Japon

  • June 2020
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El primer coche japonés que circuló por las principales autopistas de Estados Unidos tenía un motor de apenas 1.000 cc. El conductor apretaba el acelerador a fondo, pero no conseguía que su coche fuera suficientemente rápido como para unirse al flujo automovilístico. El motor hacía tanto ruido que era difícil conversar sin tener que chillar. Finalmente, consiguió que el coche alcanzara la velocidad suficiente como para seguir el ritmo del tráfico. Pero en ese momento, el volante comenzó a vibrar. Las vibraciones fueron cada vez a peor, hasta que todo el coche comenzó a tambalearse - le resultaba difícil manejar el volante. De repente, ya no pudo ver a dónde iba. Las vibraciones se habían hecho tan severas que el enganche del capó se soltó y le cegó el parabrisas. Ello era debido a que el motor y la carrocería vibraban conjuntamente, un fenómeno que ningún conductor desearía experimentar. Un pequeño motor no proporciona suficiente potencia para desarrollar altas velocidades, a menos que el cigüeñal rote muy deprisa. Pero al aumentar las rotaciones, se genera gran cantidad de ruido. En un gran coche, hay suficiente espacio para aislar su interior y mantener el espacio sin ruidos. Sin embargo, uno pequeño no ofrece esa ventaja. La respuesta de los fabricantes japoneses fue, obviamente, desarrollar un motor más silencioso y más rápido. El otro problema, las vibraciones conjuntas, también exigía una solución. Ello significaba diseñar un nuevo tipo de carrocería. Los diseñadores y técnicos dirigieron experimentos rigurosos, una y otra vez, guiados por el binomio intento-error, haciendo muchas modificaciones hasta que obtuvieron un coche compacto que rendía igual que uno más grande. Me reuní hace años con alguno de los técnicos que trabajaron en el proyecto. Aún recuerdo lo que me dijo uno de ellos: “En aquellos tiempos, muchas casas japonesas tenían habitaciones de sólo 4 y medio tatami – apenas unos siete metros cuadrados. Para vivir de forma confortable en un espacio pequeño, la gente intentaba utilizar eficientemente cada centímetro. Nosotros teníamos una mente de “4 y medio tatami” cuando desarrollamos el coche compacto. Resolver un problema antes de seguir al siguiente no funcionaría. Teníamos que mirar cuidadosamente cada detalle mientras seguíamos trabajando en pos de una solución global. Nuestro objetivo era conseguir un coche pequeño que fuera tan confortable y fácil de conducir como uno grande. Tuvimos que echar mano de mucha paciencia, pero lo conseguimos.” Años más tarde, cuando yo estaba recopilando información para un artículo sobre la industria de semi-conductores, escuché algo similar. Cada fábrica japonesa lucha por conseguir un 100% de resultados en sus líneas de producción - en otras palabras, una tasa de defectos del 0%. En Occidente, los gerentes de fábrica piensan que un porcentaje bajo de defectos está bien. Por ejemplo, asumen que debido a que la producción en masa de chips semi-conductores implica cientos de pasos, un porcentaje 0 de defecto sólo se podría conseguir en un mundo perfecto. Los técnicos japoneses claman por ese mundo perfecto. Encontré extraño que fueran puntos de vista tan diferentes, así que solicité su opinión a un técnico japonés. Su respuesta fue: las fábricas en Japón persiguen los ideales promovidos por el filósofo de tecnología agraria, Ninomiya Sontoku (1787-1856). Ninomiya pensaba que los agricultores deberían perseguir los resultados más altos posibles. En un campo de arroz, cuanto más se cuiden las plantas, mayor será la cosecha. Durante siglos, el pueblo japonés dependió de la producción de arroz, y el agricultor eficiente se convirtió en un ideal para sus conciudadanos. Incluso hoy en día, este sistema de valores se ha extrapolado a las fábricas de productos avanzados, como es el caso de los semi-conductores, e inspira una fuerte competencia en pos de cero defectos. Esta fue su explicación. Sea cual sea el porcentaje, no hay ninguna duda de que los dispositivos de memoria de semi-conductores de Japón fueron capaces de dominar el mercado mundial por su extraordinariamente baja tasa de defectos. No obstante, los cultivadores de arroz deben trabajar juntos, formando un grupo. En un pueblo agrícola, con digamos 100 casas, si tan sólo una familia decide ignorar los insectos de su campo, estos se multiplicarán e invadirán los otros campos vecinos, y ello afectaría al duro trabajo de 99 familias, que podrían terminar sin nada que cosechar. Este ejemplo nos muestra por qué una sociedad de cultivo del arroz tiende a eliminar los rasgos individuales, que no encajan con los planes de la comunidad como un todo.

El problema es que trabajar formando parte de un grupo puede inhibir el desarrollo de nuevos productos. ¿Por qué iba yo a estrujarme la cabeza y hacer algo diferente, si nadie en la comunidad lo hace? En Occidente, los investigadores se conducen por la noción común de que si piensan en algo nuevo, y que si a través de sus esfuerzos consiguen crear algo que nadie había pensado antes, merecerán todos los beneficios. En Japón, la gente no está motivada de la misma manera. El gran reto que encaran los japoneses en el siglo 21 es combinar dos formas de pensar contradictorias: el respeto por los valores tradicionales de una sociedad agrícola comunal eficiente y el deseo de hacer florecer la creatividad individual pagina; http://web-japan.org/nipponia/nipponia20/es/feature/feature07.html

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