Entrevista Con Luis Alberto Lacalle Domingo

  • July 2020
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Entrevista con Luis Alberto Lacalle Domingo 16.08.2009

"Tabaré defiende identidades ideológicas" Cuando faltan poco más de dos meses para las elecciones presidenciales en Uruguay, el candidato del Partido Nacional cuestiona la cercanía del actual gobierno con Hugo Chávez y pide no revisar el pasado en materia de derechos humanos: "Los muertos, muertos están" Por Ricardo Carpena LA NACION

MONTEVIDEO Desde una perspectiva puramente argentina, Uruguay es la Disneylandia de la política, la tierra ideal donde los dirigentes compiten sin despedazarse, proponen sus ideas sin descalificarse, se critican sin mezquinar algún elogio a su adversario e incluso, si pierden algunas elecciones, no le echan la culpa a nadie y colaboran patriótica y caballerosamente con su rival. Los típicos reflejos argentinos hacen que uno desconfíe y encuentre similitudes con nuestro país incluso donde no las hay. En estos días, los uruguayos están en plena campaña electoral con miras a los comicios del 25 de octubre próximo, en los que se elegirá al sucesor del presidente Tabaré Vázquez, pero en las calles no hay clima de tensión ni dramatismo y, por supuesto, no existen candidaturas testimoniales, operaciones políticas de la SIDE ni vaticinios apocalípticos. De un lado, el candidato con más posibilidades es el ex guerrillero José Mujica, más conocido como "Pepe", de la coalición de izquierda gobernante, el Frente Amplio. Del otro, el candidato con mayor intención de voto es Luis Alberto Lacalle Herrera, del

Partido Nacional, que ya gobernó el país entre 1990 y 1995, a quien le atribuyen un perfil neoliberal y cuestionamientos que lo equiparan con Carlos Menem. Según las últimas encuestas, si las elecciones uruguayas no se hicieran el 25 de octubre sino hoy, ninguno de los candidatos alcanzaría al 50 por ciento de los votos, Lacalle lograría ir al ballottage con Mujica y quedaría más cerca de volver a la presidencia, gracias al aporte en la segunda vuelta del otro partido tradicional, el Colorado (cuyo candidato presidencial es Pedro Bordaberry, hijo del ex presidente electo de 1972 a 1973 y de facto entre 1973 y 1976). ¿Podrá este dirigente de 68 años, símbolo de uno de los partidos más tradicionales, romper el hechizo que une a la sociedad uruguaya con el Frente Amplio de Tabaré? ¿Logrará vencer a Mujica, ex miembro de Tupamaros, carismático como pocos, dueño de un perfil mucho más combativo que el actual presidente? Lacalle tiene pinta de playboy maduro de San Isidro y reflejos de un viejo caudillo del conurbano bonaerense, con modales más característicos de Raúl Alfonsín o de Antonio Cafiero. Es, obviamente, parte de la corporación política más curtida de este país. Empezó a militar a los 17 en el mismo partido que su abuelo ayudó a construir. Es abogado y productor rural. Fue diputado y senador. Durante su gestión presidencial se forjó el Mercosur. Le dicen Cuqui (porque de chico le gustaban las galletitas, cookies en inglés); está casado y tiene tres hijos (uno de los cuales sigue sus pasos en la política). "Tabaré desaprovechó y dilapidó la prosperidad", afirma el candidato nacionalista, pero no fueron sus únicas críticas contra el Presidente: dijo que, si vuelve al poder, retomará "una política exterior basada en la defensa de intereses y no de identidades ideológicas". Como para que no queden dudas, cuestiona la "relación demasiado intensa" del gobierno frenteamplista con el mandatario venezolano, Hugo Chávez, que tiene, advierte, "legitimidad de origen, pero no de ejercicio, por lo que le falta una de las características del gobierno democrático". La entrevista con Enfoques tiene lugar en la sede de Unidad Nacional, coalición que lo apoyó en las elecciones internas, ubicada en pleno centro de Montevideo. Allí, en una oficina minúscula, Lacalle se muestra en su plenitud. Habla con intensidad, gesticula, aborda algunos temas sin eufemismos y otros con una calculada imprecisión. Es muy hábil. Elude, por ejemplo, cualquier calificativo que lo enemiste con los Kirchner, basándose en su decisión de no meterse en cuestiones internas de otro país. Aun así, y pese a que dijo no conocerlos, sostiene que "la actitud [del gobierno argentino] en cuanto a los puentes ha sido reñida con todos los principios constitucionales argentinos, con los tratados que están vigentes y con la falta de criterio de buena vecindad. Es un episodio para el mejor olvido de la historia rioplatense". Una de sus definiciones más polémicas fue en materia de derechos humanos. Sobre todo porque en Uruguay se recalienta el debate para derogar la ley de caducidad que impide juzgar a quienes cometieron crímenes en la dictadura. En las elecciones también se votará la abolición o no de esa norma: "Si todos los que tenemos muertos hubiéramos seguido reclamando, Uruguay no hubiera tenido la paz que tuvo. Y el gran secreto de Uruguay fue el día en que dejamos de matarnos, en 1904, y construimos una democracia sobre la tolerancia y el respeto. Y los muertos, muertos están". -¿Qué ofrece de distinto su partido respecto del Frente Amplio? -El Partido Nacional ofrece la coherencia del partido más antiguo del mundo: este año cumplimos 173 años. Somos una fuerza con una coherencia y una potencia histórica

muy grande. Además, desde el punto de vista de algunos valores, desde la libertad de información, el derecho de propiedad, la libertad de educación, tenemos visiones sustancialmente distintas. Esta no es una elección sólo entre dos opciones gubernativas, sino entre dos maneras de ver el mundo, la vida, el ser humano, el Estado, la sociedad, en las que discrepamos tremendamente con nuestros compatriotas frentistas.

-¿Cómo califica al gobierno del presidente Tabaré Vázquez? -Como un gobierno con tres bendiciones poderosísimas. Primero, mayoría parlamentaria, porque hace 43 años que no la había para ningún gobierno. Segundo, una circunstancia económica nacional, regional y mundial excepcional, sin antecedentes en 60, 70 u 80 años. Y tercero, un capital de ilusión muy grande, que en nuestro oficio es intangible pero importante. Pero la mayoría se usó al ritmo que correspondía, se desaprovechó y dilapidó la prosperidad de manera realmente lamentable. Podría haber ido este gobierno directo a bajar los costos estatales y a hacer de Uruguay un país competitivo, y con eso hacía la obra del siglo. Además, el capital de ilusión frente a un cambio que nunca se concretó, porque no hubo una línea sino bandazos. ¿Cosas buenas? Sí, algunas, por supuesto, no tengo empacho en reconocerlas. Además, le hace bien al país que se acepte al adversario cosas buenas. Por algo acá nos vemos todos los ex presidentes con el presidente y podemos sacarnos fotos juntos. Sólo pasa acá y en los Estados Unidos. Eso es un tesoro que el país tiene que cuidar. Ha habido aciertos al principio, cuando se dejaron los eslóganes de no pagar al FMI y se ordenó bastante la economía, hasta que después soltaron las riendas. O el Plan Ceibal, que consiste en una computadora para cada niño. Y algunas de las leyes sociales, como una compensación mayor al despido para los que se queden sin trabajo a los 45-50 años. -¿Y Mujica? ¿Cómo lo considera?

-Como un hombre con una vida que es una verdadera aventura. Es naturalmente inteligente, con algunos aciertos en esa manera medio "Viejo Vizcacha" de opinar, con un apoyo popular que no se puede negar. Además, ha tenido conmigo algunas gentilezas: dijo que no tenía ningún reparo moral para hacerme, cuando he sido tremendamente calumniado en Uruguay... -Pero Mujica también lo comparó con Carlos Menem... -Se ha puesto muy nervioso por el resultado de las elecciones internas y he sido objeto de una campaña muy dura, pero no entro en eso porque tengo una personalidad ya forjada. Tengo 68 años, 50 de actividad política, he pasado por todo: bomba de ellos, de los Tupamaros, capucha de los militares, así que no entro en ninguna campaña de agravios ni de descalificación. -Lo cierto es que con Menem usted tuvo muy buena relación, ¿no? -Tuve la buena relación que tiene todo el mundo que conoce a Menem porque es encantador en lo personal. Y una muy buena relación de presidente a presidente porque fue un muy buen presidente argentino y para los intereses del Uruguay. El hecho de que el dragado del canal Martín García, que podría haber demorado seis meses, fuera realizado inmediatamente demostró que comprendía los intereses orientales y tenemos que estar muy agradecidos al sesgo que tenía la política exterior argentina respecto de Uruguay durante la presidencia de Menem. Lo que hizo en la Argentina es un tema de ustedes. Para Uruguay fue un presidente receptivo y comprensivo. -Igualmente, Mujica los comparaba por su perfil neoliberal. ¿Es así? -Como decía Wilson Ferreira, no soy de izquierda ni de derecha, soy del Partido Nacional. Alguien que cree en los resultados, un nacionalista pragmático. Para mí, el Estado es un medio, no un fin. Cuando dicen que privaticé como Menem, macanas... Acá, la ley de empresas públicas que el pueblo votó en contra establecía el 40% de propiedad estatal de las empresas, el 8% para los trabajadores y lo que se enajenaba era el 52%. Eso no es la privatización de la Argentina. Además, los recursos solamente se podían usar para inversiones en salud, educación o para capitalizar la seguridad social, así que eso se parece a la Argentina como un huevo a la castaña. -Usted también tuvo problemas con hechos de corrupción... -Durante mi gobierno no hubo una sola denuncia; por lo tanto, no pude ejercer nunca las potestades disciplinarias que tiene el presidente. A los seis meses de haber dejado la presidencia, comenzaron las denuncias. Fueron tres funcionarios y los tres fueron condenados: uno murió entre la primera y la segunda instancia, y los otros cumplieron su pena. -¿Qué puede hacer, si vuelve al poder, para evitar la corrupción? -Me resulta muy pintoresco cuando la gente me pregunta cómo voy a hacer para que no aparezca un funcionario que vaya a hacer algo malo entre los 120 que el presidente nombra. ¿Sabe qué le digo? Voy a comprar un "honestómetro", se le cuelga a ese hombre de las dos orejas, se prende el botón y entonces dice si va a ser malo el día de mañana... [se ríe]. Estamos en presencia de la naturaleza humana. A Jesús le falló uno en doce, o sea, el 7 por ciento. -¿Qué piensa de los Kirchner?

-No los conozco. A la señora Kirchner la he saludado dos veces y a él, una vez, el día de la asunción. Desde Antonio Cafiero para abajo, conocíamos a todos los radicales o peronistas, pero no a este hombre que viene del Sur. No me quiero meter en las cosas internas de la Argentina, como él ha opinado sobre cosas internas del Uruguay. Eso no nos cae muy bien. Pero la actitud en cuanto a los puentes ha estado reñida con todos los principios constitucionales argentinos, con los tratados que están vigentes y con criterios de buena vecindad. Es un episodio para el mejor olvido de la historia rioplatense. -¿Cómo encarará su relación con los Kirchner si es elegido presidente? -He propuesto dar vuelta el tema. Soy muy partidario de aplicar las disciplinas marciales orientales: aprovechar las fuerzas negativas para hacerlas positivas. Entonces, vamos a hacer un gran plan de desarrollo del río entre Brasil, la Argentina y Uruguay. Hagamos del río lo que es en todas partes del mundo, una fuente de riqueza, de progreso, de amistad, de turismo, de cuidado del medio ambiente. También pensaba en un gran desarrollo de la provincia de Entre Ríos en la parte oriental, que está muy abandonada. ¿Por qué, en lugar de ver un obstáculo en el río, no vemos un factor de desarrollo y de progreso? -¿No empezaría por el Mercosur? -Tenemos un reclamo muy fuerte del Mercosur, que es previo a cualquier cosa, por el incumplimiento de los laudos. El Mercosur no se cumple a sí mismo. Yo soy el fundador, pero del Mercosur económico y comercial. Este Mercosur político no existe ni lo acepto. -¿Qué piensa de Lula? -Es un tipico producto de una de las más inteligentes sociedades modernas. Brasil es una magnífica experiencia de pragmatismo y de fe en su propio destino. Son 200 años de pensar igual y eso, a la larga, rinde. Brasil coopta a sus hombres, no los expulsa ni los aniquila. Del otro lado, aniquilan a los vencidos, y así no funciona... -¿De qué lado dice usted? -Del lado argentino. Desde Liniers, Dorrego, Moreno y Lavalle hasta el coronel Valle, en 1955. En cambio, la sociedad brasileña tiene esa plasticidad fantástica, gracias al imperio, a la Iglesia, a las fuerzas armadas. Brasil es un país admirable. Demasiado grande para estar al lado... -Y en materia de política exterior, ¿qué cambios introduciría? -Retomaría una política exterior basada en la defensa de intereses y no en identidades ideológicas. No me importa si en la Argentina gobiernan radicales o peronistas, o en Brasil quién sea. Y en esta administración se tuvo la inclinación a las identidades ideológicas, pero no advirtieron que no sirve en materia internacional. -¿Lo dice por Hugo Chávez? Porque Tabaré Vázquez tiene buena relación con él. -Demasiado intensa. Política, comercial... tenemos una atadura con él por la venta de petróleo. Es una deuda de 800 millones de dólares. Y deberle tanto a un país... -¿Qué piensa de Chávez? -Que tiene legitimidad de origen, pero no de ejercicio, entonces le falta una de las características del gobierno democrático. No alcanza con que lo voten.

-¿Habló de todos estos temas con Mujica para intentar un acuerdo? -Nunca he hablado con Mujica en mi vida... Quizás una sola vez, cinco minutos. -¿Por sus diferencias ideológicas? -No, no soy ningún radical. No ha cuadrado. Quizás algún día sea necesario. -Es raro. ¿Nunca lo intentó? -No, y él tampoco. Es una persona que se mueve en distintos parámetros que los míos. No digo que sean mejores o peores. -¿Puede aportarle algo? -Algún día vamos a tener que conversar. Será convocado si me toca ser presidente, y espero ser convocado si le toca a él. -Aquí está en plena discusión la ley de caducidad, que impide juzgar las violaciones de los derechos humanos de la dictadura. ¿Cuál es su postura? -En 1985, cuando yo era senador, veníamos de 20 años de violencia. Primero sufrí las bombas de los Tupamaros y después, en la dictadura, fui secuestrado y encapuchado. El Estado uruguayo, con mucha inteligencia y sentido de la paz, votó tres leyes. La ley de amnistía de los Tupamaros, una amnistía total, con la que se borraron no solamente los que estaban presos y lo pasaron mal, sino los que nunca estuvieron presos y asesinaron, secuestraron y torturaron. Luego, la ley de reintegro de funcionarios públicos que habían sido echados en la dictadura. Y la tercera fue la ley de caducidad, que fue una amnistía a medias, a regañadientes, que puso fin al episodio de los 20 años en su complejidad. A esas tres leyes las llamo "el estatuto de la salida" o "de la paz". No se pueden tocar, salvo que se toquen las tres. Además, la ley de caducidad ya fue plebiscitada. Y ganamos los que la quisimos mantener. -Si no se cierran esas heridas, ¿se puede mirar para adelante? -Que el señor Mujica sea candidato a presidente es la mejor demostración de que el país ha pacificado su ánimo. Una persona que se levantó contra la Constitución o que cometió todos esos delitos y hoy es uno de los posibles ciudadanos que puede ocupar la presidencia es la prueba del Uruguay que queremos. Entonces, apliquemos la misma vara para todo el mundo. -Usted hace poco habló públicamente de "no mirar atrás ni al costado". ¿Se refería a este mismo tema? -A los 68 años, ¿a qué me voy a dedicar? ¿A escarbar el pasado? ¿A ser hijo del pasado o a ser padre del futuro? Quiero ser padre del futuro. El Partido Nacional estuvo 93 años fuera del poder, desde que el amigo Mitre, el emperador de Brasil y los colorados nos sacaron en 1865 y fusilaron a Leandro Gómez. Si todos los que tenemos muertos hubiéramos seguido reclamando por ellos, Uruguay no hubiera tenido la paz que tuvo. Y el gran secreto de Uruguay fue el día en que dejamos de matarnos, en 1904, y construimos una democracia sobre la tolerancia y el respeto. Y los muertos, muertos están.

© LA NACION MANO A MANO Luis Alberto Lacalle pasó exitosamente una prueba difícil que a Aníbal Ibarra, por ejemplo, le costó toneladas de imagen recientemente: la reacción de la gente en la calle. Federico Guastavino, el fotógrafo, le propuso retratarlo en plena avenida 18 de Julio. Aceptó de buena gana, se mezcló entre la gente, recibió saludos cariñosos y hasta frenó el tránsito para que pudieran tomarle fotos. Todavía camina mal por una lesión reciente: se cayó de la escalera cuando le llevaba el desayuno a la cama a su esposa, rito que, confiesa, cumple desde hace casi 40 años de matrimonio. Lacalle parece un peronista con códigos o un radical con reflejos. Hace malabares para que no se note tanto que es conservador, para que se atenúe su ideario de centroderecha. Su insistencia en un desideologizado pragmatismo (y en su condición de víctima tanto del terrorismo como de la dictadura) se compensa con conceptos de manual, como "la motosierra" con la que amenaza bajar el gasto público, la reglamentación del derecho de huelga y, sobre todo, su idea de que no hay que revisar el pasado en materia de violaciones de los derechos humanos. Es muy extraño que nunca haya tomado al menos un café con José Mujica. Al final, se quejó de que la TV argentina haya arruinado el lenguaje de los uruguayos y de que sus compatriotas hayan copiado lo peor de esta orilla, como las barras bravas del fútbol y la judicialización de la política. Si llega a presidente, ojalá no quiera equilibrar la balanza "comercial" con valores de ese mismo tipo.

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