La Biblia y nuestro Futuro 1 Las gentes miran hacia el futuro con inquietud, y según sus posibilidades, estudian, trabajan y se preparan, esforzándose en buscar seguridad y estabilidad. Pero en realidad, el futuro es incierto para los miles de millones de personas que hay en el mundo y que compiten luchando para mejorar su situación o simplemente para alimentarse y alimentar a sus familias, y mientras gran parte de la humanidad vive en condiciones de pobreza, las naciones destinan la mayor parte de sus recursos a objetivos que por razones de prestigio y de poder, son considerados prioritarios. 2 La sociedad humana está habituada a la incertidumbre; conoce enfermedades, epidemias, penurias e injusticias; sabe de catástrofes en distintas zonas del planeta, de terrorismo, de continuas guerras y revueltas en un lugar tras otro, de abusos contra las personas y contra el ambiente de la tierra… y aunque en general las gentes se protegen de esta realidad, mentalizándose de que estas cosas poco tienen que ver con sus vidas, aquellos que creen en la existencia de Dios, podrían tal vez preguntarse si la humanidad ha sido abandonada a su suerte. Los hombres, que por sí mismos solo han llegado a un conocimiento parcial y bastante confuso de lo ocurrido en la tierra desde su creación, no conocen la respuesta, pero Dios no ha dejado al hombre en la ignorancia, pues “…el Señor Eterno no hace nada sin revelar sus designios a sus siervos los profetas”, (Amós 3:7) y ha facilitado a través de la revelación, respuestas fidedignas que están al alcance de todos los que, libres de prejuicios, desean conocerlas. 3 Con este fin, hace unos tres mil quinientos años se inició un libro que tardó otros mil seiscientos en completarse. Dios mismo participó en su composición al grabar sobre unas tablas de piedra, los diez principios básicos que, aún después de treinta y cinco siglos, constituyen el fundamento ético y moral de gran parte de la humanidad. El libro consta de sesenta y seis escritos, obra de Moisés y de unos cuarenta hombres más, que registraron la revelación bajo la guía del espíritu de Dios; por este motivo y a pesar de los largos intervalos de tiempo que los separan entre sí, sus textos se confirman unos a otros, complementándose y manteniendo una total unidad de pensamiento, propósito y mensaje. El conjunto de estas escrituras fue denominado Ta Biblìa por los primeros cristianos, un término que significa Los Libros, en el sentido de libros fundamentales, y hoy se conocen cómo la Biblia, la obra más traducida, impresa y divulgada que hay en el mundo. 4 A diferencia de otros libros considerados sagrados, la Biblia no solo transmite pautas morales altamente constructivas, también revela el progresivo desarrollo del designio de Dios para la humanidad, describiendo los acontecimientos y las señales de su desarrollo y de su conclusión, que sitúa en un momento aún futuro. Desde el principio declara el hecho de que “…el universo fue formado por medio de la Palabra de Dios, de modo que lo visible se originó a partir de lo que no se ve”, (Hebreos 11:3) y da la razón del camino emprendido por la humanidad, proporcionando los argumentos que fundamentan la necesidad de una redención y prediciendo la llegada de un salvador y el triunfo del propósito de Dios. Por todas estas cosas, Jesús atribuía a estos libros la autoridad de revelación divina, citándolos con frecuencia cómo testimonio de su cometido en la tierra. 5 Israel era el pueblo que por las promesas hechas a Abraham, había recibido la revelación, sin embargo sus gentes se habían acostumbrado a interpretarla
según la enseñanza que los escribas y los fariseos impartían. Esto creó una fuerte tradición judía, no siempre en armonía con el espíritu de la Ley y de los profetas, y por esta razón Jesús reprendió públicamente a los maestros de Israel, diciendo: “…Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas; porque está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden servicio sagrado, puesto que imparten disposiciones humanas cómo doctrinas’… vosotros os aferráis a la tradición humana abandonando las disposiciones de Dios… violáis el mandamiento de Dios por causa de vuestra tradición…” (Marcos 7:6-9 e Isaías 29:13) Con esto, aunque en las Escrituras había cientos de profecías que se referían a los acontecimientos de la vida de Cristo y a las circunstancias de su muerte, el pueblo esperaba a un Mesías o Cristo guerrero que luchase contra las demás naciones, y venciéndolas, gobernase el mundo desde Jerusalén, y puesto que Jesús no coincidía con esta imagen, fue rechazado a pesar de las señales que Dios ejecutó a través suyo. 6 Temiendo que con el tiempo, la tradición religiosa llegase también a dominar en la Congregación, Pablo instaba a los discípulos a respetar “…el principio de no ir más allá de lo que está escrito, de manera que ninguno se sienta superior a los demás”, (1Corintios 4:6) y escribía a los Tesalonicenses: “… siempre damos las gracias a Dios, porque su Palabra, que vosotros escuchasteis a través nuestro, no la recibisteis cómo si fuese la palabra de hombres, si no cómo lo que en realidad es, la Palabra de Dios…” (1Tesalonicenses 2:13) También Pedro escribía a los discípulos: “Tengo interés en recordaros estas cosas una y otra vez… porque me parece justo manteneros despiertos con mis exhortaciones mientras viva… y quiero que aún después de mi partida, tengáis siempre la manera de recordarlas”; (2Pedro 1:12-15) porque “…tal como hubo falsos profetas entre el pueblo, también habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán disimuladamente herejías destructivas…” (2Pedro 2:1) Y Juan, en favor de la validez eterna de la enseñanza que se halla en las Escrituras, decía: “Amados, no os escribo una enseñanza nueva si no una antigua que ya tenéis desde el principio. Esta enseñanza antigua es la palabra que escuchasteis, que es para todos siempre actual…” (1Juan 2:7-8) 7 Jesús había declarado al pueblo de Israel: “…llega la hora y ahora es, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren”. (Juan 4:23) Y exhortaba a sus seguidores diciendo: “Si os mantenéis en mi palabra, verdaderamente seréis mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. (Juan 8:3132) Salomón había escrito: “Una mosca muerta estropea un frasco de ungüento perfumado…” (Eclesiastés 10:1) ninguna mentira puede por tanto ser aceptada por los discípulos de Jesús, porque Pablo dice con respecto a la responsabilidad que ejercen: “…considerad que solo somos hombres, unos ayudantes de Cristo en la administración de las revelaciones divinas y lo que se exige a cada uno de los administradores es la fidelidad”. (1Corintios 4:1-2) Quienes deseen hacer la voluntad de Dios tienen pues que conocer bien su palabra: la enseñanza sana transmitida mediante su espíritu y registrada por los apóstoles y los primeros discípulos, permaneciendo fieles a ella y rechazando cualquier doctrina ajena, asimilada tras la muerte de los apóstoles cómo tradición eclesiástica. 8 Para mostrar a los discípulos la importancia de confiar únicamente en la revelación Bíblica, Pedro escribió: “Nosotros no os hemos dado a conocer la venida y las poderosas obras de nuestro señor Jesús Cristo mediante historias
inventadas, pues fuimos personalmente testigos oculares de su grandeza cuando recibió el honor y la gloria de Dios Padre, porque a él se dirigió la voz desde la gloria majestuosa, diciendo: ‘Este es mi hijo amado, el que yo he elegido’, y nosotros que estábamos con él en el monte santo, oímos esta voz que venía del cielo; aunque tenemos una confirmación más segura todavía en la palabra profética y haréis bien en prestarle atención, porque es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y resplandezca la luz en vuestros corazones. Pero primero debéis saber que ninguna profecía de la Escritura proviene de una interpretación personal, porque ninguna de las profecías vino nunca por la voluntad del hombre, si no que los hombres hablaron de parte de Dios, impulsados por el espíritu santo”. (2Pedro 1:16-21) 9 Y si esto es así, cuando el santo espíritu de Dios declara mediante la profecía, que “…la Palabra de Dios… vive para siempre y… jamás viene a menos…”; (1Pedro 1:23) que el Creador no ha hecho la tierra “…simplemente para nada, si no que la ha formado para que sea habitada...”; (Isaías 45:18) que “… todo el mundo está bajo el poder del Maligno… pero… el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado el discernimiento necesario para reconocer al Dios verdadero y eterno…” (1Juan 5:19-20) y que “…estamos esperando unos nuevos cielos y una nueva tierra según su promesa, que alberguen la justicia”, (2Pedro 3:13) podemos estar seguros de que las cosas prometidas se realizarán sin falta, aunque para afianzar la fe que es la base de nuestra esperanza, debemos conocer bien los sucesos que encaminaron a la humanidad hacia su actual situación. 10 Comencemos pues desde las primeras páginas del primer libro, donde se relata que Dios creó al hombre con los elementos del suelo, llevándole luego a su jardín. A partir de aquí, leemos que Dios “…había hecho crecer en aquel terreno cualquier árbol agradable a la vista y bueno para alimentarse…” (Génesis 2:9) Con el tiempo, el hombre y sus descendientes hubiesen extendido aquel jardín por toda la tierra, mientras disfrutaban de una vida sin muerte cómo la de los ángeles. Dios había creado al hombre “…a su imagen. Los creó varón y hembra y los creó a imagen divina, y luego los bendijo diciendo: ‘Fructificad y aumentad, llenad la tierra y ocupadla; gobernad sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y sobre cualquier animal que se mueva en la tierra…” (Génesis 1: 27-28) Él no había hecho al hombre para la muerte si no para la vida. 11 Siendo a imagen de Dios, los primeros humanos eran moralmente perfectos y dotados del libre albedrío que les permitía crearse una personalidad propia, de acuerdo con sus inclinaciones y preferencias. Ahora bien, los hombres estaban destinados a multiplicarse sobre la tierra y este hecho daría lugar a la convivencia de personas con temperamentos e intereses diferentes. Era pues necesario que el Creador estableciese en favor de sus hijos terrestres, unos arquetipos o modelos que les orientasen en cuanto a la respetuosa relación que debían mantener entre ellos y con su Creador. Y puesto que había dotado al hombre de una inteligencia que le capacitaba para razonar, dispuso una ordenación básica que le permitiese desarrollar objetivamente el criterio que determinaría su conducta. 12 Con este fin, “…El Eterno Dios tomó al hombre y le llevó al jardín de Edén para que lo custodiase y lo cuidase…” (Génesis 2:15) pero no se lo cedió en propiedad. Aquel jardín era de Dios y constituía el santuario donde él se encontraba con el hombre; el hombre tenía que comprender el límite que el
respeto a la propiedad impone, para transmitirlo a sus descendientes y facilitarles la convivencia. Por otro lado, Dios es el padre de su creación y la única autoridad sobre ella; el hombre no debía pues obediencia a ningún otro ser en el cielo o sobre la tierra, pero tenía que reconocer la autoridad absoluta de Dios, porque solo aceptando sus disposiciones voluntariamente, garantizaba la libertad en igualdad de las personas que poblarían la tierra. Por esta razón, Dios “…le dio un mandato, diciéndole: ‘Te alimentarás comiendo con entera libertad cualquiera de los frutos de los árboles del jardín, pero no debes comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque cuando lo comas, muriendo, morirás’…” (Génesis 2:16-17) 13 Se comprende que el conocimiento del bien y del mal no estaba relacionado con la adquisición de sabiduría si no con la adquisición de una clase de autoridad que solo pertenece a Dios, y cualquier otro ser que de acuerdo a su propio criterio, pretendiese establecer lo que es el bien y lo que es el mal, se situaba en el lugar del Altísimo, impugnando su autoridad. Por esto cuando Dios dio al hombre este mandato, también le advirtió de que si en el uso de su libertad, actuaba injustamente, se procuraría la muerte; una muerte que no consistiría en una ejecución ni sería inmediata, pero que le alcanzaría inexorablemente. Era pues vital para el hombre, comprender que aún siendo libre, al oponerse al Creador, única fuente de toda vida, cortaría su relación con él y decaería moral y físicamente hasta dejar de vivir. Por su propio bien, tenía que aceptar desde un principio, que Dios es el “…único Soberano, el Rey de los que reinan, el Señor de los señores, el único en poseer la inmortalidad…” (1Timoteo 6:15-16) y que en beneficio y protección de la vida y de la libertad de todos los seres, él es el único que tiene autoridad para juzgar y para establecer lo que es el bien y lo que es el mal. 14 Dios había creado a sus hijos para la vida feliz que la salud, la libertad y el amor proporcionan, pero para que su condición perdurase, ellos debían permanecer en voluntaria armonía con él. Y verdaderamente, el hombre y la mujer disfrutaban de todo cuanto pudiesen necesitar; y tenían ante ellos muchas cosas que observar y aprender, y muchos proyectos que desarrollar, mientras la tierra se poblaba con sus descendientes. Ahora bien, en este punto las Escrituras muestran la intervención de uno de los hijos angélicos de Dios, que sitúan en aquel jardín, desvelando que había llegado a codiciar el poder que la absoluta autoridad moral proporciona sobre los demás. El profeta Ezequiel se refiere a él cuando escribe: “Eras el sello de una obra maestra, lleno de sabiduría, perfecto en hermosura. Estabas en Edén, en el jardín de Dios... yo te había hecho un Querubín protector... y fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación hasta que se ubicó en ti la injusticia, cuando por causa de tus numerosas intrigas, te llenaste de violencia y erraste, Querubín protector... ahora, ya no vivirás para siempre”. (Ezequiel 28: 12-19) 15 Para lograr la supremacía sobre los hijos de Dios, este poderoso Querubín que debía protegerlos, pensó en enemistarlos con Dios y entre sí, dividiéndolos en una contienda relacionada con la autonomía moral. Y para defender su objetivo sin ser inmediatamente condenado, aquel que el apóstol Juan identifica cómo “…el Gran Dragón, la Antigua Serpiente, el llamado Diablo y Satanás que está engañando a la humanidad entera,” (Apocalipsis 12:9) necesitaba la complicidad del hombre; entonces se dirigió a la mujer, la más joven criatura de Dios, y le dijo: “¿Es cierto que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín? La mujer contestó… ‘Podemos comer cualquiera de los frutos de los árboles del jardín, solamente del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No lo comáis ni lo toquéis, porque moriríais’… la serpiente
dijo a la mujer: ‘¡De ningún modo moriréis! Bien sabe Dios que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y os haréis cómo Dios, teniendo conocimiento del bien y del mal’. Y viendo la mujer que el árbol era bueno para alimentarse, agradable a la vista y deseable para adquirir conocimiento, tomó su fruto y comió, dándoselo también de comer a su hombre”. (Génesis 3:16) 16 De esta voluntaria complicidad del hombre que dejó el destino de la humanidad en poder de “…las fuerzas espirituales malvadas que habitan las regiones celestes”, (Efesios 6:12) Pablo escribió: “Igual que por causa del primer hombre el pecado entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) A causa de su rebelión, el hombre que había sido creado para vivir, adquirió la muerte para sí y para sus descendientes; pero cuando Dios dirigió a la serpiente estas entonces misteriosas palabras, mostró que él no abandonaba a la humanidad a su suerte, le dijo: “… pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu progenie y la suya; él te aplastará la cabeza y tu le herirás en el talón”. (Génesis 3:15) Este relato del libro de Génesis es fundamental para comprender la necesidad que el hombre tiene de redención; Pablo basa en él muchos de sus argumentos y lo cita de manera explícita cuando escribe: “… Adán fue formado primero y más tarde Eva, además, Adán no fue engañado, fue Eva la que seducida, transgredió”, (1Timoteo 2:13-14) o “…me temo que tal cómo la serpiente sedujo a Eva con sus artimañas, por algún motivo, también vuestras mentes se alejen de la sencillez y de la pureza que tienen para con Cristo”. (2Corintios 11:3) 17 Alejados de Dios, los hombres habían heredado la muerte y la tendencia al pecado; la humanidad estaba pues muerta y ningún hombre, hiciese lo que hiciese, podía recobrar la condición original del primero. Tal cómo se escribió: “Ningún hombre puede rescatar a su hermano o pagar ante Dios el precio de su propio rescate; pues es tan alto el rescate de la vida, que nunca lo alcanzaremos para poder seguir viviendo sin ver jamás el sepulcro”. (Salmo 49:7-8) Es cierto sin embargo, que la humanidad no había sido “…sometida a la futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que transgredió”, y gracias a la misericordia del Creador, mantenía “…la esperanza de llegar a ser emancipada de la esclavitud a la corrupción, para poder participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Romanos 8: 20-21) La vida del hombre dependía entonces de la misericordia de Dios, y dice la Escritura: “...si se hallase un ángel que le favoreciese, uno solo entre los miles que haciendo de mediador apoyase su justificación, uno que mostrándole compasión, dijese: ‘¡He hallado para él un rescate, redímelo de bajar a la fosa!’ Su carne se tornaría más lozana que en su vigor y volvería a los días de juventud; entonces suplicaría a Dios y él le escucharía, mostrándole con alegría su rostro, pues el hombre habría sido restituido a la rectitud...” (Job 33: 22-26) 18 Así pues, solamente uno de los hijos de Dios nacidos sin pecado, podía proporcionar a los descendientes de Adán una redención que se adaptase a las inalterables leyes establecidas por Dios para el gobierno de su creación. No resultaba una cosa sencilla, se necesitaba a un hombre que fuese descendiente de Abraham y judío, y también hermano de Adán por ser hijo del mismo padre. Todas las cosas debían cumplirse tal cómo Dios había dispuesto y anunciado mediante las promesas a los antepasados, mediante las declaraciones a los profetas, y también mediante la Ley entregada a Moisés, que el redentor debía cumplir perfectamente; y de acuerdo con la Ley, quien hubiese perdido su libertad, solo podía ser rescatado por alguno de sus parientes. (Levítico 25: 47-
48) Así que el hijo primogénito del Creador, uniéndose a la intervención de Dios en favor de la humanidad, se presentó a él para decirle: “No te has complacido en sacrificios y ofrendas… No has aprobado holocaustos ni sacrificios por el pecado, entonces he dicho: ‘Mira, voy yo, cómo en el rollo del libro se ha escrito de mí, para hacer ¡Oh mi Dios! tu voluntad’”. (Hebreos 10:6-7) (Cuando se habla de los sacrificios y ofrendas se hace referencia a las dádivas vegetales y animales que se ofrecían según la Ley de Moisés) 19 Entonces un ángel se presentó a María, una joven virgen judía descendiente del rey David, para anunciarle las disposiciones de Dios, y ella las aceptó voluntariamente, diciendo: “He aquí la esclava del SEÑOR, hágase en mí según tu palabra”. (Lucas 1: 37) De modo que concibió y dio a luz a un hijo, que por indicación del ángel, fue llamado Yahushua, que quiere decir Yahúh salva. (Lucas 1: 31-35) El ángel había dicho a María: “…el espíritu santo bajará y el poder del Altísimo extenderá sobre ti su sombra; por esto aquel que nacerá será puro, y llamado hijo de Dios”. (Lucas 1:35) Jesús fue pues un hombre puro, o sea, un hombre libre del pecado heredado, por ser cómo Adán, directamente hijo de Dios. Pablo dice: “Está escrito que el primer Adán fue hecho alma viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de vida”, (1Corintios 15:45) porque ofreció su vida para que la humanidad recuperase la que no había podido heredar. Desde entonces, “...la fe en el poder redentor de su sangre, es la base para que Dios, por su misericordia, atribuya la justificación” a los hombres, considerando la fe que voluntariamente ejercen en su propósito y en Cristo, cómo rectitud. (Romanos 3:26) 20 Durante su ministerio, Jesús había dicho a sus seguidores: “En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y aquellos que la escuchen vivirán”, (Juan 5:25) La humanidad estaba muerta, pero por la misericordia de Dios, podía alcanzar la rectitud y la vida escuchando a Jesús y poniendo fe en el valor de su sacrificio. Y si bien Pablo dice que “…el hablar de este sacrificio es absurdo para los que van a perecer… para nosotros los que somos salvados, es la demostración del poder de Dios”, (1Corintios 1:18) pues comprendemos por medio de la fe, que si “...por una sola trasgresión la condena se extendió a todos los hombres, por un solo acto de justicia, la justificación que da la vida se extiende a todos los hombres, y si por la trasgresión de un solo hombre, muchos han sido constituidos pecadores, por la obediencia de un solo hombre, también muchos son justificados”. (Romanos 5:17-19) Así, “Si la muerte llegó por medio de un hombre, también la resurrección llega por medio de un hombre, para que del mismo modo que mueren todos por la culpa de Adán, vuelvan todos a la vida por medio de Cristo”. (1Corintios 15:21) 21 Con respecto a la actitud mostrada por Cristo, Pablo explica: “…a pesar de existir en forma divina, no buscó hacerse igual a Dios, y abandonando su posición, asumió la condición de un servidor haciéndose igual a los hombres. Y cuando se encontró en la condición humana, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de sacrificio. Por esta razón Dios le ha elevado a una posición superior y le ha dado un nombre más sobresaliente que cualquier otro, para que ante el nombre de Jesús, todos los que están en los cielos, sobre la tierra o bajo la tierra, (los que murieron) doblen las rodillas, y todas las bocas proclamen que Jesús Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:5-11) Dios le ha hecho pues Señor de todas las cosas por la fidelidad que demostró, y por esto en el libro del Apocalipsis, que relata el final de este mundo y el comienzo de un mundo nuevo bajo el gobierno de Cristo, Juan le describe diciendo: “…Sus ojos brillaban cómo una llama de fuego y
había sobre su cabeza muchas diademas… Su nombre es ‘La Palabra de Dios’… Sobre su manto tenía escrito… ‘Rey de reyes y Señor de señores’”. (Apocalipsis 19:12-16) En armonía con esto, cuando Pilatos preguntó a Jesús: “¿Acaso eres tú Rey?’ Jesús respondió: ‘Sí, cómo tú dices, soy Rey…” (Juan 18:37) 22 Él, cómo rey designado por su Padre, enseñó a sus discípulos a pedir a Dios que trajese su reino a la tierra según su propósito. Les dijo: “Debéis orar así: Padre nuestro que estás en los cielos… venga tu reino a nosotros y hágase tu voluntad así en la tierra cómo en el cielo…” (Mateo 6:9-10) Y puesto que todos sus discípulos compartían la esperanza de que el reino de Dios sería establecido en la tierra cuando él retornase cómo rey, Pedro exhortaba a los israelitas diciendo: “…convertíos para que vuestros pecados sean borrados; para que llegue el tiempo consolador de la presencia del Señor y sea enviado a vosotros aquel previamente designado: Jesús Cristo, que el cielo debe retener hasta el momento de la restauración de todas las cosas declaradas desde la antigüedad por Dios, a través de sus santos, los profetas suyos”. (Hechos 3:1921) Y Pablo afirmaba “…Cristo, tras haberse ofrecido una sola vez para abolir por siempre los pecados de muchos, volverá a manifestarse de nuevo en una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los que le esperan para ser salvados”. (Hebreos 9:28) 23 Por esto, mientras Jesús contemplaba con sus discípulos el entonces magnífico conjunto de los edificios del Templo de Jerusalén, les dijo: “¿No veis todas estas cosas? Pues yo os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. De modo que cuando se sentaron a descansar, ellos le preguntaron: “Dinos ¿Cuándo sucederá esto? Y ¿Cuál será la señal de tu presencia y del final de este mundo?” (Mateo 24:1-3) Él les habló del futuro y “…les dijo: ‘Vigilad que no os engañen, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: ‘Soy yo’, y ‘ha llegado el momento’, pero vosotros no vayáis tras ellos...” (Lucas 21:8) Luego, hablando para todos los que en el futuro pusiesen fe en su nombre, dijo algunas cosas que tenían que ocurrir y mencionó acontecimientos y señales que precederían a su retorno y a la instauración de su reinado, que acabaría con este mundo “bajo el poder del Maligno”. (1Juan 5:19) 24 Les dijo: “…’Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os alarméis, son cosas que antes tienen que suceder, pero el fin no viene tan pronto. En aquel tiempo’, les dijo, ‘se instigará a nación contra nación y a reino contra reino. Habrá grandes catástrofes naturales (la palabra griega seismoi no solo designa terremotos, también todo tipo de catástrofes naturales) y según el lugar, epidemias y hambres. Ocurrirán sucesos pavorosos y también ocurrirán grandes fenómenos desde el cielo” Y hablando de nuevo para sus discípulos, dijo: “… pero antes de todas estas cosas, a vosotros os atraparán y os perseguirán para entregaros a las sinagogas y prisiones, y por causa de mi nombre, os llevarán ante reyes y gobernantes… Cuando veáis a Jerusalén cercada por los ejércitos, comprended que ha llegado el momento de su destrucción; entonces los que estén en la Judea corran hacia los montes y los que estén dentro de ella (la ciudad de Jerusalén) ¡Huyan! Y los que se encuentren en los campos, no entren en ella, porque estos serán días de venganza para que se cumpla todo lo escrito…” Y “…Jerusalén será pisoteada por las naciones hasta que los tiempos de las naciones se cumplan”. (Lucas 21: 8-22,24) 25 Después de declarar estas cosas, Jesús continuó con las que ocurrirían una vez finalizasen los tiempos que Dios ha concedido a los gobiernos del mundo, y dijo: “…habrá señales en el sol, en la luna y las estrellas, y sobre la tierra
ansiedad en las naciones, que estarán angustiadas por el fragor y las olas del mar, mientras los hombres se desalentarán por causa del temor y ante la perspectiva de lo que sobre la tierra ha de suceder. De hecho, los poderes de los cielos serán sacudidos y entonces verán llegar sobre una nube al Hijo del hombre, con gran poder y gloria…” (Lucas 21: 25-28) 26 El profeta Ezequiel había escrito: “Esto es lo que ha dicho el Señor Soberano Yahúh: ‘¡Ay de los profetas estúpidos, que andan tras su propia inspiración, sin haber visto nada!’…” (Ezequiel 13:3) Y en armonía con estas palabras, Jesús quiso advertir a los que en aquel tiempo esperasen su regreso, de que algunos, yendo más allá de lo escrito y basándose en sus propios cálculos, se adelantarían a los acontecimientos anunciando una y otra vez su llegada invisible o su presencia, y dijo: “Entonces si alguno os dice: ‘Aquí está el Cristo’ o ‘allá está’, no os lo creáis, porque surgirán falsos ungidos y falsos profetas que harán grandes señales y cosas prodigiosas, para engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos ¡Mirad que os lo he predicho! Por esto, si os dicen: ‘¡Allí está, en el desierto!’ no vayáis; ‘¡Allí está, en sus aposentos!’ (El anuncio de una presencia invisible) no os lo creáis; porque tal cómo el relámpago sale del levante y brilla hasta el poniente, así será la presencia del hijo del hombre…” (Mateo 24:23-27) Y entonces “El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y desde los cuatro vientos, reunirán de un extremo a otro de los cielos, a sus elegidos”. (Mateo 24:31) Pero advirtió: “De este día y de esta hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre…” (Mateo 24:36) 27 Unos 700 años antes del nacimiento de Jesús, Isaías había escrito: “Yahúh dice: ‘¡Mira! Voy a crear unos cielos nuevos y una tierra nueva, ya no serán mentados los anteriores ni acudirán a la memoria, y los que crearé traerán para siempre alegría y regocijo, porque haré de Jerusalén ‘Regocijo’ y de su pueblo ‘Alegría’, y yo me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, y jamás se oirán allí ni lloros ni lamentos”. (Isaías 65:17-19) Muchos años después, el apóstol Juan confirmaba estas palabras, escribiendo: “... vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior habían desaparecido y el mar ya no existía. Y vi como Dios hacía descender del cielo a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, (el gobierno de Dios bajo Cristo que regocijará a la humanidad llenándola de alegría) adornada cómo una novia para su esposo. Entonces oí una voz potente que provenía del cielo y decía: ’La tienda de Dios (el templo construido por ‘piedras vivas’, del que Cristo es la piedra angular. 1 Pedro 2: 4-5) está con la humanidad, (la nueva sociedad humana que habite la tierra) y permanecerá con ella, porque ellos serán su pueblo. Dios mismo intervendrá en su favor y enjugará toda lágrima de sus ojos, ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado’. Aquel que se sienta en el trono me dijo: ‘¡Mira! hago nuevas todas las cosas’ y continuó: ‘Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces’”. (Apocalipsis 21:1-5) Así es cómo las Escrituras describen el futuro de la humanidad en “la futura tierra habitada de la que nosotros hablamos”. (Hebreos 2:5) 28 Sirvamos pues a Dios con espíritu y verdad. No hay que temer divulgar y defender estas cosas que hablan del futuro del hombre conforme a los designios de Dios y que forman parte de la buena nueva que está en las Escrituras, porque dice Pablo que “…todas las cosas que se escribieron, fueron escritas para nuestra instrucción, para que por medio de la perseverancia y por el consuelo que proviene de las Escrituras, podamos mantener la esperanza”. (Romanos 15:4) Jesús había prometido a sus apóstoles “…el Hijo del hombre ha de volver en la gloria de su Padre con sus ángeles y entonces recompensará a cada uno según su cometido”. (Mateo 16:27) Y puesto que el cometido de sus
seguidores es difundir con fidelidad la buena nueva tal cómo fue escrita, debemos aprender y “…recordar correctamente las palabras de los santos profetas y las instrucciones que el Señor y Salvador nos ha transmitido por medio de los apóstoles”, (2Pedro 3:2) ya que fundamentan nuestra fe en que “…en armonía con su polifacética sabiduría, Dios ha realizado su secular propósito por medio de nuestro señor Jesús Cristo”. (Efesios 3:10) 29 Ciertamente, el hombre que muestra fe en el propósito de Dios tiene ante sí un maravilloso futuro; y aunque Pedro dice que: “…en los últimos días se presentarán burlones… y mofándose, dirán: '¿Donde está su prometida presencia?… estos olvidan voluntariamente que por la Palabra de Dios, en la antigüedad fueron constituidos unos cielos y una tierra que surgió del agua y que estaba rodeada de agua, y que por orden de la misma Palabra, aquel mundo de entonces fue destruido por el agua del diluvio…” (2Pedro 3:3-6) Pues bien, del mismo modo que en aquel tiempo una familia puso fe en la salvación que Dios ofrecía y siguiendo sus instrucciones, salvó la vida al construir un arca, pongamos ahora fe en Cristo, el medio que Dios nos ofrece para alcanzar la vida prometida y viviremos para disfrutar de aquella unión con Dios para la que fuimos creados.