Discurso sobre el espíritu positivo Auguste Comte Entre sus obras literarias de Comte se encuentra El discurso sobre el espíritu positivo, siendo ésta una de las más importantes dentro de su producción filosófica por ser en la que expone algunos elementos de su propuesta del nuevo orden social para el progreso de la humanidad y por justificar las razones de la superioridad del espíritu positivo. La obra se divide en tres partes: la superioridad mental del espíritu positivo, la superioridad social del espíritu positivo y condiciones de advenimiento de la escuela positiva. Abordaré en el presente escrito solamente la parte segunda, destacando las repercusiones del espíritu positivo en la sociedad y mostrando algunos elementos de su sociología. No bastando la teoría, ante la imposibilidad de conservar el régimen antiguo y la necesidad creciente del orden social, Comte expone cómo llevar a la práctica las leyes establecidas para el progreso. Las transformaciones han ido lentas por falta de una filosofía verdaderamente propia; el espíritu teológico y el metafísico han truncado dicho desarrollo y ha suscitado el desarrollo de una escuela intermedia, destinada sobre todo a recordar directamente el conjunto de la cuestión social, y es la filosofía positivista, la apropiada para realizar esa gran combinación del espíritu del orden con el espíritu del progreso, siendo ésta superior a los poderes existentes hasta entonces. Así pues, Auguste propone el espíritu positivo como la única base posible de una resolución verdadera de la honda anarquía intelectual y moral que caracteriza sobre todo a la gran crisis moderna. Filosofía que lleva siempre a establecer una exacta armonía elemental entre las ideas de existencia y las del movimiento, siendo el orden la condición fundamental del progreso y este, el fin necesario del orden. Respecto al orden, Comte muestra que las principales dificultades sociales no son políticas, sino sobre todo morales, de manera que la solución posible depende de las opiniones y las costumbres mucho más que de las instituciones. El sentimiento del orden, es, en una palabra, naturalmente inseparable de todas las especulaciones positivas, lo cual significa que debe recabar todos los datos de los diversos aspectos de la vida, encontrando la solución en la sociedad más que en cualquier otro poder o institución. Mientras que el progreso, un avance continuo hacia un fin determinado, es resultado del conjunto de la evolución anterior y debe hacerse después de una exacta apreciación general de lo que constituye sobre todo este continúo mejoramiento de nuestra naturaleza, principal objeto del adelanto humano. El destino de dicho progreso, es nuestra existencia entera, personal y social, con el mejoramiento continuo de la condición humana y de la propia naturaleza.
La filosofía positivista, deberá hacer prevalecer cada vez más los atributos eminentes que distinguen la humanidad de la mera animanidad. Su valor depende ante todo de su plena realidad científica, es decir, de la exacta armonía que establece siempre, entre los principios y los hechos, tanto de los fenómenos sociales como de todos los demás. Según Comte, el espíritu positivo puede representar las grandes épocas históricas como otras fases determinadas de una misma evolución fundamental y puesto que la doctrina que haya explicado suficientemente el conjunto del pasado obtendrá inexorablemente, por consecuencia de esta única prueba, la presidencia mental del porvenir. Postula al positivismo como esa doctrina, teniendo la supremacía sobre cualquier otra ciencia o corriente filosófica y la responsable del orden y progreso social. Otro elemento importante es el de la moral humana, el cual estaba en poder de los dos espíritus dominantes, los cuales no podían darle su dignidad y universalidad convenientes a su naturaleza (reconoce que el catolicismo contribuyó a su independencia pero por considerarlo retrograda en la edad moderna, lo considera incapaz de sostener la moral humana). Y el positivismo es propuesto como el único capaz de consolidar una moral puesto que el espíritu metafísico ha tenido que disolver activamente la moral y el espíritu teológico ha perdido la fuerza para preservarla, por lo cual, el espíritu positivista, tiene las facultades para sistematizar los principios de las reglas de conducta y llevarlas a la práctica. Reconoce que hay una antipatía creciente y una impotencia para proteger las reglas morales fuera de la teología o la política y que no se reconoce la posibilidad de consolidar dichas bases desde la propia humanidad, sin embargo, no existe, pues, ninguna alternativa duradera entre fundar por fin la moral sobre el conocimiento positivo de la humanidad, y dejarla descansar en el mandamiento sobrenatural. Está claro que Comte se inclina por la primera alternativa puesto que el espíritu positivo puede combatir las diversas aberraciones, principalmente las que emanan de las divagaciones religiosas, y proponer convicciones profundas y activas, verdaderamente susceptibles de sostener el choque de las pasiones y accesibles a todas las inteligencias a partir de la vida común. Es propio de la filosofía positivista, estimular y consolidar el sentimiento del deber, desarrollando siempre el espíritu de colectividad, que se encuentra naturalmente ligado con él. Este sentimiento es la base primera y necesaria para toda moral sana partiendo del individuo pero no quedándose en el yo sino conduciendo a la colectividad, contribuyendo a la formación de la sociedad humana, mediante esa aglomeración de individuos. Es directamente social, el espíritu positivo, para él no existe el hombre sino sólo la humanidad y por ello resalta continuamente el vínculo de cada uno de todos, en una multitud de aspectos diversos, de manera que se haga involuntariamente familiar el sentimiento íntimo de la solidaridad social.