Directo hacia la paz 1 Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús; a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos: 2 Gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (Fil. 1:1-2) Introducción La búsqueda de la paz ha comenzado ¡y de qué manera! Se consumen toneladas de tranquilizantes para lograr la paz de espíritu, se leen libros con efectos sedantes, nos ponemos delante de la “caja tonta” para vaciar nuestra mente de todas nuestras preocupaciones... Lo malo es que esa supuesta paz que se consigue sólo tiene unos efectos momentáneos y, lo que es peor, no es una verdadera paz de espíritu. Si de verdad queremos obtener la verdadera paz debemos acudir a la epístola a los Filipenses, pues en ella Pablo se dirige a nosotros como un hombre que ya la ha alcanzado.
Hay un eje principal en esta carta: el llamamiento al gozo constante que nos produce el tener la mente de Cristo. Así debemos interpretar todos sus pasajes.
I.
Amigo con sus amigos
Pablo siempre empieza sus cartas poniendo en claro su condición de apóstol que es lo que le da derecho a escribirles, normalmente con amonestaciones. Pero no lo hace así en esta ocasión; Pablo está escribiendo a sus amigos y sabe que será escuchado precisamente por eso. En muchas ocasiones nosotros debemos aprender a mostrarnos también amigos con nuestros hermanos en Cristo. A pesar de esto, Pablo reclama un título para sí: “siervo de Cristo”. Si lo tradujésemos literalmente habríamos de decir “esclavo de Cristo”. Un siervo tiene libertad para ir de un lugar a otro ofreciendo sus servicios al mejor postor, pero un esclavo es una posesión del amo para siempre. Esto, en ocasiones, es lo que hacemos nosotros, ofrecernos al mejor postor, y así no encontramos nunca la paz. En muchas ocasiones buscamos la comodidad, las cosas más sencillas, las que requieren menos esfuerzo (ya se enseña esto desde la escuela), las que exigen menos entrega. Esto, revestido de lo que sea, es entregarse al mejor postor. En lenguaje bíblico es prostituirse.
Me gusta esta definición de esclavo como “posesión de su amo para siempre”. Me gusta pensar, y me consuela en momentos difíciles, que yo soy la posesión más preciada del Señor por la que ha llegado incluso a ofrecer su propia vida. Aunque pueda sonar raro, quizá deberíamos cambiar en nuestras bocas la expresión “mi Dios” por esta otra: “de mi Dios” porque, al fin y al cabo, somos posesión suya. “Esclavo” tiene la connotación de servicio involuntario, sujeción forzosa y, en muchas ocasiones, malos tratos. ¿Es esto así en la fe cristiana? ¡Nunca! Nuestro servicio no puede ser involuntario, sino como una muestra de gratitud hacia el que ha hecho tanto por nosotros. Cuando hacemos las cosas “por obligación” ponemos sobre nuestras espaldas una carga pesada que no es la carga ligera que nos pone el Señor. ¿Podemos decir que el Señor nos trata mal? ¡No! ¡Muy al contrario! No sólo no nos trata como merecemos sino que aligera nuestra carga al llevarla sobre él Ser esclavo del Señor nos recuerda tres principios cristianos muy importantes: • Somos posesión de Cristo puesto que nos compró mediante un alto precio y no podemos pertenecer a nadie más. • Debemos a Cristo una obediencia absoluta; el esclavo no tiene voluntad propia, sino que hace lo que le
ordena el amo. Esto es así cuando servimos al Señor con alegría de corazón y novedad de espíritu. • “Esclavo del Señor” es un término que se aplicaban a sí mismo los profetas del AT y nunca es sinónimo de atadura sino de libertad. Hay un dicho latín que podría traducirse más o menos como “ser esclavo es ser rey”. Evidentemente esto sólo es así en este único caso cuando el Señor nos nombra coherederos con Él de todas las cosas. II. La distinción cristiana La carta se dirige a “todos los santos en Cristo Jesús”. Aquí hay dos ideas que destacan por encima de las demás: “todos” y “santos”. Pablo no hace acepción de personas, se dirige a todos. Él tenía un conocimiento especial de esta iglesia y, seguramente, tendría más trato con unos que con otros pero reconoce que “todos” son santos en Cristo Jesús. A todos nos molesta que no nos reconozcan, que pasemos inadvertidos (menos cuando lo deseamos de todo corazón), que nos crean inferiores a los demás. Además, todos necesitamos la aprobación de los demás por lo que estamos haciendo. Así crecen los niños y así crecemos nosotros. Evidentemente una dependencia excesiva de la opinión de los demás muestra una carencia en nosotros,
sea una baja autoestima, poca autocrítica, etc. Pero es cierto que hay esa interdependencia entre nosotros: una persona que recibe mi apoyo puede crecer y llegar allí donde ella sola no llegaría jamás, pero a la vez al sentirme útil yo también crezco. Ilustración de los montañeros que se dan la mano para subir juntos. Lo interesante es notar que crecemos juntos. Así es que somos iglesia cuando estamos juntos y podemos notar la presencia de Cristo cuando dos o tres estamos congregados en su nombre. Una palabra extraña es “santo”. A pesar de nuestro conocimiento de la palabra del Señor, lo cierto es que en nuestro contexto católico la santidad se entiende como una piedad casi extramundana y ése no es un concepto bíblico. “Santo” es todo aquello que ha sido apartado, separado para el servicio de Dios. Así, una simple cuchara de madera que se usaba en el culto a Dios, era santa; una simple copa de plata usada en una ceremonia religiosa era santificada; una vida que ha cambiado de rumbo y que ha sido y sigue siendo transformada por el poder de Dios y camina en el poder de Dios, es santa. Somos santos cuando somos “diferentes” del mundo, pero en ocasiones parece que nuestro llamado es a ser “extravagantes” como una muestra de mayor espiritualidad. Quizá este sea un hecho en el que debamos reflexionar. Esperemos que sólo sea una moda pasajera.
Por otro lado, la santidad es un camino que empieza cuando entregamos nuestra vida al Señor reconociendo nuestra pequeñez y su grandeza y misericordia que nos lleva hasta la perfección cuando estemos en su presencia. Mientras tanto, es decir, mientras estamos en este mundo, somos exhortados a caminar en santidad o, con otras palabras, buscando y viviendo la voluntad de Dios. Por tanto, la santidad no depende del estado anímico por el que estemos pasando, o de las circunstancias, o de los problemas (de eso dependerá la alegría que sintamos) sino de la decisión que hicimos un día de caminar en la voluntad de Dios para agradarle a Él. Así que, hermano, ¡no dejes que nadie dude de tu santidad! Momentos buenos y malos los tenemos todos. Así es que Pablo se dirige a los que son diferentes de los demás y están consagrados a Dios por su especial relación con Jesucristo. Y esto es posible para todo cristiano (no hay unos más santos que otros, o se es o no se es). III. El deseo de Pablo Cuando Pablo adopta y une estos dos grandes términos (gracia y paz) realiza una síntesis maravillosa. Gracia es el saludo por excelencia de los griegos y paz es el deseo que todo judío expresaba a otro judío cuando lo encontraba por la calle: que la paz, la bondad, la misericordia, la sanidad, la prosperidad que concede Dios se manifieste en tu vida.
Gracia es una hermosa palabra; incluye las ideas básicas de alegría y gozo, de brillo y belleza. Es una de las acepciones de nuestras palabras gracia, encanto. Cuando una persona canta con gracia (como los cancioneros) está cantando con alegría; cuando una chica es guapa se dice que es agraciada, o cuando decimos que una persona tiene una gracia especial estamos diciendo que es encantadora. Hermanos, cuando por ser santos manifestamos en nuestra vida la gracia de Dios, estamos mostrando al mundo su belleza, su brillo, su encanto. Y nosotros mismos nos convertimos en encantadores. Pero no encantadores de serpientes que usan bien algunas artimañas para atontar y manipular a estos animales, sino en encantadores de hombres que son atractivos a los demás porque tienen algo que los demás desean de todo corazón. Con Cristo la vida se hace encantadora porque vale la pena vivirla, porque no es una vida de penas sino de alegrías, porque la vida ya no es un castigo sino un premio, porque la muerte no es una liberación de la vida sino alcanzar la plenitud de la vida en Cristo. Si la vida fuese un castigo, ¿qué clase de recompensa sería la vida eterna? Se parecería más al vagar fantasmagórico y atormentado que vemos en algunas películas que a un estado deseable. Paz es una palabra de enorme alcance; es la consecuencia de la gracia de Dios. Esta paz no es la ausencia de dificultades, sino la presencia de un total bienestar que está
por encima de estas situaciones. Esto es muy fácil decirlo, pero lo dice una persona que está encarcelada injustamente, que se ha visto traicionado por algunos de sus amigos aunque otros permanecen fieles, una persona que no vive en la opulencia ni el bienestar. Pero es una persona que ha encontrado la paz de Dios y que nos muestra el camino para conseguirla en Cristo Jesús. Esta paz tiene que ver con las relaciones personales: la relación de uno consigo mismo, la relación con el prójimo y la relación con Dios. Es una paz nacida de la reconciliación. Conclusión Cuando Pablo implora la gracia y paz para su pueblo quiere que lleguen a gozar la alegría del conocimiento de Dios Padre y el gozo de la reconciliación con Dios, con los hombres y con ellos mismos. Y esta gracia y paz sólo puede provenir de Jesucristo. Este es también mi deseo para vosotros desde hoy en adelante.