En los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos… impíos… que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. - 2 Timoteo 3:1-5.
La eficacia de la piedad La piedad es el conjunto de relaciones personales e íntimas que mantengo con Dios, las cuales me permiten vivir en su comunión, conocer sus pensamientos y recibir su poder para glorificarlo con mi vida. Cuando la vida de Cristo se desarrolla en mí, comparto con los demás mis riquezas espirituales y materiales. En lugar de ser avaro y ambicioso, estoy satisfecho con lo que tengo y me esfuerzo por colocar lo máximo en el banco del cielo. Más aún, al vivir en la presencia de Dios, llego a ser consciente de mi natural debilidad y entonces comprendo que el poder de Dios se perfecciona en la debilidad. Me doy cuenta de que “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9-10). Por desdicha, en lugar de realizar constantemente este secreto andar con Dios, a veces dejo que mi relación con él se distienda, aunque sigo manifestando una piedad exterior: voy fielmente a las reuniones cristianas cada domingo, doy gracias antes de la comida, sigo dando limosnas, etc. De esta manera, poco a poco sólo conservo una forma exterior de piedad pero la eficacia ya no está. ¡Qué tristeza! Felizmente, Dios es fiel: el Espíritu Santo obra en mi espíritu para darme a entender el estado en que he caído y para conducirme a volver a hallar, a veces con dificultad, el camino de la verdadera comunión con él, no sólo en el andar personal, sino también para alabarle de corazón con otros creyentes.