LA
ANCIANA DE
MAGDALENA
DEL
MAR
Diana Zorrilla, Morena - “(sonidos ininteligibles) el botón de mi televisor”. Tras salir de la oficina en una calle pacífica de Magdalena del Mar, caminé algunos metros hasta la tienda, no cabizbaja pero sí meditabunda: no me llama, pensé. Conseguí mi barra de chocolate gringo relleno de maní y caramelo. Crucé la pista. Mientras yo suspiraba, una anciana bajita y además encorvada se dirigía hacia mí. No entendía lo que intentaba decirme, tal vez le faltaban algunos dientes. Me hablaba como continuando una conversación que nunca habíamos tenido y casi me hacía un reclamo, pero en realidad estaba pidiendo ayuda. Entendí que un botón de su televisor no estaba funcionando y necesitaba que alguien lo arregle, por eso había salido al frío de la calle en julio, abrigada con un chal rojo y unos zapatos bajos de suela dura, cuyos tacos daban pequeños golpes al suelo mientras andaba, casi arrastrando los pies, lentamente y sin separar mucho uno del otro. - ¿Usted vive por aquí?– pregunté, imaginando que una tecla averiada de un televisor era solo una excusa y que la viejita acababa de escaparse de casa, como hacen tantos ancianos que sufren de alzheimer. Y me atoré con el chocolate mientras le hablaba. Me dijo que vivía cerca, que el botón del televisor no funcionaba. Le pregunté a dónde iba y continuó con la cantaleta del botón. ¿Quién le ayudará a arreglar su televisor?, pregunté. Por un momento pensé que tendría algún vecino o conocido y que iba en su búsqueda, pero luego al verla marchar casi tambaleando y un poco desorientada me entró la duda y me quedé esperando a ver a dónde iba mientras terminaba mi barra de chocolate. No vaya a estar perdida, no podré dormir si me voy, pensé.
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Cruzó la pista y al pisar la otra acera pareció cambiar de idea, dio media vuelta y emprendió el regreso, mientras yo la observaba venir hacia mí de nuevo. Todo esto sucedía tan lento como su caminata, así que mientras volvía, fui a consultar a un guardián si sabía quién era esta anciana o dónde vivía, pero fue en vano. - ¿No funciona el botón de su televisor? ¿Dónde vive usted? ¿Vive sola? ¿Cuál es su nombre? ¿Qué edad tiene? Fueron algunas de las preguntas que le hice. La acompaño a su casa. Y ella aceptó. Melisa Mujica, me dijo. Que vivía con su hermana de 40 años, que ella tenía 52. Le calculaba unos 20 más. Tal vez se olvidó que los había cumplido o quiso tomarme el pelo, no importa. Íbamos muy despacito. Yo no tenía prisa tampoco. No me animaba a cogerla del brazo por temor a retrasar más su marcha y por falta de confianza. En cualquier momento aparecen sus hijos y me van a mirar raro, pensaba. Hizo una curva hacia la quinta que siempre había mirado de lejos, la seguí mientras conversábamos. Yo trabajo aquí, señalando con el brazo. Por el Lima cricket, me respondió. Sí, por el cricket. - ¿Hace cuánto vive aquí? - Hace como 50 años- respondió. - ¿Y tú qué eres?- preguntó Melissa. - Soy periodista.- Y evité dar más explicaciones. - Qué bien.– contestó ella y continuó la conversación mencionando a Laura. Asumí que hablaba de Laura Bozzo y le contesté que ya no tenía programa porque no la querían en ningún canal. Para entonces habíamos llegado a su casa. - ¿Trajo llave?– pregunté. Pero ella extendió la mano algo deforme y dio un golpe suave a la puerta que no tenía puesto el cerrojo. Se abrió y la vieja entró a la cocina. Quise despedirme. Se oía el ruido de un televisor, la casa estaba oscura. Quizá había alguien más en ella. Sentí algo de desconfianza. - Bueno, ya me voy. - Ven, entra. Más que las palabras, su expresión facial y su ademán me invitaban a seguirla. Me dio pena dejarla y atravesé la puerta. La primera pieza se veía bastante modesta, un
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repostero antiguo y la cocina… no puedo recordar detalles de ella, pero allí estaba. El fluorescente daba luz al ambiente pintado de verde claro. Un coche de bebé despertó mi curiosidad. - ¿Hay niños aquí? - No. - ¿Y este cochecito? - Es de una señora que (ininteligible). Ven. La pieza siguiente estaba a oscuras pero por la ventana se reflejaba la luz de la calle. Los sillones estaban cubiertos por fundas floreadas, de las que suelen verse en casa de las abuelas. Por la ventana había podido verlos mejor y la habitación parecía estar ordenada y limpia, pero no porque recibiera mucho mantenimiento, sino porque nadie la usaba. Pronto nos encontramos ante unas escaleras de madera. No sabía si ayudarla o no. Se sostuvo de una baranda con un brazo y se impulsó luego de alcanzar la otra mientras subía el primer peldaño. Yo me quedé detrás de ella y muy cerca por si tropezaba o sucedía cualquier cosa. Luego de un rato llegamos arriba y su respiración se oía mucho más fuerte y agitada. Frente a nosotros se veía un baño, también modesto y antiguo. Ella continuó su camino hacia la derecha, de donde venía el ruido del televisor. Sin entrar pude ver una cama y tuve miedo de encontrarme con alguien más lúcido que Melisa y tener que explicarle qué estaba haciendo en su casa. Seguí a la viejecita que abrió la puerta por completo y se acercó al televisor. Yo observé rápidamente su dormitorio, también humilde, la cama semi tendida y una silla con una mesa delante, donde habría comido anteriormente. Allí quedó un trozo de pan, tal vez de Chancay. Me acerqué junto a ella y el televisor y la observé. La vista de Melisa debía estar fallando, pues cuando intentaba cambiar de canal, no siempre acertaba al botón con el dedo índice. Algunas veces sí y lograba cambiar el canal. Otras presionaba muy suave y no lo conseguía. Ya estaba allí y supuse que esperaba que yo intervenga, así que eso hice. - ¿Este es el botón que está fallando?- dije mientras lo presioné un par de veces ¿Qué canal quiere ver? WWW.MORENAESCRIBE.COM
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- Ese está bien. Gracias. Comprendí que ya había solucionado su problema. No esperé más y me despedí. - Bueno, entonces me voy. Ha sido un gusto Melisa. - Gracias. ¿Por qué no vienes a visitarme? Yo vivo en la quinta, hacia el lado izquierdo. - Ok, vendré a visitarla- respondí. Le dí un beso en la mejilla y regresé por donde vine. Crucé la puerta de su habitación mientras escuchaba su taconear nervioso. Por un momento pensé que venía tras de mi para acompañarme a la puerta, pero no fue así. Bajé las escaleras rápidamente, entré a la cocina, abrí la puerta a la que Melisa no logró colocar el cerrojo por falta de movilidad en los dedos y salí de la casa tomando con la mano derecha el tirador. Cerré la puerta blanca y me fui con algo de pena. Melisa me dijo que no tenía hijos. Debo tener hijos que me cuiden cuando sea vieja, pensé. ¿Y si me envían a un asilo o manicomio? Tal vez es mejor estar sola como Melisa a exponerse a tener hijos mal agradecidos. Igual quiero tener hijos, pensé. Seguí caminando mientras imaginaba que es posible que la anciana haya salido a la calle para buscar vida social. No debe ser fácil llegar a su edad sin nietos o quién te alegre o fastidie la vida. ¿Sería cierto que vivía con la hermana? Totalmente sola no estaba, pues no está en condiciones de mantener esa casa, que se encontraba bastante limpia. Me pregunto si la visitaré. O si me abrirá la puerta. Habrá que probar.
(Lima, 30 de julio de 2009)
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