Como mujeres cristiana hemos sido bendecidas en muchas maneras. Cuando venimos a Cristo por primera vez, tenemos la seguridad de que nada nos podrá separar de su amor. Sabemos que hemos sido comprados y lavados una vez y para siempre por la sangre del Cordero. Al caminar con Cristo, comenzamos a entender que Dios es más que solicito en cuidarnos y que Él desea nuestra obediencia como prueba de nuestro amor por Él y como una medio para nuestro propio bien. No es demasiado lejos en la jornada que llegamos a una de las señales más importantes del camino hacia la madurez: Mateo 6:33, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas las otras cosas os serán añadidas”. De esta guía, aprendemos a conocerlo, a deleitarnos y a buscarlo en todo lo que tiene que ver con la vida de santidad y el crecimiento de nuestra estatura en Cristo. También aprendemos que “todas las cosas” (trabajo, futuro, planes, casas, posesiones y aun un esposo) serán provistas por la mano de nuestro benevolente y soberano Padre. Él se encarga de todo, cuando nos encargamos de darle toda la prioridad a Él. De todas las bendiciones que Dios desea derramar en nuestra vida, una de las más importantes es un esposo cristiano. Aun muchas mujeres que son capaces de confiar en Dios en muchas cosas, son incapaces de confiar en Él en algo tan importante como esto. Seguimos nuestro corazón, el cual es terriblemente perverso y engañoso. Seguimos el camino que pensamos que es correcto, sin embargo, conduce a la
muerte. Seguimos al mundo y luego nos damos cuenta que hemos sido engañados. En 2 Corintios 6:14 Dios traza un límite de amor y protección para cada creyente soltero, que puede ser resumido en estas pocas palabras: NO os unáis en yugo desigual. Dios no solo dice “NO” a aquello que es frecuentemente practicado en la iglesia hoy en día, sino que Él nos ilustra por qué no hay nada en común entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial, entre su templo y los ídolos. Para decir esto claramente, el ingrediente más importante que falta en una relación entre un cristiano y un incrédulo es DIOS. Dios desea estar en el centro de todo lo que hacemos y Él desea seriamente darnos lo mejor de Él en Su tiempo. Él ha escrito en piedra ciertos principios a seguir para que podamos experimentar su abundancia y su gozo. Debemos darnos cuenta que la soledad, falta de dominio propio, falta de “prospectos cristianos” o alguna otra circunstancia nunca es una excusa para una relación con un incrédulo. Dios puede llenar cualquier vacío en nosotros y Él puede darnos la gracia para permanecer y esperar lo que Él nos ha preparado. La historia de José y la esposa de Potifar nos brinda una maravillosa ilustración de un importante principio bíblico que las mujeres cristianas jóvenes debe poner en sus corazones: Huye de toda forma de tentación y pecado. Cuando te sientas atraída hacia alguien que no es creyente debes huir de su compañía y de cada oportunidad que le dé a tu engañoso corazón una ocasión para excusar tus sentimientos. No debes razonar, analizar la situación o pensar que te puedes controlar en ningún sentido. Simplemente debes de huir del pecado. Debes orar y pedir a Dios gracia para que te sostenga en obediencia y aun puedes pedir a otras cristianas de confianza que oren por ti y te ayuden a llevar la tentación. Recuerda, Dios conoce el tipo y el peso de la tentación que podemos soportar. Él no permitirá que las tentaciones se nos vayan tan lejos que descartemos la posibilidad de obtener la victoria (1 Corintios 10:13). Dios tiene cuidado de cada necesidad que tenemos, Él conoce nuestros corazones y se deleita en nuestras peticiones. Si deseamos tener un esposo debemos pedir y presentar esto ante Dios. Debemos permitirle que responda nuestras oraciones en Su tiempo. Es solo cuando oramos y luego actuamos según nuestros criterios engañosos que nos unimos en pecado y demostramos que no creemos realmente que Dios sea capaz de encargarse de nuestras necesidades. Dios desea que las mujeres cristianas tengan esposos que sean un reflejo de Él y hombres que las inspiren a ser todo lo que ellas puedan ser para SU gloria. Un hombre que ellas puedan respetar como al mismo Señor. Dios ha puesto al hombre para ser la amorosa cabeza espiritual del hogar y a la mujer para ser la esposa y compañera sumisa. Si alguno de ellos no esta tomando su
posición correcta, Dios no será glorificado en la relación y ellos van a sufrir. Si un hombre o una mujer deliberadamente sobrepasan este límite, sufrirán la ruptura de su comunión diaria con Dios y la falta de la paz y el gozo que ellos deben estar recibiendo de Él.