Espiritualidad Laical

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A modo de presentación. A partir de una iniciativa del Consejo de Redacción, hemos invitado a un grupo de laicos para conversar sobre la existencia de una espiritualidad propia del laicado y recepcionamos sus aportes. No podía ser de otra manera: es desde la propia visión que a los laicos se les presenta el desafío de aportar activamente a la discusión. Sin dudarlo, un grupo de cinco personas se ofreció animadamente a acercar su opinión. Ellos son cristianos y cristianas que viven diariamente su compromiso con y por el Reino en la cotidianeidad laboral y familiar. Nuestro agradecimiento, por tanto, a Florencia Del CASTILLO, Marita De LORENZI, Teresa ITHURRALDE, Mario MARTÍNEZ, Susana VIÑAS y Ana ZANEL por su buena disposición y riqueza de su aporte. Como preparación, se invitó a reflexionar sobre dos preguntas que se orientaron concretamente a resolver la entidad de una espiritualidad laical y, en caso de sostenerla, cuáles serían sus notas específicas partiendo de la propia experiencia de oración, lectura de la Palabra y vivencia cotidiana. Así, sin más, se concretaron dos encuentros en semanas sucesivas en los que se compartió abiertamente la propia experiencia y, como verán, la gran riqueza de apropiación de los textos bíblicos y su actualidad. ¿Qué encontrarán en estas páginas? Un coloquio, un sencillo compartir de la interioridad desde la vivencia y el aprendizaje cotidiano de la mano del Señor. El fruto de un legítimo “dejarse afectar” por el Evangelio: el escrito y el vivido; el del Señor de la historia y el de la propia historia. Comprobarán que carece de otra conclusión que no sea el “espejar” lo propio y lo compartido. Así nos pareció oportuno en la intención de promover, también entre los lectores, un ejercicio similar. Para que el “narrar fielmente... con breve o sumaria declaración” (EE 2) los anime a la tarea de preguntarse y compartir con otros para seguir creciendo. Se nos invita a compartir una palabra ‘laica’ que sea nuestra... desde la experiencia de los laicos. Nos invita a intercambiar experiencias acerca del tema guiados por estas preguntas: 1.- ¿Existe una espiritualidad laical? ¿Cuáles serían sus características? 2.- ¿Qué sería lo más específico de la espiritualidad laical? Sí, hay una espiritualidad laical. Si vamos a hablar de una espiritualidad deberíamos introducir una referencia antropológica, ¿no es así?. Más aún, habría que ‘re-escribir’ una antropología bíblica... Comenzando a la luz del Génesis... ‘Y vio Dios que era bueno...’ para terminar en clave del Apocalipsis: ‘El Espíritu y la Esposa dicen “Ven”...’

Desde siempre, el pueblo de Dios ha sentido la necesidad de reflexionar sobre el hombre, a quien, definitivamente, está destinado el plan de Dios. El hombre se relaciona con lo terrenal y lo temporal, pero está llamado a una comunión de vida en diálogo con Dios. Todos tenemos la posibilidad de salir de los límites del tiempo y el espacio, para vivir según el Espíritu. Todos los cristianos, vinculados por la gracia pascual del Bautismo, están llamados a una vida nueva, la vida en el Espíritu que a su vez genera una nueva mirada sobre el mundo. La espiritualidad cristiana nunca es ajena al mundo y a la historia. Así el Espíritu asume un rol de síntesis, ya que incluye los afectos, el intelecto, la voluntad. Es decir que vivir en la dimensión espiritual es procurar vivir la humanidad integralmente, su ser en el mundo, sometido al peso de lo cotidiano Retomando el concepto, interpretamos ‘espiritualidad’ como la experiencia de vida vivida ‘en el Espíritu’. Una vida que se deja ‘animar’ por el Espíritu (pneuma). Pero resulta claro que no hablamos de cualquier espiritualidad, sino de espiritualidad cristiana, es decir de la vocación a vivir la vida cristiana, y por lo tanto a vivir la vida en el Espíritu de Jesucristo, Dios Encarnado que murió y resucitó por ‘mis pecados’ (“me amó y se entregó por mí”), que nos envía Su Espíritu...; el que se revela como una presencia en la vida del hombre ( ‘varón y la mujer’) de fe y que se manifiesta de manera especial en la comunidad. Esta llamada a vivir la vida cristiana parte siempre de una experiencia personal de encuentro con Dios. Experiencia que debe ir siendo trinitaria. Y haber una relación entre la vida de fe y su crecimiento hasta integrar una experiencia madura de fe vivida y encarnada… Esto supone un ‘sujeto’ capaz y dispuesto a dejar que la vida se despliegue en una dimensión teologal (Fe, Esperanza, Caridad). Requiere un talante capaz de confiar, confiarse, abandonarse, dejarse llevar... Se trata de una experiencia de la cual no podemos prescindir. Podemos decir que hay al menos una primera (y hay otras) experiencia fundante de encuentro personal con Dios, con un Dios que establece una relación personal de alianza, una relación de amistad dialogante con el hombre. Se trata de una invitación y una llamada universal a todos los bautizados en cualquiera de las formas a que son llamados ‘permaneciendo en el mundo’ (los laicos): al matrimonio cristiano, a causas humanitarias, científicas, de acción social y política; o quienes ‘se retiran del mundo’, llamados a la Vida Consagrada, religiosos, religiosas y sacerdotes. En segundo lugar, en este sentido, parece una obviedad hablar de una espiritualidad laica: siempre que haya un hombre (varón y mujer), que escuche el llamado a vivir la vida en el mundo, desde el mundo, sin dejarse poseer, sin “ser” del mundo y dejándose guiar, conducir por Dios se puede decir que hay, ha habido y habrá una espiritualidad laical. Pues ésta no es otra cosa que la respuesta al llamado primero a la vida humana permitiendo que la presencia del Señor penetre en todas las esferas de vida del hombre...

Si nos concentramos en la necesidad de definir ‘espiritualidad’ parece que se refiere a una nueva toma de conciencia de la urgencia del llamado a ‘hacer nuevas todas las cosas’ que reconocemos en las conclusiones del Concilio Vaticano II. Una clave de este llamado es la fuerza que surge del Bautismo como consagración de la existencia que se manifiesta en la integración del cristiano en una comunidad en la que el Espíritu se expresa a través de carismas. Este es un punto fundamental, e insisto que me parece muy necesaria renovar la toma de conciencia de la vocación a la vida cristiana, y por lo tanto a los llamados a ‘permanecer en el mundo’: hacer una ‘re-novación’ de lo que significa ser un ‘laico cristiano’. Porque no parece, al menos que los cristianos ‘laicos’ estemos asumiendo los lugares donde ser signos de una vida en el Espíritu… de esto surge la siguiente aclaración acerca de una auténtica ‘espiritualidad’. Si estamos de acuerdo en que podemos hablar de una “espiritualidad que viven los laicos” vamos a convenir que de esto se sigue la necesidad de formular las características o notas que dicha espiritualidad tiene. Entonces podremos ir haciendo el intento de definir lo más específico. Lo primero – y esto parece responder a la pregunta por lo más específico -, parece surgir del mismo llamado a vivir la vida cristiana en el mundo, a permanecer en él, arrojados a la tarea de llevar la ‘Buena Noticia del Evangelio de Jesucristo’ en todos los ambientes y situaciones en las que la vida laica se va desarrollando; a colaborar con Dios en la transformación de la realidad, atentos en la escucha de la Palabra de Dios que se va revelando en la vida cotidiana en la que el hombre se halla inmerso. Aquí ya tenemos dos elementos: - un modo de ser y estar en el mundo sin ser del mundo, una inmersión en el mundo como el lugar de encuentro con Dios en la cotidianeidad, y - la posibilidad de colaborar en la transformación del mundo desde la inmediatez que caracteriza este modo de vida. Somos llamados a consagrar el mundo ‘para Dios’ permaneciendo en el mundo y en este sentido ser signos desde ‘dentro del mundo’. Sí de un Dios que es Persona; y además una experiencia trinitaria: el Padre misericordioso, una experiencia de ‘gratuidad’, de pecador perdonado que gracias a este encuentro con el Señor Jesús el Cristo hace la opción de seguirle, ofreciendo su vida en prenda de gratitud por tanto amor gratuito, animado por la fuerza del Espíritu. Es decir debe ser una experiencia ‘trinitaria’: una experiencia y una relación personal que lo ‘arroja’ a la vida concreta en el Espíritu: un nuevo nacimiento…, una ‘salida de sí hacia el Otro y hacia los otros...’

Una experiencia que es, además, un proceso continuo de conversión, porque es la evolución personalizada de una experiencia antropológica de Dios en cada momento de la vida. Lo propio del laico es justamente esto: vivir en la lucha contra la des-integración de la experiencia en los distintos ambientes en los que se mueve. Definitivamente esta experiencia debe ser integradora de todos los aspectos de la vida humana para no caer en las dos grandes tentaciones: la de un espiritualismo de tipo intimista que abandona como una ‘fuga mundi’ los desafíos de la vida en el mundo de hoy; y la de una praxis inmanentista que niega la trascendencia de Dios. Resolver esta ‘tensión’ que se da entre ambos aspectos, en lo más propio del hombre-en-el-mundo, que es un ‘espíritu encarnado’... es el primer desafío de una verdadera espiritualidad cristiana. Lo que estamos viviendo es sobre todo una nueva toma de conciencia acerca de una forma más profunda de la vida espiritual, como viviendo un ‘kairós’: el tiempo de los laicos. Durante el siglo XX se han hecho oír diversas voces proféticas desde dentro de la Iglesia y dentro de la Compañía de Jesús. No podemos dejar de pensar en T. de Chardin, P. Arrupe y K. Rahner: “El siglo que viene –es este—será de los ‘místicos’...” entendido esto como aquellos que fundan su vida de fe en una experiencia personal y una relación de intimidad con Dios. Esbocemos juntos las notas características de la espiritualidad laical según lo que venimos reflexionando: 1°) La secularidad y el mundo como lugar teológico y lugar privilegiado de encuentro con Dios (el Totalmente Otro) y de encuentro con los otros (Cristo en los otros, mis hermanos, el prójimo) para una reflexión acerca de una espiritualidad laica, con todos los desafíos y las asignaturas pendientes que esto significa. La piedra de toque de una auténtica vida espiritual es la ‘salida de sí hacia los otros y hacia el Otro... 2°) La ‘tensión’ creativa y en permanente discernimiento acerca de los signos de los tiempos que en el mundo van indicando, entre errores y aciertos, por dónde habla Dios en la inmediatez de la cotidianeidad: la dimensión profunda, de fondo de la vida cotidiana, el peso de lo cotidiano en los diversos ‘mundos’ (la familia, el trabajo, la familia, el estudio, el descanso y lo social, …etc.), ser levadura, fermento del mundo, vivir la fe en una suerte de mística de la acción, del servicio en cada una de las circunstancias en que el laico se va insertando sin caer en la fragmentación y la disolución en la ‘mundanidad’. 3°) Una radicalidad para vivir lo contra-cultural de la opción por la vida cristiana en el mundo: el llamado a una vida cristiana en contextos históricos, socio culturales y personales cada vez más fragmentados y hasta en violento choque. 4°) La urgencia de una apertura hacia el mundo para entrar en diálogo amoroso, creativo y sanador con todas las realidades que claman por la presencia de Dios, y en

muchas circunstancias se manifiestan como un grito desesperado por la ausencia de Dios, mejor dicho de una humanidad que se ha ausentado de Su Presencia; incluso de un cristianismo que fuera de las prácticas religiosas se vive de espaldas a Dios; una mirada que ayude a recuperar en medio de tanto sufrimiento la mirada de Dios, pues el mundo con todo y a pesar de todo lo que hemos hecho de Su Creación es el lugar donde El se acerca a nuestro encuentro (por la tarde Dios se paseaba por el Jardín...).Y las dos preguntas claves en relación con el ‘pecado’ de Génesis 3: ¿Por qué te escondes…?; y ¿Dónde está tu hermano…? Una relectura de estos temas significaría una nueva toma de conciencia acerca de la espiritualidad que aspiramos a vivir los laicos. Cada uno, con sus posibilidades y experiencias totalmente diversas, y contando con que al Principio y al Final todo es Gracia. Y así, en consecuencia, ‘tomar en nuestras manos’, hacernos responsables los unos por los otros. Sabiendo el precio que esto implica.

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