LA LUNA El día se duerme cansado, con un tedio milenario que lo derrumba en silencio, y la luna grande, casi blanca, cae por el océano atlántico, lejos, hermosa, inspiradora. Me trae nostalgia y un recuerdo bonito de cuando yo era niño y me sentaba a mirarla buscando alguna respuesta a mis preguntas calladas. Me detengo a observarla, extasiado, lleno de gracia me dan ganas de tocarla. Esa luna blanca, grande, me saca unas ganas altas de volar por las montañas, y desde las nubes observar las estrellas, sus hermanas, e irme lejos, por encima de la noche a recorrer estancias, ciudades, plazas, tierras áridas, y desde los cielos arrojar dardos para ganar batallas como Zeus las ganaba. Entrar, a oscuras, por algunas ventanas y besar labios de princesas decepcionadas, mirarlas soñar, entre deseos mojadas. Huir a remotos países, de costumbres extrañas y cabalgar por desiertos inhóspitos en busca de aventuras raras. Arribar al lugar preciso, la cuna, de esa luna que me arranca estas ganas y platicar cara a cara, para preguntarle cosas, para mirarla, para cortejarla, para enamorarla… La luna, hechizo de poetas, senda de historias macabras, inspiración de amores de fantasía, de mujercitas que se alborotan y de suicidas que se suicidan, a mi también me inspira, y me deja sentado, como un buda, que apenas respira y se queda mirando, mirando… mientras ella sube, y mi corazón se agita, y el día se acaba y la noche me cobija y sin darme cuenta me toma la mano y me lleva, como un quijote, por este mundo de maldad, a pelear peleas que sin saber, voy ganando. Luna, amuleto de gitanos, cόmo me gustas estas noches que me gana la tristeza y como al día, me duermes cansado.