La cantante de voz fenomenal Alejo Carpentier
Yma Sumac, la cantante peruana de voz fenomenal -en cuanto a la extensión de un registro que cubre cinco octavas- acaba de iniciar en Londres una gira de conciertos que la llevará a las principales ciudades de Europa. Confieso que la voz de Yma Sumac me produjo una especie de miedo, cuando la escuché por vez primera, en grabación fonográfica. Ese canto que pasaba sin transición del agudo más aflautado a un grave de contralto que por momentos toma un timbre varonil; ese pasearse por las tesituras sin coto ni límites, me produjo el efecto de un encantamiento, de algo logrado por artes de magia. No podía asimilar tales facultades a las que se requieren, habitualmente, para cualquier buena interpretación musical. Las acercaba más bien, por asociación de sensaciones, a ciertos poderes de andar sobre el fuego, que tienen los iniciados de vodú haitiano, o a la facultad de dar saltos sobrehumanos, de ciertos danzantes rituales de las ceremonias ñáñigas de Cuba -dicho esto, sin el propósito de mermar el prestigio artístico de una cantante favorecida con un don que, según sus propias palabras, sólo se recibe una vez en mil años. Pero es eso, precisamente, ese hecho de que tienen que transcurrir diez siglos para que una voz humana se permita el lujo de alterar sus propias leyes, lo que plantea un problema particularísimo, cuando pensamos en el arte de Yma Sumac. Y ese problema atañe principalmente al repertorio. En efecto: el hecho de poseer una voz fenomenal veda a Yma Sumac el acceso al repertorio universal de melodías escritas para soprano, contralto, tenor o barítono, puesto que sería absurdo usar una voz de cinco octavas en cantar un lied de Schubert que cabe en una y media, o ciertas composiciones modernas, como El infierno de Koechlin, que consiste en un simple recitativo poético sobre tres o cuatro notas cercanas unas de otras. En cuanto a la ópera, de nada sirve cubrir la tesitura de la contralto a una cantante a quien se encomienda la interpretación del papel de Rosina, en El barbero de Sevilla... ¡No! Yma Sumac, para ser Yma Sumac, tiene que valerse de obras escritas especialmente para ella. Ahora bien: ninguna de esas obras sobrevivirán, ya que se destinan, por fuerza, a su interpretación exclusiva. Nadie más las cantará, ni en el presente ni en el futuro. Y por lo mismo, no es probable que un verdadero compositor -un Hindemith, un Stravinski, un Honegger- consagre su esfuerzo a escribir para ella una obra de un valor trascendental. Muchos músicos se sentirán atraídos sin duda, por el problema técnico de manejar una voz de tal dimensión; pero el resultado será siempre lo que se llama, en jerga del oficio, "el trozo de circunstancia", lo que equivale a decir, la composición con pie forzado, de un interés secundario. Así nos encontramos con que si bien nos resulta sumamente interesante escuchar un concierto dado por Yma Sumac, por presenciar un caso insólito, su repertorio nos interesa bastante poco. Y lo que tiene grabado hasta ahora, en punto a composiciones originales, es a menudo bastante mediocre. Repito que no tengo el menor deseo de poner en tela de juicio el valor de una notable artista de nuestro continente, al escribir estas líneas. Pero el caso de Yma Sumac mueve a meditación. Nos lleva a pensar que el hombre dispone de un cierto número de facultades que, al serle otorgadas, fijan sus propias fronteras. Esas fronteras desde luego, se hacen menos estrictas para ciertos privilegiados. Pero siempre dentro de límites comunes a los demás mortales. Cuando se llega más allá, cuando se rebasa la humana medida, el poseedor de facultades fenomenales, el taumaturgo de nacimiento, queda solo. Y quedar solo, como es el caso de Yma Sumac, tiene más de una desventaja.
El Nacional. Caracas, 1° de junio de 1952
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