Jer 18.1-6. Brilantes Para El Alfarero

  • November 2019
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Brillantes para el Alfarero 1 Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: 2 Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. 3 Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. 4 Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. 5 Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: 6 ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel. (Jer. 18:1-6) La alfarería era una industria importante en Jerusalén en aquellos tiempos. Entrando en la casa del alfarero, Jeremías lo vería trabajando sobre su rueda, que realmente consistía en dos ruedas de piedra paralelas y conectadas por un eje: moviendo la de abajo con sus pies, la de arriba iría girando en un ritmo regular y constante. Jeremías observaría las manos mojadas y fangosas del alfarero que rodeaban el trozo de arcilla con el fin de centrarlo sobre la rueda. Y después metería el dedo pulgar de cada mano en el centro del montón de arcilla para abrirla. Después de

abrirla en forma de un tazón, aplicó una ligera presión con los dedos exteriores con los interiores para ir levantando la arcilla y así darle forma. Pero luego el alfarero nota un pequeño desperfecto en la vasija que va haciendo, y sin parar la rueda, sus manos aplastan la arcilla de nuevo en un montoncito sin forma. Al estudiar más de cerca este proceso de la alfarería, podemos llegar a entender mejor verdades importantes de esta parábola y lo que nos enseña con respecto a nuestra vida en manos del Gran Alfarero: nuestra formación y transformación. Lo que Jeremías observó fue sólo un paso en el proceso de crear una vasija de cerámica. Antes de poder formarla, el alfarero tuvo que buscar una arcilla adecuada, con la consistencia correcta, con suficiente elasticidad. Ninguna arcilla es perfecta en su estado natural: si es demasiado blanda, se cae sobre la rueda y no puede ser formada - por tanto, el alfarero le añade partículas molidas de vasijas rotas para aumentar su fuerza. Y si la arcilla es demasiado seca, el alfarero le añade agua. Pero en cualquiera de los casos, es el alfarero quien provee o la fuerza o la flexibilidad que pueda necesitar la arcilla para que soporte bien el proceso de ser formada en una vasija - el proceso de nuestra formación. Así dijo Jehová: Ve y compra una vasija de barro del alfarero, y lleva contigo de los ancianos del pueblo, y de los ancianos de los sacerdotes;

Luego en Jer. 19:1, el Señor le dice a Jeremías que vuelva a la casa del alfarero, esta vez como cliente, y que compre allí una vasija de barro y la lleve a la Puerta oriental de la ciudad. Probablemente la que los arqueólogos han identificado como la Puerta del Alfarero. Después de decir al pueblo lo que Dios le reveló en la casa del alfarero, Dios le dice, según los vv. 10-11b.... 10 Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los varones que van contigo, 11 y les dirás: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más; y en Tofet se enterrarán, porque no habrá otro lugar para enterrar. (Jer 19:10-11) Los arqueólogos nos dicen que la Puerta del Alfarero estaba llena de trozos y fragmentos de vasijas rotas (ostraca). Precisamente estos fragmentos usaban los alfareros, moliéndolos y añadiéndolos a cualquier arcilla que fuese demasiado blanda, para darle más fuerza y vigor para el proceso de su formación. Y cuanto más grande sea la vasija que se proyecta hacer, más ostracas necesita la arcilla de la que se va a formar. La vasija que Jeremías quebró delante de todos estaba irreparable, al igual que la palabra que declaró era irrevocable. Y de igual manera, porciones de nuestras

vidas pueden parecer quebrantadas más allá de toda reparación. Todos hemos fracasado como vasijas en alguna prueba o relación o cometido. Pero el reciclaje de los fragmentos de vasijas rotas nos hace ver que lo que nosotros considerábamos como roto y perdido, aún puede ser redimido en el plan de Dios - quizás para formar parte de una vasija mucho más grande y hermosa que lo que hubiéramos imaginado. Porque el Alfarero por excelencia también recicla las vasijas quebradas, usando sus fracasos, quebrantos, desilusiones, sueños rotos, en la vida de otros. Cuando compartimos nuestro testimonio con transparencia y honestidad, nuestros fragmentos rotos sirven para fortalecer a los oyentes. Y como oyentes, fragmentos de las vidas de otros también llegan a formar parte de nuestra propia arcilla. De vuelta en casa del alfarero, si pasase suficiente tiempo allí, Jeremías también podía haberle observado preparando la arcilla cruda, quitándole partículas extrañas, gravilla o raíces, y luego añadiéndole bastante agua para pasar esta mezcla por un filtro, y así quitarle las últimas impurezas. Después, se deja todo a secar hasta que adquiere la consistencia adecuada para ser moldeado. Pero todavía antes de formar la arcilla en la rueda, el alfarero arroja la arcilla una y otra vez sobre una piedra para hacerla más plástica y moldeable. Así también se le quita cualquier bolsa de aire, que además haría explotar a la vasija cuando estuviese expuesta al intenso calor del horno. Luego de maltratar la arcilla así (tirándola contra

la piedra), el alfarero usa las palmas de sus manos para trabajarla un tiempo más como se amasa el pan. Requiere paciencia someter la arcilla a este proceso tan meticuloso. Y si la arcilla tuviese voluntad propia, también requeriría paciencia de su parte - como es el caso nuestro como barro en manos del Alfarero. Y muchas veces quisiéramos meterle más prisa - queremos llegar al producto final ya. Pero a menos que permitamos que el Alfarero nos quite todo lo extraño, podríamos tener la triste experiencia de explotar al ser expuestos al fuego. Hacer una vasija no es trabajo de un amateur - la más mínima variación en la presión de las manos puede hacer que la vasija se descentre y deforme. Hacer una vasija bien hecha requiere arcilla bien preparada, la rotación regular de la rueda junto con la presión bien aplicada de esas manos adiestradas del alfarero para producir una forma simétrica. Y la formación de nuestras vidas también requiere la presión constante de las manos del Alfarero. ¡Cuántas veces nos irritamos por esa presión que experimentamos, cuántas veces nos quejamos y resistimos la presión de esas manos amorosas y sufridas que quieren amoldarnos! Pero sin esa presión nos quedaríamos como arcilla sin forma ni utilidad. No serviríamos para nada. La verdad es que el alfarero aplasta la arcilla muchísimas veces mientras la va formando. Alguna vez la vasija sube de la rueda unos cuantos centímetros antes

de desarrollar un desperfecto, y el alfarero vuelve a amasarla en un montón. Otra vez la vasija estará prácticamente formada cuando surge alguna desproporción, y el alfarero no tiene ningún reparo en volver a juntar la arcilla para empezar de nuevo. Cuántas veces en el proceso de nuestra formación, sentimos como subimos de la rueda y asumimos forma de utilidad, sólo para encontrarnos devueltos de nuevo a la masa sin forma. Y nos sentimos tontos, maltratados, indefensos, angustiados. ¡Si tan sólo pudiéramos recordar que el Alfarero siempre está en control, y que Sus manos, cicatrizadas debido a Su amor por nosotros, nunca se apartan de la vasija hasta que se haya perfeccionado! Tierna y pacientemente nos va formando a lo largo de todo el proceso. Y si Jeremías se hubiera quedado en casa del alfarero un poco más tiempo, hubiera visto que a esa vasija formada a la perfección sobre la rueda, todavía le falta mucho para llegar a ser útil. Después de formarla, el alfarero la coloca sobre una estantería hasta que se seque - lo cual también puede tener su paralelismo en nuestra experiencia cristiana, ¿verdad? Esos tiempos de aridez espiritual o emocional, cuando no conecto bien con otros o con lo que está sucediendo puede ser simplemente un tiempo de espera en el Señor preparándome para más transformación. Y cuando la vasija está completamente seca, entonces el alfarero le da una capa de barniz hecho de sílica. Antes de pasarlo por el horno, esta capa de barniz

es mate, pálida, descolorida, cualquiera se preguntaría por qué el alfarero ha escogido un acabado tan deslustrado.Pero es que todavía le falta ser pasado por el fuego, porque la vasija tiene que ser vitrificada para que llegue a ser útil. Si alguien cogiera esa vasija secada al aire, aparentemente firme, y la llenase de agua, la vasija se derretiría otra vez en arcilla. Más de una vez yo he dicho, “Señor, ya estoy listo para retener tu agua; lléname para ministrar.” Y sólo me he quedado en un montón de barro, porque aún no había pasado suficiente tiempo en el fuego. Para vitrificar la cerámica, tiene que ser cocida a una temperatura de más de 1000 º, lo cual es comparable al crisol para los metales, donde todas sus impurezas son quemadas. Cocer la vasija la transforma, produce un cambio en las propiedades químicas de la arcilla. Ya no es porosa, sino que retiene el agua indefinidamente. Ahora es más como piedra que tierra. Sin embargo, cuando sale del horno, la vasija es más pequeña, aunque su forma es exactamente la misma, hasta en las huellas digitales del alfarero que le hayan quedado - sólo en una escala un poquito más reducida. Como arcilla que somos, este proceso implica que nosotros tenemos que menguar. Pero para llevar en nosotros las huellas digitales del Alfarero y llegar a ser vasos de agua viva, vale toda la pena pasar por el horno de fuego.

Y allí bajo ese intenso calor del horno, sucede otro milagro: ese barniz mate sufre una metamorfosis. Donde antes no había ninguna indicación de color, ahora la vasija está vestida de luz y brillantez, con un acabado satinado. Experimentar esta transformación es como participar de la naturaleza divina. Cuando pienso en esa capa de barniz mate que me mira en el espejo cada mañana, me resulta conmovedor pensar que algún día saldré del fuego con un color lustroso, cristalino y translúcido, de modo que allí estará perfectamente reflejado el rostro del Alfarero.

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