LA IMAGINACION HEROICA1 Philip Zimbardo Una de las preguntas que me he estado haciendo a mí mismo es, ¿existe una contraparte del análisis clásico que Hannah Arendt hace del mal, en términos de su frase “la banalidad del mal”? Si recuerdan, ella creó ese concepto después de haber observado en Nüremberg el juicio de Adolf Eichmann y de los otros secuaces nazis acusados del homicidio en masa – genocidio – de millones de judíos. Y una delas preguntas que el mundo se hacía a sí mismo era, “¿cómo comprendemos a estos monstruos?” Después de esos prolongados juicios, Eichmann y otros fueron evaluados, entrevistados y estudiados en profundidad por equipos de psiquiatras. Su conclusión, por lo menos en el caso de Eichmann, fue que se trataba de un hombre absolutamente normal. De hecho, uno de los autores del informe dijo, “Es más normal que yo. Es buen padre, buen marido, buen ciudadano.”
Hannah Arendt estaba tratando de que tuviera sentido el contraste entre el hombre que había orquestado las muertes del alrededor de dos millones de judíos y aquél que era normal, inteligente, ingenioso y encantador. Y ese contraste era realmente terrorífico. De hecho, la frase que usó para describir a Eichmann fue que era tan tremendamente normal que esto era una nueva clase de monstruo – un monstruo contra el que no estamos preparados para enfrentar ni para luchar en su contra porque luce como nosotros. Luce simplemente como nuestro vecino de al lado, y eso es lo que es atemorizante. Los malos que vemos en los medios de comunicación y en el arte siempre están empaquetados como monstruos: son fácilmente distinguibles, uno sabe que ellos son el enemigo, y es fácil armarse en su contra. Pero cuando un enemigo se muestra como tu padre, cuando el enemigo luce como tu esposa o tus hijos, entonces no se está preparado para eso. Especialmente cuando hay cantidad de esos enemigos y pueden estar en cualquier parte. No tienen cara ni lugar, y ese es el máximo temor.
En su análisis, Arendt decía que, por todo lo que sabemos sobre su historia antes de ir a Auschwitz, Eichmann era esencialmente una persona normal. Y cuando salió de Auschwitz volvió a ser evaluado como una persona normal. De modo que la pregunta precisa es, ¿cuál fue el proceso de transformación entre el antes y el después de su inclusión en esa situación? Como psicólogo social, traigo a la mano el poder de las situaciones para transformar a las personas buenas en malas, que es lo que he estado investigando desde mi estudio de la prisión de Stanford allá por 1971. Digo que existen algunos rasgos de las situaciones especiales que pueden corromper a la persona mejor y más brillante. Las personas normales, aún las buenas personas. No todas, pero la mayoría. Y las que resisten, las que de algún modo tienen la 1
Traducción Susana Tesone
capacidad – la sofisticación situacional – para resistir, son las excepciones. De hecho, voy a llamarlas héroes.
El análisis de Arendt es realmente un prototipo del análisis situacional, aunque ella no lo exprese de ese modo. No se cuestiona que lo que hizo Eichmann estaba mal, pero tampoco se cuestiona que cuando estuvo fuera de esa situación, fue normal. Entonces el tema es, ¿qué de las particularidades de esa situación pudo transformarlo? Mi estudio de la prisión de Stanford estuvo enfocado exactamente sobre ese punto. Lo que lo hizo único y diferente de la mayor parte de otras investigaciones es que el 14 de Agosto de 1971 yo sabía que cada uno de esos estudiantes voluntarios, que habían venido de todas partes de los Estados Unidos para participar del estudio, eran jóvenes absolutamente comunes, normales e inteligentes. Impartimos a los voluntarios una batería de tests psicológicos, entrevistas en profundidad, y sólo elegimos las dos docenas de quienes eran más normales, más saludables. Lo que es especial acerca de experimentos como estos es que la asignación a las condiciones es al azar. Tirábamos una moneda y uno de estos jóvenes era un prisionero y otro un guardia, y de ahí en más. Al principio del estudio, no había diferencia entre los que jugaban el rol de guardias y los que hacían de prisioneros. Pueden preguntar, ¿por qué no observamos simplemente lo que sucede en las prisiones verdaderas? La respuesta es que en las prisiones verdaderas, uno confunde lo que es malo en el lugar con lo que es malo en las personas que ingresan a ese lugar: uno confunde los factores de selección que hay/están en quien se transforma en un guardia y los factores de selección que hay/están en quien se transforma en un prisionero.
De modo que sabíamos, en ese preciso momento, que nuestra prisión estaba poblada por personas de clase media, normales, inteligentes, comunes, que no tenían antecedentes de crímenes, drogas o violencia. De hecho – esto fue en 1971 – estos chicos eran activistas por los derechos civiles, pacifistas – la mayor parte hippies, con pelos por todos lados. Los pusimos en un lugar que yo había construido para ejemplificar la psicología del encarcelamiento. El verano anterior había conducido un curso con un ex convicto, Carl Prescott, sobre la psicología de la prisión, y había llegado a comprender las bases psicológicas de la mentalidad de un guardia y un prisionero. Y recreamos ese ambiente de la prisión en este escenario – en esta mazmorra en el sótano de Stanford.
En un sentido, el estudio de la prisión de Stanford fue como un drama griego: estaba enfrentando a buenas personas en un lugar malo/cruel, y la pregunta era, ¿ quién o qué gana? La audiencia, y el coro, quería que ganasen las personas. Queremos que la humanidad triunfe sobre el mal;
queremos que la dignidad personal y la voluntad individual resistan, dominen. El lado triste de la historia, la triste conclusión, el mensaje triste, es que ganó la mala situación, y las buenas personas perdieron. Pero, podría ser que este haya sido un escenario único. Por supuesto, fue único en el hecho de que nadie había hecho nunca antes un experimento como este, y, dados los parámetros éticos actualmente vigentes, el estudio está herméticamente sellado. No puede volver a hacerse nunca más. Pero, de hecho, el punto más básico que traté de delinear es que hay muchas situaciones en las que nos encontramos a nosotros mismos – en el trabajo, en la escuela, en casa – , en las que hay cosas sobre ese escenario, cosas sobre esa situación, que pueden corromper nuestra buena naturaleza. Hay cosas que minan nuestra moralidad, que pueden iniciarnos en el camino descendente - siempre es un camino lento, siempre es gradual – que nos lleva a hacer cosas que nunca hubiéramos imaginado. Y en ese camino, al final del juego nos espera el mal.
Mi investigación dice realmente varias cosas. Una, que tenemos que reconocer que algunas situaciones, algunos escenarios sociales, algunos contextos conductuales, tienen un poder no reconocido para transformar el carácter humano de la mayoría de nosotros. Dos, que la manera de resistir – la manera de prevenir un descenso al infierno, si quieren – es comprendiendo precisamente qué es lo que hay en esas situaciones que les da un poder transformativo. Es a través de esta comprensión que uno puede cambiar esas situaciones, evitarlas, desafiarlas. Y solamente ignorándolas decididamente, y asumiendo una nobleza, racionalidad y moralidad individual es que llegamos a ser más vulnerables a su insidioso poder para hacer que las buenas personas hagan cosas malas. Aquellos que sostienen una ilusión de invulnerabilidad son los que más fácilmente pueden ser tocados por el estafador, por el reclutador de sectas, o el psicólogo social listo para demostrar cuán fácil es cambiar esa arrogancia en sometimiento.
Un modo de mirar las consecuencias del estudio de la prisión de Stanford es como una moraleja acerca de las muchas maneras en que las buenas personas pueden ser fácil y rápidamente seducidas por el mal. Pero hay una consecuencia del estudio igualmente importante – tal vez aún más importante -, que es lo que nos dice sobre la otra cara de la naturaleza humana. El estudio de la prisión de Stanford terminó abruptamente: se suponía que iba a durar dos semanas y finalizó – fue detenido – al cabo de seis días, debido a un acto muy heroico.
Una ex estudiante de posgrado que había sido mi alumna, una joven llamada Christina Maslach, que recién había conseguido un puesto de profesora asistente de psicología en Berkeley, vino a ver nuestro
experimento un jueves por la noche. Yo había arreglado que vinieran muchas personas que no conocían nada sobre el experimento, para entrevistar a quienes ellos quisieran – nuestros staff, los prisioneros, los guardias – con el fin de tener una mirada fresca, una impresión externa de lo que sucedía con nuestro estudio. Cuando ella llegó esa noche, observó la corrida al baño de las 22 hs.. Los prisioneros eran alineados para ir al baño, y esa era la última vez que podrían hacerlo por esa noche. Estando alineados, los guardias pusieron bolsas sobre sus cabezas, encadenaron sus piernas, les hicieron poner su mano sobre el hombro del que estaba delante, y luego marcharon, gritando sus números de identificación. Yo estaba ocupado haciendo algo; ella estaba parada detrás de mí.
Miré hacia arriba y dije, “hey, Chris, mira eso”, y me di vuelta para mirarla. Ella miraba y le dije, “ eh, ¿no lo ves, no es interesante?” Ella comenzó a llorar, y se fue corriendo. Yo la seguí, y dije, “¿no lo ves, no es interesante?”
Ella dijo, “no, no es interesante, es horrible.” Dije: “¿qué quieres decir con que es horrible?” Dijo, “Es terrible lo que les están haciendo a esos chicos. Realmente no sé si quiero continuar viéndote.” Habíamos comenzado a salir recientemente, y dijo, “no estoy segura de querer continuar nuestra relación, si esto eres tú realmente; no eres la persona a la que quiero amar.”
Fue como una cachetada. Ella estaba diciendo que yo me había transformado. Yo estaba viendo lo mismo que ella, y veía que era una comportamiento humano interesante para el microscopio experimental; mientras que ella veía a chicos jóvenes siendo deshumanizados y atormentados por mi mazmorra.
En ese momento dije, “Tienes razón. Voy a finalizar el estudio.” Y lo hicimos; lo terminamos al día siguiente. Nuestro encuentro fue alrededor de las 23 hs.. Necesité tiempo para llamar a todo el staff, a los prisioneros que habían sido liberados, tenía que llamar a todos los turnos de guardias. De modo que finalizamos al día siguiente – porque ella estaba dispuesta a desafiar la autoridad, y a poner en riesgo nuestra relación.
Ahora bien, lo que hace a esto especialmente potente es que más de 50 otras personas habían bajado a esa prisión, incluyendo a un cura que había sido capellán de prisión (mientras él estaba entrevistando a los jóvenes, uno
se quebró justo enfrente de él), y a un defensor público. Teníamos un consejo de audiencias para libertad condicional, con secretarias y otras personas no asociadas con nuestro equipo de investigación, teníamos parientes y visitantes nocturnos, con sus hijos diciéndoles lo terrible que era esto, y todos se iban de la prisión diciendo que era una simulación interesante, y que yo estaba haciendo un buen trabajo. Christina fue la única que verdaderamente dijo “el emperador está desnudo” y me recordó que yo era responsable por el mal que esta situación acarreaba. Fue especialmente heroico porque, primero, hacía muy poco que habíamos empezado a salir, y esto podría haber significado el fin de nuestra relación amorosa, y segundo, yo era su aval más importante, su principal referente académico. Ella recién había conseguido un trabajo en Berkeley, pero yo ya era un profesor full time y ella recién empezaba. Estaba dispuesta a sacrificar tanto la relación personal como la profesional para sostener con firmeza su posición de valorizar la dignidad humana. (Incidentalmente, nos casamos un año después en la capilla de Stanford, y pronto celebraremos nuestro 35º aniversario).
Así que este fue el inicio de mi pensamiento sobre el heroísmo, sobre lo que hace que las personas se involucren en actos heroicos. Sucede que, más recientemente, hubo un incidente de heroísmo aún más dramático. Un reservista MP – un privado en el escalafón más bajo de la carrera militar – llamado Joe Darby, vio las imágenes horrendas del abuso en Abu Graib, que le dio su colega, el cabo Charles Graner en un CD que estaba circulando en esa locación entre los soldados. Darby vio los cientos de imágenes de abuso y degradación de los detenidos iraquíes, y dijo, “esto es horrible – es inmoral. Tengo que mostrar esto a las autoridades; no se puede permitir que esto continúe.”
Lo que detuvo los abusos fue su acto. Esto fue especialmente heroico porque, siendo un reservista en el escalafón más bajo de la armada privada, tenía que llevar esa evidencia a un oficial superior en la unidad de investigación, y esto supuso un enorme valor. También sabía que los colegas de su unidad iban a tener problemas, y que si ellos tenían problemas, habría serias consecuencias. A saber, podrían lastimarlo o aún asesinarlo. Pero lo hizo de todas formas; hizo lo correcto. Al final, tuvo que ser puesto bajo protección con custodia por tres años porque todos querían matarlo – no solamente las personas de su unidad, sino las de su pueblo. Los militares tuvieron que esconder también a su madre y a su hermana para proteger sus vidas. Darby fue visto como un traidor a Norteamérica, al honor de los militares y a la administración de Bush porque expuso los abusos y se transformó entonces en un enemigo del pueblo. El mensajero era el enemigo, más que las personas que le dieron ese mensaje. Esos dos actos fueron actos de heroísmo de personas comunes y, para mí, esta es
realmente la otra cara de la moneda de la banalidad del mal de Hannah Arendt, que he denominado “la banalidad del heroísmo”.
Los héroes son de dos tipos. Hay héroes de toda la vida: personas que dedican su vida entera a una misión, a una causa, al sacrificio de sí mismos – la madre Teresa, Nelson Mandela, Desmond Tutu, Gandhi, sólo para mencionar a unos pocos. Son individuos extraordinarios. En cambio, la mayoría de las personas en el mundo que se involucran en actos heroicos son más como Cristina o Joe Darby. Son individuos que se encuentran de pronto en una situación particular – en la que otras personas miran para otro lado o continúan perpetrando el mal – y que, por alguna razón que desconocemos, toman una acción heroica. Hacen algo para pararla – llaman la atención sobre ella o la desafían de un modo directo. Esta acción es “heroica”, aún si las personas son “comunes”. Mi sensación es que la típica noción que tenemos de los héroes como superestrellas, como superhéroes, como Superman, y Batman, y Mujer Maravilla, nos dan una falsa impresión de que ser héroe significa poder hacer algo que ninguno de nosotros puede realmente alcanzar. Quiero plantear exactamente lo opuesto: que lo que tenemos que hacer más y más es cultivar la “imaginación heroica” – especialmente en nuestros hijos. Los modelos de conducta que queremos darles no son los de las estrellas de rock, los de los artistas de hip hop, ni los de las celebridades de los medios o de los deportes, - o aún de los héroes de historietas. Por el contrario, es el héroe común del subte neoyorquino, Wesley Autrey, el obrero de la construcción afro-americano que salvó la vida de un joven que había caído a las vías del tren. Mientras otras 75 personas observaban pasivamente, él hizo que un extraño se hiciera cargo de sus dos hijas y saltó a salvar de la muerte o del desmembramiento por el tren que se aproximaba a alguien que no conocía. “Hice lo que haría cualquiera, lo que todos deberían hacer”, fueron los dichos clásicos y comunes del héroe Autrey.
Cultivar la imaginación heroica incluye sólo dos aspectos. Primero, pensarse a uno mismo como una persona activa más que pasiva: pensarse como alguien dispuesto a involucrarse; correrse del lugar seguro que implica ocuparse de uno mismo; tomar una acción decisiva cuando el mundo a nuestro alrededor mira para otro lado. Segundo, pensar menos en uno mismo, menos en el ego, la reputación, preocuparse menos por parecer un tonto, cometer un error, arruinarle los planes a alguien, y transformarse en un sociocéntrico – más preocupado por el bienestar de los otros y que sostiene un imperativo moral. Tal vez esto también entrañe una pizca de optimismo, que implica creer que uno tiene el poder de cambiar algo malo a través de sus acciones. Los héroes que denuncian o llaman la atención sobre algo también están deseosos de levantar el velo del secreto que comúnmente encubre la
verdad, la codicia y las prácticas ilegales. Como respuesta a las presiones para ser un integrante del equipo, adaptarse al programa, ver la situación tal como la encuadran los demás, estos héroes están dispuestos a resistir esas presiones sociales y profesionales y ver la situación no tal como es, sino “tal como debería ser”. Llamativamente, se conoce poco sobre la psicología del heroísmo. Sólo existe una escasa bibliografía empírica, que consiste en su mayor parte en entrevistas a personas que han llevado a cabo acciones heroicas, semanas, meses y hasta años después del hecho en sí. Gran parte de los primeros trabajos sobre heroísmo provenían de entrevistar a los cristianos y demás personas que ayudaron a los judíos durante el Holocausto. Nadie formuló la pregunta “¿alguien ayudó?” hasta 20 años después. Hubo personas que ayudaron en todos los países, en los que las vidas de los judíos estaban en manos de los nazis. Sin embargo, la respuesta principal que los investigadores obtuvieron durante las entrevistas con estas personas fue, “no fue nada especial”. A pesar de lo que hicieron, o de dónde lo hicieron, o cómo lo hicieron, estos héroes por lo general decían: “No soy un héroe. Hice lo que había que hacer. No puedo imaginar a nadie que en esa situación no hubiera hecho lo mismo”. Algunos de estos héroes tendían a ser más bien religiosos, y solían tener padres que habían sido activos en varios tipos de causas. Sin embargo, muchas personas más religiosas con padres sociopolíticamente activos no hicieron nada para ayudar.
Para estudiar el heroísmo lo que se requiere es estar ahí en el momento en que se lleva a cabo la acción heroica, porque lo que hay que estudiar es la dinámica de la toma de decisión. Hay que estar ahí en el momento decisivo de la acción heroica, o inmediatamente después. Debemos preguntar “¿qué es lo que le atraviesa la mente? ¿por qué está haciendo esto? ¿por qué está haciendo esto en lugar de aquello otro? ¿es un héroe porque nunca pensó acerca de las posibles consecuencias negativas para usted?” Los investigadores nunca hicieron esto. De manera que lo que necesitamos hacer es crear un encuadre experimental – algo como el estudio Milgram. La investigación estudiaría a las personas en un paradigma en el que la mayoría sería inducida a hacer cosas malas. Pero el momento en que alguien hace lo bueno (detenerse, resistir, desobedecer, desafiar al sistema), es el momento en el que uno quiere entender qué está atravesando su mente. ¿Cuál es el costo/beneficio que conlleva este razonamiento? Esa es la clase de investigación que planeo hacer en el futuro. En este momento mi preocupación es conseguir solamente que las personas comiencen a pensar más y más sobre la condición no excepcional de los héroes - la celebración de los héroes. Nuestra sociedad no celebra verdaderamente a las personas que llaman la atención sobre algo, en realidad la mayoría de ellas termina siendo castigada de varias maneras. Por otra parte, tenemos una noción de los héroes como héroes físicos – los
soldados en una batalla, los policías, los bomberos en el World Trade Center – y es verdad que ellos son héroes, no hay ninguna duda sobre ello. Pero esa idea pone una berrera entre ellos y el resto de nosotros, que no usamos uniforme, que no hemos tenido su entrenamiento, o que somos mujeres, niños o ancianos. Otro ejemplo son los héroes que estudiamos en la escuela: en literatura estudiamos La Ilíada, La Odisea, Agamenon, Aquilles, y otros guerreros sagrados, y entre nosotros, están nuestros héroes de guerra como los generales Lee, Grant, McArthur, Patton, Eissenhower. Estas son figuras legendarias que no son comparables de ningún modo con el resto de nosotros, meros mortales. Cada sociedad necesita de esas figuras que subsisten más allá de la vida, pero si ellas simbolizan a quienes pensamos como héroes, entonces para nosotros lo que sigue a ese pensamiento es decir, “Yo nunca podría hacer eso. No querría tener que hacer ese enorme sacrificio o soportar esa carga.” Por otra parte, pienso que cada uno de nosotros podría decir, “Yo podría hacer lo que hizo Joe Darby, o lo que hizo Christina Maslach. Podría hacer lo que hizo ese albañil en el subte de Nueva York para salvar una vida. Y este es el principio central del heroísmo: accionar, hacer. Es moverse del letargo a la acción, de la seguridad de la pasividad al peligro de la acción. Si uno es pasivo y no hace nada, nunca se va a meter en problemas, nunca va a parecer un tonto, nunca va a hacer nada incorrecto. Nunca va a malinterpretar las señales y a hacer algo cuando no es necesario, porque a lo mejor cometería un error. Eso no importa, uno acciona cuando se dice a sí mismo “No me importa – tal como veo la situación, tengo que hacer algo.” De modo que la pregunta es, ¿cómo se promueve la imaginación heroica en los diversos escenarios? ¿cómo se la promueve en la familia, en la escuela, en la corporación? Y, para usar una vieja frase de los 70’ ¿cómo se empodera a las personas para que accionen cuando se demanda la acción? Cuando de hecho, en la mayoría de los escenarios institucionales (comenzando por la familia) donde se prohíbe , se minimiza o se rechaza la posibilidad de accionar en contra de la autoridad, preferiríamos respetar la autoridad injusta que actuar para derrocarla. Recuerdo a la señorita Weinstein, en sexto grado, cuando nos enseñaba álgebra, y teníamos que sentarnos sobre nuestras manos porque no quería que la interrumpiéramos para preguntar algo. A partir de su clase asocié álgebra con dolor. Porque las manos se entumecían, y después de un rato ni te preocupaba lo que estaba diciendo, y ya no querías hacer ninguna pregunta. Ella destruyó mi amor por las matemáticas – y estoy seguro que el de otros chicos también. Entonces, ¿cómo se crea un sistema en el que yo me hubiera sentido impelido a ir a ver al director y decirle que lo que hacía la señorita Weinstein estaba mal, que ella estaba pervirtiendo el sistema educacional? O, un poco menos valiente, sólo mandar una nota, anónima, de un estudiante dela clase 6ª3 de la señorita Weinstein. ¿Por qué no lo hice? Nunca imaginé que hubiera podido hacerlo y que si lo hubiera hecho, hubiese importado, hubiese marcado una diferencia para hacer que ella “cambiara sus malos métodos”.
Estoy seguro que esa historia puede repetirse una y otra vez. Bien, de una manera verdaderamente fundamental, el sistema tiene que construir para sí mismo la posibilidad de ser desafiado. El sistema tiene que tener el suficiente coraje para enfrentar abiertamente los desafíos: una escuela en la que los chicos tengan una posibilidad de señalar el abuso de los maestros; una estructura familiar en la que los niños puedan hablar libremente a sus abuelos, tíos u otros parientes sobre su abuso. ¿Cuántos chicos en el mundo forman parte de familias en las que no sólo ellos, sino también sus hermanos, están siendo abusados? Abusados física o sexualmente bajo un manto de silencio. Lo que hace eso posible es la pasividad del sistema. En ese escenario no hay nada que permita a los niños empoderarse, o que les dé la libertad de decir – como lo hicieron Joe Darby y Christina – “esto está mal,” y entonces dar el siguiente paso y poder pararse para tratar de detenerlo, diciéndoselo a alguien que escuchará y ayudará a cambiar lo malo/incorrecto en bueno/correcto. Pienso que lo mismo puede decirse de WorldCom y de Enron. ¿Por qué las cosas estuvieron mal por tanto tiempo? Y estos no eran alumnos pequeños en una clase; se suponía que Enron había contratado a las mejores y más brillantes mentes, y, por mucho tiempo, muchos sabían que abundaban las prácticas ilegales, que los libros se cocinaban, y que las mentiras sobre el éxito de la compañía se seguían esparciendo a pesar de que se estaba hundiendo. El sistema no empoderó a las personas para cuestionar o desafiar nada aunque todo estaba yendo horriblemente mal. Es lo que hoy se conoce con el nombre de “el mal administrativo”, en el que los sistemas adoptan ideologías político-legales que habilitan todos los medios necesarios para alcanzar el objetivo final deseado de ganancias, de éxito, de “mejor, más rápido, más barato”. Eso va más allá de enseñar la imaginación heroica a los individuos para construir en nuestras instituciones sistemas que crearán un atmósfera de empoderamiento – para los estudiantes, para los empleados, los pacientes, los feligreses, para cualquiera dentro de la órbita del poder. Mi investigación revela cuán fácil es crear ambientes que extraerán lo peor de las personas. Es hora de examinar la otra cara de la moneda y descubrir cómo crear ambientes que saquen lo mejor de la naturaleza humana, que permitan verdaderamente a las personas comunes ir más allá de resistir la tentación de desafiar su dominio. Mi nueva misión es desarrollar un enfoque del heroísmo a dos puntas: Primero, ¿qué hacemos para cultivar en una cultura la imaginación heroica en las mentes de los individuos? ¿Qué necesitamos para dar a las personas la sensación de empoderamiento personal, el sentimiento de “yo puedo marcar la diferencia”, “yo debería marcar la diferencia”, “YO TENGO que marcar la diferencia”, cuando la situación reclama la acción porque los que están alrededor no hacen nada? Pero, segundo, ¿cómo empezamos a crear situaciones que empoderarán a esas personas – chicos, trabajadores, adultos, enfermos mentales, prisioneros – para desafiar constructivamente
lo incorrecto y las malas acciones en el escenario de sus vidas? De modo que, esencialmente, la tarea ante nosotros es descubrir qué necesitamos hacer para cambiar nuestras instituciones y hacerlas “generadoras de héroes”, al mismo tiempo que trabajamos para crear suficientes héroes-enespera listos y deseosos de hacer lo necesario para corregir las cosas que están mal, avanzar para actuar desafiando los sistemas injustos, y acudir en ayuda de alguien que nos necesite. He comenzado a escribir sobre estas nuevas concepciones de la banalidad del heroísmo; sin embargo, ir más allá de las palabras para cambiar a las personas e instituciones reales es una tarea difícil y ardua. Ahora estamos hablando sobre los cambios fundamentales en la sociedad que pueden impactar finalmente en nuestra humanidad. Espero ser un líder en esta nueva revolución de hacer héroes más comunes, más prevalentes, y más genuinamente respetados por el valor de lo que hacen al realzar la condición humana.