Erase una vez Erase una vez un país en el que no se podía sonreír. Era un hermoso país con altos castillos, todos embrujados y habitados por ogros verdes y espantosos que se pasaban el día insultándose unos a otros. Un día, llegó un niño… un niño que reía de ver a los ogros pelear. Y los ogros dijeron: - Este niño está riendo, eso es prohibido en este país. - Tenemos que deshacernos de él. - Si, pero, ¿cómo? Dicen que los niños son indestructibles. - Ah… ya sé – dijo un ogro pelirrojo- démosle caramelos, los caramelos son lo más horrible que existe. - No… -dijo otro, que había estado toda la reunión hurgándose la nariz- mejor preguntémosle a Grunilda, ella sabrá que hacer. Y los ogros se dirigieron al palacio de Grunilda, la Bruja Hermosa, para preguntarle qué hacer. - Lo que hay que hacer –dijo la bruja mientras terminaba de pintarse las uñas – es darle un beso de amor. Sólo el primer beso de amor puede vencer a un niño. -¿Qué? – gritaron los ogros al unísono, escandalizados- pero es muy feo, ¿quién va a enamorarse de él? - Y yo que sé – replicó Grunilda- ustedes sólo me preguntaron cómo deshacerse de él, es su trabajo averiguar quién ama al niño. Al escuchar esto, y como Grunilda iba a darse un baño en su tina perfumada, los ogros decidieron recorrer todo el reino buscando quién estaba enamorada del niño… pero ninguna de las ogras lo estaba, porque ellas sólo amaban a los ogros fuertes y malolientes. Los ogros se desilusionaron mucho, y se sentaron a la orilla de un lago a quejarse: - Los niños de verdad son indestructibles – dijo el ogro Malick, que siempre usaba un sombrero rosa. - Si, los odio. - Yo no - dijo una rana, que vivían en el lago y había escuchado a los ogros – yo amo a un niño. -¿En serio? – dijo el ogro pelirrojo- nosotros tenemos un niño… quiero decir, un niño vive en nuestro reino. - ¿Es un niño rubio, de ojos verdes y bella sonrisa? – preguntó la rana entusiasmada. -¡El mismo! – los ogros saltaron de la felicidad al escuchar que la rana amaba a su niño… es decir, al niño que vivía en su reino. – él nos dijo que amaba una rana, y que esperaba que ella lo besara, ven con nosotros, no pierdas tu oportunidad. La rana, al escuchar esto, saltó a la mano que uno de los ogros le ofrecía, y se fue muy alegre a ver al niño de sus sueños, quien vivía en una caverna rodeada de dragones. - ¿Qué hacen aquí? – gruñó el dragón más viejo, al ver a los ogros y la rana acercarse – nadie puede entrar al territorio del gran Misha, el Niño Que Sonríe. - Nosotros si podemos – dijo el pelirrojo- porque le traemos una visita. – Y le mostró la ranita, que saltaba en su mano para que los dragones la vieran. - ¿Una rana? ¿Porqué querría el gran Misha ver a una diminuta y verde rana? - Porque esta rana – dijo Malick- es de buena suerte, y si Misha la recibe, será el niño más alegre del reino – al decir esto, todos los ogros, incluso Malick, tuvieron que disimular un gesto de asco, al pensar en que Misha podía ser más
feliz. - Bien, pasen. Los ogros y la rana entraron a la caverna, que estaba increíblemente desordenada, no se parecía en nada al palacio de Grunilda, que siempre estaba reluciente; Misha, el Niño Que Sonríe, estaba sentado en una pequeña silla al fondo de la cueva. - ¡Hola! – les dijo sonriente, lo que hizo que los ogros retrocedieran asustados - ¿vienen a jugar? - ¡Si! – dijo la rana – pero primero, tengo que decirte un secreto. - ¿En serio? Me encantan los secretos, ¿qué es? - Tienes que acercarte mucho para escucharlo. Misha se acercó a la rana, pero esta no le contó un secreto, sino que dio un salto y lo besó. - ¿Qué? – Misha retrocedió asqueado, y la cueva empezó a brillar tanto, que los ogros tuvieron que taparse los ojos para no quedar ciegos. Cuando los abrieron, vieron que Misha se había convertido en rana, y trataba de huir de la ranita que lo había besado. - ¡Aléjate! Odio a las niñas… o ranas… lo que sea, ¡ALEJATE! Los ogros se sintieron muy satisfechos al ver que el niño ya no sonreía… y que ya no era un niño, y tomaron a las dos ranitas para llevarlas al lago. Una vez ahí, las dejaron para volver a sus peleas cotidianas, y todos vivieron… ¿felices? para siempre. Fin.