La Camada

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La camada Juan ré-crivello

La Camada

Juan ré-crivello

1

La camada se situó frente a mi puerta, unos aullidos siniestros le empujaban. Vi que rasgaban la madera. ¿Qué situación más extraña?. Un grupo de chuchos se atrevía a dar contra la última frontera entre el mundo civilizado y este apasionado del rap. Decidí elevar el volumen de mi aparato. El mando a distancia, tan infeliz y ciego respondía con dificultad. En el exterior el grito de la camada aumentó. Y con ello el trajín contra mi última defensa. Me estiré hasta un mueble, racano en mi interés, pero dispuesto a terminar con aquello. Cargué una escopeta que guardaba detrás del mueble. Fui hasta la puerta convencido de mi poder y abrí un ventanuco por donde dejé salir la punta del metal. Su jefe, negro e irreconocible se abalanzó pero dispare dos veces. Un alborozo de fiebre y miedo les hizo retroceder. Al alejarse, me parecía que le había dado en la pierna a un pequeñín lleno de garrapatas. Observé que había quedado frito en el umbral. Cerré el postigo para volver a tenderme en el sillón. Un breve sueño atraparía mi mente, era como un chispazo grande y fuerte en mi breve locura. En la imagen, se sucedía una hilera de pérfidos canes que cabalgaban en una pradera, a cuenta de dar conmigo. De tanto correr, mis piernas sonaban a quiebro extraño y pétreo, parecido a un mar asustado y lejano. No sé cuanto correría despavorido por aquel tartán de fantasía. Al despertarme una sensación de alivio me calmaría. Busqué un vaso y me serví un whisky. ¿Estaría aun allí el perro herido?. Fui hasta la puerta. Era una hoja que permanecía cerrada días enteros, claudicando en mi mundo lastimado y triste. Sin saber de donde venia, un Martín cubierto de barro me saltó agresivo y gritón. La fuerza del animal me hizo dar contra el suelo. Su peso y presión me mantenían chafado contra el piso. De repente, Un disparo seco y duro le tumbó, dejando que el pestilente cadáver y la sangre roja empaparan mi tórax. ¿Quién había disparado?. Aparté el chucho exhausto y me puse de pie. “Si no le quito el perro de encima se lo come” –mi interlocutor no demasiado alto y regordete llevaba unas gafas negras abombadas y modernas. “Gracias” –atiné a contestar. “La verdad es que no entiendo como han llegado tantos perros hasta aquí”. Una mueca de disgusto de su parte mostraría una coincidencia de intuiciones. Decidí arrastrar a los dos perros muertos en dirección al jardín. Acto seguido volviéndome hacia el desconocido le dije: “¿Le apetece un whisky?”. “Vale”. Entramos en casa, me puse un pantalón y unas sandalias. Después serviría una copa. “¿De dónde es Vd.?” -pregunte. “De Arroyo Seco”.

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_¿Es allí es donde se lava oro y dicen que se han hecho grandes fortunas?. “Puede” –dijo. Era una respuesta lenta y terca, parecía no querer dar al tema, mayor importancia que de lo necesario. Se había sentado con las piernas entreabiertas y sus pómulos brillantes dejaban ver un cierto aire amenazador. _Sabe -continuó, en mi comarca decimos, que “un muerto por el oro no cabe en un saco”. Me extraño lo dicho, le pregunté por el sentido de la frase. El dijo: “es debido a que la ambición humana, es más grande que la caja de nuestros restos”. _¿Es verdad que la gente se pelea por dos pepitas? -pregunte. _Si. En Arroyo Seco –prosiguió hablando con autoridad, cuando alguien descubre un filón, lo explota en secreto hasta llevárselo lejos, muy lejos. “¿Y luego?” –que pregunta inútil pensé. _Nos gusta quemar la riqueza. Que afirmación de orgullo y pasajera de su parte. Pero el tipo continuó. “En poco tiempo -sabe, porque tal vez, nos gusta regresar, para hacer lo mismo cada día”. _¿Y qué le trae por aquí?. _“Vengo a comprar una finca para retirarme. “¡Ah!”. _¿La suya esta en venta?. Al decir aquello echo su cuerpo hacia delante, en la cara un gesto de las cejas, inundaría de presión el mensaje, con el fin de obtener una respuesta favorable. _Depende. “¿Un millón?” –preguntó mi visitante. Se había quitado las gafas y sus ojos negros, intentaban precisar mi necesidad al dar la cifra. Yo por mi parte, intenté quitarle hierro. La profunda desmoralización en que estaba inmerso, estaba tan alejada del dinero, que a otros mortales haría feliz. Intente salirme del paso con una frase de ocasión. “¿Pero si la propiedad está abandonada y no produce para mantenerle?”. Sin dudar afirmó: _Este es un buen sitio para morirme. Su expresión denotaba cansancio, no entendía a cuento de que este tipo, con su compra me dejaría rico, para simplemente luego esperar la muerte. Y esta atrevida presencia me imponía. De repente, vino hasta mi, la escena de la muerte de una prima. Fue hace años y era pequeño. Al entrar en la habitación -donde le habían dejado. Le encontré acostada. ¿Sin fuerza quizás?; algún estúpido le había rodeado toda la circunferencia de su cara ancha y plana, con una bufanda atada en la nuca. ¿Buscaban evitar con ello que no se dislocara su mentón?. Pero si estaba muerta… me dije. Ante la sorpresa de encontrarla, como si estuviera dormida. En fin… volviendo a mi visita, me atreví a preguntar: _ ¿He entendido que Vd. quiere una casa para esperar… la llegada de la parca?”. Su mirada escurridiza, hizo que recuperara el aliento. Pero, él, muy listo, se revolvería con una afirmación: La Camada

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_¡Quizás Vd., no deja pasar igualmente los días!. “Bueno, pero…” Quise defenderme, su intromisión en mi vida privada me afectó. Quise decirle que estaba despechado, que me habían dejado, y que ya no sentía. Si, ¡no sentía!. Y las horas, al pasar una tras otra, se transformaban en un cúmulo sin razón, ebria y poco elegante. El tiempo pasaba, indeciso y torpe por mi vida. ¿El me entendía?. ¿Debía suponer que ese regordete, que se bebía el whisky con ansiedad, estaba ante mi para ayudarme. Y, ¿yo también a él?. No podía ser más fácil. Siempre había pensado, que levantaría la carabina y la alojaría en mi boca hasta descargar un cartucho. Para acabar, con mi vida infeliz y estrecha. ¿Debía el convencerme de lo contrario?. ¿Estaba allí, para decir que la vida era mas ágil y debía atravesar este bache?. Esperé a que hablara. Parecía intuir mi desasosiego. _Son momentos –dijo, en que uno le da vueltas a la cabeza y piensa, mejor me marcho a casa y me encierro. Y allí, uno se encuentra con la fría compañía del acero y le carga un cartucho y todo se acaba. Es hasta siniestro, ¡inútil!. Los que se quedan detrás se preguntan: ¿porque lo ha hecho?. Si se podía evitar. Pero uno descubre, que aquello que le tiene obsesionado ha desaparecido, es rápido, muy rápido. Pero, la preparación es lenta, la va mascullando a medida que pasan los días. Es un continuo disimulo ante los que le rodean. Tal vez, uno decide construir la teoría que todo marcha bien, hasta el día, en el cual estalla la sorpresa. En cierta medida es eficaz. En el fondo uno se quita del sufrimiento y les deja a ellos el recuerdo. Es como construirse un pequeño museo del horror que perdura durante años. Se detuvo unos minutos. Yo le miré y encontré en el, la respuesta. Pero, ¿deseaba irme así de este mundo?. Vitriólico, insensato. Le traslade la duda: _¿Y Vd. no lo ha intentado?. _En mi tierra no tenia a nadie que me recordara. Era inútil ponerle fin a mi vida, por ello decidí marcharme. “¡No me diga que busca un testigo!”. Su sonrisa cruel, lamería el vaso que acababa de abandonar. El reposo en el sillón seria alterado por un nuevo cambio de dirección en las piernas. o inflando el cuello para decir: “pues si, sin testigo ¿para qué vas a escribir la carta, atar la soga a tu cuello y empujar la silla?”. “Letal es la vida, rápida y cruel debe ser nuestra muerte -concluyó. Me giré hacia atrás, era un territorio bien descrito, pero acababa de descubrir que no me pertenecía. ¿Le puedo ayudar? -pregunté. “De Vd. fe” –corto e incorregible epitafio para una tumba pensé. _Yo no soy capaz –me revolví. Es tan fuera de lugar, es una forma de morir que va en contra de nuestra experiencia. La Camada

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_¿No es que Vd. Jugaba con ella hasta hace poco?. Su pregunta cargada de ironía fue directa ante mis meses de estupidez pasados en esta casa. _Si pero al verle, he descubierto mi error. ¿A qué le teme? –le demandé. _No es temor, es impaciencia. Al hablar con Vd. me calmo. Pero pasaran unos días y volveré a desearlo. Y en unos segundos estaré listo nuevamente para la aventura. ¡Vd. debe ayudarme!. Le he elegido cuando disparé a ese perro. _No soy capaz. Su presencia comenzaba a incomodarme. Me puse de pie, dije: “Debe marcharse”. El se incorporó yendo hasta la puerta, me miraría antes de salir. Cerré y eché llave. Un ruido ensordecedor de canes enloquecidos volvió a presionar en mi puerta. Tenía miedo. No sabia que hacer. Al cabo de dos días de tener mi casa rodeada por la camada, decidí aceptar su propuesta

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