El Viento Amado

  • June 2020
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El viento amado La viajera solitaria no sabía qué buscaba. No era consciente de que buscaba algo. Seguía recorriendo espacios nuevos desde hacía tiempo. Le gustaba viajar sola. Decía que podía escuchar el silencio, su propio silencio. También su propia voz interna que se expresaba ante cada emoción nueva. Éstas emociones se producían en cada paso, en cada senda, en cada puesta de sol o en cada amanecer. Si algo le gustaba era caminar por un bosque, a poder ser cerca del agua, de un río, un pantano, el mar… Dejarse abrazar por el silencio, por los sonidos de la naturaleza, oler su aroma, sentir la caricia de la luz, acercarse con respeto a los animales en su medio, observarles. También le gustaba subir montañas, ascender, sentir el esfuerzo y conseguir el logro de llegar arriba, donde la perspectiva cambia y la vista no alcanza. Y sentirse pequeña, muy pequeña, insignificante. Otra actividad que le emocionaba era navegar a vela, sentir el viento, la luz, el olor del mar. Dejarse mecer por el oleaje. Navegar de noche. Sabía eso sí que el viento tenía un papel fundamental, que se sentía inundada por la brisa, abrazada, envuelta, trasportada de alguna manera a un mundo exterior diferente, a un mundo interior propio, único y muy especial. Muchas, muchas veces se sentía adicta a estas sensaciones. La necesidad de que no acabaran nunca. La necesidad de volver a tenerlas. El intento de recrearlas haciendo partícipes a quienes sin haberle acompañado, le acompañaban. Sin saberlo, ahí estaban, en situaciones que ella sabía que hubieran disfrutado en compartir. Fue en uno de estos viajes solitarios, cuando descubrió la historia de amor más bonita jamás contada, al menos, eso le pareció. Se trata del encuentro entre los vientos alisios y el bosque de laurisilva. El viento, como un enamorado que visita a su amada, cargado de regalos traídos de otros mundos, viaja entre continentes, trasportando semillas, temperaturas, olores. Viene de los desiertos africanos, atravesando el mar donde se carga de humedad, para llegar a los bosques canarios, impregnándolos, dejándose arrancar pedazos de su bruma con todo su contenido. Se deja debilitar a cambio de ver a su amada florecer, brillar y crecer exuberante. Impidiendo que sufra variaciones extremas de temperatura. Para luego volver a alejarse y al fin, poder regresar de nuevo con nuevas fuentes de energía y vida. El abrazo que el viento da al bosque emocionó tanto a la viajera solitaria, que volvió conduciendo con un brazo fuera de la ventana, para captar algo, aunque fuera poco, de ese abrazo húmedo. La emocionó tanto que en

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algún momento pensó que seria bonito saltar por aquel acantilado, desde el bosque hacia el atardecer, por ir en busca de ese arrullo. Deseó parecerse a la laurisilva, que con tal de ser continuamente abrazada por un abrazo de agua, nunca falta a su cita de repetición eterna en la que, dejarse impregnar y envolver de los ecos y aromas de otras tierras, que ella nunca visitará y que le hacen enriquecerse y florecer de esa forma tan peculiar, como ella sola consigue. Siempre expectante, abierta, deseosa... Recordó de nuevo la viajera, que se siente bien estando en soledad pero, siempre que tenga agua cerca, siempre que se sienta abrazada por ella, en un bosque, o cerca del mar, con el arrullo de un río, o el sonido de una fuente. Pensó entonces que, buscaba un “alisio” que tenga esto, amor y respeto por la naturaleza, fuerza y calma, y que en su abrazo le dé la vida. Que la proteja de las inclemencias y las situaciones extremas. Y que nunca, nunca, deje de querer abrazarle. Que le permita deshacerle pequeñas partes pero que esto no afecte a su esencia de viajero implacable, deseoso de volver a verse y compartir sus ecos de otras tierras, sus semillas, sus olores, sus experiencias. Pero que la misma grandeza que le atraiga hacia ella sea la que le obligue a seguir su rumbo, su búsqueda, su necesidad de enriquecerse y perdurar. Recordó que alguna vez había soñado con que seria un navegante, un aventurero, investigador y respetuoso con la naturaleza. Y resulta que es alguien más sencillo y etéreo, es un viento. Un viento que ya tiene nombre y como tantas otras veces, su corazón está ocupado por alguien, eso sí, esta vez potente, diferente, la laurisilva. Pero ahora sabe que no le importaría ser solo su amante. Al fin y al cabo, no quiere que se quede, no quiere que le pertenezca. Solo quiere saber que existe y lo más difícil, que para él también ella es importante. No más, ni menos importante. Solo importante. Volvió al hotel con la emoción de estos pensamientos, y al asomarse a la ventana de la habitación sintió el viento, un viento húmedo que le envolvía, que humedecía su pelo hasta rizarlo. Miró hacia abajo, observó cómo se mecían las hojas del mar de plataneras situadas al fondo del valle, y sitió como le llegaba el arrullo y le abrazaba. Fdo.: Torcuata Tardona

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