La Oración 1 Casi todas las personas, incluso las que dicen no creer en Dios, suelen solicitar su ayuda en los momentos de peligro o de incertidumbre, aún si luego, una vez tranquilas, le relegan de nuevo al olvido. Pero podríamos preguntarnos si Dios realmente oye las oraciones de los que se dirigen a él, si todas las oraciones son escuchadas. Hace siglos, el rey David, que era también profeta, escribió: “…el ETERNO está cercano a todos los que le invocan, de los que le invocan con sinceridad, él cumple el deseo de los que le temen, escucha sus ruegos y los salva. Él guarda a todos los que le aman…” (Salmos 145:18..19) Y un rey sabio, el rey Salomón, escribió en el libro de los Proverbios: “El ETERNO escucha la oración de los justos, pero está lejos de los inicuos” (Proverbios 15:29) Repetidamente leemos en las Escrituras que Dios escucha las oraciones de todos los que le piden ayuda con sinceridad y confianza, pero no las de aquellos que despreciando sus leyes, establecen en la práctica su propio código moral. En armonía con esto, cuando mediante el profeta Isaías, Dios habló a los Israelitas que olvidaban los mandatos de la Ley para vivir cómo las demás naciones, dijo: “Cuando extendéis vuestras manos, yo, alejado de vosotros, oculto mis ojos. Aunque multipliquéis vuestras oraciones, yo no os oigo...” (Isaías 1:15) 2 El apóstol Pablo escribe que es necesario que nos dirijamos a Dios con confianza y fe, porque: “…Sin fe, es imposible ser aprobado por Dios, de hecho, es necesario que cualquiera que se le acerque, ejerza fe en su existencia y en que él recompensa a los que le buscan”, (Hebreos 11:6) y aconseja a la congregación de los colosenses: “Continuad en el enseñanza de Jesús Cristo, el Señor, tal cómo la habéis recibido, y permaneced bien arraigados y edificados en ella, mientras dais las gracias con oraciones cómo se os ha enseñado, para que vuestra fe sea fortalecida”. (Colosenses 2:6..7) Además, “...nosotros sabemos que Dios hace cooperar todas sus obras para el bien de los que le aman…”, (Romanos 8:28) de manera que si a veces nos parece que pedimos en vano, que no somos escuchados, debiéramos detenernos a examinar si estamos caminando de acuerdo con la fe verdadera, que es la enseñanza de los apóstoles, y si pedimos de corazón a Dios que nos ayude mediante su espíritu, porque el espíritu: “…intercede en nuestro favor, pues examina los corazones y sabe cuales son nuestras necesidades verdaderas, y con las palabras que no hemos sabido expresar, intercede ante Dios en favor de los santos…” (Romanos 8:26..27) 3 Consideremos siempre que Dios es amor, por esto los que se acercan a él deben participar de su mismo espíritu, y sentir amor, no solo por él, también por los demás, porque Juan dice, “El que ame a Dios, que también ame a su hermano; este es el mandato que tenemos de su parte”. (1Juan 4:21) Y escribe: “Hijitos, no amemos con buenas intenciones y palabras, hagámoslo de verdad y con hechos, para tener la certeza de hallarnos ante Dios en la posición justa y con la conciencia limpia. Y si nuestra conciencia nos censura, es porque Dios, que está sobre nuestra conciencia, conoce nuestras verdaderas intenciones; pero amados, si nuestra conciencia nada nos reprocha, es porque observamos sus mandatos y obramos lo que le es grato; y en este caso gozamos ante él de franqueza, y recibimos cualquier cosa que le pidamos”. (1Juan 3:18..22) 4 El mismo Jesús: “En los días de su vida cómo hombre, ofreció oraciones y súplicas, invocando intensamente y con lágrimas al que podía salvarle del poder de la muerte, y fue escuchado por su fidelidad”. (Hebreos 5:7) Aunque él era el hijo primogénito y unigénito de Dios nacido cómo hombre, tuvo que orar
con constancia para llevar a buen fin la misión que le había sido encomendada, y este permanente contacto con su Padre le ayudó a mantenerse fiel, y a soportar “una muerte ignominiosa sin considerar la vergüenza”, redimiendo así a la humanidad de la muerte, para esperar luego “a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2) el momento de su prometido reinado. Él había prometido a sus discípulos: “Si permanecéis unidos a mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será concedido”. (Juan 15:7) Permaneciendo pues unidos a Cristo, también nosotros podemos gozar de la certeza de que Dios, no solo oye nuestras oraciones, además “...su voluntad es escucharnos en cualquier cosa que le pidamos, y sabiendo que él escucha nuestros ruegos, podemos estar seguros de poseer ya lo que le pedimos”. (1Juan 5:14..15) 5 En cierta ocasión, Jesús explicó a las gentes que le escuchaban, la actitud que debían adoptar al orar, y aquello que sin falta debían pedir al Padre, y dijo: “Al orar, no hagáis cómo los hipócritas; pues a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los hombres les vean; y os digo que en verdad, gozan ya de toda su recompensa. En cambio tú, cuando quieras orar, entra en tu aposento, y cerrando la puerta, ora a tu Padre en secreto, y tu Padre, que puede ver lo secreto, te dará tu recompensa. Además, vosotros no oréis con palabrería cómo hacen los gentiles, que se imaginan que serán escuchados por decir muchas palabras; no debéis hacer cómo ellos porque vuestro Padre ya sabe las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis…” y siguió: “Debéis orar así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, (sean demostrados falsas las calumnias de tus adversarios) venga tu reino, (bendice a la humanidad llevando a cabo tu propósito) hágase tu voluntad en la tierra cómo en el cielo, (acércanos a los nuevos cielos y a la nueva tierra que según tu promesa, albergaran la justicia) cada día danos nuestro pan, perdona nuestras ofensas, tal cómo nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”. (Mateo 6:5..13) Estas palabras no constituyen una oración que deba repetirse maquinalmente, son simplemente una guía de las cosas que deben pedirse a Dios con insistencia. Además, les animó también a que pidiesen al Padre espíritu para comprender su enseñanza, y disfrutar del gozo que la fe y la esperanza en sus promesas proporcionan; les dijo: “...pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Pues todos los que piden reciben, los que buscan encuentran, y a los que llaman, se les abre. Uno de vosotros que sea padre: cuando el hijo le pide un pescado no le da en vez una culebra, ni le da un escorpión cuando le pide un huevo; y si vosotros que sois injustos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, cuanto más el Padre del cielo dará espíritu santo a los que se lo pidan”. (Lucas 11:9..13) 6 Y más adelante les narró esta parábola: “Dos hombres subieron al Templo a orar; el uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: ‘Dios mío te doy las gracias porque no soy cómo otros, ladrón, injusto, o adúltero; ni soy tampoco cómo este recaudador…” (Pues se consideraba ladrones a los recaudadores de impuestos, porque solían exigir a las gentes un tributo mayor al requerido por el estado) “Yo ayuno dos veces por semana, y pago el diezmo de todo lo que gano’. Mientras tanto, el recaudador se había quedado detrás, y sin atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, se golpeaba el pecho y decía: ‘¡Dios mío, ten compasión de este pecador!’ Y yo os digo que este volvió a su casa a bien con Dios, y sin embargo, el otro no, porque al que se ensalce, lo rebajarán, pero al que se humille, lo encumbrarán”. (Lucas 18:10..14) Jesús mostró así la necesidad de ser modestos al tratar con Dios; la modestia es en este caso, una actitud realista, ya
que ningún hombre tiene derecho a considerarse superior a otro, porque “… todos han pecado y están privados de la gloria de Dios…” y “…todos son justificados gratuitamente, gracias a su generoso don: la redención mediante Jesús Cristo… la fe en el poder redentor de su sangre, es la base para que Dios, por su misericordia, atribuya la justificación”. (Romanos 3:23..25) Por esta razón Pedro advierte: “...Dios se opone a los que son altivos, pero concede su favor a los que son modestos”. Y aconseja “Humillaos entonces bajo la poderosa mano de Dios, para que a su debido tiempo, él os ensalce, y confiadle todas vuestras preocupaciones, porque él cuida de vosotros”. (1Pedro 5:6..7) 7 No olvidemos tampoco que nuestras oraciones deben ir más allá de peticiones de solución a los problemas que nos afligen. Pablo decía a los discípulos: “...dad en todo momento y por todas las cosas, las gracias a Dios, el Padre, mediante nuestro señor Jesús Cristo”. (Efesios 5:20) Debemos pues expresar nuestro agradecimiento al Padre por todo aquello que desde el principio ha facilitado a la humanidad, y que nos permite disfrutar de cada nuevo día, pero sobre todo, por la esperanza de la vida sin muerte en su reino, que Cristo ha rescatado para todos los que se acogen al generoso don de Dios. Por esto aconsejaba: “Estad siempre alegres, orad incesantemente y dad las gracias de cada cosa por medio de Jesús Cristo, porque esto es lo que Dios desea de todos vosotros”, (1Tesalonicenses 5:16..18) puesto que: “... Dios... nos ha salvado, y desea que todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer con exactitud la verdad de que hay solo un Dios y hay solo un mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesús Cristo, que al llegar el momento establecido, se entregó a sí mismo en rescate por todos”. (1Timoteo 2:3..6) 8 Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y mediante la fe en su mediación, podemos también beneficiarnos de esta promesa hecha a sus discípulos: “…Os digo de nuevo que si dos de vosotros llegáis en la tierra a un acuerdo para pedir cualquier cosa, no importa lo que pidáis, mi Padre que está en los cielos os lo concederá, porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy con ellos”. (Mateo 18:19..20) En armonía con estas palabras, Pablo escribe: “…el Señor está cerca, de manera que no estéis ansiosos por nada, y en cualquier circunstancia, exponed a Dios lo que necesitáis por medio de la oración, sí, rogándole y dándole las gracias, y mediante Jesús Cristo, la paz de Dios, que sobrepasa cualquier pensamiento, protegerá vuestros sentimientos y vuestro modo de pensar”. (Filipenses 4:6..7) 9 Todas estas cosas nos invitan a reflexionar cuidadosamente en el gran privilegio que la oración pone a nuestro alcance, y también en la trascendencia de la fidelidad a la enseñanza de Cristo, que es la que sus apóstoles impartieron. El apóstol Juan registró estas palabras de Jesús: “Si hacéis las cosas que os digo, sois mis amigos. No os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; yo os llamo amigos porque os he dado a conocer todas las cosas que he escuchado del Padre. Vosotros no me habéis elegido á mí, he sido yo quien os ha elegido, y os ha preparado para que avancéis y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca, de modo que todo lo que le pidáis al Padre en mi nombre, él os lo conceda”. (Juan 15:14..16) Debemos pues comprender y aceptar la enseñanza que a través de Cristo, nos llega del Padre; así, cuando con fe le dirijamos nuestras oraciones en el nombre de Cristo, podemos tener la seguridad de ser, cómo él mismo promete, siempre escuchados.