Enfermedades que pueden complicar el embarazo Las enfermedades que afectan al corazón o a los riñones, las anemias, las infecciones y la diabetes pueden causar complicaciones durante el embarazo, tanto a la mujer como al feto.
Cardiopatías En los países desarrollados, las enfermedades del corazón son cada vez menos frecuentes en las mujeres en edad fértil, principalmente debido a un marcado descenso de los casos de fiebre reumática, una enfermedad que se sufre en la infancia y que lesiona el corazón. Alrededor del uno por ciento de las mujeres que tienen una enfermedad cardíaca grave antes de quedar embarazadas mueren como resultado del embarazo, por lo general, debido a una insuficiencia cardíaca. Sin embargo, gracias a la mejora de los procedimientos diagnósticos y de los tratamientos, la mayoría de mujeres con enfermedades cardíacas pueden dar a luz normalmente y los recién nacidos están sanos. En estas mujeres, el hecho de tener un hijo no tiene por qué afectar permanentemente a la función cardíaca o reducir su esperanza de vida. Los cambios normales que se producen en la circulación sanguínea durante el embarazo representan un esfuerzo adicional para el corazón, por lo que una mujer que está embarazada o considera la posibilidad de estarlo debería comunicar a su médico si tiene o ha tenido alguna vez una enfermedad del corazón. El embarazo complica aún más el diagnóstico de una enfermedad cardíaca, porque el volumen de sangre aumenta y provoca soplos (sonidos causados por el repentino y turbulento paso de la sangre por el corazón) que pueden sugerir un trastorno cardíaco, incluso cuando no exista ninguno. Además, las venas se dilatan, aumenta la frecuencia cardíaca y el corazón tiene un aspecto diferente en las radiografías.
Insuficiencia cardíaca La insuficiencia cardíaca es la incapacidad del corazón de bombear la cantidad de sangre necesaria para el organismo. A medida que avanza el embarazo, una mujer con insuficiencia cardíaca se siente cada vez más cansada, incluso aunque descanse lo suficiente, evite el estrés, tome alimentos nutritivos, y suplementos de hierro para evitar la anemia y controle su peso. Los momentos especialmente preocupantes, en los que las demandas del corazón son mayores, se encuentran entre las semanas 28 y 34 de embarazo, durante el parto e inmediatamente después del mismo. La enfermedad cardíaca de la madre puede afectar al feto; de hecho, el feto puede morir durante un episodio de insuficiencia cardíaca de la madre, o bien puede nacer antes de término (prematuramente). El trabajo durante el parto y la mayor cantidad de sangre que retorna al corazón procedente del útero cuando se contrae incrementan en gran medida el esfuerzo que debe hacer el corazón. Durante cada contracción uterina, el corazón bombea alrededor de un 20 por ciento más de sangre. Una mujer que tenga una grave insuficiencia cardíaca puede recibir anestesia epidural para desensibilizar la parte inferior de la médula espinal y evitar que así haga esfuerzos durante el parto. Los esfuerzos de expulsión interrumpen transitoriamente la absorción de oxígeno en los pulmones de la madre y, en consecuencia, reducen el suministro de oxígeno al feto. El recién nacido nace mediante fórceps o por cesárea. El nacimiento por fórceps acarrea un menor riesgo para la madre que una cesárea, a pesar de que existen más probabilidades de lesión en el recién nacido; si se producen, estas lesiones, en general, son poco importantes. Después del parto, se producen grandes variaciones en la función cardíaca de la madre, como resultado de un nuevo cambio en las demandas. Una mujer que ha tenido insuficiencia cardíaca no se encuentra fuera de peligro al menos hasta 6 meses después.
Enfermedad reumática del corazón La enfermedad reumática del corazón es una complicación frecuente de la fiebre reumática en la que una o más válvulas cardíacas se estrechan, en particular, la válvula mitral (estenosis mitral). Los problemas causados por un estrechamiento de las válvulas del corazón empeoran durante el embarazo. Durante éste, la válvula estrecha debe soportar la presión de un aumento de la frecuencia cardíaca, el incremento del volumen de la sangre y la sobrecarga a que está sometido el corazón. Como resultado, cierta cantidad de líquido puede estancarse en los pulmones y causar edema pulmonar (que es la complicación más peligrosa de la estenosis mitral).
Cualquier mujer con una grave cardiopatía reumática debería someterse a una intervención quirúrgica para reparar la válvula mitral antes de quedar embarazada. En caso necesario, esta cirugía puede realizarse durante el embarazo, pero las intervenciones a corazón abierto aumentan el riesgo de perder el feto o de dar a luz prematuramente. Durante el embarazo, la mujer debería limitar su actividad física y evitar la fatiga y la ansiedad. El mejor momento para el parto es la fecha estimada del alumbramiento o unos pocos días antes. Debido a que las válvulas lesionadas por la enfermedad reumática son más susceptibles a las infecciones, se administran antibióticos como medida preventiva durante el parto, 8 horas después de cualquier situación que aumente el riesgo de infección, como una intervención dental o la rotura prematura de las membranas que rodean al feto. Estas infecciones son muy graves.
Cardiopatías congénitas La mayoría de mujeres con defectos congénitos del corazón (cardiopatías congénitas) pero que no ha tenido síntomas antes del embarazo no tiene un riesgo mayor de complicación durante el mismo. Sin embargo, las mujeres que tienen ciertos trastornos que afectan al lado derecho del corazón y a los pulmones, como el síndrome de Eisenmenger y la hipertensión pulmonar primaria, corren el riesgo de sufrir un colapso y morir durante el parto o poco después de éste. La causa de la muerte es poco clara, pero el riesgo es lo bastante importante como para desaconsejar el embarazo. Si una mujer con alguno de estos trastornos queda embarazada, el parto debe realizarse en las mejores condiciones posibles y con el equipo completo de reanimación preparado. Se pueden administrar antibióticos para evitar la infección de las válvulas cardíacas anormales. El aborto espontáneo o inducido después de las 20 semanas de embarazo también resulta peligroso para estas mujeres.
Prolapso de la válvula mitral En el prolapso de la válvula mitral, las valvas de esta válvula protruyen dentro de la aurícula izquierda durante la contracción ventricular y, en consecuencia, se escapan (regurgitación) pequeñas cantidades de sangre hacia la aurícula. El prolapso de válvula mitral es más frecuente en las mujeres jóvenes y tiende a ser hereditario. Los síntomas consisten en la presencia de un soplo cardíaco, conciencia del latido cardíaco (palpitaciones) y, en ocasiones, un ritmo cardíaco irregular (arritmia). La mayoría de las mujeres que presentan este trastorno no tiene complicaciones durante el embarazo pero, por lo general, se les administran antibióticos por vía intravenosa durante el parto para evitar una infección de las válvulas del corazón.
Hipertensión arterial La presión arterial elevada (hipertensión) puede estar presente antes del embarazo pero, en un pequeño porcentaje de casos, se desarrolla durante el mismo. Si una mujer tiene una presión arterial ligeramente alta (de 140/90 a 150/100 mm Hg) y está intentando quedar embarazada o descubre que ya lo está, habitualmente, su médico suspende el tratamiento farmacológico que está siguiendo para bajar la presión arterial (fármacos antihipertensores). El motivo de esta interrupción es que el riesgo de que los fármacos aumenten la morbilidad y la mortalidad del feto es mayor que el posible beneficio que obtenga la madre. La mujer puede tener que restringir el consumo de sal y reducir la actividad física para ayudar a controlar su presión arterial. En caso de que la presión arterial sea moderadamente alta (de 150/90 a 180/110 mm Hg), en general debe continuar tomando los fármacos antihipertensores. Sin embargo, algunos de los fármacos que son seguros para la mujer pueden lesionar al feto. Los fármacos antihipertensores que, en general, se prefieren para una mujer gestante son la metildopa y la hidralazina. Por otro lado, los fármacos que reducen la presión arterial eliminando el exceso de agua del organismo (diuréticos) reducen el volumen de sangre de la mujer embarazada y pueden inhibir el crecimiento fetal. Si una mujer ha estado tomando un diurético para hacer descender su presión arterial, habitualmente se reemplaza con metildopa en cuanto se detecta el embarazo. Si es necesario, se añade hidralazina. Cada mes, es necesario realizar un análisis para conocer el funcionamiento renal, y el crecimiento del feto se controla con ecografías. En general, el médico provoca el parto a las 38 semanas de embarazo. Las mujeres embarazadas con una hipertensión arterial grave (más de 180/110 mm Hg) necesitan cuidados especiales. El embarazo puede empeorar en gran medida la hipertensión y provocar hinchazón del cerebro, hemorragia cerebral, insuficiencia renal, insuficiencia cardíaca e incluso la
muerte. El desprendimiento prematuro de la placenta de la pared uterina (abruptio placentae) es más frecuente en estas mujeres; con el desprendimiento, el suministro de oxígeno y de nutrientes que recibe el feto se interrumpe y éste puede morir. Aunque la placenta no se desprenda, la hipertensión puede reducir el suministro de sangre que recibe la placenta y retardar el crecimiento fetal. Si la mujer desea continuar el embarazo, se deben administrar fármacos más potentes que reduzcan su presión arterial. En general, se la hospitaliza durante la segunda mitad (o incluso más) del embarazo para protegerla a ella y también al feto. Si su estado empeora, puede que deba recomendarse la interrupción del embarazo para salvar su vida.
Anemias Las anemias son trastornos en los que el número de glóbulos rojos o la cantidad de hemoglobina (la proteína que transporta oxígeno) que contienen son inferiores a lo normal. La mayoría de las mujeres embarazadas tiene algún grado de anemia que no resulta perjudicial. No obstante, las anemias provocadas por anomalías hereditarias en la hemoglobina pueden complicar el embarazo, ya que aumentan el riesgo de enfermedades e incluso de muerte del recién nacido y la posibilidad de que aparezcan enfermedades en la madre. De forma periódica, antes del parto, se llevan a cabo pruebas de sangre que detectan anomalías en la hemoglobina en las mujeres cuyo origen étnico o cuya historia familiar indica que tienen más probabilidades de presentar estas anomalías. Para detectar anomalías en la hemoglobina del feto puede realizarse un estudio de las vellosidades coriónicas o una amniocentesis. Las mujeres que padecen drepanocitosis, una anomalía de la hemoglobina muy frecuente, son especialmente propensas a desarrollar infecciones durante el embarazo. La neumonía, las infecciones de las vías urinarias y las infecciones del útero son las más frecuentes. Alrededor de un tercio de las mujeres gestantes con drepanocitosis desarrolla hiperetensión durante el embarazo. La crisis drepanocítica (un repentino y grave episodio de dolor con un empeoramiento de la anemia) es una situación bastante frecuente en esta enfermedad. También pueden producirse una insuficiencia cardíaca y lesiones pulmonares provocadas por pequeños coágulos en los vasos sanguíneos (embolia pulmonar), con riesgo de muerte. Cuanto más grave sea la enfermedad antes del embarazo, mayor es el riesgo de enfermar o de fallecer durante el embarazo. La realización de transfusiones de sangre regularmente para mantener los valores de hemoglobina, así como la utilización de otros tratamientos reducen el riesgo de complicaciones.
Enfermedad renal Una mujer aquejada de una enfermedad de los riñones grave antes de quedar embarazada tiene pocas probabilidades de llevar un embarazo a término. Sin embargo, algunas mujeres que se someten a diálisis con regularidad debido a una insuficiencia renal y muchas de las que han recibido trasplantes de riñón han dado a luz a recién nacidos sanos. Las mujeres embarazadas que padecen un trastorno hepático suelen necesitar atención de un especialista en riñón (nefrólogo) así como de un obstetra. Se llevan a cabo controles sistemáticos de la función renal, la presión arterial y el peso. Se restringe el consumo de sal. La administración de diuréticos ayuda a controlar la presión arterial y la excesiva retención de agua (edema). Debido a que puede ser necesario provocar el parto anticipadamente para salvar la vida del feto, después de la semana 28 de embarazo se hospitaliza a la mujer y, en general, se practica una cesárea.
Enfermedad infecciosa Las infecciones de las vías urinarias son frecuentes durante el embarazo, probablemente porque el crecimiento uterino comprime los tubos que conectan los riñones a la vejiga (uréteres) y se retarda el flujo de orina. A consecuencia de este retraso, es probable que las bacterias no sean arrastradas hacia fuera de las vías urinaias y aumentan las probabilidades de infección. Estas infecciones aumentan el riesgo de un parto precoz y de una rotura prematura de las membranas que rodean al feto. A veces una infección en la vejiga o en los uréteres asciende hacia arriba y llega al riñón, donde causa una infección. El tratamiento consiste en la administración de antibióticos. Algunas enfermedades infecciosas pueden dañar al feto. La rubéola, una infección vírica muy conocida, es una de las principales causas de anomalías congénitas, sobre todo del corazón y del oído interno. La infección por citomegalovirus puede atravesar la placenta y afectar al hígado del feto. Así mismo, la toxoplasmosis, una infección causada por un protozoo, puede afectar al
cerebro del feto y lesionarlo. Las mujeres embarazadas deberían evitar el contacto con los gatos y sus heces, que pueden transmitir toxoplasmosis, a menos que estos animales estén estrictamente confinados al ámbito de la casa y no tengan relación con otros de su misma especie. La hepatitis infecciosa puede causar graves problemas durante el embarazo, especialmente en mujeres desnutridas. El feto puede infectarse en la última etapa del embarazo, lo que aumentará la posibilidad de que el parto se adelante. Las enfermedades de transmisión sexual pueden causar problemas durante el embarazo. Por ejemplo, la infección por clamidias puede provocar una rotura prematura de las membranas y un parto prematuro. La infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), que causa SIDA, es un importante problema en el embarazo. Alrededor de una cuarta parte de las mujeres embarazadas que tienen la infección la transmiten al feto. Debe instaurarse un tratamiento con AZT (zidovudina) lo antes posible en el embarazo puesto que reduce en dos tercios la transmisión del virus al feto. Si está infectado, un recién nacido puede enfermar gravemente con rapidez y por lo general muere debido a complicaciones del SIDA antes de los dos años. El embarazo no parece acelerar el avance de la infección por el VIH en la madre. El herpes genital puede ser transmitido al recién nacido durante un parto vaginal. Si además este recién nacido está infectado por el VIH, puede desarrollar una infección cerebral por herpes muy peligrosa para su vida (encefalitis herpética). Si una mujer presenta lesiones cutáneas herpéticas en una fase avanzada del embarazo, su médico generalmente recomienda un parto por cesárea para evitar la transmisión del virus al recién nacido.
Diabetes La diabetes es un trastorno en el que los valores de azúcar en sangre (glucosa) son anormalmente altos. Muchos de los cambios que tienen lugar durante la gestación hacen más difícil el control del azúcar en la sangre en la mujer diabética. Los cambios en los valores y tipos de hormonas pueden causar resistencia a la insulina, lo que incrementa los requerimientos corporales de esta última y, en consecuencia, en algunas mujeres esto puede ocasionar una diabetes. La diabetes que comienza o se hace evidente por primera vez durante la gestación (diabetes gestacional) se produce en el 1 al 3 por ciento de todos los embarazos. Es mucho más frecuente entre ciertos grupos étnicos (sobre todo indios norteamericanos, habitantes de las islas del Pacífico y mujeres de ascendencia mexicana, india y asiática) así como entre las mujeres obesas. A las gestantes se les realizan análisis sistemáticos para detectar diabetes gestacional. Después del embarazo, este tipo de diabetes suele desaparecer. Una diabetes mal controlada puede poner en peligro al feto y la madre. Con un buen control, sin embargo, los riesgos no son mayores que los que tienen las gestantes no diabéticas. Durante el embarazo, la mujer que tiene diabetes recibe insulina por inyección en lugar de tomar fármacos hipoglucemiantes orales, que pueden resultar tóxicos para el feto. A la mayoría de las mujeres se les enseña a usar los dispositivos para comprobar y controlar los niveles de azúcar en la sangre y ajustar, en función de los mismos, las dosis de insulina durante el embarazo. La diabetes incrementa el riesgo que tiene la mujer embarazada de contraer una infección, de tener un parto anticipado y de presentar hipertensión a causa del embarazo. El tratamiento de estos trastornos es el mismo que se utiliza para cualquier gestante. Si se controla la hipertensión, la gestación no empeora la enfermedad renal causada por la diabetes y las complicaciones renales durante el embarazo son poco frecuentes. El hijo de una mujer diabética puede ser mayor de lo normal en el momento de nacer, incluso aunque haya mantenido los valores del azúcar en sangre en los límites normales o casi normales durante el embarazo. El riesgo de anomalías congénitas es dos veces más alto en los hijos de mujeres que tienen diabetes. También son más frecuentes cuando el control de la diabetes no es el adecuado durante el período en el que se están formando los órganos del feto, particularmente entre la sexta y la séptima semanas de embarazo. A las 16 a 18 semanas de gestacion, se miden los niveles de alfafetoproteína, una proteína producida por el feto, en una muestra de sangre de la madre. Valores altos de alfafetoproteína sugieren un desarrollo incompleto de la columna vertebral y de la médula espinal (espina bífida), mientras que niveles bajos sugieren síndrome de Down. Por último, a las 20 o 22 semanas de embarazo se realiza una ecografía para detectar otras anomalías congénitas. Durante los 3 últimos meses de embarazo, la atención se centra en controlar el bienestar fetal y comprobar el desarrollo de los pulmones del feto, así como en el control de los niveles de azúcar en la madre. La mayoría de las mujeres que tienen diabetes puede tener partos vaginales. Sin embargo, si la atención médica fue inadecuada o el control de su diabetes insuficiente durante el principio del
embarazo, no es recomendable esperar un parto vaginal. En estos casos, puede realizarse una amniocentesis para controlar la madurez pulmonar fetal (que indica si el feto puede sobrevivir al parto) con el fin de saber si el bebé podrá sobrevivir mediante cesárea antes de finalizar el embarazo. También se puede recurrir a la cesárea si el feto es demasiado grande para salir por el canal vaginal o si surgen otras dificultades durante el parto. Un embarazo prolongado es particularmente perjudicial para el feto de una madre diabética. Normalmente el parto tiene lugar a las 40 semanas o antes de este período; si no es así, hacia las 40 semanas se suele provocar el parto rompiendo las membranas y administrando oxitocina por vía intravenosa, o bien mediante una cesárea. El feto puede morir antes de nacer si la gestación se prolonga más de allá de las 42 semanas. Inmediatamente después del parto, muchas mujeres que tienen diabetes no necesitan insulina. En las que tenían diabetes antes del embarazo, las necesidades de insulina decrecen notablemente después del parto, para volver a aumentar de forma gradual al cabo de 72 horas. En caso de diabetes gestacional, se efectúa un control después del parto para determinar si la diabetes todavía persiste o bien si ha desaparecido. Los hijos de madres con diabetes necesitan una valoración y un control cuidadosos después de nacer, ya que tienen un riesgo más elevado de desarrollar dificultades respiratorias, bajos niveles de azúcar (hipoglucemia) y de calcio (hipocalcemia) en la sangre, ictericia y un aumento del número de glóbulos rojos. Estos problemas son transitorios y existen tratamientos adecuados para los mismos.
Enfermedades de la glándula tiroides Los problemas tiroideos son frecuentes durante el embarazo. Los niveles altos de hormona tiroidea durante la gestación suelen ser causados por una enfermedad de Graves o una tiroiditis. La enfermedad de Graves está causada por anticuerpos que estimulan a la glándula tiroides a producir una cantidad excesiva de hormona tiroidea. Estos anticuerpos pueden atravesar la placenta y aumentar la actividad del tiroides en el feto, causando un incremento de latidos por minuto, y un retraso en su crecimiento. En ciertos casos, la enfermedad de Graves produce anticuerpos que bloquean la producción de hormona tiroidea. Estos anticuerpos pueden atravesar la placenta y evitar que la glándula tiroides fetal produzca cantidades apropiadas de hormona tiroidea (hipotiroidismo), lo que puede causar una forma de retraso mental denominado cretinismo. El tratamiento de la enfermedad de Graves puede ser muy diverso. En general, la mujer toma la menor dosis posible de propiltiouracilo. Es necesario un control cuidadoso de la madre, porque este fármaco atraviesa la placenta y puede alterar la producción de cantidades adecuadas de hormona tiroidea en el feto. A menudo, la enfermedad de Graves mejora durante los 3 últimos meses de embarazo, por lo que la dosis de propiltiouracilo puede reducirse o incluso suspenderse. Otra opción es extirpar la glándula tiroides de la madre (tiroidectomía) durante el segundo trimestre (del cuarto al sexto mes de embarazo). La mujer debe comenzar a tomar hormona tiroidea 24 horas después de la intervención quirúrgica y seguir tomándola durante el resto de su vida. Esta hormona simplemente sustituye la hormona que produce la glándula tiroides en condiciones normales y, en consecuencia, no causa problemas al feto. La tiroiditis, una inflamación de la glándula tiroides, produce una hinchazón dolorosa de la parte anterior del cuello. Durante el embarazo, un incremento transitorio en los niveles de la hormona tiroidea provoca síntomas también transitorios que habitualmente desaparecen sin necesidad de tratamiento. En las primeras semanas después del parto, puede desarrollarse de forma súbita una variedad indolora de tiroiditis con un aumento durante un período determinado en la producción de hormona tiroidea. Este trastorno puede persistir o empeorar, en ocasiones con episodios breves y recurrentes de un aumento en la producción de esta hormona. Las dos causas más frecuentes por las que se producen niveles bajos de hormona tiroidea durante el embarazo son la tiroiditis de Hashimoto, causada por anticuerpos que bloquean la producción de hormona tiroidea, y el tratamiento previo para la enfermedad de Graves. A menudo, la tiroiditis de Hashimoto adopta formas menos graves durante la gestación. Una mujer que tiene niveles bajos de hormona tiroidea debe realizar un tratamiento sustitutivo con comprimidos de esta hormona. Al cabo de varias semanas, se realizan análisis de sangre para medir los niveles y ajustar la dosis si es necesario. A medida que continúa el embarazo, puede que deban realizarse pequeños ajustes de la dosis. En un 4 a un 7 por ciento de las mujeres, la glándula tiroides funciona mal durante los seis primeros meses después del parto. Aquellas otras con una historia familiar de enfermedad de tiroides, o de diabetes, o con un trastorno tiroideo preexistente, como un tiroides de tamaño mayor del normal (bocio) o una tiroiditis de Hashimoto, tienen una mayor susceptibilidad. Los niveles bajos o altos de hormona tiroidea después del embarazo suelen ser transitorios pero
pueden necesitar tratamiento.
Enfermedades del hígado Las mujeres con hepatitis crónica activa, y en especial aquellas con cirrosis (lesión hepática con cicatrización), suelen tener dificultades para quedarse embarazadas. Las que lo consiguen, es probable que tengan un aborto o un parto prematuro. El embarazo puede empeorar transitoriamente el bloqueo del flujo de bilis en la cirrosis biliar primaria (cicatrización de los conductos biliares) y a veces produce ictericia u orina de color oscuro, si bien estos efectos desaparecen después del parto. En las mujeres que padecen cirrosis, el embarazo incrementa ligeramente la probabilidad de sufrir una hemorragia masiva por la rotura de las venas varicosas que rodean el esófago, sobre todo durante el último trimestre de la gestación.
Asma La gestación afecta a las mujeres con asma de forma diferente, a pesar de que es mucho más probable que la enfermedad empeore en lugar de mejorar. De forma similar, el asma puede tener varios efectos sobre el embarazo, ya que puede retrasar el crecimiento del feto o desencadenar un parto prematuro. El tratamiento del asma durante la gestación depende de la gravedad y duración de los ataques. En los episodios leves, se administra un broncodilatador inhalado, como el isoproterenol, que dilata las vías aéreas de los pulmones. Sin embargo, las mujeres embarazadas no deben usar estos fármacos en exceso. En caso de crisis más graves, se administra el broncodilatador aminofilina por vía intravenosa. Las crisis asmáticas muy graves (estado asmático) se tratan con corticosteroides inyectables por vena. Si aparece una infección, se administran antibióticos. Después de una crisis, la mujer puede tomar teofilina de acción prolongada (un broncodilatador) en forma de comprimidos para evitar nuevos episodios. Los broncodilatadores y los corticosteroides se han venido usando durante el embarazo sin que hayan causado grandes problemas.
Lupus eritematoso sistémico El lupus eritematoso sistémico (lupus), una enfermedad autoinmune que es nueve veces más frecuente en las mujeres que en los hombres, puede aparecer por primera vez durante el embarazo, aunque también puede empeorar o mejorar durante el mismo. No se puede predecir de qué forma el embarazo afectará al curso del lupus, pero el momento más probable para que aparezcan los síntomas es inmediatamente después del parto. Las mujeres que desarrollan lupus suelen tener una historia de abortos recurrentes, muerte fetal a mitad del embarazo, fetos con escaso crecimiento (retraso del crecimiento intrauterino) y partos prematuros. Un feto o un recién nacido pueden correr peligro debido a las complicaciones del lupus de la madre, como una lesión renal, hipertensión o anomalías cardíacas. Los anticuerpos que producen trastornos en la madre pueden atravesar la placenta y retardar la frecuencia cardíaca, producir anemia, bajo recuento plaquetario o bajo recuento de glóbulos blancos (leucocitos) en el feto. Sin embargo, estos anticuerpos desaparecen de forma gradual varias semanas después del parto, por lo que se resolverán los problemas que causaron.
Artritis reumatoide La artritis reumatoide es una enfermedad autoinmune que afecta a la mujer más del doble de veces que al varón. Suele mejorar durante el embarazo, quizá porque los niveles de hidrocortisona en la sangre aumentan durante la gestación. Esta enfermedad no tiene efectos adversos para el feto, pero pueden surgir complicaciones en el parto si la artritis ha afectado a la articulación coxofemoral o a la parte inferior de la columna (zona lumbar).
Miastenia grave La miastenia grave, una enfermedad autoinmune que causa debilidad muscular, es más frecuente entre las mujeres que entre los varones. Durante el parto, la mujer que padezca este trastorno puede necesitar ayuda para respirar (ventilación asistida). Debido a que los anticuerpos que
causan esta enfermedad atraviesan la placenta, el 20 por ciento de los hijos de estas madres tiene miastenia grave al nacer. Sin embargo, como los anticuerpos maternos desaparecen gradualmente y el recién nacido no produce anticuerpos de este tipo, la debilidad muscular es sólo temporal.
Púrpura trombocitopénica idiopática La púrpura trombocitopénica idiopática es una enfermedad autoinmune que se caracteriza por una reducción gradual del número de plaquetas en la sangre, probablemente porque ciertos anticuerpos anormales las destruyen. El resultado es un aumento de la tendencia a las hemorragias. Esta enfermedad es tres veces más frecuente en las mujeres que en los varones. Si no se trata durante el embarazo, la enfermedad tiende a ser más grave. Los anticuerpos pueden pasar al feto y reducir las plaquetas de éste hasta niveles peligrosamente bajos antes y justo después del parto. Si es así, durante el parto pueden producirse hemorragias que den lugar a lesiones o la muerte, en particular si la hemorragia se produce en el cerebro. El análisis de una pequeña cantidad de sangre tomada del cordón umbilical permite determinar la presencia de anticuerpos y detectar niveles bajos de plaquetas en el feto. Si los anticuerpos han llegado hasta el feto puede realizarse una cesárea para evitar problemas durante el parto, tales como una hemorragia cerebral en el recién nacido. Los anticuerpos desaparecen al cabo del vigésimo primer día, y entonces la sangre del recién nacido vuelve a coagular normalmente. Los corticosteroides mejoran la coagulación de la sangre en las mujeres embarazadas que tienen esta enfermedad, pero dicha mejoría sólo es permanente en el cincuenta por ciento de los casos. Pueden administrarse altas dosis de gammaglobulina por vía intravenosa para mejorar temporalmente la coagulación de la sangre y, en consecuencia, provocar el parto sin correr ningún riesgo para que la mujer pueda dar a luz por vía vaginal sin que se presente una hemorragia incontrolada. Las transfusiones de plaquetas están indicadas sólo cuando es necesario un parto por cesárea para proteger al recién nacido y cuando el número de plaquetas de la madre es tan bajo que existe peligro de una hemorragia grave. En aquellos raros casos en los que el número de plaquetas siga siendo peligrosamente bajo a pesar del tratamiento, se extirpa el bazo de la mujer, que es donde las plaquetas quedan atrapadas y son destruidas. El mejor momento para practicar esta intervención quirúrgica es a mitad del embarazo. La extirpación del bazo mejora la coagulación de la sangre a largo plazo en alrededor del 80 por ciento de los pacientes con púrpura trombocitopénica idiopátcia e inmune.
Cirugía durante el embarazo La mayoría de los trastornos que necesitan cirugía durante la gestación son problemas abdominales. El embarazo puede dificultar el diagnóstico y complicar cualquier procedimiento quirúrgico. Puesto que la cirugía puede provocar un aborto, en especial al comienzo del embarazo, cualquier intervención no urgente suele postergarse todo lo posible siempre y cuando la salud de la madre no esté en peligro. La apendicitis puede causar un dolor como calambres similar a las contracciones uterinas. Un análisis de sangre puede detectar una subida de los glóbulos blancos (leucocitos), pero debido a que el número de estas células normalmente también aumenta durante el embarazo, esta prueba es poco fiable para diagnosticar apendicitis en una mujer embarazada. Además, a medida que avanza la gestación, el apéndice es empujado hacia la parte superior del abdomen, por lo que un dolor en el cuadrante inferior derecho durante el embarazo, punto en que se suele localizar el dolor de la apendicitis, no indica necesariamente que se trate de esta enfermedad. Si en efecto parece que se trata de una apendicitis, se practica una intervención quirúrgica para exirpar el apéndice (apendicectomía) de forma inmediata, ya que la rotura del apéndice durante el embarazo puede ser mortal. No es probable que una apendicectomía cause lesiones al feto o que provoque un aborto. Por otro lado, durante el embarazo pueden desarrollarse quistes ováricos y causar calambres dolorosos. La ecografía detecta los quistes ováricos con gran seguridad y precisión. A menos que un quiste sea claramente canceroso, la cirugía suele posponerse hasta después de la duodécima semana de embarazo, debido a que el quiste puede estar secretando hormonas asociadas que ayudan a mantener el embarazo y a menudo desaparece de forma espontánea. Sin embargo, si el quiste o la masa sigue creciendo o es doloroso a la palpación, o bien la causa subyacente es un cáncer o un absceso, puede que deba practicarse una intervención quirúrgica incluso antes de la duodécima semana. Los trastornos de la vesícula biliar se producen ocasionalmente durante el embarazo. A la mujer embarazada se le practican revisiones frecuentes para controlar el proceso. Sin embargo, si la
enfermedad no mejora, la cirugía puede ser necesaria. La obstrucción intestinal puede ser un trastorno muy grave durante el embarazo. Si se desarrolla gangrena intestinal y peritonitis (inflamación del revestimiento de la cavidad abdominal), la vida de la mujer corre peligro y además puede sufrir un aborto. Por lo general, cuando una mujer gestante presenta síntomas de obstrucción intestinal, habitualmente se realiza una exploración quirúrgica, sobre todo si tiene antecedentes de haber sido sometida a una intervención quirúrgica abdominal o de haber tenido una infección abdominal previa.
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