La Mocosita. Una Elefanta Chapina.

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La Mocos ita

como p r e-t exto

Ram ir o Mac D onald

http://ramiromacdonald.blogspot.es/

Lunes 21 de julio de 2008, 7:30 de la mañana. Voy rumbo al trabajo haciendo paciente fila en un denso tránsito que se mueve como serpiente, unas veces alocada… y por momentos enredada en sí misma, más que en cámara lenta. Conduciendo mi automóvil (casi como autómata) viajo por las calles de esta capital deshumanizada, que refleja la cotidianeidad violenta de los guatemaltecos de este siglo. Metido en mi pequeño vehículo, como en una burbuja protectora, mantengo una actitud de alerta, de vigilancia de mi entorno… permanente, constantemente. El tránsito vehicular es un elemento que agrava el “estrés”. Desde el momento que salgo de casa, me invade la aprensión, porque da terror observar tantos conductores sin educación vial. Y también, porque he sido testigo de la facilidad con que se dispara la violencia: cualquier vecino se ofende por un frenazo intempestivo, lo que puede provocar reacciones agresivas, de furia, de descontrol en un instante. Escucho por la radio que el director de un popular noticiero, ha recibido numerosos mensajitos de texto, por medio de teléfonos celulares, lamentando la muerte de la elefanta bautizada como “La Mocosita”, que tenía más de 50 años de permanecer en el Zoológico “La Aurora” de la capital de Guatemala. Vivió confinada en una gran jaula sin barrotes, como muchos animales en permanente exhibición. Entonces, en medio de aquel infernal tránsito vehicular, me tomo unos segundos para reflexionar semióticamente: ¿Y para nosotros los humanos, cuáles son nuestras colindancias mentales?, ¿hasta donde llegan esas demarcaciones que no se notan visiblemente como distritos o jurisdicciones territoriales, pero que sellan nuestros imaginarios y no nos permiten traspasar ciertos límites inmateriales? Con toda certeza, el tema de “La Mocosita” tiene un sabor muy especial para los guatemaltecos del siglo pasado. Ella fue el primer paquidermo que muchos pudimos ver en aquel antañoso parque de diversiones de gratísimos recuerdos. Algunos no olvidan haberla observado cuando llegó a nuestro Zoológico de pueblón (con apenas tres añitos) para quedarse y acompañar nuestra niñez. Allí creció rápidamente y se convirtió en un miembro más de nuestras familias. Como tal, la visitábamos cada cierto tiempo… aunque cada vez menos… en especial en los últimos años. Esa elefanta era como una pieza privativa del rompecabezas íntimo, un segmento muy importante en los recuerdos infantiles de nuestro pasado reciente. Sí, se convirtió en un elemento simbólico muy cercano a toda nuestra generación: ese grupo urbano de quienes nacimos poco antes o después de la mitad del siglo XX… un siglo mediático; igual que ella, pues desde que vino al país, ocupó espacios en la prensa y la televisión… apareciendo cada cierto tiempo en las noticias, como protagonista de reportajes y constantes fotografías sobre su simpática figura. ¿Cuáles son algunos de componentes más significativos que asociamos al ahora desaparecido e impresionante animal? ¿Qué signos podemos leer alrededor de su

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enorme estampa, que podemos calificar como sumamente simbólica? Y, semióticamente: ¿qué otros mecanismos de asociación y de enlace permiten configurar esas reminiscencias que compartimos como conjunto social? Simple: todos los guatemaltecos de nuestra generación, recordamos las vistas al zoológico, por su sola e imponente presencia. Allí estaba siempre y al detenernos para saludarla, degustábamos unos exquisitos algodones de azúcar, que dejaban repintada la lengua de color rosado y aún recordamos con nostalgia. Así también, su imagen nos permite hacer conexión mental con agradables momentos. Cerramos los ojos y todos revivimos aquellos paseos, caminando plácidamente por el Zoológico, disfrutando y observando ejemplares de animales de todo el mundo, en un vagabundeo lleno de alegrías junto a hermanos, primos o amiguitos cercanos… compartiendo con otros niños de nuestra edad. ¡Gozando de lo lindo -como verdaderos niños- en una de las pocas zonas que tuvimos dedicadas completamente a los más pequeños! Ni siquiera la gallarda familia de los leones ni los tigres, que parecían como petrificados (casi siempre inmóviles) llamaban tanto la atención de los chicos. Era “La Mocosita” nuestro mayor interés y para llegar hasta su jaula teníamos que ir corriendo y saltando por todo el parque, disfrutando de un domingo o un día de descanso, acompañados de nuestros padres o familiares queridos. Momentos inolvidables de divertidos paseos y remembranzas de una sana niñez. Todo eso y mucho más -mucho más- significó para nosotros, la posibilidad de ir a saludar a la que rápidamente se convirtió en una enorme amiguita. Las visitas a “La Aurora” fueron bautizadas así: -“Vamos a ver a La Mocosita” y ella se volvió en el referente por excelencia del parque zoológico. Solo mencionar su nombre, era simbolismo de alegría y fiesta. En lo personal, aquellas salidas eran inolvidables, porque (en mi fantasía desbordante) cada viaje a “La Aurora” se asemejaba a genuinas excursiones al corazón de la más lejana jungla africana; como transportarme a un universo de fabulosas expediciones, llenas de misteriosas y excitantes aventuras sin igual. Solo me faltaba que nos apareciera Tarzán (junto a Jane) -colgado de una liana- para que todo fuera como una legítima película de los años 50 o 60. Y en el centro de atención, estaba nuestra amiguita querida: todas las veces con la misma alegría, esperándonos con su gran trompa… queriendo saludarme a mí y a todos los niños de Guatemala. Incontables fueron las oportunidades que tuvimos para compartir con la amiguita, por lo que su imagen mental la asociamos con los momentos más alegres junto a nuestros padres, en las visitas a su casa en la zona 13 de la capital. Por eso fue tan importante, porque la relacionamos sólo con momentos colmados de felicidad… en una transposición de sentimientos. Ella representó un puente que unía algunos de nuestros mundos más queridos. Era algo muy sensorial, como su gran figura. Por eso, es un elemento vehicular “ad-hoc” de los momentos en que la familia estaba unida, gozando de un día libre, con instantes de intensa recreación, visitando aquel parque donde todo era una feria. En tanto, desde un concepto eminentemente popular, la imagen de “La Mocosita” se convirtió en un icono, en una representación que anclaba con otros mensajes idílicos, de tiempos pasados. Asociamos su recuerdo con las alegrías, con

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nuestras familias, con diversión y fantasías. (Los elementos más importantes para cualquier niñez de cualquier país) Por eso, fue tan significativa para todos los que hoy tenemos un poco más de cincuenta años, o para otros con un poco de menos edad. Sin embargo, con su muerte, también sepultamos para siempre muchos de nuestros mejores y más alegres momentos de la infancia, vividos en aquel viejo Zoológico, que hoy luce renovado pero que –para nosotros- nunca será el mismo. Y, esos períodos de alegría, desvanecidos para siempre con su simbólico entierro atrás de su eterna jaula, nos permiten esbozar una lección de vida, cargados de significados semióticos contemporáneos, que buscaremos plantear en las siguientes líneas. ¿INSENSIBILIDAD MANIFIESTA? Ese mismo día se supo que 12 guatemaltecos fallecieron en Zacapa al caer un alud sobre sus humildes viviendas ¿Por qué no se recibieron mensajes de texto, similares a los de “La Mocosita” en ese popular noticiero de radio, lamentando dicha tragedia? ¿Qué más se puede agregar (en este espacio) al terrible caso de cuatro hermanitos que murieron calcinados en su propia casa en San Marcos… víctimas inocentes de un descuido trágico, ya que la madre los había dejado encerrados bajo llave, en vista que ella tenía que ir a trabajar? ¿Por qué tantos radioescuchas enviaron mensajes de texto lamentándose por la muerte un animal como “La Mocosita” (con todo y lo que pueda significar) pero no desprendieron lágrimas por estas y otras profundas tragedias humanas que nos presentaron, ese mismo lunes 21 de julio, los medios masivos de información, cuanto que en estas noticias se trataba de la muerte de seres humanos? ¿¡Por qué nos hemos tan vueltos insensibles los guatemaltecos!? ¿Será porque todos los días recibimos este y otro tipo de informaciones muy parecidas? ¿Estamos saturados de este tipo de información de tragedias, violencia… y muertes por doquier? ¿Y, cómo, entonces, podríamos hacer para rescatar aquellos signos que nos humanicen como verdaderas personas, como ciudadanos… en cada párrafo o segmento noticioso y sentirnos solidarios con los auténticos dramas humanos de todos los días? ¿Es usted de las personas que da la vuelta a la página y sigue desayunando tranquilamente, después de leer las noticias que trae el diario cada mañana… como si nada hubiera pasado?, ¿después de tantos dramas cerca… muy cerca de usted? Lunes 21 de julio 2008. 7:53 horas. En medio del transitar infernal de todos los días, voy llegando a mi trabajo… escuchando -como una costumbre- las noticias de la radio en mi automóvil. Estaciono donde corresponde. La primera persona que encuentro en el camino hasta mi oficina, me dice: -¿Ya supo lo de la pobre “Mocosita”? Le respondo: -Y usted… ¿Ya supo la noticia de las 12 personas que murieron en un tremendo alud en Zacapa? El hombre me ve feo, se aparta… y sigue su rumbo. Ni dice “buenos días”…por lo menos.

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Voy caminando hacia mi escritorio con el ánimo estrujado, no por “La Mocosita”, sino al recordar tantas otras familias que han sufrido en esta Guatemala, que diariamente produce noticias de iniquidades políticas y perversiones sociales de todo tipo. Más y más de lo mismo: noticias de muertes, noticias de distintos tipos de violencias. Ya tenemos dos diarios sensacionalistas que, macabramente diseñados -con total irrespeto a las víctimas y sus familiares- se dedican a ofrecer morbosamente informaciones que destilan sangre, luto, dolor. Pero… los siguen comprando… y cada día aumentan más su tiraje. Los otros diarios impresos y los principales noticieros de las radios capitalinas, están impregnados de este tipo de informaciones, pero también de demasiadas noticias baladíes, hechos frívolos o acontecimientos banales… que solo nos distraen. Mucho de este esquema de “divertimiento” solo sirve para entretener a las masas. Es para que la gente no piense en su presente, mucho menos en su futuro. ¿Será una consigna?, ya que otro periodismo más serio, no existe. En demasiados casos la información se espectaculariza, causando ese asombro permanente insensibilizar, aunque algunos medios afirman ser serios, responsables y juiciosos. ¿Lo harán a sabiendas?, ¿deliberadamente?, ¿eso es lo que realmente buscan? O… ¿ignoran por qué lo hacen? No lo sé. No sé ni qué pensar: es muy confuso… En todo caso, prevalece una violencia demencial y desbordada (como jamás se había registrado) unido a una eterna pobreza que nos mal-estructura como país. Estas circunstancias han obligado, cada vez más y más, a que la gente sencilla se vea orillada a vivir en la miseria (cayendo cada vez más abajo) y cobrando una enorme cauda de víctimas de cosas aterradoras, todos los días. Robándose la tranquilidad y la paz de demasiadas familias. Demasiadas. Y el número sigue creciendo, sin parar. Pero para mí, hay algo peor. Deduzco que parece invisible: una enorme envoltura de frialdad (y egoísmo) va recubriendo -poco a poco- nuestros corazones. Casi asfixiándolos. Por eso, la peor victima de nuestra realidad mediática resultas ser tú… yo… Todos. ¡Todos nosotros! Invisiblemente esa sensación de indiferencia nos recubre de un manto sucio, para aturdir sentidos y sentimientos. Los consumidores de noticias, somos los más afectados. Nuestra capacidad de asombro se ha perdido totalmente. La extraviamos hace muchos años, la dejamos inutilizada, inservible, anulada en un camino ignoto; tras recibir nuevas informaciones de las radios, minuto a minuto; todos los días desde los diarios; en directo, en vivo (¿o en muerto?) desde la televisión… Pero esta práctica de cotidianeidad noticiosa ha ido elevando su propio umbral, paulatinamente. Ya casi nada nos conmueve. O por lo menos, no nos inquieta lo que verdaderamente es relevante. Por lo menos, algunas noticias del día deberían impactarnos, sacudirnos, revolvernos la existencia. Estremecer nuestro corazón. ¡Aunque fuera el estomago! Y sin embargo, no sucede. Ya nada nos perturba. Nos hemos convertido en seres inconmovibles, como esa analogía de manejar todos los días nuestro vehículo por esta ciudad invivible, en la que como autómatas,

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vamos circulando poco más o menos de manera inconsciente. Rumiando cóleras en silencio y con profundos miedos de lo que sucede en la inmediatez. Desde mi esquina de observador crítico de la realidad, como adulto reflexivo y que ha decidido resistir pacíficamente su existencia en este posmoderno siglo XXI… entierro los recuerdos más gratos de mi niñez, en ese gran agujero que fue cavado en el Zoológico “La Aurora”, a la par del enorme cuerpo de “La Mocosita”, un amiguita muy querida y que, de seguro, jamás olvidaremos. Sin embargo, ese fue un sepelio simbólico nada más, porque allá –bajo la tierrano estará nunca mi corazón. Buscaré e intentaré afanosamente permanecer siempre alerta, atento y despierto a otros sucesos; a otras dinámicas. Aún -a mi edad- ambiciono sensaciones y emociones menos mediáticas; seguramente más humanas. Y… advierto que mucho extrañaré a “La Mocosita”, pero cuento el cuento que fue solo un pre-texto (como base de un texto para reflexionar) e intentar construir esta interpretación semiótica, que busca descubrir el sentido que puede desplegar una fracción horaria de vida, un día cualquiera. Lunes 21 de julio de 2008, 23:30 horas. Apago la computadora que tengo en casa… y, cansado, agotado por un laborioso día, me cuesta hacer “log off”. Ansío soñar una Guatemala distinta, donde los miedos que me acechan, desaparezcan para siempre…y esperando -algún día- que los medios asuman su responsabilidad ciudadana, sin convertir en espectáculo y pasatiempo lúdico todo aquello que abordan: desde la violencia hasta la muerte; desde la miseria humana, hasta las tragedias más atroces. ¿Espectáculo mediático de un sólo día? Sí: simple “show” con un estilo cada vez más cercano a Hollywood (con las limitaciones, diferencias y enormes distancias)… pero sin explicaciones de nada, ni seguimiento alguno que ermita abordar distintos ángulos de un mismo aspecto impactante, con especialistas, y con expertos, otros interpretadores de esta dura realidad, etc. Por momentos especulo que la incidencia temática es otra, muy distinta a la que aparentan representar los medios informativos … todo es elaborado sutilmente por un sistema muy complejo que hilvana historias invisiblemente; realidad que no es la auténtica realidad, verdad que no es verdadera… realidad y verdad que son producidas por guionistas que quieren (y logran efectivamente) pasar inadvertidos. Estas son nuestras demarcaciones no físicas, los límites inmateriales, parecidos, muy parecidos – curiosamente- a los que vivió toda su vida, la protagonista central de este texto ¿Vivimos como la desaparecida elefantita en una incorpórea jaula: sin cerrojos ni barrotes? ¿Y quién tiene -al fin de tantas- la llave de este gran manicomio mediático de nuestra cotidianeidad chapina?

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