, donde se establecería más tarde una misión. El 9 de diciembre de 1837 entran en el puerto de Sidney. En sus cartas y sus informes, Mons. Pompallier insiste mucho en la hospitalidad del obispo de Sidney, Mons. Polding. Este prelado no permite que se aloje en otra parte sino en su humilde palacio; y a su marcha, quiere guardar en depósito las cajas que contienen los objetos de culto, los libros, los útiles, las provisiones que se tendrían que repartir más tarde entre todas las misiones que se fuesen fundando. En cargó el mismo a uno detalles de la correspondencia. M. Mac – Encroe, se vuelve ce desde ese momento el amigo afectuoso de los maristas, y este fue el origen de la Procura fundada pocos años después por los padres Dubreul y Rocher. Nuestro obispo encuentra en esta hospitalidad inesperada un reposo merecido después de un largo viaje, y aprovecha para recabar información sobre todo su Vicariato y de manera especial sobre Nueva Zelanda; estas informaciones le serán de gran ayuda posteriormente. Una noticia le hace decidirse definitivamente. Se entera que los protestantes ya hace años que trabajan en el archipiélago de Nueva Zelanda. Las confesiones que más influencia tienen son los anglicanos y los wesleianos, con los que una vez llegado tendrá grandes problemas. La tranquilidad y el descanso cesan por completo y después de haber celebrado con toda solemnidad las fiestas de Navidad en la catedral de Sydney, el 29 de diciembre, da orden de preparar todo para dirigirse a Nueva Zelanda. Pensó desembarcar en la Baie – des – lles, sobre la orilla oriental de la isla Norte, donde se había que las naves comerciales comenzaban a llegar, pero supo que en Hokianga encontraría poblaciones importantes y emigrantes irlandeses buenos católicos; con ellos no faltarían servicios religiosos, fue por tanto como meter el hilo en la aguja.
Por fin llegó el día señalado, el 10 de enero de 1838, era miércoles y hacía más de un año que habían salido del Haure. Con el prelado desembarcaron el P. Servant y el H. Michel, los únicos que quedan del envío de Francia. Guiados por un piloto indígena, nuestros tres misioneros, pasan sin dificultad la barra de arena del río y remontan su curso durante 18 leguas, llegando a un lugar llamado Totora, donde vivía un bravo irlandés, conocido de Mons. Polding. El obispo de Sidney le había entregado una carta de recomendación a Mons. Pompallier para que se la entrega a este señor. Se llamaba Poynton y era el jefe de una gran explotación de madera carpintería. Hokianga, al noreste de la isla Norte, es el nombre de un bello río, que riega un rico territorio. La barra de arena que formaba su desembocadura era bastante bonita. Sin ser insensibles a ésta naturaleza, nuestros misioneros tenían otras preocupaciones. Debían establecerse lo más pronto posible, para poder soñar mañana. Con las mejores disposiciones, Poynton se ofreció para construirles a preció módico una residencia en el lugar que desearan. Mientras tanto puso a su disposición una de las cabañas que ya estaban construidas. El P. Servant y el H. Michel se apresuraron a meterse en la habitación principal. El 13 de enero, octava de Epifanía, el Santo Sacrificio fue ofrecido por primera vez en las antípodas de Francia. Era sábado, un día muy especial para los maristas. Este momento fue un gran acontecimiento para las tribus vecinas. De todos los lados acudieron los jefes seguidos de gran multitud de súbditos. Se mostraban contentos, como maravillados, sobre todo cuando contemplaban las ceremonias de la Santa Misa, que el obispo y el sacerdote celebraban a la vista de todo el mundo. La mayoría de ellos eran animistas, aunque ya había alguno que había sido convertido por los protestantes. “Estos, nos dice el P. Servant, parecían poco unidos a sus ministros, de los que decían que no tenían corazón, y les reprochaban que no rezaban más que con libros. Monseñor, por los regalos que daba a los indígenas, tabaco sobre todo, del cual sabía que eran muy ávidos, etc., redoblaba la concurrencia. Como ellos ofrecían por su lado gallinas o cerdos según la costumbre del país donde no se da nada por nada, su grandeza rehusaba diciendo que sólo quería sus almas. La alegría desde ese momento se volvió entusiasmo. ¡Kapai! ¡Kapai! Gritaban por todas partes. ¡Qué bueno! ¡Qué este desinterés hacía más honor al corazón del prelado que a su prudencia. Leyendo sus cartas se ve que creyó que con estos favores populares había logrado un decidido gusto por la fe católica, aunque la ligereza y la codicia de los indígenas podían probar mejor esta simpatía. Las necesidades en estos primeros momentos eran inmensas, y aumentarían sin duda a medida que llegaran otros misioneros. Acostumbrar a los nativos desde un primer momento a recibir regalos, era exponerse a cambiar la naturaleza misma del apostolado, y por otra parte excitar su codicia, que se volvería más exigente a medida que no se pudiesen satisfacer sus deseos. Aparentemente parecía que estos comienzos prometían. Llenos de confianza, nuestros misioneros aprovecharon la relativa comenzaron a estudiar el maroní, que era la lengua indígena. También comenzaron a estudiar el inglés, pues los colonos europeos que allí se encontraban lo hablaban. De esta manera podrían entrar en contacto con más facilidad con los pobladores de aquellas tierras. El obispo se preocupó por lo menos de conocer la geografía y la historia del país. De sus primeros estudio sacó pronto una conclusión que los puertos del río Hokianga, debido a sus malas comunicaciones no podían servir de centro de la misión; y que, Baie – des – lles, en la costa oriental, ofrecía más ventajas. Tomo por tanto la decisión de trasladarse lo antes posible pero una vez hubiese madurado bien el proyecto.
BAIE DES ILES EN EL AÑO 1 8 4 5 Otro descubrimiento le fue más amargo, se produjo al poco tiempo de estar allí y fue el que empujo a cambiar de residencia lo más pronto posible. Sabía que los protestantes ya estaban en las tierras en las que se había instalado, pero ignoraba el número y el éxito de sus conquistas. No sabía siquiera que había plantado su tienda en el lugar que los metodistas tenían su cuartel general. Estos se habían dividido con los anglicanos la isla del Norte, y solo en la dársena del río ya contaban con dieciséis estaciones. Los metodistas con más furia que los anglicanos, veían a los sacerdotes católicos como “apóstoles del mal”. Estas disposiciones hostiles fueron aumentando cuando vieron el celo con el que tomó el obispo su labor apostólica. Se conservan las impresiones del reverendo Turner, ministro metodista, ante la primera predicación de Mons. Pompallier, el 13 de enero, cuando se celebró la Misa por primera vez: “El sábado, 13 de enero, dice, los naturales de Mangamouka, se encontraban atravesando Totora para llegar a Mangoungou, estación principal de los ministros, para el oficio de la mañana. M. Poynton, que los encuentra, les hizo entrar en su casa y les presenta a sus nuevos conocidos. El obispo ve la ocasión para comenzare su apostolado, y fue una ocasión de asombro para los nativos. Revestido con los ornamentos de fiesta y yendo sus misioneros al lado de él, comienza con solemnidad en el aire apacible de la mañana, llevando de una manera misteruisa, un gran crucifijo y la imagen de una mujer que tenía un niño pequeño en los brazos. Poynton traduce sus palabras, a cada instante la sorpresa de los maronís aumenta. De cara a el se levanta a ciento cincuenta pies de altura un Kauri, conífera autóctona, de inmensa envergadura. Con la vista y con el gesto indica el tronco, y dice que esta es la imagen de la Iglesia de Roma que resiste a tantas tempestades. Sus gruesas ramas estropeadas a la de Wesley. Llenos de cólera y asombro los nativos corrieron hacia sus maestros.” Como eses discurso había excitado tanta cólera, los ministros hicieron que los insulares estuviesen prevenidos contra los misioneros católicos. “A penas desembarcamos, dice en un informe el Vicario apostólico, los ministro metodistas del contorno dieron la alarma. Se pusieron a recorrer las tribus esforzándose en predisponerlos contra nosotros. Les decían que les quitaríamos los dioses de madera; que nuestra intención era apoderarnos de su país, explotarlos, quemar sus wharés, que teníamos una doctrina de error y de malicia; para terminar que seríamos una calamidad que les haría muy pronto abandonar sus islas. Poco a poco todo se fue llenando de sordas murmuraciones. Algunos días después de la plática del obispo, más concretamente el 22 de enero, ya amaneciendo, las gentes de Mangamouka, se pararon delante de la casa del Vicario apostólico. Eran las seis. Mientras que los misioneros recitaban sus oraciones ordinarias oyeron unos sonidos confusos fuera. El hermano fue a abrir creyendo que se trataba de alguna visita amigable, y encuentro formando un semicírculo a veinte o treinta indígenas. Rápidamente va a avisar al prelado que desciende la habitación de arriba, y les acoge con una sonrisa en los labios, con todos los signo de bienvenida. Pero los rostros de los naturales denotan que no vienen en son de paz. La situación se hace aun mas crítica debido a que ninguna de los tres misioneros conoce el maroní, idioma de los naturales. Pero parece que María no se olvido de sus hijos. Milagrosamente aparece de improviso el fiel Poynton, que rapidamente se pone a hablar con el grupo al que se le ve sin lugar a dudas con
intenciones hostiles. En ese momento llegan también en su ayuda otros irlandeses, y esto no estuvo de más. Apenas Poynton se acerca un jefe se levanta. Habla con voz animada, con tales movimientos de cabeza y de brazos, que muy pronto comienza a sudar. Tanto gesto hace temer lo peor. Mientras se sienta en el suelo y presta atención como los demás a las explicaciones del intérprete. A su lado, un segundo jefe, y después un tercero, se levantan y hablan con el mismo calor; pero escuchan las respuestas con la misma atención. Por fin la escena se anima, y un vivo coloquio se entabla entre los irlandeses y los indígenas. Este dura cerca de una hora. El obispo mientras se retiró a rezar. A las siete Poynton va a buscar al obispo para contarle en qué ha terminado la discusión. Parece que había ganado su causa, pero había llegado a estar muy preocupado. Los indígenas habían venido presionados por su ministros, con la intención de terminar con la “idolatría católica”, romper el crucifijo, la estatua de María; quemar las imágenes, después echar en una piragua a los misioneros para “limpiar el país”. Más tarde fueron llegando otros. En Nueva Zelanda se centró sobre todo la labor misional de la Sociedad de María debido en cierto modo a que allí se encontraba el Obispo. También allí el Hno. Eulogio derramó su sangre al ser asesinado mientras atendía a los heridos durante una batalla entre dos tribus de maronís. A MODO DE CONCLUSION Ya toda la semilla había sido esparcida. El P. Brest cayó en la inmensidad del mar, como una semilla desperdiciada a los ojos de los hombres, pero sólo Dios sabe los frutos que produjo más tarde. El P. Bataillon y el Hno. José Javier estaban perdidos en una isla en mitad del Océano, relativamente cerca de dos de sus hermanos, pero con una incapacidad de comunicación real. En Futuna quedaron el P. Chanel y el Hno. Marie Nizier. Parecía que tenían por lo menos la alimentación asegurada debido a que el rey les había tomado bajo su protección. Pero pronto olvidó esta obligación y pasaron grandes necesidades. Por último el Obispo, el P. Servant y el Hno. Michel, estaba en Nueva Zelanda. Una tierra que comenzaba hacía relativamente poco tiempo a ser explorada y en la que encontraban como hemos, visto, desde un principio grandes dificultades. “Pero otra parte cayó en tierra buena y dio buena cosecha; algunas semillas dieron cien granos por semilla, otras setenta granos y otras treinta.” A modo de apéndice, voy a presentar a continuación una serie de cartas escritas por los hermanos misioneros en camino a Oceanía. Las he llamado “cartas viajeras”, pues tienen una característica común, fueron escritas contando los viajes, menos la última que es del Hno. Michel en tal que expresa el cariño y el agradecimiento hacia Marcelino y a sus hermanos del Hermitage. Si se leen con atención y detenimiento, podemos descubrir en ellas un gran amor a Dios y a la Buena Madre. En medio de tempestades y dificultades el abandono en las manos de Dios es otro de los sentimientos continuos que aparecen en ellas. Tampoco estas cartas están exentas de anécdotas graciosas y seguramente leyendo algunos pasajes no podrán evitar soltar alguna carcajada. Llama la atención sobre todo la narración sobre la ceremonia del “paso de la línea”. Esta será contada con toda clase de detalles. Los misioneros maristas tomaron, en dos cartas diferentes, actitudes distintas. Mientras que unos se prestaron al juego, otros vieron en esta ceremonia una falta de seriedad y algo que atentaba a su condición de clérigos.
Otra de las cartas que impresiona es la del Hno. Pedro María. Su longitud bien podía hacernos pensar en un libro más que en una carta. Como él nos dirá, ha dejado esponjarse su corazón en aquel de sus queridos hermanos. Para un lector que sepa leer líneas, no se le escaparán las “huellas dactilares” de nuestro amado Marcelino. Estas cartas pueden ayudarnos a conocerlo mejor. No están en orden cronológico. Respetan el orden del cuaderno que se conserva en los ARCHIVOS DE LA CASA GENENALICIA. Los hermanos “misioneros” ya no viajan en medios tan peligrosos. Los navíos han sido sustituidos por modernos jet que en pocas horas recorren medio mundo. Pero en los corazones de muchos estan llenos de los mismos sentimientos de abandono en las manos de Dios y en mismo amor a María. CARTA DEL HERMANO MARIE NIZIER DESDE EL HAURE Jesús, María y José El Haure, a 8 de noviembre de 1836 Muy Reverendo Padre: Hubiera deseado escribirle desde París, pero me fue imposible, pues la estancia ahí fue demasiado breve, después de haber salido del Hermitage, nos quedamos en Lyon hasta el domingo siguiente. Aproveché para ir a Saint Laurent – d Agny, para que el señor alcalde me certificara el consentimiento que me dio mi padre y me hiciera, a la vez, una solicitud, para que el Señor Prefecto me concediera pasaporte para Oceanía. El sábado asistí a la ceremonia que tuvo lugar en N.S. de Fourviére; colgaron un precioso corazón bermejo a la estatua de la Sma. Virgen; el más bello de los que han sido ofrendados. Sobre él se podía leer: “Misioneros de la Polonesia”. Dentro iba una tira de papel con los nombres de los que partíamos para la Polinesia. Esto mismo se repetirá con los que posteriormente sean enviados allá. Seguramente que la Sma. Virgen deseará que su corazón se vaya llenando con el nombre de sus hijos, son cientos de ellos los que cabrían en dicho corazón. El domingo salimos a las 7 de la mañana para París. Fuimos muy bien recibidos por el Padre superior del Seminario de Misiones Extranjeras. Tenemos que felicitarnos por las buenas acogidas que los misioneros nos brindaron. El 25 de octubre el P. Chanel y el P. Bataillon salieron para el Haure con el fin de comprar provisiones; yo los acompañe. El Sr. Obispo llegó el 10 de noviembre con los demás misioneros, padres y Hermanos. Entre el 12 y el 15 de noviembre nos embarcaremos, si el tiempo favorable. El viaje se ha ido aplazado por falta de tiempo propicio y porque no llegaban algunas mercancías encargadas por el capitán de la nave. Mientras tanto nos alojamos en la casa de una viuda que se complace en hospedar a misioneros que parten para el extranjero. No acepta ningún tipo de agradecimiento, pues lo hace solo por agradar a Dios. No somos los primeros beneficiados, pues ya lleva 16 años en esta actividad apostólica y misionera. Hay con nosotros cuatro misioneros de la Orden de Picpus, que se embarcarán también en el mismo navío; estos irán a Oceanía oriental. Tal vez alguno se quede en Valparaíso, pues ahí tienen casa. Hemos visitado los diversos muelles de la villa del Haure. Los buques más hermosos que hemos visto son los americanos. Yo estuve estudiando particularmente la estructura del barco que nos llevará hasta Valparaíso. Ciertamente no es de los mas grandes, pero es limpio y bonito; le llaman; le llaman “Buena voluntad”. Todo es nuevo para mi: los tres grandes mástiles que se levantan a gran altura, las escalas de cuerda me han llamada poderosamente la atención. En el interior alrededor de una sala bastante amplia (donde está el comedor) se encuentran los camarotes. Miden aproximadamente cuarenta y cinco
pies de largo por dos y medio de ancho. Cada uno es para dos personas. En un costado están dos camas dispuestas en estantería y sujetas al casco del barco. en el camarote por debajo de la altura de la cabeza, se abre una ventana de medio pie de largo y dos pulgadas de ancho. todas Estas cosas me han llamado mucho la atención. Hacemos intentos de calcular con la vista el inmenso espacio que nos separa de nuestros buenos salvajes. Pero a poca distancia de nosotros nos parece como si el cielo se juntara con la tierra. Esto nos impide ver el país que tanto anhelamos pisar para impartir el conocimiento del verdadero Dios. Bendigo al Señor que se ha dignado satisfacer mis deseos escogiéndolos entre los hermanos para acompañar a estos misioneros maristas tan llenos de celo apostólico que quieren llevar la luz del Evangelio a los salvajes. Y a Ud., mi querido Padre, no me es posible expresarle los sentimientos de agradecimiento que embargan mi corazón por haber secundado en mí designios de Dios. Reciba mi querido Padre, la certeza de mi afecto, y mi sincero agradecimiento. HERMANO MARIE – NIZIER CARTA DEL HERMANO MARIA NIZIER Jesús, María y José El Haure, a 22 de diciembre de 1836 Muy Reverendo Padre: Si llego a saber que mi estancia es esta iba a ser tan larga le hubiera pedido respuesta a la carta que le escribí el pasado mes de noviembre. Le decía que nos embarcaríamos el 15 de noviembre, y ya ve usted, todavía hoy, 22 de noviembre, estamos a la espera de ese día tan deseado. Los vientos nos han sido contrarios hasta hace unos días, ahora parece que comienzan a cambiar a nuestro favor. Si el cambio se estabiliza, pronto podremos embarcarnos, y así, el capitán del navío a advertido a Monseñor de estar preparados para salir mañana, si los vientos siguen siempre siendo favorables. Me siento dichoso, mi querido Padre, por haber sido elegido, aunque, me crea indigno, entre los hermanos de María, para ser de los primeros que llevarán la luz del Evangelio a los pueblos salvajes. ¡Oh! Bendito sea Dios que me dio la vocación y me ayuda a seguirla. Estoy tan contento de partir que no cedería mi puesto por un trono. No temo nada, porque María, mi Buena Madre, será mi guía en todas mis acciones y refugio seguro de mis penas. Me gustaría, mi querido Padre, desearle de viva voz un venturoso año nuevo, lo mismo que a mis queridos hermanos en Jesús y en María, pero las circunstancias me impiden satisfacer mis deseos. Le deseo con toda mi alma un feliz Año Nuevo, lo mismo que a los queridos Hermanos. Ruégole que reciba mis buenos deseos. HERMANO MARIE – NIZIER CARTA DE LOS HERMANOS LUCIEN Y PASCHASE Arca de la Alianza 18 de noviembre de 1841 J.M.J Muy honorable hermano Director General: Saliendo el día 15 del Haure desde cuatro días estamos fuertemente balanceados en la Macha, hemos sido obligados a tomar rada frente a Portmouth, cerca de la isla de Weyth. El sábado por la noche día de nuestra embarcación, casi toda la tripulación se encontraba presa del mareó; el domingo hemos tenido la misa en meses camas, el hermano General ha estado y se encuentra todavía bien fatigado, el hermano Optar esta mas que contento; Padchse y Lucien, apenas han sabido lo que cuesta por el rumor que se había alrededor de ellos, sin embargo estamos lejos de quejaron, al contrario María es
buena por habernos aprobado, por otra parte los urinales faltaban y era preciso dejarlos para los mas necesitados. Sabemos que el Señor cura de Ntra. Sra. de la Victoria que ha venido a celebrar la Santa Misa para nosotros en el Haure; nos ha prometido que los demonios nos veían con mal ojo y que no dejarían de declararnos la guerra. Profetizo con bastante verdad. Nuestro capitán que desde los 17 años viaja por los mares, decía ayer noche que jamás había estado tan contrariado por el viento. Dos veces en vano, hemos intentado acercarnos a las costas de Francia, dos veces nos hemos vista empujados a pesar de todos los esfuerzos que hemos, hecho sobre las de Inglaterra, y estamos aquí hasta que quiera a divina Providencia enviar mejor tiempo. Nuestro navío se encuentra cargado de 150 toneladas de pólvora para el gobierno, lo que nos cierra todo puerto. El 18, aunque el mar estaba malo, un paquebot ingles nos ha venido a visitar, su especialista subió en nuestro navío para dirigirnos y un momento después los agentes del cónsul francés, empleados del gobierno británico, han venido a hacernos una visita y no han vuelto sino hacia las dios, prometiéndonos venir a recoger nuestros recados a la tres. Hemos querido agradaros al daros esta primera noticia. El hermano Paschase a pasado de contrabando, lo que fastidiaba a nuestro excelente comandante y probablemente lo hubiese dejado en Cherbourg si hubiese podido llegar allí. Nuestros padres todos han sufrido mareo, sobre todo el R. P. Verne y Villieu. El P. Fadel, aunque marino no ha tenido mejor suerte. Nos hemos quedado 8 días en el Hospital del Haure donde estábamos muy bien; éramos 14 maristas, 11 jesuitas, 4 de la orden del Santo Espíritu, todos listos para salir próximamente. Como veis no hemos ganado nada con salir lo primeros. Por favor muy querido hermano rezar y hacer por nosotros para que tengamos un mejor porvenir. He salido con el pesar de no poder decir un último adiós al hermano Juan Bautista y al querido hermano Estanislao, les digo una vez más, nos recomendamos de bueno a vuestras plegarias. En tres semanas saldrá del Haure un segundo navío de las Sociedades Oceánicas, si queréis darnos noticias que recibiremos con mucho gusto. Mandarla, creo, a la dirección de M. Morciou, comerciante en el Haure, calle de Orleans, gerente de la Sociedad, que nos la hará llegar. Termino, las cartas son esperadas. Nos abrazamos en Jesús y María por todos. HERMANOS LUCIEN Y PASCHASE CARTA DEL HERMANO JACQUES PELAUX Valparaíso 1 de febrero de 1841 Muy querido hermano; De acuerdo a la promesa que os hice de daros noticias en cuanto encontrase la ocasión, me apresuro hoy a escribiros; para este efecto aprovecho un navío que esta a punto de hacer viaje hacia Francia. Es muy agradable para un hermano expansionar su corazón en aquel de su hermano que ja amado tanto y que amaré no solo durante esta vida sino que me gusta creerlo durante la eternidad. Ahora que estoy separado de usted mi querido hermano, por espacios inmensos, permitidme usar el único medio que me queda de comunicarse con usted para daros algunos pequeños detalles sobre mi viaje esperando que pueda daros nuevas noticias sobre mi nuevo destino. Salí de Brest el 17 de octubre, llegamos a Tenerife el 3 de noviembre sin haber sucedido nada desagradable más que un mareo que no me duró mas que una hora por mi parte, nuestros padres y el otro hermano han estado mas fatigados.
Desde que salimos del golfo de Gascoña, hasta llegar a la susodicha isla, hemos tenido una temperatura más agradable; un cielo donde la pureza y la variedad de colores, diríamos prestados del arco iris, sobre todo en la mañana y en la tarde, cuando el sol sale y se pone, pero todo esto es tan variado que el ojo asombrado encuentra allí algo conque recrearse, y el alma, motivo de profunda meditación. He aquí algunas palabras de lo que ha pasado de edificante para nosotros sobre el navío y de glorioso para la religión. Durante toda la travesía nuestros padres han podido decir la Sta. Misa todos los domingos y con mas frecuencia los días de semana a la cual asistía el comandante acompañado con muchos oficiales y un gran número de marineros. El sábado antes de primer domingo de Adviento hemos comenzado una novena en honor de la Inmaculada Concepción, al día siguiente domingo, más de 150 marineros vinieron a rogar a nuestros padres, que les dieran la medalla milagrosa y el octavo día de la fiesta toda la tripulación ha estado abastecida. Algunos de entre ellos han recibido estos días la Sta. Comunicación yendo a su cabeza el primer oficial de abordo, que dio este ejemplo no solamente los domingos, sino todas las veces que pudo asistir a la Sta. Comunión. El mismo ha sido dado en la solemnidad de Navidad, en la misa de medianoche donde 17 personas han recibido la Sta. Comunión, de los cuales 5 la hicieron por primera vez, después de haber sido preparados largo tiempo de antemano por nuestros, padres pero lo que ha sido muy sorprendente para toda la tripulación y muy consolador para nosotros es que hayamos podido solemnizar estas fiestas. En el cabo de Hornos donde el mar ofrece tantos despojos debido a las tormentas reinan habitualmente. Estabamos entonces por 18 grados de latitud y no fue sino el día de Año Nuevo cuando hemos doblado el cabo, estando siempre a la distancia de 7 u 8 grados. Nueve grados mas lejos el sol no se habría para nosotros no elevado ni puesto en esta estación que es aquí verano. Sin embargo nos hemos adentrado bastante lejos para ver cosas muy curiosas entre otras el elevarse y ponerse el sol que comenzaba a nosotros hacia las tres de la mañana para dejarnos sólo a las nueve de la noche o se hacía preceder de un tan bello y tan brillante crepúsculo que podíamos leer hasta las once de la noche, pudiendo comenzar a las una de la mañana, mientras usted, mi querido hermano, en el Hermitage no podíais a las cinco de la tarde distinguir los objetos sino con la ayuda de una lámpara. Ya hace un mes que estamos en Valparaíso, el tiempo no ha sido duro, porque estamos en casa de los misioneros de Picpus; toman muchísimo cuidado de nosotros. Desde nuestra llegada están construyendo una casa, ya no ocupe un poco del armazón, la montura. Hemos recibido una gran noticia que os causará sin duda placer, es que el rey y la reina de las islas Marquesas que acaban de convertirse, no solo se han convertido ellos sino que los neófitos de las islas vecinas han venido a proclamarlos como verdaderos cristianos. Mañana, 2 de febrero, haremos velas para Tahiti, sin saber cuando saldremos, porque el almirante no ha podido prometernos hacernos llevar a Wallis. No has sido sin haber largamente reflexionado que nuestros padres han decidido ir a un país que nos ofrece bien pocos recursos, pero en fin, nos hemos abandonado en las manos de la divina Providencia. El tiempo no falta, termino mi carta rogando que continuéis rezando por nosotros, pues no dudamos que se debe a vuestras oraciones y a las de toda la Sociedad de María el que hayamos podido ir tan felices durante un viaje de 4.000 leguas.
Por mi parte no os olvidaré jamas. Presentad os pido mis muy humildes respetos al R.P. matricon, a los honorables hermanos Francisco y Juan Bautista, mi amistad muy sincera a los hermanos de St. Bonnet así como a todos los hermanos de la Sociedad. Recibid los abrazos tiernos y sinceros de quien es y será siempre vuestro muy unido hermano: JACQUES PELAUX CARTA DEL HERMANO PEDRO MARIA Cabo de Buena Esperanza 21 de febrero de 1841 Mi querido hermano Director General: La carta que escribí desde Londres al P. Matricon decía que debíamos salir el 5 de diciembre, pero no fue sino el 7 a las 9 de la mañana. Este día solamente hicimos 10 leguas en un barco de vapor para irnos a juntar a nuestra embarcación que había sido conducida a esta distancia para los aprovisionamientos. De allí hicimos dos días sobre el Támesis par alcanzar la Mancha. Hicimos el paso de la Mancha en 36 horas, lo que nuestro capitán no había hecho jamás después de 20 años conduciendo embarcaciones, una vez había tardado “solo” 21 días, había visto aquello como muy afortunado en este mar donde uno se puede quedar a veces hasta 6 semanas. Esta es la travesía más peligrosa de todo Londres a Sidney. Ese mar es siempre muy difícil de pasar, sea por la calma, sea por la tempestad, estos dos inconvenientes son muy frecuentes, pero gracias a Jesús y a María la hemos atravesado muy felizmente y muy prontamente. No se puede dejar de ver la protección especial cuando se comparan 36 horas con las 5 o 6 semanas. Bogamos durante 8 días a plena vela, fuimos lanzados en medio del océano din darnos cuenta por un lado, pero nos dimos cuenta bien por otra parte. Os quiero decir que entrando en la Mancha, tuvimos la bilis revuelta de buena manera; tuvimos enseguida en mareo que nos tumbó a todos en la cama a excepción de dos o tres que el buen Dios sostuvo para el momento, con el fin asistir a aquellos que estaban golpeados. Jamás hubiera creído el mareo tan penoso. Consiste en un dolor de cabeza y de estómago terribles y frecuentes vómitos. Se tiene tal horror hacia toda suerte de alimentos, que se debe hacer de tiempo en tiempo una fuerte violencia para tomar alguna cosa, aunque se esta de seguro lamentando inmediatamente después, se sucumbirá indudablemente. Este mal no hace morir pero hace enfermar de muerte. El mar exige de nosotros un tributo mas o menos fuerte, pero os seguro que no estaría dispuesto a pagarlo cada seis meses. Hemos en verdad sufrido un poco al comienzo de nuestra navegación, de mareo y del régimen inglés, que es muy diferente del francés, por fin el mareo ha pasado y nos hemos acostumbrado al nuevo régimen, todo va maravillosamente en este momento. El hermano Basilio y el P. Roset han tenido el mareo más de cinco semanas, los otros han sido liberados después de 8 o 12 días. En cuanto a mí he sido de los medianos por el mareo, pero he sufrido largo tiempo de calentamiento de vientre, también el hermano Basilio y muchos otros. Este mas es también ordinario para los nuevos viajeros del mar. Viene del alimento salado, pero esto se deja haciendo jugar la “maquina” que ya sabéis. Entramos en la Mancha el 10 de diciembre y tuvimos un mar grueso justo hasta el 18. Nuestra embarcación fue empujada sobre olas de 20 a 24 pie y descendía con una rapidez sorprendente parecía que iba a engullirnos al fondo de los abismos, pero no me preocupaba más que si hubiera estado en tierra porque hacía largo tiempo que hice a Dios el sacrificio de mi vida; espero que él dispondrá en su misericordia de la manera más útil para mi salvación y para su gloria.
Hubiera estado enfadado de morir en Francia antes de obtener aquello que era el objeto de is más ardientes deseos. Pro en el momento presente moriré contento cuando le plazca al Señor llamarme con él. Durante los 8 días de nuestra navegación, fuimos muy balanceados, pero hemos tenido después un tiempo soberbio. A los 10 días de nuestra navegación pasamos al lado de la isla de Madeira que pertenece a Portugal, algunos días después vimos de lejos muchas otras islas, sé el nombre de dos solamente, S. Antonio y Sta. Lucía. Estas islas forman parte de Cabo Verde que pertenece a Africa. No nos dimos cuenta del invierno. Algunos días antes de Navidad fue necesario tomar las ropas de verano. El primer día de enero tomamos baños como en Francia en el mes de Julio. Cuando veíamos un tiempo tan caluroso decíamos: “si el calor se hace ya sentir a tal punto, que será esto luego, a medida que nos aproximemos al sol, cuando lo tengamos sobre nuestras cabezas”. Esto nos hacía temer por aquellos que estaban atacados de sofoco. Pasamos el Ecuador a los 32 días de navegación, sin pasar ni grandes calores, ni calma cosa que es muy frecuente en aquellos parajes, podemos decir que hemos sido favorecidos de una manera muy particular. No es raro tener en el Ecuador de 8 a 15 días de clama y estar al mismo tiempo abatidos por un calor extraordinario, algunas veces se experimentan también grandes tempestades. Para nosotros no siempre hemos tenido un viento fresco, parecido a esos suaves de primavera que comienzan a despertar la naturaleza. Nos quedamos todo el día sobre el puente y una gran parte de la noche. De día estamos continuamente defendidos de los ardores del sol par unas espesas tiendas, por este medio estamos muy a nuestro agrado. Desde el primer instante de nuestro embarque hasta 1.100 del Cabo de Buena Esperanza siempre nos hemos dirigido hacia el sur, pero no siempre muy derechos, los vientos nos han empujado de vez en cuando al oeste, pero el sur ha sido siempre nuestro centro. A 1.100 leguas del Cabo de Buena Esperanza donde hemos debido pararnos para tomar agua nos hemos dirigido al este. Mi querido hermano, si os dijera que tenemos cruces por doquier, tanto en el mar como en la tierra, no haría sino decirnos una cosa que ya sabéis desde largo tiempo, ya que tenemos cruces en cualquier lugar que nos encontremos, no tenemos nada mejor que hacer sino aceptarlas con la mas grande resignación, e imponer silencio a la naturaleza que esta siempre preparada para gritar. Veo que aquel que lleva su cruz con alegría no tiene mucha pena, porque el buen Dios siempre lleno de bondad para los suyos, le disminuye mucho la pesadez. ¡Feliz y mil veces feliz aquel que se mantiene al lado de Jesús y de María! Pase lo que pace estará siempre en alegría. Mi carta de Londres decía que Monseñor el obispo de Londres había aconsejado y comprometido a nuestros padres a tomar el Santísimo Sacramento en Londres para llevarlo enseguida con nosotros a la embarcación. Este consejo y estos compromisos fueron acogidos con alegría y reconocimiento, pero no pudimos gozar enseguida de este inestimable favor, porque el lugar destinado a este fin no estaba todavía listo. En cuanto el mareo cesó nos hicimos el deber de hacer una pequeña capilla lo mas decorosa posible, un fue preciso mucho tiempo para ello, pero enseguida el “tu autem” era tener un tiempo tranquilo para poder decir la Santa Misa. Esta dicha se hizo desear hasta la vigilia de Navidad, donde tuvimos dos misas y dos a medianoche, y la cama cesó al despuntar el día de la fiesta. Tomamos la Sta. Comunión en una de las misas de medianoche de la cual habíamos sido privados después de Londres. Jesucristo tuvo un nuevo nacimiento en nuestro barco, en un nuevo establo para acompañarnos sacramentalmente durante todo nuestro viaje y para servirnos con frecuencia de
alimento espiritual. No teníamos la misa cada día, ni cada domingo, pero tenemos el honor de hacer nuestra comunión de regla por la reserva que nos ha sido concedida, lo que jamás nos hubiésemos atrevido a hacer, puesto que se dijo que no había todavía precedentes. Sin contradecir, un favor que María nos ha obtenido del cual no podríamos estar lo bastante agradecidos. Aunque estamos en medio de protestantes, estamos mas libres para hacer nuestros ejercicios de piedad que si estuviésemos con franceses. Para estar mas al aire hacemos sobre el puente la oración de la mañana y de la tarde, la meditación, la lectura espiritual y nuestros exámenes, nuestros estudios y nuestras clases, en fin todo tan libremente como si estuviésemos en la Casa Madre. Nadie de la tripulación asiste a la misa, pero sabe muy bien que nuestros padres la dicen en la pequeña capilla; varios han entrado allí para ver, pero muy respetuosamente. La bendición de la comida y la acción de gracias se dicen públicamente, los que se están en la mesa con nosotros no participan, pero guardan un profundo silencio en cuanto ven que comenzamos esta pequeña oración. Los hermanos están todos vestidos de laicos, pero los padres después de la vigilia de Navidad en la que han comenzado a decir la Sta. Misa, llevan la sotana sin la menos dificultad. Hemos ganado por la prudencia y la reserva, el afecto de toda la tripulación, jamás nadie ha buscado contrariarnos, ni mucho menos. Somos en total 36 en el barco, 14 misioneros, 2 viajeros ingleses, el capitán y su mujer, el sub capitán, el teniente; los otros son marineros o cocineros, no estamos mal alimentados, solo que los platos no están preparados como en Francia. Tenemos varias clases de vino, varias clases de cerveza, diferentes legumbres, carnes saladas, carnes frescas consistentes en carnero, pollo y cerdo que nos hacen comer como en tierra, bizcochos de mar y con bastante frecuencia pan caliente y diferentes postres; en fin, no se puede estar mejor en el mar. Mi querido hermano, aunque estamos bien, eso no nos impide suspirar con impaciencia hacia nuestra prometida. ¡Ah! No tuviéramos alas para franquear la inmensidad del mar. Hemos visto muchos peces sobre todo acercándonos al Ecuador, pero los mas curiosos son aquellos que vuelan por centenares como las golondrinas, emplean este medio para escapar de la voracidad de grandes peces que les persiguen continuamente. La extensión de sus vuelos no es muy considerable, puede ser como mucho de tres a cuatrocientos pasos, a tres o cuatro pies encima del agua. Hemos visto algunos pequeños tiburones y algunos sopladores, es una especie de peces grandes que levantan el agua de 10 a 12 pies. Los marineros han intentado pescarlos, pero no han cogido sino un pequeño tiburón y otro pez que se llama bonito. Parece que los ingleses no son hábiles pescadores. En cuanto a la ceremonia del “paso del Ecuador” la cual los marineros hacen siempre pasar a todos los nuevos pasajeros, nosotros la hemos pasado con un ligero regalo, esto no se hace siempre con facilidad, pero como nosotros nos hemos ganado después de largo tiempo su afecto, no han querido hacernos sufrir. Han hecho los gestos entre ellos sin decir una sola palabra que pudiese chocar al oído mas delicado. Podemos decir que esto es también una nueva protección de María. El buen Dios no contento con darnos un capitán y unos marineros para conducirnos ha venido el mismo servirnos de piloto. Vemos en las Escrituras que muchos tienen un ángel como guía, pero nosotros tenemos más que un ángel, tenemos al autor mismo de los ángeles, hace que la obra que se propuso a los misioneros sea muy agradable a nuestro Señor para favorecerlos también. El buque que nos sostiene sobre los abismos, no lo podemos mirar como una embarcación ordinaria, sino como una nueva barca de S. Pedro. Me parece ver siempre a Jesucristo durmiendo sobre la proa. Si la tempestad viniese a atacarnos, nosotros lo despertaríamos, para que ordenase al viento y al mar calmarse.
Así, mi muy querido hermano, recomiendo a toda la comunidad unirse a nosotros en espíritu, para ayudarnos a dar gracias a Jesús y a María por todos los favores que nos hacen, se tiene razón al decir, que Dios no se deja jamás vencer en generosidad; no se debe temer hacer mucho por El, pues nunca se hará bastante por tan buen Maestro. El nos preverá de todas nuestras necesidades tanto espirituales como temporales. El ingles nos era necesario, y bien, esos dos viajeros ingleses de los cuales he hablado mas arriba, tienen un gran placer en darnos cada día lecciones de su lengua. Hay uno que no conoce el francés y le hacemos un servicio recíproco. Son buenos muchachos, es una pena que no sean católicos. Hasta el presente los padres no han encontrado circunstancias bastante favorables para intentar volverlos a la fe; se contentan de rezar por vosotros; haced rezar par a que Dios en su infinita misericordia allane las dificultades, porque es más difícil convertir a un alma que resucitar a un muerto, esto muestra bien la importancia de la oración. No tengo necesidad de decir que sin la oración nos acercamos a las almas como un bronce sonoro. Es por lo que yo pido al Señor todos los días el don de la oración haré descender del cielo un rocío que dará la vida a las almas de los pobres fieles. Me arrepiento mucho de no haber utilizado bastante este medio cuando di clase. Sembrada mucho, pero no acudía bastante al único que puede hacer germinar. ¡Ah! Querido hermano, si los hermanos que están en Francia y nosotros que vamos a las misiones extranjeras, estuviésemos bastante convencidos de esta importante verdad, cuantos frutos nuestros trabajos producirán. Que alegría diariamos, a Jesús y a María, nuestra Buena Madre, y al cielo entero. ¡Ojalá pudiese imprimir esta gran verdad en el corazón de todos los hermanos que están en la Sociedad y en los que vendrán en el futuro! Si procedemos así todos, el buen Dios haría de nosotros terribles destructores del reino de Satán. Pidamos, pues, todos este espíritu de plegaria a Jesús por medio de María y lo obtendremos. No encuentro vocación mas bella que aquella que lleva a la salvación de las almas, sean en Francia, sea en los países extranjeros, son en todas partes las almas redimidas por la sangre de Jesucristo, sepamos mis queridos hermanos, sí, sepamos apreciar el honor que Dios nos ha hecho, al asociarnos a su divino Hijo, para cooperar con él en la salvación de las almas. Jesucristo ha dado toda su sangre por estos pobres niñitos, y ¿dejaríamos el cuidado de estos niñitos? ¿les dejaríamos perecer por nuestras faltas? En nuestro viaje de Lyon a Londres, remarcaría que los sirvientes de los albergues en donde nos paramos, obedecían a sus amos a la menor señal con la mayor prontitud, veo la misma cosa entre nuestros marineros desde que estamos en el mar. Viendo una obediencia tan pronta, me he dicho a mí mismo; si personas que no cumplen o cumplen muy poco con la religión, o tienen una religión a su manera como nuestros marineros protestantes, que hacen consistir su religión en descansar el santo día del domingo, en vestirse limpiamente, y en leer algunos pasajes de la Biblia. Si esas gentes, obedecen tan bien. ¡cual no debería ser la obediencia de un pequeño hermano de María! Me diréis sin duda que estas personas están guiadas por el interés, si, por un interés temporal pero un religioso debe verlo por un ideal más doble. Sin embargo no es todavía muy raro, desgraciadamente sorprender algunos hermanos que no obedecen a los hermanos directores en los establecimientos, ni a la voz del reglamento. Si no desobedecen directamente, hacen las cosas de mala gana. Desearía que esto no existiese, pero yo lo he visto con frecuencia con mis propios ojos u oído decir. Hay todavía hermanos que faltan a menudo a la caridad, y sobre todo cuando se reúnen de diferentes establecimientos, había notado esto frecuentemente. Sin embargo, actuando así ni imitan a Jesús y a María, nuestros dos perfectos modelos. Admiro cada día mas la bondad, la simplicidad, la humildad, y la modestia de los padres en medio de los cuales tenemos la ventaja de estar. Son libros vivientes, donde nosotros hermanos podemos
beber las fuentes, grandes virtudes. Estos bravos padres han comprendido bien que para merecer la protección especial de María, no basta llevar su nombre, su hábito, y estar agregados a sus cohermanos, sino que hace falta intentar imitar sus virtudes. Lejos de hacerse servir por los hermanos, sirven ellos mismos con frecuencia a los hermanos. El P. Seon que es nuestro superior durante el viaje se ha humillado cuando hemos tenido el mareo, hasta darnos los más buenos servicios, es tan bueno que se olvida de si mismo para pensar en los otros. Es la madre para todos aquellos que estamos cerca de él. En fin, los otros son tan buenos y tan humildes que querrían poder ponerse debajo de los hermanos. ¡Pase lo que pase! Están siempre contentos, porque ven en todas partes la manos de Dios. En una palabra son verdaderos hombres de oración y creo que esta todo dicho. Los protestantes mismos los admiran. Sus virtudes gustan tanto a María que os obtiene a todos de sus divino hijo grandes favores tanto espirituales como temporales. Olvidaba deciros que saliendo de Londres pusimos todo nuestro viaje bajo la advocación de Ntra. Sra. de los Siete Dolores y nos dirigimos cada día a Ella de una manera particular. Desde que el mareo pasó me ocupé del ingles y de la teología, de acuerdo al mandato que me dio saliendo de Lyon el Reverendo Superior. Había pedido mucho ir a Polinesia, pero jamás habría pensado que yendo podría ser sacerdote; no jamás este pensamiento estuvo presente en mi espíritu. Me he creído siempre incapaz, sea por el lado de la ciencia, sea del lado de la virtud y aunque haya comenzado teología no he cambiado de sentimientos, pero como no quiero ser sino un bastón entre las manos de mis superiores, me girarán entre sus manos como ellos quieren, no ofreceré ninguna resistencia. Lejos de pretender tan alta dignidad, me habría creído ya muy honrado de ser simple domestico de nuevos apóstoles y con catequizar cuando la ocasión se presentase. Al presente si el buen Dios exige de mi alguna cosa más, que su santo nombre sea bendito en el tiempo por los siglos de los siglos, amén. Estamos tres en teología, el impresor, el ingeniero y yo. Hemos comenzado al mismo tiempo el noviciado para ser padres. Miro ese tiempo como muy precioso para nosotros, porque durante este tiempo debemos aprender a ser hombres de oración, si, es durante ese tiempo que debemos trabajar para desprendernos enteramente de nosotros mismos, para no vivir sino para Dios, y es además un tiempo durante el cual debemos afiliar un gran número de hoces para ir a segar al campo del padre de familia. ¡Que pena! Puede que no llegue a ser un buen obrero, pero si no puedo segar espigaré al menos, y espigando me uniré, a la vista del amo de la cosecha, quien lo espero obrará hacia mi como Booz procedió otras veces hacia Ruthz, dirá a los segadores que dejen caer sus espigas para que las recoja. Si en mi debilidad no puedo segar, ni espigar, entonces iré a rezar a la montaña por los segadores. Se dice en la imitación de Cristo que aquel que deja todo lo encuentra todo; pero hemos hecho la feliz experiencia, hemos abandonado todo y todo lo tenemos en medio de nosotros, que nos sostienen en nuestro largo y penoso viaje. Somos los hijos mimados de la Providencia los privilegiados de Jesús y de María. Formamos un pequeño convento de clausura en mitad del océano, no tenemos sino el techo de nuestra casa para pasearnos. Allí gozamos de una temperatura muy dulce. El amanecer y el crepúsculo del sol son con frecuencia para nosotros motivo de admiración, tanto mayor cuanto nunca demos vinos nada parecido en Francia. El sol, la luna, los astros que aparecen en Europa al sur, están para nosotros al norte. La vasta extensión del horizonte, que esta algunas veces coronada de pequeñas nubes doradas, presenta también una hermosa visión. En la tarde el crepúsculo se oculta casi inmediatamente que el día. Estamos continuamente entretenidos por la visión de
diferentes peces, aunque os había dicho más arriba que los marineros ingleses no son hábiles pescadores, sin embargo han cogido cerca del cabo de Buena Esperanza un tiburón que tenía 9 pies de largo y pesaba por lo menos 150 kg, tenía 70 dientes. La cabeza de un hombre habría entrado en sus fauces como una gota de agua. Es con anzuelo como lo han cogido. Se come su carne cuando se les coge jóvenes, pero no vale nada cuando son tan grandes. El mar tiene sus bellezas, pero no son comparables con aquellas de la tierra. Estoy también contento en el mar como se puede serlo, porque esto es voluntad de Dios que yo este aquí, y no me impide desear estar bien pronto llegados a nuestro lugar. Aunque se puede encontrar a la SS. Virgen en todas partes donde se quiera, me transporto todavía con frecuencia en espíritu sobre la montaña de Fourviere para agradecer allí a María haberme obtenido aquello que desde tan largo tiempo he deseado y pedido. Querido hermano Director, si os contara como hemos celebrado la fiesta de la Purificación, esto os dará sin duda placer, no hemos hecho nada extraordinario, pero lo encontrareis todavía mucho si pensáis que estamos en mitad del océano y rodeado de protestantes que están lejanos de querer participar en nuestros ejercicios de piedad. El día de la fiesta, digo, levantarnos, la oración, la meditación, fueron como de ordinario, como pensamos no poner misa a causa del movimiento de la embarcación, tomamos la Sta. Comunión a las 7. A las 10 habiéndose calmado un poco el mar, se celebró una misa. Fue María sin duda que nos obtuvo de su divino Hijo este favor. A la una y media salmódianos vísperas y completas, a las seis cantamos las letanías de la Santísima Virgen, hubo a continuación un pequeño sermón, después del cual renovamos todos públicamente, los padres como los hermanos, nuestros votos; los tres laicos que no tienen todavía votos, renovaron sus promesas del bautismo, durante la ceremonia se cantó el salmo conservame domine y se terminó por un cántico en honor a María. A las 9 el santo rosario, y terminamos este santo día con la oración de la tarde. Todos los días cantamos las letanias de la Reina del cielo y de la tierra. Es la melodía que se canta en Fourviere; de suerte que casi nos figuramos estar sobre esta santa montaña. Así veis que estamos tan libres para nuestros ejercicios de piedad como si estuviesemos en la Casa Madre. ¡Oh, querido hermano! La vida de los misioneros es tan bella, el entero abandono que hacen de todo su ser a la Providencia agrada tanto, que ella toma un cuidado todo especial; no se inquieran ya de nada, pase que lo que pase, están siempre en la alegría, porque no ven más que a Dios en todos los acontecimientos. Querido hermano, aunque este ya muy lejos del Hermitage, no os olvido por esto, sabéis bien la promesa que os he hecho estaba en Lyon: que mientras viva tendrías un puesto en mi corazón al lado de Jesús y de María, aunque muera no os olvidaré por esto, porque en el cielo esta el lugar donde reina el amor perfecto. Aunque mis oraciones sean muy débiles, me impongo un deber muy dulce a mi corazón, no solamente rezar por mi, sino por muchas personas, ante todo por usted, mi muy querido hermano, y por los hermanos asistentes, por todos los miembros de la Sociedad; por todos los niños que van a clase con los hermanos, por todos los que he enseñado, por mis pobres salvajes, por mis padres, mis bienhechores, y por todos aquellos a los cuales he dado algunos escándalos, o cause algún daño, pido perdón a Dios y también a ellos, pero espero que todo este perdonado, y que recemos todos los unos por los otros. Pido cada día a Dios por la intersección de María la gracia de una buena muerte para todos aquellos que morirán en la Sociedad. Puesto que podemos todo por la oración, porque se suscribe un amplio circulo en las peticiones que son hechas a Dios. Di un día tengo el
honor de celebrar los santos misterios os aseguro que no subirá nunca al altar, sin acordarme de usted, mi querido hermano, también de todos los miembros de la Sociedad, cuando digo a todos los miembros, entiendo bien y comprendo a todos los padres, que son sin duda la noble rama de la Sociedad de María. Los que se esfuerzan tanto en imitar sus virtudes. He dicho que mis oraciones eran débiles pero espero haciéndolas pasar por mi buen ángel, por María y por Jesús, serán recibidas por la S.S. trinidad invito encarecidamente a todos los hermanos a hacer todo de su parte, con el fin que hagamos una santa violencia, al cielo, para ser escuchados. Mi muy querido hermano director, permitidme pediros que me dé en el próximo envío noticias suyas y de toda la Sociedad, decidme, si los hermanos imitan a la Santa Familia en los establecimientos, si tienen por látigo la oración, la bondad y un amor al buen Dios por los niños. Me parece que si emplearan estos medios harían a los niños la religión muy dulce y agradable. No olvidaréis tampoco hablarme de las dos Providencias, sobre todo de aquella del Camino Nuevo, aunque no he permanecido en ella largo tiempo, experimento hacia estos pobres niños tal efecto, que los hubiera dejado con dolor, si no hubiese sentido que el buen Dios me llamaba hacia otros niños, mucho más desgraciados, los he dejado de cuerpo pero no de espíritu, conjuraré siempre a Nta. Sra. de Fourviere, querer continuar para estos niños, aquello que ella ya había comenzado. Si hubiese permanecido en Francia no os hubiese pedido salir del lado de estos niños. Aquella de St. Nizier no me ha causado ninguna impresión, sin embargo deseo mucho que ella prospere. Después que he sido sustituido de la Providencia de abajo, me agradaba ir a dar una vuelta allá cada día, quería ver el orden que reinaba, y sobre todo el contento que se manifestaba en el rostro de los niños, los fugitivos que habían entrado no podían creer el gran cambio que se había operado durante su ausencia. El modo de actuar del buen hermano aquillas me gustaba mucho, veis que tenía la firmeza de un padre y la ternura de una madre. Estoy persuadido de su gran devoción hacia Nuestra Señora de Fourvuere, le obtendrá los favores necesarios para cumplir bien los deberes de su penoso cargo, digo penoso, porque hay en todas partes dolor, cuando se quiere hacer bien. Tened la bondad de decir a mi hermano cuando tengáis ocasión de verlo, que pido mucho al buen Dios por él, y que le recomiendo mucho que sea un buen religioso, hasta el fin; que estoy bien y que estoy muy contento, que le escribiré desde Baie en la primera ocasión. Tened la bondad también, de recordar al P. Matricon y al buen P. Besson, decidles que les escribiré cuando haya visto a Mons. pompallier y cuando tenga noticias de las misiones. Mientras tanto el querido padre Matricon sabe lo que le proponía en mi carta de Londres, cumplo cada día la promesa que le he hecho. Es necesario que os diga, que la embarcación que nos lleva es toda nueva y muy sólida, tiene 108 pies de largo por 27 de ancho en la mitad solamente, porque delante y detrás no tiene esta anchura. Tiene tres mástiles de 120 pies con 24 velas. Os decía más arriba que no hemos tenido casi calma, pero a 600 leguas del Cabo, hemos tenido durante 15 días vientos contrarios o calmas. Como todo esto no hacía avanzar la navegación, nos hemos puesto en oración y pronto un viento fuerte y favorable no ha hecho hacer en 7 horas las 600 leguas que nos faltaban para llegar al Cabo de Buena Esperanza. Lo esperábamos después de largo tiempo, para tener el placer de poner el pie en tierra. En las proximidades de dicho Cabo hemos visto sobre el mar pájaros que tienen la cabeza y el pico como un pato, tienen por lo menos 5 pies de envergadura, les gusta dar la vuelta a las embarcaciones en las proximidades del Cabo. Los marineros han con frecuencia intentado dispararles, pero son tan “hábiles” cazadores como hábiles pescadores.
En este país el viento más caliente es el cierzo, pero la razón es muy simple, es que viene del lado del sol, como el viento del sur en Europa. Mientras que el viento del sur que no viene del lado del sol es más frío. Pasaremos en nuestra travesía por las cuatro estaciones del año. Estuvimos en invierno en Londres, la primavera frente a las islas de Cabo Verde, el verano en el Ecuador, el otoño en el cabo de Buena Esperanza y nos encontraremos en invierno llegando a Nueva Zelanda. Hemos vuelto a tomar en Cabo las ropas de invierno. El invierno no es muy riguroso en los países donde vamos, pues no hiela jamás y sopla de vez en cuando algún viento un poco frío, la nieve se queda en tierra solo encima de las altas montañas. Los árboles no pierden su verdura, pues a medida que las hojas caen, vienen nuevas. Hemos hecho de Londres al Cabo al menos 4.000 leguas, esto hace algo más de la mitad de nuestra ruta. Esperamos que de aquí a dos meses estaremos en la Baie des lles, nuestra futura patria. Mi querido hermano Director General, permitidme para finalizar que me arrodille otra vez a los pies de todos los hermanos de la Sociedad de Maaría, que les conjure por los más queridos intereses en nombre de Jesús y de su divina Madre, bajo el estandarte de la cual se han enrolado con tanto ardor, que combatan con coraje hasta el fin, y si alguna vez durante el combate sienten las fuerzas abatirse que pongan los ojos sobre Jesús y María, que están presentes con coronas, para coronar los soldados valientes. ¡Ah! Mi querido hermano, me había durado mucho, desde que salí del combate con el pensamiento del campo de batalla al cual los vientos nos empujan a cada instante. Mis esperanzas serán pronto cumplidas, ya que estaremos en ese campo tan deseado, lo espero cuando recibáis esta carta. El recuerdo de los niños a los que he enseñado, será siempre dulce a mi corazón, me gusta siempre acordarme del placer que experimentaba en medio de ellos, sus efectos no serán capaces de alterarlos, porque veis siempre a través de estos defectos no serán capaces de alterarlos, porque veis siempre a través de estos defectos, almas de un precio infinito. Mis queridos hermanos, no busquéis curar las enfermedades espirituales de un niño, mas que un médico busca curar aquellas del cuerpo. No, mis queridos hermanos, no curéis jamás a un niño de sus enfermedades espirituales por los golpes ni por las penitencias rudas, si no a los pies de los altares de María y de vuestro crucifijo, que encontrareis remedios eficaces. Y vosotros, mis queridos hermanos, que no estáis destinados a ir al campo de batalla no os apenéis, podéis con mucha frecuencia contribuir la victoria rezando sobre la montaña mas que aquellos que combaten en la llanura, sea en Francia, sea en la Polinesia. Querido hermano Director General, estad bien persuadido que si he pedido con tanto ardor el permiso que me habéis dado con bondad, no ha sido porque no quisiese estar bajo vuestra dulce dirección, ni que no me gustase enseñar en Francia, ha sido solamente porque sentía después de largo tiempo que el buen Dios me llamaba a las misiones extranjeras. Estoy muy contento en mi viaje, así como mis cohermanos. Somos 14, y no tenemos más que un corazón y un alma, vivimos como los primeros cristianos. Hemos llegado al cano de Buena Esperanza, el lunes de ceniza, 22 de febrero de 1841. Allí nos hemos quedado y hemos dormido. La villa del Cabo está situada a orillas del mar, debajo de un monte llamado monte de la Mes, tiene 20.000 almas, sobre esas 20.000 apenas hay un millar de católicos no tienen mas que una pequeña capilla, pero acaban de echar los cimientos de una iglesia. El obispo nos ha dicho que unos
misioneros protestantes franceses hacían mucho mal. Los desórdenes del carnaval no son conocidos. En cuanto llegamos a la rada, el jefe de la aduana, vino en chalupa a visitar al mando de nuestro barco, digo en chalupa, por que el barco con pudo abordar la tierra porque e agua no tienen mucha profundidad. Este señor viendo misioneros católicos le produjo enseguida agrado, y nos dijo que había un obispo en Cabo y una iglesia, que si queríamos alojarnos en la villa, encontraremos un buen albergue católico donde el obispo. Nos dijo que el mismo era católico. Hemos comido uvas traídas de la villa, melones, peras, manzanas e higos. El final de febrero en este país, corresponde al final del mes de agosto en Europa. Los padres han ido a ver al obispo varias veces, y nosotros fuimos todos juntos antes de salir, para pedirle su bendición. Las casas de esta villa son muy bonitas, pero muy bajas, casi todas tienen sólo el piso bajo. Los tejados son casi todos en plataforma. Se tiene cuidado en blanquear bien los muros, para que no absorban tanto el calor, porque sabéis que Africa es un país muy caluroso. Los alrededores de la villa están tan achicharrados como si el fuego hubiese corrido durante todo el año. Se tendría mucho placer andar por la tierra cuando se ha pasado largo tiempo en el mar, pero cuando es en una tierra donde reina la herejia, no se tiene contento el corazón. Hemos entrado en esta villa rezando por ella y hemos salido lo mismo, el segundo día de Cuaresma. En Londres encontramos personas que nos rindieron servicio, en el Cabo ha sido la misma cosa, los protestantes mismos lo hacen con gusto. En fin, el buen Dios nos protege en todas partes. ¡Que bueno ser misionero!. A medida que nos acercamos a nuestra futura patria, mi corazón no puede mantener la alegría de la que está inundado. El buen Dios nos da ya el céntuplo de aquello que hemos abandonado por Él. ¡Ah! Querido hermano, cuanto tardo en la viña del Señor. Los padres y yo, tendremos la ventaja de saber inglés al llegar a Baie des lles, gracias a Jesús y a María que nos han buscado en el camino, maestros protestantes, esto es verdad, pero que importa, con tal que se cumpla la gloria de Dios. Estos dos ingleses de los que os he hablado, están llenos de celo para que aprendamos su lengua. ¡Que lástima que no sean católicos! Pero pedimos al buen Dios que los ilumine en recompensa al servicio que nos han dado. El obispo del Cabo nos ha dicho, que había leído últimamente un diario de Sidney que anunciaba la conversión de muchos jefes de Nueva Zelanda con 2.000 de los suyos, uno de ellos lleva el nombre de Papoe. Algunos de ellos han contribuido según sus posibilidades, para una iglesia católica que se va a construir en Sidney. Esto esta muy bien para animarnos y para llevarnos a rezar con un nuevo celo. Nos va bien y nos recomendamos todos a las oraciones de la comunidad. Estamos muy contentos y agradecemos al Señor y a María habernos llamado a tan bella vocación. Termino querido hermano Director, abrazando en los santos corazones de Jesús y de María, los hermanos hacer lo mismo. Tengo el honor de ser vuestro muy devoto: H. PEDRO MARIA P.D. Mi querido hermano Director, sabéis que no he buscado poner la mente en esta carta, os he escrito las cosas tal como las he visto, es sobre todo el corazón el que habló. He sido tan largo, pero no tengo ganas de corregirme por esta parte todas las veces que tenga ocasión, siento tanto placer de hablaros que no puedo terminar, sin embargo para no abusar de vuestra paciencia me paro.
CARTA DEL HERMANO CLAUDIO MARIA Baie des lles 18 de julio de 1840 Muy honorable y muy querido hermano: El señor comandante habiendo al señor Pezant que tal vez durante la travesía y sobre todo en las proximidades del cabo de Buena Esperanza, podremos encontrar algunas naves que van a Francia y a las cuales podríamos confiar nuestras cartas, con esta esperanza aproveché algunos momentos libres para escribiros. Quizá me acusareis de que os escribo con demasiado frecuencia, mientras que los oros se contentan con hacerlo dos veces como mucho; pero tened la bondad de no encontrarlo negativo, pues no podéis comprender el placer que experimento entreteniéndome algunos instantes con usted, hace falta esta alejado muchos miles de leguas de sus queridos amigos, de sus queridos hermanos, de sus reverendos superiores y padres en Jesucristo, en pleno mar, no viendo mas que cielo y agua desde muchos meses y con frecuencia zarandeado por el mal tiempo para hacerse una idea. Habréis, no lo dudo, recibido la carta que tuve el honor de escribir al muy reverendo padre superior desde Goreé, con fecha del 25 de marzo, y llevada a Francia por la corbeta “La Favorita”. Continuaré hoy primero de mayo, la historia de nuestro viaje. Dejamos Goreé el 25 de marzo a las diez y media de la mañana; y algunas horas después perdimos la tierra de vista. Desde ese día y hasta pasar la línea del Ecuador no vimos nada que merezca ser contado. Sin embargo, mientras que avanzábamos loa señores oficiales y otros nos hablaban de ese paso. Lo temíamos porque habíamos visto en los canales lo que habían dicho los señores misioneros; pero nos cuidábamos de no dejarlo conocer (el miedo). El día 4 de abril a las 5 de la tarde, el padre de la línea, se hizo escuchar desde lo alto de la gran gavia y preguntó su se encontraban en el navío algunos nuevos pasajeros que no hubiesen recibido el bautismo. Con la respuesta afirmativa, dijo que al día siguiente vendría a bautizarlos; algunos momentos después llegó el postillón acompañado de un molinero; ese se acercó al Sr. comandante y e dijo que había perdido la carta del padre de la línea, pero que vendría con cortejo al día siguiente, domingo, para dar el bautismo, y mientras que hablaba así, el otro echaba harina a los ojos de aquellos que estaban demasiado ávidos para ver. As terminó la jornada que no era sino débil aviso de lo que íbamos a tener el domingo como vais a verlo. A las dos de la tarde, mientras estábamos en nuestros camarotes, uno de nuestros marineros, vino a llamarnos y nos dijo que la ceremonia iba a comenzar y nos invitó a subir al puente, y más nos valió obedecer. Después de algunos minutos, vimos llegar al son de dos tambores a Neptuno y un piloto seguidos de 6 gendarmes, un sacerdote mahometano, luego un carruaje sobre el que estaba el padre de la línea, su mujer y su hija, a continuación venía su séquito de honor, que consistía en un sexteto de diablillos, muy negros, negrísimos, casi desnudos, y un enorme león cerraba la marcha. Todos pasaron a nuestro lado y fueron a ponerse en su lugar señalado. Luego se llamó a los que debían ser bautizados y se nos hizo pasar bajo un toldo, en presencia del padre de la línea y del sacerdote mahometano. Estando todos allí juntamente con las personas de la tripulación, el Marabú hizo un pequeño discurso referente a la ceremonia y conociendo la causa por la que íbamos a Nueva Zelanda, dijo que nuestra misión no sería buena su antes no se nos corregía. Cosa que nos afectó un poco fue cuando escuchamos decir que nos hacía falta confesarnos previamente, con el fin de recibir el bautismo con más frutos, pero nosotros nos reíamos de su confesión, y de su bautismo, sin embargo, fue necesario pasar por todo este rigor.
Después del discurso se nos llamó de nuevo, unos tras otros, y se nos hizo sentar al lado del padre de la línea, sobre un gran barril lleno de agua sobre el que había una tabla, y todo envuelto en un estandarte, para que no nos diéramos cuenta de nada. Al lado del barril había un peluquero para rasurarnos y cortar nuestros cabellos. He aquí como se hacía el truco que utilizaba para hacer esto habitualmente. El tenía por jabón una escupidera llena de harina mezclada con agua de mar, tomaba un puñado de eso y lo pasaba por la cara, estando muy bien embadurnado y tomaba una gran navaja de madera parecida a una escuadra y la pasaba cuatro o cinco veces por la cara y la enjuagaba luego sobre nuestros hombros. Para cortar nuestra barba, nuestro cabello, un enorme par de tijeras también de madera y un enorme peine de un pié de largo al que solo le quedaban 5 dientes le servía de maravilla. Habiendo cortado quería todavía poner pomada y para ello tenía hollín diluido con aceite y pasándolo sobre la cabeza teniendo cuidado sobre todo de pasar con frecuencia su mano sobre la frente y cara del paciente. Pero mientras que hacia esto y cuando nosotros creímos poder lavarnos, he aquí que las personas que estaban colocadas detrás del barril tiraban con fuerza de la tabla sobre la cual estábamos sentados y caminos en el agua hasta el cuello. Al salir de allí estábamos al lado del Marubú, que nos echaba un vaso de agua sobre la cabeza y resultamos bautizados. Pensamos que todo había terminado y nos disponíamos a ir a nuestros camarotes, para cambiarnos de ropa y lavarnos, pero nos equivocábamos y nos lo impidió, porque no había terminado todo. Algún tiempo después una bomba de incendio llena de agua, fue lanzada sobre nosotros, unos ocho baldes fueron puestos en actividad, llenados una y otra vez en el mar y echados sobre nuestras cabezas. Se nos mojó a más no poder durante una media hora, los diablillos corrían y saltaban pasando delante de nosotros sin dejar de ennegrecernos y fuimos durante este tiempo el juguete del pueblo. A las cuatro menos cuarto nos enviaron a cambiarnos, recibimos esta última orden con mucho placer y muy contentos, pues estábamos mojados hasta mas no poder. La tarde pasó en festejos. El señor comandante, los señores oficiales mezclados con los marineros bailaron y cantaron hasta bien avanzada la noche. Después el señor comandante hizo subir refrescos sobre el puente, y alrededor de las once, fue el momento de irse a dormir, muy contentos del día. El lunes, nuestros marineros dieron un ejemplo muy grande de caridad. La víspera habían reunido ochenta francos de los nuevos bautizados, este dinero bien les pertenecía, y deliberaron sobre lo que harían con él. Se resolvió que sería entregado en las manos del señor comandante, y él lo daría a su regreso a Brest a la desgraciada viuda de Confeni, que se ahogó en el golgo de Gascoña. El señor comandante viendo la generosidad de los marineros suscribió 20 francos que puso con los otros, con esto mas fue enviado al señor teniente y al Estado Mayor mientras que desayunaban, y tengo todas las de creer que harán imitado al señor comandante y a la tripulación. El mismo día, a las dos, nos distrajimos mirando cuatro navíos que no estaban muy lejos de nosotros. Izaron su pabellón y nosotros el nuestro. Reconocimos por esto que dos de ellos eran de nacionalidad inglesa, el tercero holandés y el cuarto, que estaba muy alejado, no izó el suyo. El primero de mayo, día de S. Felipe y Santiago, en consecuencia fiesta del rey, fue para nosotros también un día de fiesta, porque estábamos en un navío del Estado. El señor comandante rogó a Mons. pezant que tuviese la bondad de cantar un Te Deum y el
Domine salvum fac regem. Lo hizo con gusto sobre el puente en presencia del Estado Mayor y toda la tripulación en gran gala. En la tarde, a las cuatro y media, el señor comandante, dio a todo el Estado Mayor y a los alumnos, un almuerzo espléndido, pero el balanceo era tan fuerte, perturbo tanto, que con frecuencia las botellas, platos, etc. Caían y se rompían; a nosotros mismos, nos costaba mantenernos firmes y con frecuencia nuestras sillas rodaban y algunas veces se caían, aunque nos agarrábamos fuertemente a la mesa que estaba muy bien amarrada. A las once, comenzamos a doblar el cabo de Buena Esperanza con muy buen tiempo, de modo que el 15 ya estábamos en el Océano Indico. No sé porque se le llama a esta cabo el de las tempestades, pero nosotros haríamos mal en llamarlo así, porque nosotros habíamos tenido muy buen tiempo. Entre Tenerife y el Trópico de Capricornio tuvimos el muy dulce y consolador gozo de asistir con bastante frecuencia a la Sta. Misa. Pero, ¡Lástima! más halla los vientos se volvieron variables y más fuertes, de suerte que nuestros buenos padres no la pudieron celebrar sino muy rara vez. ¡Qué miserable altar teníamos a bordo! Una pequeña tabla de dos pies de largo y uno de ancho, en medio de la cual hay un enclave donde estaba metida la piedra sagrada. Tal era nuestro altar. Cuando se puede celebrar, arreglamos nuestra tabla por medio de un gancho y pistón, pues colocábamos sobre la piedra sagrada un lienzo que nos han dado en Goreé, encima un paño de altar doblado en dos, para que haya sobre la piedra tres paños, a continuación, dos candelabros de mesa y dos cirios, una cruz colgada con el fin de ocupar menos espacio, he aquí toda la decoración. Acababa la misa, metemos todo en una maleta y nada nos fastidia. El domingo la misa se dice a las diez en la batería, donde aquellos que quieren asistir pueden, pero desgraciadamente el número no es muy grande. Al final de la misa cantamos el “Domine salvum fae regem”, el “Gloria patri” y el “Oremus omnipoteus Deus”. Entonces el altar es mas grande y rodeado de estandartes que le dan un aspecto mas agradable. ¡Qué tristes días pasamos en nuestra pobre Aurora! ¡Qué monotonía la de los viajes en el mar! Sin hablar y viendo siempre la misma cosa, es todavía mas aburrido con respeto a la devoción. Así mientras que estais en Francia, ocupado haciendo penitencia durante el santo tiempo de Cuaresma y meditando la muerte de un Dios durante la Semana Santa, fuimos obligados a comer carne y a no ayunar, excepto los últimos tres días que Mons. Pezant pidió y obtuvo que nos sirvieran comida sin carne. Así como los hermosos días de la Resurrección, Ascensión, Pentecostés, y aquellas bellas procesiones del Sto. Sacramento, que habéis tenido la felicidad de cantar las alabanzas de un Dios vencedor. En cambio nosotros, ¡Lástima! Sentados en algún rincón, pensábamos en vuestra felicidad, y luego para consolarnos, balbuceamos algunos versículos de los himnos o estrofas de cánticos relativos a la fiesta. Puedo muy bien decir, que lo que ha producida mas pena, ha sido que durante el santo mes de María, hayamos sido forzados a celebrado en particular y por toda capilla una simple imagen de nuestra Buena Madre. Etaca, el neozelandés del que ya os he hablado viene todos los días al camarote de nuestros padres y allí le enseñamos a leer. Es todo lo que podemos hacer no conociendo su lengua, después nos da algunas palabras de su lengua, tengo el placer de anotarnos dos o tres con el fin de que veáis como se diferencian de las nuestras. - Buenos días mi amigo. - Temakoué héoa - ¿Tenéis pan y agua? - Me’ouhatou kouatu, uiooou. - Si - Eoi - Dadme por favor - Homahi ivitoeva mauko
- No, gracias - Kaoulaka - ¿Hay mucha gente con nosotros? - Euoui ennate tauhata oto enova? - Muy poca - Kanore inoui te tanhata - ¿Queréis mucho al buen Dios? - Epahi anate Atova? - Si - Eoia - ¿Trabajan los niños? - Tamahiti airé kitignoki? - No - Kaohualaka No sabemos apenas como haremos para los verbos, ellos solo hablan nada mas que en el presente, pues le hemos preguntado de distintas maneras y no hemos podido arrancar de él nada mas que el presente de indicativo. Durante largo tiempo he estado encargado de su educación, pero el señor Pezant, me lo quitó; un pequeño sacrificio que hacer para el Señor, pues estaba muy contento enseñándole la a, b, c. Como cambia la temperatura en los diferentes países donde ya hemos pasado. En Francia y en las costas demos tenido el invierno; la primavera en Tenerife y sus proximidades; bajo la zona tórrida, el verano donde hemos probado calores casi insoportables, teníamos bastante dificultad en quedarnos en nuestros camarotes, durante la noche pues nos afixiábamos. Mas allá del trópico de Capricornio, el frío comenzó a hacerse sentir y nos anunció el otoño, además los días disminuían sensiblemente; y cerca del Cabo, comenzamos nuestro invierno, el cual sin duda nos acompañará justo hasta Nueva Zelanda, donde esperamos encontrar la primavera al llegar. Vamos derechos a la península de Banks, tal vez después de mucho tiempo, tendremos el gozo de abrazar a abrazar a nuestros queridos cohermanos, pues como podéis ver sobre los mapas, la península está muy alejada de Hokianga donde Monseñor tiene su residencia. Debéis sin duda saber, que el gobierno francés busca hacer una colonia en la península de Banks, y ya el “Conde de París”, navío mercante, lleva a bordo un buen número de colonos franceses, que vivirán en la isla y la cultivarán. Esperamos según lo que nos han dicho muchos oficiales y el señor Comandante mismo, ir a hacer un pequeño descanso en Hobatoun (Tierra de Demonios), si fuese así, tal vez encontraríamos algún navío que vaya a Baie des lles, al cual podríamos dar una carta hacer saber a Monseñor nuestra llegada a Nueva Zelanda. Por fin estamos en las manos de la Providencia; sin duda, ella dispondrá todo lo mejor posible. Por favor, muy querido hermano, permitidme decir muchas cosas a todos los queridos y muy amados hermanos y novicios del Hermitage y de los establecimientos, estarán siempre presentes en mi espíritu; me gustaría nombrarlos a todos aquí pero, ¡que lástima!, el tiempo me falta, y estaría forzado a pasar los límites que me propuse en esta carta y no lo dudo resultaría aburrida. Hay sin embargo alguno que no puedo dejar de nombrar, y son: los queridos hermanos Luis María, Juan María, Juan Bautista, los buenos Estanislao, Luis, Hipólito, Agustín, Damián, que me llevó a la santa casa a la cual tengo el honor de pertenecer; Javier, Pedro; Ambrosino mi primo; Carlos, Colombán, Máximo, Bernardo, y mis dos antiguos directores, Demi y Pio a los que les pido me perdonen las faltas que tuve hacia ellos y a los otros el mal ejemplo que les he dado durante el tiempo que estuve con ellos. Pero si yo debo presentar mis respetos humildes a alguno, es ciertamente al muy reverendo Padre Superior, que ha tenido para mí todas las atenciones posibles, y que me
ha hecho tanto bien; ¡Ah no! jamás lo olvidaré. Los buenos padres Matricon y Besson me son muy queridos también, tened la bondad de decirles a todos lo que vuestra sabiduría os inspirará; pero la gracia que os pido a todos los padres y novicios de la santa Sociedad de María, es la de no olvidar un pobre pecador que tiene el honor de ser vuestro cohermano aunque muy indigno y que tiene gran necesidad de vuestras fervientes oraciones para poder hacer lo que le será ordenado. ¡Cuantas cosas no deberé hacer una vez llegado! Aprender el neozelandés, el ingles, yo que soy como sabéis tan corto, y cuantas otras cosas que no preveo todavía, las cuales sin duda me probarán; y bien, por las fervientes plegarias que haréis todos por mí, Dios me concederá la gracia de soportar todo con paciencia. Si algunos de los hermanos van a St. Sauveur, tengan la bondad, por favor, darle mis noticias a mis padres. ¡Cuán dulce me sería, si a la próxima salida tuviera el dulce placer de recibir una carta del Hermitage, os rogaré de concederme este favor. No sé cuando tendremos el placer de vernos, puede ser en esta vida, esperemos por lo menos vernos un día en el cielo, nuestra bella patria. Pedid por mi esta gran gracia nuestra Buena Madre y creedme. Muy querido hermano Director, vuestro muy humilde y muy respetuoso servidor: H. CLAUDIO MARIA
CARTA DEL HERMANO CLAUDIO MARIA J.M.J. Brest, 25 de enero de 1840 Muy Reverendo Padre: Permita que uno de sus hijos en Cristo le dirija dos palabras antes de salir de Francia con rumbo a Polinesia. No quisiera seguir adelante sin expresarle mi gratitud por haberme designado entre los primeros que parten hacia Nueva Zelanda. Sinceramente, muchas gracias. Salí de St. Chamond el dis 6, como usted me lo había ordenado. Antes de partir, tuve el gusto de ver al señor Dugas, pero sentí mucho no haber podido despedirme del buen señor cura de St. Pierre, pues estaba celebrando misa. Durante tres días permanecí en Lyon arreglando cosas. El 10 salí para París, en compañía del querido hermano Ammnon; llegamos el 13. Fuimos al seminario de Misiones Extranjeras: allí encontramos a los padres Pezout y Tripe. Que se nos habían adelantado unos días. Después de quedarnos tres días en París para efectuar diversos encargos, tomamos el tren y llegamos a Brest el 19. Aún estamos en esta ciudad. Afortunadamente el tiempo no ha sido del todo favorable y nos ha permitido revisar nuestro equipaje, hacer algunas provisiones para el viaje y para la misión. El capitán de la corbeta “El Alba” es muy bueno. Ha permitido a nuestros padres misioneros celebrar misa cuando lo deseen. Esto es un gran consuelo para nosotros.
Podrán también usar la sotana a bordo. Dispondremos de dos habitaciones, una para los Padres y otra para nosotros; aunque ciertamente no son muy espaciosas. Además estará con nosotros un neozelandés. Con su ayuda aprenderemos algo del idioma hablado en esas islas, que parece no ser muy difícil.
H. CLAUDIO MARIA
CARTA DEL HERMANO CLAUDIO MARIA Goreé, Senegal, 25 de marzo de 1840 Mi muy Reverendo Padre: No quisiera dejar de pasar la ocasión que se me presenta de permanecer unos ocho días en Goreé sin escribirle sobre nuestro viaje y sobre varias circunstancias que usted va a conocer, no lo dudo, con alegría. Ya había tenido el honor de escribirle desde Brest, el 25 de enero, creyendo que íbamos a zarpar pronto, pero los vientos contrarios nos detuvieron hasta el 19 de febrero. Nos aburrimos en esta población, sin conocer a nadie, sin saber a dónde ir, si no es al restaurante donde nos cobraban mucho; resolvimos ir a bordo, donde teníamos los alimentos gratuitos. El 29, día de S. Francisco de Sales, a quien yo haba tomado por patrono del mes, a las 3:30 fuimos a almorzar por primera vez al barco que debía transportarnos a la tierra por tanto tiempo deseada. Pronto comenzamos a sentir el mareo, aunque no fue mucho. Desde entonces hasta la partida tuvimos la fortuna de oír la Santa Misa y comulgar varias veces. Finalmente se tornó favorable el viento; y el 19 de febrero, hacia las ocho de la mañana, aparejaron el barco y partimos. El hermano y su servidor nos dirigimos a la pieza de los padres, y todos juntos pedimos al Señor, por medio de la mejor de todas las madres, un viaje bueno y feliz; oramos por Francia, nuestra hermosa patria; por las personas queridas que dejábamos; y, finalmente por la gente del barco. Terminada nuestra oración subimos al puente y enseguida a la toldilla, con la intención de ver una vez más la bella tierra de Francia; pero, ¡qué pesar! En lugar de la tierra amada, sólo se presentaron a la vista unas rocas, el cielo y el mar. Nos invadió la tristeza; algunas lágrimas nublaron nuestros ojos; lo que sirvió para que renováramos a Dios nuestro sacrificio. Desde el primer momento fuimos víctimas del mareo. Al segundo día nos levantamos un rato, aunque sumamente débiles y bastante enfermos. El tercer día no me levanté. Los padres y el hermano se levantaron un rato; pero temblorosos, sin apetito y con mucho vómito. Al día siguiente me sentí muy mejorado; me levante a las 7:30 y pude proporcionar algún alivio a mis compañeros, que no comenzaron a experimentar
mejoría sino hasta el 28. En cuanto a mí, estuve feliz por haber pagado a Neptuno el tributo de dos días de enfermedad y unos cuatro o cinco vómitos, cuanto más. El 25 tuvimos fuertes marejadas, a la una de la tarde un viento fortísimo desplazó de su sitio a uno de los marineros que se encontraba azada en mano y lo arrojó al mar. Inmediatamente subía al puente y al P. Pezout le dije lo que en parecida circunstancia había hecho el P. Petit, cohermano nuestro: le envió la absolución a la pobre víctima. Entre tanto se preparaba una embarcación para salvar al marinero caído. En esto sobrevino una ola inmensa que envolvió al marinero y lo hizo desaparecer por completo de la vista. “¡Nuestro hombre está perdido!”, fue el grito de la tripulación. Los días siguientes fueron muy hermosos. El 1 de marzo apareció ante nuestra vista Puerto Santo (Isla de Madeira), a unos ocho leguas de distancia. El dos vimos también varios barcos. Unos de ellos, de nacionalidad inglesa, se acercó bastante a nosotros y nos preguntó los grados de latitud y longitud. En seguida ambos navíos se comunicaron mutuamente los lugares de su salida de su destino, finalmente le despidieron. El tres, hacia las ocho de la mañana, vimos las montañas de Tenerife, sobre todo su pico, a unas veinte leguas; pero, puesto que el mar estaba en perfecta calma, no llegamos allá. Al día siguiente, cuatro, Miércoles de Ceniza, anclamos cerca de las diez, en la bahía de Santa Cruz y saludamos a la ciudad con veinte cañonazos de rigor. Las autoridades y los cónsules de varias naciones que se encontraban en la ciudad, tributaron honores a los franceses izando el pabellón de sus respectivas naciones. A las once, nuestros Padres, el Hermano, algunos oficiales y yo, entramos en la ciudad. Nos causó extrañeza el ver gran número de jóvenes que estaban allí sin hacer nada. Casi todos nos miraban y seguían con curiosidad. Lo que más les llamaba la atención eran nuestros Padres, que llevaban sotana y sombrero tricornio. Visitamos la iglesia que nos pareció muy bien. Estuvimos muy satisfechos de oír de labios del cónsul francés noticias de Mos. Pompallier, quien había permanecido dos meses en esta ciudad al ir a su amada misión. Enseguida efectuamos algunos encargos, terminados los cuales dejamos la ciudad para regresar a nuestra corbeta, a las cuatro de la tarde. El cinco, a las dos de la mañana, aparejaron el navío y salimos. El doce, a las once y media de la mañana, nos encontramos frente a S. Luis; pensamos que solo nos quedaríamos una horas en la radal, pero debido a varios encargos que tenía el comandante con el gobernador hubo necesidad de anclar. Al día siguiente, a mediodía, llevaron anclas. El catorce, temprano, tuvimos que anclar aún en la bahía de Goreé, donde tenemos que permanecer por algunos días. A las once y media fuimos a visitar al párroco, quien nos recibió muy bien. Ha tenido con nosotros todas las consideraciones posibles. Quería que estuviésemos con él durante toda la permanencia en Goreé. Le agradecimos pero no le aceptamos la invitación, pues le hubiéramos causado no pocos gastos. También tuvimos el agrado de encontrar allí al Prefecto Apostólico, que nos colmó de atenciones. El neozelandés de quien os hablé en mi última carta viene de vez en cuando a nuestras habitaciones; pero como no sabemos gran cosa de su idioma, y él no entiende el nuestro, será bastante difícil instruirlo. Sin embargo, haremos lo que se pueda. Se llama Etaca. He aquí algunas palabras que de él hemos aprendido; y otras de uno de nuestros marineros que ha estado en las islas. Lunes, Kitemani; martes, tetouré; miércoles, waineré; jueves, tahiré; viernes, prahedé; sábado, saradei; domingo, ratapou; una semana, itka (o latiré); un mes; un año, tuau...
CARTA DEL HERMANO ELIAS REGIS Valparaíso 12 de enero de 1839 Reverendo Padre: Muy grato es para mí poderle renovar mis sentimientos de respeto y agradecimiento por todos los miramientos que ha tenido conmigo, y expresarle el pesar que he sentido al separarme para siempre de usted y de mis cohermanos, a quienes nunca olvidaré. no escuchare ya mas las exhortaciones de usted ni veré sus buenos ejemplos, pero si no me es posible estar entre ustedes en persona, procuro trasladarme de vez en cuando en espíritu, con el fin de adorar, todos juntos al padre Soberano, que siempre nos contempla a donde quiera que estemos. ¡ Cuán sublime es el pensamiento de su Grandeza, cuando me recuerdo que podría ir al extremo del mundo sin sustraerme a su presencia! ¡Cuán triste es también este pensamiento, si se considera que tanta gente no le conoce más que para ofenderle! Embarcamos el 11 de septiembre. Tuvimos buen viento en los primeros días. El 20 pasamos por la isla de Madeira, de tanta fama por sus vinos. No habíamos visto aún grandes peces, hasta entonces, en que vimos marsopas. Estos peces tienen el morro como los cerdos. Cogieron uno que podría pesar 150, pero se dice que hay de 300 a 500. Estos peces no son nada buenos. Los marineros los temen como se teme la carne del perro y del lobo. Comimos solamente los sesos, que nos gustaron mucho. Los hemos visto luego varias veces durante nuestro viaje, y después negros y blancos. Pasamos el Ecuador el 18 de octubre. Es una ocasión de diversión para los marineros, sometiendo a bautismo a todo pasajero que lo pasa por primera vez. Como nosotros no queríamos ser bautizados dos veces, pedimos que se nos dispensara. Lo obtuvimos dando satisfacción a sus deseos de recibir algo de los pasajeros. He aquí la descripción de la ceremonia: al atardecer, el padrino de la línea ecuatorial se hizo oír desde lo alto de la gran vela con un altavoz; disparó dos pistoletazos y preguntó si había pasajeros a bordo y el nombre del capitán. Luego hizo llover sobre nuestras cabezas una granizada de judías. Esto era solo el anuncio de su llegada, la víspera del día. No vimos lo que pasó por la mañana, porque nos metimos en la habitación. Pero lo principal consiste en mojarse. Hacen sentar al bautizado sobre una tabla, sobre la cual hay un recipiente lleno de agua. Se hace correr la tabla suavemente y se encuentra uno en un recipiente lleno de agua, lo cual constituye un motivo de risa para todos los espectadores. En el Ecuador el sol sale a las seis y se pone a las seis. Tuvimos algo de calma. Cerca de aquí sepultaron a un niño de unos seis meses, y habíamos perdido ya a un marinero a los ocho días de navegación. Estaba plegando las velas cuando el viento lo hizo caer al mar. El dos de noviembre estuvimos a punto de tener un incendio, luego tempestad hasta el cinco. El 26 pasamos por el cabo de hornos, tan temido a causa de frío. Divisamos las montañas del Cabo de Hornos. Tuvimos la dicha de oír la santa Misa, que se celebro sin incomodidad en cuanto al tiempo. Se puede decir que no hay noche, o al menos muy corta. La noche se reduce a unas dos horas de crepúsculo. Me quedé una vez en el puente hasta después de media noche. Comenzaba a alborear y hacía solo un instante que la luz del día anterior había desaparecido.
Si no sufrimos tempestad en el Cabo de Hornos, bien que la afrontamos más tarde. Tuvimos en el Pacífico dos días de horrorosa tempestad, del 3 al 5. Se veían montañas de agua enormemente altas que de vez en cuando se estrellaban contra el barco y llegaban a cubrirlo. Hubo una tan fuerte que arrastro una lancha de salvamento, mucho agua llego hasta la habitación. La nave estaba tan ladeada que no podíamos mantenernos en posición vertical en el puente sin la ayuda de algún apoyo sin agarrarnos a alguna cuerda. Tales momentos son espantosos, pero cuando uno se ha puesto en manos del Todopoderoso, no se tiene miedo a nada pues solo se desea el cumplimiento de su santa voluntad. Pero son terribles para cuantos tengan una manera demasiado humana, pues se aferran a esta vida ya que no cuentan con la otra. No lejos de nosotros encontramos un barco ballenero cuyo capitán vino a hacernos una visita. Luego vimos, el mismo día, tres ballenas a la vez, que pasaron muy cerca de nuestro navío y del ballenero. Pensaba que iban a cogerlas, pero las despreciaron, pues no eran de buena clase. De todas formas, destacaban por su tamaño. El 12 de diciembre llegamos a Valparaíso. Los Padres de Picpus al enterarse de nuestra llegada, vinieron a nuestro encuentro y nos condujeron a su casa, donde estamos alojados y tratados como si fuésemos de su Sociedad. No os diré mayor cosa de Valparaíso, solo que estamos en pleno verano; la estación de los frutos que llega; el trigo ha sido cosechado hace ya mucho tiempo. En esta casa hay mucha piedad; los Padres son rudos para aplicarse la disciplina; les he oído una vez durante todo el “miserere”, vaya que si pegaban fuerte. Esperamos salir dentro de unos quince días en una goleta del señor Rouchouse, llegada de las Sándwich a Valparaíso para llevar al señor Meyret, que vendrá con nosotros así como otro sacerdote de su Sociedad. H. ELIAS REGIS
CARTA DEL HERMANO ATTALE J.M.J.,, San Yago 15 de julio de 1839 Reverendo Padre: Le escribo para satisfacer el gozo que experimento de darle noticias mías, para agradecerle tantos trabajos y bondades que ha tenido conmigo, para decirle con brevedad los diferentes lugares de mi viaje. Salí de Lyon el 23 de mayo con los Padres Comte y Chevron, a las 8 de la mañana; llegamos a París el 25 de mayo a las 6 de la mañana; fuimos alojados en el Seminario de Misiones Extranjeras, nos recibieron muy amigablemente. El Rdo. Padre Dubois me pide noticias suyas; creo conveniente manifestarle su amistad con usted. El 26 salimos a las dos de la mañana y llegamos, el 27, a mediodía, a Boulogne; el mismo día volvimos a salir, a las diez de la noche, en un barco de vapor con rumbo a Londres; hemos tenido un viaje muy favorable, llegamos a Londres a las 11 de la mañana. Allí encontramos un francés, el mismo francés que ya había llevado a su casa a nuestros dos Padres Petit y Viare, quienes habían llegado dos días antes que nosotros; pero ya estaban en su casa. No habíamos terminado de almorzar cuando ambos Padres vinieron a buscarnos; fuimos con ellos a su nuevo hotel. Este es de gente que sólo recibe a algunos viajeros como nosotros; se trata de una familia que parece muy adicta; se tienen por cristianos católicos como nosotros, pero con muy poca instrucción sobre la religión.
Voy a entretenerle un poco sobre la ciudad de Londres. La ciudad de Londres es muy extensa; se calcula en ella mas de un millón cuatrocientos mil almas; las casas no son muy altas, a mi entender no tienen mas de un tercer piso. He observado especialmente el entierro de dos ingleses; en cada entierro había tres carruajes tirados cada uno por dos caballos: uno para el difunto y los otros para los ministros de su secta, quienes llevaban en la mano un bastón que no se que tiene en la cúspide y que esta doblado con una pasta negra; estos bastones miden aproximadamente 5 pies de largo, los sacerdotes ministros están revestidos de negro. Al igual que los carruajes. Las iglesias están muy limpias, pero no parecen bien equipadas. Los hombres y las mujeres no saben salir de su casa sin tomar los carruajes, así que estos llenan las calles. La religión cristiana en Londres esta por completo en una situación digna de lástima; este reino esta devorado por sectas: se calcula en mas de ochenta diferentes. Todas nuestras prendas y maletas están en el barco, nada se ha perdido; un señor protestante, cuya mujer es católica, nos ha hecho grandes favores. Gracias a su influencia muy pocas maletas fueron abiertas en las oficinas de la aduana. Salimos de Londres el 14 de junio y nos hicimos a la vela el 15 a las 6 de la tarde. De las 36 personas que hay en el barco, solamente nosotros somos católicos; hay dos judíos, dos negros, y creo que el resto es protestante. El dueño del barco que es el capitán, parece bien dispuesto a cuanto nos haga falta. Tenemos tres cuartos pequeños para los cinco, los llamados camarotes; son muy estrechos, apenas miden cinco pies y medio el lado de su cuadrado, incluidas las camas. Los primeros días de navegación no han sido favorables; al cabo de unos días el mar se calmó, el Señor nos ha enviado buen viento y hemos navegado rápidamente, pasamos rápidamente las islas de Ouliest, de Soilly, de Madeira y las Canarias; llegamos a San Yago el 13, donde permaneceremos 4 días para abastecernos de agua dulce. Esta isla es fertilísima en toda clase de frutas; residen un Obispo y dos sacerdotes. ¡Qué pena! Rdo. Padre, la mies esta a punto en esta isla, y de tener obreros, todos sus habitantes no respirarían otra cosa que el conocimiento del verdadero Dios. Hubieran deseado retener a dos de nuestros Padres, diciendo que por lo menos tendrían sacrdotes para confesarlos y enterrarlos. Los dos sacerdotes que hay son portugueses; hay un gobernador católico, el Cónsul, es también católico. Estos pobres negros. ¡Qué pena! Estos negros dan lastima. Corrían detrás de nosotros para conseguir una medalla o una cruz. Una casa, en la que entramos y en la que permanecimos unos momentos, fue asaltada por estos pobres salvajes, e incluso por varios soldados que se encontraban allí, con sus gorras de policía en la mano, pidiéndonos con insistencia una medalla o una cruz. A quienes se les daba, pronto la colocaban en el cuello y se mostraban contentos de estar pertrechados con semejantes armas. Habíamos distribuido cuanto teníamos, pero la gente no parecía disminuir, de improviso llega uno que nos emocionó, decía: “Soy trompeta, por favor, una cruz, por favor”. Yo guardaba una pequeña que me habían dado en Londres. Se la entregue con un cordón que el P. Viare le dio; de inmediato se la piso en el cuello. Nunca militar alguno ha podido estar tan ufano. Algo le he dicho sobre las iglesias de Londres, pero son mucho mejores que las de aquí. En esta isla las encuentra uno como descuidadas, debido posiblemente a la pobreza reinante. H. ATTALE
CARTA DEL HERMANO MICHEL Baie des lles, Nueva Zelanda 17 de mayo de 1840 Mi muy querido Padre: Después de largo tiempo que deseo escribiros, si no lo he hecho no ha sido indiferencia. El apego, el afecto, que tengo por usted y por mis queridos cohermanos es siempre el mismo. Es más bien falta de ciencia que de olvido, debéis tener la bondad de perdonarme. Un navío francés hace vela para el Haure, de gracia que no puedo desperdiciar esta ocasión para mis noticias. No os puedo decir muchas cosas de las misiones donde tengo el honor de participar, usted no las debe ignorar, pues muchas cartas son enviadas por mis queridos misioneros, os diría por tanto que el número de neófitos aumenta todos los días a pesar de la astucia y de los esfuerzos que emplea la herejía para apartarlos, aunque es mas o menos cierto que los misioneros católicos están en mayor número, esto carece de importancia. Mi último viaje en el séquito de Monseñor y del P. Viard, que ha estado visitando muchas tribus de naturales sobre la costa sudeste de esta isla cerca del cabo Wai-Apon, aproximadamente a cien leguas de Baie des lles, residencia de Monseñor. Hemos visto muchos nativos desengañados por las calumnias que los pretendidos misioneros les han contado contra la religión católica, sobre todo contra Monseñor, a la llegada a las tribus muchos venían hacia el llenos de temor y los ojos desencajados, porque los misioneros protestantes les habían dicho que el Obispo había venido a quitarle sus tierras, y pronto llegarían navíos franceses que los destruirían. Algunos naturales han contado a su Grandeza lo que le habían dicho; no ha sido difícil desengañarlos y hacerles conocer la mentira y la falsedad, entonces hemos visto, a estos pobres salvajes unirse a otros neófitos que son muchos y muy interesantes; han aprendido en tres o cuatro días que hemos visto, a estos pobres salvajes unirse a otros neófitos que son muchos y muy interesantes; han aprendido en tres o cuatro días que hemos estado con ellos, las oraciones y algunas otras verdades de la religión; ellos pedían todas las oraciones, y han hecho ellos mismos las casas y la capilla en madera para recibirles, y el P. Viard sale hoy para comenzar una nueva misión en Tauranga, la mas considerable de todas las tribus que hemos visitado, en algunos días otra va a comenzar en Kaipara, a dos días de marcha de Baie des lles. Mi muy Reverendo Padre, agradezco todos los días al Señor por haberme dado tan bella vocación por vuestra mediación. Por favor, no me olvide en sus fervientes plegarias y sobre todo en el Santo Sacrificio. Todos los hermanos que estamos en Nueva Zelanda se portan bien y se encomiendan a sus oraciones. Por favor, os pido que deis mis recuerdos a los muy queridos hermanos Francisco, Luis María, Juan María, Estanislao. Conservo hacia todos mis hermanos la más tierna y más sincera afección. Tengo el honor de dejarle en Jesús y María. Vuestro muy humilde y muy devoto servidor. H. MICHEL
BIBLIOGRAFIA 1.- LES ORIGINES DE LA FOI DANS LA NOUVELLE – ZELANDE Librerie Generale EMMANUEL VITTE Lyon 1896 2.- VIE DU FRERE FRANCOIS Abbé L. PONTY EMMANUEL VITTE Lyon 1899 3.- TRES REVEREND PERE COLIN Imprimerie EMMANUEL VITTE Lyon 1900 4.- VIE DU FRERE LOUIS MARIE EMMANUEL VITTE Lyon 1907 5.- CIRCULARES Troisieme volume librairie EMMANUEL VITTE Lyon 1914 6.- MANUALE DI STORIA DELLE MISSIONI CATOLICHE Terzo volume P.G.B. TRAGELLA TIPOGRAFIA DELLE MISSIONI CATTOLICHE Milano 1929 7.- PROFILI D’ APOSTOLI INSTITUTO MISSIONI ESTERE Parma 1930 8.- DA UN ARCIPELAGO ALL’ ALTRO DELL ‘OCEANIA INSTITUTO MISSIONI ESTERE Milano 1931 9.- CENTENAIRE DES MISSIONS MARISTES EN OCEANIE EMMANUEL VITTE Lyon 1936 10.- LE DEPART DES PREMIERES MISSIONAIRES MARISTES POUR L’ OCEANIE ( Extrait du Bolletin de la Sicié té Géofrafhie Commerciale du Havre) PATRCK O’ REILLY Le Haure 1937 11.- UN ITINERARIO DI GLORIA FR. GIOVANNI BATTISTA BELLONE Edizzioni I.T.I Genova 1980
12.- ORIGINES MARISTES ( 1786 – 1836) J. COSTE – G. LESSARD Piazzale M. Champagnat, 2 Roma 1985 13.- LETTRES 2. REPERTOIRES RAYMOND BORNE – PAUL SESTER Piazzale M. Champagnat, 2 Roma 1987 14.- FRERES COADJUTEUR A.F. M. Roma 15.- 48 LETTRES CONTENUES DANS EN CAHIER (De nuestros primeros Hnos. misioneros) A. F. M. Roma
INDICE 1.- PROLOGO.....................................................................................................
1
2.- ANTECEDENTES.........................................................................................
9
3.- CAMINO HACIA EL HAVRE.....................................................................
14
4.- EL HAVRE....................................................................................................
18
5.- OCEANIA.....................................................................................................
24
6.- SALIDA Y TEMPESTAD............................................................................
27
7.- EN LAS ISLAS CANARIAS........................................................................
31
8.- MUERTE DEL PADRE BREST..................................................................
33
9.- VALPARAISO..............................................................................................
38
10.- ISLAS GAMBIER.......................................................................................
41
11.- TAHITI........................................................................................................
45
12.- TONGA.......................................................................................................
48
13.- WALLIS.......................................................................................................
55
14.- FUTUNA.....................................................................................................
60
15.- NUEVA ZELANDA...................................................................................
62
16.- CARTAS VIAJERAS..................................................................................
69
17.- BIBLIOGRAFIA.........................................................................................
106
18.- INDICE........................................................................................................
108