Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer

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Ein volk, ein reich, ein führer

En los primeros compases de la guerra la recepción de aviones y armas era vital si Franco quería consolidar sus posiciones. Con este fin, el 22 de julio, en Tetuán, mantuvo una entrevista con Johannes Bernardt, un hombre de negocios alemán que se había establecido en el norte de África. Bernardt mantenía buenas relaciones con Adolf Lungenheim, ortsgruppenführer nacionalsocialista destinado en Marruecos. De esta forma Franco trataba de aproximarse al núcleo fuerte de poder del Partido Nazi alemán. En la reunión con Bernardt se decidió el envió a Berlín de una delegación que intentara el contacto directo con Hitler, como ya dijimos antes y ahora veremos con más detalle. Igualmente, en la misma entrevista, se acordó la creación de una empresa que gestionara las compras y pagos de armas. Así nació la HISMA, Sociedad Hispano-Marroquí. Al día siguiente, el 23 de julio, llegaba a Las Palmas el avión Max von Müller, de Lufthansa. La comisión negociadora que iría a Alemania estaba formada por el mismo Bernhardt, un tal Langenheim, y por el oficial de Aviación Francisco Arranz. También estaba el piloto del aparato, un joven y disciplinado oficial llamado Alfred Henke, quien obedecía solamente a los superiores directos suyos; o como mucho, a alguien con habilitación especial de Wilhelmstrasse, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán. El joven era reticente a recibir órdenes de un räubergeneral, como despectivamente llamaba a Franco.

Hubo que convencerlo. —Mira, chico, este räubergeneral (como tú dices) es el que tiene mando en plaza… Pero Alfred no reconocía más plaza que el territorio alemán. Como mucho —y en el mejor de los casos— estaba el espacio vital que la ideología nacionalsocialista y expansionista se adjudicaba en el centro y el este de Europa. Y Tetuán no está en el este de Europa precisamente, que yo sepa, decía el chico, sino en el norte de África. Razonamientos aparte, para convencer al chico hacía falta un argumento de autoridad. —Mira, a tu Führer no le gusta que nadie interfiera en la expansión alemana. Lo ha dicho muchas veces… El otro día, por ejemplo, se lo oí decir por la radio. A ver qué le parecía. —Si lo dice el Führer… Tratándose del Führer, el chico tuvo un convencimiento repentino, una claridad de ideas que despejó sus dudas iniciales o el conato de rebelión a bordo que estuvo a punto de iniciar. —Ya veo que lo tienes claro… El chico se cuadró. Así que finalmente, a las cinco y media de esa misma tarde, el Max von Müller despegó del aeropuerto de Tetuán. Primero fue un vuelo diurno, luego nocturno, y luego otra vez diurno. Era un viaje largo…. Parece mentira cómo un cachivache de los años treinta como aquél —presumiblemente fabricado en los años veinte— podía mantenerse en el aire con tanta naturalidad. En fin, eran otros tiempos. Y la gente era entonces más atrevida que ahora. Tras hacer escala en Sevilla, Marsella y Stuttgart, el Max von Müller llegó a Berlín cuando comenzaba la noche del 24.

A su llegada, se informó a los delegados de la respuesta negativa —que ya se había producido a esas horas— del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán a las demandas de Franco. —¡Al Partido! Dijo Langenheim. Y los delegados se dirigieron a la sede del Partido Nazi, donde residía el núcleo del poder creciente y verdadero de una Alemania que rompía los moldes antiguos y democráticos de la República de Weimar. Hacía tres años que Hitler había ganado las elecciones con el 44% de los votos y nadie esperaba unas nuevas elecciones para el año siguiente… —¡Al Partido! No hacía falta decir el nombre del Partido... Sólo quedaba uno en Alemania. Los delegados recorrieron las anchas avenidas nocturnas de la capital imperial, un Berlín que había sido el centro del antiguo Reich y que quería volver a serlo del nuevo. La refundación del Reich —patria o imperio— que se vislumbraba en los ojos de un iluminado llamado Adolfo. Un recorrido por el centro de Berlín, un paseo en taxi alrededor de la puerta de Brandemburgo. Los delegados de Franco en misión especial en la Alemania nacionalsocialista, contemplando la arquitectura futurista y moderna del que había sido el país de la cultura y la filosofía. Hegel en acción recogiendo los frutos de una ideología totalizadora. Los comisionados de Franco llegaron a la Auswartige Amt, Oficina de Asuntos Exteriores del Partido Nazi. Y allí fueron recibidos por Rudolf Hess, un hombre alto, delgado, con la cabeza poblada de ideas (de malas ideas) y las cejas pobladas de pelos (ni buenos, ni malos). Rudolf Hess les saludó cordialmente.

—Achtung! Adelante. Les arengaba a dar un paso al frente y entrar en su despacho oficial. —Así que quieren ver al Führer en persona… —Exactamente, ja. —¿Ja? No era una risa. Ja era sí en alemán, pero el oficial Francisco Arranz lo había pronunciado como si se tratara de una carcajada. Quería darle naturalidad a la expresión y se encontró con un problema de acento. Pero Rudolf y Paco terminaron por entenderse. Luego, el primero de ellos se puso a repasar sus pobladas cejas, haciendo como que pensaba. (El segundo hacía como que disimulaba.) Finalmente, Rudolf llegó a una conclusión, convencional y anodina, para la que no hacía falta tanta meditación… —Esas cosas tienen sus conductos habituales… —En Wilhelmstrasse nos han dado largas… Más que largas les habían dicho que no. —Y la situación en España no admite demoras. No podemos perder la iniciativa… Se necesitaba con urgencia la llegada de algunos aviones y algo de armamento para ir tirando. El comentario del oficial Arranz tocó a Rudolf Hess la vena belicosa, su resorte principal. Además de la vena belicosa, Rudolf también tenía una vena cerebral, que se expresaba de la siguiente manera: contribuir a la posible creación de un régimen afín en la península ibérica no era mala idea. Así pensaba Rudolf. Además, España sería un buen terreno para probar el armamento alemán —tan moderno— y ensayar las nuevas tácticas militares. (Así seguía pensando.) Y

de esta forma se decidió Rudolf Hess a iniciar las primeras gestiones telefónicas para conseguir que la delegación española tuviera una audiencia privada con el Führer. —Vamos allá… Rudolf descolgó el teléfono y siguió hablando en alemán (como lo había hecho a lo largo de toda la entrevista). El oficial Arranz miraba para otro lado y hacía como que no prestaba atención; aunque por mucha atención que hubiera prestado no hubiera alcanzado por ello un mayor conocimiento de las palabras de Rudolf. Los nazis parecían muy empecinados al principio de la negociación. Pero las cabezas duras siempre terminan por ablandarse. Sólo hace falta utilizar buenos argumentos. Y como ejemplo de buenos argumentos están los que se dirigen a la cabeza, al bolsillo… o a la pistola. Éste último argumento es el más eficaz. —¡Ya está hecho! Sin necesidad de tanto argumento. Un par de llamadas telefónicas bastaron para que los delegados de Franco lograran la audiencia que tanto y desde tan lejos buscaban, aunque para ello tuvieran que seguir viajando por el país, porque: Los jerarcas del Partido Nacionalsocialista se encontraban en el festival de Bayreuth, en Baviera, en el sur de Alemania. Como todos los años por esas mismas fechas, allí se representaba el repertorio operístico e instrumental completo de Richard Wagner, las obras completas y musicales de un compositor más que germánico, pangermánico, y, por encima de todo, anticristiano, a fuer de antijudío. Así resumimos en dos o tres pinceladas léxicas al autor de una filosofía musical que contribuyó a la resurrección de la barbarie en el corazón de Europa. Según parece, los nazis se inspiraron en sus obras

para invadir media Polonia en el año 39. Stalin, que invadió la otra media, no se sabe bien en qué compositor se inspiró. El festival de Bayreuth era una especie de rito para el gobierno nacionalsocialista. Allí se practicaban cada verano una especie de holocaustos espirituales. El festival era como una purificación a través de la música. Una música que inspiraba a los jerarcas nazis los peores y más puros sentimientos, la maldad químicamente pura. En el festival se representaba La cabalgata de las Walkirias, un desfile apoteósico en el que unas muchachas nórdicas de trenzas enormes y rubias celebraban el triunfo de sus guerreros. Las muchachas rubias procuraban el solaz y descanso de sus guerreros, que estuvieran preparados para lograr una buena victoria; o que al menos fueran derrotados con honor. Así entrarían directamente en el paraíso pagano del Walhalla. La delegación española solamente vio una parte del espectáculo. Cuando llegaron, estaban las Walkirias en plena cabalgata (o cabalgada). Ésta es la mejor parte del espectáculo. El resto de la copla no interesaba mucho a los delegados españoles. No estaban para muchas músicas. Les dijeron que Hitler iba a recibirlos de un momento a otro, cuando terminara la representación. Pero ésta no terminaba nunca. Las óperas son largas de por sí, y Wagner no es precisamente de los autores que están pendientes del reloj a la hora de componer. —Podríamos aprovechar la ocasión y ver una parte del espectáculo... Propuso Arranz. —Qué remedio… Así que tomaron asiento y presenciaron los vaivenes de los intérpretes sobre el escenario. La orquesta máxima también

tocaba de lo suyo, es decir, que la orquesta era grande y tocaba bien. Trenzaba bien las armonías. Trenzaba tan bien, de hecho, que ante las caricias capilares de la orquesta los delegados no pudieron resistirse al sueño, se adormecieron al son de los tambores y de las trompetas belicosas..., y soñaron con las Walkirias rubias, dulces guerreras, bien trenzadas. Pero: Una mano abrumadora los extrajo del sueño. Un miembro del séquito de Hitler les hizo volver a la realidad. Un oficial con uniforme impecable les recordó que tenían una entrevista para la historia. El día 26 de julio, Hitler hizo un hueco entre representación y representación —entre el Oro del Rhin y el Anillo de los Nibelungos— y recibió a los delegados españoles. Los recibió con una cortesía espartana, prebélica, protomilitarista. Andaba el Führer permanentemente rodeado de un séquito de homosexuales, lo que luego se denominó Pink Svástica, un grupo de oficiales que fueron ocupando los más altos puestos en la cúpula gay de la Alemania nazi. Adolf Hitler se quería ventilar a los delegados de Franco en cinco minutos, pues ya tenía una decisión tomada de antemano. Conocía la decisión del gobierno francés de ayudar a la República, y también sabía de las informaciones que unas horas antes había divulgado Radio Praga respecto de las intenciones soviéticas que iban en la misma dirección. Ya estábamos avisados sobre ambos puntos. El principal argumento de Franco para tratar de convencer a Hitler fue que en esos momentos se estaba librando en España la gran batalla contra el comunismo. Había que hacer un frente común ante el comunismo internacional, le había dicho Franco por escrito. Hitler ya lo tenía claro.

Así que fue una decisión personal de Hitler la que inclinó la balanza para que Alemania facilitara a Franco los créditos necesarios para la compra de armamento. Unos días después, un domingo, se constituyó en Berlín el Sonderstab W, organismo controlado directamente por Hermann Göring. Y los acontecimientos se fueron encadenando, uno tras otro, con inexorable exactitud. Junto a Göring, el general y ministro de Defensa Werner von Blomberg también recibió instrucciones del Führer. Las instrucciones fueron a su vez remitidas al general Wilberg y al almirante Canaris, quienes se pusieron en contacto con el general italiano Rotta, quien, a su vez, el 6 de agosto, cuando Franco ya había comenzado la marcha hacia Madrid, les informó puntualmente de las necesidades más urgentes: aviones, bombas, ametralladoras, municiones, así como un barco cazasubmarinos para patrullar el Estrecho. O sea, un poco de todo. Wilberg y Canaris viajaron a España. Göring ordenó a Langenheim —uno de los delegados— que regresara a Tetuán para obtener de Franco las garantías de pago del material que recibiera. No era un regalo lo que se le hacía; solamente un préstamo. Tras recibir los informes de Wilberg y Canaris, el ministro Werner von Blomberg ordenó al general Walter Warlimont que también viajara a España para controlar los primeros envíos. En el mes de agosto salieron tres barcos de Alemania. Dos de ellos llevaban combustible. El tercero, el Wigbert, desembarcó en el puerto de Lisboa seis aviones Heinkel 51 y dos Junker. Johannes Bernhart acompañó el cargamento durante todo el viaje. Luego cruzó la frontera entre España y Portugal y llegó a Valladolid, donde informó al general Mola.

En un informe enviado a Roma el 13 de agosto, el Cardenal Gomá aludía a las actitudes paganizantes, procedentes del centro de Europa, que amenazaban la identidad católica de España.

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