La Promesa Y El Destino Del Hombre

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La Promesa y El destino del Hombre ¿Cielo o tierra? 1 Dice el relato del Génesis, que en el principio Dios advirtió al hombre de que para conservar la vida, no debía traspasar su mandato en cuanto al fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal; pero el hombre y la mujer desobedecieron, instigados por la persona que Juan identifica cómo “…la antigua serpiente, el que es llamado Diablo y Satanás, y que está engañando a la humanidad entera…” (Apocalipsis 12:9) porque por boca de una serpiente, desautorizó las palabras del Creador, cuando “…dijo a la mujer: ‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que en el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios…” (Génesis 3:4-5) Y verdaderamente, ni el hombre ni su mujer murieron inmediatamente, ni Dios los ejecutó, pero al haberse apartado voluntariamente de la fuente de la vida, envejecieron y murieron, legando a su descendencia una muerte que no formaba parte del propósito de Dios para el hombre. 2 Desde entonces existen muchas creencias religiosas, que en armonía con las palabras de aquella antigua serpiente, sostienen que la muerte del cuerpo, no es en realidad el final de la vida, ya que el destino de todos los hombres es abandonar su cuerpo mortal, para alcanzar una vida feliz en una dimensión espiritual. También los fieles de la Cristiandad comparten básicamente esta creencia, porque poniendo fe en la promesa del adversario de Dios, esperan seguir viviendo tras la muerte, convencidos de poseer un ‘alma’ inmortal. Pero si esto fuese así ¿Qué sentido tendría la vida del hombre en la tierra? ¿Es tal vez este maravilloso planeta lleno de vida, solamente un lugar de paso, que ante la aparente indiferencia de su Creador, es devastado por una humanidad sufriente, que vive en la injusticia y soporta el hambre, las enfermedades y el dolor, mientras aguarda la muerte, esperando, en el mejor de los casos, una vida justa en los cielos? Aunque expuesto así parece absurdo, esta es la esperanza de tantísimas personas que dicen conocer y atribuir autoridad a las Escrituras. Ahora bien, si investigamos en ellas, hallaremos que: “…los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni para ellos hay paga alguna, su memoria se perdió...”, (Eclesiastés 9 :5) por esto, “Cualquier cosa que desees hacer, hazla con toda tu energía, porque no existen obras, ni razones, ni ciencia, ni sabiduría, en el sheol (el sepulcro) a donde vas”. (Eclesiastés 9: 10) 3 Dice el apóstol Pablo: “Igual que por causa del primer hombre el pecado entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los hombres porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) La muerte es pues resultado del pecado, y este hecho nos hace comprender que Dios no había creado al hombre para que envejeciendo, muriese, cómo ha ocurrido desde entonces; él lo había hecho para vivir y permanecer en la tierra, igual que había creado a los ángeles para vivir y permanecer en los cielos, y el propósito de Dios es inmutable, cómo se dice en las Escrituras, donde leemos que el espíritu de Dios declara por medio de Isaías: “Tal cómo bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allí hasta haber regado la tierra, haciendo germinar y crecer las plantas, y dando la simiente y el pan para comer al sembrador, sucede con la palabra que sale de mí; pues no regresará a mí sin resultado, y cumpliendo lo que yo quiero, el designio mío que me hizo enviarla, triunfará”; (Isaías 55:10-11) y: “Así dice Yahúh, el creador de los cielos. Él es el Dios que hizo la tierra y le dio forma. No la fundó para que estuviese vacía; la creó y la formó para que fuese habitada…” (Isaías 45: 18-19) Efectivamente, Dios expresó su designio para la vida del hombre, diciendo: “…Hagamos al hombre a nuestra imagen (la imagen moral), que sean semejantes a nosotros,

y tengan autoridad sobre los peces del mar, las aves de los cielos, y los animales...” y luego, “…dijo Dios: Sed fructíferos y multiplicaros, llenad la tierra y dominadla...” (Génesis 1: 26-28) Por este motivo dice el salmo, que “… los cielos, pertenecen al SEÑOR, pero él ha entregado la tierra a los hijos del hombre”, (Salmos 115:16) de modo que fuese para siempre habitada, gozada, cuidada y administrada por ellos. 4 Desconociendo el propósito de Dios, es difícil, si no imposible para el hombre, pensar que fue hecho para vivir y no para morir; sin embargo Dios nunca ha cambiado su designio inicial, y aunque los hombres dejan de existir por causa de la muerte que heredaron de Adán, verdaderamente, la humanidad “…no fue sometida a la futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que transgredió”, (Romanos 8:20) y para remediar este hecho, el Creador concibió desde el principio, una redención que pusiese de nuevo la vida a su alcance. Esta salvación fue ya anunciada en Edén, a través de las palabras que Dios dirigió al que mintiendo, había incitado al hombre a desafiar su autoridad, pues le dijo: “…pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu progenie y la suya; él te aplastará la cabeza y tu le herirás en el talón”. (Génesis 3:14-15) Esta declaración inicia la serie de profecías que hablan del desarrollo y triunfo de su designio, constituyendo lo que en las Escrituras se denomina ‘el secreto sagrado de Dios; un secreto que ninguno había llegado a discernir hasta que fue revelado a través de Cristo y de sus discípulos. Por esto Pablo escribe que Dios le ha concedido “…el privilegio de proclamar entre las naciones el inconmensurable tesoro de la buena nueva del Cristo” para desvelar “ante todos cómo se administra el secreto sagrado, que desde un pasado remoto estaba escondido en el Dios que creó todas las cosas, para que ahora, por medio de la congregación, se dé a conocer a los gobernantes y a las autoridades en los lugares celestes”. (Efesios 3: 8-10) 5 Puesto que todos los hombres mueren y no poseen un alma inmortal, la esperanza verdadera y la única que las Escrituras declaran cómo cierta es la resurrección que Dios promete. El levantará de la muerte a los hombres con el mismo poder “que manifestó al despertar a Cristo de entre los muertos, para sentarlo a su diestra en los lugares celestes”; (Efesios 1:20) y cómo desde la antigüedad, había manifestado a través de sus profetas, “…eliminará la muerte para siempre… el SEÑOR Yahúh enjugará las lágrimas de todo rostro...” (Isaías 25:8) y “...aquellos de espíritu apacible poseerán la tierra y gozarán de una gran paz”. (Salmo 37:11) En el libro de Daniel, leemos que un ángel le dice: “Llegarás a tu fin y reposarás, para recibir tu recompensa al final de los días”. (Daniel 12:13) Pues aunque cuando el hombre muere, sus pensamientos perecen y ya no vive ni en la tierra ni en el cielo ni en ningún otro lugar, el propósito de Dios es levantarlo de la muerte mediante la resurrección. Confirmando esto, Jesús dijo a sus discípulos: “...he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió, la del Padre, que ninguno de los que él me ha dado se pierda, y que yo los resucite en el último día. Porque la voluntad del que me ha enviado es que todo aquel que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. (Juan 6: 38-40) Por este motivo, y ante la dificultad que tenían algunos discípulos para creer en la resurrección, Pablo escribió a la congregación de Corinto: “Ahora bien, si se predica que Cristo ha sido resucitado de entre los muertos ¿Como es que algunos de vosotros decís que no hay resurrección de los muertos? Puesto que si no existe la resurrección de los muertos ¡Tampoco ha sido resucitado Cristo! Y si Cristo no ha sido resucitado, nuestra predicación y nuestra fe no tienen sentido.” (1Corintios 15: 12-14)

6 Así pues, Dios ha dispuesto volver los hombres a la vida para que, bajo su bendición, habiten, gocen y cuiden de la tierra que desde el principio preparó para ellos; por esto Jesús enseñó a sus seguidores, que debían pedir al Padre: “…haz que venga tu reino y tu voluntad se haga, igual que en el cielo, también en la tierra…” ( Mateo 6:10) El gobierno del reino de Dios que restablecerá a la humanidad de acuerdo con su voluntad, no estará a cargo de los ángeles, porque dice Pablo, que Dios ”…no somete a los ángeles la futura tierra habitada de la que nosotros hablamos”; (Hebreos 2:5) él lo ha encargado a su hijo primogénito, que renunciando a su vida en los cielos y naciendo cómo hombre, llevó a cabo su designio de redención y recibió de Dios la soberanía, cómo se había profetizado en el salmo que Pablo cita, “…‘le has hecho un poco inferior a los ángeles y coronándole de gloria y de honor, has sometido todas las cosas bajo sus pies’…” (Hebreos 2:7, y Salmos 8:5) Dios sujeta pues la futura tierra habitada que se predica en la buena nueva, a Cristo. Y sin embargo, Cristo había hablado a sus discípulos del final de este mundo, asegurándoles: “El cielo y la tierra pasarán…” (Mateo 24:29-35) y también Pedro escribe: “…el Día del SEÑOR se presentará cómo un ladrón, y entonces, los cielos pasarán con un estruendo y los elementos, intensamente calientes, se disolverán, mientras que la tierra y todo lo que hay en ella se consumirá…” (2Pedro 3:10) Además, Juan describe en su relato del Apocalipsis, la destrucción que los siete ángeles traen sobre la tierra habitada. (Apocalipsis 16:1-20) 7 Ahora bien, tanto Jesús cómo Pedro, comparan esta destrucción de la tierra, con la que sucedió en tiempos del diluvio, porque dicen: “Igual que en los días de Noé, ocurrirá con la llegada del Hijo del hombre…”, (Mateo 24:37-39) pues “…por la palabra de Dios, en la antigüedad fueron constituidos unos cielos, y una tierra que surgió del agua y que estaba rodeada de agua, y por orden de la misma palabra, aquel mundo de entonces fue destruido por el agua del diluvio. Pues bien, por la misma palabra, los cielos y la tierra actuales están destinados al fuego y reservados para el Día del juicio y de la destrucción de los impíos...” (2Pedro 3:1-7) Notemos que Pedro emplea la palabra ‘tierra’ para designar a la ‘sociedad humana impía’ que la habita; esto nos da a entender que la ‘destrucción de la tierra’ no es la destrucción del planeta, si no la de la sociedad humana que vive en él, igual que sucedió en los días del diluvio. En aquel tiempo la tierra, o sea el planeta, sufrió grandes cambios pero no desapareció y además, hubo ocho personas, Noé y todos los suyos, que por la misericordia de Dios, sobrevivieron a la catástrofe. Pero si la ‘destrucción de la tierra’ se refiere a la sociedad humana ¿Cuál es el significado de la destrucción de ‘los cielos’? 8 Cuando los habitantes de la tierra levantan la vista, sobre ellos ven los cielos, y por mucho que subiendo, se alejen en el espacio, los cielos siempre están por encima de los hombres. Por esto, en las Escrituras se aplica el término ‘cielos’ a una autoridad o un gobierno que está sobre los hombres; en armonía con esto, Pablo dice que los cielos actuales de la humanidad, o sea, las fuerzas que la inspiran e impulsan desde su inicio, están constituidas por “…los gobiernos, las autoridades y los gobernantes cósmicos de estas tinieblas ...” que él llama “las fuerzas espirituales malvadas que habitan las regiones celestes”, (Efesios 6 :11-12) Confirmando sus palabras, también Juan escribe que “…todo el mundo está bajo el poder del Maligno…” (1Juan 5:19) y con estas cosas en mente, podemos comprender mejor el sentido del relato del evangelio de Mateo, cuando explica que el diablo, llevando a Jesús “…hasta una altura, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra”, y le dijo “yo te daré el poder y la gloria de estos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada y se la doy a quien yo

quiero”. (Mateo 4 :5-6) Por tanto, el Maligno y las demás ‘fuerzas espirituales malvadas’, están sobre la humanidad con autoridad y constituyen los cielos que serán destruidos para siempre en el Día del SEÑOR, para ser sustituidos por unos cielos fieles a Dios; unos cielos bajo el gobierno de su Primogénito. 9 De él dice Pablo: “Este Hijo es el reflejo del esplendor de su gloria; es la imagen de su personalidad, y sostiene todas las cosas por el poder que le ha sido otorgado. Porque después de haber cumplido con la purificación de los pecados mediante el sacrificio de expiación, se ha sentado a la diestra de la Majestad divina en el más alto de los cielos, y ha adquirido una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada… del Hijo se dice (en las Escrituras): “¡Oh divino! Tu trono es por los siglos de los siglos y el cetro de tu reino es un cetro de rectitud. Tú has amado la justicia y odiado la ilegalidad, por esto ¡Oh divino! has sido ungido con el óleo del ritual sobre tus compañeros, por tu Dios”. (Hebreos 1:3-9, Salmos 45:6) Su fidelidad ha conducido los designios de Dios a su cumplimiento, y ha desacreditado a las “autoridades” de los ‘cielos malvados’, dejándolas expuestas “a la vergüenza pública”, (Colosenses 2:15) porque para redimir a los hijos de Adán, quiso nacer cómo hombre, y “…aunque era hijo, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió, pero después de haber sido hecho perfecto, llegó a ser el agente de la salvación eterna para todos los que le obedecen…” (Hebreos 5:8-9) Por esto Dios le ha otorgado la soberanía sobre la humanidad, de modo que cuando su Padre lo establezca, gobernara sobre la tierra, sustituyendo junto con aquellos que constituyan su cuerpo, a los ‘cielos’ actuales por unos ‘nuevos cielos’, que actuarán en beneficio de la humanidad. 10 En relación a estas cosas, Pedro escribió a los discípulos: “...nosotros estamos esperando unos nuevos cielos y una nueva tierra según su promesa, que alberguen la justicia”, (2Pedro 3:13) pero ya unos 700 años antes del nacimiento de Jesús, Isaías había escrito: “El SEÑOR dice: ‘¡Mira! Voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, y las cosas anteriores no serán recordados ni acudirán al corazón, pues los que crearé, traerán para siempre alegría y regocijo, y haré de Jerusalén (los nuevos cielos) ‘Regocijo’ y de su pueblo (la nueva tierra) ‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y jamás se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65 :17-19) Muchos años más tarde, el apóstol Juan ratifica sus palabras, escribiendo: “...vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior habían desaparecido y el mar ya no existía.” (Apocalipsis 21 :1) (La palabra ‘thalassa’, que literalmente quiere decir ‘el mar’, se emplea además para describir a la humanidad en rebeldía, como podemos ver Isaías 57 :20 y Apocalipsis 17 :15) “…y vi cómo Dios hacía descender del cielo a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, adornada como una novia para su esposo. Entonces oí una voz potente que provenía del cielo, y dijo: “La tienda de Dios (la nueva Jerusalén que constituye el templo espiritual de Dios edificado por ‘piedras vivas’, cuya piedra angular es Cristo. 1Pedro 2 :4-5) está con la humanidad y permanecerá con ella, porque ellos serán su pueblo. Dios mismo intervendrá en su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado”. Y prosigue diciendo, “Aquel que se sienta en el trono me dijo: “¡Mira! hago nuevas todas las cosas” y continuó: “Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces”. (Apocalipsis 21:1-5) 11 Los ‘nuevos cielos’ representan pues al gobierno del Cristo, así cómo la ‘nueva tierra’ representa a la sociedad humana bendecida por Dios, que habitará

la tierra según la promesa que Abraham, Isaac, Jacob y todos “los profetas, los puros, y los humildes o poderosos que han mostrado respeto por el nombre del SEÑOR”, (Apocalipsis 11 :18) esperaban, y que gracias a la redención de Jesús, volverán a la vida cómo hijos suyos. En armonía con esto, un salmo dirigido a Cristo, que hace referencia a estos hombres fieles de la antigüedad, dice: “En vez de tus antepasados, serán tus hijos, y los harás príncipes en toda la tierra”. (Salmo 45 :15) Sin embargo, en cuanto a los beneficios de la promesa recibida, escribe Pablo: “Todos ellos recibieron testimonios de su fe, pero no podían alcanzar el cumplimiento de la promesa hasta que nosotros obtuviésemos aquella de naturaleza superior, que desde el principio nos había sido establecida por Dios”. (Hebreos 11:39-40) Refiriéndose a este requisito, Jesús dijo del encargo de su primo Juan, el precursor: “Os digo que entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan, y sin embargo, el más pequeño del Reino de Dios, mayor es que él”. (Lucas 7:28) 12 ¿Existen pues dos promesas? verdaderamente la promesa es una sola para todos los hombres Puesto que cómo dice Pablo “hay un solo cuerpo y un solo espíritu, y habéis sido llamados a una única esperanza, porque hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios que es el Padre de todos, que está por encima todos y que obra a favor de todos y en todos”. (Efesios 4:46) Los hombres mantienen la misma esperanza: alcanzar una vida sin muerte y gozar de una bendición eterna bajo el gobierno de Cristo, pero lo mismo que a sus ángeles, Dios no da a todos los hombres un mismo puesto ni un mismo encargo; por esto, según las Escrituras, la prometida resurrección del hombre originará dos naturalezas y destinos diferentes, relacionados con la responsabilidad que Dios haya asignado a cada uno. Pablo da cuenta de estos dos modos, diciendo: “Cristo ha resucitado de entre los muertos cómo primicia de los que duermen en la muerte, porque si la muerte llegó por medio de un hombre, la resurrección llega también por medio de un hombre, para que del mismo modo que todos mueren por la culpa de Adán, vuelvan todos a la vida por medio de Cristo, aunque cada uno de acuerdo con el orden establecido: Cristo cómo primicia, más tarde, cuando él vuelva, aquellos que pertenecen al Cristo, y después todos los demás”. (1Corintios 15: 20-23) 13 Es voluntad de Dios que aquellos que bajo Cristo, integran su cuerpo o equipo, trabajen bajo su dirección para que de acuerdo con su propósito, la tierra recobre su condición primitiva, y cuando aquellos hombres fieles de la antigüedad, con todos los que han hecho cosas buenas, sean levantados, se hallen en el paraíso prometido. Pablo escribe que la Ley contenía una “…sombra de las realidades celestes”, (Hebreos 8:5) por esto, cuando por mediación de Moisés, Dios concertó con su pueblo el Pacto de la Ley, le dijo: “los levitas son míos, porque mío es todo primogénito…” (Números 3:11-13) Con esto eligió proféticamente a la tribu de Leví para representar a sus primogénitos, que por pertenecerle, no podían poseer una heredad en la tierra cómo el resto de su pueblo, y se dedicaban por completo al sacerdocio y al cuidado de la salud y del bienestar del pueblo de Dios. Aquellos primogénitos del Pacto Antiguo, prefiguraron a los primogénitos tomados de todas las etnias, tribus, pueblos y lenguas, que forman el nuevo pueblo de Dios, por haber concertado mediante la fe en Cristo, un Nuevo Pacto con él, “…convalidado, no mediante el documento escrito, si no mediante el espíritu”, (2Corintios 3:6) Ellos no poseerán una heredad en la tierra, tendrán una resurrección cómo la de Cristo y junto con él, cuidarán de la humanidad resucitada que constituirá el pueblo de Dios. Por esto dice Pablo a los que aceptan esta llamada: “…os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios viviente que es la Jerusalén celeste, a la entera asamblea de miríadas de ángeles, a la congregación de los primogénitos inscrita en

los cielos…” (Hebreos 12: 22) y Pedro exhorta a sus hermanos, diciendo: “… vosotros, sois una descendencia elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo que Dios ha adquirido para sí, con el fin de que proclaméis las virtudes de aquel que os ha llamado desde las tinieblas a su maravillosa luz”. (1Pedro 2:9) 14 Pablo, que también esperaba alcanzar esta primera resurrección, explica: “Está escrito que el primer Adán fue hecho alma viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de vida. Así que el espiritual no fue el primero, lo fue el físico y luego el espiritual, porque el primer hombre fue extraído de la tierra y es terrestre, en cambio el segundo vino del cielo; por esto, tal cómo fue el terrestre serán los terrestres y tal cómo es el celeste, serán también los celestes. Nosotros (los pertenecientes al Cristo) hemos llevado la imagen del terrestre y también llevaremos la imagen del celeste”. (1Corintios 15:45-49) Habrá pues quienes resuciten para disfrutar una vida sin enfermedades, sin penas ni muerte, en una tierra restaurada y bendecida por Dios, y quienes tengan una resurrección semejante a la Cristo, para cuidar con amor del bienestar y la felicidad de la humanidad. Jesús dijo para estos hermanos menores suyos: “No temáis pequeño rebaño, porque la voluntad de vuestro Padre es entregaros el reino. Vended pues vuestros bienes y donadlos con liberalidad; adquirid bolsas que no se gastan: un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni consume la polilla, puesto que donde esté vuestro tesoro, está también vuestro corazón…” y les advirtió “… permaneced con el cuerpo ceñido y las lámparas encendidas, cómo los que esperan para abrirle a su patrón cuando llama al volver de sus bodas; pues felices son los servidores que el patrón encuentra a la espera cuando llega, en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá”. (Lucas 12:32-37) Por esto, si es verdad que cómo dice Pablo, este encargo puede ser considerado cómo de naturaleza superior, tengamos presente que Jesús había dicho a sus apóstoles: “Los reyes de las naciones ejercen sobre ellas su señorío y los que tienen autoridad, son llamados Benefactores; pero no así vosotros, porque el mayor de entre vosotros será cómo el más joven y el que gobierna cómo el que sirve. Pues ¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está a la mesa? Pero yo estoy entre vosotros cómo el que sirve”. (Lucas 22:25-27) 15 Estos servidores que esperan el retorno de su amo, representan a “...aquellos que él (Dios) ha llamado según su propósito”, y “que desde el principio ha reconocido y ha designado para ser modelados a semejanza de su Hijo, para que él sea el primogénito de muchos hermanos”. (Romanos 8:28-29) Su llamada “…no depende ni del que lo desea ni del que se ofrece, si no de la misericordia de Dios”, (Romanos 9:15-16) pues él es quien asigna una responsabilidad apropiada a cada persona. Refiriéndose a estos hermanos suyos, Jesús había dicho a sus discípulos: “…muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”, (Mateo 22:14) porque solamente son aquellos a quienes Jesús dice: “…vosotros sois los que habéis permanecido conmigo durante mis pruebas, y yo preparo para vosotros lo que mi Padre ha preparado para mí: un reino; para que en mi reino comáis y bebáis en mi mesa, y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”. (Lucas 22:28-30) La cualidad que todos estos hermanos de Cristo tienen en común, es haber respondido a la llamada de Dios, poniendo sus cosas personales en segundo lugar. No han sido por tanto elegidos por su erudición, su inteligencia o sus habilidades, ya que cómo Pablo escribe, “Dios ha escogido lo que en el mundo se considera absurdo, para confundir a los sabios y lo que en el mundo se considera débil

para confundir a los poderosos. Y Dios ha elegido las cosas que para el mundo no cuentan ni tienen valor, para reducir a la nada las consideradas valiosas. De esta manera ninguno puede jactarse ante él, porque es él quien os ha unido a Cristo, que por obra de Dios, es para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención”. (1Corintios 1:27-29) 16 Hablando a sus queridos discípulos filipenses de la primera resurrección, Pablo les confía: “…puesto que he llegado a conocer a Cristo y la potencia de su resurrección, si participo en sus sufrimientos y en una muerte semejante a la suya, espero alcanzar una resurrección de los muertos también semejante a la suya. Aunque esto no significa, hermanos, que ya la haya conseguido o que haya sido hecho perfecto, estoy esforzándome en obtener aquello para lo que Cristo me ha elegido y cuando pienso que aún no lo he obtenido, olvido las cosas del pasado y prosigo hacia la meta, proyectándome hacia el futuro para conseguir el premio que Dios nos llama a recibir allí arriba, junto a Jesús Cristo”. (Filipenses 3: 10-14) Y exhorta a todos los que comparten con él esta esperanza, a ser agradecidos y percibir el amor que el Creador ha mostrado por los descendientes de Adán, aún antes de que naciesen, escribiendo: “Sean dadas las gracias al Dios de nuestro Señor Jesús Cristo, porque nos ha favorecido bondadosamente con el privilegio de poder acceder a los lugares espirituales celestes, junto a Cristo, cómo lo había establecido antes de la fundación del mundo, y puesto que nos ha predestinado a ser adoptados cómo hijos suyos, para que según su amoroso propósito, podamos presentarnos ante él puros y sin mácula, ha dispuesto concedernos el generoso don de la redención de nuestros pecados mediante la sangre de su amado Jesús Cristo”. (Efesios 1:3-6) 17 El apóstol Juan que en la visión recibida de parte de Jesús, vio la conclusión del designio de Dios para el hombre en el Día del SEÑOR, escribe: “…vi sentados sobre sus tronos a los que habían recibido el encargo de juzgar; vi a los que fueron decapitados por dar testimonio de Jesús y por causa de la palabra de Dios… Habían regresado a la vida para reinar con Cristo durante mil años. Esta es la primera resurrección, porque el resto de los muertos no regresa a la vida hasta que hayan transcurrido los mil años. Felices y santos son los que obtienen la primera resurrección, pues sobre ellos no tiene poder la segunda muerte; ellos serán sacerdotes de Dios y reinarán los mil años junto a Cristo”. (Apocalipsis 20: 4-6) Formar parte del cuerpo de Cristo está pues reservado a los discípulos de Jesús, que ofrecen un testimonio verdadero de la buena nueva de Dios; en armonía con esto, el apóstol refiere haber escuchado una multitud de voces que cantaban un nuevo canto de alabanza al Cordero de Dios, y decían: “…fuiste sacrificado y con tu sangre rescataste para Dios a personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación, haciendo de ellos reyes y sacerdotes de nuestro Dios, para que reinen sobre la tierra”. (Apocalipsis 5: 9-10) 18 Avanzando en su descripción de los acontecimientos del Día del SEÑOR, Juan descubre quienes son los cantores y cual es su canción, y dice: “…Vi a personas tomadas de todas las etnias, tribus, pueblos y lenguas, una multitud grande que no se podía contar, en pie delante del trono y del Cordero, vistiendo largas ropas blancas y con ramas de palma en la mano. En voz alta declararon: ‘La salvación se la debemos a nuestro Dios que está sentado sobre el trono, y al Cordero’…” (Apocalipsis 7:9-10) “…y vi al Cordero en pié sobre el Monte Sión, estaban con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban escrito sobre sus frentes su propio nombre y el nombre de su Padre. Y oí un coro que procedía del cielo; podía equipararse al fragor de una cascada o al potente rugido del

trueno, e iba acompañado por un sonido cómo el que se produce cuando muchos tañedores hacen sonar sus arpas. Eran los ciento cuarenta y cuatro mil, cantando una canción nueva… Nadie podía aprender esta canción, solamente los ciento cuarenta y cuatro mil que han sido rescatados de la tierra y siguen al Cordero dondequiera que vaya, pues han sido adquiridos de la humanidad cómo primicias para Dios y para el Cordero…” (Apocalipsis 14:1-4) 19 La canción que ellos cantan, da gloria a Dios y vindica su nombre y su propósito, un propósito ocultado y desacreditado por sus opositores. Sin embargo, estos hermanos de Cristo han buscado su enseñanza y han permanecido en ella sin dar crédito a la de hombres que rechazan la verdad para falsificar con astucia la buena nueva, (2Corintios 4:2) de manera que, cómo dice el ángel a Juan, “…su boca no ha proferido mentiras, son irreprensibles”. (Apocalipsis 14:5) Sus palabras congregarán a muchos y “…acudirán a Jerusalén pueblos numerosos y naciones poderosas, para buscar a Yahúh de las multitudes y para aplacar su semblante. Y esto es lo que dice Yahúh de las multitudes: ‘En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío (un adorador verdadero, un hermano e Cristo) diciendo: ‘Queremos ir con vosotros, porque hemos comprendido que con vosotros está Dios’.” (Zacarías 8:22-23) 20 El destino del hombre está pues en la tierra vinculada con el cielo, y también en el cielo vinculado con la tierra, porque bajo el reinado de Cristo, cielo y tierra compartirán para siempre un mismo espíritu, y “…el que desee ser bendecido en la tierra, lo será por el Dios de la verdad y el que en la tierra jure, jurará por el Dios de la verdad; las angustias anteriores no serán recordadas y no subirán al corazón… y mis favorecidos podrán disfrutar de la obra de sus manos… yo les responderé y les escucharé antes de que clamen a mí, mientras aún estén hablando…” (Isaías 65: 16,22,24) “…y en aquel día dirán: ¡Mirad! Este es nuestro Dios Yahúh, pusimos en el nuestra confianza y él nos ha salvado; alegrémonos y disfrutemos de su salvación”. (Isaías 25:9) 21 Sin embargo, solamente podemos contemplar el maravilloso destino que Dios ha reservado a todos los hombres que aman la bondad y la justicia, mediante “la fe basada en la esperanza de vida eterna, que fue prometida desde la antigüedad por el Dios que no puede mentir”, y que mediante el mensaje de la buena nueva, “se nos ha revelado en el tiempo señalado para nuestra salvación”. (Tito 1:1-3) Por esto, cómo hijos de Abraham mediante la fe, mostremos su misma actitud, pues “…él, delante del Dios de su fe, el Dios que vuelve a dar vida a los muertos y que se refiere a las cosas que no existen cómo si existiesen, mantuvo la esperanza contra toda razón de esperar”, (Romanos 4:17) confiemos cómo hizo él, en la palabra de Dios, considerando que “…todas las cosas que se escribieron, fueron escritas para nuestra instrucción, para que por medio de la perseverancia, y por el consuelo que proviene de las Escrituras, podamos mantener la esperanza”. (Romanos 15:4) “De esta manera podremos vivir… con sabiduría, justicia y lealtad, mientras estamos esperando que nuestra bendita esperanza se realice, y nuestro excelso y divino salvador Jesús Cristo se manifieste en la gloria. Puesto que él se entregó por nosotros, para rescatarnos de nuestra condición pecaminosa y constituir un pueblo que le pertenezca, y sea puro y diligente en obras buenas”. (Tito 2:12-14)

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