SAPIENTIA quae sola libertas est
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Hacia un nuevo sindicalismo: Por un futuro sin exclusiones. En el siglo XXI una verdadera organización sindical progresista y de tendencia socialdemócrata tiene que estar preparada y dispuesta para afrontar la globalización y la convivencia con culturas ajenas como algo natural e irrenunciable. Resulta imposible pretender que nada cambie, por el contrario, hay que apostar por la integración procurando que la mezcla resultante supere y mejore a las aportaciones originales. Por este motivo, frente a cualquier forma de nacionalismo, siempre excluyente, una de las características más destacadas de una organización socialdemócrata tiene que ser rechazar cualquier tipo de diferencia cultural, religiosa o étnica cuando se trata de exigir igualdad de derechos, obligaciones y oportunidades para todos los ciudadanos y ciudadanas. Algo tan anecdótico y fuera de control en nuestras vidas como es el lugar de nacimiento se convierte para los nacionalistas en el rasgo más importante, significativo y definitorio del individuo. Hay que tener una idea muy pobre de uno mismo para pensar que nacer en tal o cual lugar tiene un especial mérito o que nos hace mejores que al resto. Por medio de esa irrenunciable afiliación nacional se establece una visión totalizadora de la sociedad y se determina cómo se debe de ser y qué es “lo nuestro”. Aquellas personas que no aportan determinados rasgos étnicos, culturales o religiosos quedan irremediablemente excluidas de esa sociedad. Desde esa perspectiva sólo se puede estar “con nosotros” o “contra nosotros”. Para los nacionalistas hay que mantenerse puro, no contaminado por las aportaciones externas que pervierten la supuesta “pureza de la raza”, la integridad ideológica de la “tribu” y “nuestros” rasgos culturales que, por supuesto, serían mejores que los del resto. Los nacionalistas muestran un especial interés en el pasado, en el origen. Basan su acción política y social en la existencia de una supuesta nación que siempre permanece, que sobrevive a los individuos y que, por lo tanto, está por encima de ellos. Ese ente mítico tendría su propia vida, sus propios intereses, derechos y libertades que obligarían al ciudadano a plegarse y a sacrificar los suyos en favor de esa “nación sagrada” para la que todo sacrificio sería poco. El nacionalismo es una ideología política profundamente reaccionaria, primitiva y peligrosa que apela a la tribu, a la raza o a pasajes seleccionados de una pseudo-historia mítica que podrían servir para justificar casi cualquier cosa. En el siglo XXI sigue anteponiendo la supuesta supervivencia de la tribu sobre el desarrollo y beneficio del individuo. Se justifica el nacionalismo en el pasado sin mirar al futuro y hay más preocupación por determinar de dónde se viene que hacia dónde se va, en establecer cómo eran nuestros antepasados más remotos que en preparar un futuro prometedor para nuestros descendientes. Especialmente incongruentes resultan los autodenominados nacionalismos de izquierda que haciendo uso selectivo de la historia, la etnia, la lengua o ciertos rasgos culturales presentan un panorama de opresión colonial y apelan a los procesos descolonizadores para hacer política. Se dicen de izquierdas y afirman haber compatibilizado una política social progresista dentro de un marco geográfico concreto del que no pretenden salir. Sin embargo, se olvidan de advertir que las personas que viviesen dentro de ese marco
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geográfico tendrían que asumir, subordinarse y someterse a unos supuestos rasgos nacionales que condicionarían y coartarían su libertad personal y sus intereses como individuos, ya que en caso contrario serían apartados y excluidos de la “nación”. El nacionalismo y la socialdemocracia son incompatibles. Para la socialdemocracia la identidad que interesa está en el futuro. Nuestra lucha es para alcanzar mayores cotas de libertad, igualdad y solidaridad para todas las personas independientemente de su raza, origen, historia, religión, sexo... Esto sólo se alcanza por medio de la democracia donde todas las personas renunciamos a imponer cualquier tipo de rasgo excluyente y discriminador y voluntariamente participamos en la gestión política de la sociedad por medio de un marco y unas normas comunes que garantizan la libertad y los derechos individuales. A una organización socialdemócrata y progresista el futuro no puede asustarle. La sociedad globalizada del futuro estará compuesta de “nuestras cosas” y de otras venidas de todas partes del mundo, de personas cuyas familias se localizan en el mismo lugar desde hace siglos y de otras que han llegado de países y regiones remotas. El futuro, guste o no guste, es mestizo y una organización sindical progresista y socialdemócrata tendrá que estar allí centrando su acción sindical en la búsqueda de la igualdad, la libertad y la solidaridad para todos los trabajadores y las trabajadoras.
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