El poder y la autoridad José Andrés Murillo* La autoridad está en crisis. Decimos y escuchamos esta afirmación en todas partes. Los jóvenes no respetan a los adultos, a sus profesores, las personas ya no respetan las instituciones, etc. Pero también está en crisis porque las autoridades (los padres, los profesores, guías religiosos, etc.) no saben qué es la autoridad, no saben qué se hace con el poder que poseen ni cuáles son los límites de éste. Si la autoridad está en crisis, es una buena noticia: tendremos que pensar en ella. Sus fundamentos, sus formas y sobre todo, sus límites. En este artículo me propongo reflexionar sobre los límites de la autoridad, especialmente cuando la autoridad se transforma en poder, es decir, cuando la autoridad pasa de ser una autoridad legítima a ser una pura fuerza, violencia1. El fundamento último de la autoridad, o sea, lo que hace que una autoridad sea legítima o no, va mucho más allá de las intenciones de este artículo. Durante la historia ha habido muchos fundamentos distintos de la legitimidad de la autoridad. La fuerza, la tradición, Dios, la razón, etc. Generalmente, se trata de discusiones dogmáticas o filosóficamente muy “elevadas”, incapaces de escucharse entre sí (como en toda discusión dogmática) y que nos dicen poco o nada de nuestra experiencia concreta con el poder. Sin embargo, hay un hecho que me parece ir más allá (o más acá) de cualquier discusión dogmática acerca de la autoridad: cada vez que un niño nace, nace sin las herramientas necesarias para insertarse en el mundo, para vivir en él de manera independiente. Necesita de otros que le enseñen a dar los primeros pasos en esta vida. A este hecho lo llamamos “natalidad”2. El mundo El mundo ya estaba funcionando cuando llegamos a él y era un lugar extranjero. Alguien se hizo cargo de nosotros y nos ayudó a transformar este mundo en algo más parecido a un hogar3. Alguien nos tuvo que enseñar a movernos en él, a pedir las cosas, a hablar, luego a aprender un oficio o una manera de ganarnos la vida, etc. Alguien nos enseñó a decir “yo”. La familia (o quien haya hecho las veces de familia), las instituciones educativas y artísticas, las iglesias, etc. Cuando nacemos, no llegamos “ya hechos”, sino que tenemos que ir construyéndonos, armándonos, creándonos, junto a otros que tampoco están “ya hechos”, en un mundo que tampoco está terminado. Es un proceso que no acaba nunca (al menos en nuestra experiencia en esta vida). Nadie termina de “hacerse”. Decir: yo ya estoy hecho, terminado, significaría decir: yo ya estoy acabado, muerto. Master en Sociología del poder (Universidad de Paris); Candidato a doctor en filosofía política (Universidad de Paris). 1 El análisis del poder y la autoridad que llevaré a cabo será en el ámbito privado, es decir, anterior al ámbito político. Para el análisis del poder político (público) hay bastante literatura. Recomiendo especialmente de Etienne Tassin, Un monde commun, pour un cosmo-politique des conflits, Seuil, 2003 (pronto a ser traducido al español). 2 El concepto de natalidad como condición humana es introducido por la pensadora política Hannah Arendt y me parece una de las ideas más innovadoras y lúcidas del pensamiento filosófico y político contemporáneo. La reflexión de Arendt sobre la natalidad se refiere más bien a la libertad humana, al carácter siempre nuevo de su acción y la imposibilidad de encasillarlo en una naturaleza particular. Para Arendt, la natalidad es, entre otras cosas, el fundamento de la educación. Aquí lo hemos extendido a la autoridad en general. 3 Aunque siempre seamos un poco extranjeros en este mundo, aunque el mundo que nos recibió no siempre se parezca a un hogar, de todos modos hemos aprendido, de una u otra manera, a movernos y a sobrevivir en él. *
Al mundo, el mundo humano, el mundo común, lo vamos construyendo (o destruyendo) constantemente. No sólo físicamente, arquitectónicamente, etc., sino también en las relaciones humanas, espiritualmente. Llegar a un lugar gritando y exigiendo algo con violencia, por ejemplo, es una manera de construir un clima muy concreto, que será la manera como se les mostrará a los demás el mundo. El mundo de un niño que constantemente es maltratado es un mundo que maltrata. El mundo de un niño que es querido, contenido o reconocido por su entorno, es un mundo que quiere, contiene y reconoce. Cuando vaya creciendo, ese niño podrá seguir construyendo ese mundo, cuestionarlo, mantenerlo, cambiarlo o destruirlo. Durante la vida, siempre tomamos partido ante el mundo. El mundo jamás es un escenario emocionalmente neutro donde transcurre la vida, sino que es un espacio que siempre está cargado de algún sentimiento, sentimiento que no sólo viene de nosotros, sino del encuentro con otras personas y de las circunstancias. De ese mundo todos somos cocreadores, y ese mundo, a su vez, nos va creando a nosotros. La autoridad Para la integración en el mundo, necesitamos de otros que nos acompañen, nos guíen, nos enseñen y confiamos en ellos. Son los mayores, los padres, los profesores, los formadores. Ahí nace la autoridad. Los mayores tienen más fuerza, más experiencia, tienen poder, tienen autoridad. ¿Tienen autoridad? El propósito de este artículo es justamente diferenciar el poder y la autoridad. Creo que se trata de una diferencia importante al momento de analizar las relaciones humanas y hacerse cargo de ellas. Tanto la autoridad como el poder requieren obediencia, por eso tendemos a confundirlas4. Pero son distintas tanto en la motivación que las genera como en el medio que utilizan para hacerse obedecer y, por supuesto, en lo que producen. Básicamente, el poder se hace obedecer mediante algún tipo de violencia mientras que la autoridad lo hace mediante el respeto, respeto que, como veremos, es mutuo. La obediencia en el caso del poder es una reacción al miedo y en el caso de la autoridad, es una respuesta de confianza. La violencia El poder actúa mediante la violencia. Hay que dejar claro que la violencia no es sólo la violencia física. Hay algún tipo de violencia cada vez que se niega o se rechaza la dignidad de otra persona. Puede tratarse de un castigo físico, pero también la amenaza, la ridiculización, la exclusión, el encierro, incluso el silencio son formas de violencia. La violencia produce un tipo de sufrimiento, físico o espiritual justamente porque la persona que sufre la violencia es tratada como una cosa, puede ser una cosa que obedece. No se le reconoce su ser persona, su dignidad. En la lógica del reconocimiento mutuo, la persona que ejerce violencia sobre otra, también está ejerciendo violencia sobre sí misma, pues no es reconocida tampoco como persona por aquel a quien está violentando y todos necesitamos reconocernos cuando actuamos; nadie puede reconocerse a sí mismo sino a través de otro5. Un padre se reconoce Arendt, Hannah, “¿What is authority?”, en Between Past and Future, Penguin 1968. En español, en Entre el pasado y el futuro, ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, 1993. 5 El reconocimiento es una teoría ética de las relaciones que me parece ser actualmente la más importante e interesante. Pido disculpas por tratarlo tan a la ligera en este artículo, reduciéndolo a un párrafo no muy claro. Espero que sea objeto de otro artículo. Si alguien quiere profundizar en este tema, puede acudir sobre todo al libro de Axel Honneth La lucha por el reconocimiento. También al libro La autoridad de Richard Sennett (Alianza Editorial, 1982), especialmente la Parte II: “El reconocimiento” p. 119 en adelante. Esta teoría, cabe decirlo, 4
a sí mismo, en toda su dignidad de padre, cuando su hijo le dice “papá” con respeto y admiración y no con miedo. Lo mismo en toda relación de autoridad. El compromiso con el otro y con el mundo Al poder no se le respeta, simplemente se le teme. Algo muy diferente sucede con la autoridad, que surge del respeto. Este respeto surge del compromiso, con el otro y con el mundo. La persona que ejerce autoridad y no puro poder, sabe que en el acto que está llevando a cabo está creando un mundo para la otra persona, para sí mismo y para otros. Está comprometido con que ese mundo sea un espacio de reconocimiento, de respeto, de libertad y no de dominación, de violencia, de poder. El mundo jamás queda intacto con cada acción que hacemos o dejamos de hacer. Por eso, como dice Hannah Arendt, en una relación de autoridad, la persona que obedece guarda su libertad6. Podríamos decir también que a través de la autoridad las personas no sólo guardan su libertad sino que la incrementan, la aumentan. En efecto, la palabra autoridad está relacionada etimológicamente con las palabras autor y aumentar. Ser autoridad significa crear, producir algo, en los otros y en el mundo. La autoridad, que surge del respeto y el compromiso, crea libertad. El poder, en cambio que surge del miedo y la violencia, reduce la libertad. La inseguridad y el miedo del poder Así como en la autoridad hay respeto y reconocimiento mutuos, en las relaciones de poder hay miedo y violencia mutuos. El que ejerce poder tiene miedo a verse desnudado, débil, frágil ante aquellos a los que somete. Aquel que cree tener autoridad, tiene tanto miedo a perderla si se muestra débil, inseguro, que se aferra a ella transformándola en poder mediante algún tipo de violencia. El que ejerce poder le tiene miedo a aquel a quien somete. Su mirada lo debilita por eso no lo puede mirar verdaderamente, no lo puede reconocer. Una manera de actuar ante el miedo a la propia fragilidad es eliminando al otro. Ante su propia inseguridad, el que tiene autoridad puede querer eliminar toda posibilidad de cuestionamiento por parte de aquellos que están a su cargo. Elimina esta posibilidad reduciéndolos a animales de obediencia. Un profesor que se siente tan inseguro de sus conocimientos amenaza a sus estudiantes a obedecer, repetir sin cuestionar. Pero este mismo profesor, inseguro de sus conocimientos, en vez de obligar a sus alumnos a que repitan lo poco que él sabe, puede comprometerse en una búsqueda junto a los alumnos y transformar la inseguridad en una pregunta común, en la que él mismo está implicado7. . La angustia ante la inseguridad, la falta de certezas, puede provocar una reacción violenta, pero la verdadera autoridad consiste en transformar esta angustia en búsqueda en conjunto, en compromiso por la pregunta. A veces, el miedo a no tener respuestas elimina la posibilidad de hacer preguntas y crea respuestas falsas. Falsas, porque no surgen de una verdadera pregunta. Eso es lo que hace el poder. La autoridad está reconciliada con la incertidumbre, con la falta de respuestas y ayuda a aquellos que están a su cargo a buscar juntos, los guía en la búsqueda sin someterlos. No es necesario que el profesor posea todas las respuestas. Puede comprometerse con sus estudiantes en la formulación en conjunto de se basan la teoría del reconocimiento del Amo y el Esclavo de G.W.F. Hegel. Está sobre todo en La fenomenología del espíritu, libro de difícil lectura, pero está muy bien explicado por Alexandre Kojève especialmente en sus libros La noción de autoridad e Introducción a la lectura de Hegel. 6 Arendt, “What is authority?”, p. 106. 7 Ver el libro de Jacques Rancière, El maestro ignorante, (Libros del Zorzal, 2008). En este libro Rancière relata y analiza la historia y teoría de un pedagogo francés del siglo XIX, (Joseph Lacotot) para quien educar es hacer más libre, de lo contrario, es embrutecer.
preguntas que luego enfrentarán también juntos, y entonces, él actuará como guía y no como una máquina de respuestas. Una madre que siempre se ha sentido poco querida, insegura de sí misma, puede utilizar a su hijo para sentirse incondicionalmente querida, lo manipula y lo obliga a prestarle toda su atención. Lo transforma en un objeto de su seguridad8. El hijo, el niño, el estudiante, sienten miedo de cuestionar a sus profesores, a sus padres, pues cualquier cuestionamiento se traduce en violencia hacia ellos. Se les castiga, se les prohíbe hablar, salir, se les ridiculiza públicamente, etc.9. Así se elimina el pensamiento crítico, la libertad y se construye un mundo de miedo y de violencia. Todo aquel que ha sido formado en el miedo al castigo, al abandono, a la vergüenza, a la condenación, ve en la autoridad un poder, un enemigo, una violencia. En el mejor de los casos se rebelará contra ella. En el peor y más frecuente de los casos, reproducirá la violencia que ha recibido, ejerciéndola en otros más débiles que él. Hijos, alumnos, subordinados, feligreses. La pregunta contra la respuesta Cada recién nacido, todos nosotros cuando nacimos, trajimos con nosotros una mirada nueva y única al mundo. Esa mirada nueva se manifiesta a través de preguntas. La familia, las instituciones educativas y artísticas, las iglesias, etc., pueden ayudarnos a formular estas preguntas que forman parte de nuestra identidad. Ahora bien, cuando la autoridad se transforma en puro poder da respuestas antes de que salgan a luz las preguntas verdaderas. No respeta la formulación de las preguntas, pues tiene miedo a no encontrar respuesta. Toda nueva pregunta siempre constituye un desafío y el poder no quiere ser desafiado sino sólo obedecido. Así se siente más seguro. Claro que el costo de esta seguridad es alto, así como esa seguridad es falsa. El que ejerce poder pretende asegurarse a sí mismo a través de la persona que tiene a su cargo. La utiliza para sentirse más seguro. Sin embargo, además de ser una realidad que en sí es indigna e indignante, el poder no produce la seguridad prometida, sino que deja más solo a quien lo ejerce: el que somete a otro está solo, no tiene a nadie con quien compartir la vida. El poder no respeta ni se respeta, pues no reconoce ni se reconoce a sí mismo Enseñar a defenderse de los poderes El respeto por el otro y su libertad es la marca de la autoridad. Aunque hay que aclarar que no se trata de un respeto pasivo, que se aleja para no intervenir, sino de un respeto que se compromete, activamente, con la libertad del otro, un respeto que, podríamos decir, no permite al otro dejar de ser libre. En eso debe consistir la fuerza de su autoridad. En comprometerse con la construcción de la libertad del otro y de sí mismo. Parte de este compromiso de la autoridad con las personas que están a su cargo, consiste en defenderlos de los poderes, de la violencia. Poder y violencia de los que aquellos pueden ser objeto o que ellos pueden ejercer. En realidad, defenderlos significa enseñarles a ellos mismos a defenderse. ¿Cómo? En primer lugar, despertando la conciencia de que la victoria contra el poder nunca es definitiva. El poder toma diferentes formas durante toda la vida. Los padres, profesores, maestros, parejas, jefes pueden constituir un poder que violenta y del que hay que defenderse. Para este tema, ver el libro de Alice Miller, El drama del niño dotado. (Ed. Tusquets, 1998) La ridiculización, el provocar vergüenza en el subordinado es una de los tipos de violencia más utilizados por parte del poder hoy, cuando la violencia física ya está prohibida. La vergüenza ha reemplazado la fuerza física actualmente. Es más sutil y no deja huellas visibles. Ver Richard Sennett, La Autoridad, traducción de Fernando Santos Fontela, Alianza Editorial, 1980, pp. 50 – 51, 177. 8 9
Enseñar a preguntar, a cuestionar, fomentar el pensamiento crítico, incluso crítico de la misma autoridad. Es importante perder el miedo a la pregunta, a la incertidumbre, a exigir razones, respeto, a indignarse ante una situación en la que se hiere la dignidad propia o ajena. Enseñar a relacionarse con la autoridad respetando y haciéndose respetar a través del compromiso y no del miedo. Acompañar en el proceso de formulación de preguntas, aunque no se sepan las repuestas, convivir con la incertidumbre, con la frustración y la fragilidad, asumiendo la complejidad de la realidad y no quedándose con respuestas fáciles. Me pregunto si una autoridad estará dispuesta a correr el riesgo de comprometerse con lo que significa ser verdaderamente autoridad. Tal vez la pregunta es más bien si nos atrevemos a ser libres, si no es más fácil y más cómodo relacionarnos a través del poder