Guia No 25 Jesus Sube A Jerusalen

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GUÍA No. 25 JESUS SUBE A JERUSALEN

NUEVO PASO EN EL PROCESO Estamos llegando al final de la segunda Semana de los Ejercicios y nos acercamos al misterio culminante de la vida de Jesús: su amor llevado hasta el extremo. En esta conclusión de la segunda Semana San Ignacio nos lleva hacia Jerusalén. Los tres misterios finales (EE 161) son la predicación de Jesús en el templo, la resurrección de Lázaro y el domingo de Ramos. Sin embargo, en la sinopsis de los misterios de la vida de Cristo añade, como contemplación opcional, la cena en Betania (EE 286), a continuación de la resurrección de Lázaro; y traslada para después del domingo de Ramos la predicación en el templo (EE 288), lo cual parece más acorde con la narración de Mateo que San Ignacio utiliza con preferencia en este momento. En nuestra experiencia de conocer internamente al Señor, lo acompañaremos ahora en su «subida a Jerusalén» a prestar el servicio que verifica la incondicionalidad de su amor: la entrega de la vida por sus amigos, dando cumplimiento al proyecto del Padre. San Ignacio tuvo la firme convicción de que «el amor se debe poner más en obras que en palabras». Amor y servicio son dos conceptos sinónimos en el lenguaje ignaciano. La respuesta al amor de Dios, enteramente reconocido en la contemplación para alcanzar amor, será: «en todo amar y servir». De ahí que la tercera Semana tenga una importancia central en el itinerario de los Ejercicios y no se deba tomar simplemente como un tiempo adicional para confirmar la elección. Es la experiencia que nos hace presente a Jesús en la máxima manifestación de su amor-servicio, de su gloria: «plenitud de amor y de lealtad»; «porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc l0, 45). «Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre» (Jn 10, 18). Esta es la experiencia que ha de apurar nuestra elección hasta el deseo y la determinación de identificarnos con Jesús bajo el estandarte de la cruz. El texto de los Ejercicios no trae ninguna propuesta explícita de reflexionar sobre la decisión que toma Jesús de subir a Jerusalén. Tampoco nos invita a seguirlo en ese trance crucial que lo lleva a ponerse en manos de sus enemigos mortales. San Ignacio hubiera podido aprovechar este momento clave de “toma de decisión”, para ayudar al ejercitante en su discernimiento para la elección. Así lo hizo cuando Jesús abandonó su hogar de Nazaret para poner fin a su vida privada y dar comienzo al ministerio mesiánico; lo contemplamos, entonces, despidiéndose de su Madre y encaminándose hacia el río Jordán para ser bautizado por Juan (EE 273). Concuerda, sin embargo, con los evangelistas cuando hace preceder los misterios de la pasión y muerte de Jesús de tres o cuatro días, todavía en segunda Semana, dedicados a la contemplación de la actividad y predicación de Jesús en la ciudad «que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados» (cf Mt 23, 37 y Lc 13, 34). Vamos a exponer

en la presente Guía tres temas de contemplación para los próximos días: La «subida a Jerusalén» (cf los Evangelios) La resurrección de Lázaro (EE 285) La cena en Betania (EE 286) FIN QUE SE PRETENDE Seguimos en la tónica de las precedentes contemplaciones de Jesús propias de la segunda Semana, pero mirando ahora más atentamente a nuestra identificación con Jesús abandonado, rechazado, buscado para darle muerte. Y queremos («buscar lo que quiero») despertar nuestra solidaridad (sim-patía) con la situación por la que atraviesa el Señor en su camino hacia Jerusalén donde lo esperan sus enemigos para asestar el golpe definitivo; y deseamos también tomar este camino de seguimiento con la audacia y generosidad de Tomás: «vamos también nosotros, para morir con él». (Jn 11, 16). La experiencia que consigna San Juan en su primera Carta ofrece el clima perfecto para estas contemplaciones: - «Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos (3, 16); - «Dios mostró su amor hacia nosotros al enviar a su Hijo único al mundo para que tengamos vida por él» (4, 9); - «En esto, pues, podemos conocer quién tiene el espíritu de la verdad y quién tiene el espíritu del engaño» (4, 6). Finalmente, queremos responder a Jesús, con Marta, que sí, que creemos que él es la resurrección y la vida y que el que cree en él, aunque muera, seguirá viviendo (cf Jn 11, 2526). La contemplación de estos días ofrece quizás especial dificultad. La desolación puede llegar, pero no hay que extrañarse: el mismo Jesús sintió estremecimiento ante la dirección que iba tomando su destino: «¡siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: Padre, líbrame de esta angustia? ¡Pero precisamente para esto he venido! Padre, glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz del cielo, que decía: “ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez.”» (Jn 12, 27-28). Fácilmente pueden desencadenarse dentro de nosotros resistencias y mecanismos de defensa, como les pasó, por lo demás, a los discípulos, ante la perspectiva de volver a Jerusalén (cf Jn 11, 7ss.). Es preciso estar alerta y releer las reglas de discreción de la segunda Semana. Propio es del enemigo militar contra la alegría y consolación espiritual, «trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias», enflaqueciendo e inquietando, quitándonos la “paz, tranquilidad y quietud” que antes teníamos» (EE 329-333).

GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR Conocimiento interno del corazón de Jesús que afronta con valentía y decisión esta hora. Reconocer la inmensidad de su amor y responderle con un amor dispuesto a correr con él su suerte en servicio del Reino y su justicia, para gloria y alabanza de Dios y ayuda de los hombres.

TEXTO IGNACIANO Como acabamos de comentar, en el texto de los Ejercicios no hay ninguna contemplación específica referente a la subida a Jerusalén. Sin embargo, consideramos apropiado hacerla, teniendo en cuenta que San Ignacio quiere preparar al ejercitante para la tercera Semana con los episodios de la actividad y controversias de Jesús en Jerusalén. •La «subida a Jerusalén» Todos los evangelistas destacan esta decisión de Jesús de subir a la capital y van preparando la conclusión de su ministerio. Para Marcos y Lucas, el Evangelio está estructurado en torno al viaje a Jerusalén. Los diversos textos pueden servirnos como tema de oración: - «Se dirigían a Jerusalén, y Jesús caminaba delante de los discípulos. Ellos estaban asombrados, y los que iban detrás tenían miedo» (Mc l0, 32); - «cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén» (Lc 9, 51); - «pero tengo que seguir mi camino hoy, mañana y el día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc 13, 33); - «Jesús llamó aparte a los doce discípulos, y les dijo: «ahora vamos a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre» (Lc 18, 31-34; cf Mt 20, 17ss; Mc 10, 33-34). «Jesús echó a andar delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén» (Lc 19, 28); - «después dijo a sus discípulos: vamos otra vez a Judea. Los discípulos le dijeron: Maestro, hace poco los judíos de esa región trataron de matarte a pedradas, ¿y otra vez quieres ir allá?» (Jn 11, 7ss). Esta decisión es una de las más difíciles en la vida de Jesús y en la del que quiera vivir como él, aceptando participar de su destino. Acosado por la oposición de las autoridades sacerdotales y políticas, Jesús se ve llevado a una decisión dura y solitaria. Quedarse en la paz de Perea, a donde se había retirado un tiempo, podría equivaler a olvidarse de la causa del Reino y ser infiel al Padre. Por otra parte, los discípulos se resisten y tratan de hacerle cambiar de opinión. La decisión la tiene que tomar en esa soledad radical en la que el hombre se encuentra él mismo ante Dios. Hay que buscar el mejor servicio al Reino, aun en contra de quienes lo acompañan.

Al acercarse a la ciudad, Jesús llora por Jerusalén: «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollitos bajo las alas, pero no quisiste! Pues miren, el hogar de ustedes va a quedar abandonado; y les digo que, a partir de este momento, no volverán a verme hasta que digan: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” » (Mt 23, 37-39). •La resurrección de Lázaro (EE 285) En guías anteriores habíamos sugerido contemplar la resurrección de Lázaro propuesta en el texto de los Ejercicios. Ahora sería bueno dedicarle un tiempo mayor, con los puntos y los énfasis que pone Ignacio y siguiendo la amplia narración de Juan (Jn 11, 146). El texto evangélico es suficientemente rico y por lo tanto no requiere especiales comentarios. La contemplación puede hacerse en forma de lectio divina. En san Juan, la resurrección de Lázaro es claramente la culminación de la actividad de Jesús en favor del hombre necesitado de vida, el fin de su manifestación a Israel y el signo que provoca su condena a muerte. Con esto llega al extremo el conflicto existente con los dirigentes judíos. El momento es de máxima tensión, pues se enfrentan el designio de amor del Padre, dador de vida, y el designio del enemigo, mentiroso y homicida. Se acerca «la hora» en que hay que decidirse abiertamente por uno u otro designio. En este evangelio, la subida a Jerusalén está conectada con la amistad de Jesús con Lázaro, Marta Y María. Jesús, que se proclamará ante Marta como «la resurrección y la vida», se encamina ahora a Judea, arriesgando conscientemente su propia vida, para dar a su amigo el don que él vino a traer al mundo. «Mis ovejas reconocen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni nadie me las quitará. Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar. El Padre y yo somos uno solo. (Jn 10, 10-18). Especialmente apropiado para este momento es el diálogo de Martha con Jesús: «Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirlo; pero María se quedó en la casa. Marta le dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora Dios te dará todo lo que le pidas. Jesús le contestó: “tu hermano volverá a vivir”. Marta le dijo: “sí, ya sé que volverá a vivir cuando los muertos resuciten, en el día último”. Jesús le dijo entonces: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le dijo: “sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”» (Jn 11, 20-27). •La cena en Betania (EE 286; Jn 12, 1-8)) Daremos mayor espacio a la presentación de esta cena, por tratarse de un pasaje menos utilizado, pero especialmente sugerente para la contemplación. El relato forma una unidad con la resurrección de Lázaro; la comunidad celebra la vida y rinde una acción de gracias a Jesús por el don concedido a Lázaro.

Curiosamente, San Ignacio, que ha tomado el evangelio de Juan para la contemplación de la resurrección de Lázaro (EE 285), no lo escoge para la cena de Betania, sino que acude a Mateo (Mt 26, 6-13), donde la cena se celebra en casa de Simón el leproso y no se menciona a Lázaro ni se atribuye a su hermana la unción con el perfume de gran precio. El, sin embargo, nos hace «ver las personas» concretas «en casa de Simón el leproso», y añade por su cuenta: “juntamente con Lázaro”…«Derrama María el ungüento…murmura Judas... más él escusa otra vez a Madalena, diciendo: “¿Por qué sois enojosos a esta mujer, pues ha hecho una buena cosa comigo?». Notar la identificación de María de Betania con María de Magdala, en el relato de Ignacio. Preferimos aquí seguir la narración de Juan (Jn 12, 1-8), más rica para la contemplación. En Juan es muy pronunciado el tema nupcial. Como Yahvé, también Jesús hace alianza nupcial con su pueblo. Pueblo representado en sus momentos clave por una mujer: en Caná, por María de Nazaret, que lanza a Jesús a comenzar su obra; acá, al concluirla, por María de Betania; y en el día nuevo de la resurrección, por María de Magdala, escogida por el evangelista para formar con Jesús, en el jardín del sepulcro, la primera pareja de la nueva creación. El contexto inmediato es de una gran expectativa, que se capta en el ambiente. Los sumos sacerdotes y los fariseos, por su parte, habían dado orden de que quien supiera de Jesús avisara, para prenderlo (Jn 11, 55-57). Impliquémonos de lleno en la composición viendo el lugar: Betania, que se constituye en el “lugar de la comunidad que quiere permanecer fiel a Jesús cuando todo es amenaza y hostilidad”; último pequeño reducto donde Jesús se siente entre los suyos. Allí se celebra esta pequeña fiesta, íntima y alternativa a la gran fiesta de “los judíos". Fiesta del servicio (Marta) y del amor a Jesús (María). Allí también «está Lázaro, al que Jesús ha levantado de la muerte». La diminuta comunidad, recuperada de la tristeza, reconoce a Jesús como fuente de la vida y a Lázaro, muerto y vivo, como beneficiario de ese don. Esta cena, como todas aquellas en las que Jesús participa, anticipa el banquete final cuyos comensales serán los que hayan recibido la vida definitiva. Entremos en el profundo simbolismo del Evangelio de Juan, que ofrece una ocasión privilegiada para la «aplicación de sentidos». María, tomando la vocería de la comunidadiglesia-esposa, se expresa con un gesto de profundo agradecimiento. Se evoca el lenguaje del Cantar: «mientras el rey se sienta a la mesa, mi nardo esparce su fragancia. (Cnt 1, 12). Es el símbolo del amor de la comunidad por Jesús. Por eso «la casa se llenó de la fragancia del perfume». La comunidad, llena de la fragancia del Espíritu, ha recibido de Jesús el amor. Amor que se constituye en el vínculo de unión entre los discípulos. Queda así escenificada la lacónica frase del prólogo: «de su plenitud todos nosotros hemos recibido, un amor que responde a su amor» (Jn l, 16). Aquí es la comunidad la que ofrece a Jesús un agasajo; en la gran cena, será Jesús el anfitrión y el que corre con el servicio. EI perfume «es caro», sobrepasa todo precio. Es además «auténtico» (más exactamente: fiel, pistikh/j). Es el amor de quienes se han mantenido fieles en medio de la persecución. Pero entre los del grupo hay una voz discordante, la de Judas, «uno de sus discípulos»; infiltración del espíritu del mundo entre los doce. En su protesta por el derroche (¡300 denarios era el salario de un año!), Judas deja traslucir su afición por el dinero. Compara el precio del perfume con la persona de Jesús. Para él, el dinero es un valor supremo. María, al derrocharlo, lo desidoliza. Judas demerita el amor; María desvaloriza el

dinero. Judas intenta introducir una oposición entre Jesús y el interés por los pobres. Sugiere que esa muestra de amor se debe dar a ellos y no a Jesús. No ha entrado en la lógica del Reino, en la cual, el perfume -agradecimiento por la vida ha de volverse compromiso con la vida y, en primer lugar, la de los pobres, como Jesús. Judas no ha roto con el poder del dinero. Sigue preso de su propio interés, de su afecto desordenado que no le deja expresar el agradecimiento con el don de sí. Está en la bandera de Satanás. Pretende salir en favor de los pobres, pero acapara -que es precisamente la razón de que haya pobres. Jesús responde a Judas: «déjala... pues a los pobres los tendrán siempre con ustedes [entre ustedes], en cambio a mí no me van a tener siempre» (Marcos agrega: «a los pobres los tendrán siempre entre ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran», cf 14, 7). Esta respuesta ha sido uno de los versículos más mal interpretados. Se aduce con frecuencia en respaldo del desinterés por la causa de los pobres. Lo que Jesús en realidad dice es que su presencia física va a durar ya poco y que en adelante debe ser reconocida por la presencia de los pobres en medio de la comunidad, con los cuales él se identifica y en quienes lo encontrarán siempre (cf Mt 25, 3lss.). La comunidad vivirá del dinamismo del amor de Jesús; deberá centrarse en los otros, especialmente en los más necesitados. Jesús da aquí un mandato, no un argumento para desentenderse de ellos. Y señala el camino de hacer realidad la «buena nueva» para los pobres: la solidaridad extrema del don de sí hasta la muerte. María de Betania es la que ha ido hasta el fondo en este episodio, en contraposición con los demás, a quienes les costará mucho aceptar ese don de la propia vida que hace Jesús. ¡Es ella la única que ha entendido de qué se trata! Jesús la defiende con fuerza: ¿«Por qué molestan a esta mujer? Está muy bien lo que ha hecho conmigo…cuando ella derramaba el perfume sobre mi cuerpo, me estaba preparando para la sepultura» (Mt 26, 10-12). María de Nazaret había dado el sí a la encarnación; ahora, María de Betania da el primer sí a la muerte de Jesús. Como diciendo: te doy gracias por el amor con que das la vida por nosotros. Es su participación pasiva y humillante ante la pasión; pero es lo primero que se pide y lo que los discípulos, comenzando por Pedro, tuvieron tanta dificultad en aceptar. Antes de dar la vida por Jesús hay que aceptar que él la dio por nosotros. María de Betania es la única que ha entendido la «buena noticia», y se ha dejado amar de Jesús en su pasión. Por eso la alabanza de Jesús: «en cualquier parte del mundo donde se proclame esta buena noticia, se recordará también en su honor lo que ha hecho ella», que viene a ser un paralelo de la bienaventuranza de María de Nazaret «desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones» (Lc 2, 48). SUGERENCIA PARA DISTRIBUIR LA SEMANA Como hemos dicho ya, convendría hacer una lectio divina reposada y aplicación de sentidos de estos misterios, al ritmo de los días siguientes. Por eso no se sugieren otros textos ni una distribución especial de la semana. Ver Anexo No. 10: Subir a Jerusalén.

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