El Caso De La Perras De Barba

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EL CASO DE LAS “PERRAS DE BARBA” Fue el 2 de mayo de 1917 ó 18, cuando en nuestra ciudad sonó la “hora cero” que pondría en el tapete de los conflictos el que se había venido gestando en años de tolerancia y de ingenua despreocupación de nuestra siempre alegre y confiada ciudad. Y, como generalmente sucede en el desencadenamiento de todo conflicto en el que estalla la violencia popular, el botón que desató la explosión fue apretado por las castas privilegiadas. Recuerdo perfectamente que el conflicto adquirió proporciones que las autoridades consideraron peligrosas cuando ya habíamos comenzado las clases de la mañana y estas se interrumpieron para hacernos regresar a nuestros hogares rápidamente. Ignoro si esta medida fue general o sólo alcanzó a las escuelas cercanas al lugar -la calle Aurora con la del Ángel-, donde la airada protesta popular había tomado caracteres de consecuencias imprevisibles, o si el caso del Colegio de San Luis Gonzaga fue particularísimo, considerando su proximidad solo separado por los muros medianeros- a la residencia de don José Pérez Rosado, virtual propietario de la negociación “Pérez Hermanos”, contra la cual se había centrado la protesta popular. El conflicto tuvo un origen turbio, que jamás llegó a aclararse. Todo empezó en los primeros tiempos de la Gran Guerra Mundial que desoló buena parte de Europa en el cuatrienio de 1914-18. Las especiales circunstancias que concurrían en La Línea, -su abierta frontera con Gibraltar, su vinculación al Peñón por razones de trabajo y económicas, la evidente complementación que siempre existió, con incontrovertibles razones de auténtica hermandad entre las poblaciones de las dos ciudades y la atracción que representaba para los pasajeros y tripulaciones de los barcos que hacían escala en el puerto calpense, la posibilidad de pisar, aunque solo fuese una reducidísima porción de la, para muchos extranjeros, atrayente España- , hacían posible la libre circulación de toda clase de moneda de curso legal en los respectivos países. En estas condiciones resultaba familiar, a la generalidad de los linenses, los billetes extranjeros, las monedas de plata, e incluso las de oro representativas de valores en libras y chelines, en francos, liras, marcos, etc., y aquellas de cobre, de idéntico diámetro y peso que nuestras monedas de diez céntimos, que el pueblo llamaba “perras gordas”, convirtiendo en “perra” la esfinge del león que figuraba realzada en una de sus emisiones mas populares. Fueron precisamente estas de más modesto valor nominal y numismático, las que dieron origen al conflicto, al despertar la codicia de quienes, en su manejo, creyeron ver un fácil y lucrativo negocio. La facilidad con que todos -comercio y público- aceptaban en toda clase de transacciones el curso de aquellas monedas de cobre, sin importar su nacionalidad ni su valor real en el mercado monetario, fue el incentivo que promovió el “negocio” y con ello la afluencia al mercado local de cantidades de tal importancia que, pronto, la circulación de calderilla de acuñación extranjera, especialmente italiana, francesa y portuguesa había hecho desaparecer, en un proporción bastante 1

estimable ya, la moneda nacional, Ante el peligro que ello podía representar en su futuro, cuya cercanía nade podía precisar, aquella mañana del dos de mayo, el comercio y la industria locales, sin previo aviso al público, se negaron a aceptar en sus transacciones normales, las monedas de cobre extranjeras, que el público había dado en llamar “perras de barba”, porque las que mas abundaban eran las italianas con la efigie de Víctor Manuel. Cuando al despuntar el alba, la vida empezó a cobrar el calor de la actividad diaria en la gran mayoría de los hogares linenses, y se inició el desfile hacia el Peñón, en el tibio amanecer de la primavera mediterránea, de los que allá tenían sus habituales ocupaciones, nuestras modestas amas de casa se dedicaban como de costumbre a preparar los desayunos para los hijos que, momentos después, abandonarían el hogar para cumplir sus deberes escolares; nada hacía presagiar el conflicto que solo unas horas mas tarde estallaría en las proximidades del mercado y se extendería por buena parte de la ciudad. Conflicto que no solo entrañaba la respuesta a una injusticia originada en la reprobable conducta de quienes movidos por un desorbitado afán de lucro, planearon y llevaron a la práctica el sucio “negocio”, sino que creaba a la inmensa mayoría de nuestras madres el grave problema de no poder adquirir lo indispensable para el “puchero” del día, ya que la casi totalidad de las monedas con que se disponía a comprar sus alimentos, se le rechazaba en todos los comercios de la ciudad y puestos del mercado. Porque así sucedió. El comercio, implacablemente, sin titubeos, se negó a aceptar las “perras de barba”. Los compradores, en su gran mayoría mujeres, fueron, de este modo, tomados por sorpresa. Tras esta sobrevino el asombro, e inmediatamente la confusión y, al fin, la justa protesta y la explosión del conflicto. La indignación popular se manifestó violenta, casi incontenible, contra los negocios -una casa de banca y uno de los mejores almacenes de comestibles y alpargatería- que poseían en la calle de la Aurora, esquina con la del Ángel, la razón social “Pérez Hermanos”, a cuyo propietario hacían responsable de la introducción fraudulenta, con intenciones especulativas, en el comercio local, de las piezas de cobre que se rechazaban en aquellos momentos. La fuerza pública acudió con rapidez a los lugares neurálgicos, impidiendo con su presencia que las multitudes defraudadas, se lanzaran a acciones que, en su desenfreno, pudiesen dar lugar a sucesos trágicos por sus consecuencias sangrientas. Al apaciguamiento de la gente, contribuyó en gran medida, la rápida acción de las autoridades y de algunos destacados personajes de las llamadas fuerzas vivan quienes, con la promesa de dar una satisfactoria solución al conflicto, con la urgencia que el caso demandaba, lograron calmar los ánimos y hacer que la población recobrase la serenidad,

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aunque en una expectativa tensa, siempre inquietante, en tanto llegaba la solución prometida. Con la rapidez impuesta por los acontecimientos, se reunieron autoridades y fuerzas vivas, llegándose pronto al acuerdo de abrir una suscripción a la que, de inmediato, aportaron fondos el Ayuntamiento, los comerciantes, industriales y propietarios, así como aquellos organismos y vecinos con posibilidades económicas. La suscripción alcanzó enseguida una cantidad apreciable que permitió ponerse a la tarea de cumplir el compromiso contraído con el pueblo, para resolver en la medida de lo posible el conflicto y sus consecuencias económicas en los hogares obreros. Efectivamente; en las primeras horas de la tarde, numerosas comisiones recorrieron la ciudad, casa por casa, cambiando las “perras de barba”, a la par, por monedas españolas, aunque solo en la cantidad que como tope máximo, se había acordado previamente. Así quedó resuelto el conflicto. Durante muchos años se conservaron en las arcas municipales, cincuenta mil de las monedas retiradas de la circulación aquel día. Los beneficiarios del “negocio”, quedaron, como siempre, en el anonimato. Aparte de los “Pérez Hermanos”, fue también involucrado en este asunto, por el decir popular, un portugués, dueño de una tiendo de loza, que estuvo establecido muchos años en la calle del Sol, precisamente frente a la del Teatro. Pero, insisto, la verdad jamás se supo; quedó como tantos otros hechos, envuelto en el espero velo del misterio.

LA LÍNEA DE MIS RECUERDOS Enrique Sánchez-Cabeza Earle.

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