El Milagros
Julio sabe muy bien que tiene que impresionar a los de la pandilla. De eso depende su futuro y su permanencia en la agrupación. Esa noche sale a las 10 en punto. Guarda su navaja negra en la inmensidad de una de las bolsas de sus pantalones. Está nervioso. Le tiemblan las piernas. Su respiración esta acelerada. Prende un cigarro que ya fue usado más de una vez. Lo mantiene en su garganta un largo instante. No tiene miedo. Sabe que esa será su noche. Sabe como impresionar. Ha pasado largas horas planeando lo que hará. Tiene todos los pasos estudiados. Si todo sale bien lo aceptarán en la banda y todo será más fácil: ya no tendrá que pedirle dinero a su padre, hasta podría salirse de su casa. Tener un cuartito para él solo donde nadie lo moleste. Donde pueda ver la tele hasta que le duela la cabeza.
A mitad de la cuadra Julio se detiene y se para en un rincón oscuro a salvo de la luz rojiza que baja de un poste medio chueco. Sólo un brazo alcanza a ser iluminado por el resplandor: de sus bíceps nace un dragón entre rojo y verde que descansa la cabeza en su muñeca morena. La oscuridad cubre los otros cuatro tatuajes que adornan su cuerpo. Uno de la Virgen de Guadalupe. Fue el primero que se hizo. Era una manda: en una pelea callejera lo apuñalaron y sobrevivió. Los doctores no se lo explican. Su abuela le dijo que fue la Virgencita. Él también lo cree. El segundo es el nombre de su mamá que murió cuando él tenía catorce años. Otro más es el símbolo de su primera banda y el último: un rostro con una lágrima, señal de que ha estado en la cárcel.
Julio hace un silbido que rápidamente es contestado. Espera en la oscuridad mientras verifica el filo de la navaja. Hace unos movimientos con ella. Apuñala varias veces a
una victima invisible. Sus movimientos no son improvisados, sabe que una vez que el cuerpo ha sido atravesado debe hacer un movimiento arriba-abajo con su muñeca. Nadie sobreviviría a eso. Se excita. Imagina al cuerpo herido frente a él. Desangrándose. Casi puede sentir como perfora sus pulmones. Ve a los otros de la banda. Impresionados. Mientras corren le dan golpecitos de aprobación. El líder lo llama. Le hacen el ritual de iniciación. Todos lo saludan como a uno más de la pandilla. Pero la voz aguda de un hombre gordo lo regresa a la realidad. – Ora cabrón deje ese fogón no te vayas a quemar.
Y Julio se ríe mientras lo saluda con una especie de juego de manos. –Ni que fuera tú pendejo. -Oho luego luego a chingar... a ver wey tan perros los dikis ¡ehe! ¿Ladronde? ¿No qué andabas bien erizo? -Erizo tú pendejo. Yo siempre ando forrado. -A ora. Ya vas puesto ¿verdad? -Como puesto pendejo. Eso es después. Ahorita hay que estar bien búhos si no nos carga la chingada. ¿Tú sí vienes verdad pendejo? -Nomás un churrito pa los nervios bro. -Como eres pendejo. Ni vas a sentir cuando te lleve la placa. -No mames cabrón. ¿Cuál crees que sea el business? -No sé carnal. Pero debe ser algo acá bien machin. No van a meter a cualquier pendejo. Yo creo que mínimo un Seven o un Oxxo. -No seas cabrón esos tienen un chingo de cámaras y dicen que en la caja tienen un botón para avisarle a los feos. Un pendejo del barrio: El Panzón. A ese lo agarraron dándole bajón a un Seven wey. Llegaron un chingo de trocas llenas de Feos. Dicen que ni pinches diez minutos tardaron en llegar.
-Pues quien sabe Trucha. Pero el Zeus no es pendejo. Ese wey ya debe saber a donde nos va a llevar. -No mames wey. Yo la neta estoy que me cago. Casi no vengo wey. El hombre gordo que viste unos pantalones anchos se agacha avergonzado y voltea a ver a su amigo que camina seguro y lo mira comprensivo. -No mames cabrón ¿y eso? -La neta no quiero acabar en el reclu. Tengo dos carnales ahí wey y no mames está cabrón. Si llegas sin ser de ninguna banda te va de la chingada. -¿Y a fuera qué cabrón? Si no tenemos pandilla nadie nos va a respetar. Cualquier día nos parten la madre y nadie nos va a defender. Esto ya no es cosa de querer o no. El hombre alto de cara huesuda y ojos certeros se detiene y su tono de voz se vuelve solemne. –Mira wey yo también tengo miedo, que más quisiera que poder safarme pero no se puede. Esto es lo que somos y no tenemos de otra. En este país sólo hay una pinche regla: chingar. A unos les toca chingar con la ley de su parte a otros nos toca chingar con la ley en nuestra contra. Pero al final todos chingamos. Uno tiene que ser realista y entrarle. Muchos nos ven y feo y nos ven como la pinche escoria pero si estuvieran en nuestro lugar harían exactamente lo mismo. El mundo está muy pinche cabrón como para ponerse a ver si las cosas están bien o mal. Así que ay tú wey...
Y los dos siguen caminando mientras se acercan a un grupo de unos doce hombres. Todos impacientes. Mueven las manos y se ríen con carcajadas nerviosas. De vez en cuando se quedan en silencio y concentran su mirada en tres mas que están arrinconados, todos con melenas bien recogidas y con el mismo tatuaje en su brazo izquierdo. Parecen discutir sobre un tema importante. Miran con cuidado una hoja
cuadrada y cuando por fin parecen estar de acuerdo gritan demandantes al grupo que atiende rápidamente: -A ver... todos escuchen bien porque no voy a andar repitiendo. Dice el más alto y fornido de los tres mientras con sus palmas hace un sonido que parece muy bien estudiado. -Todos los que están aquí vienen porque quieren pertenecer a los Intoxicados. Pero antes tienen que demostrar que tienen los huevos para hacerlo. Sólo se van a quedar los mejores. Tienen que demostrar que son capaces de todo por la pandilla. Hoy los vamos a dividir en tres grupos: uno va a ir con el Güero, otro con el Sonrics y otro conmigo. Dividanse de una vez... Y el silencio se rompe salvajemente y las palabras se vuelven un murmullo estruendoso de palabras revueltas y emociones desbordadas, los que se conocen se buscan y se rozan con las manos y hacen votos de confianza y los que no se conocen se vuelven hermanos y con sus tatuajes se cuentan sus proezas y sus desgracias...
El Zeus le dicen al líder de los Intoxicados que esa noche parece tan quieto y tranquilo, mientras habla parece que busca con cuidado cada una de sus palabras como si temiera decir una que no es la apropiada. Mira con atención a cada uno de los cuatros que están rodeándolo. Sabe observar a la gente, sabe identificar a los que sirven y a los que no. Alguna vez mientras platicaba dijo que lo importante era tener decisión. Busca entre esos cuatro que lo miran con respeto algún rasgo de los que él busca. Uno le llama la atención: tiene rasgos delgados pero toscos, su piel morena le da un aire de misterio y su mirada parece dispuesta. Mientras prende su cigarro decide que lo seguirá con atención. –La cosa está así. Vamos a ir a la Farmacia que está a cuatro cuadras. Todos los días recogen el dinero en la mañana. Eso quiere decir que a estas horas tienen la ganancia
de un día entero. Unos 30 mil pesos mínimo. No es mucho pero es un buen principio para ustedes. En el local hay tres personas: dos vigilantes y un empleado. Dos de ustedes van a agarrar a los vigilantes, sólo uno tiene pistola. El ruco es el que la tiene. Si los encañonan y no se ponen nerviosos no dan problema. Los otros dos van a ir con la empleada y van a vaciar las cajas. Son cajas normales. No tienen ninguna protección extra lo único que tienen que cuidar es que no presione la alarma. Es una de esas alarmas silenciosas si la activan los feos llegan en 3 minutos. Y tenemos que vaciar tres cajas. Los que se quedan con los vigilantes los tienen que amarrar. Si alguien la caga queda fuera y si a alguien lo detienen y suelta algo de nosotros iremos a hacer una visita a sus jefas o a sus escuincles. Así que ándense con cuidado. En la cárcel a los maricones ya saben como les va. Si alguno siente que no va a poder de una vez...
Julio voltea a ver a la Trucha que parece dudar. Todos se quedan en silencioso esperando la señal de inicio. El Zeus los mira detenidamente y continúa su discurso: -Yo voy a ir con ustedes pero sólo voy a observar como lo hacen. Si nadie se va a rajar vamos de una vez. Ya saben el que la riegue queda fuera. Y Zeus se adelanta sin decir palabra y atrás lo siguen los cuatro ansiosos. Algunos con dudas y miedo pero todos dispuestos a hacer lo que tienen que hacer. Cuando están a una cuadra de la Farmacia Zeus detiene el paso y da un vistazo a su alrededor. –Tú y tú, señala al Trucha y a otro robusto personaje, van a agarrar a los vigilantes. Los otros se esperan afuera hasta que vean que ya está hecho y después entran por la cajera. Acuérdense del botón... Vamos. Y los dos primeros corren nerviosos. Su corazón no deja de latir. Por su mente pasa un montón de cosas: algunas no las entienden. Recuerdan las palabras y tratan de visualizar
lo que harán. Uno piensa en lo que dirá. Repite. Visualiza sus gestos y cuando están dentro todo inicia:
El más robusto toma la iniciativa y rodea con su brazo desnudo el cuello del vigilante que tiene más miedo que él. La trucha hace lo mismo con el más viejo, su brazo delata su nerviosismo, el viejo se lamenta silenciosamente. Uno de los dos, no se nota bien cual dice: -Quietesitos ya nos los chingamos si se ponen cooperadores en un ratito nos vamos. Y a la mitad de las palabras entran los otros tres y rodean a la cajera que llora y reza una oración que ninguno reconoce. Julio toma el control y la mira con los ojos bien abiertos. La cajera llora con más fuerza porque esa mirada la aterra. –A ver reinita ya sabes que hacer, si te haces la lista te carga la chingada. Y desenfunda la navaja y la acerca a su cuello tanto que ella siente como brota una chispa de sangre. –No. Por favor no, les doy todo pero por favor no. Y Julio quita la navaja y la cajera trata de controlar su temblor y junta el dinero suelto en unas bolsas de plástico.
Y el Zeus observa todo como un ser omnipresente. Estudia cada palabra y cada reacción. Es como si oliera las sensaciones de todos los que están ahí. Julio lo sorprende. Tiene garra y tiene valor. Lo mira con detenimiento. Piensa que es un buen elemento. Lo es porque sabe muy bien que la banda es su única opción. Y mientras toma el dinero con una mano con la otra la cajera busca el botón rojo que le dijeron debe presionar en caso de asalto. Está aterrada pero tiene que hacerlo. Por fin lo encuentra. Lo presiona suavemente y con mucho cuidado, los encapuchados están tan atentos mirando el dinero que no se dan cuenta. Trata de hacer tiempo. Tira un fajo de billetes y lo recoge en cámara lenta. Julio se pone nervioso. Empieza a gritar un montón de palabras sin sentido. La mira a los ojos y acerca su boca a su cara. Y su navaja a su
cuello. Sus palabras son interrumpidas por el sonido de una sirena que se acerca. Todos pierden el control. Empiezan a moverse ansiosos en sus lugares. Los oficiales tratan de soltarse. Uno recibe un golpe en la cabeza y es derribado. El otro, el más viejo, el de la pistola, empieza a gritar: Ya se chingaron pinches vividores. Y la trucha piensa en los relatos de sus hermanos que están en el reclusorio. Se imagina adentro. Sólo y sin banda, sometido a los otros más fuertes. Tiembla. Trata de amarrar al viejo pero se mueve mucho. Su pistola se tambalea. El está a punto de llorar. Quiere correr pero sus piernas no le responden pronto los sonidos que antes eran claros se convierten en ruidos que no alcanza a comprender.
Y Julio mira a la cajera y le da un puñetazo. Las sirenas suenan cada vez más cerca. Con una mano junta todo el dinero que faltaba. Desenfunda la navaja y la acerca al vientre delgado de la cajera que ahora grita. Sus miradas se juntan. Ella siente el frío del metal perforando su estomago, él siente como el filo de su navaja parte la piel que se resiste. Voltea a ver a Zeus que lo mira atento. Regresa su mirada a la herida. Recuerda los movientos. El tiempo se detiene. Sólo piensa en Zeus que lo mira. Arriba. Abajo. El movimiento es rápido. La mirada de la cajera se pierde. Las sirenas se acercan. Zeus lo mira y una sonrisita se dibuja en su rostro. Julio lo hizo. Ya no tiene miedo. En un segundo todo pasa: los sonidos de las sirenas, los gritos de los otros, el llanto de la cajera que se rompe en un silencio estremecedor, el sudor frío que brota de todo su cuerpo, la mano de Zeus apretando su brazo. Y corren. Corre lo más rápido que puede. Sus piernas lo presionan. Las siente frías pero rodeadas de ese sudor que hierve. Mientras corre voltea a ver a la trucha. Viene atrás de él, junto con los otros. Todos ven a Julio que corre orgulloso. Unos policías vienen detrás. Escuchan sus gritos: -Deténganse o disparamos. Nadie los obedece. Ellos disparan.
La Trucha comienza a llorar. Julio no. Se siente poderoso. Inmortal. Corre. Y de pronto los chillidos de la Trucha se detienen. Un cañonazo lo derriba. Julio voltea, lo mira caer. La Trucha lo busca con los ojos. Dice algo. No lo entiende. Julio se detiene. Lo mira. Es momento de una decisión que lo cambiará todo. Las sirenas. Los gritos de la policía. El sonido de la calle. Y Julio en pausa. Enfrentándose al gran cuestionamiento de toda existencia. A ese ser o no ser de Hamlet. Y Julio decide. La policía se acerca. Sus miradas se juntan. La Trucha llora herido. Julio mueve la cabeza y sigue corriendo. Corre tan fuerte como puede. Ya es invencible. Nada lo detiene. Una hora después los cuatro que lo lograron se reúnen alredor del Zeus. Él sólo ve a Julio. Lo mira a los ojos como si lo retará y le dice: -¿Por qué te chingaste a la vieja? Y Julio no siente miedo y contesta sin ninguna culpa: -Porque tocó la alarma. Tenía que hacerlo. Y en sus ojos hay algo extraño que Zeus no entiende. Es como si Julio tuviera una certeza, animal pero certeza, de que lo que hizo era su obligación. Su responsabilidad. En ese momento el Zeus comprendió que Julio había entendido su papel en la cadena alimenticia. El hombre se río maliciosamente y preguntó: -¿Cómo te llamas? Y Julio lo miro directamente y dijo: -Me dicen El Milagros -¿Y eso? -Es que me apuñalaron dos veces en un pulmón y pus no me morí. -Ta bueno Milagros. Mañana aquí a la misma hora. Esto fue sólo para ver quien servía. Mañana viene lo de a de veras.
Y el hombre moreno y fuerte se despidió como se despiden los hermanos de la pandilla. Luego se perdió en la inmensidad de la calle y el Milagros se fue caminando. Camino
hasta que el sol se asomó en el cielo. Entonces se detuvo y regreso a su casa. Mientras caminaba sonreía y sólo él entendía por qué lo hacía. Atl Mendarte
UNO
Supongo que desde niño tuve más problemas que los demás. La pinche vida no es fácil me decía mi padre, ya casi no lo recuerdo, vaguito tengo el recuerdo ahí sentado en su sillón, desde que se levantaba hasta que se dormía se la pasaba ahí, pobrecito, nomás de acordarme parece que lo escucho, al final cuando ya casi se iba a morir, se la pasaba gritando, mi mamá le decía – ¿Que te hago viejo? Y él ya ni contestaba, parece que ni oía, ya estaba más muerto que vivo. Rápido se murió mi papacito. Ni un año con esa maldita enfermedad. Bien que me acuerdo, el día que se murió estuve gritando toda la noche, yo me arrincone abajo de la mesa, estaba chille y chille, mi ama ya ni lloraba, ya nomás rezaba, ese día me di cuenta que dios ni existe y si existe esta sordo o de plano se hace pendejo. ¿Por qué será que cuando más pide uno? Más lo mandan a uno a la chingada. Yo por eso nunca pedí nada, lo que quería lo tomaba. Pedir sólo humilla, sólo lo desprecian a uno y a mi la vida ya me humillo mucho como pa’ que todavía me humille la gente pendeja. Eso lo sé ahora pero pus de niño, de niño uno en bien menso. Cuando mi Jefe ya no gritaba pensé que ya se había curado, yo ni sabía que tenía. Nadie supo. Y pa que saber, si de cualquier manera se iba a morir. Si no teníamos pa tragar menos para las pinches medicinas. Mi Jefe lo sabía, movió el taxi hasta que un día ya no pudo, luego mi Jefa era la que tenía que chingarse, ni modo. Le lavaba a una que otra vieja de ahí de la unida, pero ni así le sacábamos pal gasto. Pobre de mi Jefa ese año se puso bien jodida. Estaba aquí bien chula mi jefa. El día que murió mi Jefe le pidió a mi ama que bajará una foto, de esas
viejas de cuando eran novios, bien acá se veían los dos. Mi Jefe bien galán y mi jefecita rete chula.
Mi Jefe la vio y se puso a llorar, pero ya no gritaba, nomás le escurrían las lágrimas, con una mano apretaba la foto y con la otra a mi jefa, mis otros carnales se pusieron a llorar y mi apa dijo algo, pero ya nadie le entendió, nomás se oía el sonido, como un gemido. Quién sabe que habrá dicho. Yo pensé que ya no nos podía ir más mal, pero como a la semana que llega un pinche licenciado, de esos bien gandallas, bien mierda, Que nomás andan buscando a alguien más pendejo que ellos pa sacarle hasta lo que no. Habló cómo media hora con mi jefa, según que mi Jefe le debía una feria. El culero se llevo el taxi y todavía quería que le pagáramos más. Mi pobre Jefa se le escondía. No sólo a él. Con cuatro chamacos y sola la pobre le debía a media colonia. Ya ni salíamos a la calle. Nos tenía encerrados. Nomás tocaban y se ponía a rezar y a chillar. Nos quedábamos callados esperando a que se fueran. Unos tocaban y tocaban, yo me ponía a contar hasta que se fueran, a veces era tanto que tenía que empezar de nuevo. Desde el cero. Así nos escondíamos hasta que una vez un cabrón llegó con policías y todo y nos sacó a la calle. Mi jefa estaba ida, con su rosario y su pinche padre nuestro, lo repetía y lo repetía, hasta se le olvido, ya decía pura incoherencia. Sus ojos estaban idos.
La última vez que la vi dijo mi nombre: Ramiro. Y se rió conmigo, hasta me miró pero luego siguió rezando, nos dejo encargados con Doña Lucha, una vieja gorda y gritona que le tuvo lastima de verla tan jodida, y luego se fue
caminando. Dicen que camino hasta que un día callo muerta. Doña Lucha nos preguntaba que si teníamos pariente pero pus no. Ninguno. Siempre fuimos solos. Mi Jefe era del norte, de Sinaloa, nos contaba de cuando vivía allá. Pero pus su familia lo desconoció porque mi Jefe siempre fue bien orgulloso y nunca hizo lo que le dijeron. Así como yo. Cuándo escuche que Doña Lucha le llamó a los del DIF yo me fui. Si ya iba a estar solo pus de una vez. La primera noche que pasé en la calle me arrinconé en una esquina. Hacía un chingo de frío, me puse unas cajas de cartón alrededor del cuerpo y aun así sentía el pinche aire. Ni dormí, me la pase llorando como menso. Cerraba los ojos y sentía que mi mamá me estaba abrazando y no tenía miedo porque nadie podía hacerme nada. Pero este mundo es cabrón. A nadie le importas y si no te buscas tú la ayuda te mueres.
Eso lo aprendí al tercer día de no comer. Buscaba en los basureros, una vez encontré un gansito a medio comer, estaba todo aplastado, me supo bien bueno. Mi panza chillaba cuando me lo estaba comiendo. Un día dije: ni modo tengo que comer, de hoy no pasa. Camine hasta que encontré unas calles ahí medio solas, paso una vieja, taba chamaca, se ve que venía de la escuela. La seguí como dos cuadras, ni se dio cuenta. En una calle que estaba oscura le llegué por la espalda y la agarré del cuello, estaba bien pinche flaca. Ni resistencia puso, le baje 100 varos. Con eso comí tres días, luego me busque otra vieja, es que son más fáciles, siempre piensan que las vas a violar y prefieren aflojar la lana...
Y el hombre de traje oscuro que lo había observado sin parpadear. Lo interrumpió con una voz infranqueable. Lo miró con el desprecio que se le tiene a algo que no es humano y le preguntó. Está muy pinche conmovedora tu historia pero ¿sabes qué cabrón?... ya la escuche. Ya la escuche un chingo de veces y ya no me conmueve, me vale madres tu pinche madre loca y me importa un pito como se murió el pendejo de tu padre. Me importa una chingada que tú pinche vida sea una mierda. Tú historia vésela a contar a la pinche Silvia Pinal o a cualquier otra pendeja ridícula que tenga ganas de llorar. A MI...NO.
Le decía mientras lo tomaba del pelo y lo aplastaba contra la
superficie de una mesa de madera. -Yo conozco a los de tu tipo, son animales y así hay que tratarlos. Como bestias, sin corazón. ¿Cómo llegaste a la banda? Y Ramiro lo miró sin parpadear y acercó su cabeza hasta donde pudo y con tono triunfante le dijo como susurrando:- NO-TE-VOY-A-DECIR.
Y el hombre del traje negro permaneció sin mover el rostro, suspiro como quién está a punto de enfrentarse a una ardua tarea. –Mira pendejo ya que te gustan las historias, ahí te va una. Tengo 20 pinches años encerrando a cabrones como tú. Conozco de cerca la escoria. A mi el diablo no me asusta. Me lame los huevos el pendejo. Una vez agarre a un wey, 16 años tenía, era huérfano de padre. Su mamá se caso con un pendejo que le pegaba a los dos. Les pegó desde la primera noche hasta la última. Y no creas que les daba unos golpecitos ahí namas. No. Les ponía unas chingas buenas. El wey este era un escuincle y ya tenía la nariz hecha mierda. Un día el padrastro casi mata a la mamá, el chamaco se cansó, amarró a su padrastro y con un cuchillo de cocina lo fue rebanando poco a poco. Más que matarlo quería que sufriera. Quería
que el maldito sufriera como él había sufrido. Nunca se arrepintió. Hasta parecía orgulloso de lo que había hecho. Uy sí te contará. Todo lo que yo he visto en está pinche ciudad. Yo sé que está llena de weyes como tú que andan por ahí buscando su venganza. Todos como tú han tenido una vida de mierda. Mira wey te voy a decir algo, aquí entre tú y yo, a veces hasta los entiendo. No tienen nada que perder. Saben muy bien que en sus vidas hay de dos caminos o se mueren de hambre o se mueren en la pinche cárcel. Todos tienen como tú una pinche historia triste, pero sabes que wey: eso a la gente no le importa. Para todos los que andan allá afuera ustedes son unos animales. Si pudieran los matarían como en el gabacho. Electrocutados acabarían todos ustedes. A mi me pagaban por agarrar a tipos como tú. ¿Sabes por qué los odian tanto? Porque ustedes les recuerdan que el pinche mundo está de la chingada. Por eso. A ellos les gusta empaparse el hocico diciendo que vivimos en un pinche mundo acá bien bonito, bien feliz, donde todos son libres e iguales, donde todos tienen las mismas pinches oportunidades, pero llegan ustedes con sus pinches historias y les recuerdan toda la mierda en la que están embarrados.
Por eso los quieren matar. A ver si muertos se callan y los dejan seguir pensando que este pinche mundo está bien. Y ahora si pendejo ¿me vas a decir como entraste a la pinche banda o vamos a seguir con más pinches historias?
Atl Mendarte.
Las cosas que vienen de noche.
Un cigarro en la mano y los ojos en lo suyos. -A veces siento que no sé nada de ti. -¿Por qué lo dices? -Por tus ojos. Ella baja sus intensos ojos negros. -¿Qué tienen mis ojos? Susurra con una voz tímida pero ansiosa. -Secretos... Ella se ríe y lo mira de nuevo. -Ya estás drogado. Dame un poco. No seas envidioso. Toma con sus manos blancas y pequeñas el cigarro de marihuana y mientras lo pone en sus labios lo mira con ojos de reto. -Por qué será que cuando estamos “así” tenemos las únicas conversaciones sensatas. -Pero mira que ya estas muy mal, he escuchado de relaciones que se rompen por las drogas pero esta es la primera vez que escucho de una que sobrevive gracias a ellas. -No seas irónica. Sabes que tengo razón. -Siempre crees saber lo que pienso. -¿Y no?...
Ella se levanta desnuda y se dirige al espejo. Se ata su pelo negro y largo con una cinta blanca. Se pone la ropa mientras lo mira a través del espejo. Permanece quieto e inmóvil pero la mira. Siempre le ha aterrado esa mirada
que parece saberlo todo. Muchas veces ha estado a punto de correr a él y pedirle que la perdone pero se detiene porque mira sus ojos y siente que no hace falta. Ella lo conoce tan bien y él conoce tan bien a Laura, la conoce tan bien que casi no hace falta que conozca todo lo demás.
Lo conoció hace más de cinco años, desde entonces están juntos. En su historia hay muchas cosas excepto momentos románticos y sin embargo parece que se aman. Al menos eso se dicen. Pero no saben si lo dicen por que lo sienten o simplemente es costumbre o tal vez lo dicen para no quedarse solos, él con su vida y ella con sus secretos. ¿Cómo se puede vivir en la realidad cuando todo son mentiras? y ¿cómo se puede amar cuando lo único que quieres es no estar sólo?
Cinco años atrás todo era tan diferente. Escuchaban otra música, se ponían otra ropa, no tenía esas marcas, él tenías los brazos más firmes y ella aun no tenía celulitis, no sabían las mismas cosas pero ya tenían los mismos miedos y esos mismos fantasmas. A lo largo de nuestra vida muchas cosas cambian, gente va y viene, nuestro reflejo en el espejo nunca es el mismo y sin embargo hay algo que no se mueve, que siempre está ahí, desde que nacemos hasta que nos vamos. Sólo cambia de disfraz. Nos miente. Nos dice que ya se fue pero sólo se transformo en otra cosa. Es un camaleón. Un maestro del engaño. Me dice no temas. Yo le creo. Parece que ahora si estaré a salvo pero luego me doy cuenta que eres el mismo pero con otro nombre...
Son los dos únicos en el parque. A lo lejos los sonidos de una avenida se mezclan con el mecer de los árboles. La fuente que los separa se ha quedado callada. Él sentado. Mirándola como aferrado. Esperando que ella lo mire. Ella con un cigarro en la mano y los ojos en un punto invisible. Aferrada a una imagen que sólo vive en ella. -¿Qué miras? Le dice de manera retadora. -Parece que te conozco. Contesta él mirándola intrigado. -No creo. -¿Por qué estas tan segura? -Sé muy bien a quién conozco. -Y cómo sabes que yo no soy uno de esos que conoces. -Porque todos están muertos. -¿Los has matado? -De alguna manera. -No me asustas. Siempre me he sentido atraído por lo turbio. -Entonces vete antes de que ya nunca puedas dejarme. -Suenas convencida. -Y tú pareces desesperado. -Lo estoy. Prende otro cigarro y lo mira excitada. -Siempre me he sentido atraída por los desesperados, nunca hacen preguntas. -Yo sólo hago las necesarias. -Las preguntas sólo deberían hacérsele a las personas que no te importan. Las respuestas de las personas que no te importan siempre dan lo mismo.
-Yo sólo creo en las respuestas que no se dicen con palabras. La mujer del vestido negro se contonea en una risa que suena más a nervios. Se pone frente al hombre rubio de ojos claros y mirada sugerente. -¿Que tipo de respuestas son esas? -Son las únicas. Las autenticas. Las que decimos sin decirlas. Como tú ahora. Tus palabras me dicen que me vaya pero toda tú me ruegas que me quede, que te bese, que me quede para siempre a tu lado..., me necesitas. La toma de la cintura y la empuja suavemente sobre un árbol, acerca sus labios a su cuello. -Eres tan deprimente. Le dice sin inmutarse mientras con una mano lo empuja. Él baja la cabeza y por un momento parece que no sabe que decir. –En eso nos parecemos. Soy tan patético y aun así no te has ido. -Me diviertes, quiero saber hasta donde puedes llegar. -Ten cuidado. Sólo hay algo en la vida que nos hace capaces de cualquier cosa, es el miedo a estar solos. Nos hace olvidar. Pedir perdón. Transformarnos. Hasta nos hace capaces de decirle a una extraña que la amamos. El aire golpea sus rostros inmóviles, el cielo se llena de truenos y nubes que anuncian una tormenta. Los dos ponen sus ojos en el cielo y él muy sereno la toma de la mano. –Vamos a mi casa que va a llover. Ella lo sigue sin decir nada y tras ellos se va abriendo una tormenta que impregna el ambiente de un aroma a tierra mojada. Ellos lo comentan mientras caminan y siempre en las noches lluviosas cuando llega el mismo aroma ambos piensan en ese momento y recuerdan que fue el primero.
Al principio todo era muy extraño. A veces despertaba y no recordaba quien era. Muchas veces estuve a punto de sacarla pero sabía que la necesitaba que
no podía desprenderme de ella. Poco a poco me fui acostumbrando a su presencia, a su olor en mi almohada, a su sombra deambulando por mi casa, a sus ojos inquietantes, a sus palabras vacías. Nunca hablábamos de su pasado. Pero yo siempre me preguntaba que había hecho para tener tanto miedo de revelarlo. O quizás es que no había hecho nada. Muchas veces nos avergüenzan más todas las cosas que no fuimos capaces de hacer. Yo le contaba un poco de mi vida pero siempre resultaba tan aburrida cuando la escuchaba que un día deje de contarla y ella parecía agradecerlo o tal vez simplemente no le interesaba. Creo que de alguna manera sentía que si conocía mi pasado yo debía conocer el suyo. Parecía que habíamos llegado a un mutuo y silencioso acuerdo en donde renunciábamos a conocer todo aquello que paso antes del nosotros.
-Nunca me has preguntado nada. Me dijo como si las palabras se hubieran escapado de su boca. Yo sin mirarla le contesté: -¿Es necesario? -¿Cómo puedes amar algo que no conoces? Somos dos extraños cumpliendo un contrato. -¿Qué estas diciendo? No hay ningún contrato entre tú y yo. -¿Es qué no te das cuenta? Seguimos juntos porque ambos estamos cumpliendo con la parte de un pacto... -Tú puedes irte cuando quieras. -Lo dices porque sabes que no tengo el valor de hacerlo. -Lo digo porque eres libre de hacerlo. -Tú mejor que nadie sabes que no soy libre. Por eso estas conmigo y por eso estoy contigo. Tú no podrías estar con alguien libre y yo no podría estar contigo
si lo fuera. Ese es nuestro pacto yo maquillo tu soledad y tú me ayudas a esconderme de... todo lo que me escondo. -Te ves tan desagradable cuando te pones dramática. Pareces tan infeliz. -Eres un idiota. -¿Porqué te digo dramática o porqué me produces flojera? -Porque piensas que alguien puede no ser infeliz a tu lado. Él la mira silenciosamente y la besa. Alejo mis labios de los suyos. Su olor me produce nauseas. Se aleja y me mira profundamente, con cierta curiosidad. –Dime entonces ¿Quién eres? Quiero saberlo. -No te interesa. Si quisieras saberlo ya me lo habrías preguntado hace mucho. -¡Quiero saberlo ahora! -No cambiaría nada que lo supieras. Todo seguiría siendo lo mismo. -Es por que te amo. -No. Es todo lo contrario. Para amarme necesitarías saberlo primero. Necesitarías saber a quien ibas a amar. Necesitarías saber si ibas a amar a un monstruo a una don nadie o a una cobarde... Tú no me amas. Sólo me necesitas. Por eso no te ha importado nunca quien soy. Te basta con saber que me tienes. Por muchas semanas ninguno volvió a decir nada. Vivían sus vidas ignorándose y evitándose. Ella muchas veces pensó en irse pero sabía que no podía hacerlo. Muchas veces pensé en dejarla pero la idea de no tenerla, la idea de ya no poder culparla me estremecía. Un día ella habló y me contó su pasado, todo eran mentiras, él lo sabía y sin embargo quiso creerlas porque no tenía más opción, sabía que confrontarme con mi pasado era la mejor manera de alejarme, por eso me callé, y su silencio me lo seguía demostrando, y desde
ese día ya no me veía a los ojos, y desde ese día ya no lo veo a los ojos, es culpa supongo, es porque si lo miro se dará cuenta que lo sé...
Hace cinco meses que no tenemos sexo. Creo que ya perdimos esa capacidad. Antes era el único lugar donde pasábamos un buen momento juntos. Todo el día podía odiarlo pero cuando estábamos desnudos en la cama sentía como si lo necesitará. Esos momentos nos daban poder a ambos. Poder el uno sobre el otro. Cada vez que sus manos rodeaban mi cintura y que sentía mis piernas rozando su espalda yo sabía que lo tenía por un día más. Es como si yo fuera su droga y mi cuerpo su dosis. Aprendí a usar el poder de mi droga. La racionaba. Hacía que la necesitará. Que la idealizará. Que no pensará en otra cosa que no fuera en mi cuerpo montado en el suyo, en mi sudor escurriendo por todo su cuerpo, en mis gestos de cama, en mis dientes mordiendo su cuello, mis uñas perforando su espalda. Y cuándo por fin me tenía sabía que necesitaría más, sabía que regresaría desesperado por una dosis más de mi cuerpo.
-¿La dejarás? Él la suelta y gira su cuerpo evitando mirar su rostro. -No puedo. -Pero no te ama. Ni tú a ella. -El amor no es lo único que hace que dos personas estén juntas. -Debería de serlo. Lo es para mí. -Por eso no puedo estar contigo. Laura no me ama pero me necesita. Tú me amas pero no me necesitas. Busca sus ojos y pone sus manos en sus brazos -No te entiendo.
El sin moverse le contesta como si estuviera pensando en voz alta. –Lo tuyo es racional, algo que elegiste por decisión no por necesidad. Pero lo de Laura es pura necesidad, es instinto. Es tan animal. Es algo que se aferra. Por eso no puedo dejarla porque necesito alguien que sienta lo mismo que yo. Alguien que sepa que no puede dejarme bajo ninguna circunstancia. Alguien que este conmigo porque no tiene más opción. Y la mujer lo miro como si fuera la primera vez que lo veía y se aterró. Sintió miedo pero después se dio cuenta que lo único que podía producirle era pena y se vistió sin decir palabra y al final lo vio y quiso decir algo pero no encontró palabras y no importaba porque él ya sólo pensaba en Laura y corrió a su casa y la encontró fumando en la ventana con el sol bailando en su cara y la besó sin decir nada y la recorrió con sus labios y toco cada parte de su blanco cuerpo y se lo hizo primero con dulzura y luego de una manera que se parecía más a la furia pero ella lo disfrutaba, lo sabía por sus gemidos y por su rostro de ojos cerrados y mejillas rojas pero no entendía que ella lo disfrutaba más porque que de nuevo había regresado y se sentía poderosa porque entendía que lo tenía y luego él le dijo que sentía que no la conocía y ella se rió y le dijo que estaba drogado pero en el fondo sabía que era verdad y eso la tranquilizaba. Cinco años había mantenido lejos a la otra, a la que era antes porque no quería que la otra, de la que él no sabe ni el nombre, sintiera lo que cada día siente ésta la que es ahora, la que llegó una noche y no se ha ido desde entonces...
Y desde esa noche todo ha cambiado. Ya no es la misma. Algo paso... Es como si fuera otra, una que no conozco.
Laura camina por la calle larga que se parece a una por la que ella caminaba, no es la misma pero sus árboles si lo son, y aunque no quiere todo lo que fue se presenta a un desfile nostálgico de imágenes que le arrancan una lagrima que recorre rápida su cara pálida, y la que ya no es sale de su prisión hecha de silencio y una vez más ve su rostro, el rostro de ese que es el significado de todo, ya no se resiste y los recuerdos la desgarran, se sienta en una banca a la sombra de un árbol inquieto y su rostro, el rostro de él se vuelve más poderoso y ella siente que lo puede tocar y lo toca y siente que le puede hablar y le habla y ella y él tienen esa conversación que nunca llegó, esa conversación en ropa de verano y palabras frescas y sus ojos no se alejan en ningún momento y el viento se encarga de musicalizar el encuentro y el cielo lo adorna con figuras de nubes y un sol medio cubierto que juega con la luz en sus rostros que lucen tan felices, con esa felicidad que no se ve todos los días, esa alegría que sale de los ojos y parece como una explosión que viene de adentro y ella no está segura si este momento pasó... pero debe haber sucedido por que las palabras que se dijeron ella jamás las había pensado... y todo eso que dejó porque aunque tenía muchas cosas había algo que le faltaba y no sabía que era y se aferró a ese vacío y pensó que el problema era el lugar y todo eso que tenía y decidió huir y no se daba cuenta que ese vació la seguiría hasta el final del mundo y aunque las calles no fueran las mismas y aunque toda la gente que la rodeara no fuera la misma y aunque las palabras se dijeran de diferentes maneras ese vació siempre la acompañaría en esas calles distintas, con esa gente diferente y ese vacío siempre hablaría esas lenguas diferentes y no importa a donde vayas yo te seguiré, yo caminare a tu lado, yo te recordare
que algo te falta no importa que lo tengas todo y Laura entendió que eso que falta sólo se tiene cuando uno puede vivir con la idea de que no tiene nada y siguió caminando por la calle larga que se parece a una por la que ella caminaba...
La luna montada en el centro del cielo estrellado escuchaba los sonidos quedos de una noche tranquila. La mujer de pelo negro e intensos ojos negros se levantó de un salto tranquilo pero firme miró a la ventana que estaba a su lado y buscó la luna, parece que entre las dos existía un lenguaje que nadie más entendía. Cerró los ojos y su rostro quedó expuesto a la brisa nocturna que la acarició con elegante ternura. Cogió de una silla el mismo vestido negro que no usaba desde hace cinco años. Un poco más ceñido. Sus formas se asomaban con discreto orgullo. Se miró al espejo y parecía que nunca se hubiese visto. Todo parecía tan fresco, tan nuevo. Todo tenía un poco más de brillo. Y se puso los zapatos, los mismos. Y cogió una pequeña maleta negra. Llevaba sólo lo necesario. A dónde iba los recuerdos sólo estorbaban. No se puede empezar nada nuevo si llevas cargando tu vida en la maleta. Y antes de ir a la puerta lo miró. Sabía que esa era la última vez que lo vería. Sabía que al salir de esa casa lo mataría. Lo mataría de la misma manera en que había matado todo lo demás. Lo ya pasado. Lo mataría como se mata a todo eso que ahogamos con la indiferencia. Lo mataría con el filo del olvido. Con la violencia de la negación. Lo condenaría a la fría tumba del secreto. Le diría: Voy a vivir como si nunca te hubiera conocido. Y se alejó casi corriendo. Rodrigo abrió lo ojos y su voz retumbó en el silencio: -¿Por qué te vas? Y Laura se detuvo. Sin voltear a mirarlo dijo con voz que ya no era la que había sido –Porque ya no
tengo miedo a estar sola. Y entonces él supo que ya nada podría detenerla. Y la puerta se cerró tras de ella y la noche siguió con su danza de luna y estrellas.
Atl Mendarte. Marzo 2009