Estampa-11!2!1930 - La Virgen Del Camino

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8 0 etms. PropLehxrijo:

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Vücente Sanjc/iBccOca/ki CÍ/ioB^Mím.fo9

í í^ T í P ¡? P A Á T O ^ I C^ R O ^ f ^^^ muy bello que sea su plumaje. Por muy tarabillas qae sean... Los pintorescos pajarracos están enfer= I V-7 M^ L, ¿\ í\ /f /J L^ , *^ ^""^ ^""^ ' mos, y su enfermedad, la <(p5/facosis*, es contagiosa... A pesar de ¡o cual todavía le quedan admiradores al bicho parlanchín. Vean a esa ¡oven secando con una toalla las patitas de un ¡oro azul y amariUo, al que acaba de bañar, y que su dueña ha llevado a ¡a Exposición de pájaros enjaulados, que se celebra actualmente en Londre-s, en el Cristal Polace. (Foto Kcystone.)

• r i i r niiii>iilMiiwi,in—ini^>M—W>i^

entadara Q con ^ uso ám on trato suave. uno esponja;

Jov « n P a s t a D e n s lii

y desinfecta lo boca. Sabe menta Es el dentífrico de confianza

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MAOmO L.OtsiO^E5 BU£HOS-AÍR£S

Especialmente enviado por ESTAMPA, mtesf-ro compañero Vicente Sánchez- Ocaña ha ido a Hendaya a visitar al Sr, Unatnuno. Aunque ajena, corno es natural, a las contiendas políticas, nuestra Revista, que ha procurado hacer desfilar por sus páginas las figuras de todos los grandes españoles, se apresura a aprovechar la primera ocasión en que le es posible hacerlo—lo ka intentado varias veces—para incorporar a sti galería el retrato de un hombre cuyas opiniones en política pueden no compartirse, pero cuya grandeza moral e intelectual acata todo el mundo civilizado. He aquí, ahora, la información de nuestro €ontpa$iero: IX)S D E HENDAYA BABX,AN D E DON MICUEI,

E l hotel Broca, de Hendaya, es un chalet limpio y tranquilo. Una agradable casita vasca. En el piso bajo hay un pequeño bar, en el que conversan sosegadamente, mientras beben a sorbitos su aperitivo, algunos bueitós señores del pueblo. En este bar entré yo, al apearme del tren de España. — Monsieur Unamuno?—le pregunté a la señora del mostrador. —Don Miguel est sorti. ^ — Vers l'Espagne, déjá? —Pas encare! 11 se proméne... Maintenaní Don Miguel se proméne le tnafin... Mi interlocutora me explica que Don Miguel—^le llama así, a la española; «Don Miguel»)—antes no salía de su cuarto hasta ía hora de comer; se estaba aUÍ leyendo y escribiendo; pero que en los últimos días se echa a callejear desde muy temprano. —Quizá—apunta—es que la alegría de volver a España no le deja estar quieto. ¡L,e tiene tanto cariño a su España!... Se vino a vivir aquí, a Hendaya, para ver siquiera la tierra española, ya que no podía entrar en ella... Uno de los parroquianos del bar, que está en un rincón, recostado en la pared, con ía pipa entre los dientes, se incorpora al escuchar esas palabras de la dueña. —¡Y aun—exclama, dirigiéndose a nií—, aun le querían echar de n a ^ t f o pueblo!

Como le miro u a poco sorprendido por su inesperada intervención, el hombre se levanta y viene hacia nosotros, COD. SU caciiimba en la mano. Es un gigantón, de ojos aaaúes y patillas rubias, con aire de marino. —Señor—^me dice, haciéndome una inclinación de cabeíKi—. nosotros, los franceses, no tenemos por qué mezclamos en los asuntos de ustedes, los españoles. Nosotros, desde aquí, desde Hendaya, hemos contemplado las hichas interiores de ía época de la Bictadura, sin pretender tomar partido, naturalmente; pero el día que hensas sí^ido que se quería que nuestro pueblo negara asilo a M. Unamuno, que se quería que echátamos de entre nosotros, como si fuera un delincuente, a ese gran español, que es honra no sólo de vuestro país, sino de toda Europa, entonces créame que nos hemos sentido injuriados, .. ¿Por qué se ha imaginado a nuestro pueblo capaz d e una infamia así? jEchar a don Miguel de Un^nuno! ¡Negarle él consuelo de ver a lo lejos la tierra de su patriaí Ei vehemente discurso del hombrachón ha c o i ^ e g a d o alrededor nuestro a otros Ei Hotel parroquianos del bar y a algunos dependientes del hotel. —^Toda Heudaya—dice alguien—, toda Hendaya, con su Ayuntamiento y su alcalde a la cabeza, se opuso a la expulsión. — j l ^ habríamos impedido a toda costa!—grita el gigante. Un señor viejecíto y menudo, de aire tñnido, murmura, a media voz; —Por las tardes, yo, desde mi ventana, lo veía pasar a don Miguel, con su garrota y su boina, la cabeza baja, dando zancadas... Luego, de pronto, separaba en medio del campo frente a la titaira de España.,. Eí viejecilío se calla, súbitamente intimidado por e! silencio que se ha hecho a su alrededor. —Se paraba frente a la tierra de España—le pregunta, impaciente, el gigantón—, y ¿qué bada.! —XA miraba... ha. miraba... I^a miraba...

Don Miguel de Unatnuno, e¡ último verano, a la puerta de su casa de Hendaya con su señora y sus hijos.

Broca, de Hendaya, donde don Miguei de Unamuno ha vi= vido durante su destierro. U N A i í U N O . . . ijATEOi!

Aguardando que don Miguel vuelva, me salgo a la calle y me pongo a pasear por delante del hotel. Otra persona está paseando también, con el aire de esperar a alguien. Es un cura. Yo lo miro, intrigado. ¿Esperará a don Miguel? Pero me dura poco la duda, porque el sacerdote, que es un navarro abierto y campechano, muy simpático, en seguida se m e acerca y entabla conversación conmigo. Efectivamente, espera a Unamuno, de qtden es amigo. Me dice que ío considera im hombre de un entendimiento extraordinario, de gran sabiduría y de ' u n a austeridad ejemplar. Y que encuentra justa su actitud poh'tíca. Pero que le duele su falta de fe. Suspira: —¡Qué lástima que un hombre así sea incrédulo! Yo, claro está, m e quedo estupefacto, —¿Que no tiene fe don Miguel?... ¿Dice usted que no tiene fe?... ¿Que es incrédulo Unamuno?... I,a aparición d e Unamuno mismo cxirta nuestro diálogo. I^ega de la calle de la Estación, trepando, rápido, ágil, por una pina calleja. Viene sin abrigo y sin sombrero, con su cayada en la mano, un poco inclinada la frente y bella cabeza blanca. —'jlSon Migueil «¡ssos cmcosl» Alrededor d e una mesíta de este modesto comedor de fonda provinciana nos hemos sentado don Miguel, el sacerdote y yo. Don Miguel está muy contento. El, siempre locuaz y expansivo, está hoy más locuaz que nunca. Mientras come con excelente apetito; con u apetito de ^bnen vasco, fuerte y sano, habla... habla... "¡Qué alegría que pueda volver a sonar su voz! Habla de todo: de política, de literatura, de su vida en el destierro, de sus proyectos y sus espe ranzas... —¿Han visto ustedes esos chicos? ¿Eh? Esos chicos: los estudiantes... ¡Qué ejemplo!... ¡Qué ejemplo!... I,a mirada, tan viva y tan joven, íe brilla detrás de los cristales de las gafas. Y la voz le tiembla un poco. —Esos chicos... ¿Eh? Nos m i r a risueño, satisfecho, con el aire de un buen _ papá, orgulloso de sus hijos. •

Durante un rato he estado viéndoles tirarse a la cabeza esas frases incongruentes mediante las que se relacionan los jugadores de mus: , —Paso a ia chica. —Ordago a la grande. —^Una porque no. —Pares, sí. —Juego, sí. Don Miguel pone tanta atención en estos diálogos absurdos, como si estuviera haciendo algo serio. He recordado al director de El Sol, el admirable «Heliófilo», también encarnizado jugador de mus, que se siente mucho más orgulloso de ganar un envite «a pares», que de su mejor. «Charla*. PASEO

Don Miguel en ¡a cama, donde se pasaba -las mañanas leyendo y esx crihi'endo.

Cuando acabaron la partida, don Síiguel y yo nos fuimos a dar un paseo. ü n ^ n u n o , como Baroja, que ha corrido a pie ra.edia España, y como Valle-Indán, que una nodie, al frente de una tropa de bohemios, se fué andando de Madrid a Toledo, es n n andarín formidable. Sano y v%oX£»o, a pesar de sus sesenta y tantos años, anda kilómetros y kilómetros p b r estos quebrados caminos vascos; sube, baja, salta tan ligero y tan firme como un mozo.

-—¡Siempre puse esperanzas en ellos!... Yo sabía que ellos... Calla u n instante, absorto en no sé qué remembrauíias de estos años de luchas y penas, —Allá, en Kspaña, nunca se le olvidó, don Miguel. ¿Y aquí? ¿Cómo se han portado con usted las gentes? ¿Cómo lo ha pasado usted en estos casi seis años de destierro? —Seis anos hará que rae sacaron de Salamanca—^puntualiza don Miguel—el día 21 de este mes. Me sacaron de Salamanca el 21 de febrero de 1924; Justamente el día en que se campKa medio siglo del comienzo del bombardeo de Bilbao por los carlistas. La segunda bomba que tiraron cayó en la casa de al lado de la mía. Yo estaba en el mirador de mi casa, y la T Í caer.., Y a los cincuenta años justos de ser bombardeado por los carlistas... Calla im instante, abstraído otra vez, líUego sigue: —Conmigo se han portado muy /)(,„ Migue/ en el modesto café de ílendaya, en el que tenía su tertulia, con el bien en todas partes. A Paertevenpintor Juan áfe Echevarría y nuestro compañero Sánchezt^Ocaña. tura y a las buenas gentes de Fuerteventura nunca las olvidaré. I^o primero que haré al Y casi siempre sin abrigo y con la cabeza descupisar la tierra de nuestra patria será enviar un tele- bierta. Sólo cuando llueve mucho saca del bolsillo una grama a aquella querida isla. vieja boina que lleva metida en él y se la pone. Y... Kn Fran6ia me recibieron con ios brazos abiertos. signe caminando tranquilamente bajo el agua. E n París todas las personas que traté fueron amables —Don Miguel—le d i c e n ^ , que se va a poner malo... conmigo. Sobre todo Herríot, y los socialistas R a i a u Pero él mueve enérgicamente la cabeza. del y Jouhaux. —¿Malo? ¡No! ¡No! Y aquí, en Hendaya, no puedo decir.lo cariñosos Y repite muchas veces: tjNo!», «¡No!», «¡No!», con que han estado. Desde el alcalde y los concejales tono indignado,'como si eso de suponerle a él capaz de haata el más humilde vecino, todos, todos, han sido dejarse dominar por la Enfermedad fuera ima ofensa. para mí unos amigos leales, cordiales, valientes. Durante largo rato, mientras marchábamos, don —Dice usted que va a telegrafiar a Fuerteventmra M^nel me ha ido hablando de política. Naturalmente, en cuanto pise tierra de España,., De modo que va a la política es, y más en estos momentos, su preocupación fundamental. volver pronto.,. —Sf. E n seguida. No tengo fijada aún la fecha, pero De cuando en cuando interrumpía su discurso, se pronto, muy pronto... Primero iré a Salamanca, y lúe-. paraba en medio del camino, y descargando u n fuerte go a Madrid... E n seguida... golpe en el suelo con su garrote, exclamaba: —«¡Borrón y cuenta nueva*, no! ¡Ño! ¡No! UNA PARTIDA D E MUS E r a su estribillo, a todo lo largo de la charla: —¡No! ¡No! «Borrón y c u a i t a nueva», ¡no! ¡No! ¡No! Después de comer hemos estado en el «Gran Cafés* el café de la plaza de la República, en que don Miguel Claro está que no debo repetir lo que él decía. E n tiene su tertulia y..: su partida de mus. Porque el primer lugar, no tengo su permiso, y en segundo autor de Del sentimiento_ trágico de la Vida, es, como lugar. ESTAMPA no es un sitio adecuado para polébuen vasco, gran jugador de mus... micas políticas. La partida la formaban esta tarde, además de don El* TRABAJO DE SEIS AÑOS Miguel, el pintor Juan de Echevarría—que está pasando una temporada en San Sebastián y viene lx>dos De literatura también hemas hablado mucho. los días a ver a Fiiarauno—y dos cojnerciantes es—¿Ha trabajado usted bastante en estos años de pañoles dos simpáticos tipos guipuzcoanos. "expatriación?

—Sí. Bastante. —En los periódicos, no. —En los periódicos españoles, no. No he querido someterme a la censura. Yo no he escrito ni escribiré en los periódicos d e España mientras no pueda hacerlo con libertad... Pero en periódicos extranjeros si que he publicado... E n periódicos franceses, alemanes, suizos, americanos,,; —¿Y además de artículos en los periódicos, qué ha hecho usted? —^Algunos libros: De Fuerteventura a París, \m libro de versos... Romancero del destierro, otro libro de versos... Cómo se hace una novela, especie de memorias íntimas de mi vida en París, que se publicaron primero en el Mercare y que después he recogido en im volumen.,. Lo agonía del Cristianismo, ensayos, que apareció en francés y está traducido al inglés y al alemán, pero al castellano todavía no.,. Además he escrito tres obras teatrales: El otro, que la tiene la compañía de Rivelles; Tulio Montalbán y Julio Macedó, que la lleva esa compañía que ha formado Cipriano Rivas Cherif, y El hermano Juan, que no se lo he dado a nadie aún... También tengo escritas y sin publicar infinidad de poesías. Voy a reunir algunas en un tomo, que titularé Cancionero... —Últimamente—^sigue—casi no he hecho más que teatro y versas,.. He hecho muchos, muchfffi versos... ¡Muchos!.., Y me recita algunos: interpretaciones Imcas de lugares y de paisajes castellanos, como El Escorial, Eontiveros- Toledo. Avila, El Duero, Salamanca..., retratos de grandes castellanos: Cervantes, San Jtían de la Cruz, Quevedo... Yo le escuclM>, sin acertar a decir' nada, ganado por una honda emo, ción. ¡Cómo siente este gran vasco nuestra tierra y nuestras gentes de Castilla!... Y ¡qué angustia da imaginárselo hrmdido en u n rincón de u n café de Montpamasse, o aicerrado en el cuartito de esta fonda d e Hendaya; solo, pobre, perseguido, injuriado, volviéndose patéticamente hacia nuestro país, hablando en voz baja, a hurto de los cuadrilleros que le vigilan, con Santa Tetesa y con Cavantes! ¡Perdónenos usted, don Miguel!... iPerdónenos usted!... VICENTE

SANCHEZ-OCAÑA

(F^os Photíto, Marín y Guerequiz.)

Don \ligae¡ en la playa de Headayu mirando la tierra española.

L} homenaje a Oarrai y Rívero O í l por el éxito de su reportaje l^OS O T R O S

El sábado se celebró en el hotel ^Gran Via» el homena¡e a nuestros queridos compañeros Ignacio Carraí y Francisco Rivero CU por el éxito de su reportaje «Los Otros», que viene publicando ESTAMPA. Asistieron al acto cerca de doscientos comensales, y, con su adhesión, miles de personas, que de toda España enviaron su saludo a nuestros camaradas, por el acierto con que han sabido descubrir los secretos de los bajos fondos madrileños: el horror de sus miserias y la angustia de las vidas de eses pobres gentes qae viven al margen de la ley. Nuestra foto muestra a los homenajeados después del banquete, con un grupo de asistentes al mismo.
Ua nevada del sábado en AAadríd

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t / n a copiosísima nevada ha caído sobre Madrid durante veinticuatro horas. Del aspecto fantástica qae ofrecía la ciudad da una idea esta foto obtenida ea el Parque del Oe^e. (Foto Contreras y Vilaseca.)

El Husfre político catalán D. Francisco Cambó, con los periodistas a quienes el sábado hizo declaraciones de gran interés acerca del porvenir político de España. (Poto Beaítez=C»aiix.)

estompa

vézala ¿Un chico? ¿Una chica? Josefina Bas ker, nada más.

^ tMjrta cena. eu^aicL atuh t^edactci^ de ^^ n íc^efíiJcdu^más :falientef de Mi tdda^ En nuestra pensión, madame tuvo que llamamos al o r den, porque todos ensayábamos delante de los espejos: "Yes, sir, thafs my boby,.." AI día sigmente madame también bailó ctm n t ^ o t r o s : "Yes, sir..." Y a los cinco días todo P a r í s bailaba el charleston. jOSKPlfiA BAKER, TERROR m i,os wKEcrOTK m

Josefina h a comido bien, y su buen humor reaparece instantáneamente. Ríe, enseííando unos dientes blanquísimos y muy largos. Unos dientes de tigre, —^¿Y continúa usted jugando a tenfant terrible, co mo en el MouJm R o u g e ?

¡ ^ NIEVE ME TRAE SUERTg

—^¿Pero es que ustedes, los españoles, n o comen? Oh, my dearf Esto me dice Josefina Baker, porque me niego enérgicamente a servirme una segimda pechuga d e poüc^ P a r a compensar mi desgana, ella ataca la tercera. ¡ Buen apetito f —¿Recibió ESTAMPA mí carta? E » H a m b u r g o me enseñaron OTi número de esa revista en que aparecía mi retrato, j Me puse contentíama al ver que en España se ocupaban de m í ! Y o tengo un abuelo español, soy casi española. ¿Verdad, Pepito? Pepito Abatino, su manager, un italiano fino, sonríe... —Seguramente, chérte. — P o r eso acepté sin vacilación el contrato que me propu^> Roncero pM;a, actuar unx>s c u a n t o s diás en et teatro Metropolitano. H e tenido siempre la ilusión de conocer España. Me figuraba un país tibio, perfumado, de cielo azul muy luminoso Y Josefina mira por la ventana., l^a nieve cae lenta, apretada, y todo Madrid está blanco, b l a n c a — ¿ U n a desilusión? -—¡Oh, n o ! ¡AI contrarió! Y o soy un JMJCO supersticiosa. ¿ N o lo sabía usted? U n poquiím n a i ^ mas, y h e observado que cuando una ciudad me recibe toda nevada, el éxito es seguro.

ESCESA

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Josefina Baker disfrazada de negra de 9masic^hath bailar el iBlak=Batom^ de los europeos.

peora

VO NO HE APBENBIDO A BAII,AR E t PBIMEK

—Nunca, se lo aseguro a usted, he estado en una academia de baile. Cuando tenía ocho años instalé u n t e a trito en !a cueva de mí' casa, al que asFstían todos los chiquillos del barrio. Los "espectadores" hacían la orquesta cantando y batiendo las manos, y y o ejecutaba una danza a mi manera, mezcla de payasadas y posturas extravagantes. Algunas veces me sorprendía mi madre en plena "representación", y me increpaba, furiosa: "i Eres iiíl" m o n o ! " "Yo me marchaba.con las orejas gachas,, p e n s a n d o : "Mi madre tiene r a z r á , soy u n mono." " P e r o en cuanto la pobre daba media vtieíta, volvían ias canciones coreadas, el ritmo de las palmas, ¡ el charIcsión de mis abuelos n e g r o s ! Y yo bailaba y bailaba hasta no poder más. Bailaba por intuición, por instinto, piir lo que usted Quiera, que yo n o ¡o sé. Lo mismo b ^ lo ahora. Entonces cF p r e a o de la entrada al teaírito de mi casa era un alfiler.- A h o r a supongo que será algo más caro...

"CHARLESTÓN"

QUE SE BAII^ EN EUROPA

—i Si hablo y o solamente, me que quedo sín comer! ¡ Y tengo h a m b r e ! Josefina Baker se n o s ' e n f a d a ; pone u n a c a r a . t e r r i ble para asustamos y come sin decir jstiabra. Mientras tanto me dedico a recordar. Fué el año 1^2^ en el t e ^ r o de íos Campos Elíseos, de París, cuando debutó una mulata adolescente llamada Josefina B a ker. L a había contratado RoSf p a r a l a famo«í Revista Negra, y como a n u n d ó en grandes carteles que bailaría, por primera vez en Europa una tlanza llamada Char¡estón, p u d i m o s a su debut cuantos estudiantes teníamos siete francos en el bolsillo. A l tercer charleston, el . público, ctmtagiado,- empezó a mover las. piernas y a sacudir eí cuerpo. Dftrante el entreacto se vieron señores muy serios, con bigote y todo, haciendo movimientos raJjosefinaoa...!—gritaba eí pobre director de escena—, mien" ros por los pasillos, mientras tarareaban: tras el público se cansaba de esperar. V Josefina, escondida "Yes, sir, thafs my boby,.." detrás dé ana decoración^ reía como ana loca.



—¿ Supongo que no habrá traído usted a M a d ñ d sus animalitos, Josefina? —i P e r o no está usted viendo que ya soy una persona f o r m a l ! Y o le aseguro que estoy arrepentida de todas las travesuras, y especiaimente de todas las rabietas que he causado a Dental, e! director del Foües Bergeres. ¡ E l p o b r e ! Figúrese usted que cada vez que tenía que salir a escena, me escondía detrás de cualquier decoración. Se alzaba el telón, y aparecía al público e! obligado cuadro de la selva, pero sin el salvaje, que era yo. Entonces Derval, loco, gritaba: —"i Josefina!" Y yo, muy escondídíta, —"i i Josefinaaa! ' " — v o c i f e r a d toda la eompaííra "éníoqnecida. —AI fin me encontraban, a cuatro patas, jugand o con mis perros. í Menudas broncas me he ganado!

Josefina Baker se ha quedado pen= sativa. mPobre Córdoba/», saspi= ra ¡a Venus muJata... V eaenta a nuestro compañero Lais C. de Li= nares la hMoria del pama que le regalóla Dirección de ana Casa de fieras argentina.



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"CÓBDOBA", El* I^eONCíTO AMSKICANO

Josefina Baker se ha quedado pensativa. P ^ r to Abatino se inquieta. —¿Qué t e pasa? — P o b r e "Córdoba"... — susjHra ta Venus mulata. -Pobre, pobre... — repite, como ún eco, Abatino. —Un recuerdo triste de mi tournée por la República Argentina. C u a n d o üegíunos a I-ííí Córdoba, la Dirección de la Casa de Fieras ^^, ^**^m|HHH m^ regaló ttn p u m a r e -

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cién nacido. ¿Sabe usted lo que es un puma ? U n l e ó n americano. i Precioso!

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Entonces, le m^cia en mis brazos durante un rato, y luego lo metía en mi cama.

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—Non, mon vieux, ya soy tma mujer formalíta. E n tonces tenia diez y nueve años. M e moría d e tristeza, y, para distraerme, se me ocurrió traer mi perro al camerino. Lo presenté: —"My friend." "Mi amigo."' El director se puso como una fiera. Dos días más tarde traje otro perro. p£ —"My friend." \ Luego compré un mono y dos gatos." ^' —"My friends." Cuando mis compañeros, se dieron dienta (le la casa de fieras que había instalado en mi camerino, hubo »in pánico general. I,as camareras, aterrorizadas, no querían entrar y los tramoyisí tas pasaban al trote p o r la zona pelifj grosa. N o sé qtiién aseguró que,, esconí (litios, también tenía un cocodrilo de : pocos meses y dos serpientes.boas. ¡ L o '•••i que yo me pude reír! •

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los qainee días, cuando llegamos a Chile, murió. Yo pasé días y días llorando.

—-I,c iiabíamos ¡ i in a d o uñas—dice Abalino.

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todo el teatro vciuiido a muy bueJí precio. Entrevistas, deliberaciones, y el Ministro del Interior que propone, al fin, una exhibición privada y gratis, claro está, para q u e d o s hombres virtuosos juzgaran mis números.

—i Y tan cariñoso! Todas las nocíies se j)onía a llorar; ¿ra una mezcla de rugido y de maullido que se oía a cien metros a la redíjnda. Entonces lo mecía en mis brazos durante un rato, y luego lo metía en mí cama. Se dormía así, junto a mi pecho, mientras yo le daba su biberón. El único inconveniente era que, a media noche, hacía tranquilamente eso q u e llaman..., ¿cómo lo llaman u s tedes ?

—Gratis, ¿oye ustedÍ*—me hace observar Abatíno con rencor. —Esa misma noche bailé, desnuda, todas mis danzas de la negrada delante de los hombres virtuosos. ¿Sabe usted lo que pasó? P u e s que el Ministro del Interior me aplaudió frenéticamente y exigió que repitiera los números. Ai día siguiente todos esos caballeros llevaron sus familias al teat r o para que me vieran bailar.

—Pipí—explica, sonriente, Abatino. —j P o b r e pumita!—suspira otra vez Josefina^-. Le ilaraábamos "Córdoba", porque allí nació, A los quince días, cuando llegamos a Chile, murió. Yo pasé días y días Dorando, ¿t^e extraña a usted ? A mí me gustan más los bichos que las personas. E n la selva nunca encontré tanta fiera com o entre los armiradores con smoking que me mandan flores en París, en Berlín, en Viena...

— ¿ N o suprimieron ningún ni5mero? —Sí, uno. El de las "girls" vienesas de ojos inocentes. Sus cuplets eran de un verde..lA ESTRELLA TISNE SUEÑO

Josefina" Baker tiene sueño y tiene frío. El viento y la nieve azotan los cristales de su habitación. ÍSINÉ REDIVIVA —¡España, país tibio y perfuEl mozo' sube ios postres y mado !—murmura la estrella—. Y unas botellas de champagne. su cuerpo de amazona mulata se — N o hablemos de cosas trisestremece como una palmera. Una «pose» de la Baker, en la que la danzarina mulata muestra sus dientes blanquísimos y ¡a expresión t e s — d i c e Abattno—. Acuérdate Poco a poco sus ojos se ciesonriente que alegra sa rostro cuando no se acuerda del «pumita^ a quien daba el biberón. de Budapest, Josefina. rran y su cabeza se i n c l i n a . —Oh, mon vteux, rigola comme tout! F u i a Buda"¡Unas vieaesas rubias, de ojos azules, con unas cari¿Quién reconocería ahora la bailarína trepidante? pest, no sé si lo recordará, en mayo de 1928. Tenía uu tas inocentes!... Parecían colegialas. L a estrella tiene sueño. A h o r a Josefina Baker es una contrato para actuar en e¡ "Royal Orpheum", y el em" P u e s verá usted... El Ministro del Interior y tres permuchachita cansada, muy cansada. presario había preparado un cuerpo de "girls" vienesas, sonalidades, temiendo que mis bailes feran un peligro P e r o mañana... cuya misión e r a explicar, en verso y con música, ios p a r a ía juveutud de Budapest, suspendieron el especLUIS G. D E LINARES. bailes que iba yo a ejecutar. táculo. El empresario estaba desesperado, porque tenía (Potos Benftez=Casa((x.)

ELIXIR ESTOMACAL \,

Cura las enfermedades del e s t ó m a g o e n o s aunque sean de muchos años de anti hayan fracasado otaros ta-atamientos.

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Indicadísimo en los casos de

VENTA

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PRINCIPALES FARMACIAS DEL

MUNDO •

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DOLOR DE ESTÓMAGO, ACEDÍAS, DE BOCA, VÓMITOS, DISPEPSIA RROS INTESTINALES EN NIÑOS I

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KMOS entrado .stgilosamente en la. saia. cuando el ihistre doctor Barlrina habla a su auditorio de ciegos de la aplicación del masaje en casos de íractura de huesos. Casi de puntíMas, para no intermnipir hi charla, avauzanvos Coiitreras, el chico carj;ado con la niáquiíia y vo- Pero el educ;ado oído de estos 3Íni;ulare.s alunmos nos ha senlÍ Y han dicho EsTAMi'A como cosa faniiliar, conocida...

solicitada; y cou eí ciego r^ue aprieta contra ei pecho, amorosamente, ese víolín, que es su pan, y al que hará sonar ai dejar la clase; j con tres simpatiquísijnos jóvenes, de excelente y cautivadora presencia, que estiidian piano y armonía; y con el ciego presidente del Centro Instructor de Ciegos de Madrid, que facilita muchos datos interesantes, y con varios ciegos «de la callen, (pie viven de la caridad de las buenas almas, y <¡iie exponen queja.sy miserias, en su triste ansia de remediarías...

Tüílas las tardes, desde los priuuTos días del año, congrega el doctor B;irtrina en su clínica a más fie un centenar de ciegos... .\,spira a hacerles masajistas; a {jue sean auxiliares rennnierados, tan expertos como el que más, de luédicos. clínicas, hospitales \ eníerinos jjarticulares. Y los prepara pacientemente eon lecciones elementales de anatotuía, tisiología. patología, aplicada a la kinesiterapia, y meítiaute sesiones prácticas de masaje sobre uuembros enfermos. ,

líSTAMFA,

Todos nos hacen algimos encargos. «Diga usted..,j "Hable nsteci,..» Todos esperan algo de

£/ doctor Barlrina exn plkando unas de ius

lecciones de! Curso pos, fc ciegos masojisfas

" - -.Mire -nos dice - , este amigo. Miguei !'<'rraróns, que es eseultor, \ a a iiacenne en relieve lo-, modelos d,e los músculos principales, para <[ue aprendan a e<morerios por e! tacto... I*"¡ masaje figura de antiguo en el programa de rc<ÍencÍón de ios cicuos. Pero sin llevarse a

!,a obra grande y Immanita^ ria de redimir al ciego fué iniciada en V771 con !a ¡aíx>r de apé)stí)! de Vaíentín Haüy.,, Esta obra hennosa, seguida con notoria fortnua por ei ciego ¡,uis Braille, de!)e ser Ínteu,saniente continuada en todos los países,, Yo me atrevo a terminar estas líneas pidiendo ai (iobitrno, a las Jnntas de Damas, a las Asociaciones benéficas, a los industriales, a los mimados }K>r la fortuna, iniciativas, empleos, fundaciones, (¡ue dulcifiquen la situación délos pobres ciegos y les procuren medios no sólo para vivir con decoro, sino para ser útiles a su patria... Que seamos en España "tiflófiios»—amigos de los ciegos--toflos los españoles. • A-XTON-io G A R C Í A KOMI-R( i (Fotos Contreras y Vüaíuca.)

Una alumna ciega haciendo sus primeros ensayos de masaje. la práctica su enseñanza mediante cursos meditados,.. I,a Asociación «Yalentín Haüy*. de París, una de las obras más hermosas e interesantes para la protección del ciego, se preocupa d t hacer obreros hábiles en detenninados trabajos; de facilitarles ocupación, y de dar utilitaria salida a cuantos artículos confeccionan. Pero no tienen, que sepamos, escuelas de masaje...

/;/ S.

Britnett, •! priiner dugo que arudió o in'^ri ihirse paro ífíiuir ai cursn di-! doctor Barfnna.

Acabada la clase, ya en e! jardín, Bartrina nos presenta a algunos de sus nnís destacados discípulos. Y_estrec¡ianios, no sin emoción, varias manos. Ea de D. Hugenío Prieto Rodríguez, abogado, t:x juez municipal suplente de his distritos de la fvatbia v de Palacio, liste Sr. Prieto es ahora un aspirante a literato. Justamente lleva en el bolsillo dos cuentos: «.Sombras» y -dCl hada mágica)), que van a leer las enfermeras... —IJig^ usted—añade a! terminar su breve ciiarla— que entre hvs personas que han aliviado nd infortmiio está D. í.uis Montiei, compañero mío. de chicos, en el Colegio Hispano-Romano... Hablamos con D." Petra IvsU'lian, profesora de enseñan/,a primaria en ei Colegio Xacional de Sordor.uídos. Y con 1>. í'vaneísco Brimete, cnito [H-rito niercanti!, <(ue hace tres años pevoiu !a vista; v con (.ion iL;inuel Alea/,ar ^ÍUTLO:^, que 'JIÍ; tuncionario ile I-lacjeuda en i'y¿<. y (¡ue pide nuestro ;i";odestís!iuo auxiíio pura eonseyuír ana J'üiisiún. 1'.;Í-Í.- \urÍos años

f:i ahogado ciego, D. tugenio Pnciu Domínguez l<j lectura de bu cuento ''liada má'^ica'K

lyjndr.

6fltlÍII|HJ puerto. ¡Qué pocos son los que saben que bajo el Río de Tinta, que es Fieet Street, donde se hallan Is mayoría de las redac= Clones e imprentas de los periódicos londinenses pasa un río, el Fieet, cuyas aguas nacen entre prados, muy lejos de la catedral de San Pablo! Hacia el puer= to de Londres van también las aguas de uno de estos ríos perdidos bajo la planta de los londinenses, y este río se permite, de vez en vez, salir de las profundidades para atravesar por el aire partes de la ciudad, porque va en inmensas tuberías de hierro allí donde hubo necesidad de abrir las enormes trincheras por las que pasa el ferrocarril metropolitano.

Sobre el río, y dentro del recinto del puerto, cabalgan infinidad de puentes; y Kipling, en sus Cuentos del Río, dice: Twenty brudges from Tower to fiew Wanted to know what the river knew.

Desde el Estuario hasta Teddiagfon se extienden ¡os centenares de hectáreas que forman el laberinto del puerto de Londres. |ÓNDEestáelpuer= to de Londres? ¿En qué consiste? ¿Es mayor que el de Chica= go, o que el de Liver= pool, o que eí de Amss terdara? Ni los mismos ion= dinenses podrían cons testar a estas preguntas de un modo concreto, porque el puerto de Londres no está en lu= gar ninguno determiís nado por un solo nom= bre; consiste en una infinidad de cosas y tiene extensiones insospechadas. Para describir el laberinto de ciudades, pueblos, ais deas, fuertes, arsenales, fábricas, dársenas, ^ canales, vados, callejones, avenidas, terren pantanosos, faros, hospitales de cua= rentcna, astilleros, parques, |ardines y hasta campos de fútbol que forman el conjunto del puerto casi inexplorable, haría falta mucha resistencia física para recorrer a pie, en bote, en ómnibus y en vapor los lOO kilómetros que hay desde la desembocadura del Támesís hasta Teddington, ya pasado el puen= te de la Torre; habría que recorrer centenares de millas cuadradas a am= bos lados de las orillas de un río con= vertido en laberinto. No hay manera de escapar ai hecho de que en estos loo kilómetros del puerto de Londres hay una docena de puertos secundarios, más río arriba de Gravesend, y otros muchos en el enor= me estuario. Desde Teddington hasta el mar recibe el Támesis la visita de varios tributarios, algunos de los cuas les son ríoa perdidos en la inmensidad de Londres. Ríos que han sido traga= dos por la entraña de la urbe, por entre cuyos cimie ntos van dando sus revueís tas bajo bóvedas que datan ya de cens tenares de años, hasta que por descms bocaduras ignoradas mezclan sus lims pías aguas con el fango del gran

Según el poeta, «¡os veinte puentes que hay desde la Torre de Londres hasta el jardín botánico de Kew quieren' saber todo lo que sabe ei río». Pero el río sabe demasiado; se lo cuentan las noches de misterio de las dársenas, los navios que llegan de tos cuatro puntos cardinales para descargar los tesoros que van a parar a las cuevas de Aladino que rodean los muelles. Nos hace falta un aeroplano para dar= nos cuenta de ¡o que son esta clase de docks. La mejor manera de describirlos es decir que son lagos artificiales de di* fcrentes tamaños y cu=i ya profundidad se man= tiene a un nivel sobre ^ el natural por medio d= bombas. Estoslagosarc

tificiales, de los que hay varias decenas, es» tan rodeados por cen= tenares de millas de muelles y a su aírede»; dor se levantan alma= cenes, depósitos, co= bertizos y oficinas.

Parte de un cargamento de elefantes desembarcado en el puerto de Londres.

Cuando llega Navi= dad, las compañías de seguros de Londres

envían a ios puestos de poiicía d e ! gran p u e r t o mu= chas botellas de b u e n whisky y m u c h a s Cajas de mag= níficos cigarros, c o m o ofrenda d e agradecimiento a quienes han estado alerta sobre los millones d e libras esterlinas que representan ¡as mercancías d e que están sembrados ios muelles y que se encierran en los centenares de a l m a c e n e s colosales y d e cuevas inmensas del p u e r t o , a !o largo y a ¡o an= cho de las 70 millas que hay desde cí estuario a Tcddington, T á m e s i s arriba.

a{gúi\ inmienso zoco de K e r h u s n . Ei comercio de cspe= cías V cortezas olorosas y medicinales se hacía hace si^^ glos por tierra hasta Bagdad, y luego a través del desiei = t o , por m e d i o d e caravanas que llevaban las cargas a Alejandría. Pero en realidad «los perfumes de la Ara= bia» vienen a L o n d r e s d e ía India. A L o n d r e s llegan al año 30.000 toneladas de t3pe= •,cias. La vista se pierde a lo largo y a ¡o ancho de estos a l m a c e n e s .

Telas, cuernos de reno, pa godas de marfil... de iodo ¡lega a ios almacenes del 1 puerto.

Hay una novela inglesa para niños, Alicia en el país de las maravillas, y en ella se tnencio= na c ó m o d e s d e l^j^ los personajes ha= y blan de infinidad •-y' d e cosas:

Una visita a los princi= pales depósitos deí puerto de Londres deja al curios so asombrado ante la mag= nitud de las existencias que allí se encierran y ante la variedad de las mercan!^ cías que alÜ hay.

De botas, de elefantes, de {perdices, coronas, calabazas y tapices.

Poca pimienta es la q u e se gasta en las casas, ¿no es eso? Apenas si, por tér= mino medio, cada cocinera consumirá una libra al aíio. Pues en el depósito corres= pendiente entran al cabo de los trescientos sesenta días mil toneladas de pi^ mienta para salir y repar= tirse por entre las cocinas de Inglaterra y del m u n d o entero, por lo visto. Desde que los que fues ron a Australia en busca de pepitas de oro se con= >.encicron de que ci verdadero oro del país estaba en los pastos V se llevaron allí los m e r i n o s d e rica lana, cuya raza tanto se ha afinado en Inglaterra desde que se importó de España, L o n d r e s ha sido el mercado por excelencia para las lanas de esa colonia. Yo he estado en estos depósitos ea u n día de venta y he visto cómo les c o m p r a d o r e s de todas partes de Inglaterra y de muchas partes de E u r o p a , vestidos con guardapolvos blancos, h u n d í a n sus m a n o s en las balas para sacar un p u ñ a d o de lana y e x a m i n a r los vellones grasicntos, p r o b a n d o la resistencia, la suavidad, e! olor y hasta el sabor antes de hacer unos signos caba= lísticos en sus cuadernos de notas, que les han de guiar cuando llegue el m o m e n t o d e la pública subasta. En mi visita me voy acercando ahora a u n e n o r m e edificio en el que se encierran mercancías como aque= Has qu« ios trajinantes de T i r o , de Babilonia y de Car= tago acarreaban hace centenares de siglos. En el frontispicio de una inmensa nave se lee: <'Entrada a los al= macenes de marfil, de canela, de especias y cortesas.*

para a u m e n t a r el peso insertando piedras v pedazos de metai en las cavidades. Yo me e n c o n t r é d e n t r o d e un e n o r m e colmillo d e elefante africano u n a rana peíri= ficada incrustada en el fondo de ía cavidad, q u e ocu= pa, por regia general, la mitad del colmillo. ¡Imagínese usted los años que t e n d r í a n les indígenas enterrado ese ítesoro''! — P e r o estos cilindros d e marfil q u e t e r m i n a n de p r o n t o en una p u n t a afilada n o parecen colmillos d e elefante. — N o ; esos son dientes del lado izquierdo d e ía boca del narval. Algunos de ellos llegar, a una longitud de dos metros y con ellos se acometen en sus l a c h a s , p r o d u c i e n d o u n ruido característico que denuncia su presencia a los pescadores. En esta parte del edificio q u e visito no hay n i n g ú n olor q u e a n u n c i e el O r i e n t e ; pero al s u b i r al piso d o n d e están almacenadas las especias que vienen de Ceilán, de Malaya y de las Indias Orientales, se creería u n o en

Antes de pasar a estas vcrda= deras cuevas de Aíadino enseño al que guarda la entrada la tar= jeta especial que me franquea el paso. Se llama el que va a ser mi acompañante John Bel! y lleva más de treinta años en este de» partamento del p u e r t o ,



^ A l g u n o s de los colmiilo's d e mastodonte que vienen de Sí= beria—dice John Bell—miden hasta cuatro y cinco metros. Va parecen al exterior madera fo= silizada más que otra cosa; pero después d e ! raspado se convier= ten en el mejor marfil que exis= te, aunque tiene ci defecto d e presentar p e q u e ñ a s grietas. Abos ra tenemos en este depósito se^ tenta colmiilcs de m a s t o d o n t e , que valen unas dos mÜ libras esterlinas (setenta mil pesetas). Hay más elefantes e n c! m u n d o de lo que la gente se imagina, porque aquí se r e ú n e n a! año unas trescientas toneladas d e cois millos, y para obtener u n a to= nelada hace falta matar lo m e n o s veintiún elefantes. Aquí se exa= minan los colmillos para descus brir las artimañas de los q u e los brir las artimañas a e íos q u e ios venden, p o r q u e se las ingenian

D e t o d o eso y de m u c h o más se podría hablar al dar una descripción niás am= plia d e las cuevas d e Aia= d i ñ o , p o r q u e a q u í hay a!= macenadas a l f o m b r a s orientales por valor de tres millones d e libras cs= teriinas, t a n grandes aigxi= ñas d e ellas, que para en= senarias a-los c o m p r a d o r e s hay que sacarlas a los pa= tios y a los m i s m o s mue:iles; y hay en las bodegas, que m i d e n m u c h a s decenas de kilómetros, u n tesoro d e vinos y licores d e Jerez, de O p o r t o , d e Francia. d e T o k a y , d e Italia y d e Alemania; y existen por valor de millones de libras esterlinas, en pieles magníficas, y m o n t o n e s d e té, .que valen u n dineral. H e estado resistiendo la tentación de dar algunas ci= fras para indicar las toneladas de bananas que llegan de Canarias y de Jamaica, 1,;S miles de barriies y cajas de uva y d e naranjas que llegan de España; pero yo dejo a la imaginación del lector esas y otras cifra;: v cantidades, p o r q u e se s u p o n d r á t o d o lo que se neccsiío para llenar hectáreas y más hectáreas d e espacio d^ t o d o c u a n t o el m u n d o p r o d u c e . La cope de t é de In^ glaterra, o la parte d e esa copa q u e liega a L o n d r e s , pesa 300.000 toneladas al año y vale, en la equivalen= cia d e nuestra m o n e d a , mil millones d e pesetas; al p u e r t o d e L o n d r e s llegan a n u a l m e n t e tomates por va= lor d e 40 millones d e pesetas; medio millón d e ba= rriies de cerveza, o sea un trago d e más de 40 millones de pesetas..., y el papel y el cartón que pasó por estos almacenes vale, en doce meses, cerca de 300 millones de pesetas. — ¿ Q u i e r e usted c o m p r a r u n a b u e n a pie! d e boa para hacer d e ella bolsas de señora, zapatos y c a r t e r a s ? ¿ U n juego de ajedrez d e marfil tallado a m a n o ? ¿ U n sala= cot? ¿ U n ídolo d e b r o n c e ? • — C o s a s caras h a n d e ser esas — d i g o yo a mi a c o m p a ñ a n t e , q u e me r e s p o n d e ; —No,"baratísimas- Venga cone m i g o al d e p a r t a m e n t o d e objetos a b a n d o n a d o s q u e n o h a n sido reciamados p o r nadie y verá las gangas q u e le ofrecen. E n efecto; a q u í se p u e d e c o m s p r a r o n t e m p l o budista por cinco chelines, a q u í está la piel d e boa a !a disposición d e quien la quic= ra por u n a ü b r a , una cornaincn= ta d e a n t í l o p e por m e d i a corona. ¡Aquí, ai b a r a t o , ai barato'.... Pero ¿será posible calcular ci valor d e t o d o lo que contienen estas maravillosas cuevas d e

Aladino?... L. DE BAEZA L o n d r e s , 1950. £-os dos colmillos

de mastodonte

más largos del mando,

almacenados

en el inmenso

puerto.

• -

:

Cil«ÍIÍ1|M{

El

apretado

grupo

de los obreros

que trabajan

en los talleres

de la Fabrico

de Aeroplanos,

de

Geiafe.

^ eoTVi> t ^ r ^ u x r ^ "

LA MUSFiR V LAS MAQIÜNAS NTRU t a n t o c h i r r i d o m e t á l i c o , s o i i a r d e p o l e a s y m a r t i l l a zos, estas muciíachíís tienen u n aire i n g e n u o de niñas, Mo i m p o r t a q u e s i n a s u s t a r s e , s e n c i l l a m e n t e , a n d e n e n t r e c o r r e a s , m á q u i n a s , a r m a t o s t e s d e h i e r r o y a p a r a t o s pe!igvo= sos. !'or e n c i m a d e t o d o c o n s e r v a n e s e r a r o o p t i m i s m o comij= nicativo que irradia d e u n g r u p o de mujerc',.

Esta linda operario so^ he manejar ¡os alicates y trabajare! acero ¡o mis=

A l g u n a s l l e v a n el b í u s ó n a z u l c o n g V a n d e s n i a n c h s s d e gra= sa, ¡a cara t i z n a d a : o t r a í . t i e n e n l a s m a n o s y ei t r a j e p i n t a r r a = jcados d e rcio y amarillo... Pero q u e d a s i e m p r e u n a m i r a d a d e m u c h a c h a feliz, u n a a t m ó s f e r a a g r a d a b l e .

CERCA DE CfE:N...

fi! jefe d e t a l l e r e s va c o n t a n d o la o r g a n i z a c i ó n ; - — C u a n d o s e m o n t ó la F á b r i c a i n g r e s a r o n ía mayo-ría d e l a s m u j e r e s q u e t e n e m o s h o y . N o c r e a u s t e d , n a t u r a l n i e n t c , q u e ellas h a c e n trabajos r u d o s . S e pro= c u r a — y para ello están d e s t i n a d a s - • q u e intervengan s o l a m e n t e e n t r a b a j o s sencillos, d o n d e se n e c e s i t e m á s d e la p a c i e n c i a . q u e d e la i n t e l i g e n c i a y d e la fuerr^a. N o e s p o r q u e e l l a s no s e a n c a p a c e s d e h a c e r l o , s i n o p o r q u e a u n n o t i e n e n esa p r e p a r a c i ó n y a d i e s t r a m i e n t o n e c e s a r i o s p a r a p r e d o m i n a r e n la c o n s t r u c c i ó n d e u n a p a r a t o d o n d e v a n a !u = g a r s e ia v i d a los h o m b r e s . Actualmente son cerc^ d e c i e n í ü . S e g ú n U s exi-gencias del servicio, están solas o e n t a l l e r e s c o n ios obreros.

Claro está que esta m u c h a c h a trabajadora y sencilla no sabe ¡o q u e r e p r e s e n t a n i !o q u e s u p o n e s u a n i i e l o d e i r i d i ; p e n d c n = cia. l i d s i d e s p o s i b l e q u e n o s e p a q u e q u i e r e i n d e p e n d i z a r s e . N o i m p o r t a . L a s e m i l l a , b a j o la t i e r r a , c r e c e r á f á c i l m e n t e L o d e r i í c n o s e s la g e n e r a c i ó n q u e r e c o l e c t e el f r u t o .

Casi todas viven aquí misrno en Getafe. Pero t a m b i e n hay bastantes que residen en M a d r i d . E s t a s vienen a Getafe en t r e n , c o n u n p e r m i s o es= pecial q u e les da esta casa.

tN GETAFl\ SE CONS= TRUVIJN

AER0PLA>40S

E n e! a ñ o 1924 c o m G n = z 6 a edificarse, en t o d o s los s e n t i d o s d e ¡a p a l a b r a , el e d i f i c i o m a t e r i a ! y m o = ral d o n d e , p r o n t o , h a b r í a n de fabricarse estos pájaros raros y magníficos, q u e son los a e r o p l a n o s .

OCHO HOHAS DC TKABAJO

L u e g o e m p e z a r o n a lle= g-ar h i e r r o s , máquinas, aceros... V m u c h o s hom= bres, con sus m a n o s d e obreros y sus trajes de mecánico.

- -Todos, tanto obreros como obreras, entran a t r a b a j a r a las o c h o m e n o s d i e z d e ia m a ñ a n a . Sa= len a c o m e r a las d o c e y veinte,.

Y e n t r e los h o m b r e s , a la h o r a d e l t r a b a j o , t i m i = d a m e n t e al p r i n c i p i o , c o n i n d i f e r e n c i a d e s p u é s , co= menzaron a verse trajes de mujeres, melenas de rnuchachasHüsta q u e , al c a b o d e unos meses, se abrieron unas puertas grandes v grises y surgía, c o m o en un cuento invcrosimil, u n aeroplano.

A q u í m i s m o , e n la Fá= b r i c ñ , h a y u n e g r a n can^^ t i n a , d o n d e p u e d e n co= m e r , b i e n lo q u e t r a i g a n d e s u s c a s a s o lo q u e pidan, -¿Pagándolo, m,entc?

Sin

asustarse,

sencillamente,

estas

muchachas

andan

entrt.

máquiítas,

'armatostes

de hierro

y aparatos

peligrosos.

natural=

— S í , d e s d e luego. Por !a t a r d e e n t r a n a la u n a e n p u n t o y s a l e n a las c u a t r o y m e d i e . O c h o horas jus-

tas.

L u e g o u n a s s e van a sus casas d e

Getafc

y otras

a tomar eí tren de Madrid. SECCIONES DONDE TRABAJAN MUfERES — L a í n d o l e d e l t r a b a j o — p r o s i g u e e l jefe d e taUe= r e s — o b i i g a a q u e las o b r e r a s t e n g a n q u e trabajar, e n l a m a y o r í a d e Jos c a s o s , e n t a l l e r e s i n t e g r a d o s casi totalmente por bombrcs.

La convenzo ai fin. — [ U n a miseria! E n t r a m o s g a n a n d o dos cincuenta. C o n e s t e sueldo e s t a m o s b a s t a n t e t i e m p o . N o n o s lo s u b e n hasta q u e , p a s a d o s m u c h o s m e s e s , d e m o s t r a s m o s suficiencia, capacidad, aplicación. La m a y o r o m e n o r p e r m a n e n c i a e n la c a s a t a m b i é n ¡ n f l u ^ m u c h o e n el sueldo.

Entre estas secciones, las m á s i m p o r t a n t e s s o n : ¡a s e c c i ó n d e t o r n o s , la de montaje de largueros, ajuste, prensas, montaje d e a l a s , m o n t a j e d e cos= ti Has...

—No. Únicamente que sepamos leer, escribir y muy pocas cosas de números. SOCORROS PARA LAS QUE VAN A SER MADRES C u a n d o u n a o b r e r a d e e s t a f á b r i c a va a s e r m a d r e , cesa, n a t u r a l m e n t e , d e ir al t r a b a j o . Y e n t o n c e s p u s d i e r a o c u r r i r q u e , c o n el s u e l d o d e l m a r i d o , n o tu= v i e r a n s u f i c i e n t e p a r a sa= tisfacer las n e c e s i d a d e s d e la c a s a . E n p r e v i s i ó n d e e s t o , la F á b r i c a t i e n e ase= guradas en una Compañía a t o d a s las o b r e r a s .

E n iodos estos talleres las m u j e r e s t r a b a j a n bajo las i n m e d i a t a s ó r d e n e s d e u n jefe d e s e c c i ó n , q u e , a s o vez, o b e d e c e a u n j e f e d e taller. Así, en este es» c a l o n a m i e n t O f S e Heg^ has= ÍA e l d i r e c t o r d e !a F á = brica.

Esta Compañía, cuando l l e g a la o c a s i ó n , p a s a a la e n f e r m a t r e s p e s e t a s dia= rías d u r a n t e t r e s m e s e s . L a d a n , a d e m á s , u n a can= t i d a d , c o m o gratificación o ayuda. Y l u e g o , r e s t a b l e c i d a la enferma, p u e d e volver o t r a v e z al t r a b a j o .

EL SALARiO QUE GANAN Mientras comen en

E s t a e s la v i d a d e e s a s cíen m u c h a c h a s q u e se g a n a n el p a n a y u d a n d o a los h o m b r e s a c o n s t r u i r aeroplanos. Vida vulgar, penosa, monótona...

la

Cantina, sacándolo d e u n o s envoltorios grasientos, las f i a m b r e s y las tortillas, m e he acercado a una mucha* cha morenita y delgada. — G a n a m o s m u y poco, casi

nada.

No

me

A estas

laboriosas

muchachas

atre=

vo a d e c í r s e l e C o m i e n z o esa labor p e n o s a necesaria p a r a q u e h a b l e : — ¡ N o , n o ! iQue n o s e lo d i g o ! Insisto sin d e s a n i m a r m e . Al c a b o de u n r a t o : — S e lo d i r é ; p e r o c o n u n a c o n d i c i ó n : q u e n o io d i g a e n el p e r i ó d i c o . . .

no les importa momentos,

mucho mancharse de pintara. Etlas está por encima de la coquetería.

saben

D e m i s c o m p a ñ e r a s , la q u e m á s g a n a a c t u a l m e n t e , c o b r a c u a t r o p e s e t a s . Y lo m á s q u e p o d e m o s llegar a g a n a r s o n seis p e s e t a s . — ¿ Y se les exige m u c h o s gresar?

conocimientos para

que el trabajo,

en

JOSÉ D Í A Z

ina (Fotos Contreras y Vilaseca )

UN FORD

tributa

o'75

ptas.

d i a r i a s . Por su p e r f e c t o equi-

m e n t e , estoy satisfecho del servi-

librio el gasto d e neumáticos es

cio q u e mi F o r d m e ha hecho

muy escaso. El Ford m e ha ser-

e » J939.

vido un año y está n u e v o para ser-

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(Chele, despíiés de fugarse de-«Sania Rila», saca a Marisa del internado; y la colegiala, con atavíos de tanguista, se ve arrastrada en el vértigo de tina vida fantástica y alucinante.)

—^Marisa , . . Chele . . . ¿Querrá usted decimos algo sobre estos muchachos? — preguntamos a Valentín d e Pedro. —¡líombre! I ^ que yo sepa de ellos... —¿Novios? —No. Camaradas. Modalidad de relaciones entre chico y chica, que la n u e v a generación h a aprendido en películas. — ¿ Por consiguiente , dos buenos aficionados del «cine*? —¿Podría ser d e otro modo, tratándose de muih-ichos de hoy? Marisa, singularmente , es u n a criatura seducida por el canto de las sirenas que se levantan en los mares de luz de las pantallas. Del mismo modo que las Marisa, la muchacha que ha vi= heroínas de Ibsen, vido t>24 horas fuera del colegio», en el siglo pasado, una existencia prodigiosa, de s/n» guiares aventuras, vista por Ri= querían vivir su vida, ella quiere vivero Gil. vir su película. Bn vez de explorar su interior, vive haci^ fuera, en su ansia de gozar de todas las cosas bellas que hay en la vida,.. y le interesa más que poseer una personah'dad, poseer un automóvil... Su colegio le parece una cárcel cuando lo compara con esos colegios norteamericanos 'que se ven en las películas, donde hacen de las suyas Marión Dawies y Bebe Daniels... —¿Y es eso lo que la impulsa a fugarse? — Eso y otras cosas... Quizás ella sola no se hubiera atrevido. Pero ahí está Chele, que pone en marcha el motor de sus secretos deseos; y que no contento con fugarse él de «Santa Rita», saca a Marisa del internado. .. ^ ¿ Q u e se fuga de «Santa Rita»? Eso es de una dificultad insuperable... —No para él, por lo visto. Es claro í|ue recurre a un ardid sorprendente, que pudiíra parecer inverosímil; píTO no io es tanto, puesto que él no hace más que repetir una hazaña que ha visto relatada en un periódico; un recluso, de no recuerdo qué país, usa aquel singular recurso de su astucia para salir de su prisión, y él lo imita, además, con sus cómplices... —¡Ah! -—Pero aun así, crea usted que sólo Chele es capaz de semejante cosa. En su fuga arrastra a Marisa hacia su mundo. Y así pasa la colegiala, de la vida casi claustral de un internado de monjas, a una existencia desorbitada; esa misma existencia que ha he-

cho necesaria la camisa de fuerza del correccionai para Chele. Este proporciona a la muchacha ios atavíos de una tanguista, para que entre adecuadamente en su mundo. —¿Y juntos corren las mismas aventuras? •—^No. Sólo en parte. Juntos aparecen en determinados momentos, y nada más. El tiene su ^'^da, ya

polvo puede ser la peña; en un dia una batalla pérdida o victoria ostenta; en un dia tiene el mar tranquilidad y tormenta; en un dia nace el hombre y muere... Las veinticuatro horas de este día de Marisa están cargadas de la vida de muchos años; cada hora le trae una sorpresa; cada hora es una puerta que se, abre para ella a determinadas zonas de la ciudad, que para muchas gentes permanecen cerradas durante toda la vida; puede decirse que cada hora que pasa conoce un mimdo distinto, que ella va trastornando con su presencia de virgen arriscada, hasta llegar a horas de pesadilla y de crimen... Esto es lo que nos ha contado Valentín de Pedro de los protagonistas de su nueva novela 24 horas fuera del colegio. Ahora, vamos a le«"la. L. M. (Dibujos de Rivero Gil.)

Marisa y Chele, los dos cámaras das—ella fu^ gada del coles gio y él de > Sania Rin fa^—que cul=

fivan esa moda= Udaá de relacio= nes entre chico.y chica, que la núes va generación ha ^prendido en pes lículas.

El notable escritor Valentín de Pedro, autor de la inferesantísima novela 024 horas fue= radel cokgio». - (Foto Zapata.)

de suyo complicada y borrascosa; y ella se ve arrastrada por el torbellino de los hechos que se suceden a su alrededor. Chele es ese tipo de muchacho al que sólo interesan la satisfacción de sus ape- , titos, en una frenética anticipación; cuyo instinto es potro sin brida; que se cree nacido para disfrutar del mundo y carece de otras preocupaciones que la de agenciarse los medios para ello, sean lícitos o no. E n cambio, Marisa marcha deshimbrada, y todo en ella son vagos sueilos, que ia llevan, insensiblemente, a las más feroces realidades, a estupendas avesturas. ^ ¿ N o serán muchas, sin embargo, ya que su existencia fuera del colegio es sólo de veinticuatro horas? —(Que no? Recuerde usted aquellos versos de El Alcalde de Zalamea: En un dia el sol alumbra y falta; en itn dia se trueca un reino todo; en un dia

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Desde su creación (creación que vale ciertamente por toda ia obra del Sr. Villy y alcanzará quizá la inmortalidad) hasta hoy, el cuellecito Claudina ha sufrido bien pocos eclipses; ha sido compatible, con el impeno de lo "deportivo" y de lo "masculino", porque resultaba práctico y muy "a lo chico"; hoy es compatible también con la feminización actual d^ la moda, porque resulta "de chiquilla" y porque favorece.

En realidad, Claudina no se había marchado nunca (entiéndese que me refiero a! traje típico de Claudina, y no a Claudina niña o mujer, o mujer-niña, o niñamujer) desde gue ella, allá por las postrimerías de! siglo pasado, hizo su aparición en la literatura e inmediatamente después en la moda. Ei típico traje aclaudinado (descartando el pelo cortado a media melena, a !o Colette o a To Pelaire, semilla que no había de fructificar hasta muchos años más tar{le) ha venido perdurando por encima de todas las modas, si bien sometiéndose, naturalmente, a sus oscilaciones sucesivas. Lo mismo que hace un cuarto de siglo, con talle de avispa y falda hasta los pies, subsistía e! tipo de la heroína de Villy hace cinco años, con la falda por la rodilla y el traje de hechura "seco". Un detalle basta siempre para marcarlo con sello inTALCO IDEAL PARA TODOS tOS USOS PERFUME ORJEMTAt-KAC/^RYOCRE-ROSE coníundible, y ese detalle es el insuperable cucüo que lleva el nombre de Claudina, redondo \ liso, completado casi siempre con una corbata chalina; ese cuello impe-

Y después de todo, el cuellecito claudinesco está más en su lugar en los trajes de ahora que en los de hace cinco años, porque estos trajes actuales, más largos, con más vuelo y con el cinturón más alto y el talle más delgado (o que lo parece por estar situado entre dos curvas), son ya un primer paso en el retorno hacia los de la época de su creación.

Vestido de «flamenga>>, g cuadritos negros y blancos, con cuello y puños blancos y cinturón y corbata negros. fCrea=-ción «Jenny».) recedero, de una gracia inmutable, que es una de las más deliciosas formas que puede lomar la "nota blanca", de la cual me ocupé, hace ocho días, en estas mismas columnas.

Alguna tímida fantasía apuntó siempre en muchos cuellecitos Claudina: un bordado, unos vivos de color, un piquülo de encaje; pero hoy precisamente, al lado de estas variaciones, que respetan, desde luego, la consabiEl tónico de la mujer. Evita e] Jolür, normaliza los trastofnos Farma'ias. da forma redondeada, resurge con vigor e! cuello claudinesco en toda su piireza; para mayor fidelidad, hasl'i se hacen en pj<]ué y se completan con los puños blancos,

Cttompo

Áv£Nf0A DE LA LiBEiaAq,25 S A N SEBASTIAN .!-,Tr_ í " ' -. •

>

Vestido de noche, de *crépe satial^ negro, con ¡a falda en forma y fruncida. (Crea= ción
Vestido de noche, de crespón de China amas rillo, ron el cuerpo anudado por detrás y la falda fruncida. (Creación iÁlice Bernard*.)

el cinturón estrecho y la posible corbata chalina. Gracias a estos cuellecitos, cualquier nmjer (abolidas ya las barreras de la edad femenina, mucho más fácilmente que las.diferencias sicuales) puede darse íioy el gusto dé componer, si no el tipo de la colegiala perversamente ingenua de otra época, al menos el de la chica cstudianta, sanamente sabia, de hoy.

más o monos acentuados; a veces, solamente cuatro grandes picos o cuatro anchas ondas, o una sola por detrás o por delaníero; o la pegadura es oblicua por una sola parte. V estas pegaduras desiguales vienen a ser la nota más saliente, en todo caso !a más característica, de los vestidos de esta temporada, lo mismo en ¡os de noche que en los de tarde.

La pegadura

desigual

No recuerdo en este momento (¡ Cuántas lagunas tiene mía en su pequeña cultura!) si en la historia de nuestra-moda hay antecedentes de la désiguakiad en pl largo de las faldas que venimos

V I N O

B L A N C O

luciendo..., o padeciendo, desde hace varias temporadas. En un principio, los vestidos se alargaron solamente por detrás; luego se intentó alargarlos por delante, si bien con menos é x i t o ; luego, por lui lado ¡ luego, por los d o s ; luego, alrededor. AI llegar a este punto ía desigualdad dejó de serlo y pareció que los arbitros de la moda habían realizado así el misterioso objeto que venían persiguiendo; o sea el acostumbrarnos a !a falda larga, cotí las debidas precau-

No existirán usandq PILOSERVATOR Abrótano Macho MARCOS Oslt«ne la ctfds úei caballa deede la flrlnnni losibn f^'dahí en todas partes

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S/ fableado en forma de aban/co

Vestido de tarde, de tGeorgettei» azul f&mie, con panos tableados, formando abanicos a ambos lados. (Creación *lvíar¡ial et Armando.) go se ha propagado ahora a la pegadura de la falda con el cuerpo. Muchos son hoy los vestidos de hechura princesa que carecen de toda interrupción horizontal; pero muchos

HJii^millk

Maoíafena. 17: Precjarios. lO; Bravo Kurilto. 107 y Mv
son también los que, con o sin cinturón, llevan una falda "en forma" o fruncida pegada aS cuerpo; y esta pegadura se hace casi siempre irregular. P o r esta causa, a veces forma ondas, o picos o almenas

H o t e l r e c o m e n d a d o p o r el R. A. C . E . a Edificio nuevo = T o d o confort = Famoso R e s t a u r a n t e Inau» Surado recientemente. P a S e O d e l a I s l a ( F r e n t e a la Estación

¿Qué creador genial inventará una manera completamente nueva de disponer el vuelo en los vestidos femeninos?

'7.

VIUDA DE R U E T E E S P 0 2 Y NA,

17

Esta es «na preocupación de la que nos hemos visto libres mucho tiempo...: todo el tiempo que hemos estado llevando vestidos sin vuelo. Entre los mil y pico de procedimientos que empleamos, algunos no son del todo vulgares; entre ellos el de los amplios canelones, surcados verticalmente por jaretas horizontales, y el del paño tableado, en forma de abanico, que se coloca a un lado o a los dos(Potos Isabey.)

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O ütrAen del n o a b a n d o n e sus tierras y las salve d e la condenación d e la sequía. Desde e! S a n t u a r i o hasta el H u m i l l a d e r o , van, en penitente adoración, Jas noven arias—unas d e rodillas, otras descalzas^—haciendo el Viacrucis; en más de un grupo va algún viejo, en cuyo arrugado rostro quedaron graba = dos los surcos de la d u r a tierra que se niega a producir, y también eí po^ bre viejo llora y reza, i m p l o r a n d o del cielo el envío del agua vivificadora.

Desde eí Santuario

hasta el HumiUadero

Santuario

van, en penitente

adoración, las

de la Virgen del Camino,

de

novenarios

En u n día de julio d e les t i e m p o s aquellos del decimosexto siglo en que gobernaban Doña | u a n a la Loca y Felipe el H e r m o s o , se hallaba apacentan= d o , n o lejos d e la ciudad d e 'León, sn rebaño u n pastor flamado S i m ó n G6= mez F e r n á n d e z , natural de Velilla d e la Reina, y—según describe Viliafa= ñe—-se le apareció ia imagen de la Virgen, que le dijo: *Ve a la ciudad y avisa a! O b i s p o q u e venga a este sitio y coloque en lugar deferente esta mi imagen, la cual ha q u e r i d o m i Hijo aparezca ei» este lugar, para bien d e toda esta tierra»; poseído de admiración o d e sorpresa, p u d o al fin balbucear eí pastor: «Señora: ¿ C ó m o me creerán si n o d o y alguna señal d e q u e vos sois \t

León.

C

ADA imagen de la Virgen tiene peculiar adoración: a una recurren las mujeres, Como la guardadora d e sus grandes secretos; es otra la acogedora de todas sus penas, de todos sus dolores; se postra la gente moza ante una tercera, en d e m a n d a de protección para un desdeñado amor. A la Virgen d e ! Camino llega frecuentemeñ= te una compacta m u c h e d u m b r e hambrienta, q u e eleva sus manos h u e s u d a s , sarmen* tosas, hacia la imagen; ¡los campos tienen sed!; ¡los labriegos se mueren de h a m b r e ! La Virgen del Camino e s i a protectora d e los c a m p e s i n o s : a s t u r i a n o s , leoneses y gailegos ponen en ella frecuentemente una oración, pidiendo q u e

que me enviáis?» A lo que replicó la Virgen: «Dame esta honda q u e t i e n e s en la mano*, y, t o m á n d o l a , arro= jó ana piedra ccn eila, y dijo: «Di al O b i s p o que venga y encontrará aque= lia piedra tan grande q u e s e r á s e ñ a i d c que yo t e en vio, y en el mismo sitio en q u e estuviese, es voluntad d e mi Hijo y mía q u e s e coloque mi imagen.* Trasladados el O b i s p o y prelado a aquel lugar, vieron una e n o r m e piedra q u e a n t e s nú existía, y acordaron inmediatamen= t e levantar u n a ermita, que después se convirtió en ei actual Santuario, y que se d e n o m i n ó d e l Ca m i n o , p o r q u e la aparición fué cerca d e ! camino reaí, en ei lugar d o n d e , s e g ú n antigua creencia, está ci Humilladero. MIGUEL

MORAN

DEL Ermita

erigida

en el lugar donde se le apareció

la Virgen al pastar Simón

Gómez.

(Fotos H. Puenfe.)

VAL

Cam pesi= no de la tierra leonesa, des voto de la Virgen del Camin

arfisíbisíde ííinesierian muif ^ m tuvieratfque mnle^ar retfibetL iRieníos la p l u m a , p i d i é n d o t e p o r favor man= I darme una fotografía que sea la perfecta imagen d e esa cara y esos ojos d e los cuales yo me he envelesado. ^Además (de n o ser ya molesto) desearía q u e en él iría la siguiente dedicatoria; *AI sol= dadito d e 17 años que me quiere en silencio.» »P. D . N o m a n d o sello para la respuesta

»He trabajado por tercera vez en mí vida c p n ^ conjunto e n su peKcula y ya en ninguna otra lo h a r é si en ella usted n o participa. Ya le conocía por fotografías d e periódicos espas ñoles y extranjeros, pero había a d m i r a d o únl camente (y p e r d o n e ) al caballera bien pare= cido de tipo chic y elegancia n a t u r a l ; pero ahora h e a d m i r a d o al gran actor d r a m á t i c o y m e maravillan sus gestos y actitudes tan ve^ races. Yo quiero q u e usted m e enseñe a llo= rar, m e haga artista. ¡Perdone el atrevimicna to Comprendiendo que entre almas y arte n o p u e d e n existir prejuicios sociales!...»

Marina Torres, ta gran creadora de la hetoiaa nacional <sAgusiin€i ds Aragón^, ha recibido una carta de un admirador, en la que, eaire otras co= sas, la dice: ^Destnaciadas» líneas necesitaría para expresaros ¡a admiración gue siento hacia 4fáz». LOS COLECCIÓN fSTAS DE FOTOS UANDO u n a damisela o u n caballerete padece ia monomanía de coleccionar se -• líos, i m p o r t u n a a todos sus amigos con sú plica de guardarle cuantos p u e d a n caer en sus m a n o s ; pero n o se lé ocurre dirigir una carte al Director general d e Comunicaciones d e I^^ga o ai Presidente d e la República d e Liberia, por ejemplo, d i c i é n d o l e s : «Siendo esc mi país fa^ vorito le agradeceré tenga la amabilidad d e e n v i a r m e la colección completa de sus sellos, y, si n o le es d e m a s i a d o molesto, su autógra= fo t a m b i é n >

O t r a muestra v e r d a d e r a m e n t e característica: «Señorita Elisa Ruiz R o m e r o . »Extimada y distinguida señorita. C u a n t o siento tenerla q u e molestar por tan poca cosa, mi gusto es el d e comunicarle que t e n i e n d o deseos desde hace muchísimo t i e m p o el q u e r e r ser artista cinematográfico, p e r o n o h a b e r podido ser antes por ser me^ ñ o r d e e d a d , h o y día c u e n t o 17 a ñ o s ; y me e n c u e n t r o bien quisiera ver si podría entrar en alguna casa española d o n d e p r o n t o aprendiera lo q u e d e b e saber u n a artista del gran cine= m a , p o r lo q u e se lo c o m u n i c o a U d . Yo a su lado sería feliz, U d , señorita Ruiz la mujer

E n cambio, si su capricho le lleva a co= leccionar fotografías d e artista'í cincmatográ = fieos, le parecerá m á s q u e suficiente su título d e aficionado para recibir, c o m p l e t a m e n t e gra= tis, la imagen d e s u s fevoritos. G e n e r a l m e n t e escribirá cartas, plagadas d e -extraños elogios, con una sintaxis y a n a ortografía t a n pintos rescas c o m o las q u e disfruta ésta, dirigida aM a r i n a T o r r e s , la gran creadora d e la heroí= na nacional Agustina de Aragón: «Al dtrijiros ias presentes lineas, t e m o ina currir en el más grande d e los errores, p u e s t e m o enojaros y t e m o ridiculizarme ante voz. »Desinaciadas líneas necesitaría para cxpre= saros la admiración q u e siento hacia voz, v u e s " tras dotes artísticas, n o encuentran en mi 03= pacidad palabras para ensalzarla, y en fin señorita..., para q u e continuar describiendo lo q u e tantos cientos d e veces habéis oído, y q u e mi poca capacidad m e i m p i d e repetírosla c o m o voz o s la merecéis? ^Al dirijirme a voz i m p u l s a d o p o r el e n t u s i a s m o q u e en m í brota su n o m b r e , lo hago para ver d e con= seguir la más grande d e mis ilusiones actuales, y ello es... ver d e conseguir u n autógrafo y u n a foto d e su divina persona.» O como ésta, n o m e n o s pintoresca, q u e recibió hace poco ia gentilísima imperio Argentina: «Admirador ferviente d e vuestro arte y h e r m o s u r a , y a c o r d á n d o m e m u c h o de la luz de vuestros divinos ojos, por h a b e r t e c o n t e m p l a d o en persona y en u n a s películas, es por io q u e m i corazón guíe en estos mo=

les basta el regalo d e u n a foto lo m á s g r a n d e posible y autografiada: necesitan que el actor o la actriz con= sagrados les a y u d e n para llegar a ser sus rivales. Eso sí, generalmente, t o m a n la precaución de dirigirse a u n consagrado del sexo contrario, quizá con la cspe» ranza d e adular en ellos el instinto d e «descubridores». Véase la muestra: «Ecmo. Sr. K u i n d ó s , Empresario y p r i m e r actor de la película Esperanza. «Señor. *Como n o se si recordará U d . d e m i , le envío u n r e t r a t o m í o dedicado y le suplico m e m a n d e otro suyo: n o tema al hacerlo, [>orque si bien a c t u a l m e n t e la posición de mi familia es modesta (siempre m u y decente) hemos te« n i d o c u a t r o criadas.

p o r q u e ¡pobre d e m i ! n o m e IIega> Estos, al m e n o s , pagan en elogios el favor q u e solicitan; pero ¿ q u é pensar d e q u i e n e s escriben cartas como ésta?: sSrta. Elisa Ruiz R o m e r o . »Le agradecería infínito enviase su fotografía a ia dirección... »Le d las gracias anticipadas s u ad= mirador...» LOS PRÁCTICOS

Pero algunos van m á s lejos en sus peticiones. N o

" A Elisa Ruiz Ros mero, en cambio, le ha salido un admirador que le ha pedido el retrato, y apenas si le da las gracias.

más guapa, más simpática y bella como ningxina d e las mujeres es la única q u e podría interesarse por mí. »Soy listo y más en lo que se quiere, mi afán es el ser artista y sería capaz d e d a r la vida por i r m e a su lado, por a p r e n d e r de U d . y de sus compañeros (pero n o tengo quien me a y u d e y por eso me atrevo a escribirle esta carta mal redactada) ya q u e U d s . son felices y m á s feliz sería yo si estuviera a su lado, q u é alegría el sólo pensar que mi corazón tiene fe en U d . y me dice q u e nunca jamás olvidaría d e que t e n g o el gusto en llegar a ser artista y que con su ayuda llegaría a serio...» Bueno, vamos a dejarlo. ¿A q u é p e r d e r el t i e m p o c o m e n t a n d o esa carta q u e su autor reconoce mal re» dactada? S u h u m i l d a d le salva, pero ¿en q u é cono= cerán estos p o b r e s diablos que t i e n e n vocación ar= tístlca? LOS ENAMORADOS

En el correo d e las fiestrellas» y «ases», el mayor contingente corresponde a las declaraciones amorosas. T a n grande y extendida se halla entre los aficionados al «cinc» la c o s t u m b r e d e ofrecer c! corazón y la m a n o a los artistas favoritos, q u e sobre ella podría escribiree un largo libro d e m u y sabrosa y divertida lectura. M u c h o s son ios casos que Conozco d e pasiones flcinc=> máticoamorosas* más o m e n o s d u r a d e r a s ; pero, entre todos ellos, descuella el que t u v o por protagonista a S u c Carol, la joven actriz rea cicntcmentc incorporada al cinema americano. Entre los n u m e r o s o s a d m i r a d o r e s descono= cidos de la linda estrella había u n o d e l estado de Ohío p a r t i c u l a r m e n t e asiduo; la escribía diariamente y, a u n q u e ella jamás había cons testado, él la trataba como si v e r d a d e r a m e n t e hubiera recibido el dulce sí. F i n a l m e n t e , u n día, envió u n a especie d e contrato, redactado en términos abos^descos, en el cual se esta* blecía que si, dos semanas más tarde, ella n o había contestado n a d a , quedaría t á c i t a m e n t e entendido su compromiso de casarse con el h o m b r e de Ohío antes d e un año. T a m p o c o esta vez se t o m ó Sue Carol la molestia de cons testar y al cumplirse el plazo recibió el siguíens te telegrama: «¡Hurra! N o ha contestado y d e aci^erdo con nuestro contrato es mi p r o m e t i d a . L e g a l m c n t c no puede casarse con otro.» Terrible amenaza d e la q u e se h a b r á n bur» lado m u y lindamente S u e Carol y su novio oficial, el simpático galán r u m a n o N i c k S t u a r t .

EL ESPEJISMO

DE HOLLYWOOD

¡Ir a California, trabajar e n u n o d e esos magníficos estudios' popularizados p o r fas re=. vista» d e todo el m u n d o , ver a los «astros» rutilantes que el oro americano s u p o r e u n i r en el pequeño perímetro o c u p a d o p o r Los Angeles y su arrabal Hollywood! S u e n o q u e .

acariciado por millones d e c a b e c i t ^ locas _en los rincones d e la tierra, es como u n viento c

menta que empuja hacia las playas califomianas a l u d h u m a n o c o n d e n a d o a perecer entre los d e la realidad. Dígalo, si n o , Jacit Castello q u e , decide su a España, sólo recibe cartas p o r este estilo: «Usted que ha estado en Hollywood sabe s e g u r a m e n t e m u c h a s cosas relacionadas con si cine y les artistas. ^También n o ignora q u e en España Hallar trabajo es cosa difícil, por lo t a n t o los q u e t e n e m o s intención d e p r o b a r fortuna ya e n N o r t e a m é r i c a , u otro país, q u e r e m o s y nca cesitamos al mismo t i e m p o la a y u d a de ais guien, ya con su influencia o consejos. »Yo quisiera saber h vida q u e en Holly» wood llevan l o s extras; p o r q u e p o r m & q u e yo m e lo imagine de u n m o d o más o m e n o s exacto, n o p o d r é hacerme n u n c a capaz d e su realidad. L o q u e yo ansio sabet e s : q u é horas son las d e trábalo en eJ estudio; c u á n t o cobran a p r o x i m a d a m e n t e p o r sema na; si h a c e n a d e m á s d e esto algún otro oficio; si es difícil hallar u n a oportunidad para el q u e n o es m u y h e r m o s o , y por ú U

Jack Castello, desde sa regreso a España, después de sa estancia en Hollywood, recibe numerosas cartas de aficionados que le hacen toda suerte de preguntas acerca de la vida en la gran sede de la cinematografía norteamericana. ^Espero pues q u e m e contestará, d á n d o m e .fuerzas para esta lucha e n caso d e q u e m í destino esté en ella, o m e d e s a n i m e si n o h e nacido p a r a ella. »P. D . P e r d ó n e m e , ^ a b e si a través del m a qirillaje se nota si u n o se p o n e colorado?* T o d a la carta es u n poema d e i n g e n u i d a d q u e culmina en ta última frase. ¿ Q u é p u e d e Contestar a esto lack Castello? Lealmente, debe^ ría decir a sus consultantes q u e las camare= ras, las d e p e n d i e n t a s , las m a n i c u r a s , d e Hollys wood—ir.ás bellas q u e ías d e cualquier otra ciu« d a d del planeta—podrían contar su trágica odís sea hasta conseguir esc p u e s t o d e s p u é s d e ha= b e r agotado sus recursos y su resistencia frente a las puertes inaccesibles de los estudios cines matográficos; q u e p o r cada extra q u e llega a convertirse en p a r t i q u i n o h a y cien q u e apenas t i e n e n lo necesario para vivir y mil a p u n t o d e tallecer por inanición. Debería decir esto y otras m u c h a s cosas, pero, ¿a q u é d e s t r ir los sueños dorados de tanto il so? LOS PlNANCfEROS Q eda todavía otro t i p o d e aficionado m á s peligroso q u e t o d o s los d e m á s : es el arbitrista q u e p o n e cerco a la fortuna—real o imaginas r í a — d e los artistas, y escribe c o n s t a n t e m e n t e Sue Carol y su novio Nick Staart, A Sae Carol cartas con proposiciones t a n fantásticas como le salió an admirador que ¡a escribía diariamente, esta q u e recibió Isabel d e Varona: aunque ella no le contestaba, y que la trataba en sus cartas como si ella le hubiera dado el dulce sí. «Conociendo s u simpatía p o r el a r t e cinema» tográfico y sus deseos d e actuar en él c o m o actriz t i m o , si es verdad lo q u e dicen del y editora, me t o m o la libertad d e dirigirme a usted gran n ú m e r o d e extras q u e h a y e n para exponerle las condiciones en q u e yo trabajo. Hollywood. »A/e comprometo a realizar u n p e q u e ñ o film, d e la m i t a d de m e t r o s a p r o x i m a d a m e n t e d e u n film ca= *Con lo q u e ha oído quisiera se r r i e n t e , por la cantidad d e seis m i l q u í n i e n t ^ pésetes, formara u n concepto d e m í ; n o sí terit en e l plazo d e cuarenta días»... go t a l e n t o ; esta es u n a cosa q u e U d . n o p u e d e adivinar, o si sirvo p a r a a r t i s t a ; ¡Los dioses tutelares velen por nuestra [Hibre cine= s i n o si mi a c c i ó n es pura, verdadera matografía! ¿ Q u é n u e v o esperpento amenaza a nues= y n o como la d e m u c h o s tras salas d e proyección si alguna incipiente «estrella» jóvenes, q u e £é llaman afi= se deja seducir p o r tan miríficas promesas? Conven» También Isabel Clonados al cine; q u e sólo dría p o n e r d e m o d a , para evitarlo, entre los artistas de Varona hareci= t i e n e n q u e están m e d i o d e la pantalla, esta súplica ferviente: «De los «finan= bido cartas piatores» enamorados d e a r t i s t a s cieros», líbranos, Señor.» cas en ¡as que se /e hacen fanfásficas proposiciones.. m á s o m e n o s hermosas. AMPARO V E R A R D I N Í

mimmm

CONplriSTA rytL VAH

(Vea asted las fres primeras informaciones de este reportaje en hs números de del 21 y 28 de enero y del 4 de jSrero.} IV HAMBRE Y SUENO

MA Carrera precipitada hasta e! Puente de Se^ govia. Aquí nos detenemos para tomar aliento. Y, sin ponernos de acuerdo, nos sentamos en el pretil. Es noche cerrada. ¿Qué hora será? Imposible, en un régimen así de vida, seguir la pista de las horas. Sólo sabemos con certeza que tenemos dos pesetas. Y esto es un motivo de alegría. Por seis reales podemos dormir los dos én un iecho, a cubierto de la intemperie, y sobran aún cincuenta céntimos. Nos hemos informado perfecta^ mente. El caso es que, además de suefío, tenemos un hambre canina. La comida del mediodía fué tan ligera como la generosidad del Andoval. ¿Se podrá comer algo por cincuenta céntimos? Naturalmente que sí. Si no fué» ramos unos principiantes en esta vida de la miseria, no se nos hubiera ocurrido pensar semejante tontería. Este hombre que hay cerca de nosotros, ¡unto a un tenderete que arroja un humo espeso y maloliente, tiene delante unas cosas que parecen comestibles. -'¿,Qué es esto? -—Rosetas valencianas. ^ ¿ C u á n t o valen? —Quince céntimos cada una. Comemos una cada uno. Y nos quedamos como en éxtasis ante el tenderete, mientras yo acaricio la una setenta que me queda en ei bolsiÜo. Están superiores.

ESTAMPA

Pero no podemos ya dilapidar más que veinte céntimos si no queremos quedarnos sin dormir. Y el sueño que tenemos lo domina todo y nos «la fuerzas para resistir la tentación. ¡Pero bien sabe Dios que, menos el que nos dejen dormir tranquilos esta noche, hubiéramos sacrificado todo por comer de estos pedazos de ojaldre con azúcar hasta hartarnos! LA CASA DE DORMIR

Yo duermo aquí, en la tercera alcoba, según se entra en ei dormitorio del piso bajo, a mano derecha. Hay oíros cinco durmientes en las cinco camas que se amontonan en tan pequeño espacio: dos paralelas a la mía y tres perpendiculares. Para llegar a la cama que me han destinado he tenido que rozar con la chaqueta las barbas de un hombre que duerme panza arriba, con medio cuerpo fuera de las sábanas, lanzando estridentes ronquidos. Si quisie= ra, con sób alargar ia pierna podría darle un puntapié; de lo cual confieso que me sobran las ganas, porque no va a haber manera de dormir con este estruendo. ¿Y qué menos puedo hacer que sacar el pie por debajo de la ropa y sacudirle la cama todo io fuerte que puedo? Pero es inútil. Se diría que ahora ronca más fuerte, como los niños cuando se les mece. Le veo a la claridad de un reflejo que entra por la ventana sin ma= deras, panza arriba siempre y roncando con un estré= pito intolerable. Entonces me incorporo en busca de una de mis botas. ¡Pero ya no me acordaba de que mi calzado son

Yo duermo aquí, en ¡a tercera alcoba, según se-e/dra en el dormitorio del piso bajo, a mano derecha. Hay otros cinco durmientes en las cinco camas que se amontonan en tan pequeño espacio: dos paralelas"a (a mía y tres perpendiculares-

Gracias a que la gente tiene la enerosidad de dejar os braseros en la calle, para que los desgraciados sin hogar, como nosotros, puedan calentarse. (Fotos Benítez-Casaux.)

?

unas tristes zapatillas de goma, incapaces de hacer ruido aun dando una patada sobre un suelo de madc= ra con ellas puestas! Me incorporo otro poco y logro atrapar una de las botazas fuertes, claveteadas de ta chuelas, del estrepitoso durmiente. La cojo con las dos manos y la tiro con todas mis fuerzas contra el entarimado, debajo de su cabecera. Ahora el recurso ha surtido efecto. El ronquido cede unos momentos. Mueve un poco ia cabeza, abre y cic= rra la boca, como saboreando algo. Tranquilo ya, me acuesto de nuevo. Pero, ¡oh do«" lorl Comienzo a oír, en una extraña sinfonía, los dos ronquidos de las camas paralelas a !a mía y los tres de las camas perpendiculares. Y, un poco más débi= les, de las otras habitaciones, vienen infinitos ronqui» dos más, en todos los tonos, de todos los matices, desde uno que parece un continuo gargajeo, a otro que lanza un sibilante zumbido, como el de algún gran mosquito que volase por la habitación. Trato de dormir, sin embargo. Mi sueño atrasado me pesa en los párpados, como si fuera a realizar el tránsito en seguida, y mis miembros cansados sienten la Caricia del reposo, Pero, cuando parece que voy sumergiéndome en eí sueño, un ronquido más fuerte que ios otros, una tos, la entrada de la dueña que da la luz en algún dormitorio de al lado, para dar paso a un nuevo huésped, )^e despierta. Es uno de ios primeros días fríos de la temporada, y la gente se ha apelotonado aquí, sin dejar apenas sitio. Yo he tenido que venir a esta alcoba y Rivero se ha debido quedar en otra. Estoy a punto ée desasosegarme y perder para toda ia noche la esperanza de dormirme. ¡Si lo lograra!... ¡Cómo duelen ahora las rosetas que me he dejado de comer con los tres reales que me he gastado en la camal Siguen oyéndose los ronquidos, ásperos o suaves, fuer= tes o débiles, cortados o sibilantes, de todos los dur= mientes de las cinco alcobas, que están separadas de ia mía sólo por un vano sin hojas y sin cortinas de nin: guna clase. Y sigue, sobre todo, el zumbido de mosquil to que viene del punto más lejano, al parecer, pero que se mete dentro del oído, como sí estuviese cn= cima.

cooperativa para no dejarnos ex» plotar? Busco en seguida con la mirada al vecino de mis pies, al de los ca= tastróficos ronquidos, que está to= davía panza arriba, como anoche, aún inmóvil, con los ojos abiertos, fijos en el techo. El me devuelve ¡a mirada con una perfecta indife» rencia y arroja dos o tres gargajos ruidosos sobre el pavimento. Luego saca ia mano, e inclinando el cuer= po hurga debajo de la cama bus» cando sus botas. Pero solamente encuentra una, la única que per» manecc en el sitio en donde él dejó las dos al acostarse. La otra, la que yo arroje contra el suelo car sus ronquidos, está pl te al otro lado de por do busca. Es preciso que mire debajo de la cama para que dé con ella. El hombre hace un gesto de extrañe* za; pero en seguida se encoge de hombros, como a quien no le sor* prende demasiado que las botas to* men decisiones autónomas durante la noche y se vayan donde quieran por su cuenta.

Gracias a que este buen amigo, cuya cae becera coincide con mis pies, a quien yo be he= cho cejar en su faena en Un irlal pensamiem: to, comienza ahora de nuevo su estrépito. Ya dejan de oírse todos los demás ronquidos de to^ das las alcobas, incluso los de las camas más cercanas a !a mía. Ya só!o se le oye a é¡. Y gracias a este arrullo monótono, de una ad= mirable constancia, sin alternativas y sin fili» granas, puedo, al fin, entregarme a Morfeo después de haber oído a un reloj dar las once-

Les aseguro que es un bien triste despertar, tras dormir hasta saciarse, y sintiendo este débil y agrá» dabie apetito que da el sueño, saber que no se va a poder desayunar como uno querría. Ahora, a la luz grisácea que entra por la ventana, contemplo esta sucesión de dormitorios en que he pa= sado la noche: unas sábanas patentemente sucias, como si cinco o seis parroquianos—¡y qué parroquianos!—me hubiesen precedido en el reposo sobre ellíis después de su última lavadura. Un espantoso olor a carne humana, a sudor, a algo indefinible, envuelve la estancia. Aquí, en la sucesión de alcobas de este piso, hay hasta veinte camas. Ua casa tiene otros tres pisos más, en cada uno d e l e s cuales parece que hay otras tantas, En total ochenta camas. A tres reales cada una, dos» cientos cuarenta reales, o sean sesenta pesetas; doce duros de ingresos todos los días en un negocio cuyo sostenimiento diíícilmente llegará al duro diario. ¿No sería cosa de que los vagabundos formáramos una

Mis otros vecinos de cama ya se han vestido y se marchan, sin cui* darse de decir adiós. Nos miramos, ya solos, con un poco más de cordialidad, como los dos únicos pac sajeros de un barco que se cstu» viera hundiendo. —¿Usted sabe de algún sitio donde se pueda ganar algún dinero? —^¿Trabajando? —Claro. — ¡Pchs! ¡Lo que es trabajando! ¡Está muy malo eso ahora!... ¿Tú eres de la soga? -¿Cómo? Por toda aclaración me muestra la cuerda que tiene Colgada a la cabecera de la caá ma. —No, no pera tenezco a la cofradía—le digo sonriendo—. Pero quisiéramos traba* jar en algo. Somos otro compafíe» ro y yo... ^—¿Sabís algún oficio? —No. ¡Pues sus vais a ver negros! ¿No hay por aquí ningún sitio donde se pueda ganar aunque sea sólo una peseta, por hacer lo que sea? — ¡Hombre, como haber, claro que lo habrá! ¡El caso es encontrarle!... Con esto de la soga todavía puede uno defenderse... ¿mal, eh?... ¡pero uno se defiende!... Es que nosotros no tene= mos soga. • —Tres reales cuestan las Les aseguro a ustedes 90* ao es negocio éste de trabajar. Eran ¡as siete de ¡a mañana cuans do hemos etnpezado, y a ¡as once todavía está'' hamos Con ¡as banas=

tas de verdura de un lado paro otro, ¡y cómo

pesan las malditas!

Se ¡evanta, da unas vudtas por entre ¡as banastas que están en el suelo, se agacha dos a tres veces y vuelve con las manos ¡lenas de colillas, una de un puro. más baratas. ¡Y aun se puén tener por menos! jPero si no tenis pasta!.,, Hay una larga pausa embarazosa. El hombre ha terminado de vestirse y yo estoy listo también. Doy una voz a Rivero, que me contesta a través de las alcobas, y pronto se une a nosotros. Poco después estamos los tres en la calle. No tenemos idea de la hora que es, pero" debe ser muy temprano. —Podríais ir a la Cebada. Allí siempre hay algo que hacer, a lo mejor... —Pero el caso es que no conocemos a nadie... El hombre se queda meditando unos momentos; — jSi estuviese ahora!...—dice como hablando con» sigo mismo-r. Bueno, venir conmigo. Tengo yo un paisano que acaso os pueda encontrar algo... Enternece la encantadora solidaridad de este hombre, que acaba de conocernos y ya está dispuesto a sacrificarnos unos minutos, que a él pueden serle preciosos en su trabajo. Bajamos b Ribera de Curtidon res. Se para ante ia puerta de una taberna y nos dice: —Entrar aquí un momento, si queréis esperar a que desayune. Entramos. Saca del bolsillo un pedazo de queso y un pedazo de pan y se pone a comerlo sin ofrecernos, ni por cumplido. Luego pide un vaso de vino en el mostrador. Rivero y yo nos consultamos. Tenemos veinte cén= timos. Justamente el precio de unos bocadillos de sardinas y pimientos—exquisito bocado, para mí des» conocido hasta entonces-^—que nos saben admirable" mente. Salimos de nuevo a la calle.

Hace mucho frío. Gracias a que la gente tiene la

generosidad de poner los braseros en ias aceras para que los desgraciados sin hogar, como nosotros puedan- eaíenfarse". EL HORROR AL TÍlABAjO

Les aseguro a ustedes que no es negocio este d trabajar. Eran las siete de la mañana cuando hemos empezado, y a ías once todavía estábamos con las ba» nastas de verduras de un lado para otro. ¡Y cómo pesan las malditas! El paisano de mi compañero de alcoba es^un carretero fornido y grandote que, para hacer honor al oficio, no dice dos palabras seguidas, sin in= tercalar, entre éstas y las siguientes, unas cuantas blíis» fcmias. Cuando no blasfema es para decirle a uno: — ¡No seas idiota, que vas a tirar eso!... O también: —¡Ahí va, hombre, ahí va, que te doy dos patas que te troncho! V se viene hacia uno y, so pretexto de ponerle la banasta bien, se la restriega sobre la espalda y la cabes za, procurando hacer todo el daño posible. Lo único que consuela es la buena camaradería de este muchacho que trabaja con nosotros. Cuando nos ve hacer un gesto de protasta, ante ¡a brutalidad del stniy, él nos tranquiliza, dándonos el ejemplo de su sonrisa humilde, de perro fiel. —Es muy brutote, pero bueno—nos asegura de vez en cuando. Hace tres meses que trabaja con él y está contento. Le da una peseta por ayudarle en esta faena de la í^escarga todas las maiianas, y esto le sirve para tener un punto de apoyo en su vida. Después, por la tarde, se dedica a mozo de cuerda, por la noche a avisador de «taxis», y, entre unos y oíros trabajos, realiza todos los servicios que se le presentan: allí , donde están haciendo algo él acude y ayuda: si le dan algo, bueno, y si no, otra vez será... — ¡De esta manera hay d á que salgo por cinco pesetas !-~nos dice. Todo esto nos lo cucnts coando hemos terminado el trabajo, sena tados al sol, mientras esperamos al amo que ha de pagarnos. —¿Queréis que echemos un cigarro? Le miramos sorprendidos: ^ N o s o t r o s no tenemos tabaco. —^No importa, por aquí hay siempre. Es un buen Cruza frente a nosotros un muchachito con una cara sitio. aguda, que ¡leva las manos en los bolsillos. Detrás viene Se levanta, da unas vueltas por entre las banastas otro muchacho coa una hogaza de pan debajo del brazoque están en eí suelo, se agacha dos o tres veces y vuelve con las manos llenas de colillas, una de un puro. de resultas de nuestro chasco, y él había decidido dejar Rivero y yo nos miramos maravillados. ¿Querrán aquella compañía... —^¿No estabas contento con ellos? Ustedes creer que no se nos había ocurrido, ni por un —¿Contento? ¿Se puede estar contento viviendo momento, una cosa tan sencilla? ¡Y eso tratándose de una cosa que uno ha oído tantas veces referir! Fuma= así? Siempre en ascuas, pensando en ir a la trena. ¡Y luego siempre pensando que haces mal! mos este extraño tabaco, mezcla de las más variadas —¿No te gusfci el oficio? clases, sin ningún escrúpulo. ¡Cuando se llevan veinte horas sin fumar no se tienen los menores escrúpulos —No, no me gusta. No consigo hacerme a la \¿ea en fumar lo que sea! ¡Y qué bien se saborea, qué bien de que soy un... sabe este cigarrillo, bajo el sol dulce que cae sobre Se caWa, como horrorizado ante la idea de pronnn= nosotros, descansando de estas fatigas de la mañana!... ciar el calificativo debido. Yo me alegro de esta buena disposición del Rabio, porque desde el momento que le vi me pareció el muchacho más apreciable de CÓMO SE PUEDE ALMORZAR BARATO la pandilla, tan modosito, con una cara de tan buena persona. Nos han dado una peseta por barba. ¡Una peseta por cuatro horas de trabajo rudo, de bestia de carga! —Pero ya veis—continúa—, ¡parece como £i no Pero no sólo no hemos protestado, sino que hasta quisieran que uno dejase esta vida! Anoche mismo, hemos dado las gracias efusivamente a quien nos la cuando iba a mi casa a dormir^ dispuesto a hacer una daba. ¡Con una peseta!... no podemos ahora precisar vida honré, ipaf!, me encuentro con que la patrona bien las cosas que podrán hacerse, pero se deben me había echado el cerrojo de la puerta pa que no poder hacer muchas cosas. A medida que avanza el entrara. Ya me lo había dicho varias veces que lo iba tiempo que se lleva viviendo así, se va perdiendo la a hacer. ¡Claro, como hacía tres meses que no cobra= noción del valor que uno daba antes al dinero. ba! Además, anoche no he cenado, ni he comido Por de pronto, con una peseta se puede comer, nada desde ayer por la mañana... lo cual ya es una suerte. jPero lo que es esta ve» Se calla sno» momentos, luego aprieta los puños leidosa divinidad que llaman Suerte! Precisamente y ruge: ahora, que tenemos dinero para comer, se nos prcs — ¡Pero maldita siá la!... hoy no me quedo sin senta, inesperadamente, una ocasión miagnífica de ha= ¡alar, por estas... (y se besa una cruz que hace con cerlo sin gastar un céntimo. los dedos). Estábamos aún en la plaza de los Carros, decidiendo Yo me enternezco: adonde dirigirnos, cuando oímos junto a nosotros: —Nosotros tenemos dos pesetas. ¡Quizá pudiéramos comer los tres!... — ¡Hola, muchachos, qué tal vais! Era el Rubio. AI principio me sobresalté un poco, El Rubio nos mira con un poco de maravilla en los porque creí que nos iba a decir algo por lo de ayer,. ojos. Pero reflexiona: pero me tranquilicé en seguida. £1 Rubio nos habló —No, con dos pesetas nos quedaríamos los tres sin de! suceso, pero casi felicitándonos por lo que habíamos comer... Aguardar aquí, que voy a por un repoHo y hecho. £ / Chafo y el Andoval estaban en la cárcel. alguna cosilia más.

Tratamos de disnadiríe. Pero é! está furioso: — ¡No, no me quedo más sin comer, aunque se hunda el mundo! ¡No pue ser!... Y desaparece. Le esperamos un poco por curiosi= dad, y otro poco por la simpatía que este muchacho nos inspira. Todavía tenemos la ilusión de verle volver y venirse con nosotros a compartir las dos pesetas de comida con que nos vamos a obsequiar. No tardamos en verle reaparecer. Nos mira sonriendo y se queda parado, como quien toma sencillamente el sol. hn seguida le da una patada a algo que viene rodan= do hasta las banastas que hay junto a nosotros: es un gran repollo. El Rubio se acerca lentamente, con e! aire de indiferencia de quien da un paseo sin objeto, y se limita a decir, para explicarnos el origen de aquello que coge del.sucio y se pone tran= quilímente debajo del brazo, como si to aca=> bara de comprar: — ¡Encontré unos amigos por ahí!... Empezamos a comprender: —¿Y ellos fueron los que te echaron e! re;; pollo? •—Claro, Hay <\i¡z saber un poquito de fútbol también. Uno le dio una patada con disimulo, al pasar por el puesto, y sé le combinó a otro que estaba más allá, y éste me le combinó a mí. Son dos amigos. Ahora vendrán. Han ido a por un poquito de longaniza... —¿También se juega al fútbol con la longaniza? El Rubio sonríe: No; se afana. Luego se pone melodramático y da un suspiro: ¡Y que uno tenga que seguir haciendo esto!... ¿Por qué no buscas trabajo? ¿Dónde? Estás tres días buscándolo, y luego, si mano viene, te matan a trabajar y te dan dos pesetas. a eso!... De pronto estalla un griterío ensordecedor en el creado. Se oye, sobre todo, chillar a las mujeres: A esc, a ese!» El Rubio atiende al vocerío un poco inquieto: Será el Ratón. Nos explica que el Ratón es uno de los migos encargados de arrear con la Iongani= . Todavía Continúa el vocerío y allá en el n;uercado se ve correr a la gente de un lado tfefSf—otft)' cuando cruza, frente a nosotros, un mut chachito delgado y pequeño, con una cara aguda, que lleva las manos en los bolsillos. Al pasar mira lcvc= mente hacía nuestro grupo: — ¡Ahí va el Ratón—dice el Rubio—. Vamos. Y ncs vamos tras él, que ha echado por la calle de Don Pedro. Detrás de nosotros viene otro muchacho con una hogaza de pan debajo del brazo. —¿Por qué lo lleváis así, al descubierto?—pregunto, cuando más tarde estamos todos reunidos en las Vis= tillas. . —Tema, porque si lo llevamos escondido, en segni= da ven que lo hemos quitado. ¡Miá t ú éste!... Bueno, venga un poco de ese embutido, que parece que tie buena presencia.... Toma un poco tú... Nosotros nos negamos terminantemente a comerlo. Nos despedimos. ¡Pero, al marchar, volvemos cons* tantemente los ojos, prendidos en el metro y pico de longaniza con que se quedan para ellos solitos! (Dibujos de Rivero C.il.)

iGNACío CARRAL

- ^ La quinta información - ^ de este emocionante reportaje se lítala

U n ex nombre y otro que no ¡legará a nombre ntinca y aparecerá en el próximo número de ESTAMPA He aquí los títulos de sus interesantísimos episodios: UNA CASA DE COMIDAS UNAS JUDIAS LA SIESTA EN UN BASURERO ¡LOS POBRES DESGRACIADOS QUE SOMOS! EL CONMOVEDOR SUPLEMENTO

DE UNA CENA JUANITO EL TONTO LA

fílSTORiA

y DE DON

NICOLÁS

EL FÚTBOL VIGUÉS

Fernando de Castro, capitán del ^Real Vigo Sporfing» durante seis años y hermano del ex seleccionador na" ' cional gallego. LA BRILLANTE HISTORIA DE LOS «ONCES» DE VIGO Y LA CORUÍJA ÜTBOLÍSTICAMENTE Galicia cstá dividida en d o s _ciudades: Vigo y La C o r u ñ a . De esas d o s cans t e r a s gallegas han salido notabilísimos jugadores, que

L o s p r i m e r o s partidos d e fútbol jugados e n Vigo tuvieron tugar en el ano 1896, entre u n team formado por ios oficiales del cable ingiés, residentes en aquella población y distintos equipos d e la escuadra inglesa, cada vez q u e u n barco británico bacía escala en a q u e l p u e r t o . Estos e n c u e n t r o s fueron sujetando ia atens ción d e los jóvenes vigueses, q u e en 1904 y s u m a d o s a los ingleses del cable, constituyeron varios «onces», e n t r e los q u e se destacaban p o r su potencia el eVigo» y el «Fortuna». Al siguiente año se d i s p u t ó ya el p r i m e r campeonato gallego, y en 1907 el «Vigo» t o m ó p a r t e , p o r p r i m e r a vez, en el campeonato d e España, d i s p u t a d o en Ma= drid, y en el que el club vigués obtuvo merecidas y difíciles victorias sobre conjuntos tan poderosos c o m o el «Vizcaya F . C » , representante d e las tres provin= cias vascongadas.

El "Real Club Fortuna», de Vigo, campeón de Galicia y Asturias en 1909, con los trofeos ganados en años anteriores. De izquierda a derecha y de,pie: Juan Rodríguez Vázquez (Choni), Highans, Templemant, Raúl López, Rafael Tapias (presidente del Club), L. García, Manolo Lago y Jacobo Conde; sentados: Moran, Pancho Estévez, Paco Lago, F. Artigas y Alfredo Ruiz. en diferentes club españoles y en el mismo ^once» nacional se distinguieron e x t r a o r d i n a r i a m e n t e . D e n t r o d e una región es difícil que el fútbol haya e n c e n d i d o t a n apasionadas hogueras como en Galicia c u a n d o sobre el t e r r e n o de juego se d i s p u t a b a n la vics toria los club titulares de d o s poblaciones fraternas: La C o r u ñ a y Vigo. Dos grandes potencias del de= porte; dos valores futbo listicos casi iguales... Y sin e m b a r g o , entre a m b o s existen diferencias d e t é c nica y de táctica

dríguez y Pancho Estcvez, d e s p u é s afiliados al *F. C. Barcelona», con el q u e actuaron en una final del cam= p e o n a t o , en la q u e t a m b i é n obtuvieron el codic'ado título nacional. D e aquellos t i e m p o s son t a m b i é n Luis García, F e r n a n d o d e Castro, Raúl López y otros m u c h o s a ú n residentes en Vigo y entusiastas a d m i r a d o r e s del equi= p o vigués. LA LUCHA INTERIOR

D u r a n t e m u c h o s a ñ o s Vigo se dividió en d o s ban= dos, p o r la reñida competencia del «Vigo» y el «For= tuna». Cada vez que se enfrentaban los dos teams la ciudad palpitaba a p a s i o n a d a m e n t e , y mientras los equipos se d i s p u t a b a n el triunfo, los partidarios d e Cada '-h^^ oponían a los d e l o t r o el ceño adusto y el a d e m á n hostil y agresivo.

Equipo del Wige Foot=BaH Club» durante la temporada 1906=1907. De izquierda a derecho y de pie: M . Ocaña, Vidales, /esas Rodríguez Vázquez y Gonzalo Aranoz (delegado); sentados en segundo término: Baraja, R. Alonso Cuenca y A. Ocaña; sen= tados en primer término: m. Alonso Cuenca, Nieto, A, Alonso Cuenca, Pepito y José Valderas.

D e los eqnipiers del «Vigo» d e 1905 era A n t o n i o Alonso, luego campeón d e España en fas filas d e l «Madrid Foot Ball Clubs—hoy olvidado del d e p o r t e para a t e n d e r a la fabricación d e conservas—. Pepe Ro=

De a q u e l - e n c u e n t r o , en el que los dos «onces» de= bían p o n e r en juego todas sus fuerzas, el vé^ncedo»salía s i e m p r e maltrecho, d i s m i n u i d o en su potenciali= d a d , m e r m a d o en su efectivo valor, para acabar con frecuencia recibiendo una derrota al c h o q u e con otros equipjos, q u e n o tc= nían rival considerable en su locahdad.

EL «CELTA»

AI fin la lucha d e ios d o s equipos vigueses tuvo el t é r m i n o lógico y razo^'

na ble. Vigo es u n a c i u d a d d e espiritualidad británica, d e c o s t u m b r e s británicas, d e británica fisonomía. El coruÉcs, p o r el contrario, está lleno d e vehemencias y de espontaneidad. Así, Vigo tenía que ser en el fútbol gallego el d e p o r t e científico V La Coruña el entusiasmo y !a i m p u l s i vidad deportiva.

Vista general del Stadium de Balaidos, campo actual de! üCelta^. Las gradas de preferencia, que sé ven a la derecha, han sido mejoradas recientemente con una gran cubierta para preservar al público de la lluvia. (Fotos Pacheco.)-

El «Vigo» y el «For>t u n a <« c o m p r e n d i e n d o — aunque tarde — que de aquella competencia in^ terior n o sería n u n c a su c i u d a d la q u e obtuviera frutos, se fundieron en u n solo c l u b , el sCelta*. q y c bien p r o n t o consi= guió victorias señaJadísi= mas, n o alcanzadas hasta entonces por ningún «once» vigués.

estampa

El último equipo derecha: Siscate,

del <,
Unas veces el <
El a/timo equipo del «Vigoy> antes de la fusión. De izquierda aderecho: Dimas, Moncho Gil, Hermida, Pío, Chirroni, Ramón González, Otero, Ouerait e Isidro. Queralt

Ramón González y Otero, citados ya anteriormente. T a m b i é n es de Vigo ei ex seleccionador Manolo de Castro, u n o de los más competentes directivos que ha t e n i d o ei deporte en España; periodista deportivo que ha rodeado de prestigio su firma Handicap.

Penilla, Encinas,

preferente en ios cuadros de honor de nuestro fútbol. Sus jugadores no llegaron a las filas de! «Celta» «caza= dos a lazo». Gallegos todos ellos, cuando se vistieron el maillot vigués lo hacían y lo hacen empujados por sentimientos de cariño a su tierra. Vigo dio jugadores a Barcelona, a S a n t a n d e r , a Sevi= Ha, a M a d r i d , pero nunca salió de Vigo esa sirena que va de población en población m u r m u r a n d o p r o m e sas en los oídos d e los futbolistas, para arrancarlos de sus c l u b r . . .

EL FÚTBOL EN LA CORUNA EL PRIMER CAMPO DE JUEGO

El año 1905 se constituyó en La C o m o en casi todas las poblacio= C o r u ñ a el «Corunna Foot=Bali Club» nes d e España, el p r i m e r c a m p o — p r i m e r equipo ¡ocal-—, de cuya d e fútbol vigués fué un velódromo: vida fué iniciador D. José María el enclavado en los terrenos del Abalo Abad, que acababa de res Malecón. gresar de Inglaterra, d o n d e practi= có brillantemente el deporte apasio= Allí recibió Vigo la visita de los n a n t e y popular. primeros c o m b i n a d o s de la escuadra inglesa, q u e si ai principio p u s — ¡Lo que trabajó aquel h o m b r e dieron ser como los maestros de hasta conseguir que en La Coruña los vigueses, n o t a r d a r o n en c o n o se lleg^ara a jugar al fútbol!—me cer la derrota. Pronto los jóvenes dice un veterano equípter del «Co^ de Vigo a p r e n d i e r o n la lección de= runna*—. Su emoción cuando ei portiva de los sajones. club coruñés jugó oficialmente el p r i m e r e n c u e n t r o , el 20 de marzo V ya aleccionados, d u e ñ o s de un El «Rea! Club Celtas, campeón de Galicia en la temporada I929¡-30 De pie y de izquierda a estilo de juego peculiar, ei fútbol derecha: Vega, Cruset, Paredes, Cabezo, Lilo y Hermido; de rodillas: Reigosa, Losada, Rogelio, de 1904, contra un team de! vapor británico Diligent, n o puede des^ vigués a b a n d o n ó el velódromo de! Polo y Piñeiro. (Fotos Pacheco.) cribrse... Malecón para establecerse en tcrre» nos de Coya, d o n d e el deporte local tuvo una culmi= —¿Vive a ú n ei introductor del fútbol en Coruña? EL «CELTA» DE HOY nación magnífica. —Sí, sí... Actualmente es profesor de lengua ín= lesa en la Escuela de Comercio de Guipúzcoa. Pocos clubs pueden alegar merecimientos históricos LA SALIDA PARA AMBERES tan rcsísctables, como e¡ «Celta*, para figurar en lugar Fué en Coya d o n d e se congregaron nuestros pri= meros crojos*; los primeros olímpicos, ios de la «furia» -SiíMsa, de Coya salieron. Y en aquella expedición icrn.aban vigueses como M o n c h o Gii, Luis Otero V Raüi'Jr: González, que enlazaron a ios primeros triunfos mundiales del fútbol españoí el n o m b r e de su ciudad.

LOS

PRIMEROS

CLUBS

— G r a n parte de ios jugadores de! *Ccruni a» eran a l u m n o s de la «Sala Calvete, gimnasio y sala de armas t^ue dirigía - y dirige a ú n - don Federico Fernández Amor Calvet, en la que se cultivaban !a mayoría de los deportes, y de allí nació un grupo d e n o m i n a d o marítimo, que fué' más tarde el «Club Náutico", del que luego tendría origen el «Real C l u b Deportivo», M e d i o en b r o m a y medio en serio, una tarde los aium= nos d e la «Sala Calvet», que n o pertenecían al «Co= runna», desafiaron a éstos a un partido de fútbol. Aceptado el reto se celebraron dos encuentros ios días 9 y 10 d e diciembre de 1906, con ios resultados d e una victoria y un empate, a favor de los jugadores de la «Sala», Y este favorable tanteo animó a los del «Gimnasio Calvet» para fundar, el 9 de enero de 1907, el «Ciub Deportivo''; formando su primera directiva con los n o m b r e s de don Luis Cornide Quiroga, don Rogelio Fernández C o n d e , d o n Emilio Alba, d o n }osc Longueira, don Gonzalo Villanueva, d o n losé María Urioste, don Juan L o n g y d o n Salvador Fojón.

VIGO Y EL FÜTBOL SUDAMERICANO

Los grandes jugadores olímpicos d e los combina= dos sudamericanos encontraron en c¡ fútbol vigués el adversario más t e m i b l e . F u é en Coya también d o n d e el í'Boca ¡unicr* argentino sufrió su primera derrota en España, y d o n d e el campeón olímpico, que se líevó ei título de Coiombcs al Uruguay, sólo consiguió a n t e ei equipo d e club, del ^Celta», u n empate logrado m u y apuradamente. En Coya se ha jugado el match internacional H u n s gría=España, que t e r m i n ó con la victoria de nuestros colores; y el e n c u e n t r o Lisboa=Ga¡icia, en e! que los portugueses alinearon su team nacional y e! equipo gallego hallábase constituido por jugadores vigueses exclusivamente.

EL PRIMER CAMPO, EL PRIMER «TEAM'> Y LOS PRIMEROS COLORES

ELEMENTOS INTERNACIONALES

De Vigo han salido varios jugadores iníernaciona= les: Balbino, Polo y Pasarín, además de M o n c h o Gil,

DOS

D. Federico Fernández A. Calvet, entusiasta deportista, a cuya iniciativa se debe !á fundación del
¡El corralón d e la Gaitera! En el Corralón de la Gaitera se disputaron aquellos partidos entre el «De

encuentros sobre el «Kácingw, d e irún, potentísimo en aquella fe cha, y sobre el «Internacional'), de Lisboa, campeón de Portugal. 191?: G a n a la «Copa España» en t o r n e o nacional de la «Pede ración Española d e Clubs d e FootsBall» y se clasifica de nuc= vo como Campeón provincial.

portivo» y el <'Corunna», en los que los entusiastas amigos d e uno y de otro ciub llegaban con frecuencia a las m a n o s . Como en Vigo el «Vigo* y ci «Fortuna*, en La C o r u ñ a el «Coa runna>> y el «Deportivo» se gasa taban en luchas interiores, que favorecían siempre a los clubs de fuera de la localidad. C o m p r e n d i é n d o l o así, poco a poco ei «Corunna» fué perdien=' do energías, y al fin q u e d ó solo el «Deportivo'' EL PRIMER TÍTULO DE CAMPEÓN

REGIONAL

El «Real Ciub Deportivo de La Coruña», enemigo temible para cuantos aquipos visitaron la capital gallega, n o p u d o , sin embargo, conquistar el campeo^ nato de la región hasta la fem= porada 1926=27, clasificándose en aquel torneo en p r i m e r lu=

Partido «EspañoleDeportivo» de las finales del Campeonato de España en ¡910. En este encuentro la nota pintoresca la dan ¡os jugadores madrileños, algunos de los cuales jugaron, como pueden ver, con . el sombrero puesto.

gar y con cinco p u n t o s de ventaja sobre el «Celta». Defendían los colores del «Deportivo^: Isidro, Otero, Rey, Viar, Redondela, Fariña, G u i l l e r m o , Vázquez, Ramón, Chaco y Alonso.

Península varios e n c u e n t r o s , logrando en todos ellos la victoria... Hasta que llegó a La C o r u ñ a , d o n d e la aco= mctividad del «Deportivo» logró dar a Inglaterra la primera lección de !o que puede ser el d e p o r t e

El equipo del «Real Club Deportivo» en 1908, época en que la nueva agrupación se dio a conocer fuera de La Coruña. (Foto Pardo Resucra.) PAGINAS BRILLANTES DEL FÚTBOL CORUÑÉS

Traigamos a estas páginas el recuerdo d e las más afortunadas actuaciones del fútbol coruñés, Ctasifie cadas por orden cronológico, son las siguientes: 1907=1908; Se clasifica para el campeonato regional. 1909: Con el título de «Real Club" el «Deportivo» coruñés inau= gura el bello campo d e Riazor, oro ganiza u n campeonato provincia! y se adjudica la copa aGabino Buga= Ilal», que dio lugar a interesantisi= mos matches. Posteriormente juega la «Copa Compostela», e m p a t a n d o a' dos goals con el «Real C l u b For= tuna», de Vigo, 1910: Representando a Galicia acude al campeonato de España, que se disputa en M a d r i d . Celebra su primer p a r t i d o con ei «Español*, madrileño, y c! segundo con el «F. C. Barcelona» Para premiar la actuación nota= bilísima del «Deportivo» la Federa= ción Nacional creó un segundo pre^ mió, consistente en 500 pesetas y once medallas de plata. 1911: La escuadra inglesa que vis sitó la mayoría de los puertos cspa= fióles, constituyó un fuerte equipo de fútbol, que jugó en nuestra

Desde 1914 el «Deportivo» p a sa hasta 1918 por u n a difícil 51= tuación interior. Los elementos «deportivistas» se dividen en va ríos g r u p o s , y el í u b ve d e s c e n der su potencialidad. Luego vuelve a recuperar sus energías d e otros tiempos y llega a o b t e n e r triunfos t a n difíciles y meritorios como los alcanzados s o b r e el íDundee», de Glasgow, invencible hasta entonces en su visita a España, al que hizo el «Deportivo» coruñés cinco t a n t o s por un se lo goal áe los profesión nales escoceses.

Con los Campeones d e ! m u n d o d e l t o r n e o de Colombes d i s p u t ó dos encuentros, en los q u e los uruguayos sólo lograron vencer por la di= ferencia d e u n goal... ¡y esto ayudados eficazmente por el re/eree—7uruguayo también—-señor Mignoli!...

Equipo del <(DeporfÍvoi> que en 1911 dersotó a una formidable selección de la Escuadra inglesa, victoria comentadísima por los críticos deportivos de toda España.

popular británico ejercitado por jugadores iberos. ¡Diez V ocho años antes del triunfo nacional español sobre el e q u i p o de selección inglesa, ya s u p o e| fútbol c o r u ñ é s i m p o n e r n u e s t r o brío 3 la mejor técnica sajona! 1912: C a m p e ó n del N o r o e s t e , ganador de la Copa del A y u n t a m i e n t o de L u g o y vencedor en distintcs

— L o s gastos del club en los p r i m e r o s t i e m p o s , se satisfacían con la cuota de D I E Z C É N T I M O S SE= M A N A L E S . . . — m e dice el actual secretario del «De= portivo». H o y se pagan por la Caja del club u n a s doscíen= tas mil pesetas anuales...

El actual equipo del
UNA ANÉCDCT-\

Esparza, González,

El actual secretario del club co= r u ñ e s n o s cuenta el episodio, que t a n t o p u d o influir en el torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos de C o l o m b a s , Antes d e trasladarse a Francia el equipo del U r u g u a y jugó e n España algunos e n c u e n t r o s . Con el «Celta» e m p a t ó en Vigo... A! acs t u a r por primera vez en La C o r u ñ a sólo p u d i e r o n vencer al «Deportivo* p o r u n goal. V e n ei s e g u n d o ens c u e n t r o , auxiliados por el arbitro, lograron ganar, pero t a m b i é n por u n t a n t o ú n i c a m e n t e . . . Aquella t a r d e pasó verdaderas angustias el «once» que luego lograba e! campeonato m u n d i a l . . . p o r q u e la n o c h e anterior los sudamericanos habían recibido u n cable de M o n t e v i d e o , ordenán= doles regresar a su país si n o gana= han en La Coruña. Un c/iuí certero del gran Ramón González estuvo a p u n t o d e costarles a los uruguayos el triunfo de los juegos Olímpicos... JOSÉ R O M E R O C U E S T A

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A reciente Exposición de Rigobcrto Soler en el Salón del Museo Moderno ha sido para niu= chos una sorpresa. Para bastantes una paradoja. ¿lm= presionista? ¿Clasicista? ¿Soroliista? ¿^uíoaguísta? Quienes sepan que Rigobcrto Soler es valenciano y estudió con ¡osé Mongrell, el más aventajado y con= secuente discípulo de Joaquín Soroüa, tal vez no se expliquen la evolución desordenada de su arte. Si se exceptúan algunos apuntes y los cuadros playeros, donde el so! juega un pape! principal, poco queda, en efecto, del sorollismo; por !o menos del sorollis= mo a ia manera que nos lo presenta la tradición im= presionista. El salto, por ejemplo, desde ePcscadores del mar de Ibíza» a los retratos del marqués de Legarda, Ma= ría Rita y la señora de D, R. S., es cosa que no puede justificarse normalmente en la historia de núes» tra pintura. Hay que hablar, pues, de evolución desordenada. Estamos habituados a la linea recta, sin más relie= ve que la lucidez momentánea de algún genio fugaz. Y nos cuesta cierto trabajo acomodar nuestro equili^ brio a los vaivenes con que se agita el Arte contem= pcráneo en todos los países. Habíamos' hecho la cla= sificación-—ahora se ve que prematuramente—del im« presionismo español en dos trayectos: pintoresco y lu? minista, o, por otros nombres, vasco y levantino. Ene tre los dos cabían matices intermedios; mas no ten= dencias conciliadoras. ¿Cómo hemos de aceptar a un pintor cual Rigobcrto Soler que no sólo participa de ambas corrientes, sino que adopta formas y técnicas que las relacionan y unifican? Parecía más cómodo y, sobre todo, más dentro de las normas pictóricas españolas, q u e procediendo por contacto directo de la pintura de Sorolla, hobie^ se continuado la rígida disciplina soroHista. Mus

chos que se precian de conocer a fondo la obra de Sorolla, demuestran ignorar el verdadero tem •• peramento del gran artis • ta valenciano. Hijo de su época, se contrajo a los rigores de la actualidad: el naixiraiis=mo, el aire libre, la luz... Cotirbet, BastÍen=Lepa e, Manet... Pero no renegó de su condición privile giada de espaiiol. Tam bien por Courbet y Manet se filtraban las sombras gi= gantescas de Velázquez y Goya. Cuando, en 1902, Sa= lomón Rcinach, en sus •iMaría lecciones de la Escuela dei Louvrc, desentrañaba el misterio de! impresionismo francés, trasladando su nacionalidad 2 España y su origen a ia§ dos citadas grandes figuras, ya {caquín SoroUa había anticipado la explicación plástica de aquel fenómeno que conmo • vio los últimos años del siglo xifí. La obra de Sorolla arranca de Velázquez. Más exacto: sin Velázquez que vio la atmósfera y vaioró el aire y la luz, Sorolla no hubiersi sido posibíe. No lo hubiera sido antes Goya, el otro precursor dei ima presionismo naturalista. ¿Qué sorpresa puede haber, por lo tanto, en que otro pintor moderno, interpretando inteligentemente la pintura de Sorolla, recorra a la inversa.su camino? Rigobcrto Soler, en quien se juntan ia maestría

Rita^, cuadro de Rigoberto Soíer. técnica y !a aforturada inspiración, ha comprendido 3 Soioila con sa sagacidad de que carecen cuantos consideran su obra como la simple importación de nn movimiento artístico extranjero. Lo ha comprendido, lo ha estudiado y, valga la imagen, ío ha vuelto del revés. Todo el Arte actual tiene un palmario carácter de vuelta al revés. En definitiva las mayores evoluciones no sen sino reacciones evidentes. Mudios siglos de pro reso artístico y de perfeccionamiento técnico nos conducen de nuevo a !as ingenuidades primitivas y a las formas técnicas rudimentarias. Rigoberto Soler nos ha enseñado cómo puede des= doblarse una tendencia para volver, por evolución, a su lugar de origen. Practicando el impresionismo, y, más concretamente el sorollismo, alcanza en su re= troceso—que es avance a la vez—hasta los aledaños de Velázquez. En la Exposición del Museo Moderno descubrimos el itinerario: «Pescadores de Ibiza^, «En la azotea», «Día de marzos, «Retrato de M a r á Ritaft— luz, aire libre, naturalismo... Manetj Bastien^Lepage, Courbet. Es as! como la tendencia luminísta o levantina, que se ere a divergente de la pintoresca o vasca, llega a concillarse con ésta sin forzar demasiado las fronteras del impresionismo. En U pintura de Rigoberto Soler parece que se dan la mano Zuioaga y Sorolla. Ambos sienten de la misma manera el arraigo de la tradición y el estimulo de ia actualidad. Ambos, en apariencia sensibilidades dispares en cuanto a la expresión, aca= ban por reconcitiarse ante Velázquez. Al uno le inte= resa sini^larmente el carácter, la robustez del trazo veiazqueño, la sabiduría y la emoción un poco violenta de la realidad. Al otro le tientan sobre todas las cosas, la atmósfera y !a luz, ese aire impalpable que sin embargo, se hace casi tangible en los cuadros de! glorioso maestro del siglo XVii. Pero, ai término, los dos se encuentran. ¿Cómo siendo tan clara la 'ección no la había veri tido a un lenguaje vulgar ningún pintor de los acrc= ditados como representantes de las tendencias vúsca y levantina? Lo cierto es que hasta conocer la pintura concilias dora del valenciano Kigcberto Soler, tampoco nos= otros lo habíamos visto con esta claridad. GíL F Í L L O L

«Recogiendo las redes», óleo de Rigoberto

Soler.

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(Fotos Moreno.)

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i^Wc DESDE LnjOS

A boticaria, envuelta en su blanco u n i f o r m e , se asoma a la puerta de su despacho para dar ale gún descanso a los ojos. Recostada en el quicio d e la puerta, deja q u e su mirada se pasee por las paredes enjalbegadas de las casas, que se e n r o s q u e en las fIo= ridas rejas meridionales, q u e se anegue de azul, allá lejos, sobre las casas^ iñs rejas y el pueblo... Pasan ios mocitos morenos con su s o m b r e r o de alas anchas sobre la frente, y su reposado a n d a r . Pasa u n auíomó= vil, de matrícula nostálgica, cubierto de polvo. Pasan reatas d e caballerías... La boticaria sale hasta el centro de la calle y se vuelve a c o n t e m p l a r la fachada de su casa- Sobre el dintel d e la puerta=vidriera luce este rótulo: FARMACIA LICENCIADA

JUSTA

BERMEJO

La acción ocurre en una calle de Almendraicjo, provincia de Badajos. La boticaria es u n a m u j e r ¡oven, una muchacha todavía. T i e n e la tez morena, los ojos vivos, y el pelo b r a v a m e n t e p e i n a d o , con gracia simpática. Contem= pía su n o m b r e y su título y sacude ios h o m b r o s con u n gesto llene de energía. Sería ofenderla tomarla como pretexto para contar a q u í el aria lánguida y triste de las señoritas de provincia q u e han vivido en M a d r i d y se alimentan con los perfumes morbosos del r e c u e r d o . ¡No, por Dios! Ella n o es mujer para de= jarse ganar a traición por embelecos. Acaso un m o m e n t o se ie quiebra en los ojos una llama lejana, pero nada más. Ella tiene la absoluta responsabilidad de su vida

y n o Ja pueáe perder en revivir q u i m e r a s . — ¡Señorita Justa, esta receta, p r o n t o ! —¿Cómo está tu madre? — igual, — ¡Vaya por Dios! La señorite Justa entra en su laboratorio y comienza a preparar el pedido. Un poco de esto, un peco de aquello, balanza, matraz, almirez, todo con u n a precisión, una segu= ridad y un tino perfectamente femeninos. La receta está despachada. —-Toma, y que se alivie t u m a d r e . Llegan nuevas recetas. La clientela es niic merosa. En algún descanso, otra vez al quicio de la puerta a mirar el cielo azul y las casas blancas y los mocitos m o r e n o s d e pausado a n d a r . En otros descansos, una vuelta por la cocina y por las habitaciones d e la casa, para que las criadas n o se d u e r m a n y esté t o d o en orden y a p u n t o . Al finalizarla jornada, cuando caen los cie= rres de la Farmacia, la boticaria a b a n d o n a su bata. N o le pesa su oficio y, sin embar= go, siente siempre como un alivio, como una liberación, como si se recobrara un poco a sí misma. L a señorita Justa entra en su rincón d e mujer, tema u n bastidor, borda y sueña.

DESDE CERCA

La señorita Justa, farmacéutfca, es una m u s chacha cordial, franca, risueña. A los diez mis ñutos habla conmigo, con una libertad encan= tadora d e su vida antigua, de su vida de hoy.

La boticaria, envuelta en su blanco uniforme, se asoma a la puerta de su despacho para dar algún descanso a los ojos. d e sus planes, áe sus esperanzas, abiertamentey sin reparos ñ o ñ o s . —Vivo sola a q u í , con una h e r m a n a mía. M i s pa= dres están lejos, en mi pueblo. Yo soy de Scrradilia, en ia provincia de Cáccres. — ¿ D ó n d e estudió u s t e d ? — E n M a d r i d : T o d a la carrera la hice en M a d r i d . Mejor dicho, las dos carreras, p o r q u e soy maestra t a m b i é n . T e r m i n é la carrera de maestra m u y ¡oven, a los diez y ocho a ñ o s . N o tenía edad para hacer opo= sirioncs. M e aburría sin saber qué hacer, pero n o se me ocurrió jamás pensar en esto. F u é mi padre el que me puso en cantar. ¿Por qué no t e haces licenciada en Farmacia?—me dijo u n día—. Pegué un salto. ¿Yo? ¿Para qué? Es m u y t a r d e — c o n t e s t é — . Tenía ya veinte a ñ o s . Pero mi padre' míe cogió por su cuenta, me ex=

i

La señorita juss taenfraen su ¡a= borotorio y eos wienza a prepa^ rar el pedido.

Pstonipo plicó punto por p u n t o lo que había de hacer y cómo lo debía tiacer. Seguí su consejo, y todito, todito ha salido como él decía. En tres años hice lo que me faltaba del grado de bachiller y la licenciatura con preparatorio, que entonces existia a ú n . En cada con^ vocatoria a p r o b a b a u n año. — ¡Pero es usted m u y lista! — ¡Oh, m u c h í s i m o ' . - v e p l i c a ella, r i e n d o .

Llegan nuevas recetas. La dientela es numerosa y hay que atenderla bien, para que no se vaya, y por el prurito de mujer de hacer=^ ¡o mejor que los demás.

DRAMÁTICO 1-RÍNClPiO

—¿Qué t i e m p o lleva usted establecida? - D o s años hizo en s e p t i e m b r e , A los dos meses d e t e r m i n a r la carrera... Hace una pausa. Agrega, s o n r i e n d o : -"Ya p u e d e usted echar !a cuenta d e la edad que tengo. Comencé a los veinte años, estudié tres, llevo dos establecida, total... ¿ Q u é vieja soy, verdad? —Pero yo n o se lo d i r é a nadie. Pierda usted cui= dado—digo siguiendo la b r o m a . —Estaba yo en c! pueblo descansando c u a n d o mi padre se e n t e r ó de la proposición d e este traspaso. Esta Farmacia era d e u n señor viejecito q u e se retís raba. La t o m ó a-mi n o m b r e y me vine a q u í . —¿Sola? —Sí. — D r a m á t i c o s días ¿no? —Figúrese. N o conocía a nadie, a b s o l u t a m e n t e a nadie en Almendraiejo. Además yo había sido, ¿por qué no decirlo?, una chica estudiosa; pero ¿ q u é qu€= rian decir mis lecciones bien a p r e n d i d a s en los libros ante la realidad terrible d e u n a receta d e verdad paia curar a u n enfermo de verdad? Encerrada e n t r e estas paredes, paseando d e ! laboratorio al despacho, con= templando todos estos artefactos herméticos, hostiles, que me decían palabras en un idioma desconocido, me daba cuenta de que había dicho a t o d o que sí, de que me había dejado llevar con una inconsciencia total. M e sentía como una náufraga en una isla, como una Robinsona. ¡De q u é m o d o pesaba t o d o ! ívlí angustia no tenía otro a m p a r o que las cartas alentadoras de mi casa. ¿Ve usted este pueblo tan blanco, tan 'impío, tan lleno de luz? E s a b s u r d o , pero muchas veces piens so que lo han debido cambiar. Lo contrasto con !a imagen que me ha dejado de aquellos días y me pa= rece imposible qut- sea ct mismo. En mi recuerdo es un pueblo de aguafuerte, sombrío, con tas casas ncc ^ras recortándose sobre un cielo sucio, gris, frío, en el mes de septiembre, que hace aquí t a n t o calor. LA PRIMERA BCCfcTA

• Se reiría usted si le contara mi emoción ante la primera receta. M e la eche ávidamente a ios ojos y...

ino la sabía leer! N o se p u e d e usted imaginar mi es= p a n t o . Estuve t e n t a d a de apretar a correr y abando= narlo t o d o . A u n q u e n o lo aparente, yo no soy una mu= jer débil y t e n g o u n a gran conciencia de mi responsa= bilidad. S u | e í é mis nervios, me fui serenando y poco a peco la descifré. Per otra parte, la letra del médico no era de las más enrevesadas, pero es que s i e m p r e , desde que e m p e c é la carrera, había tenido ye la preocu^ pación pueril de la letra de los médicos... jY lo que me cesto c o m p o n e r l a ! ¡Las veces que pesé y sopesé y m c J í les ingredientes! Si todas me costaran igua!, peco caldo echaríamos al p u c h e r o .

EOTiCARlA Y BOTICARIA

" A los pocos dias comenzaron a visitarme las mu= chachas de mi edad. T U V Í amigas. Dejé de s e n t i r m e sola y c o m o perdida en el desierio. Y llovieron los clientes. ¡Cá, ni m u c h o me.nos! Esto de la farma= cia es demasiado serio para que la gen •t e se confie sin inás ni más. ¿ Q u é le diría yo? Si hubiera puesto u n establecimiento cualquiera de aríículiiS de fantasía, el pú= biico, por novelería, ha= bría venido a mí; sobre t o d o los primeros días, hasta q u e dejara d e ser n o v e d a d . Pero d e u n a farmacéutica desco= npcida, profesional y particularmente, ¡no Hñy quién se fie! Hasta que n o se hacen m u c h a s cosas y se ve q u e n o se mata a nadie no se tranquilizan, A m í n o me cxtra= ña, p o r q u e creo q u e m e p a s a r ía to misa m o . E s una lucha tres m e n d a , p o r q u e el pú= blico e s receloso y m u y difícil d e atrapar, Claro q u e se hace t o d o lo posible, p e r o

Ai finaiizar la jornatla, cuando caen los cierres de la Farmacia, laba^ ticaria abandona su haia, entra en su Tin= coa de mujer, ioma un bastidor, borda y sueña.

hay gentes irreductibles. Por nada del m u n d o pondrán su salud en m a n o s de una mujer. Lo gracioso es que van a casa d e un boticario porque les ofrece m á s garantía y no saben qu?, en m u c h o s casos, es la mujer quien prepara las recetas, ASPIRACIONES SEÍJTIMtNTAtJ ..

— ¿ Q u é espera usted dei porvenir, señorita?---pre; gunto de p r o n t o , - Un marido replica ella graciosamente, "—¿Para dejar la botica? —Nunca. Seria un crimen. A u n q u e me casara con un h o m b r e que n o necesitara lo que yo gano. —¿Usted cree que la mujer d e b e contribuir a! s o s t e n i m i e n t o de la casa con su trabajo? - N a t u r a l m e n t e . Es demasiado pedir que el ma=^ rido cargue con t o d o . Y, a d e m á s , que si él gana lo necesario, yo p u e d o ganar lo superfluo y siempre cs= t a r a mejor, ¿no? T o d o esto, claro, sin la m e n o r in= tención d e achicar al h o m b r e . — Lo raro es que esté usted todavía soltera. ¿No es aliciente t e n e r u n a botica? - N o sirve, no sirve - replica. ella irónicamente desconsolada. — A lo mejor lo q u e pasa es que le tienen a usted m i e d o . N o es lo mismo pretender a una mujercita m u y m o n a , muy d e su casa, m u y buena chica, pero que se la sabe e s p e r a n d o a un marido como ai ángel salvador, q u e a una mujer como usted q u e , c u a n d o m e n o s , ha d e m o s t r a d o q u e camina por la vida s i n ~ ayuda d e nadie. A los h o m b r e s nos gusta hacer el papel d e áncora salvadora, y con usted no hay caso. — E s posible q u e sea así. ¡Pero crea usted que es un fastidio! H a c e a n a pausa y agrega s e r i a m e n t e : — N o había pensado nunca en e s t o . T i e n e usted r a z ó n . Yo me gano m u y bien mi vida y n i n g ú n honi= fare p u e d e venir a d e s l u m h r a r m e con algo que no sea su simple cariño. Las mujeres van a! m a t r i m o n i o por elevar su condición social o por c o m o d i d a d e s mate= ríales. Aun€|uc exista a m o r sincero, estos o t r o s deseos lo e n t u r b i a n . T o d o esto lo he conseguido ya por m í m i s m a . P u e d o decir; Yo me caso con ése p o r q u e !e quiero y nada más... — S í , y esto e s !o único que los h o m b r e s n o p o d e m o s tolerar. Señorita, vaya usted p e n s a n d o e n dejar !a botica... — ¡Antes m o r i r soltera!—grita la boticaria c o n u n a Carcajada, PAULINO

(rotos Bcfl>te2:Cas&Uv.)

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EÑORITO Paco: vive usted muy solo, y así no está usted bien. Debía usted casarse... Eso le había dicho muchas veces Nati, la portera. Paco Góngora la escuchaba Con una sonrisa, y, ens cogiéndose de hombros, respondía: —-¡Quién sabe!... ¡Ya veVemos!... Tras de esas palabras, Góngora recataba un pen= Sarniento. Luchando con su carencia de aptitudes y supliéndolas con el esfuerzo de una voluntad indo= mable, había conseguido hacerse un cierto nombre. —Necesito—se decía en sus noches de insomnio y de planes para el porvenir—la novela o la obra de teatro de «gran éxito*, el empujón para alcanzar la cum= bre de la popularidad..,, aunque en ella no pueda mantenerme más que un día. ¿Qué importa que mi triunfo sea efímero si consigo aprovecharlo?... Este será el momento de vencer, no en la literatura, que es algo nada más que glorioso y bello, sino en la vida, que es... una suma de tristes o encantadoras realida=

— ¡Pues... porque como baja tan de trapillo cuando

va por la cena!... —¿Por la> cena? Pero, ¿va esa señorita a la compra? —Naturalmente. No ve usted' qae no tienen scrs vidumbre. ¡Buenos están los tiempos, señorito Paco! ¡Hay que arreglarse en cada casa como se puede!... — ¡Qué pena!—murmuró Góngora, evocando el lindo perfil de la hacendosa vecinita. -—¡Señorito Paco..., señorito Paco..., que me parece que... le está a usted dando demasiada pena, y que!... — ¡Qué!... ¿Que iba usted a decir?—le interrumpió el novelista, riendo y despidiéndose. —Pues le iba a usted a decir... lo de otras veces: qae vive usted muy solo. Que así no está usted bien, y... —Que debo casarme, ¿verdad? — ¡Ni más ni menos!... —¡Vaya..., basta la tarde, Nati! Paco y Mercedes se siguieron encontrando en la escalera casi todos los días. En una ocasión entraron en el portal a un tiempo. Ella, que traía unos paque= tes y un capacho, se puso coloradísima... —-¡Pase usted, y si me permite que la ayude,,. Lleva usted demasiadas cosas, y hay tanta escalera!... exclamó él, galante. -—¡Oh, de ningún modo!... ¡Gracias, muchas gra» cias!^—dijo ella balbuciente y confusa, echando o co= rer escalera arriba... Góngora sonrió y comenzó a subir... En uno de los descansillos halló, en un pequeño envoltorio, unos filetes de vaca como obleas... — i La, cena!—murmuró compasivo el literato. Jadeando y azoradísima, volvió la muchacha en busca del prosaico y extraviado paquetín. Góngora, misericordioso, lo dejó rápidamente en uno de los escalones, y, como si nada hubiera visto, continuó subiendo la escalera...

Unos meses después, Paco Góngora estrenaba, con fortuna, en un teatro de Madrid. Aquel éxito grande, y el no menos grande de una novela suya, le proporcionaron su hora, la hora tan anhelada y esperada... Pero las beldades con mucho oro, las admiradoras con que él soñó, no aparecían... Por fin, hubo de recibir una postal insinuadora... ¡Era de una viuda sin dos pesetas, y con unos locos deseos de contraer segun= das nupcias! Al cabo de dos meses recibió otra carta perfumada y miss teriosa. Decía así: «Adoro e! teatro. Usted puede ayu= darme. Ayúdeme, que yo le juro — O i ^ , Nati, ¿t€= que soy agradecida». Góngora hizo un gesto de nemos otros vecinos? —interrogó Góngora a. desagrado al concluir de leer esas tres líneas. ¡Aquello no era la portera. lo que él había soñado!... Por úU Sí; los del tercero... ¡Cla= ro, como usted no para en ca= timo, se entrevistó en Rosales sa, no se ha enterado que hace con otra admiradora. —Cómo; ¿pero es usted?—c dos meses se marchó aquel comandante de la Guardia ci • clamó la dama—. ¿Usted es Gón=, gora, el novelista, mí autor fa vi!, que vivía en ese p'so con su señora y su cuñada!... Por vorito? —Yo soy...—replicó él, des» cierto, que la cunada iba «al óleo*. ¡Bendito Dios, qué de concertado. — ¡Qué lástima!... ¡Qué pe= pintura y de ojeras con lápiz!... ¡Y no se vaya usted a figurar, que los cuarenta no los cumple; pero hay na!... ¡Me lo había figurado a us= ted... de otro modo!... ¡Qué des» mujeres!... —¡Bien, bien! ¿Y los vecinos de ghora, quiénes son? ilusión!... ¡Ay, perdóneme; —Pues... verá usted. Una viuda de uno de tropa, se me ha escapado!... Quería con tres hijos. Dos pequeños y una chica de diez y decir... siete o diez y ocho arios... A la chica la tiene usted que La escena resultó lamenta= haber visto. Se la habrá usted encontrado en la esca= ble. Paco Góngora volvió a su lera cuando usted vuelve al anochecer. Tienen ustea casa humillado y vencido... des la misma hora... Usted de venir y ella de bajar — ¡Soy un imbécil!—^se dijo a a la calle. solas—. La vida es nuestra novela más hermosa, y yo la voy a es^^ El escritor, recordando, dijo: — ¡Ah..., sí! Ya sé quién es. Efectivamente, nos cribir como lo que soy: un poeta, un \ hemos encontrado en la escalera... ayer, sin ir más sentimental, no un negociante.., Y dejándose mecer en espíritu por lejos. Es alta, rubia, con los ojos muy grandes y muy ruborosa, muy tímida. Oiga, ¿cómo se llam^ esa un lecuerdo y por una esperanza, Góngora, entornando le» párpados, señorita? murmuró dulcemente: "ÍS? —El nombre me parece que es Mercedes... — ¡Es tan buena...,están hunüide..., — ¡También el nombre es bonito!... es tan bonita..., es tan digna de ser di= La portera sonrió. —jY lo que se azora Cuando lo encuentra a usted!... chosa!... ¿V po»" Qwc no?... ¿Por qué?... —¿A mí?... ¿Y por qué?—repuso Góngora, in= " ¡Sí; mañana..., mañana he de decírselo!... trigado. «¡Mercedes; usted es la elegida de mi corazón^..

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OR ia canai arriba 'lega perezosamente un barco mercante. Viene, panzudo, hundido hasta la línea de flotación, cargado, agobiado por el peso de sus entrañas. Enfila hacia las viejas machinas de madera, donde permanece quieto el re-baño de cetáceos negros que tienen clavado un srpón con !a bandera inglesa, sueca, danesa, alemana... lian venido de los mares del Norte, V traen en su seno carbón, madejas, minerales, chatarra, ciiarsto España, por necesidad, importa. De otros- -llenos de! acento desmayado de América - salen miles de toneladas de maíz argentino, de abonos de Chile, de maquinaría yanqui... Están indolentemente recostados frente a ios cdocks» de Maliaño. E! buque, al conjuro de la campana del puente, se detiene; garrean estridentemente las cadenas del ancla y ésta rompe la quietud del agua deslizándose con albototo hasta el fondo. Atado el monstruo, salta sobre su íomo una legión de hombres rudos y vigo= rosos. Son íos coraceros.

El coracero va desapareciendo. Las grúas modernas han ido suplantando sus actividades y pronto su desaparición será total de los muelles santanderinos. Desde aquellos tiempos en que en «el puerto de Castilla* se volcaba la casi totali» dad de los productos coloniales, el coracero era ia fuerza animal imprescindible, pors que ia bahía de la vieja puebla de traficantes no contaba con medios mecánicos para realizar las operaciones de carga y descarga de buques. Cuando se anuncia la llegada de un barco se produce en los muelles una curiosa escena, que tendría la gracia y el color de lo pintoresco si un sentido de humanidad no lo emborronara con una tinta sombría: es el mercado del músculo, ia selección de los coraceros, que se presentan voluntariamente ai traba)o. Se alinean como en formación militar en una fila que a veces llega a ciento o ciento cincuenta; el capataz del muelle pasa revista y escoge los hombres que necesita, l-os elegidos - ¡un día más de pan!- estarán al costado del buque y, apenas éste ha terminado sus mani?. obras de atraque, unos subirán a bordo, para descender a los fosos- - los sollados—; otros empuñarán las palancas de las maquiniilas que pondrán en movimiento las plumas de los mástiles; otros son destinados a las ostas y amantes, y eí resto carrea teará las mercancíes hasta los vagones o a ios docks. ¿De dónde proceden estos hombres? Son obieros sin trabajo, artesanos que en las crisis cambian el escoplo, la mandarria, la piqueta, por la almohadilia del cora^ cero. Algimos proceden de tierra adentro: son labradores de '
A L TRABAJO

Va eston en faena. Los muelles se pueblan d e mU rukios distintos, Chirr,m> las grúas y ias garruchas. El boyero aguijonea ¡a cansina pareja que arrastia interRuna=

£ / p^er/o de Santander

es uno de íos pocoi puertos españoles en que la muf^f al dar^ trahaja de los muelles.

se detiica

Cttompa Son también seleccionadas por ios capataces, especiáis mente las jóvenes, que proce» den en su mayoría del barrio pescador de Pucrtochico. Se las destina a la descarga de mercancías a granel—maíz, abonos químicos, potasa, car= bón, etc.—y se las denomina con el genérico de las del mi= neraí. Cuando las leyes del trabajo no habían dulcifica= do aún los procedimientos, podía verse con angustia có= mo una mujer en vísperas de ser madre desfilaba como un eslabón de la humana cadena, aplastada por el pes so de cargas inverosímiles. Hoy la mujer está más am= parada, y se la dedica a las faenas menos fatigosas.

ble fila d e vagrones. Las pla« Cas giratorias de la ferrovfa

expulsan las unidades que irán .hasta el costado mismo del buque. Este concierto ensordeces dor es el canto al trabajo, a las veces humanizado por una copla sentimental que fluye del pecho de alguien no re= signado enteramente a ser bestia de carga. —¿Qué coraceros emplean ustedes c o n preferencia? —preguntamos a un capataz. —Según la clase de traba= io a que se destinen. Pero casi siempre escogemos a los marítimos — antiguos pcsca= dores, Jóvenes que sirvieron en !a Armada o tripulantes desenroiados—, pues tienen más práctica y conocen me= jor el interior de los buques. Además, no se marean. Tams bien Jos preferimos para el goéarreo—carga o descarga de los trasatlánticos anclas dos en la bahía—-que se hace sobre e I mar. Los otros, los terrestres, para los mue= Hes.

Va

—¿Cuánto gana un obrero? — Trece pesetas diacias. Si el trabajo es nocturno, o en día festivo, se les abona doble jornal. —¿Trabajan todo el año? — ¡Oh!, desgraciadamente, no. Hemos observado muchas veces en los coraceros niiradas rencorosas contra aquellos rivales de acero que levantan hacia el gris del ciclo sus brazos con músculos calculados por la Ihgcnicría. Son conio una amenaza contra su pan...

AI llegar el sábado, hom= bres y mujeres—entre corace= ros y las del mineral, unos mil quinientos—se dirigen a las tabernas que circundan la 20= na marítima, donde aguarda el capataz para entregarles sus jornales, linos traguetcs de lo tinto nivelan las diferencias están en faena. Los muelles se putbian de mil ruidos distintos. del oficio. Y los grupos de mujerucas, en pintoresco des=^ file tienen humor para reintegrarse a la vida cantando, TOS - TOBERCDLOSiS - TOS FERINA procurando que el guindilla no actúe de maestro descon^ certador: « Ya se va el Peña Sagra», R e c o r d a d los c o m o i n f a l i b l e s ya le están desamarrando: ¡as chicas del Astillero OTROS RIVALES DEL HOMBRE solas, se quedan llorando... Este es uno de los pocos puertos españoles en que (Fotos Samot.) í. SIMÓN CABARGA !a mujer se dedica al duro trabajo de los muelles.

JARfiBES

DEL DR. VILLEGAS

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«^opetó B¡ partido termita t^n el empate a dos goals. fíe aquí al portero madrileño Vidal, Aa» tido por primera vez. (^joto Corte.)

L a selección ae Vigo venció a U de Oporto

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Miss

Inglaterra,

La reina de la belleza española, Elena Pía Mompó, a su llegada a París, Aa= ciendo u n a pregusta a na guardia, que se muestra encantado de contestar a la hellisima valenciana.

Miss

Rumania.

Miss

Francia.

Miss

Miss

Italia.

ice de Waleffe Maurice

en el acto de presentar tas reinas de la belíeza al Jurado, prononeia para justificar su título ée mpóstol de la belleza*.

Esta es Miss Grecia, la reina de la belleza europea este año, una paisana de Venizelos.

Polonia.

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32-SAN-SEBASTIAN

iNotas graneas de la actualidad en A/ladríd y en las provincias españolas

LOS ARTILLEROS RECLUIDOS EN PAMPLONA~Los artilleros de Ciudad Rea! a su llegada a la Estación del Norte de Madrid, donde fueron recibidos por sus familias y un público numeroso. (Poto Luque.)

Araña de cristal de Bohemia, 1rabet}o^eJa~^asa Elias Palme, .de Mamenidky Sedov (Checoes= lovaquia), obsequio del Sindicato de Periodistas checoeslovacos a la Asociación de la Prensa de

Madrid.

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MADRID.—La bella xñorita Aaiía López del Arco, bija del director de ^Economía» y de ia ^Revista de Ambos Mundos*, D , Antonio, firmando el acta de su enlace con el ingeniero D. Emilio Arias. La ceremonia religiosa tuvo lugar en la iglesia de San José, el sábado último. (Foto Scgovia.J

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BARCELONA.Patio de una vetusta casa se= norial, en la calle de Mercaders, de Barcelona, precioso y raro ejemplar de arquitectura góti'^ ca civil, que, por un lamentable caso de incuria. se está desmoronando^

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EL ESTUDIANTE SBERT EN BARCELONA—El estudiante Sherf {X) después de su desembarco en el puerto de la ciudad condal, procedente de Palma de Mallorca, es acogido con entusiasmo por los estudiantes barceloneses, (Foto Badosa.)

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MADRID.—El ministro de Instrucción Pública, Sr. Duque de Alba, en el acto inau= gural de la Exposición de bordados segovianos, en la gae pueden admirarse trabajos de una gran belleza. ' íFíito Zapata.)

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SEVILLA.—Grupo de se&oritas que asistieron a la reunión previa para la fundación del Ateneo femenino, cuyo inauguración se proyecta para una fecha próxima. ; •. (Foto Sánchez d d Pando-)

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ha publicado en su útti= mo número ¿QUÉ DA USTED POR EL Precio del ejemplar: 50 céntimos.

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a / guardidiS estudidLiites

Juan Antonio Gracia Barrif, en sus dos aspec" tos de estudiante de Meedicina y guardia de cira ealación.

Nuestros lectores recordarán una información titulada «£1 estudiante que se hizo guardia de la porra», y que se publicó en uno de ¡os más recientes números de £ 5 * TAMPA. El caso de ese simpático muchacho que en Madrid olx terna con la regularización del tránsito los estadios acas démicos, ha puesto de actualidad en Zaragoza a dos es». tudiantes, que también son guardias de circulación. Uno de estos muchachos, Pedro Royo Pola, es alumno de la Escuela de Veterinaria; vino a Zaragoza para cuf sar sus estudios y, en la necesidad de ganar algún dinero para sostener a sus hermanas, ingresó en la Guardia mw nicipal el pasado ano; ha sido en su pueblo, Aguilón, í/e= pendiente de farmacia, y hace la Carrera de Veterinaria; sus dos heriñanas son alumnas de la Facultad de Letras. Pedro Royo Pola pertenece a la sección de guardias en* cargados de regular el tránsito y presta servicio como i al diariamente. En la misma sección hay otro estudiante, Juan Antonio Gracia Barril, futuro doctor en Medicina, hijo de fami* lia muy conocida en la ciudad; heredó, a la muerte de su' padre, una regular fortuna, pero la gastó, antes de termis aar sus estudios. Actualmente, para atender a los gastos de su carrera, es guardia municipal, plaza que desempeña desde hace algún tiempo. La necesidad, después de haber conocido el regalo de una vida muelle y grata, le ha oblis gado a alternar con sus obligaciones académicas las de guardia de circulación. ,

(Fotos A. de la Barrera.)

Pedro Royo P'ota, en sa do= ble personalh dad de estu= diante y dp guardia.

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