Un torrente de luz sopla sobre las nubes extrañas. La estrella principal se asoma por el horizonte y confiere de tonos extraños al aluvión gaseoso de nubes que conforman la atmosfera. Son moradas, son rosas, son azules, son blancas; son blancas y se convierten en azules, chocan con unas pocas rosas y ahora se ven moradas. Siempre se mueven, siempre chocan entre sí. Son un violento y turbio torrente de nubes amoratadas que envuelven por siempre a todo el planeta. Se atraviesa la atmósfera y se ven las montañas, los grandes montes, las más altas elevaciones del planeta. Formadas de un cuarzo extravagante con visos de extraños tonos violáceos y azules primitivos. Son montes escarpados cubiertos de nieve extraña. Algunos exhalan un vapor verde. Al parecer los montes se extienden, forman una cordillera grande pero no infinita pues muy a lo lejos se alcanza a ver un horizonte magenta que muestra llanuras púrpuras y mares violetas. Existe un precipicio, una ladera que define un desfiladero enorme, borde de un abismo insondable del que un bosque extraño se aleja con cuidado. Un bosque tupido cuyos árboles se apelmazan entre sí pues sólo así sobreviven al frío álgido y eterno que reina en el lugar. Es un bosque extraño. Convergen en él distintos tipos de especies vegetales alienígenas; unas que parecen coníferas, otras que parecen helechos. Todas de un matiz azulado y con el tallo de un color muy oscuro. Los más altos evocan pinos sólo que sus hojas son vainas y no hojas, innumerables vainas azules que tiemblan con el frío viento. Las más pequeñas son parecidas a helechos, helechos y plantas carnívoras terrestres. Plantas con corolas carmesíes y hojas largas y separadas como garras y capullos irregulares a lo largo de todo el tallo, rojos capullos colgantes como cabellos inertes de una mujer pelirroja. Hay fauna en el bosque extraño, fauna alienígena por supuesto, pero se oculta a la vista. Sin embargo su presencia es audible, su existencia se delata al oído. Son fonías extrañas, ininteligibles y lejanas. Parecen más cantos alienados, cantos extraños. Se perciben como si un delfín intentara cantar con el tono grave y el timbre nostálgico de una lechuza. Graznidos tenues e intermitentes recorren soporíferamente la tundra alienígena. El sol principal está en algún lugar por encima de las nubes pero éstas dejan pasar suficientes rayos como para apreciar el paisaje matinal. La nieve se desliza sobre los montes purpúreos. Todo transcurre calmo, todo silente, amodorrado, pausado, parsimonioso. Si todo esto ocurriera en la Tierra no sería tan bonito porque ya lo conoceríamos. Hace un frío invernal, gélido y congelador y el viento álgido peina suavemente el paisaje. Comienza a llover una sólida lluvia temprana compuesta por alargados cristales milimétricos que caen oblicuamente sobre el panorama y sobre la nave. Golpeteo irregular, casi rítmico; de gotas cristalinas sobre el casco metálico que producen un sonido tan dulce y perturbador que resuena en los oídos, como un cántico de insectos alienígenas; así también el grave susurro de los árboles alienígenas retumba en forma de elegentes golpes moderados. Se escuchan caer las gotas de los árboles y se oye también el canto de las aves alienígenas.
Gotas, árboles, insectos y aves, todos sonidos alienígenas, uno tras otro. Sinfonía extraña, sinfonía hermosa que los humanos desconocemos y que por eso es más hermosa aún. La lluvia se torna más densa. Es por eso que el astrónomo no sale de la nave que le sirve de refugio. Desde hace ya varios años sabe de la existencia de este planeta, sabía de las altas posibilidades de que este errante cuerpo sideral reuniera las condiciones necesarias para la vida. Pero con un temporal así era por demás imprudente salir a explorar. Es por eso que el astrónomo devenido en astronauta no sale y se limita a mirar estático por la escotilla empañando el cristal con sus suspiros. Que ironía. Abandonó su planeta huyendo de la lenta agonía que le suponían las solitarias tardes invernales. Viviendo él tan al norte gran parte del año se la pasaba viendo un espectáculo de cielo blanco, nieve y sopor. Donde cuando caía la nieve a cierta hora del día se condenaba todo a una pasividad extrema a una vida casi inexistente. No se percibía movimiento, como si no existiera nadie. Justo como aquí ahora. Pero él sabe que sí existe no alguien pero sí algo. Lo sabe pues él lo propuso y aunque siempre soñó con averiguar si su teoría podría ser confirmada no fue este el motivo por el cual esa fría noche de diciembre se robó la nave espacial en la que ahora habita., No, pero sin duda se necesita de una mente lúcida y una motivación implacable para robarse una nave espacial. Seis meses de larga planeación, un solsticio y un equinoccio. No escatimó en consumir todo su capital para sobornar a cuanto operario pudo y lograr una huida exitosa. Es por eso que ahora el astrónomo que se atrevió a ser astronauta ahora no tiene nada. Nada le queda de su premio Nóbel de astronomía, nada excepto la satisfacción y el orgullo de saberse premio Nóbel. Eso y sus recuerdos y su conocimiento. Conocimiento que le es útil y le sirve para entender ciertas cosas. Recuerdos que le dan sentido a sus conocimientos pues según él, recuerda y sabe que si estuviera en la Tierra, seria invierno. O acaso lo que conocemos como invierno en la Tierra sólo tendría sentido hablándolo en la Tierra? No, aquí también era invierno. Invierno. El invierno es igual en todo el universo. Y él lo sabía. Invierno es cuando estás más lejos de tu sol. Lejos como ella. La lluvia alienígena se apacigua poco a poco hasta que cesa por completo. Lentamente el sonido va cambiando, son ahora ecos resonantes, sonidos disparatados, abruptos y perturbadores, producto de una acústica alienígena, se oyen tan lejanos en un principio pero se van acercando y acercando. La nieve se desliza por los montes purpúreos. Son ecos resonantes. Si se pudieran ver las ondas que producen, serían ondas de sonido de diferentes colores: verde, azul, rosa y morado. Porqué piensa en ella? Ella está a años luz de distancia. Su planeta está a varias vidas de distancia. Imposible regresar, imposible volver a verla puesto que el antimateria que utilizó en su totalidad sólo le permitió llegar hasta VT61560, ahora no existe más y por lo tanto no hay combustible alguno para su nave que le permita regresar. Porqué sigue pensando en ella? Porqué sigue soñando con la tonta ilusión de reencontrarse con ella? Si eso no ha de ocurrir jamás. Aunque ella recapacitara y se percatara de su eterno amor por él no podría volver a verla. Jamás.
Porqué gastar tiempo en improbabilidades? Qué clase de gran pensador hace eso? No, no eran desvaríos cursis o ilusiones románticas. Él jamás fue un romántico; de eso se percató cuando vio que cuanto más romántico era él, más indiferente era ella. Sí, si ella le hubiera dicho que no y hubiera destrozado su corazón, arrancando de tajo cualquier ilusión, él habría muerto. Pero pudiera haber nacido de nuevo encontrando un nuevo amor. O tal vez no. Sin embargo ella nunca dijo nada. Al parecer su indiferencia era más poderosa que su desprecio pues tal fue su poder que arrancó a un ser viviente de su ambiente y lo desterró a otro completamente diferente. Esa apatía, esa indiferencia magra, yerma y gris que produce un sentimiento frío que hierve sobre una mescolanza templada, entre ira y rencor y tristeza y melancolía. El hecho de no poder odiarla le entristecía y le llenaba de coraje pues odiaba estar triste. Él no lo sabía pero así era. La mañana es ahora fría y callada. Se puede sentir un silencio extraño, umbrío, casi malvado, es profundo y constante, siempre constante. Sólo es interrumpido por sonidos extraños de fauna alienígena, susurros parecidos a lechuzas y búhos terrenos. Después, silencio, el mismo silencio, pesado, grave y constante, que de tan constante aturde el pensamiento. Hay tanto silencio que se pueden escuchar las distintas voces que viven en su cabeza, las que cantan, las que lloran, las que gimen, las que gritan, las que cantan y hablan a la vez y cuentan historias, baladas deprimentes. Es increíble como ella era realmente su mundo. Y dado que nunca logró conquistarla su mundo se acabó y en el que vivía no le bastó por lo que tuvo que buscarse otro. Tan grande es la soledad que le acompaña que requiere de un mundo entero sólo para estar con ella. Pero él no lo sabe. Él viaja huyendo de su soledad. Se exilia del planeta que le recuerda ineludiblemente a ella; decide alejarse para olvidarla a ella y escapar de la soledad de la cual, como la gravedad, le resulta imposible librarse del todo. Sin embargo la gravedad existe en todo el universo, incluso aquí y la soledad de la que huye ha viajado con él, oculta como polizón en lo más recóndito de su corazón. El pensó que el hecho de ser el primer hombre que saliera del sistema solar le haría olvidarla. Que el descubrir y reclamar para sí un mundo entero significaría un nuevo comienzo. Pero solo encontraría el fin. Pues el olvido se esconde en un rincón más lejano del universo, mucho más lejano que este frío planeta. Se supone que había viajado para olvidarla, para alejarse de ella en todo sentido. Entonces, no se explicaba porqué la tenía más presente que nunca. Aún en este mundo extraño los morados montes le recuerdan sus ojos, en las nubes lejanas ve dibujada su sonrisa y la fina escarcha que cae de los árboles al soplar el viento produce un sonido que se quiere parecer a su risa. Podía mirar el bosque. Bosque. Bosque lejano, bosque inasequible. Bosque extraño. Bosque nunca descubierto, bosque amado. Bosque bello. Bosque como los de la tierra que con ella nunca recorrió. De seguro había flores, flores como las que ella nunca le aceptó. Se escuchan de nuevo los hermosos y desconocidos cantos. Cantos que él le dedicó y ella siempre ignoró. Se pueden oír ligeros pasos en la nieve. Pasos que junto a ella nunca caminó. No hay duda, en el bosque hay vida. Vida suya que él le ofreció y que ella despreció. Los sonidos se multiplican, los pasos se acrecentan, el movimiento es mayor y
él sigue recordándola y se la está imaginando, peor aún, la está deseando, su corazón está palpitando, su respiración se está agitando y su boca está hablando. De repente sopla un viento recio e intempestivo callando todo a su paso. Ya aprende, atrévete a someterte al adiós que dijiste tantas veces y aceptaste ninguna. No hay nada que hacer, decir o siquiera imaginar. No hay nada que perder porque perdido todo está ya. Nada tan definitivo como esa despedida que te niegas a aceptar pero que fuiste tan rápido en realizar. Ahora sólo te queda mirar. Mirar por la ventana el mundo que descubriste y decidiste olvidar por en ella pensar. Velo, es todo tuyo. Frío e invernal, como tú, como tú siempre lo quisiste. Velo todo claro y alboreado. Velo y piensa con claridad y te darás cuenta de tu error, uno grave y grande. Tal vez el error más grande del universo. Sí. Ahora lo entiendes y te cuesta aceptarlo. Tu error no fue partir, tu delito no fue el abandono. No. Tu descuido fue mayor y la penitencia es atroz; no has traído su retrato. Ahora tu cerebro se esfuerza en construir lo que tus ojos te pudieran transmitir. Ahora todas esas montañas purpúreas, esos bosques azules, esas nubes inquietas, todo ese espectáculo hermoso y añorado te distrae y te retrasan el poder recordarla. Y tienes miedo. Es por eso que decides cerrar los ojos para siempre y verla sólo a ella y nada más, siempre a ella, siempre jamás. En esta tu eterna, tímida y siempre gélida mañana alienígena.