Improvisa, musa. © Relato de Miguel Ángel Mendaro Johnson www.mendaro-es.com
El sol se mueve entre las ramas de los árboles. — Perdone, ¿tiene hora? — Sí. La…― busqué mi reloj― la una y veinte pasadas. — Gracias, joven. Asentí su gratitud y dejé caer mi cabeza en el césped con algo semejante a una sonrisa. Una leve brisa me acarició. Seda. Sí. Igual que la seda. (Suspiro largo.) Boca arriba, con mi jersey como almohada, observé con atención el oscuro azul del cielo. Tres pájaros. Decidí, ayer, que escribiría lo que viese. Lo que siento. Y hoy es una tarde hermosa. Inspiradora. Capaz de… — ¡Juan! ¡Juan! ¡No molestes al señor! …Una tarde capaz de apaciguar un alma intranquila. Utilicé mi viejo cuaderno de notas para tapar el sol que me daba de lleno en los ojos. Como bien dicen mis primeras palabras, se movía entre las ramas de los árboles. Lo posé abierto en mi cara. Olí la tinta, el papel. ¡Sabio aroma! — ¡Juaaaaaan!¡Niño de los cojones, que llamo a tu padre!¿Por qué no haces caso a la madre que te parió? En efecto. Niño, madre y padre (¿ausente?) de los cojones. ¡Coño! Me incorporo. Echo una mirada fulminante que no sirve de nada. Vuelvo a lo mío: El olor del papel mezclado con el del césped recién cortado es un cocktail sublime, orgásmico. A pesar de que el parque esté atiborrado de gente, yo me encuentro bien, es… es como si su histerismo y su afán por imponerse a ellos mismos la felicidad no me afectara. Lo pienso mientras respiro y recupero ideas, pensamientos. Sí. Creo estar inspirado. Desde ayer noche, siento que me apetece escribir. ¡Hace mucho que no lo hago! Pero esta idea… no creo que resulte como yo esperaba. El ruido me perturba. — Tobías. Haz el favor de hacerme caso. ¡Ven pa’ cá! Estaba claro que era el día de los niños y padres "toca pelotas". — Papá, mira, un señor hace los deberes en… en… en el parque. ¡Qué mono el niño!, pensé. Le sonreí, pero tan forzado que le asusté. — No molestes. Está leyendo― dijo su padre. — Juan, deja en paz a ese niño― dijo la madre de los cojones, la que parió a Juan. Ahora el otro: — Tobías, cariño, no le tires del pe…
Comenzó una pelea. — ¡Quietos! ¡Quietos niños!― gritaron los padres. Los niños, cuando lloran, son irritantes. Intento evadirme. Y por fin los niños se alejan entre lloros. Miro las ramas de los árboles. El sol me ciega. Busco mi musa con desesperación. ¿Dónde estás? Inspiración… ¿dónde? Creo que la he perdido. ¡Ostia! Y si la pierdes, nada hay que hacer. Me derrumbo y entonces, una nube, sólo una nube que crece a lo lejos es gusanillo suficiente para despertar y vestir mi inspiración. Es una enorme coliflor en el horizonte. Se torna negra y se siente la lluvia. Aún hay sol. Sol y lluvia. Lo huelo. Los minutos pasan. Me acurruco. A lo lejos, una ardilla me estudia como yo a ella. Creo que sabe que va a llover. Miro a un chico que se apoya en un árbol y enciende un cigarrillo. Lo hace con orgullo y distinción. Fuma indiferente. Bohemio. Casi en blanco y negro. Otro grupo de chavales me estudia. Me señalan. Se ríen de mí con descaro. Me insultan por escribir en público. Entre otras cosas, escucho: — ¡Gilipollas! ¡Vete a una puta biblioteca imbécil! ¿Imbécil? Les ignoro (confieso que no puedo ¿imbécil? ¿Por escribir? ¡Vaya unos hijos de puta!). Mi musa, tímida, encoge. ¡Joder! Para un día libre que tengo para mí, para escribir, y lo bien que pintaba esto… ¡Era una buena idea! ¡Mierda! Para mi suerte (aunque creo que ya es tarde), se centran en la ardilla. Prueban puntería con piedras. Las niñas gritan. Ellos engrandecen su masculinidad. ¿A qué coño había venido yo aquí? ¿A escribir? ¡Me habéis jodido! Siento una furia incontrolable de romper esto que acabo de escribir. Estoy muy, muy cabreado. Me pongo de pie y camino sin rumbo fijo. Encuentro un banco. Me siento. Miro el horizonte. La tormenta es grande. Sin embargo, está lejos, muy lejos. Cierro los ojos. Abro mi cuaderno. Un último intento. Miro a lo alto. Escucho los relámpagos, cada vez más cercanos. Tímidas gotas caen sobre este cuaderno. Estas palabras comenzarán a desvanecerse. Debo apresurarme a cerrar esto. ¿O no? Mejor muere, escrito, muere. ¡Oh musa! ¡Qué díoa tan desiasstrosoi escogimos para esrribir!