El derrumbe del otro. Soledad y erotismo en la fotografía de Frank Yamrus El erotismo es lo que en la conciencia del hombre pone en cuestión al ser. George Bataille En un mundo en el que el Otro se ha derrumbado, el esfuerzo estético –descenso a los fundamentos del edificio simbólico- consiste en volver a trazar las frágiles fronteras del ser hablante lo más cerca posible de sus comienzos… Julia Kristeva De la lectura de Viernes o los limbos del Pacífico, de Michel Tournier, guardo dos imágenes que son más que dos recuerdos. La primera es la imagen de Viernes copulando con la tierra, eyaculando en un episodio de fertilidad inusitada, que resulta en un campo de raras y hermosas flores. La segunda es la de Robinson sumergido hasta la boca en un lodazal, en una especie de viaje a lo que el propio Tournier califica como “grado cero de la vida insular”. Ambas son figuras claves en un libro que pretende reformular las relaciones entre el hombre civilizado y el bárbaro. Y que de hecho reordena las relaciones de poder-subordinación que históricamente se han establecido sobre las propias nociones de civilización y barbarie. Las dos son ilustrativas de ese reordenamiento axiológico que hace Michel Tournier en su novela. El evento protagonizado por Viernes (el salvaje) es un acto de creatividad y libertad, un acto de entrega ejercido con una vitalidad descomunal. Mientras tanto, Robinson (el civilizado) se anula en un gesto de desesperación y decadencia, de frustración y enajenación, de estéril y enfermiza degradación. Si en principio las fotos de Frank Yamrus me hicieron evocar esas imágenes de carácter literario, fue en virtud de su propia cualidad discursiva, que conduce a un ámbito narrado por ambos autores: el de un erotismo que se resuelve en la relación con la naturaleza. La mayoría de los trabajos fotográficos de Frank Yamrus tiende a un planteamiento de lo erótico que nace de una visión del cuerpo como territorio vulnerable. En Primitive Behavior, ese planteamiento es tan enfático, que el cuerpo parece mimetizarse con el espacio natural, asumiendo sus connotaciones paisajísticas. En Motion (una serie fotográfica que sucedió a Primitive Behavior) es el espacio mismo (o más bien, ciertos elementos naturales) lo que parece sustituir al cuerpo, suplantarlo en la imagen y asumir sus implicaciones eróticas. En Rapture, uno de sus más recientes trabajos, el cuerpo es evocado desde el rostro de los retratados. Es un ausente que se resiste a desaparecer de la imagen. Permanece adherido al gesto, a la actitud del sujeto y a la atmósfera de un espacio neutral y casi irreal. Mientras tomaba las fotos de Primitive Behavior entre las dunas de Provincetown, Frank Yamrus se autoconcebía como un reportero que documentara las devastaciones de la guerra. Sólo que en este campo de batalla todos los cuerpos tenían identidad. Independientemente de los diferentes grados en que las fotos se acercaban o se alejaban de una estructura retratística, lo cierto es que el nombre de los fotografiados aparece invariablemente en el título de cada foto. Esta identificación establece una cercanía entre el sujeto, el fotógrafo y el espectador. Las fotos con cadáveres reales que vemos a diario en los medios, no logran esa cercanía pues nos presentan cuerpos velados
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por el anonimato. Las de Yamrus, en cambio, estremecen porque tienen nombre. Entonces su muerte, aunque metafórica, es más real, y sentimos que su realidad nos toca, como tocaba asimismo al fotógrafo, quien confiesa sentir reforzados sus miedos: “...miedo del sexo, miedo de la intimidad, miedo de perder el control y finalmente miedo de mi propia mortalidad”. Estos no son solamente los miedos ancestrales que siempre nos han acompañado. Son los miedos de la época contemporánea, marcada por la omnipresencia de una enfermedad en la que ha hallado irónica concreción la relación mítica entre el erotismo y la muerte. Pese a ello, la serie nos transmite un mensaje de transustanciación, de reencarnación. En los propios títulos, el nombre siempre viene asociado a un segundo elemento (Tas-Limit, Tommy-Sand, Caroline-Essence, David-Fire, etc.) que puede designar una sustancia, un estado de la materia o un concepto. En cualquier caso la relación entre el nombre y este segundo elemento conduce a una designación metafórica de un estado del ser. Un estado sustancial, cargado de una esencialidad que trasciende la muerte o que se organiza como continuidad a partir de la muerte misma. Las fotos de Primitive Behavior tienen una quietud aparente y engañosa. La mayoría de los modelos fueron fotografiados yacentes e inmóviles. No se insinúa el desarrollo de ninguna acción, ni siquiera se alude a la capacidad de acción del cuerpo humano. En consecuencia, no podemos entender estas poses como actitudes, pues no hay una proyección física del cuerpo como ente activo. Y sin embargo, hay una proyección de los significados del cuerpo. Algo que podemos calificar como una actitud semántica. Y ésta se expresa tanto en la relación de los cuerpos con la naturaleza, como en la relación textual de los títulos con las fotos mismas. En Primitive Behavior el erotismo no depende tanto de la desnudez de los cuerpos como de esa violencia latente con que los cuerpos se incrustan en el terreno (su pesada carnalidad parece anticipar un proceso de corrupción, de modo que en su voluptuosidad confluyen el deseo y el rechazo). Su soledad es por tanto la soledad de lo prohibido, de lo contaminado, de lo intocable. Y en tal sentido es también la soledad del objeto de un deseo supremo, aislado de la realidad por un proceso de sublimación casi místico. En cambio, las fotos de Motion reproducen la acción, representan el movimiento. Van quitando paulatinamente el protagonismo a los cuerpos y van otorgándoselo al elemento natural, particularmente el agua. La fusión del cuerpo con la naturaleza no tiene entonces esa temporalidad suspendida, ese suspense perceptible en Primitive Behavior. Y en consecuencia no tiene tampoco la misma tensión dramática. Tiene más bien un efecto de catarsis, tal vez de purificación, de terapia (y la omnipresencia del agua en esas imágenes no deja de ser relevante en tal sentido). En la primera serie el paso del tiempo es evocado, narrado, dramatizado desde las fotos de lo inmóvil, en la segunda serie, el tiempo actúa sobre la foto y determina su apariencia dinámica, su aura de fugacidad y tránsito. En Motion el erotismo se expresa como fluidez y como contacto. Se rompen las barreras entre los cuerpos y la naturaleza, entre los cuerpos y nuestro deseo. La imagen se abre a nuestra percepción como el levantamiento de una interdicción. Y la soledad cede frente a esta exaltación vertiginosa y fragmentaria (multiplicada y vital) de la naturaleza. Rapture nos plantea una tercera variante: la búsqueda del instante trascendental. Algo que parece formar parte esencial de los códigos de representación fotográfica: el congelamiento de un momento mínimo, la fragmentación de una continuidad temporal, la amplificación de su significado. Sobre esa estrategia es que la fotografía ha venido construyendo históricamente la noción de “evento”. Lo interesante es que en estas fotos de Yamrus el evento pasa a un segundo plano. O tal vez debiera decir que es el sujeto fotografiado el que se convierte en un
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acontecimiento en sí mismo. Para hacer las fotos de Rapture, Frank Yamrus le pidió a sus modelos que se masturbaran. Cada una de las fotos fue tomada unos segundos antes o después del orgasmo. Sin embargo, como explica el propio fotógrafo, ni el acto de la masturbación ni el orgasmo en sí, son los temas de estas imágenes. Lo que le interesaba al autor era descubrir ese momento en que todo el ser del sujeto se proyectaba sin control, haciéndose gesto, expresión, fisonomía. El resultado no podía dejar de ser una extraordinaria colección de retratos, pero más allá de eso, constituye una indagación en los resquicios más íntimos del ser humano. En Rapture podemos encontrar una amplia gama de sentimientos y actitudes: la melancolía, la dulzura, la angustia, la ternura o el desamparo; pero lo que matiza el tono general del conjunto es la certeza de la soledad. Una soledad que resulta de ese evento impactante que es el encuentro de cada sujeto consigo mismo. Una soledad que se expresa como revelación del otro en el interior de sí mismo. En Rapture, volvemos a encontrarnos con esa evocación de lo sagrado que aflora en una textura de encuentros entre el deseo y el rechazo, entre el erotismo y la soledad. Tal vez sea esto lo que provoque que en cada foto de esa serie (y probablemente en toda la obra de Frank Yamrus) podamos percibir algo de homenaje o algo de ofrenda. Y también una exaltación primitiva, una especie de energía original, como la que le atribuye Tournier a Viernes. Según Tournier, Robinson es presentado en la novela como el protagonista de la soledad. No una soledad encerrada en los límites de la anécdota como algo ahistórico, sino la soledad como una marca cultural: adherida al cuerpo de la experiencia moderna del hombre occidental. De ahí esa inversión de valores que constituye la estrategia de reescritura de la novela por Tournier: Lo que me interesaba no era el enlace de dos civilizaciones en un estado dado de su evolución, sino la destrucción de cualquier rastro de civilización en un hombre sometido a la acción abrasiva de una soledad inhumana, la puesta al desnudo de los cimientos del ser y de la vida, y después, sobre esta tabla rasa, la creación de un mundo nuevo bajo forma de ensayos, sondeos, descubrimientos, evidencias y éxtasis. Cuando Kristeva nos habla del “derrumbe del Otro” en la cultura contemporánea, parece estar evocando una situación de soledad fundamental, como la que Tournier construye para Robinson en su novela. Cuando vemos las fotografías de Frank Yamrus, pensamos inevitablemente en los nuevos modos en que se expresa esa soledad. Y en la manera en que esa soledad se refiere al erotismo en tanto es el erotismo el que la define y la mide en última instancia. Juan Antonio Molina Texto original: El derrumbe del otro. Soledad y erotismo en la fotografía de Frank Yamrus. En Fisura, número 2, septiembre de 2002. Págs. 28-31
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