Juan Carlos Gomez - Gombrowiczidas 23

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Gombrowiczidas

Juan Carlos Gómez

2009

WWW.ELORTIBA.ORG

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WITOLD GOMBROWICZ Y JEAN RACINE “Nuestros sabios de la escritura, ocupados generalmente en la salvaguarda del idioma polaco, no pudieron cumplir con su papel de asignarle a nuestra literatura el lugar que le correspondía entre las otras, de conferir rango mundial a nuestras obras maestras. Sólo un gran poeta, un maestro de la lengua, podría dar a sus compatriotas una idea acerca del nivel de nuestros poetas, situados a la altura de los más grandes del mundo, convencerles de que nuestra poesía está hecha del mismo metal noble que la de Dante, Racine y Shakespeare” Son unas palabras que Jan Lechon pronunció en una conferencia que dio en Nueva York para la colonia polaca donde aparece Racine como uno de los campeones de la literatura universal. Gombrowicz no estaba de acuerdo con Lechon, sólo distinguía a Shakespeare con estos laureles, en cambio Dante era para él un inmoral y Racine no le parecía gran cosa. También tenía diferencias con Shakespeare pues para Shakespeare los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para Gombrowicz eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida. Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la rigidez de las formas puras. La acción de sus piezas de teatro transcurre en un medio cortesano, un poco porque quería imitar a Shakespeare y otro poco porque sus manías genealógicas nunca lo abandonaron del todo. Su familia tenía una posición ligeramente superior a la media de la nobleza polaca, pero no pertenecía a la aristocracia. La pertenencia de Gombrowicz a una clase social situada entre la alta aristocracia y los hidalgos campesinos se le manifestó como un gran problema que llegó a tener alcances de obsesión, una obsesión que se le mitigó en la Argentina. El encuentro con Berlín, la ciudad en la que se había planificado la ruina de Polonia, y la enfermedad habían puesto a Gombrowicz fuera de concurso. Royaumont es una transición, en la vieja abadía Gombrowicz recupera el dominio y la alegría que había perdido en Berlín. “Una abadía del siglo XIII, donde san Luis servía a los monjes y donde, al parecer, gobernó a Francia durante un tiempo; un gótico poderoso, de base cuadrada, de cuatro pisos, murallas, galerías, arcos, rosetones, columnas, un parque tranquilo con canales y estanques de agua verde y podrida” Royaumont era un centro científico y cultural donde se celebraban congresos internacionales, conferencias, conciertos y seminarios. Tenía conversaciones estrafalarias en el comedor destinado a los residentes habituales y a los miembros del círculo. Presidía la mesa un anciano muy distinguido, experto en quesos y devorador de ensaladas. Era sordo como una tapia, lo que no le impedía llevar la conversación con la cordialidad típica de los franceses: –Ah, es usted escritor polaco, perfecto, ¿me podría decir a cuál de los escritores franceses contemporáneos aprecia usted más? ; –¡A Sartre!; –¿A quién? ¿A Sartre? Sartre no es mi amigo para nada. ¿Y no le gusta Racine?; –¡Oh, no!; –¿Cómo que no?; –¡Pues no me parece gran cosa!; –¿Qué? ¿Perdone? ¿Qué ha dicho ese señor? ¿Qué no le parece gran cosa? Pero, perdóneme mi amigo, usted exagera.

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No sólo con este señor d‟Hormon sostenía diálogos de sordo, también con las damas intelectuales: –¿Usted comparte las opiniones que tiene Simone de Beauvoire sobre la mujer contemporánea?; –No del todo, yo tengo una opinión más bien parecida a la del emperador Guillermo: –„K.K.K‟, o sea, „Kinder, Küche, Kirche‟, es decir, „hijos, cocina, iglesia‟; –¿Qué, qué?, ¿usted está hablando en serio?; –Sí, estoy hablando en serio. Estas locuras arrogantes de Gombrowicz seducían a los estudiantes, así fue como sedujo a la Vaca Sagrada en esta vieja abadía medieval. Hablaba aparte con los jóvenes, especialmente con uno de los estudiantes más rebeldes: –¡Le, adoro, usted tiene el don de convertir a la gente en idiotas! Prefería la diversión a la seriedad, especialmente con el presidente del círculo, el señor André d‟Hormon, sordo como una tapia: –En su Renán está oculto Bergson; –Sí, es cierto, porque a la mónada hay que abordarla desde esta perspectiva, créame, he pensado mucho en ello, y además Demócrito...; –Desconfío de Teócrito; –¿Qué? ¿Heráclito? Sí, sí, hasta cierto punto comparto sus sentimientos, querido señor, pero los horizontes heraclitianos. “Nos escuchaban con devoción, en un silencio profundo, la mesa entera estaba suspendida de nuestros labios, hasta que finalmente el anciano me dio una palmadita en el hombro: –Somos del mismo piso” Jean Racine seguía al pie de la letra las enseñanzas de Aristóteles para concebir sus tragedias. “Los personajes en la escena no actúan para imitar caracteres, sino que reciben los caracteres como un accesorio, a causa de las acciones. Así las acciones y la fábula son el fin de la tragedia... Sin acción no puede haber tragedia, pero pueda haberla sin caracteres” Estas palabras pertenecen a las enseñanzas clásicas de Aristóteles sobre la tragedia griega. De sus tres componentes: el relato, la acción y los caracteres, sólo el relato y la acción son necesarios según el parecer del Estagirita. El teatro de Racine muestra la pasión como una fuerza fatal que destruye al que la posee. Respetando los ideales de la tragedia clásica, presenta una acción simple, clara, en la que las peripecias nacen de las propias pasiones de los personajes. Se le considera el principal exponente de la poesía clásica francesa. Sus siete tragedias más famosas figuran aún en el repertorio de la Comédie Française, y la interpretación de sus principales personajes se ha convertido en la máxima prueba para un actor en Francia. Los dramas de Racine contienen numerosas situaciones en las que intervienen intensas pasiones humanas, pero su estricto formalismo neoclásico, desprovisto de toda emoción espontánea, era para Gombrowicz una sustancia fría y artificial. Gombrowicz está de acuerdo con las enseñanzas de Aristóteles sólo en parte, y sólo en parte porque para él también el relato, es decir, la fábula es un elemento accesorio. La literatura, como cualquier otro género de arte, es un fenómeno social. El autor escribe para el lector, al que necesita para completar la realización de su obra, tal como el pintor necesita del espectador y el compositor del oyente. Gombrowicz tiene una concepción del arte compuesta de ideas contradictorias: la obra de arte debe ser intencional, pero sin que lo parezca. Rechaza las sustancia en cualquiera de sus formas: el carácter, el temperamento o la naturaleza humana. La herencia, la

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educación, el ambiente y la constitución fisiológica no son más que los grandes ídolos explicativos de nuestra época porque corresponden a una interpretación sustancialista del hombre. El término carácter proviene de un vocablo griego que significa sello o estampa. Y estamos habituados a emplear el término en el sentido de las peculiaridades estampadas en una persona como resultado de su herencia y de su medio. La literatura dramática de Racine se funda sobre caracteres de estructuras definidas, que determinan las acciones en circunstancia dadas. Pero Gombrowicz se convirtió en un autor dramáticos sin utilizar caracteres. Liquida la sustancia de los caracteres con la forma y con las palabras. “Las palabras se alían traicioneramente a espaldas nuestras. Y no somos nosotros quienes decimos las palabras, son las palabras las que nos dicen a nosotros, y traicionan nuestro pensamiento que, a su vez, nos traiciona (...) Las palabras liberan en nosotros ciertos estados psíquicos, nos moldean... crean los vínculos reales entre nosotros” La trama no tiene mucha importancia en la obra de Gombrowicz, la utiliza sólo como pretexto. Tampoco la tienen los caracteres, lo importante para él es la acción, por eso toda su creación, también las novelas y los cuentos, tiene esa marcada característica teatral.

WITOLD GOMBROWICZ Y HONORÉ DE BALZAC Existen obras gigantescas por las dimensiones que alcanzan siendo la de Aristóteles, la de Hegel y la de Balzac casos paradigmáticos. Sin embargo, el mero tamaño de un trabajo no salva a nadie de los comentarios maliciosos. En efecto, las opiniones sobre la calidad del pensamiento de Hegel, por ejemplo, están bastante divididas. Schopenhauer decía que era un charlatán; Stuart Mill era más drástico, clamaba a los cuatro vientos que el que se sentaba a conversar con Hegel se quedaba sin cerebro; el Asiriobabilónico Metafísico, bromeando con su amigo Dandy, chapuceaba que Hegel no sabía nada de nada y que era un bruto; y más recientemente un historiador de la filosofía dijo que el sistema de Hegel era tan imponente como el de Aristóteles y que no comprendía cómo había sido tan estúpido. Algunos hombres de letras franceses y hasta el mismísimo Napoleón estaban deslumbrados con la aristocracia polaca, al punto que Honoré de Balzac se enamoró perdidamente de Evelina Hanska, una condesa polaca que se casó con el escritor el mismo año de su muerte. “No habría sido de extrañar que yo escogiera a los Potocki y a los Radziwill como habían hecho Proust y Balzac. Pero, por otra parte, ya había notado ciertas pequeñas porquerías, que me dieron que pensar a mis catorce años... Por ejemplo... el hurgarse en la nariz. Sí, hurgarse en la nariz. Me percaté que la aristocracia practicaba este deporte con placer. También reparé en que el hurgarse la nariz de mis muchachos campesinos era de algún modo inocente (...)” “No producía ningún disgusto, mientras el mismo acto cometido por la mano de un Potocki o un Wielopolski resultaban ser terriblemente desagradable y repugnante. Ese

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inmenso descubrimiento empezó a orientarme hacia la izquierda. Pero a la vez me invadía una oleada de snobismo que perturbó durante largo tiempo mi desarrollo” También es cierto que muchos polacos estaban deslumbrados con los franceses, pero éste no era el caso de Gombrowicz. La primera educación que tuvo Gombrowicz se la proporcionaron la madre y las institutrices francesas, y es posiblemente entonces cuando se le empieza a formar su doppelgänger francés, un ectoplasma en el que, como en el “Retrato de Dorian Gray”, va colocando el paso del tiempo, la pérdida de la juventud y la aparición de la vejez. Éste es el origen de su fobia parisina, sabía que esta ciudad tocaba su parte más sensible, la edad, el problema de la edad, y su conflicto con París se debía a que era una ciudad que pasaba de los cuarenta. Estas ponzoñas se le removieron cuando se fue de la Argentina y volvió a Europa. Recuerda entonces en el diario a sus institutrices francesas que en la infancia lo habían adiestrado en el idioma y la urbanidad y con las que empezó a rechazar a la lengua francesa y a París. Emprende la conquista de esa ciudad declarándose antiparisino y lanzando un desafío similar al del personaje de Balzac: “Si voy allí, es en efecto para conquistar (...) en París tendré que ser enemigo de París”. Treinta y siete años antes había emprendido su peregrinación a Francia, un estudiante sin mundo, provinciano y, no obstante, profundamente ligado a Europa. En París caminaba por las calles, no visitaba nada y no tenía curiosidad por nada, sin embrago, su indiferencia no era más que una apariencia que ocultaba en el fondo una guerra implacable. Como polaco, como representante de una cultura más débil, tenía que defender su soberanía, no podía permitir que París se le impusiera. La necesidad de preservar su independencia y su dignidad le impedía gozar de París. En París vio a Polonia desde afuera, desde el extranjero. Crecía en él un espíritu de resistencia frente a la propaganda y las inclinaciones patrióticas de los polacos que vivían en París e incitaban a pregonar a Polonia en el extranjero. Pero en aquellos años no se sentía capaz de tomar una postura clara con respecto a la nación, cosa que ocurrió cuando se puso a escribir el “Transatlántico”. Las cosas empezaron a complicarse, no estudiaba, no pasaba los exámenes, ni se asomaba por el Instituto de Altos Estudios Internacionales. “Ni en París harán de un asno maíz”, decía el padre cuando le preguntaban por los progresos de Gombrowicz. Su estada en París, y luego en las playas francesas, en los Pirineos orientales, era como un agujero negro, no recordaba casi nada. Suponía que algo corrupto había en ese período francés, no era normal que se le apareciera oculto como tras una cortina. Y otra vez la locura, presumía que en esa época estaba un poco trastornado, que la madre le había transmitido ciertas propensiones hereditarias. Mucho tiempo después, cerca de la muerte, el doppelgänger francés recuperaba la juventud y Gombrowicz se volvía viejo. Uno de los colegas y amigo de Gombrowicz, Zbigniew Unilowski, era considerado en el medio literario de Polonia como el Balzac polaco por su empecinado realismo, cosa que lo ponía en la vereda de enfrente a la de Gombrowicz. “En el período en que Unilowski apareció en el campo de la literatura, las tendencias progresistas se vieron de nuevo contrastadas por el implacable culto a la separación de la literatura de la vida. Fue el tiempo en que Gombrowicz quería 'cuculizar' la literatura

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polaca, ejerciendo por desgracia una gran influencia sobre sus contemporáneos con sus escritos dominados por el infantilismo y el subconsciente. En su novela, cuyo título constituía ya de por sí un programa (puesto que 'Ferdydurke' no significa nada), quiso reducir la vida humana a unos reflejos infantiles (...)” “Unilowski deseaba mostrar el desarrollo y la maduración de un niño en un mundo severo y malo. Gombrowicz, deseaba todo lo contrario: quiso reducir las cuestiones de la vida, las cuestiones sociales, a la época de la niñez, a la esfera de los reflejos subconscientes... Unilowski era un escritor que iba en la dirección opuesta a Gombrowicz y sus adeptos (...)” El realismo de Balzac le ponía los pelos de punta a Gombrowicz al punto de referirse a él de una manera desconsiderada. La gordura es uno de los síntomas conspicuos de la fealdad, una sola cucharadita de grasa rancia de Balzac bastaba para volver indigesta toda su personalidad, sin embargo, había que ser indulgentes con su persona porque era un genio. “Las mujeres que se acostaban con su genial gordura debieron saber algo de esa indulgencia, puesto que para meterse en la cama con el genio tuvieron que vencer en ellas más de una aversión (...) Es más fácil llegar a odiar a alguien por hurgarse la nariz que llegar a amarlo por haber compuesto una sinfonía” No resulta tan fácil deducir la calidad de una obra de la contextura corporal del autor, pero Gombrowicz la deducía. Yo a veces me pongo a deducir la calidad de “Sobre héroes y tumbas”, y otras veces de “El tilo”, de los cuerpos del Pterodáctilo y del Pato Criollo respectivamente, pero no me sale nada. Entonces hago experimentos más cruciales aún, cruzo las obras con los cuerpos de los autores, pero tampoco en este caso me sale nada. Honoré de Balzac fue el novelista francés más importante de la primera mitad del siglo XIX, y el principal representante, junto con Flaubert, de la llamada novela realista. Trabajador infatigable, elaboró una obra monumental, la “Comedia humana”, ciclo coherente de varias decenas de novelas cuyo objetivo es describir de modo casi exhaustivo a la sociedad francesa de su tiempo. Balzac creía que, así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba “especies humanas”. La obra incluiría novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra escrita, se subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas. Convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandy la grandeza de héroes épicos. El extremado realismo de Balzac pone su atención en las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia, siendo la avaricia uno de sus temas predilectos.

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Gombrowicz elige un camino completamente distinto al de Balzac. Los lectores de su obra no estaban acostumbrados a que se metieran en las narraciones con tantos grados de libertad, pero Gombrowicz sintió la necesidad de ponerle distancia al realismo, recurrió entonces a las transformaciones que, sin embargo, tienen una fuerte sujeción a la realidad. Toda la actividad de Gombrowicz, literaria y existencial, se convirtió en un retirada del objeto hacia sí mismo, un objeto que se le volvía agresivo cuando lo esgrimían, en tal que objeto, los propios artistas. Someterse al objeto así nomás sin oponerle resistencia es una ingenuidad que tiene como destino el fracaso pues la realidad no se deja pescar tan fácilmente. La deshumanización que el mismo Gombrowicz practica, especialmente en “Cosmos”, está acompañada siempre por una energía de signo contrario que impide que la realidad se desmorone y se ahogue en un formalismo irreal. La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos. Y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. En “Cosmos” Gombrowicz descompone el mundo en elementos de la forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a ese proceso de descomposición, de modo que es de nuevo el hombre y no la forma quien se halla en el centro de la obra. Existen gombrowiczidas a los que les encanta ver a Gombrowicz como a un hombre que jugaba y espiaba las cosas a distancia. A esos gombrowiczidas que ponen el acento en su talante de jugador hay que decirles que Gombrowicz era un enemigo implacable de las quimeras y un defensor acérrimo de la realidad, aunque siempre tuvo las manos libres para ponerle distancia al realismo, pues el realismo es una manera pesada e ingenua de ver la realidad. También es cierto que Gombrowicz sabía que algunos de sus lectores veían en él a un jugador y le gustaba hacer determinados negocios con ellos. “Pero tengo que puntualizar algo sobre lo que estoy diciendo: nada de esto es categórico. Todo es hipotético... Todo depende –¿por qué iba a ocultarlo?– del efecto que vaya a producir (...)” “Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria. Intento diferentes papeles. Adopto diferentes posturas. Doy a mis experiencias diferentes sentidos, y si uno de estos sentidos es aceptado por la gente, me establezco en él. Es lo que hay de juvenil en mí. Placet experiri, como solía decir Castorp. Pero supongo que es la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida, de una actividad, se determina entre un hombre y los demás. No sólo yo me doy un sentido. También lo hacen los demás. Del encuentro de estas dos interpretaciones surge un tercer sentido, aquel que me define”

WITOLD GOMBROWICZ, ABRAHAM E ISAAC

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El primer filicidio frustrado conocido es el que protagonizan Abraham y su hijo Isaac en el famoso episodio bíblico. Cuando Dios advirtió que los hombres se estaban portando mal le mandó la tabla de los diez mandamientos a Moisés. Este viejo hebreo que vivió ciento veinte años dudó de la palabra de Dios, no pudo entrar a la Tierra Prometida, y murió angustiado. Una angustia parecida tuvo Abraham cuando se le aparece Dios y le ordena sacrificar a su hijo Isaac: –Tú eres Abraham, sacrificarás a tu hijo. La razón no podía probarle a Abraham que en verdad era Dios quien se le había aparecido, y tampoco que le hablaba únicamente y justamente a él, el dilema le producía angustia, pero fortalecido por la fe estaba dispuesto a obedecer. Cuando Abraham extendió la mano y tomó un cuchillo para degollar a su hijo un ángel lo llamó desde el cielo: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” El temor y la fe frustraron el filicidio bíblico, el filicidio del “Transatlántico”, en cambio, es frustrado por el bam, bum, bam. Gombrowicz narra una historia en la que Gonzalo, un moreno millonario, se enamora perdidamente del hijo de un oficial polaco. En una fastuosa recepción que da en su casa de campo, Gonzalo apareció vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba, pero ese criado mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el hijo también se movía él. Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir. Gombrowicz había actuado de padrino en un duelo frustrado entre Gonzalo y el oficial polaco. Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas, Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la congoja le hace un juramento sagrado: iba a lavar su honra con sangre, pero no con la sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo, era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra. Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre. Al convertirse en parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras. Gonzalo y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam, bam, bam, resonaban los golpes mientras el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el bumbam le estaban robando al hijo…Gombrowicz había perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre… estaba verdaderamente angustiado. Los compañeros de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible que el filicidio y el parricidio que estaban planeando, un horror que los colmara de poder, se propusieron entonces torturar al embajador junto a su mujer y a sus hijos y después matarlos a todos arrancándoles los ojos. Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante, sí, matarlo y destrozarlo, esa muerte aumentaría tanto el horror que la

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naturaleza, el destino y el mundo entero iban a cagarse en los pantalones. El moreno y el hijo jugaban a la pelota y el mequetrefe se movía con el joven clavando palitos, bumbambeaban. El comandante se paseaba comiendo ciruelas, el hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles. ¡A bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, era mejor olvidar y no dejar transparentar nada. En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, parecían perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar, copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles matando al hijo. Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de brillo y gallardía. Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam. El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo. Y, de pronto, bum, el criado mequetrefe contra una lámpara; y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y el hijo, bam, al jarrón; bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato. El hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa que le estalló en la garganta. El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam: “Y, entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban” Aunque Abraham y Gombrowicz enfrentan el filicidio de una manera diferente, es un sentimiento de angustia el que aparece en ambas historias, una angustia trágica en el relato bíblico y una angustia cómica en “Transatlántico”. Kierkegaard, el petimetre danés, caracteriza al episodio bíblico del filicidio como la angustia de Abraham y se convierte por esta razón en el padre de todo el existencialismo moderno, un pensamiento que culmina en Heidegger y en Sartre. Hasta Kierkegaard el pensamiento se había alimentado casi exclusivamente con los frutos de la razón pero, a partir del más elegante de los filósofos, la angustia se convierte en el centro de las meditaciones filosóficas. Abraham y Kierkegaard resolvieron el problema con la fe, pero los ateos empezaron a tener dificultades. La angustia, el desamparo y la desesperación se convirtieron en los tres sentimientos que acompañaban a la categoría de la libertad y a sus otras dos socias: la elección y la responsabilidad. Los existencialistas suelen declarar que el hombre es angustia. Esto significa que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige libremente el ser, sino que es también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar entonces al sentimiento de su total y profunda responsabilidad. Es la misma angustia que le aparece claramente a todos los hombres con responsabilidades graves, por ejemplo la de un jefe militar que envía a un número indeterminado de hombres a la muerte.

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La angustia no es una cortina que nos separa de la acción sino que forma parte de la acción misma. Pero la experiencia de la angustia es difusa, no está conectada a un objeto definido, sino vagamente vinculada a nuestro sentimiento de abandono y aislamiento como individuos enfrentados con la nada de la muerte. En una especie de síntesis de las doctrinas de Kierkegaard y Heidegger, Sartre declara que es por la angustia que el hombre llega a ser consciente de su libertad. Esta angustia es comprensible, dada la situación del hombre en el universo según lo interpreta el existencialismo. No estando determinado por ninguna esencia dada previamente, o naturaleza humana. Cada individuo es lo que hace de sí mismo y, por consiguiente, es responsable de lo que es. Dostoievski dice que si Dios no existiera todo estaría permitido, esta falta de Dios, junto a la angustia, es el punto de partida del existencialismo ateo. La angustia es mucho más que un fenómeno psicológico, compromete al hombre en su totalidad, es el sentimiento por el cual accedemos al ser. Heidegger sigue los mismos pasos de Kierkegaard, pues la angustia es para él la experiencia por la que el hombre se abre por primera vez a su propio ser, se singulariza y hace patente su libertad. Cuando todo parecía perfectamente establecido entra un mono por una ventana de la casa del pensamiento y empieza a dar saltos de un lado para otro. Le tiene cariño a los filósofos, aunque no se deja atrapar y los muerde, no es un productor de filosofía pero la consume. La más de las veces se pone a regurgitar, y hasta llega a escupir y a vomitar a las filosofías y a los filósofos. Este mono, nacido Gombrowicz, explica el por qué de esta rebelión. En tanto que productos exclusivos de la razón, los sistemas de Cartesius y de Kant eran tolerables, se los podía apropiar como productos para alimentar un poder del hombre: la facultad de razonar. Estos sistemas funcionaban como una expansión de una función vital y venían por una parte del hombre. Pero el existencialismo no viene por una parte, viene por todo el hombre, por la razón, por la conciencia, por la vida. Esto ya no es una teoría sino un intento de anexión que no se puede responder con argumentos sino viviendo de una manera radicalmente diferente a la que ellos proponen, de un modo suficientemente categórico como para que nuestra vida se les vuelva impenetrable. Gombrowicz no cree que los hombres estén sometidos a presiones tan extremas como lo habían estado Abraham y Kierkegaard, por lo tanto se aparta de las conclusiones que pueden extraerse de ellas. Con este mismo punto de partida ataca a las ideologías, a la ciencia y al arte. El existencialismo, la poesía, las ideologías, la fe, el catolicismo, el marxismo, el psicoanálisis, Hegel, la fenomenología, el surrealismo... son productos que Gombrowicz consume pero no produce, es un consumidor displicente. “Me paseo entre estos productos con gesto ensimismado y por lo demás sin demasiado interés, igual que si me paseara por mi huerta, allá en el campo. Y de vez en cuando, al probar este o aquel producto (como si fuera una pera o una ciruela), me digo: –Hm, hm..., son un poco duras para mí. O bien: –Al diablo con esto, es incómodo, demasiado rígido. O también: –¡No estaría mal si no estuviera tan calientes! Los obreros me lanzan miradas hostiles. ¡Acaba de aparecer un consumidor entre los productores!”

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WITOLD GOMBROWICZ Y EL CASTILLO DE BODZECHOW “Así pues, en el año 1911, Witold tuvo que abandonar el campo que había constituido el marco de su infancia. El viejo castillo de Bodzechow, rodeado de un vasto parque, era un lugar lleno de misterios que marcó profundamente la sensibilidad de Gombrowicz. Tras haberlo evocado con sus leyendas y sus fantasmas en su primera novela por entregas, „Los hechizados‟, hizo de ese castillo el escenario de „Pornografía‟ (...)” La abuela materna de Gombrowicz habitaba una casa grande y bastante aislada en Bodzechow. Un hijo demente que vivía con ella era el tío de Gombrowicz. Por las noches se animaba con cantos terribles para combatir el miedo, estos cantos se convertían en unos aullidos que le ponían los pelos de punta a cualquiera que no estuviera acostumbrado. Desde muy joven Gombrowicz se dedicó sistemáticamente a hacerle un lugar a la inmadurez y a tocarle la cola al diablo, siendo la característica común de estas dos inclinaciones la de ser movimientos descendentes. Profundizó estos intentos escribiendo narraciones, teatro, una novela mala, folletines y los diarios. La cuestión de escribir adrede una novela buena para las masas, es decir, mala no parecía más fácil que escribir una novela buena. Escribir una novela buena para las masas no significaba en absoluto escribir una novela accesible, interesante, noble e impregnada de cultura como las de Sienkiewicz, sino escribir una novela con lo que las masas experimentan en realidad penetrando sus instintos más bajos. El que emprendiera esta tarea debería liberar su imaginación más sucia, turbia y mediocre, quitarle las cadenas a la conciencia oscura y baja. Este pobre concepto de las masas tenía más que ver con el miedo que con el desprecio. La intelectualidad polaca estaba amenazada por el primitivismo de la masa mucho más ignorante y terrible en Polonia que en otros países de cultura superior. En aquellos años al dirigirse a los de abajo el escritor escribía desde arriba en la medida que su cultura y su buena educación literaria se lo permitía. Pero el proyecto de ese Gombrowicz veintiañero era otro: entregarse a la masa, rebajarse, convertirse en un ser inferior, una idea que más tarde le sirvió para enunciar un postulado según el cual en la cultura no sólo el inferior debe ser creado por el superior, sino también a la inversa. A los últimos folletines que escribió en Polonia le puso el nombre de “Los hechizados”, los escribió con un seudónimo en el mismo año que se vino a la Argentina. “Los hechizados” indaga en nuestra ilimitada capacidad de hacer daño a través de una historia sobre la irresistible atracción de dos jóvenes con los destinos entrelazados que se niegan a dejarse seducir mutuamente, y que atraen al mal como un imán. El eje del suspenso de esta novela gira alrededor de una servilleta colgada de un clavo en la vieja cocina del castillo, y que se mueve constantemente. Esta novela retrata con marcado cinismo el día a día de las diferentes clases sociales de una Polonia sin futuro donde las personas no tienen mucho que perder y luchan por sobrevivir más o menos como pueden. “Nosotras, las mujeres, a los hombres de clase inferior no los tomamos para nada en cuenta. Es como si no existieran. Yo no podría nunca amar a un campesino o a un

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obrero. ¿Qué puede tener una en común con un hombre de esa clase? ¿Qué proximidad espiritual puede haber entre nosotros?” En vida, Gombrowicz nunca autorizó la publicación de esta obra con su nombre y bajo la forma de libro, sólo hacia el final de su vida reconoció su autoría. El Príncipe Bastardo, refiriéndose a “Los hechizados”, se lamentaba de que Gombrowicz no hubiese releído esos folletines, él creía que en ese caso hubiera autorizado la publicación del libro con su nombre. “Los hechizados”, a juicio del Príncipe Bastardo, terminó por alcanzar la categoría de una buena mala novela. Una buena mala novela vale más que una mala buena novela, y los lectores que saben discernir prefieren una serie negra bien escrita a un mediocre premio Goncourt. Sin embargo, las reticencias de Gombrowicz respecto a “Los hechizados” se debieron a que carecía de la técnica que había elaborado en los cuentos, a que no hacía de la inmadurez la materia misma de la escritura, y a que no era un verdadero vehículo para su contrabando subversivo. Gombrowicz no le tenía confianza a esos folletines, se le parecían a una pequeña embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte. Hasta le llegó a pedir consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar. En fin, el autor no consideraba a “Los hechizados” como miembro de su familia artística, el Príncipe Bastardo, como buen bastardo que era, consideraba que sí lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía protestar. “Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas „máquinas infernales‟ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores” “Los hechizados” ha dividido siempre a los gombrowiczidas en dos bandos irreconciliables, unos aman a esta obra y otros la detestan. Para poner dos ejemplos digamos que Miguel Villafañe, editor de Santiago Arcos, considera a esta novela como la obra maestra de Gombrowicz. “(...) no sé si entiendo a Gombrowicz, a mí me gustó mucho “Los hechizados,” y se la recomiendo a todo el mundo, así que fijate cómo viene la mano. Milita es muy amiga, además le publicamos “Los sospechados”, y a vos te seguimos con la olida... estoy medio fundido por publicar tanto libro para el gheto, como dice Libertella, así que me tomé un año sabático, voy a leer tu texto, con mucho gusto (...)” Milan Kundera, uno de los gombrowiczidas ilustres, deja a la novela en cambio fuera de concurso. “Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc. Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero, sinceramente, no entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –„Los hechizados‟; –¡Vaya! ¿Y por qué „Los hechizados‟? (...)” “Esta novela no salió como libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el título de „Testamento‟, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre „Los hechizados‟. –¡Tienes que leer „Ferdydurke‟! ¡O „Pornografía‟!, le digo. Me mira con

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melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor”

WITOLD GOMBROWICZ Y EL CASTILLO DE WAWEL Después de contarnos una historia de vacaciones lejos de su casa familiar, llena de misterios, de asesinatos, de masturbaciones, de locuras y de un amor enfermizo, termina la narración en medio de una lluvia torrencial caída milagrosamente del cielo, y la cierra comiendo pollo relleno con sus padres. No podía consagrar por mucho tiempo ninguna situación dramática, tampoco podía presentarse a los lectores como un hombre trágico, y las bromas no eran solamente literarias, ocupaban también un lugar destacado en su vida corriente. Gombrowicz pertenecía a esa clase de personas a las que no le gusta moverse demasiado. Fue por primera vez a Cracovia cuando ya tenía el manuscrito de “Ferdydurke” casi terminado. Tenía una vaga necesidad de confrontarse en Wawel con el pasado polaco debido a la congoja que le producían el rearme de Alemania y la angustia de Europa. En Wawel se encuentra el Castillo Real donde se coronaban los reyes polacos y la catedral con el panteón nacional, sepulcro de reyes, héroes y grandes vates de la época del romanticismo, es el lugar histórico más importante de Polonia. Pero Gombrowicz no estaba haciendo un peregrinaje a esa ciudad legendaria en la que vivía un dragón en una cueva situada al pie de la colina, sino una visita de control. Ya sabemos que no tenía una buena predisposición para la admiración, vimos con qué prudencia despectiva se había comportado en París, reconocía la belleza noble de Wawel pero... Entró al castillo y comenzó esa peregrinación eterna de una sala a otra, siempre igual en todos los castillos y en todos los museos. Un cicerone trataba de explicarles a dos industriales belgas en un francés defectuoso el origen de los tapices de Arras. Como Gombrowicz había soplado algunas palabras el cicerone le pidió ayuda, pero enseguida le entraron las dudas: –¿Por qué dijo usted un hermoso tapiz de Arras y no la obra maestra?; –Quieren saber si los tapices son belgas; –¡Dígales que Bélgica no existía en aquella época! Gombrowicz traducía pero su compatriota estaba cada vez menos satisfecho: –¿Qué son esas risitas?; –Estábamos bromeando porque este techo les hace recordar a no sé qué tablas de planificación de la empresa en la que trabajan; –Le agradezco su ayuda pero, basta, veo que usted no es una persona seria. La veneración polaca por Wawel funcionaba más o menos bien entre polacos, pero cuando había extranjeros se tornaba vergonzosa, hasta cómica se podría decir, pues se tropezaba a cada instante con los italianos que la habían construido, pintado y esculpido, todo ese esplendor demostraba que casi mil años atrás las artes plásticas polacas estaban en pañales. ¿De qué presumir entonces? Gombrowicz sintió la obligación de comportarse como un ciudadano del mundo y controlar esa admiración polaca por Wawel, pero como su actitud respecto a Polonia todavía no estaba elaborada se descargó burlándose y provocando a ese lugar sagrado en un folletín que inmediatamente fue atacado por los nacionalistas. No era para menos, estaba

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comparando su peregrinación con la que había hecho Zeromski cuarenta años atrás, a la que el vate romántico había descripto en sus diarios como el minuto maravilloso de la vida sólo equiparable al de la primera comunión. Para combatir la sacralidad de la belleza de Wawel con un ojo italiano Gombrowicz se vale de un recurso extraño. En el comienzo de sus diarios hay dos cosas que llaman la atención: los cuatro yo que mete en la primera página y una frase de los diarios del yerno de Mussolini que mete en la segunda. “Cracovia. Estatuas y palacios que a ellos le parecen magníficos y que para nosotros, los italianos, no tienen mayor valor. Galeazzo Ciano” Y ya que Gombrowicz no había ido a Wawel en santa peregrinación sino para efectuar una visita control es oportuno recordar que la función más importante de la policía es el control, y sobre la policía, el control y la homosexualidad Gombrowicz escribe una página memorable en los diarios. “La confección de estos recuerdos ha estado influida por el hecho de que la policía de Buenos Aires ha llevado a cabo una gran purga en el Corydonismo local. Han sido arrestadas centenares de personas (...)” “¿Pero qué puede hacer la policía contra una enfermedad? ¿Es capaz de arrestar un cáncer? ¿O multar el tifus? Sería mejor, pues, descubrir al sutil bacilo de la enfermedad que sofocar los síntomas. Pero, ¿quién está enfermo? ¿Acaso sólo los enfermos? ¿O también los sanos? (...)” “No comparto la estrechez mental que no ve en ello más que un degeneración sexual. Degeneración, sí, pero que tiene su origen en el hecho de que las cuestiones de la edad y de la belleza no son suficientemente transparentes y libres en la gente normal. Es una de nuestras debilidades e impotencias más graves (...)” “¿No sentís que en este campo también vuestra salud se vuelve histérica? Estáis encorsetados, amordazados: sois incapaces de confesar (...)” “Por eso quiero hablar. Pero tengo que puntualizar algo sobre lo que estoy diciendo: nada de esto es categórico. Todo es hipotético... Todo depende –¿por qué iba a ocultarlo?– del efecto que vaya a producir (...)” “Es el rasgo que caracteriza a toda mi producción literaria. Intento diferentes papeles. Adopto diferentes posturas. Doy a mis experiencias diferentes sentidos, y si uno de estos sentidos es aceptado por la gente, me establezco en él (...)” “Es lo que hay de juvenil en mí. Placet experiri, como solía decir Castorp. Pero supongo que es la única manera de imponer la idea de que el sentido de una vida, de una actividad, se determina entre un hombre y los demás (...)” “No sólo yo me doy un sentido. También lo hacen los demás. Del encuentro de estas dos interpretaciones surge un tercer sentido, aquel que me define” Gombrowicz estaba preocupado porque su prontuario en la Policía Federal estaba un poco sucio con estas cosas del Corydonismo, así que le pidió ayuda al Esperpento a ver si conocía a alguien que se lo pudiese limpiar. Ya se sabe que los argentinos somos medio fanfarrones al momento de hablar de las medidas: cuando se habla de longitud, la más larga del mundo la tenemos nosotros por la calle Rivadavia; cuando se habla de anchura, la más ancha del mundo la tenemos nosotros por la avenida 9 de Julio; y cuando se habla de la policía, la mejor del mundo la tenemos nosotros por la Policía Federal.

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El Esperpento concertó una reunión con un comisario que era miembro de su familia en un café cercano al Departamento Central de la Policía Federal. Las cosas iban más o menos bien hasta que Gombrowicz, para hacerse el simpático, empezó a canturrear en voz baja: –La mejor del mundo... la mejor del mundo... El comisario le contó después al Esperpento que Gombrowicz le había parecido una persona poco seria, así que no había hecho nada por él.

WITOLD GOMBROWICZ Y ROGER PLA “Y eso me recuerda a Pla en la Diagonal Norte haciéndome reproches llenos de cólera a causa de los elementos de estúpido sentimentalismo de mi discurso. Pero yo, aún dándole la razón de todo corazón, es decir, sufriendo con él, sabía hasta que punto era inevitable. Vivimos períodos en que nuestra personalidad se desdobla. Entonces una mitad de nosotros mismos se burla de la otra, pues el objetivo y la vía que la vida ha escogido son diferentes” Roger Pla conoce a Gombrowicz en la época de su prehistoria argentina, el año en el que le roban el reloj de oro, el año en el que vive en un conventillo de la calle Corrientes, el año en el que los Furstemberg organizan una colecta para que no se muera de hambre. Roger Pla participó activamente en la guerra que estalló en la Argentina cuando se publicó “Ferdydurke”. “La más ambivalente de las críticas resulta la que hizo Roger Pla en la revista „Expresión‟. Muestra buen conocimiento y le dedica un largo estudio a las cuestiones filosóficas del libro –a veces reconocemos ecos de las charlas con Gombrowicz en esas explicaciones–, pero no se deja llevar por el entusiasmo; se queja por la falta de elementos constructivos en la novela, el personaje de Gombrowicz existe entre ruinas, cuando le convendría tener alguna forma. El nihilismo del libro, afirma Pla, „deja insatisfecho al lector, y digámoslo francamente, lo deja divertido, pero fastidiado‟. Sin embargo, es la crítica que provoca una gran impresión por la longitud del texto, y además por su ímpetu interpretativo” Roger Pla también participó activamente en la batalla que libró Gombrowicz en la conferencia que dio contra los poetas. “(...) la gente, en su mayoría jóvenes, empezaron a hacerle preguntas a Gombrowicz; él respondía con vivacidad. Todos estaban muy animados. Alguien se levantó y empezó a insultar. Algunos chiflaban. Gombrowicz estaba en su salsa, se sentía muy bien, adoraba el clima polémico (...)” “Cuando empezó a hablar se hizo silencio. Gombrowicz entonces sacó del bolsillo un reloj y declaró: –Sé que entre el público hay por lo menos unos veinte poetas... Les doy un minuto para la réplica. Se levantó Córdova Iturburu, y tras él muchos más pidieron hablar (...)” “Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder (...)”

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“Los amigos del conferenciante estaban desorientados por el ataque a la poesía, no era de esperar que este artista pudiera atacar el arte en tal forma, no sabían que un artista, con una sinceridad que lindaba casi con la ingenuidad, podía decir que el arte lo aburre. La charla provocó muchas protestas, de Adolfo de Obieta, de Graziella Peyrou y de Roger Pla” Gombrowicz anotó en sus apuntes: “(...) más bien un fracaso (...) Adolfo criticó fuertemente la charla (...) Graziella y Pla muy críticos (...) A la última charla, el jueves 4 de septiembre, asistieron quince personas (=22.50 pesos) (...) Liquidación” Los poetas, sus partidarios y sus acólitos representaban para Gombrowicz la típica conciencia adaptada, son unos obsesos que aprovechan para alimentar su pasión artificial cierto estado de cosas artificial que tiene un origen histórico. “En una pequeña mesa, unos diez poetas gritan enzarzados en una discusión acalorada. Pero este café tiene una acústica fatal y además a esta hora está lleno de gente, no se oye nada. Así que dije: '¿No sería mejor cambiar de café?', pero mis palabras se perdieron en el tumulto general. De modo que les grité otra vez, y otra más, y seguí gritándoles a los oídos de mis vecinos, hasta que por fin me di cuenta de que ellos probablemente estaban gritando lo mismo que yo, pero nadie oía a nadie. Gente extraña los poetas. Se reúnen cada semana en un local pero no llegan a ponerse de acuerdo para cambiar de sitio” Fue quizás este absurdo el que le tomó la mano para escribir el ensayo “Contra los poetas”, en el que les propone un cambio de actitud, de tono y de forma, so pena de quedarse sin salvación. Halina Nowinska nos dice sin embargo que una tarde Gombrowicz le había recitado de memoria y en ruso las primera estrofas de “Eugenio Oneguin”. Y Roger Pla recuerda que una noche, a las dos de la mañana, se le puso a recitar versos en polaco en un banco de la Plaza Congreso; para Pla era música, después escribió que aunque se burlaba de los poetas, él mismo era un poeta. Arrillaga, un comunista español, me presentó a Gombrowicz en el año 1956, en el café Rex: –Aquí tiene usted un gran jugador de ajedrez y a un escritor polaco; –Escritor no, poeta, con permiso le voy a recitar mi último poema: –Chip, chip, me decía la chiva/ mientras yo imitaba al viejo rico/ Oh rey de Inglaterra viva/ El nombre de tu esposa Federico. “Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. A parte de la alteración que se produjo en el público presente y del bastonazo que le quiso pegar el viejo poeta, se desató una batalla tremebunda en la prensa. Gombrowicz no podía esperar que los signos de interrogación que le había puesto a la poesía en la conferencia que había dado fueran a ser enriquecidos por los periodistas. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico. El discurso al que se refiere Gombrowicz en su paseo con Roger Pla por la avenida Diagonal Norte lo había dado en la casa de Antonio Berni, una charla sobre el por qué y el cómo Europa había sentido el deseo del salvajismo, y cómo esta inclinación enfermiza del espíritu europeo podía aprovecharse para la revisión de la cultura demasiado alejada de sus propias bases. Eran los tiempos de su prehistoria argentina, debería correr todavía mucha agua bajo el puente para que Cecilia Benedit de Debenedetti, “esa dama que había resultado ser un

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báculo de virtudes y un calor de encantos, a pesar de la neurastenia que la perseguía”, le abriera paso a la resurrección de Gombrowicz apoyando la edición argentina de “Ferdydurke”. Dos meses después del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, se anima a dar otra conferencia. Decidió rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema: “Regresión cultural en la Europa menos conocida”, la dio en el Teatro del Pueblo. Le adelantaron que era un teatro de primera clase, frecuentado por la flor y nata de la intelligentsia de Buenos Aires, en vista de lo cual decidió preparar un texto del más alto nivel intelectual. Otra vez planteó la cuestión de cómo la ola de barbarie que había invadido a Europa central y oriental podía aprovecharse para revisar los fundamentos de la cultura. Leyó el texto, lo aplaudieron y muy contento volvió al palco reservado para él donde se encontró con una joven bailarina y admiradora, muy escotada y con unos collares de monedas. Cuando estaba por retirarse con la bailarina observa que alguien se sube al estrado y empieza a vociferar, lo único que puede distinguir con claridad es la palabra Polonia, la excitación y los aplausos. Acto seguido sube otra persona, pronuncia un discurso agitando los brazos mientras el público empieza a chillar. Gombrowicz no entiende nada pero estaba contento de que su conferencia hubiera despertado tanta animación. Pero, de repente, los miembros de la Legación de Polonia abandonan la sala, parece que algo andaba mal. Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los comunistas allí presentes para atacar a Polonia. La elite intelectual argentina era medio comunistoide y no exactamente la flor y nata de la intelligentsia argentina, de modo que su ataque a la Polonia fascista no se distinguió precisamente por su buen gusto. Al día siguiente Gombrowicz fue a la legación donde lo recibieron en forma fría, como si fuera un traidor. En vano les explicó que el director del teatro, el señor Leónidas Barletta, no le había informado que era costumbre en el Teatro del Pueblo seguir las conferencias con un debate y que, por otra parte, no podía considerar como comunista a ese señor pues él mismo se hacía pasar por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas y amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote pronunciado y el collar de monedas lo hicieron aparecer como un cínico en un momento dramático. Hasta la prensa polaca de Estados Unidos se puso verde. Hubiese soportado todo ese torbellino demencial de sospechas y acusaciones si no hubiera sido por el presidente de la Unión de los Polacos en la Argentina. Ese señor había escrito un artículo que le hizo perder el escaso contacto que le quedaba con la realidad. En efecto, a pesar de todo el escándalo que se había armado sólo le recriminó que en la conferencia no hubiera hecho la más mínima mención acerca de la enseñanza que se impartía en Polonia. Roger Pla tiene palabras muy amables para referirse a Gombrowicz en el testimonio que le da a La Vaca Sagrada. “Lo que resultaba atractivo de él –aparte de su inteligencia y su modo de expresarse– era su original personalidad. No era un héroe físico, sino un héroe mental (...) En él se percibía una individualidad fuera de serie y, además, –¿por qué no decirlo?– que era un genio. A mi parecer, es uno de los más grandes entre los últimos individualistas, probablemente sin posible sucesor”

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WITOLD GOMBROWICZ Y LUIS GREGORICH “En 1962 yo dirigía la redacción del „Diccionario de la Literatura Universal‟ cuyos originales se preparaban integramente en Buenos Aires. Le pedí a Gombrowicz su colaboración para la parte polaca. No quería redactar los textos, sólo los supervisaba. Sé que había una ficha sobre „Ferdydurke‟ escrita por Luis Gregorich, el secretario de redacción del diccionario. Gombrowicz trabajó con nosotros de 1962 a abril de 1963, cuando dejó la Argentina. En realidad no trabajaba nada, venía sobre todo a charlar. Cobró tres mil pesos, pero hay que multiplicarlos al menos por cinco” Gombrowicz entra entonces en el mundo de los diccionarios de la mano de Luis Gregorich, pero Gombrowicz, tanto como Sócrates, le tenía una cierta desconfianza a la palabra escrita, y mucho más si se trataba de documentos o de diccionarios. Esta desconfianza, sin embargo, no era tan drástica como podría suponerse, al punto que la primera obra literaria de su vida fue la monografía “illustrissimae familiae Gombrovici”. La conservó en estado de manuscrito, y aunque no contenía nada de especial pues los Gombrowicz eran tan solo miembros de una pequeña nobleza, se pavoneaba con cada detalle referente a los bienes, funciones y vínculos familiares, y disfrutaba de esta manía. “Yo era, como ya he dicho, de origen noble, terrateniente, y ésa es una herencia poderosa y trágica. La primera obra que escribí, a los dieciocho años, era la historia de mi familia elaborada a partir de nuestros documentos, que abarcaban cuatro siglos de bienestar en Zemaitija (...)” “Un terrateniente, da igual que sea un noble polaco o un granjero americano, siempre tendrá una actitud de desconfianza hacia la cultura, puesto que su alejamiento de las grandes aglomeraciones lo vuelve impermeable a los conflictos y a los productos interhumanos. Y tendrá una naturaleza de señor. Exigirá que la cultura sea para él y no él para la cultura; todo aquello que sea humilde servicio, entrega y sacrificio le resultará sospechoso. ¿Quién, de aquellos señores polacos que se hacían traer antaño los cuadros de Italia, habría tenido la idea de postrarse ante una obra maestra que había colgado de la pared? Ninguno. Trataban de una manera señorial tanto a las obras como a los maestros. Pues bien, yo, aunque traidor y escarnecedor de mi esfera, pertenecía a ella a pesar de todo, y como seguramente ya he dicho, muchas de mis raíces deben buscarse en la época de mayor depravación de la nobleza, el siglo XVIII (...)” “Yo, que tenía un pie en el bondadoso mundo de la nobleza terrateniente y otro en el intelecto y el la literatura de vanguardia, estaba entre dos mundos. Pero estar entre es también un buen método para enaltecerse, puesto que aplicando el principio de divide et impera puedes conseguir que ambos mundos empiecen a devorarse mutuamente, y entonces tú puedes zafarte y elevarte por encima de ellos” El camino que siguen los grandes escritores después de muertos está compuesto de una mezcla de asuntos cuyas proporciones varían a medida que pasa el tiempo. Los ingredientes de esa mezcla son la propia obra del hombre de letras, los testimonios de los que lo conocieron, una gran variedad de documentos, los escritos de los que escriben sobre el muerto y los diccionarios.

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A medida que pasan los años estos compuestos van perdiendo actividad, como víctimas de una entropía –esa función termodinámica que en el lenguaje de la ciencia es la parte no utilizable de la energía en un sistema cerrado– que los degrada, excepción hecha de los documentos que vendrían a ser a la literatura lo que al mundo físico es el calor, algo así como si la bibliofilia fuera una necrofilia. Así como la física predice la muerte térmica del universo, pues el calor no puede devolverle a las otras formas de energía en la misma cantidad lo que recibe de ellas, la literatura podría predecir la muerte literaria de un autor cuando no quedan de él más que los documentos y las enciclopedias. El héroe de la primera novela de Sartre, “La Náusea”, es un intelectual francés desilusionado. No tiene familia, ni amigos, ni trabajo a no ser la tarea que él mismo se ha impuesto de escribir una biografía de un aventurero del siglo XVIII, Monsieur de Robellon. Al promediar el libro, Roquentín, después de reunir una gran cantidad de documentos, abandona su intento de escribir la vida de Monsieur de Robellon. Puesto que no puede recobrar su propio pasado –que sólo se le presenta en forma de imágenes desconectadas– se da cuenta que es claramente fútil tratar de revivir el pasado de otra persona. “¿Por qué nadie se atreve a poner de manifiesto la falsa erudición científica y filosófica de los literatos que, depravados por la ciencia, trabajan con enciclopedias? Porque se descubriría que fingen ser más cultos de lo que son” La relación que tenía Gombrowicz con los libros, con los bibliotecarios y con las bibliotecas no era del todo clara. Mientras Sastre termina tratando a los libros como si fueran sólo productos, Gombrowicz comienza a relacionarse con ellos desde un principio en forma despectiva. Y llega el momento en el que Gombrowicz les da el golpe final a los libros, a los bibliotecarios y a las bibliotecas. Al bibliotecario de Royaumont le pregunta si el gobierno estaba tomando las medidas preventivas adecuadas para controlar un fenómeno catastrófico. El gobierno debía afrontar la llegada inminente del desbordamiento total, cuando las bibliotecas hicieran estallar las ciudades, cuando hubiera que entregarles no sólo los edificios, sino barrios enteros. Cuando los libros y las obras de arte acumulados inundaran los campos y los bosques desbordándose de las ciudades llenas hasta reventar. La cantidad se iba convirtiendo rápidamente en calidad al mismo tiempo que la calidad se transformaba con la misma rapidez en cantidad, un fenómeno de velocidad creciente que anunciaba el Apocalipsis final. Gregorich no compartía en absoluto la desconfianza que Gombrowicz tenía por la palabra escrita y terminó de redactar el gigantesco trabajo del “Diccionario de la Literatura Universal‟. Del mismo modo que lo había hecho su jefe, Roger Pla, Gregorich también tuvo para Gombrowicz palabras amables en el testimonio que le dio a la Vaca Sagrada. “Un hombre cansado, escéptico, nada generoso con la estupidez ajena, que no parecía confiar en el reconocimiento público de su obra y que, a través de simples miradas, medias palabras y observaciones triviales, dejaba percibir un resplandor interior, una inteligencia acerada que ninguna penuria había conseguido borrar. Eso es: creo que fue uno de los seres más agudos e inteligentes que conocí, aunque jamás sostuve con él una conversación importante”

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WITOLD GOMBROWICZ, BOZENA ZABOKLICKA Y ROLAND MARTIN La traducción al castellano de “Ferdydurke” se convirtió en un mito porteño. A pesar de que en la Argentina no lo tenían en cuenta, Gombrowicz fue conocido en París de la mano de la versión española de “Ferdydurke”, una traducción que se hizo en el café Rex y que se volvió legendaria en el mundo entero: –Joyce dispuso de una sola persona para traducir su Ulises, yo dispuse de veinte para traducir mi “Ferdydurke”. El comité de traducción y Gombrowicz mismo fueron bombardeados por la objeciones que le hacían los puristas del idioma a los que no les resultaba satisfactorio el aspecto del trabajo. Transcurridos diecisiete años desde la primera edición en el año 1947, cuando se estaba preparando la segunda, tuve algunas discusiones amargas con el Pterodáctilo. “Vea, Gómez, el problema de la traducción es irresoluble, lo sé por experiencia propia. La de “Ferdydurke” es mala, está llena de cubanismos y barbaridades idiomáticas. O se habla en porteño o se habla en madrileño, no se puede decir en un capítulo fámula y en otro sirvienta. Además, el uso del tú y el vosotros aquí, en la Argentina, es falso e irritante, no va (...)” “Ya estoy en contacto con un joven de Sudamericana, un muchacho muy inteligente e ilustrado; le di instrucciones en este sentido para que corrija todo el trabajo. No hay caso, si usted se está muriendo, aquí, en Buenos Aires, a nadie va a tratar de tú ni de vosotros. Otra palabra mal empleada es colegiala, los alumnos de la novela son alumnos del liceo y no de la primaria” Toda esta historia había empezado cuando el maestro Paulino Frydman, director de la sala de ajedrez del café Rex, consiguió milagrosamente traer un ejemplar polaco de “Ferdydurke” a la Argentina, pero ni Piñera ni las otras personas que ayudaron a Gombrowicz a poner en español a “Ferdydurke” pudieron comparar las dos versiones pues no sabían polaco. Los polacos hispanohablantes observaron después que Gombrowicz había creado una versión más fácil de la novela para atraer la atención del lector al contenido del libro. Por medio de la eliminación de las partes difíciles y estilísticamente más extrañas, reemplazadas por un breve sumario del sentido del fragmento faltante, los autores de la traducción se propusieron no desalentar a los lectores en el mismo comienzo de la obra. Por otro lado, los traductores de Gombrowicz, jugando con una mezcla de estilos y variaciones del castellano y sin atender demasiado a la corrección, crearon un lenguaje tan fuera de lo convencional que irritaron a los puristas. El lector no sabía descifrar muy bien a “Ferdydurke”, pues no sabía en qué grado el lenguaje dependía de las licencias poéticas del autor o de la traducción misma. Es por esta razón que no podía juzgar adecuadamente el trabajo de los traductores, ni tampoco la del mismo libro. El motivo general del rechazo a “Ferdydurke” no fueron sin embargo las cuestiones lingüísticas como apuntaban los estilistas y los puristas del idioma, sino más bien la propia inmadurez de los lectores que tenían dificultades para entender el aspecto filosófico del libro. A pesar de todo fue esta traducción de

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“Ferdydurke” que hizo el mismo Gombrowicz, asistido por una veintena de colaboradores, la que le abrió las puertas de la cárcel del mundo, y se las abrió en París. En el año 1953 Bondy había publicado en la revista “Preuves” la primera nota sobre “Ferdydurke” aparecida en Europa Occidental después de la guerra. “Es por su exilio en la Argentina y gracias a una memorable traducción al español que se convirtió, ni más ni menos, que en la carta de presentación de “Ferdydurke”, que conocimos esta novela polaca. Un comité de una veintena de traductores compuesto por escritores cubanos, argentinos, brasileños, ingleses, etc. se dedicó, bajo la dirección del autor, a hispanizar este grotesco filosófico-lírico, enorme y genial, una prueba de la admiración que había despertado este joven escritor, y también de las dificultades que tuvieron que sortear para traducir el texto de su lengua de origen, un texto que es un disparo continuo de inventiva verbal (...)” “Gracias a esta traducción, la lengua española se enriqueció, para su sorpresa, con un gran número de neologismos de los que, por lo menos una veintena de sinónimos, se refieren al trasero. „Ferdydurke‟ aparece en Polonia en 1937 cuando su autor, el gran trovador de la inmadurez, ya había cumplido los treinta años (...)” “El libro fue ampliamente discutido en las revistas literarias polacas, pero no alcanzó a destacarse demasiado (...)” “Ignoro cómo fue recibido en América Latina, en la que el autor acaba de escribir una nueva novela sobre historias de la emigración polaca en la Argentina. „Ferdydurke‟ es una obra de un humor extraño, cómica y pueril, en la que se mezclan las meditaciones y las leyendas (...)” Bondy había leído “Ferdydurke” en español, la edición francesa tuvo que esperar todavía algunos años más la traducción de Roland Martin para que Nadeau y Julliard lo publicaran en Francia. En algunas ocasiones a los contertulios del café Rex nos llegaban relámpagos de que empezábamos a compartir a Gombrowicz con personas que llegaban desde el exterior, desde allá, lejos... Yo miraba con amargura y envidia a Roland Martin, un periodista que trabajaba con Gombrowicz en la versión francesa de “Ferdydurke” sentados a una mesa que no era la nuestra, presentía que llegaría el día en que nos lo iban a robar. Comenzada en mayo de 1956, el año en que conocí a Gombrowicz, la versión francesa de Gombrowicz y Roland Martin fue terminada en diciembre de 1957. Esta traducción francesa se hizo a partir de la traducción colectiva argentina de 1947. “(...) La forma en que trabajé con Gombrowicz nos permitió hacer una traducción que no era totalmente fiel a la obra sino al autor. No era fiel en la letra, pero era fiel en el espíritu (...) Gombrowicz se asombraba de la meticulosidad con la que yo programaba el trabajo: „Cuando uno de mis personajes golpea a una puerta al final de un capítulo, no sé todavía que habrá detrás de esa puerta‟ (...)” “Más tarde, cuando el libro ya estaba editado en París, Gombrowicz le dijo al embajador de Francia: –Ahora quiero diez años de gloria (...) Gombrowicz creía en el éxito de su obra. Sentía un verdadero desprecio por la estrechez de espíritu de los medios literarios parisinos, por la influencia que allí tienen las modas y el don de gentes. Pero tenía la voluntad y la certidumbre de que “Ferdydurke” se impondría en París (...)” Hasta cierto punto tenía razón el Pterodáctilo, el problema de la traducción es irresoluble, pero no todos pensaban así. Peter Landelius, el embajador de Suecia, era un

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gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos, siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el tiempo que traducía “Cien años de soledad” le dijo a García Márquez que su libro no le presentaba mayores dificultades. García Márquez se ofendió y le respondió inmediatamente en una larga nota que circuló por toda España. En el artículo hacía referencia a las múltiples complejidades y a las variadas tramas que tenía esa obra de las que el traductor no tenía idea y ni siquiera sospechaba. Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la traducción de “Sobre héroes y tumbas”. Algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, y de otras que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la mejor autoridad para opinar sobre estos problemas. Una cosa muy distinta a lo que había ocurrido con “Ferdydurke” ocurrió para poner en español el “Diario”. En esta ocasión no estuvo presente Gombrowicz para trasladar la versión polaca a versión la española ni para corregir el traslado al francés de la versión española. A pesar de que la Seix Barral completó la edición española del “Diario”, una edición que había empezado y dejado incompleta Alianza, no todos fueron elogios para este trabajo. “Sin embargo, y pese a su centralidad en el pensamiento del escritor polaco, los diarios tuvieron un destino editorial enrarecido y difícil en Buenos Aires. Aunque hubo otras traducciones, durante la década del noventa se conseguía apenas algún tomo perdido de Alianza. El voluminoso libro que ahora nos presenta la colección Biblioteca Gombrowicz de Seix Barral vienen a reparar esa falta con una traducción prolija a cargo de Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles (...)” “La cantidad de páginas no necesariamente encarna siempre algo positivo. Esta edición completa abunda en momentos farragosos y repetitivos, se citan nombres de escritores polacos desconocidos para el lector argentino y el voluminoso tomo, complicado de llevar y consultar en subtes y colectivos, se vuelve imposible de leer en la cama (...) Por otra parte, la introducción es más bien pobre y el aparato crítico, casi inexistente. Todo esto más allá de ser decididamente caro. Salvo fanáticos o estudiosos, no hay muchas razones para comprar este libro” A Bozena Zaboklicka seguramente le pasaba lo que le pasaba a Brahms cuando escribía sinfonías, se le aparecían en el pentagrama las sinfonías de Beethoven y empezaba a temblar. El “Diario” es una obra fundamental pero la solitaria Bozena no tuvo a su lado la mirada penetrante de Gombrowicz para recurrir a su auxilio. El trabajo gigantesco que emprendió le demandó tres años, y el resultado fue bueno, muy bueno, a pesar de las objeciones que le hace el Boxitracio y a pesar de no haber contado con la presencia protectora de Gombrowicz

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“Por lo que a esta traducción se refiere no será ocioso señalar que la obligada exigencia de fidelidad al original que debe presidir la tarea de verter un texto literario a otro lenguaje se ha visto en el presente caso enormemente comprometida (...)” “Y ello es así debido a que no sólo la diferencia entre ambas lenguas casi no puede ser mayor, sino a que el estilo de Gombrowicz tiende a exagerar justamente aquellas particularidades del polaco (su gran flexibilidad) que más lo distancian de un idioma con las características del castellano (...)” “Y si incluso tratándose de lenguas más cercanas o de autores más ortodoxos suele decirse que cualquier traducción será siempre otra obra respecto al original, tanto más en el presente caso, y mayormente con aquellos fragmentos más estrictamente literarios. No obstante, el lector puede tener las seguridad de que la traducción se ha realizado con una profunda actitud de respeto hacia el original, tal como lo exige la personalidad y la talla de Witold Gombrowicz, sin duda, una de las voces más singulares y complejas de nuestro tiempo”

WITOLD GOMBROWICZ Y JORGE CALVETTI En los primeros años de su vida en la Argentina Gombrowicz pasó verdaderas hambrunas, sin embargo, siempre tuvo a su disposición compinches muy ingeniosos que lo ayudaban a sortear algunos apuros. Una tarde, en la que estaba devorando con la vista las comidas que se veían en algunas vidrieras de la calle Corrientes, uno de esos amigos lo invitó a comer un cadáver, o mejor, de un cadáver. En efecto, lo llevó a un velatorio en el que la gente después de despedir al difunto pasó a una sala contigua donde sirvieron sandwiches y vino. El compinche le manifestó que con frecuencia buscaba esos cadáveres generosos por esos barrios obreros cuyas direcciones conseguía en la sacristía de la iglesia. Al final de su vida en la Argentina, cuando ya Europa lo había descubierto, tampoco tuvo demasiada suerte. Un amigo poeta, Jorge Calvetti, que había compartido con Gombrowicz muchas noches del Rex, le hizo una entrevista con la intención de publicarla en el diario “La Prensa”. En ese tiempo se lo estaba traduciendo a la mayoría de las lenguas europeas, sin embargo, Manuel Peyrou, se lo reprochó violentamente aduciendo que se había dejado embaucar por las imposturas de Gombrowicz. Manuel Peyrou fue uno de los comensales de una cena que dio Bioy Casares en su casa en homenaje a Gombrowicz y a Borges en la que no pasó nada, por lo menos nada de lo que todos esperaban que ocurriera. Después de haber pasado por sinsabores del mismo gusto que el de la comida cadavérica Gombrowicz, poco a poco, fue convirtiendo en arte el acto de ser entrevistado. Declaraba en esos encuentros su incapacidad para plasmar en las entrevistas que le hacían toda su grandeza, la fuerza, la majestad y el horror de su vida. Que él ofrecía en las entrevistas una vida novelada, embelleciendo y dramatizando su existencia para no cansar al lector, que el arte es siempre algo más, que aparecía precisamente ahí donde escapa a la interpretación, que la obra está en otra parte.

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La actitud que tiene Gombrowicz cuando escribe en sus diarios es un poco distinta a la que tiene cuando es entrevistado, y esto es así porque en los diarios sólo conversa con su doppelgänger y con los lectores, mientras en las entrevistas hay más interlocutores. Hay una diferencia de tono y de estrategia en lo que Gombrowicz escribe sobre la Argentina en el “Diario” y en “Testamento”. Una de las diferencias que existe entre una obra literaria y la comida es que la comida se empieza a digerir cuando está dentro, y la obra literaria cuando está afuera. Sea cual fuere la razón por la que Gombrowicz se haya quedado en la Argentina, la cosa es que fue aquí donde empezó a digerir, es decir, a comprender su obra fundamental: “Ferdydurke”. Un mes antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial fue depositado al otro lado del océano, en una tierra desconocida para él. Y para ofrecerle una vida novelada le dice al Hasídico que su viaje a la Argentina no fue una casualidad, fue la mano del destino la que lo depositó aquí y no en Europa porque, si no hubiera ocurrido así, tarde o temprano habría terminado viviendo en París, y ése no era el deseo de su estrella. Con el tiempo se habría convertido en un parisino, pero él tenía que ser antiparisino, tenía que estar alejado de los mecanismos literarios escribiendo para los cajones. La Argentina era un país europeo en el que se sentía la presencia de Europa más que en Europa misma, un territorio de vacas donde no se apreciaba la literatura. Gombrowicz se alegraba, a pesar de todas sus desventuras personales, de haberse quedado en la Argentina. Aquí empezó el relajamiento de su forma, mientras que los europeos se encontraban atrapados en nuevas formas más rígidas aún: el ejército, el servicio y la acción. Hay que decir, sin embargo, que la Argentina no le era tan necesaria a Gombrowicz, los conflictos con la forma y sus tentaciones con la inmadurez los podía haber tenido en cualquier parte del mundo. Miremos si no lo que le pasaba con Polonia y con Francia, dos mundos que había convertido en símbolos en todo lo que concierne a la forma, dos mundos que quería redimir y conquistar. Lo que aparece más o menos claro en todos sus escritos es una invariante gombrowiczida: él terminaba dándole importancia al lugar del planeta donde estaba viviendo, es decir, al lugar donde existía. La vida y la obra de Gombrowicz tienen un formato especial, un formato que ha puesto en aprietos la perfomance de las escritores argentinos. Cuando hablo de la performance de los escritores argentinos me refiero exclusivamente al desempeño que tienen en el asunto Gombrowicz. La primera sensación que uno tiene leyendo sus escritos sobre Gombrowicz es que nos encontramos en un campo literario en el que las ideas se ponen al servicio de las palabras. La primacía de la semántica y de la ilación en el desarrollo de los movimientos cognoscitivos de estos seres compelidos a escribir sobre Gombrowicz, a veces contra su propia voluntad, nos coloca en un mundo de características borgianas. En Gombrowicz las cosas ocurren exactamente al revés, mejor expresado, las palabras se ponen al servicio de las ideas y, en el límite, el significado de las palabras no tiene importancia, o importa poco. Si bien es cierto que el discurso de los hombres de letras hispanohablantes no es tan homogéneo que digamos pues se mueve en un rango que va desde la más declarada logomaquia del Orate Blaguer a la hermenéutica un tanto sofocante del Vate Marxista,

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en muy pocas ocasiones estos jinetes que sujetan con fuerza las riendas del caballo de las palabras se montan en el caballo de las ideas de Gombrowicz. Podríamos decir que Gombrowicz los convierte en unos seres incompletos pues sólo comprenden la parte suya que está en ellos, pero esta parte de Gombrowicz es la parte más pequeña. Para ponerlo de una manera distinta, no utilizamos bien el tiempo cuando salimos de nuestro hogar para cazar jabalíes con una red o cuando nos vamos de pesca con una escopeta. Jorge Calvetti, poeta, periodista y traductor, albacea literario de Carlos Mastronardi, conoció a Gombrowicz en la primera época argentina, el tiempo de sus mayores penurias, y participó en la traducción de “Ferdydurke”. En el año 1962 publicó un artículo sobre Gombrowicz en el diario “La Prensa” alrededor del cual se armó un verdadero escándalo. “(...) Wladimir Weidlé, célebre autor del „Ensayo sobre el destino actual de las artes y las letras‟, dijo: „Ferdydurke me ha revelado a un gran escritor‟, y Mario Maurin, en „Lettres Nouvelles‟, de París, refiriéndose a „La náusea‟ de Sartre, y a „Ferdydurke‟ de Gombrowicz, afirmó: „Pasmosa proximidad de estas dos obras maestras a las que será necesario recurrir de hoy en adelante para situar el clima intelectual de la época y conocer su expresión más vigorosa, más rica y más aguda‟ (...)” La entrevista, a pesar de toda la seriedad que tenía Calvetti, resultó un tanto estrambótica por ciertas respuestas que le dio Gombrowicz. “¿Qué significa la palabra „Ferdydurke‟?; –Es el nombre de una de las calles de mi ciudad natal (...)” “En Polonia mi situación depende de lo que se le antoje al gobierno: Durante el régimen stalinista fui proscripto y la prensa en general no se atrevía ni a mencionar mi nombre. En 1947, con el advenimiento de Gomulka al poder, se permitió la edición de casi todos mis libros, pero poco después fui puesto nuevamente en el Index. Creo que se dieron cuenta de que habían cometido un error considerándome un pájaro raro cuyos complicados cantos eran inofensivos (...)” “En una nación sometida a una modalidad espiritual muy simple como Polonia, crece la necesidad de lo difícil, del sendero que se aparta y busca su propia salida. La aparición de mis libros dio oportunidad para una descarga violenta de un espíritu demasiado amansado. Mi modo de escribir privado, personal, por ser apolítico, resultó bastante perjudicial para la política (...)” “¿Cómo es su vida en la Argentina?; –Tranquila. Perfectamente desconocido, converso en los "cafés" con dos o tres amigos. Hubo un tiempo más animado, hace quince años, cuando emprendí la audaz tarea de traducir „Ferdydurke‟ al castellano. La realizamos en un clima elegante de generosidad y de un fervor juguetón, pero cuando se publicó, editada por Argos, mi novela desapareció (...)” “No los ejemplares que, al contrario, no querían desaparecer de las librerías, sino la novela como ente espiritual. Se la tragó la Nada, y sólo dejó tras de sí unas cuantas reseñas tibias y un tanto desorientadas, que guardo religiosamente en un cajón de mi escritorio. Soy una persona de poca seriedad. En medio de mis desgracias: destierro, miseria, anonimato, fracaso y alguna que otra humillación, lo único que me quedaba era divertirme (...)”

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“La seriedad en las condiciones en que yo vivía habría sido mortal para mí. Pero le aclaro que no tengo ni el más mínimo resentimiento contra nadie. Reconozco que mi caso es difícil y que yo no hice nada para facilitarlo; por otra parte, debo anotar „en mi cuaderno que leo todos los días‟, como dice Shakespeare, no pocas demostraciones de simpatía y de comprensión por parte de mis colegas argentinos (...)” “¿Qué opina de la literatura argentina?; –No soy de los que opinan de literatura. Acerca del hombre argentino escribí varias páginas en mi „Diario‟, desconocidas aquí pero conocidas en Europa. Añadiré algo: creo sinceramente que soy, entre los escritores extranjeros, el que más ha sido fascinado por la Argentina, y mi permanencia tan larga aquí no es casual, pero es una fascinación difícil y quién sabe si no dramática (...)” Jorge Calvetti cuenta cuál fue el motivo del escándalo que se armó con esta entrevista, y Gombrowicz da su versión de hasta qué punto había llegado el escándalo, versión que Calvetti desmiente por lo menos en parte. “Manuel Peyrou, que se encontraba en la redacción, al ver mi artículo declaró que no se debía publicar porque se trataba de una impostura; nadie conocía a Gombrowicz, ya que su estilo carecía de interés, por lo que, en resumidas cuentas, se oponía a la publicación del texto (...)” “Por fin apareció la entrevista. Peyrou no dijo nada, pero se escondía siempre que me veía. Gombrowicz ha contado en „Testamento‟ que Weidlé, de paso por Buenos Aires, informó que era muy conocido en Europa (...)” “Eso es cierto, pero no es cierto que uno de nosotros, Peyrou o yo, tuviera que ser encerrado en un ascensor para que no llegáramos a las manos. Todo lo que acabo de contar es exactamente así. Los campesinos de mi provincia dicen: „Está muerto, y no me deja mentir‟ (...)” Gombrowicz le había dado su versión al Hasídico sobre esta historia en las conversaciones que aparecen en “Testamento”, una versión parecida a la de Calvetti pero con una diferencia. “Manuel Peyrou, amigo de Borges, se encontró con Calvetti en la redacción y le reprochó violentamente que se hubiera dejado embaucar por mis mentiras (...) Calvetti fue a quejarse al jefe de redacción (...)” “Afortunadamente, un conocido crítico de París, el ruso Wladimir Weidlé, cuyos libros tenían éxito en la Argentina, se encontraba de paso por Buenos Aires. El jefe de redacción le sugirió a Calvetti que fuera a verlo para comprobar sus afirmaciones, y Weidlé confirmó que, efectivamente, yo era un escritor conocido y apreciado en Europa, un veredicto que Calvetti utilizó en la entrevista (...)” “Según parece, la agarrada entre Calvetti y Peyrou fue tan tormentosa que hubo que encerrar a uno de los dos en un ascensor, e inmovilizar el ascensor entre dos pisos a fin de evitar que llegaran a las manos: „Se non e vero...‟ (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y DEOLINDA DE MAURO “Hace algunos días que estoy en Tandil y estoy parando en el hotel Continental. Tandil, una ciudad pequeña de setenta mil habitantes en medio de montañas no muy altas

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erizadas de roquedales como fortalezas. Fue la primavera la que me hizo venir con la esperanza de librarme de los microbios de la gripe asiática que todavía me quedan (...)” “Ayer alquilé por una módica suma un apartamento delicioso un poco en las afueras de la ciudad, al pie de la montaña, allí donde se alza una gran puerta de piedra, en la unión de un parque con un bosque de eucaliptos y coníferas” Fueron los jóvenes tandilenses los que atraparon a Gombrowicz en esa ciudad, él andaba detrás de una actualización permanente de su inmadurez. La barra del café Rex de Buenos Aires empezó a saber algo de la gente de Tandil cuando Gombrowicz nos empieza a escribir desde allá. Para los amigos de Buenos Aires algunas de las cosas que ocurrieron en Tandil se volvieron legendarias: el asombro de Gombrowicz cuando supo, casi recién llegado a Tandil, que el Asno había leído “Ferdydurke”; la compota de Flor de Quilombo que protegió a Gombrowicz de sus ensueños con su propia muerte; la ceremonia que armó Deolinda de Mauro en su casa celebrando la llegada del contrato de Julliard para editar “Ferdydurke” en París. Gombrowicz se va a Tandil como un viajante de comercio, quiere ver si le puede vender un poco de risa al dolor y sacar de este negocio un sucedáneo del talento. No le venía nada bien la idea de talento, el escritor no escribe con ningún talento misterioso, sino consigo mismo. El escritor escribe con su sensibilidad e inteligencia, con una constante excitación del espíritu que es la esencia de toda retórica. Si lo que escribe el escritor es trivial, fracasa no sólo como literato, sino también como hombre. El fundamento de esa constante excitación del espíritu es para Gombrowicz el dolor, es el quid de la existencia, y la risa el último recurso que tenemos para soportarlo. “Saquemos de ello una moraleja: que en los momentos que las circunstancias catastróficas nos obligan a transformarnos interiormente del todo, la risa es nuestra salvación. Pero el humor consiste en una inversión de todo, hasta el punto que un verdadero humorista nunca puede ser únicamente lo que es. La risa nos libera de nosotros mismos y permite que nuestra humanidad sobreviva a pesar de los dolorosos cambios de nuestro envoltorio (...)” “Esa risa, dictada por unas necesidades terribles, debería abarcar no solamente el mundo del enemigo, sino ante todo a nosotros mismos y a lo que para nosotros es más querido (...) Vierto sobre el papel mi crisis del pensamiento democrático y del sentimiento universal, porque no soy el único –quiero que lo sepáis–, no soy el único que, si no ahora sí dentro de diez años, desee tener un mundo limitado y un Dios limitado (...)” “Una profecía: la democracia, la universalidad, la igualdad no serán capaces de satisfacernos. Será cada vez más fuerte en vosotros el deseo de la dualidad, de un mundo doble, de un pensamiento doble, de una mitología doble; en el futuro profesaremos dos sistemas diferentes al mismo tiempo y el mundo mágico encontrará su lugar junto al mundo racional” El mundo mágico del que habla Gombrowicz, ése que busca un lugar junto al mundo racional, debía ser la juventud, un estadio de la vida que le resultaba más familiar que la condición sofisticada de la madurez. Gombrowicz no quería ocupar su lugar de adulto en la sociedad y anduvo siempre conspirando, aliándose en su contra con otros elementos, ambientes y fases del desarrollo. Hay un pasaje memorable de los diarios que muestra hasta qué punto los argentinos fuimos cómplices de ese sabotaje.

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“También soy colega de Cox, un chico largo y flaco de diecisiete años que tiene algo de botones de un hotel de gran ciudad...: familiaridad con todo y experiencia de todo, la más perfecta falta de respeto que jamás haya visto, una tremenda mundología, como si hubiera llegado a Tandil directamente de Nueva York (sin embargo, nunca ha ido siquiera a Buenos Aires) (...)” “A éste no lo va a impresionar nada..., posee una incapacidad total de sentir cualquier jerarquía y un cinismo que consiste en saber guardar una apariencia amable. Es una sabiduría proveniente de la esfera inferior, la sabiduría de un pilluelo, de un vendedor de periódicos, de un ascensorista, de un mozo de recados, para quienes la esfera superior tiene valor en la medida en que se le puede sacar dinero (...)” “Churchill y Picasso, Rockefeller, Stalin, Einstein son para ellos caza mayor a la que desplumarían hasta la última propina si es que los pescaran en el hall del hotel..., y semejante actitud hacia la Historia en este chico me tranquiliza y hasta me alivia, me proporciona una sensación de igualdad más auténtica que aquella otra, hecha de consignas y teorías. Descanso” Las aventuras de Gombrowicz en Tandil eran controladas por la mirada bondadosa de Deolinda de Mauro, la dueña de la casa donde Gombrowicz pasaba sus temporadas de vacaciones. “Aquí vivo, abajo, donde termina la gran avenida. Todo más o menos bien pero no sé qué pasa, algo no muy claro, hoy vino y dijo que le dará a patadas a Panagotto, ahora Dipi y Buffalo sostienen que no era él sino Bianchotti, quien lo sabrá, me piden consejo pero qué consejo puedo dar, además hay que andar con cuidado porque hay no sé qué en el ambiente y lo de Leoplán y Ricardone tambien me resulta algo raro que digamos. Veremos. Mi valija manda saludos a su changador y yo a los demás infelices del Rex??? !!! ??? !!! Qué sé yo... La cena. La muela. El paseo y la confitería” Ésta es la primera carta que Gombrowicz me escribe desde Tandil, un carta un tanto extraña, lo único seguro es que vivía en “Casita de Paz” de Deolinda de Mauro en la que vivió más o menos diez meses entre 1957 y 1960. “(...) Un día lo invitaron a la casa de los Santamarina, una familia muy importante: –¿Y va a ir a comer a la casa de esas personas con una camisa tan sucia?, espere, voy a buscar un trapo y se la limpio con un poco de alcohol (...) A Witoldo le gustaba estar en el living durante los grandes calores. Cuando yo salía a dar un paseo abría la despensa y me robaba las frutas. Un día lo sorprendí y se apresuró a tragar la que tenía en la boca: – ¡Qué desgracia tener un ladrón en casa, además sucio! Tenía muchas ganas de reírse, pero no se rió porque era un hombre de mundo (...)” “Poco a poco comprendí que era un escritor. Un día se enteró de que sus libros habían sido aceptados en Francia: –Señora, señora, me han escrito, mire esta carta, me aceptan; –Oh, Witoldo, qué alegría, ¿no deberíamos hacer un fiesta? (...) Preparé una corona de laureles, se la puse en la cabeza, Mariano y yo nos paramos al lado de su silla, y él firmó el contrato (...) No era espontáneo, pero uno podía comprender que tenía ganas de contar con amigos, aunque no le resultara fácil; no todos estamos hechos de la misma manera. Nos escribía cartas, eran hermosas, muy cortas, pero decían muchas cosas. En una de las últimas escribió: „Me acuerdo de ustedes y no quiero que me olviden‟ (...)”

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WITOLD GOMBROWICZ Y GABRIEL MARCEL ¿Por qué seré tan inteligente? Ésta era una pregunta que se hacía Nietzsche, y aunque Gombrowicz no llegaba a tanto ya de joven sintió que había conseguido una superioridad intelectual sobre su entorno, poco a poco se hizo notar como más sensato que los demás, se sabía que él era inteligente, que su especialidad era la inteligencia y no otra cosa. Yo mismo recibí algunas lecciones sobre este asunto: –Vea, Goma, yo tengo la inteligencia certificada. No sea temerario, no ponga en cuestión mi inteligencia en presencia de otras personas. Usted tiene que realizar un esfuerzo mayor que el mío para ser reconocido como inteligente. Evite hacer esfuerzos innecesarios, trate de imaginar que la razón la tengo yo. Desde Europa nos escribía que sus conocimientos sobre Sartre y Heidegger le alcanzaban para poner en aprietos a los más agudos intelectos de Francia y Alemania, que Günter Grass no era gran cosa, que John Steinbeck era aburrido, que Gabriel Marcel era un viejo boludo, que los escritores de Francia se parecían a los perros de Pavlov y que sus cocineros deberían ocuparse de la literatura pues tendría mejor gusto, y, en fin, que él era un gran escritor al que los demás no le llegaban ni a la suela de los zapatos. Los pensadores, progresivamente, a medida que se sucedían, se iban aproximando a la ridiculez cuando se adentraban en el territorio de la vida. Nietzsche era más ridículo que Kant, pero todavía no llegaba a provocar risa pues su pensamiento era abstracto. Pero el problema teórico se convirtió en el „misterio‟ de Gabriel Marcel, ese misterio era una espina que Gombrowicz no soportaba, y ese misterio le empezó a provocar risa. El cortocircuito de Gombrowicz con la filosofía se le produce cuando mira a la razón desde las ventanas de sus narraciones y de sus piezas de teatro. No es tanto el Gombrowicz filósofo el que se ríe de la conciencia, de la angustia y de la nada, son los personaje de sus obras, ese Gombrowicz irresponsable el que se ríe a carcajadas. El Gombrowicz filósofo no desacredita ni se burla del Gombrowicz artista, pero el Gombrowicz artista no se cansa de desmontar las plantaciones que hace el Gombrowicz filósofo, ni de reírsele en la cara. “El existencialismo no es una moda, ni una locura, ni algo decadente, sino una de las más serias necesidades del desarrollo humano actual, una corriente creativa que se proyecta en el futuro, uno de los factores más esenciales que conforman la mentalidad, si no de América, cuando menos de Europa, y que los marxistas, por su propio interés, deberían mirar, algo que está más allá de sus narices marxoidales” Gombrowicz encontraba en los polacos una resistencia sistemática que se oponía a la asimilación del existencialismo, y no sabía bien si debía a la aversión tipo sármata que tienen los polacos a pensar demasiado, o a un pasado cultural algo pueblerino, o al aislamiento del pensamiento libre en el que había caído Polonia desde el advenimiento del comunismo. Esta falta de orientación de los polacos respecto al existencialismo los separaba de Occidente más que el corte de los pantalones o la cantidad de coches. A los católicos polacos no les interesaba el existencialismo porque consideraban a la filosofía como una especialidad de los ateos. Se olvidaban que sus verdades reveladas debían ser tratadas a un nivel de profundidad acorde con un desarrollo mental al que habían contribuido durante siglos muchos sabios laicos.

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Al católico no debiera resultarle indiferente el nivel mental del hombre ni los límites de su conciencia, y es justamente en esta dirección que el existencialismo ha profundizado la sensibilidad religiosa del hombre y enriquecido la fe con contenidos nuevos. A los marxistas polacos tampoco les interesaba demasiado el existencialismo porque se consideraban poseedores de un conocimiento supremo de la vida, cometiendo el mismo pecado que los católicos, ellos le encargaban al materialismo dialéctico la solución de los misterios, así como los católicos se la encargaban a Dios. “Pero a los marxistas se les debería decir que la humanidad no se acaba en Marx y que ese orgulloso aislamiento detrás de la muralla china de cualquier pensamiento posterior al comunismo, poco a poco va convirtiendo al marxismo teórico en una sabiduría cada vez más estéril, caduca y aburrida, como puede ser aburrido repetir siempre la misma cosa (...)” “La presente crisis intelectual por la que atraviesa esta doctrina, que hoy en día no puede vanagloriarse de contar siquiera con un nombre ilustre, se debe a la incapacidad de asimilar ideas nuevas” Gombrowicz quiere darles una lección a los polacos que piensan que las abstracciones no sirven para nada y que sólo lo concreto y la realidad son verdaderos, y quiere darles una lección pues resulta que justamente el existencialismo piensa la misma cosa. Kierkegaard, el petimetre danés que inventó el existencialismo, anunció urbi et orbi que el razonamiento hegeliano era impotente, y era impotente porque se vale solamente de conceptos. La diferencia entre un concepto y el objeto del que se lo abstrae es la de que el objeto existe y el concepto no existe, por esta razón las filosofías no tienen utilidad en la vida concreta pues sólo elaboran fórmulas y sistemas lógicos de conceptos. “Si para el polaco el existencialismo no se personifica en la figura de un anarquista con barba y pelo largo, de todos modos comienza y termina con Sartre quien, también según esta versión, es un bobalicón ateo e inmoral que predica que todo lo que se nos antoje está permitido. En realidad, este Sartre, aunque ateo, es precisamente un moralista y trata de servirnos un nuevo alimento ético. De todas formas, con Sartre no termina esta nueva escuela del pensamiento sobre la vida, sino que también existe la riquísima variante del existencialismo cristiano, en el que descuellan nombres célebres como Gabriel Marcel” Hasta la llegada del existencialismo la lógica de las cosas era la lógica de la filosofía, pero cuando Kiekegaard escoge como objeto de su pensamiento, no el mundo de las cosas, sino la existencia misma , pone al universo patas para arriba. El desideratum del pensamiento existencialista es, por un lado, su rechazo a la abstracción y a los sistemas teóricos, y por otro, el intento de aprehender todo lo que se mueve para atrapar al mundo en su desarrollo y en su movimiento. Algunos filósofos creen que la dialéctica hegeliana puede hacerse cargo de este segundo deseo vehemente del existencialismo, pero la diferencia que existe entre la visión dialéctica y la visión existencialista, es la misma que existe entre las sensaciones de una persona que observa un coche moviéndose a toda velocidad y las sensaciones de otra que va sentada dentro del coche. El existencialismo va más allá del rechazo a la abstracción y del intento por aprehender el movimiento, sostiene también que el hombre, en el curso de su desarrollo crea su propia ley, de lo que deviene un ser imprevisible sujeto a un proceso continuo de formación, tanto la de él como la de sus normas.

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Pero no sólo los pensadores laicos han sido tomados por el sentimiento angustioso de que todo le estaba desapareciendo bajo los pies. En un pueblo situado el los Pirineos, en la costa del Mediterráneo, Gombrowicz había sostenido en su juventud discusiones interesantes sobre este punto con el abate Barcelos. La iglesia también desea que el hombre haga el uso más completo de su razón, ya que la razón utilizada con propiedad también conduce a Dios. Pero los sacerdotes deben tener en cuenta las dificultades originadas en el hecho de que el desarrollo de la razón es cada vez más acelerado, por lo que la interpretación racional de las verdades reveladas sufre continuamente en el tiempo nuevas transformaciones, y cada decenio es más profunda y rica en descubrimientos. El abate Barcelos le tenía aprecio a Gombrowicz, lo consideraba una oveja descarriada pues ese joven de buena familia había llegado a relacionarse con algunos tratantes de blancas, y por el aprecio que le tenía tuvo que intervenir en una mediación importante y providencial que lo salvó de la cárcel. El alma sigue luchando con los demonios indomables de la abstracción y del movimiento, es la misma lucha que había emprendido Kierkegaard ciento cincuenta años atrás. “Y cuando llega a nuestros oídos un gemido porque la humanidad rompe todas las normas, porque está creciendo la dinámica de nuestros tiempos, la relatividad y el carácter funcional de todo cuanto nos rodea, todo ello no es más que la expresión del miedo ante ese segundo demonio cuyo nombre es movimiento, desarrollo, devenir (...)” “El existencialismo se encuentra a cien millas de la solución de estos problemas, consiste más bien en dar la cabeza contra el implacable muro que ellos forman. Pero al menos tiene la ventaja de formular nuestras inquietudes más profundas, tanto las de Europa Occidental, como las inquietudes que tienen origen en los menos conscientes dolores nuestros: los dolores polacos” Jean Wahl, el filósofo francés recordado sobre todo por su estudio sobre “La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel”, presentó a Gombrowicz y a Gabriel Marcel, el filósofo católico, dramaturgo y crítico, recordado sobre todo por “El misterio ontológico”, un misterio que a Gombrowicz le provocaba risa pues se alimentaba solamente de la conciencia y no afectaba a la vida. “El problema es lo dado que se me propone como externo y el misterio algo en lo que me encuentro comprometido y cuya esencia no está enteramente ante mí. De donde el ser no es problemático, sino misterioso. Los misterios no son problemas insolubles, sino realidades no objetivables, pero que al estar inmersos en ellas nos iluminan. Por eso, frente al ser no cabe más que la opción, por lo que la Metafísica es la lógica de la libertad” Gabriel Marcel piensa que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado como existencialismo cristiano. Es una filosofía de lo concreto de la que deduce que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo condicionan en esencia lo que se es en realidad. Marcel, al contrario que otros seguidores del existencialismo, hizo hincapié en la participación en una comunidad en vez de denunciar el ontológico aislamiento humano. No sólo expresó estas ideas en sus libros, sino también en sus obras de teatro, que presentaban situaciones complejas donde las personas se veían atrapadas y conducidas

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hacia la soledad y la desesperación, o bien establecían una relación satisfactoria con las demás personas y con Dios. Gabriel Marcel, del mismo modo que Gombrowicz, había sido subyugado por la música y por Schopenhauer, no así por “El casamiento”. Emil Cioran fue con Gabriel Marcel a ver el estreno de esta pieza teatral en París, y aunque no sobre la obra sí escribió sobre la opinión que tenía el filósofo sobre el teatro de vanguardia. “Si Marcel se alejó generalmente del teatro de vanguardia fue porque la mayoría de las obras producidas por este teatro eran deliberadamente oscuras. En todos los casos, las representaciones requerían de una construcción vaga, donde el interés del argumento recayera en el ocultamiento del sentido. La mistificación es generalmente un resultado y a veces un requisito. Para divertirse, los espectadores deben estar preparados para ser engañados, papel que Marcel se negó a asumir. Después de presenciar espectáculos como estos, los cuales generalmente lo enfurecían, acostumbraba decir con voz desesperada: „¡Quiero entender; quiero una explicación!‟. Pero muy frecuentemente no había nada que explicar, sobre todo porque en esos casos la incomprensibilidad era esencial, El filósofo podría aceptar rápidamente tal cosa, si ésta no estuviera corrompida por la trampa o el engaño” Gombrowicz hace un comentario breve sobre el encuentro que tuvo con Gabriel Marcel. “Aqui, Goma, me veneran, me aman, soy el escritor extranjero más amado de París. Ayer Jean Wahl me presentó a Gabriel Marcel quien me dijo: „Usted me disculpará por mi nota sobre „Le Mariage‟, pero sufrí muchísimo durante este espectáculo‟ Yo: „Esa nota, lo confieso, no me agradó tanto, pero la firma debajo de la nota sí que me procuró placer‟. Goma, Marcel es un viejo pelotudo”

WITOLD GOMBROWICZ Y BERNARDO CANAL FEIJÓO “Gombrowicz es algo más que esos vitalicios maestros de la juventud que para desgracia de los jóvenes argentinos abundan en nuestro país. Es un camarada. Con más experiencia y más edad que los demás, simplemente. No más viejo sino más joven, como corregiría seguramente Gombrowicz, en un tono no del todo urbano me temo. Ya hemos hablado al comienzo de sus relaciones con la intelectualidad argentina. Agreguemos que tuvo dos grandes amigos, los únicos tal vez entre los maduros que lo comprendieron: Bernardo Canal Feijóo y Ernesto Sabato” Estas justas palabras del Dramaturro junto a otras muy atinadas que escribió Blas Matamoro nos recuerdan que Bernardo Canal Feijóo fue unos de los mejores amigos de Gombrowicz. “El exilio desdobla a Gombrowicz en un par de patrias imaginarias: el mito del cuerpo joven en la Argentina y el mito de la palabra inmarcesible en Polonia. Polonia es una palabra que pierde su actualidad para Gombrowicz debido a la distancia y a que se refugia en la evocación culterana del barroco polaco llamado „sarmata‟, una suerte de nacionalismo recalcitrante, que define a Polonia como un espacio cerrado a las seducciones de la modernidad europea. Algo así como la Argentina de los nacionalistas argentinos. La síntesis de ambas vertientes míticas es Trasatlántico, visión caricatural de ciertos aspectos de la vida argentina: la riqueza comercial de la calle Florida, los bailes

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populares, la estancia de la oligarquía ganadera, el preciosismo de los salones eruditos y la vida polaca en la emigración con la hipertrofia ceremonial y falsamente caballeresca de su diplomacia contada en la clave neobarroca del gaweda, relato popular del siglo XIX (...)” “Hay, de otra parte, una especie de sociología impresionista o psicología social de los argentinos, que Gombrowicz practica en la tradición de los visitantes atentos o profesionales, que conocieron la Argentina de la belle époque, así como los filósofos viajeros que pontificaron sobre el ser nacional argentino. En el centro, dos obras, la una silenciada por Gombrowicz de Ezequiel Martínez Estrada, la otra recordada en la amistad de Bernardo Canal Feijóo” Canal Feijóo transmitió la belleza del paisaje y la fuerza de la tierra. Sus temas recurrentes: el amor, el deseo, el dolor y la muerte, poblaron sus versos y se ahondaron aún más en sus textos teatrales. Hay dos historias que cuenta Gombrowicz en las que aparece Canal Feijóo con su aire campesino: la del pájaro colibrí y la de los poetas catamarqueños. A Gombrowicz no le sentaban bien ni el folklore ni las leyendas indígenas, pero tenía dos amigos que lo aburrían cuando hablaban de estos temas. Uno de esos amigos era Canal Feijoo, un escritor argentino que se había gastado los codos estudiando toda clase de leyendas y que había participado en una multitud de excavaciones buscando los arcanos del folklore. El otro amigo era Odyniec, un polaco millonario que durante un tiempo le dio dinero a Gombrowicz para le beca de Flor de Quilombo: –Es culpa tuya si ahora debo soportar la últimas teorías del príncipe sobre la antropología de las tribus indígenas, le tengo alergia a esas conversaciones, me aburren muchísimo. En cuanta oportunidad se presentaba aparecía la aversión que Gombrowicz le tenía al folklore. ¿Qué música escucha usted, Quilombo?; –Beethoven, Bach, Mozart...; –A ver, cuarto movimiento de la sexta sinfonía; –¿De quién?; –¿De quién va ser?, no va a ser de Dvorak, de Tchaikovsky, simples folkloristas. Este desprecio por las tradiciones y las costumbres indígenas se le puso a prueba mientras navegaba por el río Pilcomayo rumbo a Asunción. “Estábamos sentados en cubierta, los ojos fijos en la frondosidad de la orilla que desfilaba lentamente delante de nosotros, cuando de repente llegó volando un colibrí y se quedó suspendido temblando en el aire también trémulo después del tórrido día..., era casi invisible en el torbellino que creaba a su alrededor al batir sus pequeñas alas con tanta rapidez que casi era pura vibración” En el momento en que Canal Feijóo se pronuncia contra ese pajarito irritante cuya belleza no le sirve de nada porque no se deja ver, la dueña de la embarcación toma la palabra para contar la leyenda del colibrí. Lo curioso de esta historia es que en ningún otro pasaje de sus escritos Gombrowicz se detiene a recapitular leyendas indígenas, pero en este único caso la recapitula completa, en todos sus detalles, debe haber algo entonces en esta leyenda que la hace interesante para que Gombrowicz y por eso la distingue tanto. Painemilla y Painefilu, es decir, oro azul y víbora azul, eran dos jóvenes y bellas hermanas que vivían en las proximidades del lago Paimún. Un poderoso jefe Inca se enamoró perdidamente de Painemilla con quien se casó y vivió feliz en un hermoso palacio de piedra.

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Cuando Painemilla quedó embarazada, el jefe Inca convocó a los sacerdotes para escuchar sus profecías. Le vaticinaron que serían mellizos, que serían muy bellos, que un hilo de oro adornaría sus cabellos desde el mismo momento de su nacimiento, pero que algo horrible se interpondría en la felicidad de la pareja. Antes del nacimiento el gran jefe tuvo que marcharse al norte para sostener un guerra larga y cruenta. Entonces le pidió a su cuñada Painefilu que acompañara a Painemilla y la ayudara. Al ver a su hermana tan feliz, tan enamorada y tan mimada por su nueva familia, una envidia muy intensa le tomó el corazón. Cuando nacieron sus sobrinos, los vio tan lindos, tan sanos y tan alegres que la víbora azul enloqueció e imaginó una forma para eliminarlos. Encerró a los mellizos en un cofre y lo tiró a las aguas del lago, le dijo a la hermana que sus hijos no eran seres humanos sino perros mientras le entregaba un par de cachorros, luego se sumió en un profundo y oscuro silencio, se llenó de miedo y empezó a temblar. Painemilla no hacía otra cosa que llorar, cuando llegó su esposo y vio los perros que tenía por hijos, la encerró en una cueva oscura, la desolación se apoderó de la pareja. Pero los mellizos no murieron, fueron hallados por un viejo mapuche que los sacó del agua y los cuidó. Al cabo de unos años el jefe Inca terriblemente entristecido, paseando a orillas de lago, vio a un par de niños jugando, ambos tenían un hilo de oro en sus cabellos. Recordó la profecía, supo que eran sus hijos, los abrazó, los llevó a su hermosa casa de piedra, y reconstruyó con Painemilla la felicidad perdida. Pero debía castigar a Painefilu por su traición. El gran jefe Inca tomó entre sus manos una piedra mágica y la elevó al cielo: –Ayúdame señor a hacer justicia. Que todo tu calor traspase esta piedra y que en ella se ejecute el castigo a Painemilla. La piedra se volvió transparente, se cargó de luz y de fuego, un rayo verde salió de la piedra y buscó a Painefilu. Donde ella estaba solo quedaron cenizas... cenizas y un pequeño trocito de su corazón del que nació el colibrí el que, según las tradiciones mapuches, presagia la muerte, vive inquieto y triste, como Painefilu, no se posa en ramas ni toca el follaje, tiembla de miedo como si esperase el castigo. No puede morir de una muerte natural porque ha sido concebido por un corazón traidor, el colibrí lo sabe, por eso vive con un miedo permanente, y a pesar de su magnífica belleza, se siente apestado, evita la proximidad de todo y se eleva temblando siempre en el aire. Su angustia lo hace temblar, y vibra tanto que sus hermosos colores se tornan invisibles; la belleza del colibrí solo se puede admirar después de muerto. El colibrí trae mala suerte, le augura a las personas no sólo el día de su muerte, sino el tipo de muerte que tendrán. Si llegara a tomar con su pico un cabello caído, el que lo perdió morirá ahorcado. La belleza del colibrí, apestada por un crimen horrendo, tiene mucho que ver con las concepciones de Gombrowicz. “En la obra de Genet, nos encontramos con una belleza ruinosa, una belleza sucia, inferior y perseguida (...) Hay otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une la belleza a la fealdad. Ha mostrado, como si dijéramos, el reverso de la medalla, ha encontrado una potente unión entre el aspecto positivo de la belleza y su aspecto negro” Gombrowicz había quedado muy impresionado con la montañas de la cordillera cuando llegó a Mendoza. Esta inmensidad y este poder sólo le resultaba comparable con la anchura imponente del río Paraná. Mendoza era una ciudad que le caía bien con sus huertas y viñas, y con unos hoteles en los que cada habitación tenía su baño con agua fría y caliente.

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Cuando se dispone a hacer una siesta reparadora del viaje agotador escucha por la ventana el redoble de un tambor, por la calle avanza lenta y rítmicamente una murga de Carnaval. Gombrowicz decide participar en ese baile de disfraces. Este Carnaval argentino es una fiesta triste y aburrida, vacía y melancólica, los extranjeros han descubierto que los argentinos no saben divertirse, sin embargo Gombrowicz discrepa con este desprecio. A su juicio el argentino es complicado, difícil y misterioso, es un pueblo enriquecido por el cruce de razas y de culturas. Los polacos llegados después de la guerra opinan que la Argentina es primitiva y debe ser despreciada, y esto lo dicen a pesar del bienestar con el que tropezaban a cada paso, un bienestar con el que Polonia no podía ni soñar. No les decía nada la cantidad de coches que había en Buenos Aires, esta cantidad superaba en varias veces el número de coches de toda Polonia, y tampoco les decía nada que el subterráneo de aquí fuera mejor que el de París. “El polaco, a pesar de toda esta evidencia, los trataba desde la altura de su condición de europeo, puesto que era como lo hacían el francés o el inglés. En general, la soberbia europea en América es tan inmensa como cretina, y francamente hay que admirar a los argentinos que con tanta paciencia soportan esos humos y esa arrogancia” Gombrowicz despreciaba este orgullo europeo, y tanto más si venía de Polonia, pero también despreciaba este orgullo si venía de París. Relata la desilusión de su amigo Stanislaw Odyniec, que después de muchos años de vida en la Argentina había hecho un viaje a París. Volvió desencantado, y aunque no había tenido los problemas de un embajador argentino que temía estirar las piernas al acostarse en Austria pues se imaginaba que podía penetrar en un país vecino, de todas formas la ridícula pequeñez y estrechez de Europa le habían disgustado enormemente: –París también es demasiado pequeña, todo allí es minúsculo, y además sucio y anticuado. ¡Los cuartos de baño horribles! ¡La gente no se baña! Gombrowicz seguía mirando el Carnaval, cuando de pronto se topa con Canal Feijóo, uno de los grandes escritores argentinos que, junto a otros más pequeños, medianos y también grandes como él, se esforzaban en descifrar el carácter nacional. La esencia de una nación no se manifiesta en los análisis sino en la acción, para saber quién eres debes actuar. El arte y el hombre son imprevisibles para sí mismos, la literatura no soporta los programas ni el sometimiento a las teorías, sólo acepta la audacia y el descaro creativos. La falta de una relación directa con la vida es la causa del carácter secundario de las culturas de las naciones secundarias, naciones tímidas y sin desenvoltura, que no son creativas porque no tienen contacto directo con la vida. Canal Feijoo y Gombrowicz se dan palmaditas en el hombro: –¿Qué hace usted por aquí?; –He venido por negocios. Venga conmigo. Allí, a la vuelta de la esquina, se está celebrando un encuentro de poetas de Catamarca en ocasión de un concurso de belleza con jóvenes catamarqueñas muy atractivas. Era una reunión de ínfima categoría, un público mal educado hacía ruidos estrepitosos, mientras las candidatas asustadas, temblaban y se agitaban como mariposas. Los poetas encargados de honrar a la reina esperaban junto a la pared muy bien vestidos. A Gombrowicz le vinieron a la memoria los jóvenes poetas polacos de antes de la guerra,

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vestían una ropa que era el colmo de la miseria y el descuido pero escribían un poco mejor que los argentinos. “Conmigo muestran desconfianza –ya me conocen–, y uno de ellos me advierte de entrada: –Tú, Gombrowicz, ¡sobre todo no hagas el tonto!; –¿Yo? ¡Qué va! –digo pacíficamente– ¡Jamás! La pena es que vosotros sí que hacéis el imbécil. Os han traído aquí para que cantéis la elección de la reina de la belleza, siendo la cosa menos poética que podía ocurrirle a un poeta moderno. ¡Una trivialidad antipoética y sentimentalona! ¡Puro kitsch!; –¡Eres un bobo! Se trata de provocar un escándalo. Somos seis y cada uno de nosotros va a declamar su poema para reivindicar la libertad sexual. ¿Comprendes?” La prudencia femenina del país no procede solamente de España, es también el resultado de una manera de vivir tranquila y burguesa, pensada para fundar una familia e instalarse en una casita con jardín. La joven argentina tiene todas las posibilidades de casarse bien y de pasar el resto de su existencia honradamente y sin riesgo. “A esas vírgenes una aventura, sencillamente, no les va bien. Por tanto, todo aquí está calculado para obligar al hombre a casarse, política femenina que ha triunfado incondicionalmente sobre el deseo de aventuras del hombre. Lo que pasa es que... el diablo está al acecho. El hombre está al acecho. Y mis poetas se estaban preparando para una ofensiva” En diciembre de 1963 desde Berlín, cuando intentaba convencerme de que a su regreso fuera a vivir con él y con Flor de Quilombo, trata de impresionarme con la importancia de sus colegas argentinos. “No, no, Goma, tendrá que hacer viajecitos, no hay caso, estos pequeños chantajes basados en la supuesta soledad mía no sirven. No, Goma, nada de soledades, no estoy a la merced suya, parece que su imaginación no alcanza a darse cuenta de que cambió todo, basta que levante un dedo para que corran todos: la Lynch, Arnesto, Pla, Canal Feijóo, los bolches de La Plata, las niñas, los adolescentes, los ancianos y las viudas, trate de imaginarse algo como Weimar. El que estará algo aislado, me temo, será Vd. Goma con su papá y su mamá”

WITOLD GOMBROWICZ Y JUAN CARLOS FERREYRA El ingeniero Juan Carlos Ferreyra tiene algunas particularidades que lo distinguen del resto de los gombrowiczidas: leyó “Ferdydurke” antes de que Gombrowicz llegara a Tandil; alquiló la pieza de Venezuela cuando Gombrowicz se fue a Berlín; y recibió uno de los motes más extraños de nuestro club: Ingeniero Fireire. Durante las décadas del 40 y el 50, la escena filosófica francesa se caracterizó por la aparición del existencialismo, fundamentalmente a través de Sartre; aparecen también la fenomenología, el retorno a Hegel y la filosofía de la ciencia. Pero hay algo que cambia en la década del 60 cuando Sartre se orienta hacia el marxismo y surge una nueva moda, el estructuralismo. Strauss en la etnología, Lacan en el psicoanálisis, Altuhusser en el marxismo y Foucault en la epistemología. Y en el fondo, Marx, Freud y Einstein están presentes con sus grandes reducciones del pensamiento contemporáneo.

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Para esa época, el Ingeniero Fireire asiste a un curso de filosofía que da Gombrowicz en la Biblioteca Municipal de Tandil en el que decide exponer sus ideas de una manera sencilla –todavía no había determinado si en Tandil había alguna persona inteligente a la que valiera la pena conocer– hablando tan solo de las tres capas que tiene el hombre: la física que estudia la anatomía, la psicológica que estudia el psicoanálisis, y la metafísica que estudia la metafísica, ejemplificando estos conceptos simples con el miedo a la muerte que es psicológico y la angustia ante la muerte que es metafísica. El Ingeniero Fireire, igual que Gombrowicz, tenía algunos problemas con el aburrimiento. Los mayores ataques de aburrimiento lo asaltaron a Gombrowicz en las pensiones de Zakopane en las que pasó algunos inviernos por sus problemas de salud. Durante dos temporadas enteras se entretuvo con las “manoseadas”, unas señoritas inocentes como ángeles a las que manoseaba con un compañero de pensión: –¿No deberíamos manosear un poco a la señorita Jolanta? Eran cosquillas mundanas más que licenciosas. Pero su aburrimiento crecía hasta el dramatismo cuando llegaban los profesores de la Universidad Jaguielónica. Las despreocupadas comidas de Gombrowicz se convertían entonces en una especie de celebración, cuya pesada pedantería lo enervaba increíblemente. Los profesores mantenían entre ellos unas conversaciones sabias que los demás comensales escuchaban con devoción. Nunca había sentido simpatía por los profesores, pero esos diálogos filosóficos o históricos, le parecían pesados como un hipopótamo y no mucho más lúcidos. En los momentos más solemnes los interrumpía con cortesía con algún disparate: –¿Por qué no prueban estos pastelitos? En un almuerzo les sirvieron unas pastas indigestas e insípidas, entonces Gombrowicz protestó alzando la voz: –Pasta para el estómago, pasta para el alma, es realmente demasiado. Se produjo un escándalo y uno de los sabios intentó romperle una silla en la cabeza. En los cafés de Tandil Gombrowicz a veces también se aburría. Una tarde, sentado a una mesa con Flor de Quilombo, esperaba a otros contertulios. Pasada media hora entra el Ingeniero Fireire, se sienta, después de un minuto se levanta y sale. Cuando vuelve a entrar Gombrowicz está medio amoscado: –Profesor, si usted viene tan solo para irse no venga por favor. Uno de los recursos que utilizaba Gombrowicz cuando se aburrían era contar por enésima vez la historia de su tío loco incurable, que por las noches recorría las habitaciones vacías tratando de ahogar su miedo con discursos extravagantes que poco a poco se transformaban en cantos extraños que terminaban en aullidos inhumanos. Nos tenía muy intrigados con las enfermedades mentales de los Kotkowski. Hay que decir, sin embargo, que su primo Gustavo Kotkowski no parecía tan loco. De pronto, mirando hacia la calle en ese café de Tandil, ven por la ventana un hombre desaliñado que hace gestos, que baila y dice frases incomprensibles. Gombrowicz entrecierra los ojos, deja la pipa y apoya los codos sobre la mesa: –Dios mío, qué soledad terrible es la de un loco. Un poco después de la lectura de “Ferdydurke”, el Ingeniero Fireire, miembro del grupo que se formó al año siguiente de la aparición de Gombrowicz en Tandil, se presentaba con una ramita verde entre los dientes y se tocaba la oreja izquierda si alguna cosa no le gustaba. El día que conoció a Gombrowicz en el León de Francia, uno de los cafés

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importantes de la plaza principal de Tandil, tuvo la seguridad de que Gombrowicz era la encarnación de “Ferdydurke”. A Gombrowicz se le despertaban sus tendencias agresivas cuando tomaba contacto con los ingenieros. Tenía la costumbre de torturar al Pibe Luz, un ingeniero comunista contertulio del café Rex. Durante horas enteras el pobre se defendía con una sonrisita crispada hasta que no aguantaba más y se iba. La operación magistral con la Gombrowicz liquida la entidad de los ingenieros la realiza en “Ferdydurke”, desmoronando al ingeniero Juventón hasta convertirlo en una piltrafa humana. Al tomar contacto con la forma de los ingenieros Gombrowicz sentía la inmediata necesidad de desestructurarse, se ponía voluntariamente en camino de perder el juicio. Uno de esos intentos lo hizo en los diarios, un intento al que podríamos considerar como un intento metaliterario. Gombrowicz se las arregla en este pasaje para desvincular a la forma de sus ataduras y darle vida propia echando mano a Creta. Todo ocurre un día en que va almorzar a la casa de un ingeniero que tiene una industria en la localidad de Acassuso. A medida que ponía atención se iba dando cuenta que la casa, la mesa del comedor y los platos del ingeniero eran demasiado renacentistas, mientras la conversación se centraba también en el Renacimiento, una adoración por Grecia, Roma, la belleza desnuda y la llamada del cuerpo. La conversación con el ingeniero giró alrededor de una columna de Creta, y a Gombrowicz se le pegó el cretino, leitmotive de toda la narración. Se le había pegado, pero no de una manera renacentista, sino totalmente neoclásica y cretínica. Llegado a este punto le advierte al lector que él sabe que no debería escribir sobre esto. De vuelta en la ciudad se dirigió al café Rex pero, de repente, desde el café París, le hacen señas unas señoras conocidas que aparentemente estaban sentadas a la mesa comiendo unos bizcochos que mojaban en la crema. Pero era una mistificación, la verdad es que estaban sentadas a un tablero cubierto de esmalte apoyado sobre cuatro barras de hierro torcidas, y la acción de comer consistía en meterse una cosa u otra por un orificio practicado en la cara, al tiempo que sus orejas y sus narices despuntaban. Cháchara va, cháchara viene, Gombrowicz pide disculpas y se marcha alegando falta de tiempo. El hecho de que estuvieran ocurriendo cosas demasiado cretinas como para ser reveladas, era la razón que lo obligaba a relatarlas pues tenían un exceso de cretinismo. Al salir del café París se dirigió al café Rex. En el camino se le acerca una persona desconocida, le dice que hacía tiempo que quería conocerlo, lo saluda, le da las gracias y se va. Cuando iba a ponerlo de vuelta y media al cretino, se da cuenta que no es cretino, puesto que esa persona sólo quería conocerlo y lo había conocido. Se empiezan a encender las luces de la noche, pasan los coches, caminan los transeúntes, mientras tanto Gombrowicz mira las casas. En el balcón de un séptimo piso le están haciendo señas Henryk y su mujer. Él también les hace señas. Henryk y su mujer hablan y hacen señas. Coches, tranvías, gente, bocinazos, Gombrowicz les responde con señas. De pronto repara en que Henryk, más que hacer señas, enseña..., ¿pero qué es lo que enseña? Se está enseñando a sí mismo como si fuera una botella. Los dos están haciendo señas, pero Henryk se enseña a sí mismo.

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“Yo hago señas. De repente ella (pero no, yo no puedo hacer el cretino; sin embargo, si tengo que desenmascarar al Cretino debo hacer el cretino); entonces ella le enseña hasta que él se asoma y ella le enseña con saña (pero qué es lo que enseña?), después de lo cual los dos se ensañan ligeramente, y uno hacia aquí, el otro hacia allá, y, ¡puff!... (¡Esto sí que no puedo decirlo, está por encima de mis fuerzas!)” El Ingeniero Fireire se vengó del desprecio que Gombrowicz sentía por su profesión recurriendo a un procedimiento simple: no lo admiró ni quiso ser uno de sus discípulos. “¿No es acaso sospechosa una persona que, tras componer una obre literaria, tiene que explicarla una y otra vez? Recurrió al apoyo de Kierkegaard y de Schopenhauer, dos nombres fuertes de la filosofía, ; al de Paul Valery, como respaldo literario; al de Martin Buber, como apoyo y garantía general de seriedad. Parecía obtener una especie de lúgubre diversión en estos despliegues que embarullaban completamente a sus oyentes”

WITOLD GOMBROWICZ Y JORGE RUBÉN VILELA El último apodo de todos los que puso Gombrowicz, en su cuarto de siglo de vida en la Argentina, me lo puso a mí. A pesar de la ingenuidad poética con la que los presentaba Gombrowicz, Betelú y Marlon fueron los proveedores habituales de todos los esperpentos que circulaban entre nosotros, entonces, a pedido de Gombrowicz, inventaron un mote para mí, Goma, y quedó Goma para siempre. “En cuanto a Gómez, recordemos que tenía veintidós años cuando en 1956 inicia su amistad en las confiterías porteñas del Rex y la Fragata con una hombre de cincuenta y dos; téngase presente que los apodos (al menos los que inventaba Gombrowicz) son destino en cápsula, y que „Goma‟, aparte de su derivación obvia, es sustancia elástica, que fácilmente se dobla o se estira, pero que guarda tenazmente la memoria de su forma original” Llegamos a ser más conocidos por los apodos que nos puso Gombrowicz que por nuestros propios nombres. “Pero podría sostenerse que su obra maestra secreta fue la segunda cofradía de amigos que formó a su alrededor (...) La formación de este segundo grupo se ha vuelto un mito argentino. La elección se dio al azar, pero fue un azar riguroso. Todos rondaban los veinte años (Gombrowicz había pasado los cincuenta), todos recibieron su apodo o nombre clave, y todos fueron fieles” Cuando el Asno y Marlon firmaron una notas que aparecieron en “Eco Contemporáneo” con sus propios nombres, Gombrowicz reacciona sarcásticamente y le escribe al Buhonero Mercachifle desde Berlín una carta que resultó premonitoria. “(...) „Vilela‟ y „Di Paola Levin‟, ja, ja, ja, ¡qué pretenciosos! Los textos de Marlon y del Asno son ambos buenos, no sé cuál es mejor. El de Marlon es más lírico y tierno, el del Asno más premeditado. Los dos relatos están hechos con pedazos de los cuales unos son mejores y otros peores. Bien lo sé que describirme es una tarea dificilísima porque mis chistes no son solamente verbales, hay que dar el ambiente, la mueca, el estilo y además la magia de una perpetua transformación de la realidad cotidiana en algo artístico (lo que me caracteriza). Esto no lo lograron, pero sería demasiado pedir, quién sabe si algún día no lo logrará Goma. Pero de todos modos los dos trabajos son

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interesantes, tienen naturalidad y vida, hay momentos excelentes en los dos y creo que para los que no me conocen serán muy útiles (...)” En esa nota de Marlon, que firma pretenciosamente Vilela, pues a juicio de Gombrowicz ninguno de nosotros tenía derecho a usar nuestro verdadero nombre, recuerda que en septiembre de 1962, antes de la invitación de la Fundación Ford, a Gombrowicz ya se le había agotado la Argentina. “(...) Desde la estación Constitución hablo a la oficina donde trabaja Gómez: –Creo que Gombrowicz se va. Gómez sospecha que el Viejo ya no sabe qué hacer en la Argentina. Su soledad, a pesar de las cuatro o cinco personas que lo rodean (siempre en forma incompleta), puede llegar a ser total: –Quizá se vaya a Brasil, o a España, Barcelona quizá, me dice Gómez. Entonces, el Viejo sigue siendo el aislado habitante de la pieza de la calle Venezuela 615. Solo en Buenos Aires, solo en la Argentina (...)” El cierre del Rex, en marzo de 1961, fue un golpe mortal para Gombrowicz, ese café había sido su verdadero hogar. Gombrowicz, al que le interesaba más la conversación que jugar al ajedrez, maniobró estratégicamente para trasladar la barra del Rex a la Fragata, pero los frutos fueron incompletos y se fueron secando con el tiempo. La cuestión es que yo quise mantener mis partidas de ajedrez. Le propuse a Gombrowicz dos tertulias por semana en la Fragata: los martes y los jueves y, para los otros días, cuando él se aparecía en el club de ajedrez, conversaciones, sí, pero sólo después de las diez de la noche, hasta esa hora mi tiempo estaba reservado para el juego. Recuerdo que una noche Gombrowicz me pidió una excepción para esta limitación, quería anunciarme antes de las diez de la noche que la Ford Fundation lo estaba invitando a Berlín. La caída del telón sobre este enorme salón del Rex en el que se jugaba al ajedrez y al billar nos complicó la vida, especialmente a Gombrowicz que sólo pudo retener en la Fragata a tres o cuatro contertulios. Y ese inagotable venero de jóvenes del viejo salón de la calle Corrientes con el que Gombrowicz reemplazaba a los que se iban de su mesa, cerró con el Rex. La cosa es que cuando Gombrowicz se fue de la Argentina para Berlín existía una tensión afectiva latente en nuestra relación que casi explota con el segundo Piriápolis frustrado. Los últimos días que pasó entre nosotros fueron confusos e interminables, en medio del vacío y de una gran tristeza también me iba apareciendo algo extraño, parecido a un alivio. “Marlon era entre esos jóvenes que conocí en Tandil, posiblemente el más chiflado. Después comprobé con asombro que su chifladura sabía escribir” Junto a Flor de Quilombo y el Asno, Marlon formaba el trío más famoso de Tandil, pero el propio Marlon se definía a sí mismo como el tercero excluido, y no le faltaba razón. Gombrowicz lo excluyó en el puerto de Buenos Aires cuando lo obligó a entregarle a Madame du Plastique la invitación para subir al Federico Costa, la pobre mujer se la había olvidado en casa. Y la Vaca Sagrada también lo excluyó del elenco de testimonios que había tomado en la Argentina para escribir “Gombrowicz en Argentina”, el testimonio de Marlon no figura en este libro. En las cartas que Gombrowicz les escribe a los jóvenes de Tandil, Marlon aparece siempre como el más golpeado, pero lo distingue con afecto cuando a Marlon se le ocurre llamarlo Toldo.

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“(...) Qué boludez es la de ese Marlon pelotudo, pero será posible que al Quilombo nuestro lo llame Mariano... y por qué no Mariano Betelú, así como lo estila el pobre de Magariños que aún al Asno lo denomina Jorge Di Paola. ¿No querés, Marlon, rendirte a la gracia de estos nombres por mí creados y lo único que sabes es repetir „el Rana‟ hasta el cansancio cuando quieres llamar al Asno? (...) Marlon, Asnito y Flor de Quilombo: qué tal, Bianchotti, qué tal ese conocedor del archidrama y buzo de sus profundidades, qué tal las vacaciones con el triste Tirri en Bahía Blanca, supongo que tuvo la bondad de decirle verdades bastante crueles. Che, Marlon, pero resulta increíble, no puedes escribir ni siquiera una carta, si parecería que eres como aquel Papa que treinta años estuvo sentado sobre su trono y por fin emitió la Bula Non Possumus. Y, por favor, dímelo ¿por qué eres tan boludo? (...)” “Marlon, ¿te recuerdas qué bien comiste en el „Sorrento‟? 1) Langostinos 2) dulce de crema 3) mayonesa de aves 4) sopa de fideos 5) suprema de pollo. Tuve que pagar como 40 nacionales. Quilombo, ya sabes que la loca publica en „Swiat‟ tu obra y que tus caricaturas fueron aceptadas por Preuves (...)” “Como el Príncipe Bastardo forma parte del Comité de Redacción, la noticia es muy cierta, pero tú sabes: la vida muy perra. Saludos para Njemela y para Tati que son bastante bien y en general mando saludos. No me llames Vito, Quilombo, más me gusta Toldo (lo inventó Marlon).(...)” A pesar del maltrato fingido y afectuoso que recibe de Gombrowicz Marlon lo trata con admiración en el testimonio que escribe para “Eco Contemporáneo”. “Desde hace tres tardes está con nosotros aquí en Tandil, en la mesa del café, un tipo que no tiene nada que ver con nada: se llama Witold Gombrowicz y es polaco (...) No le perdonan que entrara a la exposición de nuestro amigo Pereyra rengueando con una mueca de dolor y apoyado en el hombro de Flor, y que a la media hora se olvidara del papel y se paseara alegremente entre los invitados y los cuadros: –Viejo, ¿no estarás reblandecido?; –Nadie lo sabe, Marlon, ni yo que soy Gombrowicz (...) ¿Sabían los que estuvieron en aquellos tus gestos absurdos, tus parodias, tus falsificaciones a la forma, qué es lo que realmente hacías? ¿Sabían que aquel Gombrowicz, en una tarde de septiembre en el Querandí contando mágicamente a dos lindas lolitas cómo había ganado, bailando el chachachá, catorce simultáneas de ajedrez, era este Gombrowicz que hoy se va en el Federico Costa, y que ellas asistían a uno de los experimentos más inquietantes, más profundos y más novedosos de toda la literatura? (...)”

WITOLD GOMBROWICZ Y NICOLÁS ESPIRO Gombrowicz mantenía una relación ambigua con el psicoanálisis. En el año 1935, cuando se publica en Polonia la traducción de “Introducción al psicoanálisis” de Sigmund Freud, Gombrowicz le consagra una crónica muy elogiosa. A pesar de este temprano entusiasmo no pudo mantener su confianza en el psicoanálisis habiendo dejado huellas de ese desencanto en algunos pasajes de los diarios. Sin embargo, el mundo de los sueños y del inconsciente ejerció una gran atracción en Gombrowicz, una fuerza que se pone de manifiesto en toda su obra pero especialmente en los cuentos y en “Pornografía”. La Polonia católica de la juventud de Gombrowicz le

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había cerrado las puertas a Freud, los polacos tenían un pensamiento extraño sobre el creador del psicoanálisis. Era bastante parecido al de ese estudiante de Santiago del Estero que le había dicho a Gombrowicz que Freud no le servía a los argentinos porque el psicoanálisis era una ciencia europea, sólo que en el caso de los polacos no le servía porque Freud era un ateo que practicaba la pornografía. La popularidad de las indagaciones de Sastre sobre la mirada y de Freud sobre la participación de la sexualidad en la conducta humana facilitaron la comprensión de la obra de Gombrowicz un tanto hermética, a pesar de la desconfianza que le tenía a ambos. “Mordería la mano del psiquiatra que pretendiera destriparme privándome de mi vida interior; no se trata aquí de que el hombre no tenga complejos, sino de que sepa transformar el complejo en un valor cultural” No era lector de Freud, pero ésta es justamente la definición que hace el austríaco sobre la sublimación. Gombrowicz, igual que Freud, le daba una gran importancia a la sexualidad y a los sueños. Recurrió a una estrategia premeditada para trasponer la voluntad humana y el determinismo psíquico al automatismo y a las partes del cuerpo, un modelo creativo que perfeccionó en “Ferdydurke”, su primera novela. La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y la orejas; el culo y sus proximidades: las manos, los dedos, los muslos y las espaldas, se convirtieron desde entonces en los representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez en el desarrollo de su obra. En esta novela desmonta la mistificación de los ideales recurriendo a un duelo de muecas entre estudiantes que termina en una violación que se hacen por las orejas, y desmorona a la modernidad en un amasijo de cuerpos en el que un profesor trata de mantener su dignidad utilizando los orificios de su nariz mientras los juventones, la colegiala y el colegial se dan bofetadas, se agarran de los mentones y de las rodillas, se muerden las costillas y enloquecen en un montón hormigueante. Si bien “Ferdydurke” contiene todos los cánones a los que recurre Gombrowicz para reemplazar los sentimientos, no hay obra anterior ni posterior que en mayor o en menor medida no los contenga. Como esos líquidos que están en el mismo recipiente pero que no se mezclan, las diferentes naturalezas de Gombrowicz se hallaban juntas en su conciencia. Convivían en Gombrowicz su clase social y una conciencia penetrante y agnóstica que buscó muy pronto conocer los estilos fundamentales del pensamiento universal, la independencia, la libertad y la sinceridad. Y en el mismo recipiente se arremolinaban también las aguas turbias de sus anormalidades psíquicas y eróticas. Ninguna de esas realidades tenía predominio sobre las otras, Gombrowicz se encontraba entre ellas y tenía que fingir para no ser descubierto. Gombrowicz intenta cancelar su deuda moral, quiere que la obra lo absuelva. Dentro de él existían elementos anormales y abominables, pero si él podía utilizarlos como componentes de la forma, entonces, a través de este procedimiento, se convertía en su dueño y señor. El ser confuso, indolente e inseguro que era quería ser de otra manera en el papel, un ser brillante, original, triunfador y purificado. No estaba en condiciones, pues, de hacer otra

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cosa más que la parodia de la realidad y del arte. La sensación de irrealidad lo ponía entre las cosas y no dentro de ellas, pero Gombrowicz buscaba la realidad y sabía que se la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia. Conozco a tres psicoanalistas gombrowiczidas que escribieron sobre Gombrowicz en forma interesante. El Gnomo Pimentón, uno de los epígonos más fervientes y miembro celebérrimo del club de gombrowiczidas, se ocupó de estudiar especialmente cuánto protagonismo tiene Gombrowicz y cuánto la familia en el desarrollo de sus obras. Si bien es cierto que el Gnomo Pimentón es el único escritor y psicoanalista argentino que había escrito un libro sobre Gombrowicz antes de que yo apareciera en el firmamento gombrowiczida, no pudo determinar el peso de cada una de estas participaciones a pesar de que aplicó a su estudio toda su ciencia infusa de origen lacaniano, un dilema ciertamente interesante. El Gnomo Pimentón, uno de nuestros gombrowiczidas más señalados, ha despachado desde el diván a muchos pacientes con suerte diversa. Director de una organización de orates a la que dio en llamar “Fundación Descartes”, es un destripador de psiques que ha enloquecido a una gran cantidad de personas siendo uno de los casos más notables el de Cara de Ángel. Un lacaniano de primera cepa como lo es el Gnomo Pimentón, repasando la obra de Gombrowicz descubrió que ni en sus narraciones ni en sus piezas teatrales hay consumaciones sexuales, afirmación que caracteriza con claridad uno de los vicios de su profesión. Otro colega del Gnomo Pimentón que se ocupa de Gombrowicz es Luis Gusmán, y como buen psicoanalista no deja de destilar veneno. “Gombrowicz parecía soñar con cierto fantasma de la libertad, con lo cual ciertas posiciones que adoptaba respecto a ciertos temas, colocaban inexorablemente al interlocutor en el lugar del moralista. Lo cierto es que como cualquier humano construyó su propia máscara, pero también como cualquier humano no pudo escapar a las leyes de la forma de la conciencia que él mismo describió (...)” “Con los años, suele ocurrir que la obra y la mitología de todo gran escritor se superpone y a veces entra en franca contradicción. En el caso de Witold Gombrowicz la mixtificación del personaje se confunde y se desplaza a su literatura. Es posible que este delicado equilibrio termine sobrevalorando injustamente alguno de ambos términos” El tercer psicoanalista de este grupo destacado de gombrowiczidas que elegí es Nicolás Espiro, el único de los tres que conoció a Gombrowicz y el único al que no se le notan los vicios de la profesión. Médico, psicoanalista y poeta, formó parte de la dirección de una revista de poesía: Poesía Buenos Aires. Su padre, médico dentista, cuidó la dentadura de Gombrowicz durante un cuarto de siglo. “Averigüe, Goma, si en Buenos Aires hay médicos que curan el asma y otras enfermedades con el método chino, es decir apretando los nervios con clavitos. Llame al doctor Espiro, mi dentista, y pida que pregunte a su hijo medico. Escriba enseguida” Las únicas referencias que hace Espiro a Gombrowicz se refieren a su snobismo, son muy ilustrativas las anécdotas que cuenta sobre los empleados del Banco Polaco y sobre Gustaw Kotkowski. Es evidente que los asuntos concernientes al nobiliario no se habían apagado en la conciencia de Gombrowicz; a pesar de las guerras, de la destrucción de Polonia y de su

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familia, de la muerte de millones de personas, se seguía encantando con la mitología de los blasones. “No existe monstruosidad alrededor de la cual no pudiese enredarse esta hiedra (...) Las jerarquías, los mitos, las celebridades surgidas en vuestro antiguo mundillo de pacotilla y hoy ya muertos pues el fragmento de la existencia del que habían nacido ya ha perecido, siguen ofuscándonos la existencia ya que a escondidas ofrecemos a estas deidades caducas nuestros ridículos sacrificios” Pero había algo más: el sueño de la aristocracia, de ser hasta tal punto agradable que le resultara posible ser inútil, andaba de acuerdo con el talante de Gombrowicz. “Bien, por lo que a mi se refiere, afirmo y anoto como uno de los cánones de mi conocimiento de los hombres que el que desee agradar a los hombres alcanzará con más facilidad la humanidad que el que desea sólo ser un siervo útil” Una de las víctimas predilectas de Gombrowicz era su primo Gustaw Kotkowski. Cuenta Espiro que lo visitaba en el Rex una vez por mes para charlar y llevarle un paquete con ropa. El primo Kotkowski era una persona muy amable y cuando se retiraban siempre abría la puerta del ascensor. Gombrowicz entraba primero con el paquete debajo del brazo sin decir una palabra, mucho menos la palabra gracias, era algo que llamaba la atención. “(...) „Vea, Tito, sucede que eso está preestablecido; nuestras familias son casi iguales, pero la mía es levemente superior a le de él...‟. Claro que esto adquiere todo su significado si pensamos que Witold pasaba penurias económicas y, además, que le hablaba en ese momento a un intelectual de izquierda” “Witold creaba personajes literarios en la vida real y gozaba con eso como si fuera un juego. Una vez, en una de nuestras charlas, se refirió a los empleados de alto rango del Banco Polaco, nos contó que cojeaban al caminar porque de ese modo parecían más respetables. Días después fui a verlo al Banco y tuve que esperar un momento en una sala del primer piso, donde estaban las oficinas y algunas secretarias trabajando (...)” “Vi abrirse una puerta y salir a un señor con aspecto de alto funcionario que cojeaba levemente de una pierna. Minutos después, atraviesa la sala otro personaje que también cojeaba. Finalmente, veo aparecer a Witold que atraviesa la sala sin mirarme, pero viéndome, con unas carpetas bajo el brazo y cojeando de ambas piernas en forma pronunciada (...)” “Yo sabía que más tarde debería preguntarle por qué cojeaba. El que se lo preguntara era parte esencial de la construcción de la anécdota: „Vea, Tito, el director y el subdirector cojeaban de una pierna en tanto que personas distinguidas, pero yo cojeaba de las dos pues soy más distinguido que ellos”

WITOLD GOMBROWICZ Y HELENA ZAWADZKA La relación que Gombrowicz tenía con las mujeres es un campo fértil para el psicologismo. ¿Las despreciaba? No, pero no sabía muy bien lo que significaban para él. Se le aparecen con faldas, pelo largo y una voz un poco más aguda, y como un ser que aparenta cultivar la juventud. Pero los conflictos que Gombrowicz mantenía con

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las mujeres a veces excedían la naturaleza del género femenino, se referían más bien a cuestiones intelectuales. La señora Swinarska había llegado de Polonia a Berlín para mantener un charla con Gombrowicz, un encuentro que la señora estimula regalándole una rosa. Le dice que ella conoce mejor la psicología alemana porque había sufrido a los alemanes en la propia piel cuando realizaban su tarea sangrienta, mientras él había estado en la Argentina a miles de kilómetros de distancia. La conversación se encrespa y termina mal, la cosa es que unas semanas después aparece un artículo de esa señora en una revista polaca titulado: “Sobre la distancia, o una conversación con el maestro”. Esto lo hace sin el permiso de Gombrowicz que no la había autorizado a que publicara una conversación que había adquirido un carácter poco constructivo. “Dígame, ¿por qué yo sé escribir como escribo?; –Porque usted tiene talento; –¡Talento! ¡No tengo talento, sino conciencia! ¿Comprende usted? Conciencia. Porque yo sé lo que los demás ignoran. ¡Porque sé abarcarlo todo! Sabe usted, yo aquí tengo una beca de la Fundación Ford de mil doscientos dólares. Y no pago nada por el alojamiento, porque soy un invitado del senado de Berlín. España es un país barato (...)” “Me compraré allí una casita; –Y a cambio de esa beca, ¿usted está obligado a escribir?; –¿Obligado? No. Es una beca en reconocimiento a los méritos de un escritor (...) Vosotros los polacos presumís continuamente y sin modestia de los cinco millones de muertos. Se ve que sobre la ocupación nazi no tenéis nada más que decir... Los polacos son unos nacionalistas provincianos... Sólo en Polonia se cuentan las barbaridades que se cometieron durante la guerra...” Según lo aclara Gombrowicz en los diarios la conversación había sido tergiversada, pero no demasiado tregiversada, así que los polacos se enfurecieron. “La forma más común del egoísmo humano es cerrar lo ojos a la desgracia ajena para no enturbiar el goce de todos los placeres y encantos de la vida...¡Usted no merece el nombre de escritor! (...)” “Quien muestra una actitud tan cínica hacia el martirio de millones de sus compatriotas... es un hombre carente de toda conciencia y sentido moral” Gombrowicz manda una nota de descargo a la revista que había publicado el artículo de la señora Swinarska, pero aparece en la revista mucho tiempo después, cuando el asunto estaba olvidado. “Ni en el más negro de mis sueños habría podido tener la miserable intención de justificar, o ni tan sólo minimizar, los crímenes cometidos por los nazis en Polonia, que condeno de la manera más enérgica junto a toda la gente honesta del mundo entero. No pueden haber a este respecto ni la más mínima duda, ya que en diversas ocasiones me he pronunciado sobre este tema en mi „Diario‟. Siento un profundo respeto por los indescriptibles sufrimientos de los polacos durante la última guerra” El conflicto que Gombrowicz mantuvo en Berlín con la señora Swinarska duró nada más que unas horas, el que mantuvo con Helena Zawadzka, la secretaria del presidente del Banco Polaco, duró siete años, y más aún, tenía muy presente a esa señora cuando escribió “Cosmos”, mucho tiempo después de haber renunciado al banco. Leon contaba en esa novela, que se llevaba muy mal con la secretaria del presidente del banco, que esa arpía lo acusaba de escupir en el cesto de basura.

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Esta historia novelada del dueño de la posada de “Cosmos”es la misma que la historia real de Gombrowicz con la secretaria de Juliusz Nowinski, el presidente del Banco Polaco. En los primeros ocho años de Argentina Gombrowicz fue un bohemio que vivió en la miseria, en los ocho años siguientes fue un empleado de oficina. Ese hijo de una familia noble que no había trabajado en los últimos cuatrocientos años fue arrastrado al trabajo por el hambre. El transcurso de las horas en el empleo alcanzó en Gombrowicz una dimensión metafísica. Todas las horas eran terribles para este bancario ilustre, las más singulares, la de entrada y la de salida. Como no soportaba al banco ni a nada de lo que ocurriera dentro de él, el tiempo no le pasaba nunca. Para mitigar la angustia se imaginaba un viaje a Mar del Plata, a determinada hora calculaba que estaba promediando el viaje, más o menos había llegado a Maipú, ya más cerca del destino final y, en su caso, de la salida del banco. Claro que esta tortura la compartía con otros empleados de oficina, inútiles como él, que tenían poco para hacer, pero la tragedia de Gombrowicz era mucho mayor. Mientras fingía que trabajaba en la oficina empezó a construirse un pasado familiar dibujando su árbol genealógico en sus horas de ocio, necesitaba esclarecer su pertenencia a una familia de linaje noble. Comenzó haciendo pequeños trabajos de secretario, luego Nowinski le dio permiso para escribir sus cosas en la oficina. Se aprovechó de la situación y se paseaba en forma arrogante delante de los otros empleados fumando nerviosamente en busca de inspiración. Así escribió “Transatlántico”, también componía poesías festivas que circulaban de despacho en despacho, y hablaba por teléfono en voz alta para pavonearse: –Prepárame por favor una cuajada, sobre todo, nada de caviar rojo, quiero estar a la derecha del príncipe. Helena Zawadzka, la secretaria de Nowinski, le llevaba alcahueterías: –Ha vuelto a llegar tarde y se viste como un puerco; pone las piernas sobre el escritorio y escupe las semillas de las naranjas en el canasto de papeles; le faltan botones en la camisa, se queda dormido en la silla, además, podría escribir, aunque sea una vez, algo que tenga algún sentido. “Ante mí, nada, ninguna esperanza. Para mí todo ha terminado, nada quiere comenzar. ¿Mi balance? Después de tantos años, llenos a pesar de todo de esfuerzo intenso y de trabajo, ¿quién soy? Un empleadillo, asesinado por siete horas pasadas diariamente ocupándome de papelejos, estrangulado en todas sus empresas de escritor. Nada, no puedo escribir nada aparte de este Diario” Mientras trabajó en el Banco Polaco tuvo servicios sociales a precios módicos, sin embargo, acostumbraba a pagarle a sus médicos con libros dedicados. También disponía de alojamiento en casas de vacaciones que el banco tenía disponibles en Mar del Plata y Córdoba a la mitad del costo, donde Gombrowicz pasó varias temporadas. Cobraba horas extras, un sueldo mensual suplementario, componía poesías festivas, escribió los diarios y todo el “Transatlántico” en la oficina. Helena Zawadzka cuenta que Gombrowicz no se fue del banco para recuperar el tiempo que le robaba a su actividad de escritor, sino porque se lo estaban vendiendo a accionistas argentinos que no hubieran tenido con él las mismas consideraciones que había tenido Nowinski.

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“En el banco nadie creía en él salvo Kaminski, él fue su mejor aliado y, prácticamente, único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y de música. Witold lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban frecuentemente de Chopin...” Gombrowicz se despide del amigo Kaminski en el “Diario” de una manera sincera. “Durante varios años he pasado con el señor Kaminski siete largas horas al día en la misma habitación. Era mi compañero de trabajo, un empleado como yo, y terminó por resultarme simpático... El viernes pasado me despedí de él como de costumbre, pero el lunes siguiente por la mañana no apareció por la oficina. Desaparecido, es decir, muerto. Muerto tan bruscamente y desaparecido tan por completo como si una mano lo hubiera llevado de entre nosotros. Lo vi por última vez en el ataúd, donde tenía aire de importancia. Una impresión penosa”

WITOLD GOMBROWICZ Y FRANCISCO RENÉ SANTUCHO. “La provincia de Buenos Aires, del tamaño de Polonia, hace tiempo que ha quedado atrás. También hemos abandonado ya la provincia de Santa Fe y ahora irrumpimos en la arenas de Santiago del Estero; es de noche, corremos (...) ¡Por fin llegamos a Santiago!” Gombrowicz se establece en Santiago del Estero en el año 1958. Huyendo del frío de Tandil y del de Buenos Aires se toma unas vacaciones de cuatro meses y medio en esa ciudad subtropical buscando un alivio para su asma. En esa ciudad no encontró el término medio que había encontrado en Tandil ni el anonimato de Buenos Aires, se movía entre la provocación y el erotismo. Gombrowicz buscaba una actualización de su inmadurez y de su talante jocoso e infantil que no pocas veces le producía dolor. Las últimas paradas argentinas que hizo en este viaje a la inmadurez fueron Tandil y Santiago del Estero. El intento por separar literariamente en los diarios su inmadurez tandilense de su erotización santiagueña no funcionó y todo quedó confundido en una especie de erotización inmadura. La naturaleza indígena de Santiago asomaba la nariz por todas partes: en las plazas, en los parques y en los estudiantes. “Estaba sentado en un banco de la plaza, en un parque, y a mi lado tenía un muchacho, posiblemente un estudiante de la Escuela Industrial, con un compañero un poco mayor que él: –Si fueras de putas –le decía el muchacho al compañero–, tendrías que soltar al menos cincuenta. ¡O sea que a mí me debes lo mismo! (...)” “¿Cómo entender eso? Ya me he percatado que en Santiago todo puede interpretarse de dos maneras diferentes: como extrema inocencia o como extrema depravación, por lo que no me extrañaría que estas palabras fueran inocentes, una simple broma en una conversación entre colegiales. Pero no puede excluirse algo más perverso. Como tampoco puede excluirse la archiperversión que consistiría en que, teniendo el significado que yo les atribuía, fueran, a pesar de todo ello, inocentes..., en cuyo caso el escándalo mayor constituiría la más perfecta inocencia (...)” “Ese muchacho quinceañero era evidentemente de buena familia, de sus ojos emanaba salud, cordialidad y alegría, no decía aquello voluptuosamente, sino con toda la

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convicción de una persona que defiende un derecho legítimo. Y además reía..., con esa risa de aquí, nunca excesiva pero envolvente” Gombrowicz ya advertido de la dulzura equívoca de los changos dio una conferencia en la Universidad en la que habló como hablan los más célebres, simulando que se sentía como si estuviera en su propia casa, que aquello era para él pan comido, cuando en realidad cualquier cuestionario indiscreto que le hubieran hecho lo hubiera dejado desarmado. “¡Pero estoy tan acostumbrado a la mistificación y al engaño! Y además sé perfectamente que hasta los más ilustres sabios no desdeñan tal mistificación. Hacía, pues, mi papel como podía, un papel que por otro lado no me salía del todo mal (...) De repente vi, un poco al fondo, detrás de la primera fila, una mano que descansaba sobre una rodilla (...)” “Otra mano, al lado, perteneciente a otra persona, se apoyaba o, mejor, se agarraba con los dedos al respaldo de la silla..., y de pronto fue como si esas dos manos me tomaran, hasta el punto que me asusté, me quedé sin respiración..., y otra vez sentí en mí la llamada de la carne” Las manos que irrumpen como un llamado del cuerpo lo llevan a una persecución anhelante y arrebatada de un muchacho moreno, desconocido para él, por las calles de la ciudad de Santiago. “Fue uno de esos momentos de mi vida en que comprendí con toda claridad que la moral es salvaje. De pronto, cuando llegué a su altura, me saludó sonriente: –Qué tal? ¡Lo conocía, era uno de lustrabotas de la plaza (...) para eso yo no estaba ni por asomo preparado! (...); –¿Adónde vas?, nos cruzamos y de toda esa pasión no quedó sino la normalidad” El parlamento argentino había promulgado una ley que concedía a las universidades católicas y de otras confesiones los mismos derechos que tenían las universidades estatales cuando Gombrowicz estaba en Santiago del Estero. Se produjo una protesta enfurecida de la mayoría de los estudiantes universitarios a la que se unieron los alumnos de las escuelas secundarias. “Una buena mañana vi en la plaza mayor de Santiago una multitud de adolescentes bajo la mirada paternal de la policía; uno de aquellos jóvenes pronunciaba un fogoso discurso exigiendo la dimisión del gobierno y la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas. Habló con tanta vehemencia, que cuando terminó le pregunté a solas cuál era el motivo de su odio hacia la iglesia y el clero: –Las chicas– contestó lacónicamente dándome un codazo” El pecado original anatematizado por la iglesia católica era el verdadero motivo de la revuelta estudiantil, sin embargo, la tendencia revolucionaria del joven argentino no revestía ningún peligro, era demasiado sonriente y sociable y, pese a todo, vivía demasiado bien. Después de tantas aventuras corridas en Santiago el Beduino se anima a preguntarle si tenía tanto sentido del humor cómo parecía. Mientras tanto le contaba que cada uno de los hermanos Santucho tenía una tendencia política diferente, gracias a esto la familia no le temía a las revoluciones tan frecuentes en aquella época, cualquiera fuese la que triunfara algún hermano ganaría: el comunista, el nacionalista, el liberal, el cura o el peronista.

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El Beduino trataba de asegurarse, más que de ninguna otra cosa, de que Gombrowicz tuviera efectivamente sentido del humor. Cuando estuvo seguro, con mucho disimulo, encendió un petardo y lo puso debajo del banco, el petardo estalló: –Perdón, Gombrowicz, ¿se asustó?; –No utilice, jovencito, esas armas infernales. Gombrowicz se puso blanco como un papel y durante un largo rato no pronunció palabra. Cuando Gombrowicz llega a Santiago lo está esperando en la estación Francisco René Santucho, hermano de Mario Roberto. A comienzos de la década de 1950 había fundado la Librería Aymara y el Centro Cultural “Dimensión”, donde auspició charlas y conferencias de intelectuales como Miguel Ángel Asturias, Juan José Hernández Arregui, Bernardo Canal Feijóo, Orestes Di Lullo, Witold Gombrowicz... Con el deseo de conocer la verdadera naturaleza del indio Gombrowicz mantiene conversaciones con ese santiagueño ilustre. Empieza por decirle que había demasiada belleza en la juventud de esa cuidad: –No hay nada peor que la superabundancia, conozco ciudades donde cada una de esas niñas valdría cien mil, aquí no daría yo por ellas ni tres centavos. Son demasiadas; –No, no es por eso... el motivo es otro; –¿Cuál es?; –Es la venganza del indio; –¿Qué venganza? El señor español había reducido a los indios al papel de esclavos y siervos, pero poco a poco se fue mezclando con el criado de lo que resultó una combinación especial. El indio tenía que defenderse de la dominación del señor y recurrió a la burla, mofándose del señor acabó cultivando en sí mismo una perfecta capacidad para ridiculizar todo lo que quería destacarse y dominar. De esta manera rechazó las jerarquías y reivindicó la igualdad, el indio veía en el éxito y en las muestras de talento el deseo de dominar. “Con un movimiento de la mano en el aire, ese Nietzsche indio abarcó a la multitud y concluyó: –Ahora aquí nada quiere destacarse ni brillar” Pero ésta es justamente la opinión que Gombrowicz tiene de los argentinos, y no solamente del indio. La belleza y la genialidad argentinas son antigeniales, su facilidad proviene del hecho de que no quiere sacar provecho de sus ventajas, una idea realmente interesante. “Un europeo las cultivaría como un campo fértil, se inclinaría sobre sí mismo como un instrumento” El argentino en cambio permite que sus virtudes queden en un estado natural, no quiere ser célebre, no quiere luchar contra la gente, es discreto, no quiere imponerse. La actitud del argentino frente a los otros no es suficientemente aguda, no se les echa encima, no necesita de los demás para ser alguien, el hombre no es para él un obstáculo al que tenga que salvar, no utiliza a los otros como una garrocha para saltar hacia arriba. Si el hombre argentino llegara a ser como lo piensa Gombrowicz, entonces, hay que decirlo, en comparación, él se comportaba como un animal salvaje. Otro asunto que puso al indio a la defensiva fue el engaño, los conquistadores empezaron a confundirlo con piedras brillantes y siguieron tomándole el pelo. No hay nada a lo que un indio tema más que a que lo engañen, y éste era el mismo tipo de miedo que Gombrowicz registraba en algunos de sus lectores. “Pero ¿de qué le sirve al indio saber si yo hablo „sincera‟ o „insinceramente‟? ¿Qué tiene que ver esto con la certeza de los pensamientos que pronuncio?” Gombrowicz estaba convencido de que se puede proclamar insinceramente una gran verdad y soltar sinceramente la mayor tontería. Los pensamientos se deben analizar en

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tanto que pensamientos, y no en tanto a cuál sea la inteción del hombre que los pronuncia. El engaño es una herramienta a la que el escritor debe recurrir para no convertirse en una presa fácil del lector. “Basta ya de ese sueño tranquilo en el seno de la confianza mutua. ¡Que despierte el espíritu! ¡Despierta! ¡Y salud, indios!”

WITOLD GOMBROWICZ, KAZIMIERS BALINSKI Y TADEUSZ KEPINSKI De los primeros amigos guardamos un recuerdo que vuelve siempre a nosotros en el transcurso de nuestras vidas. Kazimiers Balinski y Tadeusz Kepinski fueron los primeros amigos de Gombrowicz y sus cómplices de aventuras juveniles en el colegio Kostka. “De joven golpeaba la puerta de la casa de su amigo Tadeusz Kepinski, y cuando preguntaban quién era Witold respondía, el señor Gombrowicz. El señor Gombrowicz nunca dudó de su propio valor, pero dudaba de su obra en el plano artístico. Tenía miedo de aburrir y de no ser aceptado. Después de escribir „El casamiento‟ quiso reescribir esa pieza de teatro, pero sólo se animó a cambiarle algunos pasajes, y lo mismo le pasó con „Ivona‟. Escribió „Ferdydurke‟ porque le criticaron „Memorias del tiempo de la inmadurez‟. Si hubiera estado tan seguro de su obra no hubiera sufrido tanto por las críticas” Cuando tenía siete años la familia de Gombrowicz se mudó a Varsovia, él prosigue sus estudios en un curso particular organizado por la señora Balinski para su hijo Kazimiers. La casa de esta señora era por entonces uno de los centros más importantes de Varsovia. Gombrowicz la frecuentó durante mucho tiempo e hizo amistad con Kazimiers. No obstante, sus primeros contactos con los hijos de los aristócratas varsovianos lo deprimieron. Se sentía torpe, y el saberse diferente de los demás lo llevó a distanciarse de su familia, de la escuela y de sí mismo. Creyendo que su mundología dejaba mucho que desear se preocupaba constantemente de los modos de comportarse en sociedad y de su falta de modales. “Los aristócratas se relacionaban por lo general entre sí y no permitían que entraran en su clan más que unos cuantos elegidos, emparentados o no, pero en todo caso pertenecientes a familias de la „sociedad‟. El proceso se realizaba con una precisión sorprendente en gente tan joven, a través de una especie de selección natural, seguramente inconsciente, en la que la rigidez y la intransigencia del tabú aristocrático aplicado sobre el fondo de nuestra anarquía desenfrenaba y chillona, me revelaron una ley no escrita, una de esas leyes que cuanto menos se proclama más se hace notar. Balinski tenía una abuela condesa y una bisabuela princesa, aparte de su padre senador; yo, con una cuantas tías condenas a duras penas podía acompañar a alguno de ellos de la escuela a casa” Envidiaba de los aristócratas una facilidad para imponerse y una desenvoltura en los modales que parecían innatas, así como un espíritu que, por esencial, debía dominarlo todo. En sus relaciones con los adultos se sentía paralizado por sus defectos, a menudo imaginarios, por lo cual aumentaba todavía más su timidez y su torpeza.

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Este sentimiento de inferioridad consolidaría uno de los rasgos de su carácter: una timidez externa ligada a una seguridad interior. Consciente de la superioridad de ciertos adultos de su entorno, evitaba las discusiones con ellos por miedo a parecer ridículo. “Yo pasaba entonces las tardes en casa de los Balinski, una mansión que se consideraba ilustrada, culta y rica en contactos con París y Londres, abierta al arte. Fue mi primer contacto con la literatura (...)” “A pesar de eso seguía siendo provinciano hasta la médula, tímido, rústico, salvaje, casi un hijito de mamá y, aunque vivía espiritualmente con una gran intensidad la nueva vida polaca que nacía, en la práctica, no sabía establecer contacto con ella” La buen relación que Gombrowicz tenía con la familia Balinski se enfrió un día en un entierro. “Maduraban en mí unas rebeliones que no podía comprender ni dominar. Me acuerdo de un entierro al que asistí, era la inhumación de un pariente; los Balinski caminaban detrás del féretro, muy dignos, acompañados de numerosas personas, cuando de repente no sé qué demonio se apoderó de mí y empecé a comportarme provocativamente, metí las manos en los bolsillos y me puse a dar patadas a todo cuanto hallaba por el camino (...)” “Me volvía sobre las mujeres con las que me cruzaba, hasta que, finalmente, superando la capacidad de espanto de mis padres, comencé a parlotear en voz alta con los demás miembros del cortejo fúnebre, no menos horrorizados. Por fin, ya en el mismo cementerio, me agarró un ataque de risa que no pude dominar; literalmente me ahogué de risa sobre aquel ataúd” Con Balinski y Kepinski formaron en el colegio una coalición de ataque y defensa. Es difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz. La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en esta novela traspone, aunque no demasiado, las torturas que había sufrido en el colegio, a un lenguaje artístico. El instituto Kostka era muy aristocrático, estaba plagado de Radziwill, Potocki, Tyszkiewicz, Plater, aunque también había adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres lo enviaron a esa escuela. Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron muy dolorosos, como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes y puntapiés. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos. “Nosotros, en el cole, nos propinábamos grandes y ruidosas bofetadas que, sin embargo, ya no terminaban en duelo. El ultrajado tenía que devolver la bofetada si no quería perder su honor, pero entonces el adversario se veía también obligado a su vez a devolver ya que una ley tácita estipulaba que el último en golpear la cara ganaba. Un día, con Tadeusz Kepinski, atravesamos dos veces el patio de la escuela dándonos bofetadas: ambos terminamos con la cara hecha una calabaza” Kepinski ha escrito sobre Gombrowicz textos que lo muestran como un amigo muy inteligente.

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“Hay algo en „Escalera de servicio‟ que quizás se remonte a la infancia, a la época en la que se le despertaron sus primeros deseos, hacia su séptimo u octavo año (...) Seguramente vio algo que le causó impacto, unas pantorrillas, o algo mejor, y que una y otra vez acudía a su mente (...)” “Pasaba el día entero con su madre y sus hermanos, pero no con su padre. Para Witold, de niño, el padre era un ser lejano, providencial, su hermano Jerzy lo dominaba directamente, el padre indirectamente (...) No se veía a sí mismo casado. De entrada, no hubiera sabido jugar al pretendiente, mostrarse ansioso, declararse, suspirar, sufrir. No se imaginaba en el papel de padre, preocupado y atento a crear las condiciones de vida adecuadas para su mujer y sus hijos. La visión de todo ello era para él equiparable a la muerte” La coalición de ataque y defensa que había formado con Kepinski y Balinski aparece claramente en “Ferdydurke”. La novela comienza cuando el protagonista treintiañero es raptado de su casa. Es raptado en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada. En el medio de la narración el protagonista tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle el triunfo a sus ideas. En el colegio se había formado dos bandos irreconciliables, el de los muchachones que representaban ideales bajos, y el de los adolescentes que representaban ideales sublimados. Si Polilla, el líder de los ideales bajos, realizaba su plan de violar la inocencia de Sifón, el líder de los ideales sublimados, la realidad se convertiría en una pesadilla y el protagonista ni siquiera podría soñar con la huida. Pepe le está comentando en voz baja a un compañero que sería mejor disuadirlos de la violación, pero Polilla se da cuenta: – ¿Por qué te metes? ¿Quién te permitió chismear de nuestros asuntos con Kopeida? ¡A él eso no le interesa! ¡No te atrevas a hablar de mí con él!; –Polilla, no hagas eso con Sifón; –¿Por qué no?; –Porque no; –¿Sabes dónde te tengo con Sifón? ¡Te tengo en el ... ¡Perdón! ¡En mi mejor estimación!; –No hagas eso, no se metan en eso. ¿Acaso no te ves haciendo eso? Oye, ¿tú te has imaginado eso?, ¿tú te has visto?, Sifón atado en el suelo y tú violado su inocencia a la fuerza y por las orejas. ¿No te ves en eso?; –Veo que tu también eres un digno adolescente. Sifón te ha influido, ¿no es cierto? Mientras estaba diciendo todo esto le dio un punta pie: –¿Acaso porque Sifón es inocente tú tienes que ser indecente? Polilla se sumergió en dolorosos pensamientos dejando por un momento la trivialidad y la vulgaridad y el rostro se le descongestionó, pero cambió inmediatamente: –¡Cuculeíto! ¡Cucucaleíto! ¡No, no puedo permitir que consideren a los colegiales unos inocentes! ¡Tengo que violar por las orejas a Sifón! Cuando Pepe le propone la huida, Polilla empieza a soñar con el peón, la fraternización con el peón es su ideal bajo. Pero de repente un rugido sarcástico estalló a dos pasos de ellos. Sifón y Conejo, con algunos otros, se agarraban sus barrigas inocentes carcajeando y rugiendo.

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¡Te felicito, Polilla, te felicito! ¡Por fin sabemos qué se oculta en ti! ¡Sueñas con el peón! ¡Finges ser un muchachón brutal, pero en el fondo eres nada más que un sentimental soñador peatonal! Polilla se daba cuenta que la balanza se estaba inclinando peligrosamente a favor de Sifón, entonces se le ocurre desafiarlo a un duelo de muecas. Eligen la hora, el lugar y las árbitros. En el momento que lo están designando a Pepe como superárbrito, suena el timbre, se abre la puerta y un hombrecito barbudo entra a la clase y se sienta sobre la tarima... Pasa una hora, termina la clase y los alumnos profieren un rugido salvaje. El viejito pestañeó y salió. El duelo de muecas iba a ser un duelo a muerte y no un palabrerío vano. Conejo lo aconsejaba a Sifón: –¡No te asustes, piensa en tus principios! Teniendo principios puedes en nombre de ellos fabricar fácilmente todas las muecas que quieras, mientras él carece de principios y deberá fabricarlas, no en nombre de ningún principio sino por su propia cuenta. La cara de Sifón resplandecía pues los principios le daban el poder de poder siempre y con cualquier intensidad. Los amigos de Polilla le aconsejaban que no se expusiera a la derrota: –No te eches a perder, ni a ti ni a nosotros, mejor ríndete enseguida, finge que está enfermo y te excusaremos; –No puedo, ya están echados los dados. ¡Fuera! Pero la cara se le alargó y dio muestras de un malestar pronunciado. Los árbitros castañetearon los dientes: –¡Podéis empezar! Parecía que Polilla dominaba, pero de pronto Sifón replicó alzando un dedo, hacia arriba, era un golpe poderoso. Polilla alzó el mismo dedo, lo puso en la nariz, se rascó y escupió sobre él, se defendía atacando, pero el dedo invencible de Sifón permanecía en las alturas. La situación de Polilla se volvía terrible porque ya había gastado todas sus asquerosidades y el dedo de Sifón siempre indicaba hacia lo alto. De repente Polilla rompió el silencio con un grito espantoso; –¡A él! ¡A él! Se arrojó sobre Sifón y le aplicó un flor de sopapo. Los muchachos se arrojaron sobre los adolescentes y los maniataron con los tiradores. –¡Ah, mi adolescentucho inocente, tú creías vencerme. Polilla estaba sentado sobre Sifón: – Dame tu orejita. Por suerte se puede todavía penetrar en el interior por vía de las orejas. Se inclinó sobre él y empezó a soplar. Sifón chilló como un chancho, viendo que no podía zafarse, rugió para tapar las mortíferas palabras de Polilla que lo iniciaban y lo enteraban. Era increíble que los ideales pudieran emitir semejante rugido, pero el verdugo rugió también: –¡Mordaza! ¡Métele mordaza! ¿Qué esperas? Se lo estaba pidiendo a Pepe, era él quien debía ponerle la mordaza. “Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica que efectuó Polilla sobre Sifón, se abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, Pimko, siempre infalible en toda su personalidad excepcional. –¡Qué bien, los niños juegan a la pelota! (...) ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia uno tira la pelota al otro, con qué soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi cara, pálida y crispada por el pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te resulta saludable y la pelota también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Juventona, donde alquilé una pieza para ti”

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WITOLD GOMBROWICZ Y HERBERT SPENCER De naturaleza perezosa y desprovista de sentido práctico en un tiempo en el que había abundancia de criados y de institutrices, el papel de la madre de Gombrowicz se limitaba a darle órdenes al cocinero y al jardinero. Sin embargo, le decía a todo el mundo que la casa estaba a su cargo, que el jardín era una obra de ella, que menos mal que tenía sentido práctico. Profesaba una gran admiración por todo cuanto ella no era. La fascinaban los médicos eminentes, los profesores, los grandes pensadores y en general las personas serias. Gombrowicz y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, que fundamentó el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir. Sin embargo, a Marcelina Antonina se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer. “En el Instituto Kostka recibía la formación oficial, pero su verdadera educación la llevó a cabo por su cuenta (...) A los quince años Gombrowicz ya leía a Spencer, a Kant (...)” Esa pasión por la filosofía de Gombrowicz, iniciada a los quince años, seguramente tiene que ver con los desvaríos de su madre, pero la mantiene en forma invariable durante toda la vida.. Los filósofos, a los que a menudo acusaba de un exceso de abstracción y de desinterés hacia los problemas de la vida, serán sus fieles compañeros hasta sus últimos días en los que se despide de ellos dictando un curso de filosofía. Herbert Spencer fue el fundador del darwinismo social y un ilustre positivista. Utilizó en forma sistemática los conceptos de estructura y función y concibió a la sociología como un instrumento al servicio de la reforma social. Spencer considera a la evolución natural como la clave de toda la realidad, a partir de cuya ley mecánica y materialista se explican los niveles progresivos de la realidad: la materia, lo biológico, lo psíquico, lo social... Su intento de sistematizar todo el conocimiento dentro del marco de la ciencia moderna en términos de evolución lo convirtió en uno de los principales pensadores de fines del siglo XIX. No hay cosa que sea más ajena a Gombrowicz que las ideas de Spencer, el filósofo que subyugaba a Marcelina Antonina. Es fácil ver como se burla de estas ideas en “Ferdydurke”, especialmente en la cabeza de la Juventona. Gombrowicz también deja huellas en los diarios de cuánto lo perturbaba el determinismo evolucionista de Spencer. “Me atrae el abismo de la vida ajena, aunque esté adornada o incluso tergiversada; en cualquier caso es un caldo hecho a base de realidad y me gusta saber que, por ejemplo, el 3 de mayo de 1942 Bobkowski enseñaba a su mujer a ir en bicicleta en el bosque de Vincennes (...)” “¿Y yo? ¿Qué hice ese día? Ya veréis, o más bien no veréis: dentro de doscientos o mil años surgirá una nueva ciencia que establecerá las relaciones de tiempo entre los individuos, y entonces se sabrá que lo que le ocurre a uno no deja de tener relación con lo que le ha sucedido simultáneamente a otro... Y esta sincronización de la existencias nos abrirá nuevas perspectivas..., pero basta...”

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La madre fue la primera quimera que Gombrowicz combatió, era para él la representación de la irrealidad, un exceso de irrealidad. “Pero el hombre es para sí mismo una sorpresa inacabable porque yo, aunque con miedo de morirme y ese taladro que me desgarraba el pecho, tenía reparos en despertar a Rita y llamar al médico a una hora tan temprana; finalmente vino, me puso una inyección y, cuando el dolor remitió, a Rita y a mí nos dio una ataque de alegría, de pronto nos invadió un humor excelente, reíamos y decíamos tonterías, y el médico nos miraba como a dos mentecatos (...)” “No me he muerto, y sin embargo algo en mí ha sido tocado por la muerte, todo aquello de antes de la enfermedad es como si estuviera detrás de un muro. Ha surgido una nueva dificultad entre yo y el pasado” Esta caída en la irrealidad en las vísperas de su propia muerte le venía desde la cuna pero, le viniera de donde le viniera, hay que decir que la idea de realidad se escurre entre las manos como una anguila. La realidad se define a veces de modo negativo y a veces de modo positivo. En el primer caso se afirma que el ser real sólo puede entenderse como un ser contrapuesto al ser aparente, o al ser potencial, o al ser posible. En el segundo caso se afirma que es real sólo lo que existe, y no es real sólo lo que es. La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. La falta de realidad era una espina que se clavó muy pronto en la piel de Gombrowicz, tanto que una buena parte de las historias que cuenta en sus novelas no es real, y no sólo porque no relate acontecimientos que hayan ocurrido verdaderamente, sino porque son historias que no pueden ocurrir en el mundo real. Todas sus narraciones tienen elementos fantásticos, y estos productos de la imaginación son los que le hacen posible la actividad de escribir, es decir, el defecto de realidad es entonces el que pone en marcha su obra, pero no su desarrollo y su término, pues todas ellas tienen, como quien diría, una moraleja. Si el defecto de realidad es el motor de su literatura, se podría decir que el exceso de realidad obraría para Gombrowicz como un palo en la rueda; y así era nomás. Hacia el final de sus aventuras en Francia no encontraba la forma de justificar ante el padre el hecho de que no estudiaba ni aprobaba los exámenes. Por suerte le apareció una fiebre acompañada de un debilitamiento general y el médico le recomendó que partiera hacia el sur, a las montañas. En el tren que lo llevaba de París a los Pirineos Orientales entabló conversación durante gran parte de la noche con una joven escocesa bastante feucha. Cuando la joven se enteró de que sus caminos se separaban en Perpignan supuso que después no se volverían a ver, entonces, sin pensarlo dos veces, le hizo unas confidencias realmente monstruosas: en la casa familiar ocurrían cosas indecentes en las que la escocesa participaba activamente. Llegaron a Perpignan y se despidieron cariñosamente. Gombrowicz llegó a su destino y se hizo compinche de unos lugareños que jugaban al billar. El domingo del primer fin de semana se fueron en bicicleta a un pequeño puerto cercano. En ese trayecto tuvo su primer deslumbramiento con el Sur, pero ésta es harina

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de otro costal, es ya otra historia. Decidió quedarse algunos días en esa playa, pero en la mañana del cuarto día vio a la escocesa sentada en la arena. La situación era más embarazosa para ella que para Gombrowicz, pero ambos se ponían como un tomate cuando se veían. Gombrowicz decidió mudarse a un pueblo vecino. El día después de la llegada, cuando salía del hotel a la mañana, vio a la escocesa bajando del autobús, a ella también se le había ocurrido la idea de mudarse. Gombrowicz consideró a estas circunstancias como un exceso de realidad y nunca se atrevió a ponerlas en una novela.

WITOLD GOMBROWICZ Y FREDERIC CHOPIN “En el Banco Polaco nadie creía en Gombrowicz salvo Kaminski, él fue su mejor aliado y, prácticamente, único (...) Kaminski era inteligente y poliglota, hablaba de filosofía y de música. Witold lo quería a Kaminski y a menudo discutía con él. Conversaban frecuentemente de Chopin...” Aunque Gombrowicz no destaca a Chopin tanto como a Beethoven en sus escritos, conocía profundamente a este artista romántico, no podía ser de otra manera siendo polaco. Cuando se estrena “El casamiento” mantiene una conversación con Diego Masson, el compositor de la música para el estreno de la pieza teatral en París, un diálogo que contiene algunas apreciaciones estéticas que no están hechas tan en broma como parece. “He oído que el decorado estaba hecho con restos de coches viejos; –Sí, era excelente; – ¡Oh, qué feliz me siento de no haberlo visto, esos restos de coches!, me hubiera gustado mucho más un lindo decorado gótico con muchos colores. Usted compuso además la música para la batería, ¿no es cierto?; –Sí, es verdad, la música fue escrita para dos bateristas, detrás de las cortinas había un gran número de instrumentos de percusión; – ¡Oh, qué feliz estoy de no haberlo escuchado!, sabe usted, a mí me hubiera venido mucho mejor algo como Beethoven o Chopin” Frederic Chopin fue uno de los campeones de romanticismo polaco, no sé cuánto de románticos eran los corazones de Bruno Schulz y de Gombrowicz, pero solían tener conversaciones frente al monumento a Chopin en Varsovia. “Witold, aunque nuestros géneros estuvieran emparentados por la ironía, el escapismo sarcástico y el gusto por jugar a la gallina ciega, a pesar de eso, mi lugar en el mapa se encuentra a cien millas del tuyo y, es más, tu voz, para llegar a mí, tiene que rebotar en un tercer elemento, no hay entre nosotros una línea telefónica directa” Gombrowicz era muy amigo de Witold Malcuzynski, el último de los pianistas románticos, con el que tomaba copas después de los conciertos. Malcuzynski bebía mucho después de sus magistrales interpretaciones de Chopin, le temía al público y de esta manera se relajaba. El estilo de Witod Malcuzynski, lleno de virtuosismo y fuerza pero a la vez de vitalidad y romanticismo, fascinó al mundo entero y le hizo ser calificado como el último romántico del piano. “¿Creéis que patriotas como Mickiewicz y Chopin no participaron en la lucha únicamente por cobardía? ¿O quizá porque no querían hacer el ridículo? Y supongo que tenían derecho a defenderse de aquello que superaba sus fuerzas”

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Hay pueblos que alcanza la grandeza conquistando naciones, hay otros que la alcanzan con el romanticismo, pero en uno o en otro caso nos encontramos con problemas. Frederic Chopin es considerado uno de los más importantes compositores y pianistas de la historia. Su perfección técnica, su refinamiento estilístico y su elaboración armónica han sido comparadas con las de Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven por su perdurable influencia en la música de tiempos posteriores. La obra de Chopin representa el romanticismo musical en su estado más puro. La existencia de Chopin fue atormentada por aspiraciones elevadas que no pudieron realizarse, por sufrimientos físicos que no tuvieron curación y por sentimientos patrióticos que fueron atropellados con crueldad. Chopin tuvo un alma noble, fue un sincero patriota, un soñador romántico en un cuerpo de salud minada. Para él era más atractiva la ilusión que se viste con las galas del idealismo, que la realidad que transcurre con la indiferencia y a frialdad de la lógica. Gombrowicz se las tuvo que ver desde el nacimiento con el romanticismo polaco al que enfrentó con un apego premeditado por la realidad. Protestaba contra los tres poetas profetas del romanticismo, guías espirituales de la nación polaca. Ellos absorbían la inteligencia y el tiempo de los jóvenes estudiantes dejándolos atrás del pensamiento europeo, pero a pesar de sus protestas quería ser como uno de ellos. El valor de la patria se le transformó a Gombrowicz. cuando los rusos llegaron a las puertas de Varsovia y fueron detenidos por el ejército polaco al comando del mariscal Pilsudski en el año 1920. Los jóvenes se alistaban como voluntarios y sus colegas se paseaban en uniforme por las calles, pero Gombrowicz permaneció en su casa. Esa ruptura con el grupo y con la nación surgió en el año memorable de la batalla de Varsovia, y lo obligó a buscar su propia senda y a vivir por su cuenta. Se sintió humillado y a la vez en rebeldía, todas esas aventuras lo impulsaron a la anarquía, al cinismo y se puso en contra de la patria por la presión que ejercía sobre los individuos. Aunque estaba lejos todavía de dominar intelectualmente estos difíciles problemas empezó a comprender que en Polonia el precio de la vida humana era bajo. “(...) me mantenía a distancia y cuando me topaba en la calle con los ruidos de una marcha militar y el ritmo de una tropa que desfilaba a mi lado, hacía todo lo posible para no seguir su compás. ¿Estaría buscando quizás mi propia música y mi propia marcha? (...) La vida política no me interesaba” Esta presión contra la patria va creciendo hasta que pronuncia la blasfemia increíble del comienzo de “Transatlántico”. Pasados diez años de escritas estas páginas en las que maldice a Polonia, pone en el diario que en ese barco, en “Transatlántico”, había regresado a su patria y se había convertido en un ciudadano. La patria, como a Chopin y a Mickiewicz, le suscita otra vez la afirmación de su espíritu polaco. Y la patria lo llama nuevamente cuando se va de la Argentina y lo sorprende diciendo que no se había desnacionalizado, que seguía siendo tan polaco como el primer día. “Esta obra nació en mí como un „Pan Tadeuz‟ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En “Transatlántico” quería oponerme a Mickiewicz” Gombrowicz había empezado a lidiar con el espíritu romántico polaco en su primera novela. En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre

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ponerse en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe “Ferdydurke” con un propósito restringido, pero la obra se la va de las manos, le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la “Oda a la juventud” de Adam Mickiewicz. “(…) la Historia ha enseñado a los polacos lo que quiere decir no ser. Privados de Estado, vivieron durante más de un siglo en el corredor de la muerte. „Polonia todavía no ha perecido‟ es el primer y patético verso de su himno nacional y, hace unos cincuenta años, Gombrowicz, en una carta a Czeslaw Milosz, escribía una frase que no se le habría ocurrido a ningún español: „Si dentro de cien años nuestra lengua todavía existe‟…(...)” No pasaron cien, pero pasaron cincuenta años y la lengua polaca todavía existe, una lengua que a mi modo de ver tiene demasiadas consonantes. La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que lo supera. Chopin representa la postura romántica del aguante y el sufrimiento, su grandeza proviene de su lucha contra una fuerza que lo somete y lo hace víctima de un mundo que los supera. En la relación de los polacos con el mundo de antes de la guerra había algo malo y alterado. Si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada, entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. Los artistas y los intelectuales polacos de antes de la guerra fueron entonces también responsables de no ajustar las cuentas con ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo, para que la leyenda polaca del romanticismo y del idealismo, de la que Chopin y Mickiewicz eran los campeones, se extinguiera.

WITOLD GOMBROWICZ Y CARLOS YUSTI Cuando apareció “Gombrowicz en Argentina”, el libro de la Vaca Sagrada, “Página 12” publicó una extensa nota en la que dio cabida a muchos nombres menos al mío, aún a sabiendas de que yo soy el representante de Gombrowicz en la tierra. Esta mezquindad en la que seguramente participaron el Buey Corneta , el Ezquizoide y el Perverso fue tomada inmediatamente por el Dalí Selvático: “Goma te dejan otra vez afuera” Este sarcástico gombrowiczida le agrega un toque de ironía a un hecho que tiene la elocuencia de todos los hechos, efectivamente me dejaron afuera. Es un admirador incondicional de Gombrowicz, un gombrowiczida que nos hace llegar su entusiasmo desde la lejana Venezuela. En el final de una nota sobre Gombrowicz muy bien escrita reconoce una verdad amarga. “Si hubiese leído a Gombrowicz a los quince años de seguro no me hubiese convertido en un semiautor, en una tía cultural que escribe para los periódicos, pero así es la vida” El Dalí Selvático desempeña dos de las ocupaciones que le ponían los pelos de punta a Gombrowicz, la de pintor y la de periodista. En tanto que periodista acaba de publicar

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una nota en “Letralia” en la que muestra una habilidad que le resulta indispensable a todo periodista que se precie de serlo: destilar veneno. “A través de la Internet conocí a un escritor cuyo único tema de sus conversaciones, libros, crónicas, entrevistas, cartas y correos electrónicos giran en torno a la vida y desmilagros del escritor polaco Witold Gombrowicz. Mi vinculación virtual con tan singular personaje surgió a raíz de un texto que escribí sobre el autor de Ferdydurke. Esto fue suficiente para que me incluyera como miembro del club de los gombrowiczidas (...)” “A este club pertenecen todos aquellos que han escrito o se han vinculado de alguna manera con Gombrowicz. Como miembro tengo derecho a un seudónimo y a formar parte de la mitología que flota alrededor del escritor polaco. Mi mote, mi alias en club tan selecto es Dalí Selvático (...)” “Todas las mañanas (incluso los domingos) llega puntual a mi correo un texto sobre Gombrowicz escrito por el sumo pontífice de los gombrowiczidas: Juan Carlos Gómez (conocido como Goma). Son textos que cuentan chismes, anécdotas, viñetas malintencionadas, críticas deslenguadas de Gombrowicz y otros miembros del club. Goma tiene una escritura vitriólica y una verborrea que no se anda por las ramas para atacar y defenderse (...)” “Goma conoció en persona a Gombrowicz, fue su amigo durante su periplo argentino y desde entonces se ha convertido en el albacea radical de su memoria. Ha publicado algunos libros sobre Gombrowicz que son referencia obligada. Aquella manoseada frase de Groucho (“Nunca pertenecería a un club que tuviera como socio a un individuo como yo”) no me consuela ni me hace gracia, en lo absoluto. Pero, hay que decirlo, el caso de Goma obsesionado por un tema (o un autor) no es el único que se conoce en la historia de la literatura. Baudelaire estaba obsesionado con Poe, Max Brod con Kafka, María Kodama quizá lo esté con Borges, el escritor de origen irlandés Ian Gibson con Lorca y James Boswell con Samuel Johnson. Cuestión que tampoco me consuela (...)” “No sé, pero hay algo aterrador (o que pertenece al submundo de las noveletas de misterio) en que un escritor termine con un tema recurrente, con una idea fija sobre otro, y eso sin duda es peor que la inmortalidad con plaza y busto de falso bronce. Goma sabe de su inclinación, un tanto maniática, por el escritor polaco, y a la sazón escribe: „Los investigadores de los pasos que han dado los hombres de letras en el transcurso de sus vidas son unos obsesos que persiguen los detalles. Gombrowicz carga sobre sus espaldas unos cuantos de estos especialistas, algunos de ellos forman parte del club de gombrowiczidas. (...) El camino que siguen los grandes escritores después de muertos está compuesto de una mezcla de asuntos cuyas proporciones varían a medida que pasa el tiempo. Los ingredientes de esa mezcla son la propia obra del hombre de letras, los testimonios de los que lo conocieron, una gran variedad de documentos, y los escritos de los que escriben sobre el muerto‟ (...)” “Creo que Goma sabe el terreno inestable y nervioso que pisa. Sabe a la perfección que no puede impedir que otros escritores comenten y escriban sobre Witold Gombrowicz, que también participen de esa mitología que el fiel Goma ha creado y cuya única patente de corso es haberlo conocido, haber sido su amigo, confidente y receptor de un buen número de sus cartas (...)”

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“Me intriga Goma en sus dos vertientes: como caso clínico y como escritor. Si sus intereses hubiesen sido otros quizá habría escrito una obra tan original como la de su idolatrado amigo polaco. Convertirse en la sombra caligráfica de la memoria de un escritor muerto tiene algo de necrofilia poética, pero en este universo siempre sorprendente de la literatura todo se encuentra en esa línea delgada de la imaginación y lo inesperado (...)” Este diagnóstico epigramático que me hace el Dalí Selvático, aunque un poco limitado y prudente, me hace recordar a otro que me viene de la lejana Polonia, escrito por la Vaca, un filólogo ilustrísimo que dicta cátedra en la Universidad Jaguellónica de Cracovia y uno de los creadores de la gombrowiczología. “(...) Pero... la maldición de Gómez es la de que no se nos mostró como artista y sólo brilla con la luz que refleja (...) Estaría contento si consiguiera para sí mismo la fama y los aplausos que consiguió Gombrowicz en forma auténtica, pero esos materiales no le alcanzan para una túnica real (...) „¿Podrías arrodillarte delante de mí y llamarme genio?‟, me propuso este juego al estilo Gombrowicz. El juego es una cosa buena pero después de un rato renace la necesidad de algo más serio (...)” “Gómez, no sólo se enamoró de Gombrowicz, también tomó de él el deseo de la celebridad y de la grandeza pero sin la determinación y la fuerza creativa necesarias. Este alumno sabe imitar el gran gesto del maestro pero ese gesto vacío es como el duelo final del „Transatlántico‟ (...)” El domingo que siguió al día de nuestras exposiciones en la Feria del Libro del año del centenario, me encontré con la Vaca en lo de Madame du Plastique que homenajeó a los tres ponentes con un almuerzo en dio en su casa de San Isidro. Yo exclamé, en tanto que representante de Gombrowicz en la tierra, que le exigía a la Vaca que se arrodillara delante de mí y me consagrara genio por los siglos de los siglos en la mismísima Polonia y en el mundo entero. Me había dicho que sólo lo haría, cuando se lo pedí por primera vez en 1998, en el momento que yo me manifestara como escritor con una obra. El momento había llegado, pero la pobre Vaca estaba cansada con tanto trajín y con el viaje, y en vez de arrodillarse y de consagrarme genio, se durmió.

WITOLD GOMBROWICZ Y BENITO MUSSOLINI Hijo de un anarquista revolucionario y de una maestra de escuela, Benito Mussolini hacía mucho tiempo que reinaba en Italia cuando Gombrowicz se va de vacaciones a la península en el año 1938. Mussolini, fundador del fascismo, estableció durante su mandato un régimen cuyas características eran el nacionalismo, el militarismo, la lucha contra el comunismo, la censura y la propaganda estatal. Mussolini se convirtió en un estrecho aliado del canciller alemán Adolf Hitler del que fue uno de sus primeros mentores. El romanticismo y el bel canto italianos habían cautivado a los polacos durante mucho tiempo, Italia era para la elite de Polonia una parte del mundo a la que admiraba y quería imitar. Más que a Schubert y a Chaikovski, el músico que más admiraba Chopin junto con Bach era Bellini. Chopin es un belcantista.

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En uno de sus primeros cuentos Gombrowicz pone en boca del protagonista un comentario curioso pero esclarecedor. Stefan leía mucho y trataba de comprender el significado de las cosas, se daba ánimos con el recuerdo de uno de los temas escolares, la superioridad de los polacos: los alemanes son pesados, brutales y tienen los pies planos; los franceses son pequeños, mezquinos y depravados; los rusos son peludos; los italianos... bel canto. Ésta era la razón por la que querían eliminar a los polacos de la faz de la tierra, eran los únicos que no causaban repulsión. Mucho tiempo después Gombrowicz tuvo la oportunidad de poner a prueba esta opinión estándar que tenían los polacos sobre el bel canto de los italianos, una ocasión a la que hace referencia en “Recuerdos de Polonia”. “Voy a contar alguna que otra cosa de mi viaje a Italia; fue mi última confrontación con Europa antes de la guerra (...) Aquella primavera italiana era espléndida” Gombrowicz se había entregado al vagabundeo, el gran esfuerzo que le había demando “Ferdydurke” había quedado a sus espaldas. En ese año el jurado de “Wiadomosci Literackie” debía fallar sobre el mejor libro de 1937, Gombrowicz empezó a gastar zlotys a cuenta, pero el premio se lo dieron a Boy-Zelenski. “No me importó mucho, con premio o sin premio sabía que había entrado en la literatura polaca para siempre. Descansaba” El aire de Roma, el clima limpio, transparente, latino, contrastaba con las brumas de Polonia, ese aire tenía para Gombrowicz un perfume particular. “Y, sin embargo, en este aire y sobre el fondo de un paisaje tan noble, también se dejaba sentir algo turbio y monstruoso, como una pesadilla. Los diarios alababan ruidosamente el eje Berlín-Roma, por todas partes olía a chantaje y a traición, para mí el complot de Italia con Alemania era la traición a Europa en la calle, en los discursos de Mussolini, en las canciones de los fascistas y hasta en los juegos bélicos de los niños delante de villa Borghese” Gombrowicz se da cuenta de que los italianos están desorientados. La duda que flotaba en el aire era la de saber cuál era la verdadera naturaleza de Mussolini, a lo mejor el Duce era un hombre providencial y un caudillo infalible, quizá le había sido impuesta la misión histórica de liquidar el mundo latino, siempre tan equilibrado. “Compraba casualmente tabaco en un quiosco, cuando se acercó un personaje pelirrojo, con unos pálidos ojos azules y una nariz de pato: ¡un polaco! Compró cigarrillos: – ¿Tenéis retratos de Mussolini? A la pregunta la ayudó con un movimiento de la mano que indicaba la efigie del Duce. Al recibir el retrato suspiró con devoción: –¡Ay, nos haría falta uno así en Polonia, cuánta falta nos hace! (...)” “El vendedor de cigarrillos no comprendió naturalmente ni una sola palabra pero, acostumbrado al parecer a estos comentarios de los extranjeros, contestó enseguida con igual devoción: –¡Si, sí, Duce grande, Mussolini jefe!; –¡Mussolini, Mussolini! Este balbuceo reflejaba con bastante fidelidad la situación internacional. Me alejé del quiosco como si me corriera el diablo (...)” “Qué difícil resultaba definir algo en la bruma de aquella época, todos esperaban el veredicto de la Historia, pero la Historia no tenía prisa, no se sabía quién mentía, quién faroleaba, quién era honesto, los contornos estaban borrosos, los límites diluidos” Abrumado por esa Roma fascista Gombrowicz se va a Venecia. Conversa en el tren con cuatro pilotos italianos: –¿Y si el Duce os ordenara bombardear todo esto, la iglesia, el

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palacio, la procuraduría?; –Entonces no quedaría de esto ni una piedra. Esta respuesta era de esperar, pero fue sorprendente para Gombrowicz la alegría con la que se lo anunciaban de una manera triunfal. Lo que les encantaba tanto era el hecho de que se sentían creadores de la historia, el pasado para ellos había llegado a ser menos importante que el futuro, podían destruirlo. Este sentimiento de omnipotencia, aunque no referido a las campañas militares y a los bombardeos, también lo tenía Gombrowicz. “Esa semana, pasada en Venecia, me resultó difícil, emponzoñada por algún elemento salvaje que se infiltraba en la tranquilidad del Renacimiento y del gótico. Regresaba a Polonia de un humor siniestro. Anochecía, el tren corría en dirección hacia Viena, pero yo tenía la impresión de que me llevaba a las tinieblas, los ojos dejaban de distinguir las formas, en espacios desconocidos aparecían unas pequeñas luces, una presión rítmica y balanceante hacia este espacio se convertía en una sensación apocalíptica. De repente me di cuenta de que no era el único que tenía miedo. Alrededor de mí, en el compartimento, en el pasillo, todos tenían miedo. Las caras estaban tensas, se intercambiaban observaciones, comentarios... ¿De qué se trataba? Era evidente que algo había pasado (...)” “Pero no quise preguntar. Cuando llegamos a los suburbios de Viena, vi grupos de gente con antorchas, victoreando. Los gritos “¡Heil Hitler!” llegaban a nuestros oídos. La ciudad enloquecía. Comprendí: era el Anschluss. Hitler estaba entrando en Viena” Gombrowicz vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad política cuyas formas más representativas fueron el fascismo y el marxismo. Las posturas políticas de Gombrowicz son ajustes de cuentas que hace entre el individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que presionan sobre el hombre. “(...) La derecha veía en mí a un bolchevique, mientras que para la izquierda yo era un anacronismo insoportable. Pero de alguna manera veo en ello mi misión histórica. ¡Ah, entrar en el mundo con una desenvoltura ingenua, como un conservador iconoclasta, un terrateniente vanguardista, un izquierdista de derechas, un derechista de izquierdas, un sármata argentino, un plebeyo aristócrata, un artista antiartístico, un maduro inmaduro, un anarquista disciplinado, artificialmente sincero, sinceramente artificial (...)” Gombrowicz se tomó un descanso de un cuarto de siglo alejándose de todas estas tensiones que lo habían perseguido en Europa. “Veinticuatro años de esta liberación de la historia. Buenos Aires: un campo de seis millones de personas, un campamento de nómadas, una inmigración procedente de todo el globo terráqueo: italianos, españoles, polacos, alemanes, japoneses, húngaros, todo mezclado, provisional, viviendo al día... Los auténticos argentinos decían con naturalidad „qué porquería de país‟, y esa naturalidad me sonaba a maravilla después de la furia sofocante de los nacionalismos”

WITOLD GOMBROWICZ Y KRYSTYNA SKARBEK

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Mientras Polonia fue para Gombrowicz un surtidor de formas rígidas, la Argentina lo regresó a ese tiempo de la vida en que las formas son más blandas. Las convulsiones europeas tenían una réplica en América, pero débil, alcanzaban a un conjunto reducido de personas, mientras Europa estaba completamente movilizada y las formas polacas tenían un grado aún mayor de esclerosis que las esclerosis de Occidente. Los judíos desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo polaco de la época de Gombrowicz. Él se sentía atraído desde su juventud por las inquietudes intelectuales de los judíos, por su racionalismo y porque, al mismo tiempo, le proporcionaban una gran variedad de elementos cómicos que tenían mucho que ver con sus debilidades y ridiculeces. En su familia el antisemitismo estaba considerado como una prueba de estrechez mental y nadie sentía hostilidad hacia ellos, aunque sí conservaba prejuicios de carácter social. Gombrowicz tenía por costumbre poner en evidencia lo grotesco de la actitud de la nobleza hacia los judíos. “El antisemitismo de la nobleza no era peligroso, condenaba el papel destructivo de los judíos, pero cada noble tenía a su israelita con quien pasaba horas enteras conversando en el porche de cosas misteriosas, prueba evidente de una convivencia establecida desde siglos” Fue en la universidad donde se aproximó verdaderamente al medio semita y descubrió muy pronto que con ellos podía moverse más libremente que con los demás, en todo lo que la libertad tenía de locura y de descontrol. En el café lo llamaban “el rey de los judíos” porque a su mesa concurría una gran cantidad de semitas, eran sus oyentes más fieles. Pero no era solamente la libertad y la audacia el atractivo que tenían los judíos para él, tardó algún tiempo en descubrirlo pero, finalmente, se dio cuenta que tenía con ellos algo más en común: la actitud frente a la forma. No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, eran realmente unos personajes increíbles. Los judíos sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no saben liberarse de la deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos como una caricatura, como una broma extraña del Creador. Esta actitud tensa de los judíos hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como son del todo campesinos o nobles, los campesinos y nobles con una forma heredada a través de las generaciones, lo fascinaba a Gombrowicz, era eso precisamente lo que destacaba en sus creaciones: la pugna del hombre con la forma para descubrir su tiranía y para luchar contra su violencia. “Eran entonces problemas casi inconcebibles para la gente de mi medio, que se movía, pensaba y sentía según un modo establecido de una vez por todas, heredado de sus antepasados. Sólo cuando la guerra y la revolución vinieron a romper este ritual y se pusieron a modelar a la gente como si fueran muñecos de cera, cuando todo lo que parecía eterno resultó ser frágil y huidizo, entonces mis ideas adquirieron peso (...)” “Pero yo ya me había dado cuenta antes de cómo, justamente respecto a los judíos, esas maneras soberanas y altivas de la gente de mi esfera se derrumbaban penosamente. Los judíos parecían ser un elemento comprometedor ante el cual uno no podía comportarse adecuadamente”

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Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre y en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin embargo, sus relaciones intelectuales con ellos no se extendieron nunca al terreno de la amistad personal. No era tanto su frialdad intelectual lo que le chocaba, sino la ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada e infantil por la razón científica, las teorías y la cultura en general. “Esos terribles destructores, esos revolucionarios eran en su mayoría benévolos como niños, bastaba rascar un poquito para descubrir su tendencia soñadora, impregnada de una fe casi mística, su mordacidad se unía en forma extraña a la blandura (...) Yo torturaba cuanto podía su ingenuidad, toda mi táctica se centraba en invertir los papeles a fin de que ellos y no yo se convirtieran en románticos” Gombrowicz ha manifestado en más de una oportunidad que le debía mucho a los judíos, era un filosemita que consideraba al antisemitismo polaco como bonachón. Sin embargo, no todos los judíos pensaban así. Una tarde, jugando al ajedrez, le transmití a Miguel Najdorf la invitación a la Embajada de Polonia que le estaba haciendo el embajador, me había manifestado que tenía muchos deseos de conocerlo: –Vea, Gómez, voy a aceptar porque soy polaco y porque no quiero hacerlo quedar mal a usted pero, me cuesta, los polacos no nos quieren, odian a los judíos. Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban nunca a ser reconocidos en los salones. Los integrantes de la clase alta se comportaban como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a evitar en presencia de esas familias la más ligera alusión a los judíos. Krystyna Skarbek, una hermosa joven polaca que tuvo un desempeño heroico durante la segunda guerra mundial, pertenecía precisamente a esa categoría de desgraciados mestizos. Nacida de padre conde, su madre Goldferer era judía. La trataban según los cánones de comportamiento que ya mencionamos, pero un día ocurrió una catástrofe. Krystyna se hallaba sentada en la terraza de un hotel en compañía de personas con título. De repente se detuvo delante del hotel una señora entrada en años, gorda y vestida de una manera llamativa: -¡Krysia, Krysia! Todos se quedaron de una pieza, la joven, en lugar de contestar, hizo como si no se tratara de ella: –¡Krysia Skarbek, Krysia Skarbek! En ese grupito de gente tan mundana sólo había miradas clavadas en el suelo y caras tensas, como si hubieran sufrido un ataque de parálisis. “Que bendición si alguien hubiera dicho simplemente: Krysia, ¿no oyes?, una de tus tías te está llamando. Pero nadie fue capaz de pronunciar esas sencillas palabras (...) En la actitud de esos nobles no había nada de menosprecio ni de odio, solamente había un falta terrible de sentido práctico, una incapacidad para superar lo convencional y adoptar un estilo más moderno” En el contraste con los judíos se le revelaba la torpeza de la formas ancestrales polacas, su falta de adaptación a la vida. El modo judío incorporado al modo polaco era un elemento explosivo que debía dar la oportunidad de elaborar un nuevo tipo de polaco capaz de encarar el presente. Los judíos eran para los polacos un trazo de enlace con los problemas más profundos y complejos del universo. La polaca Krystyna Skarbek fue una de las mejores agentes enviadas por los ingleses contra los nazis y una mujer excepcional que sobrevivió a los mayores peligros de la

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guerra para morir, paradójicamente, acuchillada por un hombre que la acosaba. Valiente, vivaz y encantadora, confiaba en sus dotes de persuasión y en las granadas de mano. Fue para muchos la mejor agente de los servicios secretos británicos durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los personajes más arrebatadoramente románticos de la época. Capturada en 1941 por la Gestapo, la resuelta Krytyna logró que la dejaran libre tras provocarse una hemorragia mordiéndose la lengua para hacer creer a sus captores que padecía tuberculosis. Saltaba sin temor en paracaídas, atravesó los montes Tatra esquiando para infiltrarse en Polonia, combatió codo a codo con la Resistencia francesa y burló varias veces a la terrible Gestapo, arrebatando de las mismísimas fauces de la muerte en una de ellas a dos importantes camaradas. En Digne, al sur de Francia, dos de los grandes jefes operativos fueron detenidos en un control cuando viajaban camuflados en un vehículo de la Cruz Roja. Estaban condenados a morir fusilados. Ante la imposibilidad de montar un ataque de la Resistencia para liberarlos, Krystyna logró una cita con un oficial de la Gestapo y, haciéndose pasar nada menos que por sobrina del general Montgomery, lo convenció de que la llegada de los Aliados era inminente y de que más le convenía al torturador granjearse su amistad con un gesto de buena voluntad. Fue tan persuasiva con el oficial alemán, que durante toda la cita la estuvo apuntando nervioso con una pistola a la cabeza, que accedió y liberó a los camaradas presos.

WITOLD GOMBROWICZ Y JULIUSZ SLOWACKI Para investigar el parecido que tiene Gombrowicz con sus escritos analicé con algún detenimiento el pasaje de “Ferdydurke” en el que el profesor llamado Enteco, a causa de su cara algo consumida, le explica a los alumnos por qué el gran poeta Slowaski despierta el amor, la admiración y el goce. Como no puede explicarle ni aclararle nada, el Enteco saca una fotografía de su mujer y de su hijo para tratar de conmoverlos. A primera vista se podría pensar que este relato es el producto de la imaginación afiebrada de Gombrowicz, nada más alejado de la verdad. “A medida que iba creciendo me volvía cada vez más peligroso. Mis composiciones de polaco eran las mejores y eso me salvaba, en otras materias era ignorante y holgazán. Un día, nuestro profesor de polaco Cieplinski, nos mandó escribir una redacción sobre Slowacki (...)” “Harto ya de tanto incienso dedicado al poeta profeta, decidí para variar, fastidiarlo un poco (...) El profesor Cieplinski me puso un cero y me amenazó con enviar el trabajo al ministerio. Yo le pregunté por qué obligaba a los alumnos a ser hipócritas (...) En „Ferdydurke‟ encontraréis una descripción de las clases de polaco y de latín, así como de el cuerpo de profesores, esas escenas delirantes nacían entonces en mi cerebro, en el séptimo grado, mientras naufragaba en las conferencias dulcemente conmovedoras del profesor Cieplinski –por lo demás una buena persona– sobre nuestros poetas profetas o cuando contemplaba con horror la figura maltrecha y grotesca de nuestro profesor de latín”

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¿Y por qué nos dice Gombrowicz que a medida que iba creciendo se volvía cada vez más peligroso? Porque ya había tenido un altercado con el profesor de dibujo cuando después de una exposición a la que fue para ver sus cuadros le manifestó que no le habían gustado nada, y que eran una verdadera vergüenza. Pero ese pintor tenía en aquel entonces una ventaja sobre los pintores que conoció después. Lo agarró de una oreja y lo condujo a la secretaría del colegio en la que tuvo que tragarse las lágrimas de humillación. Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki y Zygmunt Krasinski son los tres poetas profetas de Polonia, y a partir de estos guías espirituales de la nación Gombrowicz empieza a recorrer un largo camino que culmina cuando pronuncia su conferencia “Contra los Poetas”, una de las piezas literarias más analizadas por los hombres de letras hispanohablantes. Los polacos estaban hasta la coronilla con sus tres poetas profetas cuyo estudio les ocupaba casi todo el tiempo y les impedía dedicar sus cabezas al pensamiento y al arte universales. A Gombrowicz no solamente lo aburría Slowacki. “Contra los poetas” es un ensayo belicoso que le nació a Gombrowicz de la irritación que le habían producido los poetas de Varsovia, su poeticidad convencional lo tenía harto, pero la rabia lo obligó a ventilar todo el problema de escribir versos. Su razonamiento antipoético merecía un análisis bien hecho, no se lo podía despachar en cinco minutos con cuatro garabatos, su idea era nueva y estaba basada en un sentimiento auténtico. Juliusz Slowacki es uno de los más grandes poetas románticos polacos, con destacado papel en la conservación del ideal patriótico durante la ocupación extranjera, consecuencia del reparto de Polonia. Herido por unas alusiones despectivas de Mickiewicz, se marcha a Ginebra, donde escribe el gran drama autobiográfico “Kordian”, historia romántica de un joven que se siente incapaz de asesinar al Zar. Inspirado en Bayron, Shakespeare y Calderón a quien admira, Slowacki expresa en sus escritos la idea del progreso permanente mediante el perfeccionamiento individual. Romántico imaginativo y aislado de su medio ambiente, Slowacki alcanza la gloria sólo cuando ya no existe. Ha sido comentado, admirado y declarado por el movimiento “Joven Polonia” como el principal poeta polaco. Es casi seguro que el movimiento “Joven Polonia” no debe estar muy de acuerdo con la forma en que Gombrowicz trata en “Ferdydurke” al gran poeta Juliusz Slowacki. “Y no se sabe cuándo apareció el profesor sobre la tarima. El maestro se ubicó en la silla , abrió la libreta, se limpió el chaleco, cerró los labios, arregló las mangas para que no se le gastaran los codos, sofocó algo en sus adentros y cruzó las piernas. Entonces exhaló un suspiro y trató de pronunciar algo (...)” “La batahola estalló con doble fuerza, gritaban todos, con excepción a lo mejor de Sifón quien adoptó una actitud positiva. ¡Basta! ¡Tranquilidad! ¡La lección empieza! Entonces la clase entera, con la única excepción de Sifón, como un solo hombre expresó la necesidad impostergable de ir al baño. ¡Basta! ¿Quieren ir al baño? ¿Y por qué yo no puedo ir al baño? ¿Quédense, no doy permiso a nadie! ¿Qué tareas para hoy? ¿Ajá! (...)” “Explicar y aclarar a los alumnos por qué el gran poeta Slowacki despierta en nosotros el amor, la admiración y el goce. El Enteco abrió discretamente el manual y empezó la

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recitación... ¿Por qué? Pues, porque, señores, Slowacki es un gran poeta. Los alumnos cortaban los bancos con sus cortaplumas y hacían bolitas de papel para echarlas dentro del tintero (...)” “Amamos a Juliusz Slowacki y nos encantan sus poesías porque era un gran poeta y porque en sus poemas vive una belleza inmortal que despierta nuestra más grande admiración; –¡Pero si a mí no me encanta! ¡No me interesa! No puedo leer más que dos estrofas y aún eso me aburre; –¡Cállese, por Dios!, ¿quiere perderme? ¡Le pongo un uno a Kotecki!; –¡Pero palabra de honor que a nadie le encanta! ¡Cómo puede encantar si nadie lee poesía fuera de los que están en edad escolar y eso porque se les obliga a viva fuerza!; –Kotecki, yo tengo mujer y niño. ¿Tenga piedad por lo menos del niño! (...)” “El sudor bañó la frente del maestro. Sacó de la cartera las fotografías de su mujer y del niño y trataba de conmover a Kotecki con ellas. Comprendí que debía huir. Pimko, el Enteco, el poeta Slowacki, la escuela, los camaradas, en fin todas mis aventuras de esa mañana, de repente giraban en mi cabeza. Pero en vez de huir empecé a mover un dedo dentro del zapato lo que imposibilitaba cualquier huida pues no es posible huir moviendo el dedo de un pie” En “Ferdydurke” Gombrowicz relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta años y es sometido a las ordalías de tres colapsos: el de la escuela, el del amor y el de la familia, pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es también la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a los dos mundos, el del rango social y el de la intelligentsia, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos. Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en “Ferdydurke” ve en el pasado, la extinción de su familia y de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice. “Ferdydurke” tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia a la que Schulz le presta la mayor atención. “Gombrowicz no ha llegado a ello por la fácil vía de una especulación intelectual, sino por la camino de la patología, de su propia patología (…) los tormentos de los hombres en un lecho de Procusto: el de la forma” Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus sufrimientos y sus rebeliones más esenciales. A pesar de este llamado a la profundidad que aparece en los prefacios de “Ferdydurke”, en los diarios y en “Testamento” la obra mantiene un curso ligero que a duras penas puede ocultar la actividad de esa conciencia agudísima que malogra el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan en comportamientos hilarantes la mayor parte de las veces. No es un libro en el que Gombrowicz se proponga destruir los valores existentes, es más bien un intento de ponerlos entre paréntesis, no nos está proponiendo una moral nueva, le está dando una buena paliza a la que ya tenemos para que se eche a andar, para divertirse con él mismo y para que nosotros nos divirtamos con él.

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Si bien no andaba muy bien que digamos con Dante por la ruindad de su idea de una castigo eterno bajo el resplandor de un amor divino e ilimitado, pone al comienzo de “Ferdydurke” algunas palabras de la “Divina Comedia”: “En la mitad del camino de mi vida me encontré en una selva oscura”. Es difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz. La narración en la que se nota más este parecido es “Ferdydurke”, y esto es así porque en esta novela traspone literariamente, aunque no tanto, las torturas que había sufrido en el colegio a un lenguaje artístico. El que tenga aunque sea un recuerdo vago del “Atrapamiento y consiguiente malaxamiento” de “Ferdydurke” comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo escribía.

WITOLD GOMBROWICZ Y JULIAN TUWIM Sea por el temperamento, sea por razones históricas, o sea por lo que fuere, a los polacos les gusta protestar. Gombrowicz conocía a un polaco que solía sumirse en profundas meditaciones. Luego, al volver en sí, decía: –Lameculos, cerdos, cerdas, comemierdas, todos son la misma porquería; –¿En qué piensas?; –En los polacos. Desde el mismo momento en que Gombrowicz empezó a escribir se dedicó a destruir a alguien para salvarse a sí mismo. En “Ferdydurke” atacó a los críticos para distanciarse del sistema de la episteme occidental. Sus ataques a los poetas, a los pintores y a París también estaban dictados por la necesidad de apartarse de esa episteme. “Me moría de vergüenza al pensar que sería un artista como ellos, que me convertiría en un ciudadano de esta ridícula república de almas ingenuas, en un engranaje de esta terrible maquinaria, en un miembro de este clan” Pero a medida que pasan los años sus palabras escritas se fueron distanciando de Gombrowicz, y él mismo y sus rebeliones, poco a poco, se convirtieron en literatura. La ley que formuló tardíamente: cuanto más inteligencia, más estupidez, se le podía aplicar entonces perfectamente a él mismo. No podía agarrar a la episteme por la garganta y luchar contra ella pues su rebelión sería absorbida fatalmente por su mecanismo; no hay nadie, al fin de cuentas, que aún consciente de su absurdidad, no forme parte sin embargo de la episteme. Esta impotencia de Gombrowicz para divorciarse de una episteme que había inventado Platón con el propósito de distinguir la opinión simple de la fundada, lo lleva a hacer declaraciones drásticas. “Posiblemente sea injusto y algo cruel que mi alta vocación haya estado marcada por una falta de ilusiones tan terrible, por una lucidez tan implacable. La ira que me acomete cuando pienso en un artista como Tuwin ¿no estará relacionada con el hecho de que él, a pesar de todo, era capaz de leerle a alguien un texto suyo sin esa desesperante sospecha de estar aburriendo? También pienso que un poco de conciencia de lo que llamamos la importancia social del artista me hubiera sido más conveniente que esta certeza mía de ser socialmente un cero, un marginal”

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La estupidez del sistema de comunicación que reemplaza a la comprensión por los malentendidos con el refinamiento del lenguaje, y la estupidez que produce la erudición por la falta de un lenguaje que le permita a la gente expresar los conocimientos incompletos, es decir la ignorancia, llevaron a Gombrowicz al descubrimiento de que cuanto más tiende nuestro espíritu a liberarse de la estupidez y a dominarla, más parece pegarse la estupidez a la condición humana. Cuando muere Tuwim Gombrowicz escribe unas palabras en el “Diario” en las que trata de poner distancia con la grandeza y la poesía de este ilustre skamandrita. Julian Tuwim fue uno de los máximos representantes de la literatura polaca. Desde el comienzo y durante toda su carrera escribió de forma satírica sobre temas candentes, proporcionó muchos monólogos para numerosos cabarets. Fue cofundador del grupo experimental de poetas “Skamander” y del cabaret “Picador” y trabajó como escritor o director artístico en muchos otros cabarets. Durante la Segunda Guerra Mundial se exilió en los Estados Unidos, en 1946 regresó a Polonia. “Me imagino las esquelas. Pero aquí, en privado, puedo anotar: ha muerto el más grande poeta contemporáneo. ¿El más grande? Indudablemente. ¿Grande? Hm... (...)” “No nos ha iniciado en nada, no ha descubierto nada, no ha revelado ningún misterio; no ha proporcionado ninguna clave. Pero vibraba, refulgía, deslumbraba... con la magia de la palabra poética. Semejante vibración sensual del arpa poética, que emana de un lujo verbal, constituye en el arte la más alta aspiración de los pueblos primitivos; de modo que era un poeta que no nos honraba, antes bien nos desenmascaraba (...)” “La vergüenza consiste en que de cada uno de los poemas de Tuwim podemos decir que es maravilloso, pero a la pregunta de qué elemento tuwimiano a aportado Tuwim a la poesía mundial, no sabemos encontrarle respuesta. Porque Tuwin, en cuanto Tuwim, o sea, como personalidad, no ha existido, es un arpa sin arpista. Me gustaría saber si las esquelas serán capaces de revelar esta verdad (...)” “Pienso que más bien se mantendrán en un sano y convencional estilo poético, dejando caer una pequeña lágrima por la traición de haber demorado su regreso a Polonia después de la guerra. Nuestra percepción de la poesía es, como ya se ha dicho, algo primitiva y fuertemente mecanizada, pero hemos llevado a una gran perfección nuestra manera de hablar de ella; es un hablar lleno de fiorituras, trinos y gorgoritos en un tono poético, con una falsa conmoción poética y acompañado de un éxtasis poético igualmente falso. Este género es perfectamente adecuado para los entierros; supongo, pues, que en esta ocasión será puesto en funcionamiento. En mi opinión, la poesía polaca (¿o tal vez todas las poesías del mundo?) no dará un paso adelante hasta que no rompa con tres horribles esquemas (...)” “1) la actitud del poeta; 2) el tono poético; 3) la forma poética. Haced lo que queráis. Tratad de salir de esto por puertas o por ventanas, me da igual; pero mientras estéis adentro, nada os salvará” Cada persona elige una palabra que considera la más importante, la palabra que eligió Gombrowicz fue grandeza. Si bien es cierto que este detalle no basta para reconstruir una personalidad, el caso de Gombrowicz es muy llamativo. Grandeza es una palabra que nos hace pensar en la nobleza, en la majestad y en la dignidad de lo grande, por lo tanto vamos a hacer una breve incursión panorámica sobre

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su obra y sobre el mismo Gombrowicz a ver si encontramos algo parecido al significado de esta palabra. La grandeza del hombre clásico se expresa en su voluntad de dominio, es una postura en la que el hombre trata de ser dueño y señor. La postura romántica, en cambio, se expresa en el sometimiento del hombre, en el aguante y en el sufrimiento, la grandeza del hombre romántico recién aparece cuando se convierte en víctima de un mundo que lo supera. Puesta en claro la diferencia que existe entre la grandeza clásica y la romántica, y hecha la salvedad de que los hombres grandes, llamémoslos así, no son clásicos o románticos al cien por ciento sino que poseen ambas posturas en proporciones diferentes, vamos a ver qué podemos decir de Gombrowicz y de su obra. Busquemos primero en la obra, una obra a la que vamos a dividir con este solo propósito en los diarios y en todo lo demás. En los diarios Gombrowicz adopta respecto a la grandeza la postura clásica, la romántica, y también la negación de la existencia de toda posible grandeza. Elijo al azar unos pasajes para mostrar los cambios de tono de Gombrowicz en los diarios respecto a este asunto. “Y, sin embargo, no fue otra cosa que la dignidad nacional lo que me impidió entrar en cálculos; soy un hombre con un alto sentido de la dignidad personal, y un hombre así, aunque no esté vinculado a su país por los lazos de un patriotismo normal, siempre velará por la dignidad nacional aunque sólo sea porque no puede desprenderse de su nacionalidad y porque ante el mundo es polaco, de ahí que cualquier humillación a su nación también lo humillará a él personalmente ante los demás (...)” “Y estos sentimientos, de algún modo obligados e independientes de nosotros, son cien veces más fuertes que todas las sensiblerías aprendidas y sobadas (...) De veras que es divertida esa tendencia de mi naturaleza a exagerar todo cuanto se refiere a mi persona. En sueños me hincho cuanto puedo (...) Mi megalomanía me hace llorar de risa (...) ha muerto el más grande poeta polaco contemporáneo. ¿El más grande? Indudablemente. ¿Grande? Hm...” El crecimiento del yo de Gombrowicz y la divulgación de ese crecimiento le empiezan a resultar degradantes, le perturban cada vez más su relación con el mundo, a pesar de que la grandeza es el registro más infalible del valor del arte y el laurel más anhelado por la gente madura. En un momento determinado hace un cálculo de las armas que podría contabilizar para construir su propia grandeza si la trataba como un producto no premeditado y obligatorio derivado de la propia actividad de la forma. Decide hacerse el autobombo en sus diarios, pero el convencionalismo que le impide al autor florearse con este tipo de jactancias funcionó y los lectores empezaron a aburrirse. En los diarios, la actitud de Gombrowicz respecto a la grandeza, es vacilante, pero vuelve a ella en forma reiterada, en cambio, en todo lo demás, es decir, en sus novelas, en sus piezas de teatro y en sus cuentos, podemos decir que, por lo menos en relación a los protagonistas, la grandeza no aparece nunca, lo que aparece más bien es una falta absoluta de grandeza. Hice un recorrido a vuelo de pájaro desde “Ferdydurke” a “Cosmos”, desde “Ivona, princesa de Borgoña” a “Opereta”, desde “El bailarín del abogado Kraykowski” a “El

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banquete”, y ninguno de sus personajes tiene algo que se acerque ni siquiera un poco a algo parecido a la grandeza. Esta ausencia absoluta de grandeza no se debe a la casualidad, es el producto de una actitud completamente deliberada. Stefan, el protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki”, la segunda obra que escribe Gombrowicz, navegaba por el mundo en medio de opiniones incomprensibles para él, y cada vez que tropezaba con un sentimiento misterioso, fuese la virtud o la familia, la fe o la patria, sentía la necesidad de cometer una canallada. “Tal es el secreto personal que opongo al gran misterio de la existencia. ¿Qué queréis?... cuando paso junto a una pareja feliz, a una madre con un niño o a un anciano amable, pierdo la tranquilidad” Ningún protagonista de la obra artística de Gombrowicz es grande, ninguno tiene nobleza, valentía, ni siquiera dignidad y, sin embargo, la obra artística de Gombrowicz pone en el centro de la creación la humanidad del hombre, y son la nobleza y la dignidad las inspiradoras de sus escritos. En los diarios Gombrowicz trata a los hombres sin demasiada consideración y en forma dominante pero está acosado por la dimensión del mundo y por la misión que él mismo se impuso para comprenderlo; al final del cuento termina quejándose de la grandeza de un Gombrowicz que él mismo había creado con sus propias manos. En los diarios, a veces parece que tuviera grandeza, y otra veces que no la tuviera; en su obra...hmm. Su obra me recuerda un fin de año que festejamos en Fiat. El presidente de la Fiat argentina, que poco tiempo después fue secuestrado y fusilado por los montoneros, haciendo el balance de la actividad de las empresas que formaban el grupo Fiat pronunció unas palabras llamativas: –La gerencia de Autos dio pérdida, la gerencia de Grandes Motores dio pérdida, la gerencia de Material Ferroviario dio pérdida, la gerencia de Camiones dio pérdida, pero todas las gerencias juntas dieron ganancia. Los protagonistas de la obra de Gombrowicz no tienen grandeza, pero todas las obras juntas en las que dan señales de vida, sí que la tienen. ¿Y, Gombrowicz mismo, en persona, tenía o no tenía grandeza? En una nota que le hacen en “El País” de España la Vaca Sagrada dice: “Sólo en privado Witold tenía grandeza”. Para nosotros no era así, justamente en privado no la tenía. Para nosotros fue un amigo, un noble polaco venido a menos, caído al nivel de un burgués sin medios. Ni tan grave ni tan ligero, ni tan metafísico ni tan realista. Un burgués inteligente, perezoso y bromista, ni más ni menos.

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