El Faro, Iglesias Castrillo 1

  • May 2020
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E

Castrillo de los Polvazares: Entre la Magdalena y San Juan (I)

Incluimos a Castrillo de los Polvazares en este esbozo histórico que realizamos sobre inmuebles e instituciones eclesiásticas de los pueblos de La Maragatería Olvidada, no por su pertenencia, sino por la importante interrelación que mantuvo con ella, especialmente con Brazuelo y Pradorrey, por razones de proximidad y de intereses. Visita episcopal con puerta cerrada Iniciamos la andadura en 1601, cuando era párroco D. Juan Vázquez de Santalla, que por cierto en 1605 provocó el enfado del obispo D. Antonio Cáceres, al estar ausente y mantener la puerta de la iglesia cerrada en la visita episcopal que realizó, y que previamente había anunciado. La parroquial estaba situada en las afueras del pueblo, probablemente en las proximidades de su pequeño castro y estaba bajo la advocación de Santa María Magdalena. En el centro del pueblo existía una magnifica ermita dedicada a San Juan Bautista, y que después de muchas vicisitudes acabaría convirtiéndose en la sede parroquial. Sabemos por un inventario de 1607 que era una parroquia capaz, y destacamos en su lectura una gran cruz procesional de plata maciza, y una cajonera de nogal en la sacristía de San Juan. La fábrica se financiaba principalmente de las rentas de su hacienda y de las primicias que pagaban sus vecinos, que fueron 37 en 1622, llegando a 86 en 1832, lo que nos hace suponer una población aproximada de 150 y 400 habitantes en esos años. La ermita de San Juan Ya en 1601, la mayor parte de los cultos religiosos se celebraban en la ermita de San Juan, en la que se encontraba el Santísimo, permaneciendo como era preceptivo en Santa Magdalena, los óleos y pila bautismal y realizándose además en ella los enterramientos. Pero San Juan se quedaba pequeña, y por ello, en 1644 el visitador D. Martín de la Torre ordena a los mayordomos de las cofradías de San Andrés, el Nombre de Jesús y San Mamet, entreguen cien reales cada una a la fábrica para ayudar a las obras de ampliación. En 1.646 es D. Simón Ximénez quien ordena al cura D. Álvaro de Cuellar y al Concejo alargarla o ensancharla por un lado, hacer una capilla mayor con su crucero, y para su financiación se obligue al Concejo en común y también a los

particulares, amenazando si no se cumple su orden, en devolver el Santísimo a Santa Magdalena. En 1663, ya realizada la ampliación de San Juan, aunque no totalmente concluidas las obras, el visitador D Jerónimo Cavero Cabeza de Vaca, basándose en la distancia a la que se encuentra la parroquial, y dado que según él en el camino hay un riachuelo que la separa del pueblo en dos puntos, y que dice en ocasiones es imposible badearlo incluso con caballería mayor, razón esta por la que se trasladó el Santísimo hace muchos años, e incluso el actual cura también había trasladado los óleos, para mayor comodidad en la administración de la extremaunción, y para no ponerse en la contingencia de que cualquier enfermo se fuese sin ese sacramento, y por otra parte teniendo en cuenta el mal estado en que se encontraba la parroquial, y que en ella exclusivamente se realizaban bautizos, entierros y la misa de los segundos domingos de mes y la del día de la patrona, y considerando lo decente, bien dotada y capaz que se encuentra San Juan, ordena se traslade a esta la pila bautismal con cuidado de no quebrarla, bajo pena de excomunión mayor en caso de desobediencia. En 1.664 D. Juan Delgado reitera el mandato habida cuenta del caso omiso que se hizo a D. Jerónimo, y además autoriza al vicario a hacer enterramientos en San Juan y manda se trasladen los huesos de los difuntos a allí con la solemnidad debida, haciendo un llamamiento al Concejo para finalizar las obras pendientes en San Juan. Poco caso a las órdenes Dado el nulo interés mostrado por modificar el lugar de enterramiento de sus difuntos, en 1671 D. Pedro Álvarez Ribom reitera la orden de su antecesor en visita y fija los derechos de sepulturas en ocho reales si este se realiza de arco hacia arriba, seis si es del arco a la puerta y tres de la puerta hacia atrás, aparte recrimina a los feligreses por su desobediencia, pues ni óleos ni pila ni huesos habían sido trasladados. Continuó la rebeldía respecto a lo ordenado, de forma que en 1.676 es el propio obispo D. Diego Alsina Pacheco quien los amonesta severamente, marcándoles un plazo de veinte días para cumplirlo, bajo pena de excomunión mayor. Tampoco tuvo éxito D. Diego, y nuevamente en 1680 el nuevo obispo D. Francisco Aguado vuelve a la carga fijándoles un plazo de ocho días, y por fin, parece ser que obedecieron, pues en visita del año 1681 del Abad de Foncebadón, Fray Andrés Rodríguez, se reconoce por fin la existencia en San Juan de los óleos y pila bautismal, si bien esta última no era la tantas veces mencionada de Santa Magdalena y que por cierto la vuelve a mandar trasladar por estar rajada la existente. Citemos como curiosidad de esta última visita, que a pesar de ser preceptivo acudiesen los feligreses a la iglesia para adorar el Santísimo, comprobar su grado de adoctrinamiento y escuchar la magistral impartida por el visitador, solo estaban presentes el cura, el capellán, un mayordomo, un ciego y un desconocido en el pueblo. Ordenó Fray Andrés al capellán que fuese en busca del regidor, que tocase a concejo y que acudiesen todos los vecinos, después multó al regidor con una libra de cera y al resto de los vecinos que sin estar enfermos estaban en el pueblo y no acudieron, a un cuarterón también de cera. Es de resaltar la confusión, o mas bien falta de definición de los visitadores en sus actas de visita, a la hora de ubicar la sede parroquial en una u otra iglesia, pues en ambas tenían lugar actos religiosos propios de la titular, como también a la hora de adjudicar el patronazgo, correspondiéndole en unas ocasiones a Santa Magdalena, y en otras a San Juan. Es ya a partir de 1.700 cuando a la antigua iglesia se le empieza a llamar ermita de Santa Magdalena, o también “antigua parroquial”, aunque esporádicamente encontramos nuevamente la indefinición en el titular de la advocación. J. L. G. FERRERO

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