LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO EN ALEMANIA Versión 2
Indice General
El único camino a) Prefacio b) Bonapartismo y fascismo c) Burguesía, pequeñoburguesía y proletariado d) ¿Alianza o lucha entre la socialdemocracia y el fascismo? e) Los errores de Thaelmann
El bonapartismo Alemán Antes de la decisión (después de la constitución del gobierno de Hitler) a) El campo de la contrarrevolución b) El campo del proletariado c) Postdata
Carta a un obrero socialdemocrata (a propósito del frente único defensivo) a) Introducción b) ¿No es demasiado tarde? c) Un pacto de no agresión d) Organizar juntos la defensa. No olvidar el pasado. Preparar el futuro e) Los adversarios estrechan filas ante el peligro común
f) Dos pesos y dos medidas g) Nuestros jefes no quieren luchar h) ¿Se trata pues, de una maniobra? i) Las tareas y los metodos del frente único j) El carácter irreconciliable de los partidos Comunista y Socialdemócrata k) Democracia y dictadura l) No hay otro camino m) En ese caso ¿para qué la dictadura? n) El proletariado alemán hara la revolución en alemán y no en ruso ñ) ¿Qué defenderemos? o) A propósito de la libertad de prensa
La tragedia del proletariado alemán: Los obreros alemanes volverán a levantarse, el stalinismo jamás Notas
EL UNICO CAMINO Prefacio
La decadencia del capitalismo promete ser más agitada, más dramática y más cruenta todavía que su ascenso. El capitalismo alemán no constituirá, por cierto, una excepción. Si su agonía se prolonga demasiado, la culpa será -hay que ser sincero- de los partidos del proletariado. El capitalismo alemán apareció tardíamente, lo que le valió no poder gozar de los derechos de primogenitura. El desarrollo de Rusia colocó a este país aproximadamente a mitad de camino entre Inglaterra y la India. Siguiendo ese esquema, Alemania tendría que ocupar un lugar entre Inglaterra y Rusia, pero sin contar con las inmensas colonias británicas de ultramar ni con las "colonias internas" de la Rusia zarista. Encerrada en el corazón de Europa, Alemania se encontró -en una época en que el mundo enteró ya estaba repartidofrente a la necesidad de conquistar mercados extranjeros y redistribuir colonias ya repartidas. No le fue dada al capitalismo alemán la posibilidad de navegar a favor de la corriente, de abandonarse al libre juego de las fuerzas. Sólo Gran Bretaña podía darse este lujo, y nada
más que por un periodo histórico limitado, cuyo fin acabamos de presenciar. El capitalismo alemán ni siquiera podía permitirse el "sentido de la mesura" del francés, afirmado dentro de sus límites y equipado por añadidura con un rico dominio colonial de reserva. La burguesía alemana, profundamente oportunista en su política interna, debió actuar con temeridad y tomar la iniciativa en el terreno de la economía y la política mundial; tuvo que incrementar desmesuradamente su producción para alcanzar a las naciones más antiguas, para poder lanzarse a la guerra. La extrema racionalización impuesta a la industria alemana de posguerra fue consecuencia de la necesidad de superar las condiciones creadas por el retraso histórico, la situación geográfica y la derrota militar. Como los males económicos de nuestra época reflejan, en última instancia, la incompatibilidad de las fuerzas productivas de la humanidad con la propiedad privada de los medios de producción y las fronteras nacionales, el capitalismo alemán es el más convulsionado, precisamente por ser el más moderno, avanzado y dinámico del continente europeo. Los "médicos" del capitalismo alemán se dividen en tres escuelas: liberalismo, economía planificada y autarquía. El liberalismo desearía restablecer las leyes "naturales" del mercado. Sin embargo, su lamentable suerte política sólo demuestra que el capitalismo alemán jamás pudo basarse en el manchesterismo1, sino que pasó del proteccionismo a los trusts y monopolios. No se puede retrotraer la economía alemana a un pasado liberal "saludable" que jamás existió. El "nacionalsocialismo" promete rever a su manera la obra de Versalles, es decir, proseguir la ofensiva del imperialismo de los Hohenzollern. Al mismo tiempo, quiere conducir a Alemania a la autarquía, o sea, por la senda del provincialismo y la autolimitación. En este caso, tras el rugido del león se esconde la psicología del perro azotado. Pretender adaptar el capitalismo alemán a sus fronteras nacionales casi equivale a querer curar a un hombre enfermo amputando su mano derecha y su pie izquierdo. Curar al capitalismo con la economía planificada significaría eliminar la competencia. En tal caso, se comenzaría con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Los reformadores de cátedra no se atreven ni siquiera a pensarlo por un instante. La economía alemana no es tan solo alemana; es parte integrante de la economía mundial. Un plan alemán no es concebible sino en el marco de un plan económico internacional. Un sistema planificado encerrado en las fronteras nacionales significaría renunciar a la economía mundial, intentar retroceder al sistema de la autarquía. Estos tres sistemas enfrentados entre sí en realidad se asemejan, en el sentido de que todos están encerrados en el círculo mágico del utopismo reaccionario. No se trata de salvar al capitalismo alemán, sino a Alemania ....de su capitalismo. En los años críticos, la burguesía alemana, o al menos sus teóricos, manifestaron muchas veces su arrepentimiento: sí, su política había sido demasiado arriesgada, habían recurrido irresponsablemente al crédito extranjero, habían desarrollado desmesuradamente la maquinaria industrial, etcétera. ¡En el futuro, serían más prudentes! En realidad, la cúpula de la burguesía alemana tiende, como lo demuestran el plan de Papen y la actitud del capital financiero hacia el mismo, más que nunca, al aventurerismo económico. Al primer síntoma de reanimamiento industrial, el capitalismo alemán se mostrará tal como su pasado histórico lo ha creado y no como los moralistas liberales querrían verlo. Los empresarios, ávidos de ganancia, nuevamente elevarán la presión del vapor sin fijarse en el manómetro. Recomenzará la caza febril de créditos extranjeros. ¿Las posibilidades de expansión son mínimas? Tanto mayor la necesidad de monopolizarlas. El mundo aterrorizado volverá a contemplar el panorama del periodo anterior, pero aun más violentamente convulsionado. Al mismo tiempo, avanzará la reconstrucción del militarismo alemán. Como si no hubieran pasado los años 1914-1918. La burguesía alemana vuelve a colocar a los barones del este del Elba a la cabeza de la nación. Está más dispuesta a arriesgar la cabeza de la nación bajo el signo del bonapartismo que bajo el de la monarquía legítima.
En sus momentos de lucidez los dirigentes de la socialdemocracia deben preguntarse qué milagro permite que su partido, después de haber causado tanto daño, dirija todavía a millones de obreros. Pesa mucho, por cierto, el conservadurismo innato en toda organización de masas. La socialdemocracia ha sido la escuela política de varias generaciones de obreros, lo que ha creado toda una tradición. Sin embargo, ésta no es la razón principal de la vitalidad del reformismo. Los obreros simplemente no pueden abandonar a la socialdemocracia, a pesar de todos sus crímenes; deben poder reemplazarla con otro partido. Mientras tanto, la dirección del Partido Comunista Alemán ha hecho todo lo posible, durante los últimos nueve años, por rechazar a las masas, o al menos impedirles que se agrupen en torno al Partido Comunista. La política capituladora de Stalin-Brandler en 1923; el zigzag ultraizquierdista de Maslow Ruth Fischer2 - Thaelmann en 1924-1925; la capitulación oportunista ante la socialdemocracia en 1926-1928; el aventurerismo del "tercer periodo" en 1928-1930; la teoría y práctica del "social-fascismo" y la "liberación nacional" en 1930-1932: tales son los términos de la adición. El total: Hindenburg, Papen, Schleicher y Cía. El pueblo alemán no tiene salida por la vía capitalista; aquí residen las mayores posibilidades para el Partido Comunista. El ejemplo de la Unión Soviética demuestra en la práctica que la salida socialista existe. Esta es la segunda fuente de posibilidades del Partido Comunista. Pero, debido a las condiciones de desarrollo del Estado obrero aislado, una burocracia nacional-oportunista ha accedido a la dirección de la Unión Soviética. Ella no cree en la revolución mundial, se defiende de la revolución y, simultáneamente, mantiene un dominio absoluto sobre la Internacional Comunista. Y ésta constituye en la actualidad la mayor desgracia del proletariado alemán e internacional. La situación de Alemania parece creada expresamente para posibilitarle al Partido Comunista conquistar a la mayoría de la clase obrera en un breve lapso. Sólo que el Partido Comunista debe comprender que, por ahora, representa a la minoría del proletariado, y, por lo tanto, ha de tomar con firmeza el camino del frente único. En cambio, se ha dado la siguiente táctica: no darles a los obreros alemanes la posibilidad de librar luchas económicas, ni de oponer resistencia al fascismo, ni de utilizar el arma de la huelga general, ni de crear soviets . . . antes de que el conjunto del proletariado reconozca, a priori, su liderazgo. Se convierte la tarea política en un ultimátum. ¿De dónde sale este método funesto? De la política de la fracción stalinista en la Unión Soviética. Allí el aparato ha convertido a la dirección política en comando administrativo. Al negarles a los obreros el derecho a discutir, criticar o votar, la burocracia stalinista no les habla sino el lenguaje del ultimátum. La política de Thaelmann consiste en tratar de traducir el stalinismo a un mal alemán. Pero la diferencia reside en que la burocracia de la URSS tiene a disposición de su política de mando el poder estatal, recibido de manos de la Revolución de Octubre. Por su parte, Thaelmann sólo cuenta con la autoridad formal de la Unión Soviética para apuntalar su ultimátum. Esta es una fuente importantísima de ayuda moral, pero en las condiciones dadas sólo sirve para amordazar a los obreros comunistas, no para ganar a los socialdemócratas. Pero el problema de la revolución alemana se reduce ahora a esta tarea. Como continuación de los escritos anteriores que este autor dedicó a la política del proletariado alemán, este trabajo trata de investigar los problemas de la política revolucionaria alemana en una nueva etapa.
Bonapartismo y fascismo
Tratemos de
analizar brevemente qué ha ocurrido y dónde estamos ahora. Gracias a la socialdemocracia, el gobierno de Brüning contó con el apoyo del parlamento para gobernar con decretos-leyes. Los dirigentes socialdemócratas decían: "Así impediremos que el fascismo llegue al poder". La burocracia stalinista dijo: "No; el fascismo ya está en el poder. El régimen de Brüning es el fascismo". Ambas afirmaciones eran falsas. Los socialdemócratas hacían pasar la retirada pasiva frente al fascismo como un combate contra el fascismo. Los stalinistas mostraban las cosas como si la victoria del fascismo fuese ya un hecho consumado. Ambas partes minaban el poder combativo del proletariado, a la vez que facilitaban y acercaban la victoria enemiga. En su momento calificamos al gobierno de Brüning de bonapartista ("caricatura de bonapartismo"), es decir, un régimen policíaco-militar dictatorial. Siempre que la lucha de los dos sectores sociales –poseedores y desposeídos, explotadores y explotados alcanza su máxima tensión están dadas las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la soldadesca. El gobierno se vuelve "independiente" de la sociedad. Recordemos una vez más: si se clavan dos tenedores simétricamente en un corcho, éste puede equilibrarse, inclusive sobre la cabeza de un alfiler. Ese es, precisamente, el esquema del bonapartismo. Semejante gobierno no deja de ser dependiente, por cierto, de los propietarios. Pero el dependiente se sube a las espaldas del patrón, le aprieta el cuello y, llegado el caso, no vacila en patearle la cara con su bota. Era de suponer que Brüning se mantendría hasta la solución definitiva. Pero un eslabón más vino a agregarse a la cadena de los acontecimientos: el gobierno de Papen. Para ser precisos deberíamos rectificar nuestra vieja caracterización: el gobierno de Brüning fue un gobierno prebonapartista; Brüning fue sólo un precursor. El bonapartismo en su forma perfeccionada apareció en escena con el gobierno Papen-Schleicher. ¿Dónde está la diferencia? Brüning afirmaba no conocer felicidad mayor que la de "servir" a Hindenburg y al parágrafo 48. Hitler "apuntalaba" el flanco derecho de Brüning con su puño. Pero el codo izquierdo de Brüning descansaba sobre la espalda de Wels. La mayoría con que contaba Brüning en el Reichstag le permitía no tenerlo en cuenta. Cuanto más se independizaba Brüning del parlamento, más independientes se sentían las cúpulas burocráticas respecto de Brüning y de las organizaciones políticas que lo apoyaban. Sólo restaba romper definitivamente sus lazos con el Reichstag. El gobierno de Papen surgió de una concepción burocrática impecable. Su codo derecho descansa en el hombro de Hitler. El puño policial mantiene a raya al proletariado desde la izquierda. Allí reside el secreto de su "estabilidad", es decir, de no haber muerto en el momento de su creación. El gobierno de Brüning revestía un carácter clerical-burocrático-policial. El Reichswehr quedaba en reserva. El "Frente de Hierro", junto a la policía, servía de sostén inmediato del orden. La esencia del golpe de Estado Hindenburg-Papen residía precisamente en la eliminación de su dependencia del Frente de Hierro. Los generales pasaron automáticamente a ocupar la primera fila. Los dirigentes socialdemócratas quedaron como unos inocentones totales. No podía ser de otra manera en un periodo de crisis social. Estos intrigantes pequeñoburgueses parecen astutos sólo en aquellas circunstancias en que la astucia es innecesaria. Ahora, se acurrucan bajo sus cobijas, traspiran y esperan que se produzca un milagro: tal vez, al fin de cuentas, logremos salvar no sólo nuestras cabezas sino también el mobiliario y nuestros pequeños ahorros. Pero ya no habrá más milagros... Desgraciadamente, los hechos tomaron por sorpresa también al Partido Comunista. La burocracia stalinista fue incapaz de prever nada. Hoy Thaelmann, Remmele y demás hablan en toda ocasión del "golpe de Estado del 20 de julio". ¿Cómo es esto? Al principio decían que el fascismo ya había llegado y que sólo los "trotskistas contrarrevolucionarios" podían hablar de él como cosa futura. Ahora resulta que para pasar de Brüning a Papen -por el momento no a Hitler sino a Papen, nada más- fue necesario todo un "golpe de Estado". Sin embargo, estos sabios nos enseñaron que Severing, Brüning y Hitler tienen "el mismo contenido de clase". Entonces, ¿quién dio, y para qué, un golpe de Estado?
Pero la confusión no termina aquí. Aunque la diferencia entre bonapartismo y fascismo se ha revelado con claridad suficiente, Thaelmann, Remmele y Cía. hablan del golpe de Estado fascista del 20 de julio. Al mismo tiempo advierten a los trabajadores del peligro que se avecina de un golpe hitlerista, es decir, tan fascista como el anterior. Por último, se sigue caracterizando a la socialdemocracia como social-fascismo. De esa manera el curso de los acontecimientos se reduce a que se quitan el poder entre sí con la ayuda de golpes de Estado "fascistas". ¿No es evidente que la teoría stalinista fue creada con el objeto de embotar el cerebro humano? A menor preparación de los obreros, mayor impresión de fuerza debía dar el gobierno de Papen: desprecio total por los partidos, nuevos decretos-leyes, disolución del Reichstag, represalias, estado de sitio en la capital, abolición de la "democracia" prusiana. ¡Y con qué facilidad! Al león se lo mata a tiros; a la pulga se la revienta con las uñas; a los ministros socialdemócratas se los liquida con un empujoncito nomás. El gobierno de Papen es, "en sí y para sí", a pesar de la concentración de fuerzas, más débil todavía que su predecesor. El gobierno bonapartista puede lograr estabilidad siempre que venga a cerrar una etapa revolucionaria. Pero, cuando las clases revolucionarias están exhaustas sin que las clases poseedoras se hayan librado del temor, ¿acaso no son previsibles nuevas convulsiones? Sin este prerrequisito fundamental, o sea, sin el agotamiento previo de las energías de las masas en combate, el régimen bonapartista no puede desarrollarse. A través del gobierno de Papen los barones, los grandes capitalistas, los banqueros, han tratado de utilizar a la policía y al ejército regular para salvaguardar sus intereses. La idea de entregarle todo el poder a Hitler, que se apoya en las bandas ávidas y descontroladas de la pequeña burguesía, dista de agradarles. No dudan, desde luego, de que a la larga Hitler será un instrumento sometido a su domino. Pero esto entraña grandes convulsiones, el riesgo de una guerra civil prolongada y cruenta y un gran gasto. El ejemplo italiano demuestra, por cierto, que el fascismo conduce al fin a una dictadura burocrático-militar de corte bonapartista. Pero ello requiere, aun en caso de obtener una victoria total, unos cuantos años, y en Alemania probablemente un lapso mayor que en Italia. Es claro que las clases poseedoras preferirían una vía más económica, es decir, Schleicher en lugar de Hitler, y va de suyo que el propio Schleicher lo prefiere así. El hecho de que la razón de ser del gobierno de Papen esté enraizada en la neutralización de campos irreconciliables de ninguna manera significa que las fuerzas del proletariado revolucionario y de la pequeña burguesía reaccionaria tengan el mismo peso en la balanza de la historia. Aquí el problema se traslada al campo de la política. Mediante el Frente de Hierro la socialdemocracia paraliza al proletariado. Mediante la política del ultimatismo insensato la burocracia stalinista les cierra a los trabajadores la salida revolucionaria. Si el proletariado tuviera una buena dirección el fascismo sería eliminado sin dificultad, sin dejar un solo resquicio abierto al bonapartismo. Desgraciadamente, no es ésa la situación. La fuerza paralizada del proletariado ha asumido la forma engañosa de la "fuerza" de la camarilla bonapartista. Esta es la fórmula política que define la situación actual. El gobierno de Papen no representa más que el punto de intersección de grandes fuerzas históricas; no tiene rasgos propios. Su peso independiente es casi de cero. Por eso no puede sino asustarse de sus propias gesticulaciones y marearse ante el vacío político que se está formando a su alrededor. Así y sólo así puede explicarse que hasta el día de hoy en todos los actos del gobierno haya dos rasgos de cobardía por cada uno de audacia. En Prusia, es decir, con la socialdemocracia, el gobierno fue a lo seguro; sabía que estos caballeros no opondrían resistencia. Pero después de disolver el Reichstag anunció nuevas elecciones y no se atrevió a postergarlas. Después de imponer el estado de sitio se apresuró a explicar que se trataba sólo de facilitar la capitulación sin resistencia de los dirigentes socialdemócratas. Sin embargo, ¿no existe el Reichswehr? No se crea que nos olvidamos de él. Engels definió al Estado como un cuerpo de hombres armados que disponen de elementos materiales como las cárceles, etc. Con respecto al poder gubernamental vigente puede decirse que sólo el Reichswehr posee una existencia real. Pero el Reichswehr no parece un instrumento sumiso y digno de confianza en manos de ese grupo que encabeza Papen. En realidad, el gobierno es más bien una especie de buró político del Reichswehr.
Pero, pese a su predominio sobre el gobierno, el Reichswehr no puede pretender un papel político independiente. Cien mil soldados, por más unidos y valientes que sean (lo cual, en el caso del Reichswehr, está por verse) son incapaces de dirigir una nación de sesenta y cinco millones de habitantes, desgarrada por las más profundas contradicciones. El Reichswehr representa un solo elemento, y no el decisivo, en la interrelación de fuerzas. A su manera, el nuevo Reichstag refleja con bastante exactitud la situación política del país, que ha dado lugar al experimento bonapartista. Un parlamento carente de mayoría, con bandos irreconciliables, es un argumento claro e irrefutable en favor de la dictadura. Una vez más las limitaciones de la democracia aparecen con toda claridad. Donde están en juego las bases de la sociedad misma la aritmética parlamentaria no decide nada. Lo decisivo es la lucha. No trataremos de pronosticar desde lejos por qué caminos se intentará formar un gobierno en los próximos días. Nuestras hipótesis llegarían tarde y, por otra parte, las distintas formas y combinaciones transitorias no solucionan el problema. Un bloque de la derecha con el centro significaría la "legalización" de la toma del poder por los nacionalsocialistas, es decir, la mejor cortina para un golpe de Estado fascista. Las centristas revisten mayor importancia para ellos que para el pueblo alemán. Desde el punto de vista político, cualquier combinación con Hitler significa la disolución de la burocracia, los tribunales, la policía y el ejército en el fascismo. Si se supone que el centro no entrará en una coalición en la que el precio por servir de freno a la locomotora de Hitler sería la ruptura con los obreros que le responden, sólo queda el camino abiertamente extraparlamentario. Una combinación sin el centro garantizaría con mayor rapidez y facilidad la victoria de los nacionalsocialistas. Si éstos no se unen inmediatamente con Papen y al mismo tiempo no pasan a la ofensiva, el carácter bonapartista del gobierno tendría que surgir con mayor claridad: Schleicher viviría sus "cien días". . . sin la época napoleónica precedente. Cien días -no, nuestro cálculo es demasiado generoso. El Reichswehr no decide, Schleicher no basta. Sólo una guerra civil agotadora e implacable puede asegurar una dictadura extraparlamentaria de los junkers y magnates del capital financiero. ¿Podrá Hitler cumplir esta tarea? Eso depende no solo de la mala voluntad del fascismo, sino también de la voluntad revolucionaria del proletariado.
Burguesía, pequeña burguesía y proletariado
Un análisis serio de la situación política ha de partir de las relaciones entre las tres clases: la burguesía, la pequeña burguesía (comprendido el campesinado) y el proletariado. En sí, la gran burguesía, económicamente poderosa, constituye una minoría ínfima de la nación. Para imponer su dominio debe asegurarse una relación definida con la pequeña burguesía y, por su intermedio, con el proletariado. Para comprender la dialéctica de estas interrelaciones, debemos distinguir tres etapas históricas: la aurora del desarrollo capitalista, cuando la burguesía utilizaba métodos revolucionarios para realizar sus tareas; el periodo de florecimiento y madurez del régimen capitalista, cuando la burguesía otorgó a su dominación formas ordenadas, pacíficas, conservadoras, democráticas; por último, la decadencia del capitalismo, cuando la burguesía se ve obligada a recurrir a métodos de guerra civil contra el proletariado para proteger su derecho a la explotación. Los programas políticos característicos de estas tres etapas, jacobinismo, democracia reformista (incluida la socialdemocracia) y fascismo, son fundamentalmente programas de corrientes pequeñoburguesas. Este hecho, más que ningún otro, demuestra la importancia
enorme -más aun, decisiva- que tiene la autodeterminación de las masas populares pequeñoburguesas para el destino de toda la sociedad burguesa. De todas maneras, la relación entre la burguesía y su apoyo social fundamental, la pequeña burguesía, de ninguna manera descansa sobre la confianza recíproca y la colaboración pacífica. La masa pequeñoburguesa es una clase explotada y oprimida. Considera a la burguesía con envidia, y a menudo con odio. Por su parte la burguesía, a la vez que utiliza a la pequeña burguesía, desconfía de ésta, pues teme, y con razón, su tendencia a romper con las barreras que le son impuestas desde arriba. Los jacobinos, cuando abrían el camino al desarrollo burgués, se enfrentaban a cada paso con la burguesía. La servían, luchando intransigentemente contra ella. Cumplido su limitado rol histórico, los jacobinos cayeron porque el dominio del capital ya estaba predeterminado. Durante toda una serie de etapas la burguesía ejerció su dominación por medio de la democracia parlamentaria. Pero no lo hizo voluntaria ni pacíficamente. La burguesía sentía un miedo pánico del sufragio universal. Pero, a la larga, combinando la represión con las concesiones, las privaciones con las reformas, logró subordinar al marco de la democracia formal no solo a la vieja pequeña burguesía, sino también y en buena medida al proletariado, a través de la nueva pequeña burguesía: la burocracia obrera. En agosto de 1914 la burguesía imperialista pudo emplear la democracia parlamentaria para conducir a millones de obreros y campesinos a la masacre. Pero con la guerra precisamente se inicia la decadencia manifiesta del capitalismo y, sobre todo, de su forma de dominación democrática. Ya no se trata de reformas y objetivos nuevos, sino de abolir los ya logrados. Con ello la burguesía entra en conflicto no solo con las instituciones de la democracia proletaria (sindicatos y partidos políticos) sino también con la democracia parlamentaria, dentro de cuyo marco surgieron las organizaciones obreras. De ahí la campaña contra el "marxismo" por un lado y contra la democracia parlamentaria por el otro. Pero así como las cúpulas de la burguesía liberal fueron incapaces en su momento de liquidar por sus propias fuerzas al feudalismo, la monarquía y la Iglesia, los magnates del capital financiero son incapaces de enfrentar al proletariado solamente con sus propias fuerzas. Necesitan el apoyo de la pequeña burguesía. Para ello, ésta debe ser agitada, puesta de pie, movilizada, armada. Pero este método tiene sus peligros. Aunque utiliza sus servicios, la burguesía teme al fascismo. En mayo de 1926 Pilsudski se vio obligado a salvar a la sociedad burguesa mediante un golpe de Estado dirigido contra los partidos tradicionales de la burguesía polaca. El asunto llegó tan lejos que el dirigente oficial del Partido Comunista Polaco, Warski3, que de Rosa Luxemburgo no había pasado a Lenin sino a Stalin, caracterizó al golpe de Estado de Pilsudski como el camino a la "dictadura democrática revolucionaria" y llamó a los obreros a sostener a Pilsudski. En la sesión del 2 de julio de 1926 de la Comisión Polaca del Comité Ejecutivo de la Comintern el autor de estas líneas dijo al respecto: "El movimiento de Pilsudski constituye el modo pequeñoburgués, ‘plebeyo’, de resolver los problemas urgentes de la sociedad capitalista en proceso de decadencia y descomposición. He aquí un paralelo directo con el fascismo italiano. "Las dos corrientes tienen rasgos comunes: reclutan sus tropas de choque sobre todo entre la pequeña burguesía; tanto Pilsudski como Mussolini utilizaron métodos extraparlamentarios, de cruda violencia, métodos de guerra civil; lo que preocupaba a ambos no era liquidar la sociedad burguesa, sino salvarla. Al soliviantar a las masas pequeñoburguesas, ambos entraron en conflicto abierto con la gran burguesía después de tomar el poder. Aquí, involuntariamente, se impone una generalización histórica. Uno se ve obligado a recordar la definición que hizo Marx del jacobinismo: un método plebeyo de liquidar a los enemigos. Debe decirse que ahora, en la época de decadencia de la sociedad burguesa, la burguesía necesita una vez más un método ‘plebeyo’ para solucionar sus problemas, que ya no son progresivos sino completamente reaccionarios. En este sentido, el fascismo es una caricatura reaccionaria del jacobinismo . . .
"La burguesía decadente es incapaz de mantenerse en el poder con los métodos y medios del Estado parlamentario creado por ella; necesita al fascismo como autodefensa, por lo menos en el momento más crítico. Sin embargo, a la burguesía no le agrada solucionar sus problemas con métodos ‘plebeyos’. Su actitud era extremadamente hostil hacia los jacobinos que con su sangre abrieron el camino para el desarrollo de la sociedad burguesa. Los fascistas están muchísimo más cerca de la burguesía decadente que los jacobinos de la burguesía en ascenso. Pero la burguesía en el poder tampoco ve con agrado los métodos fascistas de resolver sus problemas, porque los choques y convulsiones, aunque sirven a los intereses de la sociedad burguesa, también le pueden resultar peligrosos. De aquí el antagonismo entre el fascismo y los partidos burgueses tradicionales . . . "A la burguesía le desagrada este método, así como a un hombre que tiene la encía inflamada le desagrada que le saquen una muela. Los círculos respetables de la sociedad burguesa odiaban los servicios del odontólogo Pilsudski, pero al final cedieron ante lo inevitable; aunque, por cierto, con amenazas de resistirse y muchos regateos por el precio. Y hete aquí que el que ayer fue ídolo de la pequeña burguesía es hoy gendarme del capital."[1] A este intento de definir el papel del fascismo como reemplazante político de la socialdemocracia se le contestó con el argumento del social-fascismo. Al principio podía parecer una estupidez pretenciosa, ruidosa, pero inofensiva. Los acontecimientos posteriores demostraron los efectos perniciosos que tuvo la influencia de la teoría stalinista sobre el desarrollo de la Internacional Comunista.[2] ¿Podemos deducir del papel histórico del jacobinismo, de la democracia y del fascismo que la pequeña burguesía está destinada a ser una herramienta en manos del capital hasta el fin de sus días? Si fuera así, la dictadura del proletariado sería imposible en países donde la pequeña burguesía constituye la mayoría de la población; ,además, se vería en figurillas en aquellos donde constituye una minoría importante. Afortunadamente, no es así. La experiencia de la Comuna de París demostró, al menos dentro de los límites de una ciudad, que la alianza de la pequeña y la gran burguesía no es indisoluble; la Revolución de Octubre lo confirmó posteriormente, a escala muchísimo mayor y durante un lapso incomparablemente más prolongado. Puesto que la pequeña burguesía es incapaz de darse una política independiente (por eso, también, la "dictadura democrática" pequeñoburguesa es irrealizable) no le queda otra alternativa que la de optar por la burguesía o por el proletariado. En la época de ascenso, de surgimiento y esplendor del capitalismo la pequeña burguesía, pese a que pasó por crisis agudas, se colocó obedientemente bajo el yugo capitalista. No podía hacer otra cosa. Pero en la época de desintegración y estancamiento de la economía la pequeña burguesía lucha, trata de romper las cadenas que la atan a los viejos amos de la sociedad. Puede llegar a unir sus destinos a los del proletariado. Una sola cosa se requiere para lograrlo: la pequeña burguesía debe adquirir la convicción de que el proletariado es capaz de conducir a la sociedad por un nuevo camino. Sólo con su fuerza, con la firmeza de su accionar, con una hábil política de ofensiva, con el éxito de su política revolucionaria puede el proletariado inspirarle confianza a la pequeña burguesía. Pero, ¡qué desastre si el partido revolucionario no está a la altura de las circunstancias! La lucha cotidiana del proletariado agudiza la inestabilidad de la sociedad burguesa. Las huelgas y las convulsiones políticas agravan la situación económica del país. La pequeña burguesía podría resignarse temporariamente a las privaciones crecientes si su experiencia la convenciera de que el proletariado está en situación de conducirla hacia una nueva vía. Pero, si a pesar de la agudización incesante de la lucha de clases el partido revolucionario se demuestra incapaz de unificar a la clase obrera tras de sí, si vacila, si se confunde, si se contradice, entonces la pequeña burguesía pierde la paciencia y comienza a echar sobre los hombros de los obreros revolucionarios la culpa de su propia miseria. Todos los partidos burgueses, incluida la socialdemocracia, adoptan esta posición. Cuando la crisis social se agudiza en forma intolerable aparece en escena un partido cuya razón de ser consiste en poner al rojo vivo el odio y la desesperación de la pequeña burguesía para dirigirlos contra el proletariado. En Alemania este papel lo desempeña el nacionalsocialismo, corriente amplia cuya ideología es un compuesto de todos los vapores putrefactos que exhala la sociedad burguesa en descomposición.
La mayor responsabilidad por el crecimiento del fascismo le cabe, por supuesto, a la socialdemocracia. Desde la guerra imperialista este partido se esfuerza por eliminar de la conciencia del proletariado la idea de una política independiente para reemplazarla por la creencia en la inmortalidad del capitalismo, por obligarlo a arrodillarse una y otra vez ante la burguesía decadente. La pequeña burguesía seguirá al obrero sólo cuando vea en él al nuevo dirigente. La socialdemocracia enseña al obrero a ser un lacayo. La pequeña burguesía no seguirá a un lacayo. La política reformista priva al proletariado de la posibilidad de dirigir a las masas pequeñoburguesas plebeyas y las convierte así en carne de cañón para el fascismo. Sin embargo, la responsabilidad de la socialdemocracia no agota para nosotros el problema político. Desde que comenzó la guerra venimos denunciando a este partido como agente de la burguesía imperialista en las filas del proletariado. De esta nueva orientación de los marxistas revolucionarios surgió la Tercera Internacional. Su tarea consistía en unificar el proletariado bajo el estandarte de la revolución para asegurar la influencia rectora de éste sobre las masas oprimidas de la pequeña burguesía urbana y rural. La posguerra fue, en Alemania más que en ninguna otra parte, un periodo de impotencia económica y guerra civil. Las condiciones, tanto internacionales como internas, empujaban perentoriamente al país hacia el socialismo. A cada paso la socialdemocracia reveló su decadencia y su impotencia el contenido reaccionario de su política y la venalidad de sus dirigentes. ¿Qué más se necesita para que se desarrolle el Partido Comunista? Y, sin embargo, después de los éxitos significativos de sus primeros años, el comunismo alemán entró en una etapa de vacilaciones y zigzagueos, alternando sus virajes hacia el oportunismo con otros hacia el aventurerismo. La burocracia centrista ha debilitado sistemáticamente a la vanguardia proletaria y le ha impedido asumir la dirección de la clase. Así ha quitado al conjunto del proletariado la posibilidad de dirigir a las masas pequeñoburguesas oprimidas. La burocracia stalinista es, ante la vanguardia proletaria, la responsable directa e inmediata del crecimiento del fascismo.
¿Alianza o lucha entre la socialdemocracia y el fascismo?
Comprender las relaciones entre las clases como un esquema fijado de una vez por todas resulta relativamente fácil. Mucho más difícil es evaluar las relaciones concretas entre las clases en cada situación dada. Muy raramente la gran burguesía vacila tanto como la alemana en la actualidad. Un sector se ha convencido de la inevitabilidad del camino fascista y le gustaría acelerar la operación. El otro espera adueñarse de la situación con la ayuda de una dictadura bonapartista militarpolicial. Ninguno desea volver a la "democracia" de Weimar. La pequeña burguesía está dividida. El nacionalsocialismo, que ha nucleado a la abrumadora mayoría de las clases medias bajo su bandera, quiere todo el poder. El ala democrática de la pequeña burguesía, que todavía arrastra a millones de obreros, quiere volver a una democracia del tipo de la de Ebert. Mientras tanto, está dispuesta a brindar su apoyo, aunque sea pasivamente, a la dictadura bonapartista. La socialdemocracia razona así: la presión de los nazis obligará al gobierno Papen-Schleicher a buscar un equilibrio fortaleciendo a la izquierda; mientras tanto, quizás amaine la crisis; quizás la pequeña burguesía se ponga más sobria; quizás el capitalismo deje de presionar tan frenéticamente a la clase obrera y con la ayuda de Dios se restablecerá el orden. En realidad, la camarilla bonapartista no desea la victoria del fascismo. De ninguna manera se negaría a explotar el apoyo de la socialdemocracia, dentro de ciertos límites. Pero para ello tendría que "tolerar" a las organizaciones obreras, lo cual es concebible sólo si se permite, en alguna medida al menos, la existencia legal del Partido Comunista. Pero si la socialdemocracia apoya a la dictadura militar, ello empujará irresistiblemente a los obreros
hacia las filas comunistas. Al buscar apoyo contra el demonio negro el gobierno muy pronto comenzaría a sentir los golpes del Belcebú rojo. La prensa comunista oficial declara que la socialdemocracia, al tolerar a Brüning, le allanó el camino a Papen y al semitolerar a Papen acelerará la llegada de Hitler, lo que es totalmente correcto. Dentro de estos límites no tenemos diferencias con los stalinistas. Pero esto, precisamente, significa que en momentos de crisis social la política del reformismo no se vuelve solamente contra las masas sino también contra sí misma. El proceso que estamos viviendo llega así a su momento crítico. Hitler tolera a Schleicher. La socialdemocracia no se opone a Papen. Si se pudiera mantener esta situación por mucho tiempo la socialdemocracia se transformaría en ala izquierda del bonapartismo y le dejaría al fascismo el papel de ala derecha. Teóricamente, desde luego, no se puede excluir que la actual crisis sin precedentes del capitalismo alemán no conduzca a ninguna salida definitiva, es decir, que no culminará en la victoria del proletariado ni en la de la contrarrevolución fascista. Si el Partido Comunista continúa con su política del ultimatismo estúpido, salvando así a la socialdemocracia de su desintegración inevitable; si Hitler no se decide en un futuro cercano por un golpe de Estado, iniciando así la desintegración inevitable de sus filas; si la coyuntura económica mejora antes de la caída de Schleicher, tal vez pueda mantenerse la combinación bonapartista del parágrafo 48 de la Constitución de Weimar, con el Reichswehr, la socialdemocracia semiopositora y el fascismo semiopositor (hasta que se produzca un nuevo estallido social, lo que sucederá de todas maneras). Pero estamos muy lejos de la realización de los ensueños felices de los socialdemócratas. Nada de esto es seguro. Los propios stalinistas casi no creen en el poder de resistencia y durabilidad del régimen Papen-Schleicher. Todos los indicios apuntan a la ruptura del triángulo Wels-Schleicher-Hitler antes de que haya podido constituirse realmente. ¿Lo reemplazará, quizás, una combinación Hitler-Wels? Ellos son, según Stalin, "gemelos, no antípodas". Supongamos que la socialdemocracia estuviera dispuesta a venderle a Hitler su tolerancia sin temer la reacción de sus propios obreros. Pero el fascismo no precisa esta mercancía; no quiere la tolerancia, sino el exterminio de la socialdemocracia. El gobierno de Hitler sólo podrá cumplir su tarea si quiebra la resistencia del proletariado y elimina todas las instituciones que pueden servirle para resistir. Ese es el papel que la historia le reserva al fascismo. Los stalinistas se limitan a evaluar a los pequeños burgueses cobardes y avaros que dirigen la socialdemocracia desde un ángulo puramente psicológico o, más precisamente, moral. ¿Puede creerse realmente que estos traidores consecuentes se separarán de la burguesía para oponérsele? Semejante método idealista tiene muy poco que ver con el marxismo, que no parte de lo que la gente piensa de sí misma ni de sus deseos sino de la situación en que se halla y de los cambios que dicha situación sufrirá. La socialdemocracia apoya al régimen burgués, no por amor a las ganancias de los magnates del carbón, del acero, etcétera, sino en aras de las ganancias que puede obtener, como partido, para su aparato extenso y poderoso. Cierto es que el fascismo de ninguna manera amenaza al régimen burgués, en defensa del cual existe la socialdemocracia. Pero el fascismo hace peligrar el papel que la socialdemocracia desempeña en el régimen burgués y los ingresos que obtiene por ello. Aunque los stalinistas olviden este aspecto de la cuestión, la socialdemocracia nunca pierde de vista el peligro mortal que la acecha tras una victoria fascista. Sabe que ella es quien corre peligro, no la burguesía. Señalamos hace alrededor de tres años que el punto de partida de la crisis social que se avecinaba en Austria y Alemania se centraría probablemente en la incompatibilidad existente entre la socialdemocracia y el fascismo. Sobre esta base rechazamos la teoría del socialfascismo, que no develaba sino ocultaba el conflicto próximo. Señalamos la posibilidad de que la marcha de los acontecimientos obligara a la socialdemocracia, junto con buena parte de su aparato, a luchar contra el fascismo, y que ésta sería una buena plataforma para que el Partido Comunista lanzara un nuevo ataque. Entonces gran cantidad de comunistas -no sólo funcionarios a sueldo sino también revolucionarios bastante honestos- nos acusaron de. . . "idealizar" a la socialdemocracia. Lo único que pudimos hacer fue encogernos de
hombros. Cuesta discutir con aquellos cuyo pensamiento se detiene justamente donde, para un marxista, se inicia la cuestión. Al respecto, mencioné varias veces el siguiente ejemplo: la burguesía judía de la Rusia zarista constituía un sector del conjunto de la burguesía rusa sumamente asustadizo y desmoralizado. Y, sin embargo, en la medida en que los pogromos de las Centurias Negras, dirigidos principalmente contra los judíos pobres, golpeaban también a la burguesía, ésta se vio obligada a defenderse. Tampoco en esto mostró un gran coraje, por cierto. Pero, en virtud del peligro que pendía sobre su cabeza, la burguesía judía juntó fondos bastante importantes para armar a los obreros y estudiantes revolucionarios. Así, los obreros revolucionarios, dispuestos a tomar las armas y a luchar, llegaron a un acuerdo práctico con el grupo más atemorizado de la burguesía. El año pasado escribí que en la lucha contra el fascismo los comunistas tenían el deber de hacer acuerdos para la acción con el diablo y con su abuela y aun con Grzesinski. Esta frase apareció en todos los órganos de la prensa stalinista mundial: ¿qué mejor prueba del "socialfascismo" de la Oposición de Izquierda? Muchos camaradas me habían advertido por adelantado: "Van a aprovecharse de esta frase". Les respondí: "Fue escrita con esa intención. Que tomen este hierro candente y se quemen los dedos. Los testarudos deben recibir una lección". El giro de los acontecimientos determinó que Papen le hiciera conocer la cárcel a Grzesinski. ¿Encaja este episodio con la teoría del social-fascismo y los pronósticos de la burocracia stalinista? No; los contradice totalmente. Por otra parte, nuestra caracterización contemplaba esa eventualidad. Pero, objetará algún stalinista, ¡la socialdemocracia nuevamente rehuyó la lucha! Sí, lo hizo. Quienquiera que esperase que la socialdemocracia pasara por sobre sus dirigentes para actuar independientemente, en circunstancias en que el propio Partido Comunista se demostró incapaz de luchar, forzosamente debía desilusionarse. Nosotros no esperábamos milagros. Por lo tanto, no estábamos expuestos a "desilusión" alguna en lo que a la socialdemocracia se refiere. Sabemos bien que Grzesinski no se ha convertido en un tigre revolucionario. Pero de todas maneras hay una diferencia bastante grande entre el Grzesinski que, encerrado en su fortaleza de salvaguarda de la "democracia", envía a la policía contra los obreros revolucionarios, y el Grzesinski encarcelado por el salvador bonapartista de la sociedad. ¿No debemos evaluar políticamente esta diferencia y aprovecharla? Volvamos al ejemplo anterior. No es difícil comprender la diferencia entre un empresario judío que le da una coima al polizonte zarista para que apalee a los huelguistas y el mismo empresario que les da fondos a los huelguistas de ayer para que consigan armas y las vuelvan contra los pogromistas. Sigue siendo el mismo burgués. Pero la situación diferente provoca relaciones diferentes. Los bolcheviques dirigieron la huelga contra ese empresario. Más adelante, aceptaron el dinero del mismo empresario para la lucha contra los pogromos. Eso no impidió que los obreros, cuando hubo llegado la hora, volvieran las armas contra la burguesía. ¿Significa lo dicho anteriormente que la socialdemocracia luchará de conjunto contra el fascismo? A esto respondemos: parte de los funcionarios socialdemócratas se pasarán indudablemente al fascismo; un sector considerable se esconderá bajo la cama cuando llegue el momento de peligro. Tampoco luchará el conjunto de las masas trabajadoras. Es totalmente imposible adivinar a priori qué sector de los obreros socialdemócratas se verá arrastrado a la lucha, cuándo lo hará y qué parte del aparato arrastrará consigo. Depende de muchos factores, entre otros, de la posición del Partido Comunista. La tarea de la política de frente único es separar a los que quieren luchar de los que no quieren hacerlo; animar a los vacilantes; en fin, embretar a los dirigentes capituladores ante los obreros para consolidar la capacidad de lucha de éstos. ¿Cuánto tiempo se ha perdido sin objeto, sin sentido, desvergonzadamente? ¿Cuánto podría haberse logrado, solamente en los dos últimos años? ¿No era evidente desde el principio que
el capital monopolista y su ejército fascista, con puños y cachiporras, iban a empujar a la socialdemocracia a la oposición y la autodefensa? Se debería haber desarrollado esta perspectiva ante toda la clase obrera, en favor de la política de frente único, y haberla mantenido latente en cada nueva etapa. No era necesario vociferar ni gritar; se podía jugar callado y a la mano ganadora. Hubiese bastado formular, en forma inequívoca, la inevitabilidad de cada paso del enemigo, y plantear un programa concreto de frente único, sin exageraciones ni regateos, pero también sin debilidad ni concesiones. ¡A qué alturas hubiese llegado el Partido Comunista de haber asimilado el ABC de la política leninista y haberla aplicado con la perseverancia necesaria!
Los veintiún errores de Thaelmann
A mediados de julio apareció un panfleto con las respuesta de Thaelmann a veintiún preguntas que formularon los obreros socialdemócratas acerca de cómo formar el "frente único rojo". El folleto comienza con las palabras: " ¡El frente único antifascista avanza poderosamente! " El 20 de Julio el Partido Comunista llamó a los obreros a la huelga política. No obtuvo ninguna respuesta. Así, cinco días bastaron para revelar el abismo existente entre la retórica burocrática y la realidad política. El partido recibió 5.300.000 votos en las elecciones del 31 de julio. Al celebrar este resultado como una gran victoria, el partido demostró cómo las derrotas habían minado sus pretensiones y esperanzas. En la primera ronda de las elecciones presidenciales el partido obtuvo casi 5.000.000 de votos. En el curso de cuatro meses y medio - ¡y qué meses! - ganó apenas 300.000 votos. En marzo la prensa comunista repitió cientos de veces que la cantidad de votos hubiera sido mucho mayor de tratarse de una elección al Reichstag; en una elección presidencial cientos de miles de simpatizantes consideraron superfluo perder tiempo en una demostración "platónica". Si se toma en cuenta este comentario hecho en marzo -y merece tenerse en cuenta- se deduce que el partido prácticamente no ha crecido en los últimos cuatro meses y medio. La socialdemocracia eligió a Hindenburg en abril, quien inmediatamente dio un golpe de Estado dirigido directamente contra aquélla. Se podría suponer que este hecho bastaría para conmover hasta sus cimientos la estructura del reformismo. Agréguese el agravamiento de la crisis, con todas sus horrorosas consecuencias. Por último, el 20 de julio, once días antes de las elecciones, la socialdemocracia metió el rabo entre las patas ante el golpe de Estado del presidente que ella había elegido. En tales periodos los partidos revolucionarios crecen a saltos. Haga lo que haga la socialdemocracia presa en una trampa de hierro, los obreros se alejarán hacia la izquierda. Pero en lugar de avanzar con botas de siete leguas, el comunismo contemporiza, vacila, retrocede, y después de cada paso adelante da medio paso hacia atrás. Regocijarse por el triunfo de no haber perdido votos el 31 de julio significa haber perdido definitivamente todo sentido de la realidad. Para entender por qué y cómo el partido revolucionario se autocondena a una impotencia degradante bajo circunstancias políticas excepcionalmente favorables hay que leer las respuestas de Thaelmann a los obreros socialdemócratas. Es una tarea aburrida y desagradable, pero de ahí uno puede colegir qué pasa por los cerebros de los dirigentes stalinistas. A la pregunta: "¿Cómo caracterizan los comunistas al gobierno de Papen? ", Thaelmann da varias respuestas que se contradicen entre sí. Comienza refiriéndose al "peligro inmediato de que se imponga la dictadura fascista". ¿De ahí debe deducirse que todavía no existe? Con toda precisión caracteriza a los integrantes del gobierno como "representantes del capital monopolista, de los generales y de los junkers". Minutos más tarde, hablando del mismo gobierno, dice: "este gabinete fascista" y termina su respuesta diciendo que "el gobierno de Papen [...] se ha fijado el objetivo de establecer inmediatamente la dictadura fascista".
Al no tener en cuenta las diferencias sociales y políticas entre el bonapartismo (el régimen de la "paz social" que se apoya sobre la dictadura policíaco-militar) y el fascismo (el régimen de la guerra civil abierta contra el proletariado), Thaelmann se priva de antemano de la posibilidad de comprender qué está ocurriendo ante sus ojos. Si el gabinete de Papen es fascista, ¿de qué peligro "fascista" habla? Si los obreros creen lo que dice Thaelmann, que Papen se ha fijado el objetivo de implantar la dictadura fascista, el probable conflicto entre Hitler y Papen-Schleicher tomará desprevenido al partido, así como el conflicto entre Papen y Otto Braun lo tomó desprevenido en su momento.[3] A la pregunta: "¿Es sincero el Partido Comunista Alemán cuando habla de frente único? ", Thaelmann responde naturalmente que sí, y para demostrarlo se remite al hecho de que los comunistas no van, sombrero en mano, a hablar con Hindenburg y Papen: "No; nosotros planteamos el problema de la lucha, de la lucha contra todo el sistema, contra el capitalismo. Y allí reside el meollo de la sinceridad de nuestro frente único". Obviamente, Thaelmann no sabe ni de qué se está hablando. Los obreros socialdemócratas lo son precisamente porque siguen creyendo en el camino gradual, reformista, de transformación del capitalismo en socialismo. Puesto que saben que los comunistas plantean el derrocamiento revolucionario del capitalismo, los obreros socialdemócratas preguntan: "¿Nos proponen sinceramente el frente único? " A esto Thaelmann responde: "Naturalmente, somos sinceros, porque para nosotros se trata de derrocar al sistema capitalista." Por supuesto que ni soñamos con ocultarles la verdad a los obreros socialdemócratas. Pero de todos modos hay que tener cierta mesura y respetar los niveles políticos. Un propagandista hábil hubiera respondido de la siguiente manera: "Ustedes se juegan por la democracia; nosotros creemos que la única salida es la revolución. No obstante, no podemos ni queremos hacer la revolución sin ustedes. Hitler es ahora el enemigo común. Después de vencerlo haremos juntos el balance y veremos adónde conduce el camino que tenemos por delante". Por raro que parezca a primera vista, el auditorio a quien va dirigido el panfleto de Thaelmann no solo escucha con paciencia, sino que en muchos casos se manifiesta de acuerdo. El secreto de su paciencia reside en el hecho de que los interlocutores de Thaelmann no sólo pertenecen a la "Acción Antifascista" sino que llaman a votar por el Partido Comunista. Son ex socialdemócratas que se han pasado al comunismo. Hay que recibirlos con los brazos abiertos. Pero la impostura de todo este asunto está en que se hace pasar una conversación con elementos que han roto con la socialdemocracia como una conversación con la masa socialdemócrata. ¡Semejante engaño barato es muy característico de la política actual de Thaelmann y Cía. De todas maneras, los ex socialdemócratas plantean interrogantes que inquietan realmente a la masa socialdemócrata. "¿Es la Acción Antifascista una organización anexa al Partido Comunista? " " ¡No ¡", responde Thaelmann. ¿La prueba? La Acción Antifascista "no es una organización, sino un movimiento de masas". Como si la organización del movimiento de masas no fuera precisamente tarea del Partido Comunista. El segundo argumento es mejor todavía: "La Acción Antifascista es extrapartidaria, porque [! ) apunta contra el sistema capitalista. Al analizar las lecciones de la Comuna de París Carlos Marx ya puso con toda nitidez sobre el tapete el problema de aplastar el aparato del Estado burgués como tarea de la clase obrera", ¡Cita malhadada! Porque lo que los socialdemócratas quieren, a pesar de Marx, es perfeccionar, no destruir, el Estado burgués. No son comunistas sino reformistas. Pese a sus intenciones, Thaelmann afirma justamente lo que quiere refutar: el carácter partidario de la Acción Antifascista. El dirigente oficial del Partido Comunista obviamente no entiende la situación ni el pensamiento político de los obreros socialdemócratas. No sabe para qué sirve el frente único. Cada una de sus afirmaciones es un arma más en manos de los dirigentes reformistas y empuja a los obreros socialdemócratas hacia ellos. Thaelmann demuestra de la siguiente manera la imposibilidad de hacer acciones comunes con la socialdemocracia: "En este sentido, nosotros [?] debemos reconocer claramente que la socialdemocracia simula estar en la oposición, pero sin renunciar ni por un instante a sus
ideas de coalición y acuerdos con la burguesía fascista". Aunque esto fuera cierto, todavía quedaría la tarea de demostrárselo a los obreros socialdemócratas mediante la experiencia. No obstante, también es falso en esencia. Si los dirigentes socialdemócratas no quieren romper sus acuerdos con la burguesía, la burguesía fascista sí quiere romper los acuerdos con los socialdemócratas. Y este hecho puede ser decisivo para la suerte de la socialdemocracia. Cuando el poder pase de Papen a Hitler, la burguesía no perdonará a la socialdemocracia. La guerra civil tiene sus leyes. El reino del terror fascista significará y no puede sino significar la liquidación de la socialdemocracia. Mussolini partió de allí precisamente para poder aplastar sin trabas a los obreros revolucionarios. En todo caso, el "social-fascista" siente gran aprecio por su persona. En la actualidad la política comunista del frente único debe partir de esta preocupación del socialdemócrata por su pellejo. Esa será la política más realista y, a la vez, la más revolucionaria en cuanto a sus consecuencias. Pero si la socialdemocracia "en ningún momento" se separará de la burguesía fascista (a pesar de que Matteoti se "separó" de Mussolini)5, ¿acaso los obreros socialdemócratas que quieren integrar Acción Antifascista no tienen que irse de su partido? Así reza una pregunta. Responde Thaelmann: "Nosotros, los comunistas, damos por sentado que los obreros socialdemócratas o del Reichsbanner6 pueden participar en Acción Antifascista sin tener que romper con su partido." Para demostrar que no es sectario, Thaelmann agrega: "Sí ustedes entraran de a millones, en bloque, los recibiríamos alborozados, aunque opinamos que a ustedes todavía les falta claridad sobre la caracterización del Partido Socialdemócrata Alemán." ¡Santas palabras! Nosotros pensamos que su partido es fascista, ustedes piensan que es democrático, pero no discutamos bagatelas. Basta con que ustedes se acerquen a nosotros "de a millones", sin abandonar su partido fascista. La "falta de claridad sobre algunas cuestiones" no puede constituir un obstáculo. Pero ¡ay! la falta de claridad que hay en las mentes de los burócratas todopoderosos constituye a cada paso un obstáculo. Para profundizar la cuestión, Thaelmann agrega que "no planteamos el problema de partido a partido, sino sobre una base clasista". Al igual que Seydewitz, Thaelmann opone los intereses de la clase a los del partido. El problema es que para un marxista no puede existir esa oposición. Cuando el programa no es la expresión científica de los intereses de la clase el partido no vale un comino. Junto con el gran error principal, las declaraciones de Thaelmann son también absurdas en la práctica. ¿Cómo es posible no plantear el problema "de partido a partido", cuando allí reside el meollo del asunto? Millones de obreros siguen a la socialdemocracia. Otros millones siguen al Partido Comunista. A los obreros socialdemócratas que preguntan: "¿Cómo lograremos la unidad de acción antifascista entre nuestro partido y el de ustedes? ", Thaelmann responde: "Pásense a nosotros en bloque, sobre una base clasista y no partidaria". ¿No es una bravata infame? "Los comunistas -prosigue Thaelmann- no queremos la unidad a cualquier precio. No podemos, en aras de la unidad con la socialdemocracia, desconocer el contenido de clase de nuestra política... dejar de hacer huelgas, luchas de los desocupados, movilizaciones de inquilinos y acciones revolucionarias de masas." Se tergiversa el acuerdo sobre acciones definidas para convertirlo en una unidad absurda con la socialdemocracia. De la absoluta necesidad del asalto revolucionario final de mañana, se deduce que no se pueden efectuar hoy huelgas o acciones de autodefensa comunes. Quienquiera que encuentre algo de lógica en los pensamientos de Thaelmann merece un premio. Los interlocutores de Thaelmann insisten: "¿Es posible hacer una alianza entre el Partido Comunista Alemán y el Partido Socialdemócrata para luchar contra Papen y centra el fascismo? " Thaelmann responde con dos o tres hechos que demuestran que la socialdemocracia no lucha contra el fascismo y llega a la siguiente conclusión: "Todo camarada del Partido Socialdemócrata nos dará la razón cuando digamos que, en virtud de estos hechos y también por razones de principio (!), no se puede concluir una alianza entre el Partido Comunista Alemán y el Partido Socialdemócrata". Una vez más el burócrata da por sentado algo que hay que demostrar. El ultimatismo llega al ridículo apenas Thaelmann responde a la pregunta sobre el frente único de organizaciones que agrupan a millones de obreros. Los socialdemócratas deben
reconocer que no es posible llegar a un acuerdo con su partido, porque es fascista. ¿Qué mejor servicio se les podría prestar a Wels y a Leipart? "Los comunistas, que rechazamos todo acuerdo con la dirección del Partido Socialdemócrata (...) reiteramos que estamos siempre dispuestos a luchar contra el fascismo con los camaradas activistas del Partido Socialdemócrata y el Reichsbanner y con organizaciones militantes de base (?)." ¿Dónde terminan las organizaciones de base? ¿Qué hacer si las organizaciones de base se someten a la disciplina de las direcciones y exigen que las negociaciones se concluyan a través de éstas? Por último, entre la planta baja y la azotea hay pisos intermedios. ¿Puede pronosticarse por dónde pasará la línea divisoria entre los que quieren luchar y los que esquivan el bulto? Esto se determina en la acción, no por evaluaciones a priori. ¿Qué sentido tiene atarse de pies y manos? Die Rote Fahne del 29 de julio trae un informe sobre una reunión del Reichsbanner. Allí se mencionan estas palabras, dignas de nota, de un dirigente seccional socialdemócrata: "En las masas existe la voluntad de formar un frente único antifascista. Si los dirigentes no lo toman en cuenta, yo pasaré por encima de ellos y me uniré al frente único". El periódico comunista reproduce estas palabras sin comentarios. Sin embargo, en ellas reside la clave de toda la táctica del frente único. El socialdemócrata quiere luchar conjuntamente con los comunistas contra los fascistas. Ya abriga algunas dudas acera de la buena voluntad de sus dirigentes. Si los dirigentes se niegan, dice, yo les pasaré por encima. Los socialdemócratas que piensan así se cuentan por decenas, centenas, millares, millones. Es tarea del Partido Comunista hacerles comprobar si los dirigentes socialdemócratas están o no dispuestos a luchar. Sólo lo lograrán con la experiencia, con una experiencia fresca, enfrentados a una nueva situación, que no se puede realizar de un golpe. Hay que probar a los dirigentes socialdemócratas hoy y mañana en la fábrica y en el taller, en la ciudad y en el campo y en todo el país. Debemos reiterar nuestra propuesta, formularla de manera diferente, desde un ángulo distinto, adaptarla a la nueva situación. Pero Thaelmann no quiere saber nada. En base a las "diferencias principistas que, según se ha demostrado, existen entre el Partido Comunista y el Partido Socialdemócrata rechazamos las negociaciones por arriba". Thaelmann reitera este argumento asombroso en varias oportunidades. Pero si no hubiera "antagonismos de principio", no habría dos partidos; y si no hubiera dos partidos no estaría planteado el problema del frente único. Thaelmann quiere demostrar demasiadas cosas. Más valdría que fuese más modesto. ¿Acaso la fundación del RGO no significó "la división de la clase obrera organizada"? -preguntan los obreros. "No", contesta Thaelmann, y para demostrarlo cita la carta de Engels de 1895 dirigida contra los filántropos estético-sentimentales. ¿Quién es el traidor que le entrega esas citas a Thaelmann? El RGO fue creado con un espíritu de unidad, no de división. Además, el obrero de ninguna manera está dispuesto a abandonar su organización gremial para afiliarse al RGO. Al contrario, sería mejor que los comunistas permaneciesen en los sindicatos para realizar su trabajo de oposición desde adentro. Las palabras de Thaelmann pueden parecerles convincentes a los comunistas que han asumido la tarea de combatir a la dirección socialdemócrata. Pero tratándose de una respuesta a los obreros socialdemócratas que buscan la unidad sindical las palabras de Thaelmann suenan a burla. "¿Por qué abandonaron nuestros sindicatos para organizarse por separado? ", preguntan los obreros socialdemócratas., "Si quieren entrar a nuestra organización para combatir a la dirección socialdemócrata, no exigiremos que abandonen sus sindicatos", responde Thaelmann. ¡Respuesta apropiada, da justo en el clavo! "¿Existe la democracia en el Partido Comunista? ", preguntan los obreros al pasar a otro tema. Thaelmann responde afirmativamente. ¡Democracia total! Pero agrega, inesperadamente: "Tanto en la legalidad como en la clandestinidad, sobre todo en esta última, el partido debe cuidarse de espías, provocadores y agentes policiales". Esta interpolación no es casual. La doctrina más reciente, proclamada en todos lados en un folleto cuyo autor es un tal Buchner, justifica estrangular la democracia en nombre de la lucha contra los espías. Al que proteste contra la autocracia de la burocracia stalinista hay que
tacharlo, como mínimo, de sospechoso. Los agentes policiales y los provocadores de todos los países se entusiasman con esta teoría. Perseguirán a los de la Oposición con mayor bambolla que a cualquier otro; esto puede servir para desviar la atención de sí mismos y permitirles pescar en río revuelto. Según Thaelmann, otra prueba de que impera la democracia es que "los problemas se discuten en los congresos mundiales y en las reuniones del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista". Lo que no menciona es cuándo se realizó el último Congreso Mundial. Se lo recordaremos: en julio de 1928 ¡hace más de cuatro años! Parecería que desde entonces no ha ocurrido cosa alguna digna de tenerse en cuenta. ¿Por qué, permítasenos preguntar de pasada, el propio Thaelmann no convoca a un congreso extraordinario del partido alemán para resolver los problemas de los que depende la suerte del proletariado alemán? No es por un exceso de democracia partidaria, ciertamente. Así, página tras página, Thaelmann contesta veintiuna preguntas. A cada respuesta, un error. En total, veintiún errores, sin contar los pequeños y secundarios, que también son numerosos. Thaelmann cuenta que los bolcheviques rompieron con los mencheviques en 1903. En realidad, la ruptura se produjo en 1912. Y ello no impidió que en la época de la Revolución de Febrero de 1917 hubiera organizaciones bolcheviques y mencheviques unificadas en todo el país. Y hasta principios de abril Stalin abogaba
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EL BONAPARTISMO ALEMÁN Las elecciones al Reichstag sometieron al gobierno "presidencial" a un nuevo examen crítico16. Es necesario, por consiguiente, tener en cuenta su naturaleza social y política. Es precisamente en el análisis de fenómenos políticos tan concretos y a primera vista "repentinos" como el gobierno de Papen-Schleicher que el método marxista revela sus posibilidades y ventajas. En su momento definimos al gobierno "presidencial " como una especie de bonapartismo. Sería erróneo considerar esa definición el resultado fortuito del deseo de encontrar un nombre conocido para un fenómeno desconocido. La decadencia de la sociedad capitalista vuelve a poner el bonapartismo ligado al fascismo a la orden del día. Ya en su momento habíamos caracterizado al gobierno de Brüning como bonapartista. Tardía, retrospectivamente, precisamos la caracterización; lo llamamos semi o prebonapartista. ¿Qué dijeron al respecto otros grupos comunistas o "izquierdistas" en general? Esperar de la actual dirección de la Internacional Comunista un intento de definición científica de un fenómeno político nuevo sería ingenuo, por no decir estúpido. Los stalinistas simplemente colocaron a Papen en el campo fascista. Si Wels y Hitler son "gemelos" no vale la pena romperse la cabeza por una bagatela como Papen. Esa es la literatura política que Marx calificaba como "grosera" y que nos enseñó a despreciar. El fascismo constituye, en realidad, uno de los dos campos de la guerra civil.
Con la mano tendida hacia el poder, Hitler exigió, antes que nada, que se le dejara la calle por setenta y dos horas. Hindenburg se negó. La tarea de Von Papen-Schleicher consiste en evitar la guerra civil disciplinando a los nacionalsocialistas en forma amistosa y encadenando al proletariado con los grillos policiales. Lo que permite la existencia de semejante régimen es sobre todo la relativa debilidad del proletariado. El Partido Socialista Obrero se saca de encima el problema del gobierno de Papen, al igual que otros problemas, con frases generales. Los brandleristas guardaron silencio sobre nuestra definición cuando se refería a Brüning, es decir, al período de gestación del bonapartismo. Pero una vez que la caracterización marxista del bonapartismo se vio confirmada por la teoría y la práctica del gobierno presidencial, los brandlerianos sacaron a relucir su crítica. Thalheimer, lechuza sabia, remonta vuelo a altas horas de la noche. El Arbeitertribüne de Stuttgart nos enseña que el bonapartismo, al poner su aparato militarpolicial por encima de la burguesía para defender la dominación de clase de la misma contra sus propios partidos políticos, debe apoyarse en el campesinado y emplear métodos de demagogia social. Pero Papen no se apoya en el campesinado, ni presenta un programa seudorradical; por consiguiente, nuestra tentativa de definir al gobierno de Papen como bonapartista sería "completamente errónea". Juicio severo, pero superficial. ¿Cómo definen los brandleristas al gobierno de Papen? En el mismo número de Arbeitertribüne se anuncia una serie de conferencias, muy oportunas, de Brandler, sobre el tema: "¿Dictadura junker-monárquica, fascista o proletaria? " Se presenta al régimen de Papen, según esta trinidad, como una dictadura junkermonárquica. ¡Digno de Vorwaerts y de los demócratas vulgares en general! Es indiscutible que los aristócratas bonapartistas alemanes suelen hacer algunos regalitos a los junkers, y también que esos caballeros suelen tener una mentalidad monárquica. Pero decir que el régimen presidencial es esencialmente junkermonárquico es hacer gala de la más pura insensatez liberal. Términos tales como liberalismo, bonapartismo, fascismo, son de carácter general. Los fenómenos históricos jamás se repiten plenamente. No sería difícil demostrar que Napoleón III, en comparación con Napoleón I, no fue "bonapartista", no sólo porque el propio Napoleón III era un Bonaparte dudoso desde el punto de vista sanguíneo sino también porque sus relaciones con las clases, sobre todo con el campesinado y el lumpenproletariado, eran totalmente distintas a las de Napoleón I. Por otra parte, el bonapartismo clásico surgió en un momento de grandiosas victorias militares que el Segundo Imperio ni llegó a conocer.17 Si se buscara una reiteración de todos los rasgos del bonapartismo, se descubriría que fue un fenómeno único, imposible de repetir; es decir, que no existe el bonapartismo en general, sino un general Bonaparte nacido en Córcega. La cosa no sería muy distinta con el liberalismo y con los demás conceptos generales de la historia. Pero si se habla de bonapartismo por analogía, se debe mostrar precisamente cuáles de sus rasgos encontraron expresión más plena en las circunstancias históricas dadas. El bonapartismo alemán contemporáneo reviste un carácter extremadamente complejo y, por así decirlo, combinado. El gobierno de Papen sería imposible sin el fascismo. Pero el fascismo no está en el poder; y el gobierno de Papen no es el fascismo. Por otra parte, el gobierno de Papen, al menos en su forma actual, hubiera sido imposible sin Hindenburg, que encarna, en la memoria de amplias masas populares y a pesar de la derrota final de Alemania en la guerra, su ejército y sus grandes victorias. La reelección de Hindenburg tuvo todas las características de un "plebiscito". Millones de obreros, pequeños burgueses y campesinos (la socialdemocracia y el partido del Centro) votaron por Hindenburg. No vieron en él programa político alguno. Quisieron antes que nada evitar la guerra civil y elevaron a Hindenburg como árbitro supremo de la nación. Allí reside, precisamente, la definición más importante del bonapartismo: al ponerse por encima de los dos bandos beligerantes para proteger el orden y la propiedad, reprime, impide o no permite la reanudación de la guerra civil, utilizando para ello su aparato militar-policial. Si se habla del gobierno de Papen no se puede olvidar que recibe la bendición de la socialdemocracia. El carácter combinado del bonapartismo alemán se ve reflejado en el hecho de que el trabajo demagógico de conquistar a las masas, por él y para él, es obra de dos grandes partidos independientes: la socialdemocracia y el nacionalsocialismo. Que ambos se sientan o no sorprendidos al contemplar el fruto de sus desvelos, no cambia en absoluto la situación.
La socialdemocracia afirma que el fascismo es producto del comunismo. Esto es justo en la medida en que el fascismo no sería necesario de no darse una agudización de la lucha de clases, un proletariado revolucionario, una crisis del sistema capitalista. La teoría servil de Wels-Hilferding-Otto Bauer no puede tener otro significado. Sí, el fascismo es una reacción de la sociedad burguesa contra la amenaza de revolución proletaria. Pero precisamente porque esta amenaza hoy no es apremiante, las clases dominantes tratan de evitar la guerra civil mediante una dictadura bonapartista. A la vez que hacen objeciones a nuestra caracterización del gobierno Papen-HindenburgSchleicher, los brandleristas invocan a Marx y expresan irónicamente la esperanza de que su autoridad también tenga valor para nosotros. Difícilmente se pueda caer más bajo. Marx y Engels no sólo escribieron acerca del bonapartismo de los dos Bonapartes, sino también de otras variedades de bonapartismo. Más o menos a partir de 1864 muchas veces pusieron al régimen "nacional" de Bismarck en un pie de igualdad con el bonapartismo francés. Y eso que Bismarck no era un demagogo seudorradical ni se apoyaba en el campesinado. El "canciller de hierro" no llegó al poder por un plebiscito sino por designación de su legítimo rey. Y, así y todo, Marx y Engels tienen razón. Bismarck utilizó de manera bonapartista el antagonismo entre las clases poseedoras y el proletariado en ascenso, superando así las contradicciones en el seno de los explotadores entre los junkers y la burguesía, y estableció un aparato militar-policial por encima de la nación. Precisamente a la política de Bismarck se refieren los "teóricos" del bonapartismo alemán contemporáneo. A su manera, Bismarck resolvió el problema de la unidad y la política exterior de Alemania. Por el contrario, hasta ahora Papen sólo promete obtener "igualdad de derechos" para Alemania en el campo internacional. La diferencia no es pequeña Pero, ¿es que alguna vez tratamos de demostrar que el bonapartismo de Papen es del mismo calibre que el de Bismarck? También Napoleón III fue sólo una caricatura de su supuesto tío. La referencia a Marx, como vemos, es imprudente. Que Thalheimer no comprende la dialéctica revolucionaria del marxismo, lo sabemos desde hace mucho tiempo. Pero debemos reconocer que creíamos que conocía al menos los escritos de Marx y Engels. Aprovechemos la ocasión para rectificar el error. Rechazada por los brandlerianos, nuestra caracterización del gobierno presidencial fue brillantemente confirmada por una fuente inesperada, muy "autorizada" en su género. En ocasión de la disolución del "Reichstag de cinco días", la Deutsche Allgemeine Zeitung cita, en un importante artículo fechado 28 de agosto, el libro de Marx El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. ¿Con qué motivo? Ni más ni menos que el de justificar el derecho histórico del presidente del Reich a poner su bota sobre el cuello de la representación popular. El órgano de la industria pesada osó, en un momento difícil, abrevar en las fuentes envenenadas del marxismo. Con notable astucia, el periódico extrae del inmortal escrito una cita extensa que explica por qué y cómo el presidente de Francia, como encarnación personal de "la nación", ganó preponderancia sobre el parlamento dividido. El mismo artículo de Deutsche Allgemeine Zeitung nos recuerda, muy al pasar, cómo Bismarck, en la primavera de 1890, elaboró el plan más adecuado para dar fácilmente un golpe de Estado. Un diario berlinés que era (por lo menos en agosto) una especie de órgano oficioso, caracterizaba bien a Napoleón y Bismarck como precursores del gobierno presidencial. Citar El 18 Brumario de Luis Bonaparte en ocasión del "20 de julio de Von Papen" es, desde luego, muy arriesgado, puesto que Marx caracterizó al régimen de Napoleón como un régimen de aventureros, ladrones y alcahuetes. En efecto el Deutsche Allgemeine Zeitung se hace pasible de un castigo por calumniar al gobierno. Pero, dejando de lado este inconveniente secundario, es un hecho indiscutible que el instinto histórico condujo al Deutsche Allgemeine Zeitung a la posición correcta. Desgraciadamente, no puede decirse lo mismo de la sapiencia teórica de Thalheimer. El bonapartismo de la época de la decadencia del capitalismo es totalmente distinto al de la era de ascenso de la sociedad burguesa. El bonapartismo alemán no se apoya directamente en la pequeña burguesía de la ciudad y el campo, lo cual no es casual. Es por eso, precisamente, que alguna vez escribimos sobre la debilidad del gobierno de Papen, que se mantiene sólo en virtud de la neutralización de dos campos: el proletariado y los fascistas.
Pero detrás de Papen, responden otros "marxistas", están los grandes terratenientes, los capitalistas financieros, los generales. ¿Acaso las clases poseedoras no son muy poderosas? Este argumento demuestra una vez más que es mucho más fácil entender las relaciones de clase en sus rasgos sociológicos más generales que en una forma histórica concreta. Sí, detrás de Papen están las direcciones de las clases poseedoras, y sólo ellas: ésa es, precisamente, la causa de su debilidad. En las condiciones del capitalismo contemporáneo no puede haber, en general, un gobierno que no sea agente del capital financiero. Pero de todos los agentes posibles, el gobierno de Papen es el menos estable. Si las clases dominantes pudieran gobernar directamente no tendrían necesidad del parlamento, la socialdemocracia ni el fascismo. El gobierno de Papen pone al desnudo el capital financiero, despojándolo incluso de la sagrada hoja de parra impuesta por el comisionado Bracht de Prusia. Justamente porque el gobierno “nacional” extrapartidario sólo puede hablar en nombre de las cumbres sociales, el capital tiene cada vez más cuidado en no identificarse con el gobierno de Papen. El Deutsche Allgemeine Zeitung busca apoyo para el gobierno presidencial en las masas nacionalsocialistas, y con lenguaje ultimatista exige a Papen que forme un bloque con Hitler, lo que significa capitular ante él. Al calcular la "fuerza" del gobierno presidencial no debemos olvidar que si el capital financiero respalda a Papen, esto no significa que caerá con él. El capital financiero tiene muchísimas más posibilidades que Hindenburg-Papen-Schleicher. En caso de agudizarse las contradicciones queda la reserva del fascismo puro. Si las contradicciones se suavizan, maniobrarán hasta que el proletariado les ponga la rodilla sobre el pecho. Por cuánto tiempo podrá maniobrar Papen es algo que el futuro próximo se encargará de revelar. Cuando estas líneas se hagan públicas, ya habrán pasado las elecciones del Reichstag. La naturaleza bonapartista del gobierno "antifrancés" de Papen se revelará indudablemente con renovado vigor, pero también con debilidad. Volveremos a este tema cuando corresponda hacerlo.
Prinkipo, 30 de octubre de 1932.
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ANTES DE LA DECISIÓN (DESPUÉS DE LA CONSTITUCIÓN DEL GOBIERNO DE HITLER)
EL
CAMPO DE LA
CONTRARREVOLUCIÓN
Los cambios de gobierno que se suceden desde la época de Brüning demuestran hasta qué punto, es vacua e incoherente la filosofía universal del fascismo (fascismo a secas, nacionalfascismo, social-fascismo, social-fascismo de izquierda, etc.) en la que los stalinistas incluyen a todo y a todos, a excepción de ellos mismos. Los sectores poseedores son demasiado poco numerosos y odiados por el pueblo como para gobernar en su propio nombre. Necesitan una pantalla monárquica tradicional ("por la gracia de Dios"), liberal parlamentaria ("soberanía del pueblo"), bonapartista ("árbitro imparcial") o, en fin, fascista ("ira del pueblo"). La guerra y la revolución les quitaron la monarquía. Durante catorce años, gracias a los reformistas, se sostuvieron sobre las muletas de la democracia. Cuando el parlamento se partió en dos bajo la presión de las contradicciones de clase trataron de refugiarse tras las espaldas del presidente. Así se abre el capítulo del bonapartismo, es decir, del poder burocrático-policial que se eleva por encima de la sociedad y se mantiene en un equilibrio relativo entre los dos campos antagónicos. Pasando por los gobiernos transicionales de Brüning y Papen, el bonapartismo revistió su forma más pura en la persona del general Schleicher, pero sólo para demostrar, sobre el terreno, su inconsistencia. Todas las clases tenían los ojos puestos, con hostilidad, perplejidad o inquietud, en este enigmático personaje político que parecía un signo de interrogación con insignias de general. Pero la causa principal de la caída de Schleicher, así como de sus éxitos anteriores, no reside en sus características personales: mientras la revolución y la contrarrevolución no hayan medido sus fuerzas en la lucha el bonapartismo no puede ser estable. Al mismo tiempo, la terrible crisis agraria e industrial que pende como una pesadilla sobre el país no favorece el equilibrio bonapartista. Es cierto que, a primera vista, la pasividad del proletariado facilitó en grado máximo la tarea del "general social". Pero las cosas resultaron distintas; justamente esta pasividad debilitó el círculo de miedo que fusiona a las clases dominantes, permitiendo que salgan a luz los antagonismos que las dividen. Desde el plinto de vista económico, la agricultura alemana arrastra una existencia parasitaria; constituye un pesado lastre para la industria. Pero la estrecha base social de la burguesía industrial determina su necesidad política de preservar la agricultura "nacional", es decir, la clase de los junkers y campesinos ricos y todas las capas sociales dependientes de ellos. El fundador de esa política fue Bismarck, que ligó sólidamente a los agricultores con los industriales por medio de triunfos militares, el oro de las indemnizaciones de guerra, las ganancias elevadas y el temor al proletariado. Pero la época de Bismarck ya pasó a la historia. La Alemania contemporánea no se basa en las victorias sino en la derrota. No es Francia la que le paga indemnizaciones de guerra; ella le paga a Francia. El capitalismo decadente no rinde ganancias, no abre perspectivas. Lo único que une a las clases poseedoras es el temor a los obreros. Ahora bien, el proletariado alemán, por culpa de su dirección, quedó paralizado en el momento más crítico, y los antagonismos entre las clases dominantes pasaron al frente. Ante la pasividad expectante de la izquierda el general social cayó bajo los golpes de la derecha. Después de eso, las clases poseedoras hicieron el balance: en el debe, una escisión en sus filas; en el haber, un general de ochenta y cinco años de edad. ¿Qué les quedaba? Nada, salvo Hugenberg. Si Schleicher representa la idea pura del bonapartismo, Hugenberg, por el contrario, representa la idea pura de la propiedad. El general coqueteaba, negándose a responder al interrogante de cuál es mejor, el capitalismo o el socialismo; Hugenberg afirma sin ambages que no hay nada mejor que un junker del este del Elba ocupando el trono. La propiedad terrateniente es la forma esencial, fundamental y sólida de la propiedad. Si la industria mantiene económicamente a la agricultura alemana, la lucha política de las clases poseedoras contra el pueblo debe estar encabezada por Hugenberg. Así, el régimen de un árbitro supremo, colocado por encima de las clases y los partidos, ha conducido directamente a la dominación del Partido Nacionalista Alemán, la camarilla más egoísta e insaciable de los propietarios. El gobierno de Hugenberg es la quintaesencia del parasitismo social. Pero justamente por eso, cuando se hizo necesario se hizo también imposible en su forma pura. Hugenberg necesita una pantalla. Hoy no puede ocultarse tras el manto de un káiser, de modo que recurre a la camisa parda de los nazis. Si es imposible obtener por medio de la monarquía que las potencias celestes bendigan la propiedad, no queda sino el recurso de que la bendiga una turba reaccionaria y desenfrenada.
La asociación de Hitler al poder sirve a un doble propósito: primero, decorar la camarilla de los dueños de la propiedad con los jefes del "movimiento nacional"; segundo, poner a disposición de aquellos las tropas de asalto del fascismo. La camarilla de la alta sociedad no concluyó el acuerdo con los fascistas malolientes con alegría en el corazón. Detrás de esos advenedizos desenfrenados hay muchos, demasiados puños; ese es el aspecto peligroso de los aliados de camisa parda; pero esa es también su sola, única y principal ventaja. Y tal ventaja es decisiva, porque en esta época la defensa de la propiedad no puede garantizarse sino con los puños. No se puede prescindir de los nacionalsocialistas. Pero es igualmente imposible entregarles el poder real; la amenaza del proletariado no es todavía inmediata como para que las altas esferas se permitan provocar conscientemente una guerra civil de resultado incierto. A esta nueva etapa de la evolución de la crisis social alemana corresponde la nueva combinación gubernamental, en la que los puestos importantes quedan en manos de los Señores mientras que los decorativos y secundarios son para los plebeyos. La función extraoficial, pero por lo tanto más real, de los ministros fascistas es la de intimidar a la revolución. De todas maneras, los fascistas no pueden suprimir y aniquilar a la vanguardia proletaria más allá de los límites impuestos por los representantes de los agricultores e industriales. Ese es el plan. ¿Cómo resultará su ejecución? El gobierno de Hugenberg-Hitler alberga en su seno un complejo sistema de contradicciones: entre los representantes tradicionales de los agricultores por un lado y los del gran capital por el otro; entre unos y otros por una parte y los oráculos de la pequeña burguesía reaccionaria por la otra. Esta combinación es sumamente precaria. No subsistirá mucho tiempo en su forma actual. ¿Qué sucederá en caso de que se derrumbe? En vista de que las palancas principales del poder no están en manos de Hitler, de que él ha dado pruebas suficientes de odio al proletariado, pero además de un horror orgánico a las clases dominantes y sus instituciones, no se puede excluir la posibilidad de que, en caso de una ruptura con los nazis, las altas capas sociales busquen el retorno a la vía bonapartista presidencial. De todas maneras, la posibilidad de esa variante que, por otra parte, sólo sería episódica, es mínima. Es infinitamente más probable que la crisis continúe desarrollándose en dirección al fascismo. Hitler canciller significa un desafío tan abierto y manifiesto a la clase obrera que la reacción de las masas, aunque se manifestara en el peor de los casos, como una serie de reacciones aisladas, es absolutamente inevitable. Y ello bastaría para ubicar a los fascistas en primera fila, eliminando a sus encumbrados mentores. Bajo una condición: que los propios fascistas se mantuvieran firmes. La llegada de Hitler al poder constituye, por cierto, un golpe durísimo para la clase obrera. Pero no es todavía una derrota definitiva, irremediable. El enemigo, al cual se podría haber vencido mientras recién comenzaba a trepar, ocupa hoy una serie de puestos de comando. Eso le da una gran ventaja, pero aún no se ha librado batalla alguna. El que ocupe posiciones favorables, por sí solo, no decide nada; lo que decide es la fuerza real. El Reichswehr y la policía, el Stahlhelm y las tropas de asalto de los nazis son tres ejércitos independientes al servicio de las clases poseedoras. Pero, por la misma esencia de la combinación gubernamental, los tres ejércitos no están unidos en un solo puño. El Reichswehr, y menos el Stahlhelm, no están en manos de Hitler. La envergadura de sus propias fuerzas armadas aún está por verificarse. Sus millones de hombres de reserva son escoria humana. Para adueñarse totalmente del poder Hitler debe provocar un simulacro de guerra civil (él le teme a la verdadera guerra civil). Sus poderosos colegas del gabinete, que disponen del Reichswehr y el Stahlhelm, preferirían estrangular al proletariado con métodos "pacíficos". Se sienten mucho menos inclinados a provocar una guerra civil menor por temor a una grande. De modo que entre el gabinete encabezado por el canciller fascista y la victoria final del fascismo media un trecho importante. Esto significa que el campo revolucionario todavía dispone de tiempo. ¿Cuánto? Imposible calcularlo de antemano; sólo la lucha lo determinará.
El campo del proletariado
Cuando el Partido Comunista oficial declara que la socialdemocracia es el principal sostén de la dominación burguesa no hace más que repetir la idea que sirvió de punto de partida para la organización de la Tercera Internacional. La socialdemocracia vota por el régimen capitalista cuando la burguesía la asocia al poder. Tolera a cualquier gobierno burgués que la tolere. Pero, incluso cuando se halla desahuciada, la socialdemocracia sigue apoyando a la sociedad burguesa, recomendando a los obreros reservar sus fuerzas para combates a los cuales jamás los convocará. A la vez que paraliza la energía revolucionaria del proletariado, la socialdemocracia permite vivir a la sociedad burguesa cuando las condiciones ya no se lo permiten, convirtiendo así al fascismo en una necesidad política. ¡Quien llama a Hitler al poder es el mariscal de campo Hohenzollern, elegido por los sufragios de los obreros socialdemócratas! La serie de personajes políticos que va de Wels a Hitler tiene un carácter evidente. Entre marxistas no puede haber dos opiniones al respecto. Pero el problema planteado no radica en cómo interpretar una situación política, sino en cómo transformarla revolucionariamente. La burocracia stalinista no es culpable por su "intransigencia" para con la socialdemocracia, sino porque esa intransigencia es políticamente impotente. Del triunfo de los bolcheviques en Rusia bajo la dirección de Lenin la burocracia stalinista deduce que el proletariado alemán tiene la obligación de agruparse en torno a Thaelmann. Su ultimátum los lleva a plantear: a menos que los obreros alemanes acepten desde ya, a priori y sin reservas, la dirección de Thaelmann, no deben ni soñar con librar combates serios. Los stalinistas lo expresan de otra manera; pero todas las reservas, reticencias y artificios teóricos en nada cambian el verdadero carácter del ultimatismo burocrático, que ayudó a la socialdemocracia a dejar a Alemania en manos de Hitler. La historia de la clase obrera alemana posterior a 1914 constituye la página más trágica de la historia reciente. ¡Qué traiciones inenarrables de parte de su partido histórico, la socialdemocracia, y qué ineficacia e impotencia de parte de su ala revolucionaria! Pero no es necesario remontarse tan lejos. En estos dos o tres años de alza fascista la política de la burocracia stalinista no ha sido sino una sucesión de crímenes que han literalmente salvado al reformismo, preparando así el terreno para la victoria ulterior del fascismo. Ahora, cuando el enemigo ya se ha adueñado de los principales resortes de mando, surge inevitablemente el interrogante de si no es demasiado tarde para llamar a un reagrupamiento de fuerzas a fin de rechazar al enemigo. Pero se plantea una cuestión previa: ¿qué significa en este caso la expresión "demasiado tarde"? ¿Hay que llegar a la conclusión de que ni el más audaz vuelco hace una política revolucionaria sería capaz de cambiar drásticamente la relación de fuerzas? ¿O bien significa que no hay posibilidad ni esperanzas de que se efectúe ese giro? Son dos cuestiones distintas. Ya hemos respondido a la primera con lo dicho más arriba. Aun con las condiciones más favorables, Hitler necesitará largos meses - ¡y muy críticos! - para establecer la hegemonía del fascismo. Si se considera lo agudo de la situación económica y política, el carácter amenazante del peligro actual, la inquietud de los obreros, su número, su exasperación la existencia de elementos combativos en su seno y la incomparable aptitud de los obreros alemanes para la organización y la disciplina, la respuesta es clara: durante esos meses que los fascistas necesitan para vencer los obstáculos internos y externos y consolidar su dictadura, el proletariado, con una dirección correcta, cuenta con dos o tres veces el tiempo necesario para llegar al poder. Hace dos años y medio la Oposición de Izquierda propuso obstinadamente que todas las organizaciones del Partido Comunista; desde el Comité Central hasta la célula provincial más modesta, se dirigieran inmediatamente a todas las organizaciones socialdemócratas y sindicales paralelas con una propuesta concreta de acción conjunta contra la amenaza de liquidación de la democracia proletaria. Si la lucha contra los nazis se hubiera organizado sobre esta base, Hitler hoy no sería canciller y el Partido Comunista estaría a la cabeza de la clase obrera. Pero no se puede volver atrás. Pasó el tiempo suficiente cómo para que las consecuencias de los errores cometidos se hayan transformado en realidades políticas, y hoy forman parte de la situación objetiva. A ésta hay que tomarla tal como se presenta. Mas no todo está perdido. Un viraje político -pero real, audaz, franco, bien pensado- puede perfectamente salvar la situación y abrir el camino que conduce a la victoria.
Hitler necesita tiempo. El reanimamiento económico, de hacerse realidad, no significaría un fortalecimiento del fascismo contra el proletariado. Al menor síntoma de alza económica coyuntural, el capital, hambriento de ganancias, sentirá agudamente la necesidad de paz en las fábricas, lo que provocará un cambio inmediato a favor de los obreros en la relación de fuerzas. Para que la lucha económica se transforme en política desde el vamos, los comunistas deben estar en sus puestos, o sea en las fábricas y los sindicatos. Los dirigentes socialdemócratas han declarado que desean un acuerdo con los obreros comunistas: Muy bien. Que los trescientos mil afiliados del RGO les tomen la palabra a los reformistas y se dirijan a la ADGB con la propuesta de entrar en los sindicatos libres como fracción. Este paso bastará para modificar los sentimientos de los obreros y, por tanto, toda la situación política. Ahora bien, ¿es posible este cambio? Este es el eje, en la actualidad, de todo el problema. En general, los vulgarizadores de Marx, que tienen tendencias fatalistas, sólo ven causas objetivas en la política. Sin embargo, cuanto más se agudiza la lucha de clases, cuanto más se acerca a su culminación, más frecuente es que la clave de toda la situación quede en manos de un partido y su dirección. En este momento el problema se plantea de la siguiente manera: si en el pasado la burocracia stalinista se mantuvo en un ultimatismo imbécil, a pesar de la presión, digamos, de diez atmósferas políticas, ¿será capaz de resistir la presión de cien atmósferas? Pero, ¿es posible que las masas entren en acción por sí solas, derribando las barreras impuestas por el aparato, como sucedió cuando estalló la huelga de los transportistas berlineses en noviembre de 1932? Ni qué decir tiene que en ningún caso se puede excluir la posibilidad de una movilización espontánea de las masas. Pero para ser eficaz esta vez debería ser cien veces más amplia que la huelga de Berlín. El proletariado alemán es lo suficientemente poderoso como para lanzarse a una movilización aunque desde arriba se le pongan obstáculos. Pero las movilizaciones espontáneas lo son precisamente porque estallan sin dirección. Se trata, pues, de saber qué debe hacer el partido para impulsar la movilización de las masas y ayudar a desarrollarla, para ponerse a la cabeza y garantizar el triunfo. . . Los diarios de hoy traen la noticia de una huelga general en Lübeck, en respuesta al arresto de un funcionario socialdemócrata. Va de suyo que este hecho, si la noticia es exacta, no rehabilita en absoluto a la burocracia socialdemócrata. Pero condena irrevocablemente a los stalinistas y sus teorías sobre el social-fascismo. Sólo el desarrollo y la agudización del antagonismo entre los socialdemócratas y los nacionalsocialistas puede, después de todos los errores cometidos, sacar al Partido Comunista de su aislamiento y abrir el camino a la revolución. Pero hay que ayudar, no combatir, a este proceso que surge de la lógica misma de las relaciones de clase. Para ello hace falta una audaz política de frente único. Va de suyo que las elecciones de marzo, a las que se aferrará la socialdemocracia para paralizar las energías obreras, nada decidirán. Si antes de las elecciones no se registran acontecimientos importantes que lleven la cuestión a otro plano la cantidad de sufragios del Partido Comunista debe aumentar automáticamente. Este incremento sería infinitamente mayor si el Partido Comunista asumiera desde ya la iniciativa del frente único defensivo. En efecto, ¡hoy se trata de la defensa! Pero el Partido Comunista puede perderse si, a la cola de la socialdemocracia, aunque con otras consignas, transforma la agitación electoral en cháchara puramente parlamentaria para distraer la atención de las masas de su impotencia actual y de los preparativos de defensa. La política audaz de frente único es, en este momento, el único eje correcto también para la campaña electoral. Una vez más, ¿existen fuerzas en el Partido Comunista como para efectuar este giro? ¿Tendrán los obreros comunistas suficiente energía y decisión como para ayudar a la presión de cien atmósferas a abrirse camino en los cerebros burocráticos? Por penoso que sea reconocerlo, en esos términos está planteado hoy el problema... Ya había escrito los párrafos precedentes cuando los diarios alemanes, con el inevitable retraso, nos informaron que Moscú finalmente dio la señal de alarma al Comité Central del Partido Comunista Alemán: ha llegado la hora de hacer un acuerdo con la socialdemocracia. No tengo la confirmación de esa noticia, pero parece verídica; la burocracia stalinista no ordena el viraje hasta que los acontecimientos le dan a la clase obrera (en la URSS, en China, en Inglaterra, en Alemania) un golpe en la cabeza. Recién cuando el canciller fascista
apunta con sus ametralladoras al proletariado atado de pies y manos el presídium de la Comintern se inspira y dice: "ha llegado el momento de cortar las ligaduras". De más está decir que la Oposición de Izquierda se aferrará a esta confesión tardía y tratará de aprovecharla lo más posible en beneficio del proletariado. Pero, al mismo tiempo, no olvidará ni por un solo instante que el giro de ciento ochenta grados de la Comintern es empírico, producto del pánico. Quienes identificaron a la socialdemocracia con el fascismo son muy capaces, en el curso de la lucha contra el fascismo, de llegar a idealizar a la socialdemocracia. Hay que mantenerse vigilantes para conservar la total independencia política del comunismo; combinar organizativamente los golpes para no mezclar las banderas; hacer gala de una lealtad total hacia nuestro aliado, pero vigilarlo, ya que mañana será nuestro enemigo.[4] Si la fracción stalinista realmente lleva a cabo este cambio, por supuesto la Oposición de Izquierda participará de la lucha conjuntamente con ella. Pero las masas confiarán tanto más en este cambio cuanto más democráticamente se lo efectúe. Un discurso de Thaelmann o un manifiesto del Comité Central son poco ante la magnitud actual de los acontecimientos. Se necesita la voz del partido. Debe celebrarse un congreso del partido. ¡No existe otro camino para que el partido vuelva a tener confianza en sí mismo y los obreros en el partido! El Congreso debe celebrarse en dos o tres semanas, antes de la reapertura del Reichstag (si es que éste llega a reunirse).
El programa de acción es claro y simple: Propuesta inmediata a las organizaciones socialdemócratas de formar de arriba a abajo el frente único defensivo. Propuesta inmediata a la ADGB de integrar a la RGO en los sindicatos. Preparación inmediata de un congreso extraordinario del partido. Lo que está en juego es la cabeza de la clase obrera alemana, la de la Internacional Comunista, y -no lo olvidemos- la de la República Soviética.
Posdata
¿Qué planes puede albergar el gobierno Hitler-Hugenberg en relación a las elecciones del Reichstag? Es obvio que el gobierno actual no puede tolerar un Reichstag con una oposición mayoritaria. En vista de ello, la campaña y las elecciones culminarán de alguna manera en un cataclismo. El gobierno comprende que, aun en caso de triunfar electoralmente, es decir si obtiene un 51 % de representación parlamentaria, no habrá una solución pacífica para la crisis sino que, por el contrario, ésta puede ser la señal de una ofensiva contra el fascismo. Es por eso que el gobierno deberá estar preparado para la acción cuando se conozcan los resultados. Esta movilización preliminar de fuerzas no será menos necesaria en el caso de que los partidos gobernantes queden en minoría y deban, por lo tanto, abandonar el terreno de la legalidad de Weimar. Así, tanto en la eventualidad de una derrota parlamentaria del oficialismo (menos del 50%) como en la de una victoria (más del 50%) es de esperar que las próximas elecciones sean la ocasión para la lucha decisiva. No se puede excluir una tercera variante: con el pretexto de preparar las elecciones, los nacionalsocialistas darían un golpe de Estado sin esperarlas. Tácticamente, este paso sería, si se quiere, el más correcto desde el punto de vista de los nazis. Pero, teniendo en cuenta
las características pequeñoburguesas del partido, su incapacidad para tomar una iniciativa independiente y su dependencia de aliados suspicaces es necesario llegar a la conclusión de que muy difícilmente Hitler tomaría esta medida. Tampoco es muy probable que Hitler planificara ese golpe conjuntamente con sus aliados, puesto que el segundo objetivo de las elecciones consiste en modificar el grado de participación de sus aliados en el gobierno. De todas maneras, hay que plantear esta posibilidad en el trabajo agitativo. Si la situación en el periodo electoral se exacerbara demasiado, quizás el golpe de Estado se convertiría en una necesidad para el gobierno aun cuando hoy sus planes no lleguen hasta ese punto. Sea como fuere, es claro que el proletariado debe precisar sus apreciaciones tácticas en muy breve lapso. Va de suyo que ni el obtener una mayoría en el Reichstag, ni el pase a receso del Reichstag por un período indeterminado, ni un golpe fascista antes de las elecciones significarán una solución definitiva en favor del fascismo. Pero cada una de estas tres variantes significaría el inicio de una etapa nueva y muy importante en la lucha de la revolución y la contrarrevolución. La tarea de la Oposición de Izquierda en estas elecciones consiste en darles a los obreros un análisis de las tres variantes, dentro de la perspectiva general de una lucha inevitable entre el proletariado y el fascismo, no prolongada sino a muerte. Así planteada, se concreta la agitación por la política de frente único. El Partido Comunista grita sin cesar: "El proletariado está cada vez más a la ofensiva". El Partido Socialista Obrero responde: "No, el proletariado está a la defensiva, nosotros lo llamamos a que pase a la ofensiva". Ambas formulaciones demuestran que esta gente no sabe qué quiere decir ofensiva y defensiva, es decir, ofensa y defensa. Lo más triste de todo es que el proletariado no está a la defensiva sino en una retirada que puede convertirse mañana en una huida ciega. Nosotros no llamamos al proletariado a la ofensiva sino a la defensa activa. Justamente el carácter defensivo de las operaciones (defensa de organizaciones obreras, diarios, reuniones, etc.) constituye el punto de partida para un frente único con la socialdemocracia. Pasar por encima de la fórmula de defensa activa significa dedicarse a largar consignas altisonantes pero huecas. Es obvio que en caso de éxito la defensa activa se transformaría en ofensiva. Pero ésta sería una etapa posterior; el camino a la misma pasa por el frente único en nombre de la defensa. Para exponer con mayor claridad el significado histórico de las acciones y decisiones del Partido Comunista en estos días y semanas opino que es necesario plantear sin ambages el problema ante los comunistas; por el contrario, con toda crudeza e implacablemente: la renuncia del partido al frente único y a la creación de comités de defensa locales, es decir, futuros soviets, significa la capitulación del partido ante el fascismo, crimen histórico que equivale a la liquidación del partido y de la Internacional Comunista. En la eventualidad de semejante desastre, el proletariado, por encima de montañas de cadáveres, a través de años de sufrimientos y de calamidades inenarrables, llegará a la Cuarta Internacional.
6 de febrero de 1933
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CARTA A UN OBRERO SOCIALDEMÓCRATA
(A propósito del frente único defensivo)
Este folleto se dirige‚ a los obreros socialdemócratas, aunque el autor pertenece a otro partido. Las diferencias entre el comunismo y la socialdemocracia son muy profundas. Las considero irreductibles. De todas maneras, el curso de los acontecimientos frecuentemente plantea a la clase obrera tareas que exigen imperiosamente la acción conjunta de ambos partidos ¿Es posible esa acción? La experiencia histórica y la teoría demuestran que es perfectamente posible; todo depende de las condiciones y del carácter de dichas tareas. Ahora bien; es mucho más fácil emprender una acción conjunta cuando no se trata de que el proletariado salga a la ofensiva en pos de nuevas conquistas sino de defender posiciones ya conquistadas. Así se plantea el problema en Alemania. El proletariado alemán está retrocediendo y perdiendo posiciones. Es cierto que no faltan, charlatanes que gritan que estamos ante una ofensiva revolucionaria. Esta es la gente que no sabe distinguir la derecha de la izquierda. No cabe duda de que la hora de la ofensiva llegará. Pero hoy el problema es detener la retirada en desorden e iniciar el reagrupamiento de las fuerzas para la defensa. En política, al igual que en el arte militar, comprender bien un problema es facilitar su solución. Intoxicarse con frases es ayudar al enemigo. Hay que ver con claridad qué ocurre: el enemigo de clase, es decir, el capital monopolista y la gran propiedad feudal, perdonados por la Revolución de Noviembre, atacan en todos los frentes. El enemigo utiliza dos medios de distinto origen histórico: primero, el aparato militar y policial preparado por todos los gobiernos anteriores que se ubicaron en los límites de la Constitución de Weimar; segundo, el nacionalsocialismo, es decir, las tropas pequeñoburguesas de la contrarrevolución que el capital financiero arma e incita contra los obreros. El objetivo del capital y de la casta terrateniente es claro: aplastar las organizaciones del proletariado, privarlas de la posibilidad, no sólo de tomar la ofensiva, sino también de defenderse. Como puede observarse, veinte años de colaboración de la socialdemocracia con la burguesía no han ablandado ni un ápice el corazón de los capitalistas. Estos individuos no reconocen sino una ley: la lucha por la ganancia. Y libran esa lucha con resolución feroz e implacable, sin detenerse ante nada, menos aún ante sus propias leyes. La clase de los explotadores hubiera preferido desarmar y atomizar al proletariado con el menor gasto posible, sin guerra civil con ayuda de los instrumentos militares y policiales que le garantiza la Constitución de Weimar. Pero teme, y con justa razón, que los medios "legales" por sí solos no basten para arrojar a los obreros a una situación en la que ya no gocen de derecho alguno. Por eso necesita al fascismo como fuerza complementaria. Ahora bien, el partido de Hitler, cebado por el capital monopolista, no quiere ser una fuerza complementaria sino la única fuerza gobernante en Alemania. Esta situación provoca conflictos interminables entre los aliados gubernamentales, conflictos que en determinados momentos adquieren un carácter muy agudo. Los salvadores pueden permitirse el lujo de dedicarse a intrigar sólo porque el proletariado abandona sus posiciones sin luchar y se bate en retirada sin plan, sin sistema y sin dirección. El enemigo está desbocado hasta tal punto que se permite discutir en público dónde y cómo dar el próximo golpe: mediante un ataque frontal, atacando el flanco izquierdo comunista, penetrando profundamente en la retaguardia de los sindicatos para cortar las comunicaciones, etc... Los explotadores a los que ha salvado hablan sobre la República de Weimar como si se tratara de un cacharro viejo; se preguntan si deben utilizarla todavía por algún tiempo o tirarla ya mismo a la basura. La burguesía goza de plena libertad de maniobra, es decir, de elección de medios, tiempo y lugar. Sus jefes combinan las armas de la ley con las del bandidaje. El proletariado no combina nada ni se defiende. Sus tropas están divididas y sus jefes discuten lánguidamente sobre si es posible o no unir sus fuerzas. Esta es la esencia de las interminables discusiones sobre el frente único. Si los obreros de vanguardia no toman conciencia de la situación y no intervienen perentoriamente en la discusión el proletariado alemán puede quedar clavado durante años en la cruz del fascismo.
¿No es demasiado tarde?
Es posible que mi interlocutor socialdemócrata me interrumpa y diga: "¿No viene usted demasiado tarde a propagar el frente único? ¿Qué hizo usted antes? " Esta objeción no sería justa. No es la primera vez que se plantea la cuestión del frente único para la defensa contra el fascismo. Me permito referirme a lo que tuve ocasión de decir al respecto en septiembre de 1930, después del primer gran éxito de los nacionalsocialistas. Dirigiéndome a los obreros comunistas escribí: "El Partido Comunista debe llamar a la defensa de las posiciones materiales y morales que el proletariado ha conquistado en el Estado alemán. Aquí se juega el destino de las organizaciones políticas, sindicatos, periódicos, imprentas, clubes, bibliotecas, etc: de la clase obrera. Los obreros comunistas deben decirles a los obreros socialdemócratas: "Las políticas de nuestros respectivos partidos son irreconciliables; pero si los fascistas vienen esta noche a destrozar el local de vuestra organización; nosotros acudiremos, armas en mano, a defenderos. ¿Prometéis, cuando un peligro amenace a nuestra organización, acudir en nuestra defensa? ¡He aquí! la quintaesencia de nuestra política para este período. Toda la agitación debe vibrar en este tono. "Cuanto más tozuda, seria y reflexivamente realicemos esta agitación, cuanto más propongamos medidas serias para la organización de la defensa de cada fábrica, de cada barrio y distrito obrero, menor ser el peligro de que un ataque fascista nos tome de improviso, mayor la certidumbre de que ese ataque, en lugar de dividir; cimentará las filas obreras." El panfleto del cual extraigo esta cita fue escrito hace dos años y medio. No cabe la menor duda de que, de haberse adoptado esta política a tiempo, hoy Hitler no sería canciller y las posiciones del proletariado alemán serían inexpugnables. Pero no se puede retornar al pasado. Como consecuencia de los errores cometidos y del tiempo perdido el problema de la defensa es hoy infinitamente más difícil, pero la tarea sigue planteada como antes. Todavía es posible modificar la relación de fuerzas en favor del proletariado. Para lograrlo hace falta un plan, un sistema, una combinación de fuerzas para la defensa. Pero, antes que nada, hay que poseer la voluntad de defenderse. Me apresuro a añadir que sólo se defiende bien quien no se mantiene siempre a la defensiva sino que está dispuesto a pasar a la ofensiva en la primera oportunidad. ¿Cuál es la actitud de la socialdemocracia respecto de este problema? Un pacto de no agresión Los dirigentes socialdemócratas proponen al Partido Comunista un "pacto de no agresión". La primera vez que leí esta frase en Vorwaerts pensé que se trataba de un chiste no muy feliz hecho al pasar. Hoy, empero, está en boga la fórmula del pacto de no agresión y constituye el eje de todas las discusiones. Los jefes socialdemócratas no carecen de experiencia y habilidad políticas. Mayor razón, entonces, para preguntarse cómo pueden elegir una consigna que va en contra de sus propios intereses. La fórmula ha sido tomada de la diplomacia. El sentido de este tipo de pactos es que dos Estados que tienen motivos suficientes para ir a la guerra se comprometen, por un período determinado, a no recurrir a la fuerza de las armas. La Unión Soviética, por ejemplo, ha firmado con Polonia un pacto rigurosamente circunscrito. Suponiendo que estallara una guerra entre Alemania y Polonia, dicho pacto no obligaría a la Unión Soviética a acudir en defensa de Polonia. La no agresión es eso, y nada más. No implica, la acción común por la defensa; al contrario, la excluye; si no, el pacto tendría características diferentes y otro sería su nombre.
¿Qué‚ sentido, pues, le dan los socialdemócratas a esta fórmula? ¿Acaso los comunistas amenazan con saquear la organización socialdemócrata? ¿O la socialdemocracia se dispone a emprender una cruzada contra los comunistas? En realidad, se trata de algo totalmente distinto. Si se quiere utilizar la jerga diplomática, no correspondería hablar de un pacto de no agresión sino de una alianza defensiva contra un tercero, es decir, contra el fascismo. El objetivo no es detener o conjurar una lucha armada entre comunistas y socialdemócratas -no se puede hablar de un peligro de guerra- sino combinar las fuerzas de socialdemócratas y comunistas contra el ataque a mano armada ya lanzado contra ellos por los nacionalsocialistas. Por increíble que parezca, los dirigentes socialdemócratas sustituyen el problema de la defensa real contra los ataques a mano armada del fascismo por el de la controversia política entre comunistas y socialdemócratas. Sería exactamente lo mismo que sustituir la cuestión de cómo evitar el descarrilamiento de un tren por el problema de la necesidad de que reine la cortesía entre los viajeros de segunda y tercera clase. La desgracia es, de todas maneras, que la malhadada fórmula de "pacto de no agresión" ni siquiera serviría al objetivo secundario en cuyo nombre se la trae a colación. El compromiso de no atacarse mutuamente que asumen dos Estados de ninguna manera suprime sus luchas, discusiones, intrigas y maniobras. Los diarios oficiosos de Polonia, a pesar del Pacto, echan espuma por la boca cada vez que hablan de la Unión Soviética. Por su parte, la prensa soviética no le tira rosas, que digamos, al régimen polaco. A decir verdad, los jefes socialdemócratas han equivocado el rumbo al tratar de sustituir las tareas políticas del proletariado por una fórmula diplomática convencional.
Organizar juntos la defensa. No olvidar el pasado. Preparar el futuro
Los periodistas socialdemócratas más prudentes expresan que no se oponen a la "crítica basada en los hechos" pero sí a las sospechas, injurias y calumnias. ¡Loable actitud! Pero, ¿cómo encontrar el límite entre la crítica lícita y la campana inadmisible? ¿Dónde están los jueces imparciales? En general, la crítica jamás agrada al criticado, sobre todo cuando éste, en esencia, nada puede objetarle. Si la crítica de los comunistas es buena o mala, es otro problema. Si los comunistas y socialdemócratas opinaran lo mismo al respecto no habría en el mundo dos partidos independientes. Admitamos que la polémica de los comunistas no vale mucho. ¿Acaso eso atenúa el peligro mortal del fascismo o suprime la necesidad de la defensa conjunta? No obstante, tomemos la otra cara de la moneda: la polémica de la propia socialdemocracia contra el comunismo. Vorwaerts (tomo una edición que tengo a mano) publica el discurso de Stampfer sobre el pacto de no agresión. En el mismo número hay una caricatura con el siguiente epígrafe: los bolcheviques firman un pacto de no agresión con Pilsudski pero se niegan a hacer lo propio con la socialdemocracia. Ahora bien, una caricatura es también una "agresión" polémica, y ésta muy poco afortunada. El Vorwaerts olvida que existía un pacto de no agresión entre los soviets y Alemania cuando el socialdemócrata Müller estaba a la cabeza del gobierno del Reich. El Vorwaerts del 15 de febrero, en la misma página, defiende, en la primera columna, la idea de un pacto de no agresión, y en la cuarta columna acusa a los comunistas porque su comité‚ de fábrica en la compañía Aschinger había traicionado los intereses de los obreros en las negociaciones por la nueva escalada de salarios. Utilizan la palabra "traicionó". El secreto de esta polémica (¿crítica basada en los hechos o campaña de calumnias? ) es muy sencillo: en ese momento estaban por realizarse elecciones al comité‚ de fábrica en la empresa Aschinger. ¿Podemos exigirle al Vorwaerts que, en aras del frente único, ponga fin a los ataques de esa naturaleza? Para eso el Vorwaerts tendría que dejar de ser lo que es, es decir, un periódico socialdemócrata. Si el Vorwaerts cree lo que escribe sobre los
comunistas, su primera obligación consiste en abrir los ojos de los obreros a los errores, crímenes y "traiciones" de aquellos. ¿Cómo podría ser de otro modo? La necesidad de un acuerdo de lucha surge de la existencia de dos partidos, pero no suprime este hecho. La vida política continúa. Cada partido, aunque asuma la actitud más franca hacia el frente único, no puede dejar de pensar en su propio futuro.
Los adversarios estrechan filas ante el peligro común
Imaginemos un momento que un miembro comunista del comité‚ de fábrica de Aschinger le dice al miembro socialdemócrata: " Debido a que Vorwaerts caracterizó mi actuación en el problema salarial como un acto de traición no quiero defender junto contigo mi cabeza y la tuya de las balas fascistas." Ni con la mayor, indulgencia podríamos dejar de considerar que esta respuesta es propia de un inepto. El comunista sensato, el bolchevique serio, responderá al socialdemócrata: "Tú conoces mi hostilidad hacia Vorwaerts. Dedico y dedicaré‚ todos mis esfuerzos a minar la influencia nefasta de este periódico entre los obreros. Lo hago y lo haré‚ en mis discursos, mediante la crítica y la persuasión. Pero los fascistas quieren liquidar físicamente a Vorwaerts. Prometo defender tu periódico contigo, hasta donde alcancen mis fuerzas, y, además espero que al primer llamado tú acudas a defender a Die Rote Fahne, cualesquiera que sean tus opiniones al respecto." ¿No es ésta una manera irreprochable de plantear el problema? ¿No responde este método a los intereses elementales del proletariado? El bolchevique no le pide al socialdemócrata que cambie la opinión que le merecen el bolchevismo y los periódicos bolcheviques. Tampoco le pide que se comprometa, por todo el tiempo que dure el acuerdo, a callar esa opinión. Semejante exigencia sería totalmente inadmisible. "Mientras yo no te haya convencido -dice el comunista-, ni tú a mí, nos criticaremos con toda libertad, con los argumentos y expresiones que cada uno juzgue necesario emplear. ¡Pero cuando el fascista nos quiera amordazar, lo combatiremos juntos! " ¿Puede un obrero socialdemócrata inteligente responder a esta propuesta con una negativa? Por más acerba que sea la polémica entre los periódicos comunistas y socialdemócratas, no puede impedir que los tipógrafos de dichos periódicos se organicen para la defensa conjunta de sus imprentas contra la agresión de las bandas fascistas. Los diputados socialdemócratas y comunistas en el Reichstag y los Landtag, los consejeros municipales, etc., tienen la obligación de prestarse ayuda mutua cuando los nazis recurren a los bastones y las sillas. ¿Hacen falta más ejemplos? Lo que es cierto en cada caso particular es también válido como regla general: la lucha implacable que libran socialdemócratas y comunistas para ganar la dirección de la clase obrera no puede ni debe impedirles estrechar sus filas cuando el conjunto de la clase obrera se ve amenazado. ¿No es evidente?
Dos pesos y dos medidas
Vorwaerts se indigna porque los comunistas acusan a los socialdemócratas (Ebert, Scheldemann, Noske, Hermann Müller, Grzesinski) de allanarle el camino a Hitler. Vorwaerts tiene todo el derecho de sentirse indignado. Pero aquí ya se extralimita: ¡Cómo podemos, exclama, hacer un frente único con semejantes calumniadores! ¿Qué‚ es esto: sentimentalismo? ¿Susceptibilidad remilgada? No, más bien huele a hipocresía. De hecho, los dirigentes de la socialdemocracia alemana no pueden haber olvidado que Wilhelm Liebknecht y August Bebel19 declararon con frecuencia que la socialdemocracia está dispuesta, en nombre de objetivos delimitados, a llegar a un acuerdo con el diablo y su abuela. Los fundadores de la socialdemocracia no exigían, por cierto, que para esa ocasión el diablo entregara sus cuernos al museo ni que su abuela se convirtiera al luteranismo. ¿De dónde viene, entonces, esta susceptibilidad de parte de políticos socialdemócratas que, a partir de 1914, han hecho frentes únicos con el Káiser, Ludendorff, Groener, Brüning, Hindenburg? ¿De dónde vienen esos dos pesos y dos medidas: unos para los partidos burgueses y otros para el Partido Comunista? Los dirigentes del partido del Centro consideran que todo infiel que niega los dogmas de la Iglesia Católica, la única que da la salvación, es maldito y candidato al castigo eterno. Ello no le impidió a Hilferding, que no tiene por qué‚ creer en la inmaculada concepción, formar un frente único con los católicos en el gobierno y en el parlamento. Los socialdemócratas formaron el "Frente de Hierro" con los del Centro. Sin embargo, los católicos no dejaron de lado ni por un momento su insoportable propaganda y sus discusiones en las iglesias. ¿Por qué‚ Hilferding plantea estas exigencias a los comunistas? O cese total de la crítica mutua, es decir, de la lucha de tendencias en la clase obrera, o rechazo de toda acción conjunta. "¡Todo o nada! " La socialdemocracia jamás presentó semejante ultimátum a la sociedad burguesa. Todo obrero socialdemócrata debe reflexionar sobre estos dos pesos y medidas. Imaginemos una reunión, en la que alguien le pregunte a Wels cómo es posible que la socialdemocracia, que le dio a la república su primer canciller y su primer presidente, haya llevado al país hasta Hitler. Con toda seguridad Wels responderá que el culpable es en gran medida el bolchevismo. No pasó un solo día, por cierto, en que Vorwaerts se haya olvidado de repetir este argumento ad nauseam. ¿Creen ustedes acaso, que en el frente único con los comunistas perderán el derecho y el deber de decirles a los obreros lo que piensan que es la verdad? EI frente único contra el fascismo es sólo un capítulo en el libro de la lucha del proletariado. No pueden borrarse los capítulos precedentes. No puede olvidarse el pasado. Hay que aprender de él. Conservamos el recuerdo de la alianza de Ebert con Groener y del papel de Noske. No olvidamos las circunstancias en que murieron Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknechet. Nosotros, los bolcheviques, hemos enseñado a los obreros a no olvidar. No le exigimos al diablo que se corte la cola: él se lastimaría y nosotros no ganaríamos nada. Aceptamos al diablo tal como la naturaleza lo ha creado. No necesitamos el arrepentimiento de los jefes socialdemócratas, ni su fidelidad al marxismo; pero sí necesitamos la voluntad de la socialdemocracia de luchar contra el enemigo que la amenaza de muerte. Por nuestra parte, estamos dispuestos a cumplir todas las promesas que hicimos. Prometemos luchar con coraje y hasta el fin. Eso es más que suficiente para un acuerdo de lucha.
Vuestros jefes no quieren luchar
Sin embargo, queda por aclarar por qué‚ los dirigentes socialdemócratas hablan sobre todo: polémicas, pacto de no agresión, los modales detestables de los comunistas, etcétera, pero no contestan a esta simple pregunta: ¿Cómo combatir a los fascistas? Por la simple razón de que los dirigentes socialdemócratas no quieren luchar. Abrigaban la esperanza de que Hindenburg los salvara de Hitler. Ahora esperan otro milagro. No quieren combatir. Hace mucho que perdieron la costumbre de combatir. El combate los asusta. Stampfer escribió a propósito de los actos fascistas de bandidaje en Eisleben20 : "la fe en el derecho y la justicia no ha muerto aún en Alemania" (Vorwaerts,14 de febrero).
Es imposible leer estas palabras sin sentir repulsión. En vez de llamar al frente único combativo se nos consuela: "la fe en la justicia no ha muerto". Ahora bien, la burguesía tiene su justicia, el proletariado la suya. La injusticia armada siempre triunfa sobre la justicia desarmada. Así lo demuestra toda la historia de la humanidad. Quienquiera que invoque el fantasma de la justicia desarmada engaña a los obreros. Quien desee la victoria de la justicia proletaria sobre la violencia fascista debe convocar a la lucha y crear los órganos del frente único proletario. En toda la prensa socialdemócrata es imposible encontrar una sola línea que demuestre que se hacen preparativos para la lucha. Nada, fuera de algunas frases generales, postergaciones para un futuro incierto, consuelos nebulosos. "Que los nazis intenten algo, no más..." Y los nazis lo intentaron. Avanzan paso a paso, adueñándose tranquilamente de una posición tras otra. Estos malhechores pequeñoburgueses reaccionarios no quieren correr riesgos. Pues bien, no necesitan arriesgarse: saben de antemano que el enemigo retrocederá sin pelear. Y no se equivocan en sus cálculos. Por supuesto, suele ocurrir que el combatiente deba retroceder para tomar distancia y dar un buen salto. Pero los jefes socialdemócratas no están dispuestos a saltar. No quieren saltar. Todas sus disertaciones están destinadas a ocultar este hecho. Hasta hace poco tiempo decían que mientras los nazis no abandonen el terreno de la legalidad no hay posibilidad de combate. Ahora vemos bien qué‚ significa esta legalidad: un golpe de Estado a plazos. Este golpe de Estado sólo es posible gracias a que los dirigentes socialdemócratas adormecen a los obreros con frases acerca de la legalidad de tal golpe y los consuelan con la esperanza de un Reichstag más impotente todavía que los anteriores. ¿Qué más pueden pedir los fascistas? Hoy la socialdemocracia, ni siquiera habla de luchas a librarse en un futuro incierto. A propósito de la destrucción de las organizaciones y prensa obreras, Vorwaerts "recuerda" al gobierno que no debe olvidar que "en un país capitalista adelantado las condiciones de producción agrupan a los obreros en las fábricas". Estas palabras significan que la dirección socialdemócrata acepta de antemano la destrucción de las organizaciones políticas, económicas y culturales creadas por tres generaciones del proletariado. "Pese a lo cual" los obreros permanecerán agrupados por las industrias. ¿De qué‚ sirven, entonces las organizaciones proletarias, si el problema se resuelve tan fácilmente? Los dirigentes de la socialdemocracia se lavan las manos, se retiran a un costado y esperan. Si los obreros mismos, "agrupados por las empresas", rompen las ataduras de la disciplina y salen a la lucha, evidentemente sus jefes intervendrán, como en 1918, como mediadores y pacificadores y, encaramándose sobre las espaldas obreras, tratarán de recuperar las posiciones perdidas. Los jefes ocultan a los ojos de las masas su rechazo y su temor a la lucha mediante frases huecas sobre un pacto de no agresión. ¡Obreros socialdemócratas, vuestros dirigentes no quieren combatir!
¿Se trata, pues, de una maniobra?
Aquí el socialdemócrata volverá a interrumpirnos para decir: "Puesto que no creéis en el deseo de nuestros jefes de combatir al fascismo, vuestra propuesta de frente único es una simple maniobra". Más aún, repetir la reflexión de Vorwaerts, al efecto de que los obreros necesitan unidad, no "maniobras". Este tipo de argumento suena bastante convincente. En realidad, es una frase hueca. Sí, los comunistas estamos seguros de que los funcionarios socialdemócratas y sindicales seguirán haciendo lo imposible por evitar la lucha. En el momento crítico un gran sector de la
burocracia obrera se pasará abiertamente al fascismo. Otro sector, que habrá logrado transferir al exterior sus ahorros, emigrará en el momento oportuno. Todo esto ya ha comenzado y es inevitable que continúe. Pero de ninguna manera confundimos a este sector, hoy el más influyente de la burocracia reformista, con el Partido Socialdemócrata o con el conjunto de los sindicatos. El núcleo proletario del partido luchará y arrastrará consigo a buena parte del aparato. ¿Por dónde pasará la línea de demarcación entre tránsfugas, traidores y desertores por un lado, y los que quieren luchar por el otro? Eso sólo se sabrá en la lucha. Es por eso que sin alimentar la menor confianza en la burocracia socialdemócrata los comunistas no pueden dejar de dirigirse al conjunto del partido. Sólo así se podrá separar a los que quieren luchar de los que quieren desertar. Si nos equivocamos en nuestra caracterización de Wels, Breitscheid, Hilferding21 y demás, que sus acciones nos desmientan. Haremos nuestro mea culpa en la plaza pública. Si todo esto no es más que una "maniobra" nuestra, es una maniobra justa y necesaria que sirve a los intereses de la causa. Vosotros, socialdemócratas, permanecéis en vuestro partido por que confías en su programa, en su táctica, en su dirección. Este hecho entra en nuestros cálculos. Consideráis que nuestra crítica es falsa. Estáis en vuestro derecho. No tengáis la menor obligación de creer en la palabra de los comunistas, y ningún comunista serio os lo exigiría. Pero, por su parte, los comunistas tienen el derecho de no confiar en los funcionarios socialdemócratas ni considerar que los socialdemócratas son marxistas, revolucionarios y socialistas genuinos. Si no fuera así, los comunistas no hubieran tenido la necesidad de crear otro partido y otra internacional. Debemos aceptar los hechos tal como son. No debemos construir el frente único en las nubes sino sobre los cimientos construidos por todo el desarrollo anterior. Si verdaderamente creéis que vuestra dirección conducirá a los obreros a la lucha contra el fascismo, ¿qué‚ maniobra comunista podéis temer? ¿Cuál es esa maniobra de la que Vorwaerts no deja de hablar? Pensadlo bien. ¿No se trata de una maniobra de vuestros dirigentes, que quieren asustaros con la palabra "maniobra" para alejaros así del frente único con los comunistas?
Las tareas y métodos del frente único
El frente único debe contar con organismos propios. No hay necesidad de ponerse a imaginar cuales pueden ser: la situación misma determinará sus características. En muchos lugares los obreros ya han sugerido la forma organizativa que debe tomar el frente único: una especie de asociaciones de defensa basadas en todas las organizaciones e instituciones proletarias locales. Es una iniciativa que hay que tomar, profundizar, afirmar, extender, para cubrir de asociaciones todos los centros industriales, ligarlas entre si y preparar un congreso de la defensa obrera alemana. El hecho de que los desocupados y los que tienen trabajo se separen cada vez más entraña un peligro mortal, no sólo para los convenios colectivos sino también para los sindicatos, sin necesidad siquiera de una cruzada fascista. EI frente único entre comunistas y socialdemócratas significa antes que nada frente único entre ocupados y desocupados. Sin ello, es inconcebible cualquier lucha seria en Alemania. La Oposición Sindical Roja (RGO) debe entrar en los sindicatos libres como fracción comunista; ésta es una de las condiciones principales para garantizar el éxito del frente único. Los comunistas deben gozar, en los sindicatos, de todos los derechos de la democracia obrera y, en primer lugar, de plena libertad de crítica. Por su parte, tienen que respetar los estatutos y la disciplina de los sindicatos. La defensa contra el fascismo no es algo aislado. El fascismo es solamente un garrote en manos del capital financiero. El objetivo del aplastamiento de la democracia proletaria es elevar la tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Hay un campo inmenso para el frente único del proletariado: la lucha por el pan de cada día, extendida y acentuada, lleva, en las circunstancias actuales, directamente a la lucha por el control obrero de la producción.
Las fábricas, minas y grandes propiedades terratenientes cumplen sus funciones sociales gracias al trabajo obrero. ¿Es posible que éstos no tengan derecho a saber cómo el propietario encamina la empresa, por qué‚ reduce la producción, y echa obreros, cómo fija los precios, etc.? Se nos responderá "secretos comerciales”. ¿Qué‚ son los secretos comerciales? Una conspiración de los capitalistas contra los obreros y el pueblo todo. En su doble carácter de productores y consumidores, los obreros deben ganarse el derecho a controlar todas las operaciones de los establecimientos en que trabajan, desenmascarar el fraude y la mentira, para defender sus intereses y los de todo el pueblo con hechos y cifras en mano. La lucha por el control obrero de la producción puede y debe convertirse en consigna del frente único. En lo que hace a la organización, las formas necesarias de colaboración entre los obreros socialdemócratas y los obreros comunistas se hallarán sin dificultad; sólo es necesario pasar de las palabras a los hechos.
El carácter irreconciliable de los Partidos Comunista y Socialdemócrata
Ahora bien, si es posible la defensa conjunta contra el ataque del capital ¿no podemos ir más lejos y formar un verdadero bloque de ambos partidos para encarar todas las cuestiones políticas? Así la polémica entre ambos sería de carácter interno, pacífica y cordial. Ciertos socialdemócratas de izquierda del tipo Seydewitz sueñan, como se sabe, incluso con la unión total de la socialdemocracia y el Partido Comunista. ¡Pero es un sueño vano! Los comunistas están separados de los socialdemócratas por diferencias fundamentales. La expresión más simple de la esencia de esos desacuerdos es la siguiente: la socialdemocracia se considera el médico democrático del capitalismo: nosotros somos sus enterradores revolucionarios. El carácter irreconciliable de ambos partidos surge con especial claridad a la luz de la evolución reciente de Alemania. Leipart se lamenta de que, al llamar a Hitler al poder, las clases burguesas hayan roto "la integración de los obreros en el Estado", y advierte a la burguesía de los "peligros" que ello puede acarrear (Vorwaerts, 15 de febrero de 1933). De esta manera, Leipart se convierte a sí mismo en guardián del Estado burgués intentado preservarlo de la revolución proletaria. ¿Se puede soñar siquiera con una unión con Leipart? Vorwaerts se enorgullece diariamente de que cientos de miles de socialdemócratas hayan muerto durante la guerra "por el ideal de una Alemania más bella y más libre". Y se olvida de explicar por qué‚ esta Alemania más bella resultó ser la Alemania de Hitler-Hugenberg. En realidad, los obreros alemanes, como los de otros países beligerantes, murieron como carne de cañón, como esclavos del capital. Idealizar este hecho es continuar la traición del 4 de agosto de 1914. Vorwaerts sigue apelando a Marx, a Engels, a Guillermo Liebknecht, a Bebel, quienes desde 1848 hasta 1871 hablaron de la lucha por la unidad de la nación alemana. ¡Referencias mentirosas! En esa época se trataba de realizar la revolución burguesa. Todo revolucionario proletario debía combatir el particularismo y el provincialismo, remanentes del feudalismo. Todo proletario revolucionario debía luchar contra el particularismo y el provincialismo en nombre de la creación de un Estado nacional. Hoy un objetivo así es progresivo sólo en la China, la India, Indochina, Indonesia y demás países coloniales y semicoloniales atrasados. Para los países adelantados de Europa las fronteras nacionales constituyen cadenas tan reaccionarias como otrora lo fueron las fronteras feudales. "La nación y la democracia son gemelos", repite Vorwaerts. ¡Es cierto! Pero estos gemelos se han vuelto viejos, achacosos y han caído en la segunda infancia. La nación como una totalidad económica y la democracia como forma de dominación de la burguesía se han transformado en cadenas para las fuerzas productivas y la civilización. Recordemos una vez más a Goethe: "Todo lo que nace es digno de perecer".
Pueden sacrificarse unos cuantos millones de hombres por el "corredor", por Alsacia-Lorena, por Malmedy22. Pueden cubrirse estos pedacitos de terreno en disputa con tres, cinco, diez pilas de cadáveres. Puede llamarse defensa nacional a todo esto. Pero la humanidad no progresará por eso, al contrario, retrocederá en cuatro patas hasta la barbarie. La salida no está en la "liberación nacional" de Alemania sino en la liberación de toda Europa de las fronteras nacionales. Es un problema que la burguesía no puede resolver, así como los señores feudales no pudieron liquidar en su momento al particularismo. De ahí que la alianza con la burguesía sea doblemente reprochable. Hace falta una revolución proletaria. Hace falta una federación de repúblicas proletarias de Europa y del mundo entero. EI socialpatriotismo es el programa de los médicos del capitalismo; el internacionalismo es el programa de los enterradores de la sociedad burguesa. Esta antinomia es irreductible.
Democracia y dictadura
Los socialdemócratas consideran que la Constitución democrática está por encima de la lucha de clases. Para nosotros la lucha de clases está por encima de la constitución democrática. ¿Es posible que las experiencias de la guerra y la posguerra hayan pasado sin dejar rastros? La revolución de noviembre llevó a la socialdemocracia al poder. Esta orientó al poderoso movimiento de masas por el camino del "derecho" y la "Constitución". Toda la vida política posterior de Alemania evolucionó sobre la base y dentro del marco de la República de Weimar. Los resultados están a la vista: la democracia burguesa se transforma legal, pacíficamente en dictadura fascista. El secreto es bien simple: democracia burguesa y dictadura fascista son instrumentos de una misma clase, la de los explotadores. Es totalmente imposible impedir el reemplazo de un instrumento por el otro con invocaciones a la Constitución, a la Suprema Corte de Leipzig, a nuevas elecciones, etcétera. Lo que hay que hacer es movilizar a las fuerzas revolucionarias del proletariado. El fetichismo constitucional es la mayor ayuda que puede brindársele al fascismo. Hoy ya no es un pronóstico ni una afirmación teórica, sino la realidad viviente. Yo le pregunto, obrero socialdemócrata: si la democracia de Weimar le allanó el camino al fascismo, ¿cómo puede esperar que se lo allane al socialismo? "Pero, ¿no podemos los obreros socialdemócratas ganar la mayoría en un Reichstag democrático? " No podéis. El capitalismo ha acabado su desarrollo; se está pudriendo. El número de obreros industriales no aumenta más. Un sector importante del proletariado se degrada en la desocupación permanente. Estos hechos sociales por sí solos excluyen la posibilidad de cualquier desarrollo estable y metódico de un partido laborista en el parlamento, como ocurría antes de la guerra. Pero incluso si, contra todas las posibilidades, la representación obrera en el parlamento creciera rápidamente, ¿permitiría la burguesía una expropiación pacífica? ;La maquinaria gubernamental está totalmente en sus manos. Suponiendo, incluso, que la burguesía dejara pasar el momento y permitiera a los obreros acceder a una representación parlamentaria del 51%, ¿acaso el Reichswehr, la policía, el Stahlhelm y las tropas de asalto fascistas no dispersarían este parlamento, de la misma manera que la camarilla dispersa hoy de un plumazo a todos los parlamentos que no le gustan? "Entonces, ¿abajo el Reichstag y las elecciones? " No, no es eso lo que quiero decir. Somos marxistas, no anarquistas. Estamos a favor de utilizar el parlamento; no es un instrumento para transformar a la sociedad, pero sí para agrupar a los obreros. De todas maneras, llega un momento en el curso de la lucha de clases en el que hay que decidir quién será el amo de la sociedad: el capital financiero o el proletariado. Las disertaciones sobre la nación y la democracia en general constituyen, en esas circunstancias, la mentira más descarada. Ante nuestros ojos una pequeña minoría alemana está organizando y armando, por así decirlo, a la mitad de la nación para aplastar y estrangular a la otra mitad. No se trata hoy de reformas secundarias sino de la vida o muerte de la sociedad burguesa. Jamás estos problemas se han
resuelto por el voto. Quien invoque hoy al parlamento o a la Suprema Corte de Leipzig engañará a los obreros y ayudará en la práctica al fascismo. No hay otro camino -¿Qué‚ hacer en esas condiciones?- preguntará mi interlocutor socialdemócrata. - La revolución proletaria. -¿ Y luego? - La dictadura del proletariado. -¿Cómo en Rusia? ¿Privaciones y sacrificios? ¿La desaparición total de la libertad de opinar? No, no es eso lo que yo quiero. Precisamente porque no está dispuesto a tomar el camino de la revolución y la dictadura, usted y yo no podemos integrar el mismo partido. Pero, de todas maneras, permítame decirle que su objeción no es digna de un proletario consciente. Sí, los obreros rusos se ven sometidos a privaciones considerables, pero, en primer término, saben por qué hacen esos sacrificios. Aunque sufrieran una derrota la humanidad habría aprendido mucho de su experiencia. Mas, ¿en nombre de qué‚ se sacrificó la clase obrera alemana en la guerra imperialista o en los años de desocupación? ¿Adónde conducen esos sacrificios, qué‚ rinden, qué‚ enseñan? Sólo son dignos del hombre los sacrificios que abren el camino hacia un futuro mejor. Esa es la primera objeción que oí de su parte; la primera pero no la única. Los sufrimientos de los trabajadores rusos son considerables porque en Rusia, como consecuencia de factores históricos específicos, nació el primer Estado proletario, que debió elevarse por sus propias fuerzas desde una miseria extrema. No olvide que Rusia era el país más atrasado de Europa. El proletariado constituía un pequeño sector de la población. En ese país la dictadura del proletariado debió recurrir forzosamente a las formas más duras. De ahí las consecuencias posteriores: el desarrollo de la burocracia que detenta el poder y la cadena de errores cometidos por la dirección política que ha caído bajo la influencia de esa burocracia. Si a fines de 1918, cuando todo el poder estaba en sus manos, la socialdemocracia hubiera emprendido con audacia el camino al socialismo y concluido un pacto indisoluble con la Unión Soviética toda la historia de Europa hubiera tomado otro rumbo, llegando la humanidad al socialismo en un lapso mucho más breve y con sacrificios infinitamente menores. No es culpa nuestra que ello no ocurriera. Sí, la dictadura en la Unión Soviética tiene un carácter sumamente burocrático y distorsionado. Más de una vez he criticado personalmente al régimen soviético actual, que es un Estado obrero deformado. Miles y miles de camaradas míos pueblan las cárceles y lugares de exilio por haber combatido a la burocracia stalinista. Sin embargo, aun cuando se juzguen los aspectos negativos del régimen soviético actual hay que observar una perspectiva histórica justa. Si el proletariado alemán, mucho más numeroso y civilizado que el ruso, mañana tomará el poder, no sólo se abrirían inmensas perspectivas económicas y culturales sino que inmediatamente se atenuaría en forma radical la dictadura en la Unión Soviética. No hay que pensar que la dictadura del proletariado está inevitablemente ligada a los métodos de terror rojo que debimos aplicar en Rusia. Nosotros fuimos los pioneros. Cubiertas de crímenes, las clases poseedoras rusas no creyeron que el régimen sobreviviría. La burguesía de Europa y América apoyó la contrarrevolución rusa. En esas circunstancias no era posible seguir sino a costa de terribles esfuerzos y del castigo implacable de nuestros enemigos de clase. La victoria del proletariado en Alemania sería muy diferente. Perdido el poder, la burguesía alemana no tendría esperanzas. de reconquistarlo. La alianza de la Alemania soviética con la Rusia soviética no duplicaría, decuplicaría, las fuerzas de ambos países. En todo el resto de Europa la burguesía está tan comprometida que difícilmente haría marchar sus ejércitos contra la Alemania proletaria. Por cierto que sería inevitable la guerra civil; para eso están los fascistas. Pero el proletariado alemán, armado con el poder estatal y con las espaldas cubiertas por la Unión Soviética, pronto atomizaría al fascismo, arrastrando a su lado a sectores importantes de la pequeñaburguesía. La dictadura del
proletariado en Alemania tomaría formas incomparablemente más suaves y civilizadas que la dictadura del proletariado en Rusia.
En ese caso, ¿para qué la dictadura? Para liquidar la explotación y el parasitismo; para aplastar la resistencia de los explotadores; para impedirles pensar en reimplantar la explotación; para dejar todo el poder, los medios de producción, los recursos de la civilización, en manos del proletariado y permitirle utilizar sus fuerzas e instrumentos en beneficio de la transformación socialista. No hay otro camino para conseguirlo.
El proletariado alemán hará la revolución en alemán y no en ruso
"Suele suceder que los comunistas nos amenacen a los socialdemócratas diciéndonos: esperen a que lleguemos al poder, los llevaremos a todos al paredón." Sólo una manga de imbéciles, charlatanes y fanfarrones, que con toda seguridad desertarán al menor atisbo de peligro, pueden hacer semejantes amenazas. Un revolucionario serio, a la vez que reconoce la inevitabilidad de la violencia revolucionaria y su función creadora, comprende al mismo tiempo que la aplicación de la violencia en la transformación socialista de la sociedad tiene límites bien precisos. Los comunistas no pueden prepararse si no buscan entenderse con los obreros socialdemócratas y acercarse a ellos. La unanimidad revolucionaria de la abrumadora mayoría del proletariado alemán reducirá al mínimo la represión que ejercerá la dictadura revolucionaria. No se trata de copiar servilmente a la Unión Soviética, de convertir cada una de sus necesidades en una virtud. Eso no es digno de marxistas. Aprovechar la experiencia de la Revolución de Octubre no significa imitarla ciegamente. Se deben tener en cuenta las diferencias en la estructura social de los distintos países y la importancia relativa y el nivel cultural del proletariado en cada uno de ellos. Sólo los filisteos incurables son capaces de creer que se puede realizar la revolución socialista de manera supuestamente constitucional, pacifica, con el acuerdo de la burguesía y de la Suprema Corte de Leipzig. El proletariado alemán no podrá evitar la revolución. Pero la hará hablando en alemán, no en ruso. Estoy convencido de que hablará mucho mejor que nosotros.
¿Qué defenderemos?
"Muy bien, pero los socialdemócratas proponemos llegar al poder mediante la democracia. Vosotros, comunistas, lo consideráis una utopía absurda. En tal caso, ¿es posible hacer un frente único defensivo? Porque hay que tener una idea clara de qué se defiende. Si nosotros defendemos una cosa y vosotros otra no haremos acciones comunes. ¿Consentís, comunistas, en defender la Constitución de Weimar? " La pregunta es oportuna, y la responderé‚ con franqueza. La Constitución de Weimar representa todo un sistema de instituciones, derechos y leyes. Comencemos por el principio. ¿Consentimos los comunistas en defender a Hindenburg contra el fascismo? Creo que no hace falta discutirlo puesto que Hindenburg puso a los fascistas en el poder. Después viene el gobierno que preside Hitler. No hay necesidad de defender este gobierno contra el fascismo. En tercer lugar, el parlamento. Cuando estas líneas salgan a la luz probablemente ya estará determinado el tipo de parlamento que surgirá de las elecciones del 5 de marzo. Pero en ésta coyuntura puede decirse con certeza que si el Reichstag resulta hostil al gobierno, si Hitler decide que quiere liquidar al Reichstag y si la socialdemocracia se muestra decidida a luchar por éste, los comunistas ayudarán con todas sus fuerzas a la
socialdemocracia. Los comunistas no podemos ni queremos implantar la dictadura del proletariado contra o sin vosotros, obreros socialdemócratas. Querremos llegar a la dicta dura juntos. Y consideramos que la defensa común contra el fascismo es el primer paso. Es obvio que para nosotros el Reichstag no es una gran conquista histórica que el proletariado deba defender contra los vándalos fascistas. Hay cosas más valiosas. Dentro del marco de la democracia burguesa, y paralelamente a la lucha incesante contra la misma, en el curso de muchas décadas, se han formado elementos de democracia proletaria: partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubes, cooperativas, sociedades deportivas, etcétera. La misión del fascismo, más que completar la destrucción de la democracia burguesa, consiste en aplastar los primeros lineamientos de la democracia proletaria. Nuestra misión consiste en hacer de esos elementos de‚ democracia proletaria ya creados los cimientos del sistema soviético del Estado obrero. Con ese fin es necesario romper la coraza de la democracia burguesa para liberar lo fundamental de la democracia obrera. En ello reside la esencia de la revolución proletaria. El fascismo amenaza al núcleo vital de la democracia obrera; esto determina claramente el programa del frente único. Estamos dispuestos a defender vuestras imprentas y las nuestras, pero también el principio democrático de libertad de prensa; vuestros locales y los nuestros, pero también el principio democrático de libertad de reunión y asociación. Somos materialistas, por eso no separamos el alma del cuerpo. Mientras no tengamos fuerzas para implantar el sistema soviético nos colocamos en el terreno de la democracia burguesa. Pero no nos hacemos ilusiones.
A propósito de la libertad de prensa "Y qué‚ haréis con la prensa socialdemócrata si llegáis al poder? ¿Prohibiréis nuestro periódico, como los bolcheviques prohibieron los periódicos mencheviques? " Usted plantea mal el problema. ¿Qué‚ significa "nuestros" diarios? En Rusia la dictadura del proletariado fue posible recién cuando la gran mayoría de los obreros mencheviques se pasaron al bando bolchevique, mientras que la resaca pequeñoburguesa del menchevismo se dispuso a ayudar a la burguesía en su lucha por la restauración de la democracia, es decir, del capitalismo. Sin embargo, ni siquiera en Rusia inscribimos en nuestra bandera la prohibición de los periódicos mencheviques. Nos obligaron a hacer lo las condiciones increíblemente duras de la lucha que debimos librar para salvar y mantener la dictadura revolucionaria. En la Alemania soviética la situación será, como ya he dicho, infinitamente más favorable, y la prensa lo sentirá forzosamente. No creo que en este terreno el proletariado alemán necesite recurrir a la represión. Entendámonos bien; no quiero decir que el Estado obrero tolerará siquiera por un día el régimen de "libertad (burguesa) de prensa"; es decir, esta situación en que sólo los que controlan las imprentas, compañías papeleras, librerías y así sucesivamente, es decir, los capitalistas, pueden publicar libros y periódicos. La "libertad de prensa" burguesa es un monopolio del capital financiero para inculcar al pueblo los prejuicios capitalistas. Utiliza para ello cientos y miles de periódicos encargados de diseminar el virus de la mentira en forma técnicamente perfecta. La libertad proletaria de prensa significará la nacionalización de las imprentas, empresas papeleras y librerías en aras de los intereses obreros. No separamos el alma del cuerpo. Libertad de prensa sin linotipos, sin imprentas y sin papel es una miserable ficción. En el Estado proletario los medios técnicos de impresión estarán a disposición de los grupos de ciudadanos de acuerdo con su importancia numérica real. ¿Cómo se hará? La socialdemocracia obtendrá los medios de impresión acordes con su importancia numérica. Yo no creo que en esa época sea muy grande, pues entonces el régimen de la dictadura del proletariado sería imposible. De todas maneras, dejemos que el futuro traiga la respuesta. Pero el principio mismo de repartir los medios técnicos de impresión en función no del grosor de la libreta de cheques sino del número de partidarios de un programa dado, de una corriente dada, de una escuela dada es, espero, el más honesto, democrático y auténticamente proletario. ¿No es así? - Quizás. - ¿Nos damos la mano, entonces?
- Quiero reflexionar un poco más. - Esto es todo lo que le pido, querido amigo: el objetivo de mis reflexiones es hacerle meditar una vez más sobre los grandes problemas de la política proletaria.
Prinkipo, 23 de febrero de 1933.
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LA TRAGEDIA DEL PROLETARIADO ALEMÁN: LOS OBREROS ALEMANES VOLVERÁN A LEVANTARSE. EL STALINISMO JAMAS El proletariado más poderoso de Europa, por su lugar en la producción, su peso social y la fuerza de sus organizaciones, no ha manifestado resistencia alguna desde la llegada de Hitler al poder y sus primeras medidas violentas contra las organizaciones obreras. Este es el hecho del cual hay que partir para todos los cálculos estratégicos posteriores. Sería estúpido creer que el desarrollo ulterior de Alemania seguirá el camino italiano; que Hitler fortalecerá su dominio paso a paso, sin resistencia seria; que el fascismo alemán gozará de largos años de dominio. No, el destino futuro del nacionalsocialismo habrá que deducirlo del análisis de las circunstancias alemanas e internacionales, y no de analogías puramente históricas. Pero desde ya es evidente que, si desde septiembre de 1930 en adelante le exigimos a la Comintern una política a corto plazo en Alemania, ahora es necesario elaborar una política a largo plazo. Antes de que sea posible el combate decisivo, la vanguardia proletaria deberá reorientarse, es decir, comprender claramente qué ha ocurrido, repartir las responsabilidades de la gran derrota histórica, trazar el camino nuevo y recuperar la confianza en sí misma. El papel criminal de la socialdemocracia no requiere comentarios: la Comintern fue creada hace catorce años precisamente para arrancar al proletariado de la influencia desmoralizadora de la socialdemocracia. Si hasta ahora no lo ha logrado, si el proletariado alemán se encontró impotente, paralizado, desarmado ante su mayor prueba histórica, la culpa directa e inmediata recae sobre la dirección de la Comintern posleninista. Esa es la primera conclusión a sacar inmediatamente. Bajo los golpes pérfidos de la burocracia stalinista la Oposición de Izquierda conservó hasta el fin su fidelidad al partido oficial. Los bolcheviques leninistas comparten ahora el destino de todas las demás organizaciones comunistas: nuestros cuadros militantes arrestados, nuestras publicaciones prohibidas, nuestra literatura confiscada. Hitler se apresuró a suspender el Boletín de la Oposición, publicado en idioma ruso. Pero si, junto con toda la vanguardia proletaria, los bolcheviques leninistas soportan las consecuencias de la primera victoria seria del fascismo, no pueden ni quieren tener ni una sombra de responsabilidad por la política oficial de la Comintern. Desde 1923, es decir, desde el comienzo de la lucha contra la Oposición de Izquierda, la dirección stalinista ayudó, aunque indirectamente, a la socialdemocracia a desviar, confundir
y debilitar al proletariado alemán; detuvo, frenó a los obreros cuando las circunstancias aconsejaban una audaz ofensiva revolucionaria; proclamó el comienzo de la situación revolucionaria cuando ésta ya había pasado; hizo acuerdos con charlatanes fanfarrones pequeñoburgueses; se puso, impotente, a la cola de la socialdemocracia, bajo pretexto del frente único; proclamó el "tercer período" y la lucha por la conquista de las calles en circunstancias de reflujo político y debilidad del Partido Comunista; reemplazó la lucha seria por saltos y aventuras; aisló a los comunistas de los sindicatos de masas; identificó a la socialdemocracia con el fascismo y se negó a hacer frente único con las organizaciones obreras de masas ante las pandillas agresivas de los nacionalsocialistas, saboteó la más mínima iniciativa de frente único para la defensa local a la vez que engañaba sistemáticamente a los obreros en cuanto a la verdadera relación de fuerzas, distorsionó los hechos, presentó a amigos como si fueran enemigos y a enemigos como amigos, y estranguló cada vez más fuertemente al partido hasta impedirle respirar libremente, hablar y pensar. Entre la gran cantidad de literatura dedicada al problema del fascismo, basta con referirse al discurso de Thaelmann, dirigente oficial del Partido Comunista Alemán, quien, en el plenario del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista celebrado en abril de 1931, denunció a los "pesimistas", es decir a los que sabían prever, en los siguientes términos: "No nos hemos dejado llevar por el pánico [...] Hemos, sobria y firmemente, constatado que el 14 de septiembre [1930] fue en cierto sentido el día del apogeo de Hitler, y que luego no conocerá días mejores sino peores. Los acontecimientos confirman nuestra caracterización de ese partido (...) Hoy los fascistas no tienen razón alguna para reír". Con referencia a la creación de grupos de defensa por la socialdemocracia, Thaelmann demostró en el mismo discurso que no existe diferencia alguna entre estos grupos y las tropas de asalto de los nazis y que ambos se preparan para aniquilar al comunismo. Hoy Thaelmann se encuentra en la cárcel. Ante la reacción triunfante, los bolcheviques leninistas se encuentran en las mismas filas que Thaelmann. Pero la política de Thaelmann es la política de Stalin, es decir la política oficial de la Comintern. Es justamente esta política la causante de la desmoralización total del partido en el momento de peligro, cuando los dirigentes pierden la cabeza, cuando los miembros no habituados a pensar caen en la postración, cuando se ceden las principales posiciones históricas sin luchar. Una teoría política falsa lleva su propio castigo. La fuerza y la obstinación del aparato sólo aumentan las dimensiones de la catástrofe. Habiendo cedido al enemigo todo lo que podía cederse en un lapso tan breve, los stalinistas tratan de corregir el pasado con actos convulsivos que iluminan con máxima claridad toda la serie de crímenes cometidos por ellos. Silenciada la prensa del Partido Comunista, destruido el aparato, enarbolado el sangriento estandarte del fascismo sobre la Casa Carlos Liebknecht 23, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista se lanza por el camino del frente único no sólo desde abajo sino también desde arriba. El nuevo zigzag, más agudo que todos los que lo precedieron, no se ha efectuado a instancias del propio CEIC; la burocracia stalinista ha dejado la iniciativa en manos de la Segunda Internacional. Esta ha logrado tornar el arma del frente único, por la que sentía hasta ahora un terror pánico. En la medida en que sea posible hablar de ventajas políticas en medio de una retirada, éstas se encuentran exclusivamente del lado de los reformistas. Ante la obligación de responder a una pregunta directa, la burocracia stalinista eligió el peor camino: no rechaza la alianza de ambas internacionales pero tampoco la acepta; juega a las escondidas. Ha llegado a tal punto la pérdida de confianza en sí misma, la degradación, que ya no se atreve a mostrarse ante el proletariado mundial cara a cara con los dirigentes de la Segunda Internacional, marcados a fuego como agentes de la burguesía, electores de Hindenburg, que le abrieron la senda al fascismo. En un llamado especial del CEIC, fechado 5 de marzo "A los obreros de todos los países", los stalinistas nada dicen del social-fascismo, el principal enemigo. Ya no hablan del gran descubrimiento de su jefe: "La socialdemocracia y el fascismo no son antípodas sino gemelos". Ya no insisten en que la lucha contra el fascismo exige la derrota preliminar de la socialdemocracia. Ya no dicen una palabra sobre la inadmisibilidad del frente único desde arriba. Todo lo contrario, enumeran minuciosamente todos los casos en que, en el pasado, la burocracia stalinista, inesperadamente para la clase obrera y para sí misma, se vio obligada
a improvisar propuestas de frente único a las direcciones reformistas. Así naufragan las teorías artificiales, falsas y charlatanescas en la furia de la tempestad histórica. "Teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país" y la imposibilidad, que supuestamente deviene de las mismas, de organizar el frente único a escala internacional (de repente se olvidan de la lucha contra el "excepcionalismo", es decir la teoría de los derechistas sobre las particularidades nacionales), la burocracia stalinista recomienda a los partidos comunistas nacionales que dirijan propuestas de frente único a los "comités centrales de los partidos socialdemócratas". ¡Esto es lo que hasta ayer se llamaba capitulación al social-fascismo! Así vuelan de la mesa al tacho de basura las grandes lecciones del stalinismo de los últimos cuatro años. Así se reduce a polvo todo un sistema político. La cosa no termina allí: habiendo declarado hace un instante que es imposible generar las condiciones para un frente único a escala internacional, el CEIC lo olvida inmediatamente, y veinte líneas más abajo formula las condiciones bajo las cuales el frente único es lícito y aceptable en todos los países, a pesar de las diferencias nacionales. A la retirada ante el fascismo sigue una retirada llena de pánico de los mandamientos teóricos del stalinismo. Trozos y fragmentos de ideas y principios son arrojados a la vera del camino como si fueran un lastre. Las condiciones para el frente único planteadas por la Comintern para todos los países (comités de acción contra el fascismo, movilizaciones y huelgas contra la reducción de salarios) no presentan nada nuevo. Al contrario, son la reproducción esquemática y burocrática de las consignas que la Oposición de Izquierda formuló mucho más clara y concretamente hace dos años y medio, y a raíz de las cuales se la inscribió en el campo del social-fascismo. El frente único sobre esas bases habría podido dar resultados positivos en Alemania; pero para ello había que ponerlo en práctica en el momento debido. El tiempo es un factor importante en política. ¿Cuál es, pues, el valor práctico actual de las propuestas del CEIC? Para Alemania es mínimo. La política del frente único supone un "frente", es decir, posiciones estables y una dirección centralizada. La Oposición de Izquierda planteó que las condiciones para el frente único eran las de una defensa activa, con la perspectiva de pasar a la ofensiva. Ahora el proletariado alemán se ve reducido a una situación de retirada en desorden, sin librar siquiera batallas en la retaguardia. En esta situación pueden realizarse y se realizarán uniones voluntarias de obreros socialdemócratas y comunistas para ciertas tareas episódicas, pero la realización sistemática del frente único queda relegada inevitablemente a un futuro indeterminado. No hay que hacerse ilusiones al respecto. Hace alrededor de dieciocho meses escribimos que la clave de la situación estaba en manos del Partido Comunista Alemán. La burocracia stalinista ha dejado caer esta clave de sus manos. Deberán producirse grandes acontecimientos, extraños a la voluntad del partido para dar a los obreros la posibilidad de detenerse, fortalecerse, reconstruir sus filas y pasar a la defensa activa. No podemos saber con precisión cuándo ocurrirá. Tal vez mucho antes de lo que desea la contrarrevolución triunfante. Pero, en todo caso, no serán los que publicaron el manifiesto del CEIC quienes dirigirán la política del frente único en Alemania. Si se ha cedido la posición central, hay que hacerse fuerte en los accesos, hay que preparar las bases de lanzamiento de la futura ofensiva. En Alemania esta preparación significa estudiar críticamente el pasado, mantener la moral de los combatientes de vanguardia, agruparlos, librar combates de retaguardia allí donde sea posible, anticipando el momento en que los distintos grupos de combate cerrarán filas en un gran ejército. Esta preparación significa a la vez defender las posiciones proletarias en países ligados estrechamente a Alemania o situados muy cerca de ella: Austria, Checoslovaquia, Polonia, los países del Báltico, Escandinavia, Bélgica, Holanda, Francia y Suiza. Es necesario encerrar a la Alemania fascista en un cerco poderoso de fortalezas proletarias. Sin cesar por un instante en las tentativas de detener la retirada desordenada de los obreros alemanes, es necesario crear plazas fuertes proletarias en torno a las fronteras alemanas para la lucha contra el fascismo. En primer lugar está Austria, que se encuentra bajo la amenaza inmediata del cataclismo fascista. Puede decirse con certeza que si el proletariado austríaco tomara el poder y
transformara su país en un campo de batalla revolucionario, Austria sería para la revolución alemana lo que fue el Piamonte24 para la revolución burguesa italiana. No puede predecirse hasta dónde avanzará por este camino el proletariado austríaco, impulsado por los acontecimientos pero paralizado por la burocracia reformista. La tarea del comunismo es ayudar a los acontecimientos superando al austromarxismo. Uno de los medios es la política del frente único. Las condiciones que el manifiesto del CEIC toma tan tardíamente de la Oposición de Izquierda retienen así toda su fuerza. Sin embargo, la política del frente único entraña peligros además de ventajas. Da lugar fácilmente a combinaciones entre los jefes a espaldas de las masas, a la adaptación pasiva al aliado, a las vacilaciones oportunistas. Sólo dos garantías explícitas pueden conjurar este peligro: el mantenimiento de la plena libertad de crítica hacia el aliado y el restablecimiento de la plena libertad de crítica dentro de las filas del propio partido. Negarse a criticar a los aliados conduce directa e inmediatamente a la capitulación ante el reformismo. La política del frente único sin democracia partidaria, es decir sin control del aparato por el partido, da a los dirigentes mano libre para hacer experimentos oportunistas, complemento inevitable de los experimentos aventuristas. ¿Cómo ha actuado el CEIC en este caso? La Oposición de Izquierda vaticinó decenas de veces que los golpes de los acontecimientos obligarían a los stalinistas a repudiar su ultraizquierdismo y, colocándose en el camino del frente único, empezarían a cometer todas las traiciones oportunistas que nos atribuían hasta ayer. También en este caso el vaticinio se cumplió literalmente. Al virar vertiginosamente hacia las posiciones del frente único, el CEIC pisotea las garantías fundamentales que, solas, pueden asegurarle un contenido revolucionario al frente único. Los stalinistas toman en cuenta y aceptan la pretensión hipócrita y diplomática de los reformistas de una supuesta "no agresión mutua". Rompiendo con todas las tradiciones del marxismo y el bolchevismo, recomiendan a los partidos comunistas que, en caso de realizarse el frente único, "abandonen todo ataque a la organización socialdemócrata por el tiempo que dure la acción conjunta". Así dice: "Abandonar todo ataque [¡] contra la socialdemocracia" (¡qué fórmula vergonzosa!) significa renunciar a la libertad de crítica política, o sea a una función fundamental del partido revolucionario. Esta capitulación no es producto de la necesidad sino del pánico. Los reformistas hacen y harán acuerdos en la medida en que la presión de los acontecimientos y la presión de las masas los obliguen a hacerlo. La exigencia de "no agresión" es un chantaje, un intento de los dirigentes socialdemócratas de lograr ventajas adicionales. Someterse al chantaje significa construir el frente único sobre cimientos podridos y darles a los empresarios reformistas la posibilidad de liquidarlo bajo tal o cual pretexto arbitrario. La crítica en general, tanto más bajo las condiciones del frente único, debe corresponder, por supuesto, a las relaciones verdaderas y debe guardar las proporciones. Deben refutarse las frases absurdas referentes al "social-fascismo". Esa no es una concesión a la socialdemocracia sino al marxismo. No son las traiciones de 1918 sino el mal trabajo de 1933 lo que hay que criticar. Pero la crítica, como la vida política misma, de la cual la crítica es voz, no puede detenerse ni por un instante. Si las denuncias de los comunistas corresponden a la realidad sirven a los intereses del frente único, impulsando al aliado provisorio y, lo que es más importante, dando una educación revolucionaria a todo el proletariado. Renunciar a este deber fundamental es dar el primer paso en esa política criminal y vergonzosa que Stalin les impuso a los comunistas chinos con respecto al Kuomintang. En lo que hace a la segunda garantía, las cosas no van mejor. Habiendo renunciado a criticar a la socialdemocracia el aparato stalinista ni piensa en otorgar el derecho a crítica a sus propios partidarios. Como siempre, el viraje se efectúa por vía de la revelación burocrática. Ni un congreso nacional, ni un congreso internacional, ni siquiera un plenario del CEIC; ninguna preparación en la prensa partidaria, ningún análisis de la política pasada. Nada hay de asombroso en ello. Dados los primeros pasos en la discusión en el partido, todo obrero que piensa preguntaría a los funcionarios: ¿por qué se ha expulsado a los bolcheviques leninistas de todas las secciones, y por qué en la Unión Soviética se los arresta, deporta y fusila? ¿Acaso porque profundizan más y ven más lejos? La burocracia stalinista no puede
permitir semejante conclusión. Es capaz de dar cualquier salto, pero presentarse honestamente ante los obreros para enfrentar a los bolcheviques leninistas es algo que no puede ni osa hacer. Así, en la lucha por su propia supervivencia, el aparato stalinista desprestigia su nuevo viraje, minando de antemano la confianza que podrían depositar en él no solo los obreros socialdemócratas sino también los comunistas. La publicación del manifiesto del CEIC viene acompañada por otra circunstancia, extraña al problema que estamos analizando, pero que echa una luz sumamente cruda sobre la situación actual de la Comintern y sobre la actitud que mantienen los principales grupos stalinistas hacia la misma. En el Pravda del 6 de marzo el manifiesto no aparece como un llamado franco y directo del CEIC residente en Moscú, como siempre se hizo, sino como traducción de un documento de l'Humanité, trasmitido desde París por la agencia TASS. ¡Qué maniobra estúpida y humillante! Después de todos los éxitos, después de la "desaparición de las clases", después de la "entrada en el socialismo", la burocracia stalinista ya no se atreve a publicar en su propio nombre el manifiesto del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Esa es su verdadera actitud respecto de la Comintern, y ésa es la confianza que se tiene en el plano internacional. El manifiesto no es la única respuesta a la iniciativa de la Segunda Internacional. Por intermedio de sus organizaciones-sellos: las oposiciones sindicales revolucionarias (RGO) de Alemania y Polonia, la Alianza Antifascista y la autotitulada Confederación General del Trabajo de Italia, la Comintern convoca a un "congreso obrero antifascista paneuropeo". La lista de invitados es, como corresponde, confusa y larguísima: fábricas (dicen "fábricas" aunque, gracias a los esfuerzos de Stalin y Lozovski, los comunistas han sido echados de casi todas las fábricas del mundo), organizaciones obreras locales, revolucionarias, reformistas, católicas, partidarias o no, deportivas, antifascistas y campesinas. Además: "queremos extender nuestra invitación a todos los individuos que realmente luchan por la causa obrera". Una vez más se movilizará a Barbusse y al general Schoenaich para salvar a Europa de Hitler. He aquí un libreto hecho a la medida de uno de esos discursos charlatanescos mediante los cuales los stalinistas habitualmente ocultan su impotencia. ¿Qué ha hecho el bloque de centristas y pacifistas de Amsterdam en la lucha contra la agresión de los bandidos japoneses en China? Nada. Respetando la "neutralidad" stalinista los pacifistas ni siquiera han emitido un manifiesto de protesta. Ahora se prepara una nueva edición del Congreso de Amsterdam, no contra la guerra sino contra el fascismo. ¿Qué hará el bloque antifascista de, "fábricas" ausentes e "individuos" impotentes? Nada. Lanzará un manifiesto vacuo, si es que el congreso llega a celebrarse. La tendencia hacia los individuos aislados tiene dos caras: la oportunista y la aventurera. En los viejos tiempos los socialrevolucionarios rusos tendían la mano derecha a los liberales y sostenían una bomba en la izquierda. La experiencia de los diez últimos años demuestra que después de cada gran derrota provocada o al menos agravada por la política de la Comintern la burocracia stalinista invariablemente buscaba recuperar su reputación mediante alguna aventura grandiosa (Estonia, Bulgaria, Cantón). ¿No existe aquí también ese peligro? En todo caso nos parece necesario elevar una voz de alarma. Las aventuras que apuntan a reemplazar el accionar de las masas paralizadas las desorganizan aun más y agravan la catástrofe. Las condiciones de la situación mundial, así como las de cada país en particular, son tan fatales para la socialdemocracia como favorables para el partido revolucionario. Pero la burocracia stalinista ha logrado convertir la crisis del capitalismo y el reformismo en una crisis del comunismo. Ese es el balance de la dirección incontrolada de los epígonos para los últimos diez años. Habrá hipócritas que dirán: la Oposición critica al partido que ha caído en manos del verdugo. Los canallas agregarán: la Oposición ayuda al verdugo. Combinando el falso sentimentalismo con la calumnia venenosa, los stalinistas tratarán de ocultar al Comité Central tras el aparato, al aparato tras el partido, eliminar el problema de los responsables de la catástrofe, de la estrategia falsa, del régimen desastroso, de la dirección criminal: así se ayuda a los verdugos de hoy y de mañana. La política de la burocracia stalinista no fue menos desastrosa en China ayer que en Alemania hoy. Pero allí todo ocurrió a espaldas del proletariado mundial, bajo circunstancias
que le eran incomprensibles. La voz crítica de la Oposición casi no trascendió las fronteras de la URSS para llegar a los obreros de otros países. El aparato stalinista quedó prácticamente impune después de la experiencia china. Alemania es totalmente distinta. Todos los actos del drama transcurrieron ante la mirada del proletariado mundial. En cada etapa la Oposición elevó su voz. Toda la marcha de los acontecimientos fue anunciada por adelantado. La burocracia stalinista calumnió a la Oposición, le atribuyó ideas y planes que no eran los suyos; expulsó a todos cuantos osaron hablar del frente único; ayudó a la burocracia socialdemócrata a liquidar los comités unificados de defensa local; quitó a los obreros toda posibilidad de lanzarse por el camino de la acción de masas; desorganizó a la vanguardia; paralizó al proletariado. Así, oponiéndose al frente único defensivo con la socialdemocracia, los stalinistas se encontraron con ésta en un frente único de pánico y capitulación. Y ahora, al borde de la ruina, la dirección de la Comintern teme a la luz y a la crítica más que a ninguna otra cosa. ¡Que perezca la revolución mundial, pero viva el prestigio vano! Los que están en quiebra siembran la confusión y cubren sus huellas. El hecho de que el Partido Comunista Alemán haya perdido "solamente" 1.200.000 votos de golpe -con un aumento de votantes de tres a cuatro millones- es calificado por Pravda como una "gran victoria política". Igualmente, en 1924, Stalin proclamó como "gran victoria" el hecho de que los obreros alemanes, que retrocedían sin luchar, le dieran al Partido Comunista 3.600.000 votos. Si el proletariado, engañado y desarmado por ambos aparatos, le ha dado al Partido Comunista esta vez casi 5.000.000 de votos, esto significa nada más que, de haber confiado en su dirección, le hubiesen dado el doble o el triple de esta cifra. De haberse mostrado capaz de tomar el poder y quedarse en él, lo hubieran elevado al poder. Pero no le dio al proletariado sino confusión, derrota y calamidades. Sí, cinco millones de comunistas lograron acercarse, uno por uno, al cuarto oscuro. Pero en las fábricas y en las calles no hay uno. Están desconcertados, dispersos, desmoralizados. El yugo del aparato les ha hecho perder el hábito de la independencia. El terror burocrático del stalinismo paralizó su fuerza de voluntad antes de que le llegara el turno al terror de las bandas fascistas. Hay que decir clara, sencilla y abiertamente: al stalinismo alemán le ha llegado su 4 de agosto. De aquí en adelante, los obreros avanzados de ese país no hablarán del periodo de dominación de la burocracia stalinista sino con sentimientos acres de vergüenza, con palabras de odio y maldición. El Partido Comunista Alemán oficial está condenado. De aquí en más no le espera sino la descomposición, la desintegración, la caída en el vacío. El comunismo alemán, no podrá renacer sino sobre una nueva base y con una nueva dirección. La ley del desarrollo desigual también afecta al stalinismo. En distintos países se encuentra en distintos grados de descomposición. En qué medida servirá la trágica experiencia de Alemania para estimular el renacimiento de otras secciones de la Comintern, el futuro lo demostrará. En todo caso, en Alemania se ha cantado el canto del cisne de la burocracia stalinista. El proletariado alemán volverá a levantarse, el stalinismo jamás. Bajo los golpes terribles del enemigo, los obreros avanzados de Alemania deberán construir un nuevo partido. Los bolcheviques leninistas empeñarán todas sus fuerzas en este trabajo.
Prinkipo, 14 de marzo de 1933.
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NOTAS*
1. Escuela de Manchester: fue un movimiento de reforma que data de la formación de la Liga contra las Leyes Cerealeras en 1839. Abogó por el libre cambio y la abolición de tarifas aduaneras para los cereales importados. Este movimiento oriundo de Manchester, Inglaterra, logró que se derogaran las leyes cerealeras en 1846. 2. Ruth Fisher (1895-1961): miembro fundador del Partido Comunista Austríaco en 1918, pasó en 1919 a Alemania, donde se convirtió en dirigente del Partido Comunista Alemán, delegada al Cuarto Congreso de la Comintern y miembro del CEIC de 1924 a 1926. Fue diputada en el Reichstag de 1924 a 1928, pero expulsada del Partido Comunista Alemán junto con Maslow y Uhrbans en 1927. Juntos formaron el Leninbund. Emigró posteriormente a talados Unidos, donde fue periodista. 3. Adolf Warski (1868-1938): fundó, junto con Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches el Partido Socialdemócrata Polaco. Fue fundador del Partido Comunista Polaco. Ejecutado por Stalin, junto con otros exiliados polacos, en 1938. 4. La Comuna de París: fue el primer ejemplo de gobierno obrero. Duró setenta y dos días, desde el 18 de marzo hasta el 28 de mayo de 1871. Fue derrocado luego de una serie de batallas sangrientas. 5. Giacomo Matteoti (1885-1924): socialista italiano perteneciente a la corriente reformista de Turati. Denunció en el parlamento las trampas electorales y el terrorismo de los fascistas, por lo que los secuaces de Mussolini lo asesinaron en junio de 1924. 6. Reichsbanner (Bandera del Reich): organización paramilitar de los veteranos de la socialdemocracia alemana. Fue disuelta luego en el Frente de Hierro. 7. Trotsky se refiere al Congreso convocado por Barbusse en Amsterdam. 8. William Z. Foster (1881-1961): miembro del Partido Socialista de EE.UU., dirigente sindical y fundador del Partido Comunista. Ardiente partidario de Stalin, candidato presidencial del partido en 1924, 1928 y 1932. Presidente del partido después de la Segunda Guerra Mundial. 9. AFA-BUND. Allgemeiner freier Angestellbund (Federación General Libre de Empleados Asalariados): federación sindical de trabajadores de cuello blanco, dirigida por la socialdemocracia. ADGB (Allgemeiner Deutscher Gewerkschaftbund [Federación General Sindical alemana]): también llamada Sindicatos Libres. Federación Sindical dirigida por la socialdemocracia. 10. Friedrich Adler (1879-1960): secretario del Partido Socialdemócrata Austríaco de 1911 a 1916. Asesinó al Primer Ministro de Austria y fue encarcelado. Liberado. por la Revolución en 1918, fue fundador - de la Internacional Segunda y Media, volviendo a integrarla en la Segunda Internacional en 1923. Fue- luego dirigente de esa organización. 11. Klement Gottwald (1896-1953): fundador del Partido Comunista Checo. Viceprimer Ministro en un gobierno de coalición después de la Segunda Guerra Mundial, Presidente en 1948. 12. Gosplan: Comisión Estatal de Planeamiento de la Unión Soviética. Al igual que muchas abreviaturas rusas, la palabra se forma con las primeras sílabas del nombre. 13. El Partido Radical francés era tradicionalmente anticlerical y un baluarte de la masonería. 14. Leninbund: organización fundada por Maslow, Fisher y Urbahns luego de su expulsión del Partido Comunista Alemán en 1927. Tuvo posiciones políticas parecidas a las de 1a Oposición de Izquierda hasta 1930, año en que Urbahns tomó la dirección y echó a los simpatizantes de la Oposicion. 15. Fritz Sternber (1895-1963): analista de economía y política que escribía en Die Weltbuhne. Miembro del SPD, el USPD, nuevamente el SPD y finalmente el SAP. El libro al que se refiere Trotsky es probablemente La decadencia del capitalismo alemán (1932). Después de la Segunda Guerra escribió una serie de obras sobre la economía en la guerra fría.
16. Trotsky se refiere al gobierno presidencial para hacer la distinción entre lo que se había vuelto un gobierno dominado por el presidente a través del canciller y el gobierno normal dominado por el parlamento que estipulaba la Constitución de Weimar. 17. El Segundo Imperio, bajo Napoleón III, se extendió desde 1852 hasta 1870, año en que ese emperador fue apresado en Sudán. 18. Friedrich Stampfer (1874-1957): editor de Worwaerts y miembro del Ejecutivo de la Socialdemocracia. 19. Guillermo Liebknecht (1826-1900); padre de Carlos Liebknecht, fundador de la socialdemocracia alemana en 1869, diputado en el Reichstag desde 1867 hasta 1870 y desde 1874 hasta su muerte. Sentenciado, junto con Bebel, a dos años de prisión por oponerse a la guerra franco-prusiana. Augusto Bebel (1840-1913): fundador de la socialdemocracia alemana junto con Liebknecht, miembro ¡el Reichstag desde 1867. Autor de Las mujeres y el socialismo una de las , primeras declaraciones socialistas a favor de la mujer. 20. Las tropas de asalto nazis fueron muy activas en Selesia y Sajonia, donde atacaban y golpeaban a los mineros en sus casas. 21. Arturo Crispien (1875-1946): dirigente del USPD, se opuso en 1920 a que su partido se afiliara a la Comintern, pero llevó a la mayoría del mismo a fundirse en el SPD en 1922. 22. "Corredor": es el corredor polaco. Malmedy: ciudad tomada por los alemanes en 1870 y entregada a Bélgica bajo el Tratado de Versalles. 23. Casa Carlos Liebknecht: local central del Partido Comunista Alemán. Tomado por los nazis el 22 de enero de 1933. 24. Piamonte: el principado más grande de Italia. De allí la burguesía italiana lanzó el movimiento por la unificación de Italia, iniciado bajo Víctor Manuel 11 en 1848. El ministro Cavour logró unificar al centro y sur de Italia, y ayudó a Garibaldi en la campaña por ganar a Sicilia y Nápoles. La unificación culminó en 1861, cuando Víctor Manuel fue proclamado rey de Italia.
[1] El fascismo polaco y los errores del Partido Comunista, julio, 1920. [Nota de la edición norteamericana] [2] Al mismo tiempo que ocultaba al partido y a la Comintern el discurso arriba citado, la prensa stalinista lanzó una de sus conocidas campañas contra el mismo. Manuilski escribió que yo había osado "poner en el mismo plano" a los fascistas con los jacobinos, que son, después de todo, nuestros antepasados revolucionarios. Esto último es más o menos cierto. Desgraciadamente, estos antepasados valen más que unos cuantos descendientes incapaces de usar la cabeza. Los últimos escritos "antitrotskistas" de Münzenberg mencionan esta vieja disputa. ¡Pero dejemos este tema! [L.T.] [3] Esto fue escrito antes de las negociaciones entre Hindenburg-Papen y Hitler, y antes de que se declarara abiertamente el conflicto entre Papen y Hitler. (N. de la ed. norteamericana.) [4] A la luz de los últimos acontecimientos, y considerando los trágicos errores de los stalinistas, la anécdota de la capitulación de Wels y Cía. se parece al interludio del bufón en una tragedia de Shakespeare. Estos caballeros afirmaban ayer que el peligro del fascismo estaba liquidado gracias a la política correcta del partido; la política de frente único, lícita hasta hacía poco era, de allí en más, contrarrevolucionaria. A1 día siguiente de esas declaraciones, Hitler llegó al poder y Stalin declaró que la política de frente único, hasta ayer contrarrevolucionaria, es, de aquí en más, necesaria.
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