Dios Y Los Pactos

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I. DIOS

1. Dios como Creador El Pentateuco comienza presentando a Dios como Creador del cielo y la tierra (Gén. 1:1), y termina con una referencia a Dios como el Padre y el Creador de Israel (Deut. 32:6, 15). El verbo crear “bara” ocurre diez veces en Génesis 1-6, siendo Dios siempre el sujeto del verbo, y nunca se menciona un material usado para crear. El clímax de la creación es el hombre, varón y mujer. En Gén. 2:7 se declara: “formó… Dios al hombre del polvo de la tierra”. Formar, “yasar”, es el verbo usado para el alfarero cuando da forma a la arcilla (Is. 45:9, 11).

Dios como Creador es diferente a, y anterior al mundo material, que fue creado por él. El Creador es antológicamente por la naturaleza de su ser, diferente a la creación.

1. Dios como Redentor Es otro de los aspectos de Dios enfatizado en el Pentateuco. Esto está directamente relacionado con el rescate de Israel de Egipto, el mayor ejemplo de redención del Antiguo Testamento. La palabra redimir (ga`al) es bien explicitada en Lev. 25, que describe como recuperar la propiedad o la libertad perdida. En Números 35 se habla de la redención a través de un familiar, llamado “Goel”.

La obra de Dios como redentor abarca el concepto de comprar la libertad y vengar los malos tratos. Cuando el Pentateuco menciona la redención de Israel, normalmente la asocia con la libertad de la esclavitud (Ex. 6:6). Deuteronomio declara varias veces que Dios “os ha rescatado de la casa de siervos” (7:8; 13:5).

Como un título de Dios “Redentor” es más desarrollado por Isaías. Entre 41:14 y 63:16 la palabra aparece trece veces, usándose también otras formas del verbo. Isaías arguye que el Dios que libró a Israel de Egipto, es capaz de rescatarlo de Babilonia, un nuevo “éxodo”. La liberación de Israel es llamada “el año de mis redimidos” (63:4).

2. Los Atributos de Dios

a. Su santidad. Este atributo es enfatizado en Lev. 19:2 “Santos seréis, porque santo soy”. Un Dios tal, solo podía ser adorado en un santuario puesto aparte, y

por un sacerdocio consagrado a él. Pero la nación toda debía ser un “reino de sacerdotes, y gente santa” (Ex. 19:6). Cuando Dios descendió sobre el Sinaí todo el monte llegó a ser terreno santo (Vs. 11-13).

b. Dios es amor. Él es “misericordioso y grande en benignidad (amor) (Ex. 34:6). A pesar de la terquedad y la apostasía de Israel en el incidente del becerro de oro, Jehová tuvo misericordia de ellos. Fueron castigados por sus pecados, pero Dios guardaría su pacto de misericordia por mil generaciones (Deut. 7:9). Cuando el pueblo gemía por su esclavitud, Dios recordó “su pacto con Abraham” (Ex. 2:24), así como recordó a Noé” en medio del diluvio (Gén. 8:1).

c. La ira de Dios. Preferimos hablar del amor y la compasión de Dios, pero no debemos olvidar que su santidad y justicia demandan el castigo del pecador. En el Génesis, la ira de Dios fue derramada sobre un mundo corrupto a través del diluvio. En Canaán las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por su inmoralidad sexual, aun cuando Abraham rogó “al Juez de toda la tierra” hacer justicia y salvar a los justos que vivían allí (Gén. 18:25). Después del éxodo, Israel sintió la ira de Dios cuando miles murieron en Sanaí y la llanura de Moab, por su idolatría (Ex. 32:28; Núm. 25:9). Nadab y Abiú murieron por ofrecer fuego no autorizado ante Dios (Lev. 10:1, 2). Y la tierra tragó a Coré y sus seguidores por rebelarse contra Moisés y Aarón (Núm. 16:31-33). Y Dios amonestó a Israel, que si se rebelaban contra él en Canaán, él los llevaría al exilio en humillación y desgracia (Lev. 26:27-32; Deut. 28:58-64). Las enfermedades y plagas de Egipto serían enviados para castigarlos como castigaron al faraón.

3. Los Nombres de Dios El Pentateuco contiene casi todos los nombres principales de Dios, quien se reveló a los patriarcas y a Moisés por sus obras y sus nombres. El nombre de una persona expresa su naturaleza y esencia, hay que poner alto valor a los diferentes nombres de Dios.

a. Dios.

El hebreo para Dios es Elohim, la palabra genérica para Dios. Es el término usado en Génesis 1, donde enfatiza a Dios como creador. La forma hebrea es plural, pero generalmente es usado con un verbo singular. Puede ser un plural de majestad y respeto, aunque Albright sugiere que connota la “totalidad de manifestaciones” de una deidad. No es una prueba de la Trinidad, pero permite su ulterior desarrollo. A veces Elohim es usado junto con el nombre personal Jehová, que antecede Elohim, en general se lo traduce como Señor Dios. Ocurre por primera vez en Gén. 2:4.

b. Jahweh. El hombre personal de Dios, explicado a Moisés en Éxodo 3. No se conoce la pronunciación del nombre, ya que la Biblia hebrea solo nos da las cuatro consonantes YHWH, el tetragrámaton (las cuatro letras). No nos son dadas las vocales, ya que los judíos se negaban a pronunciar el nombre para no tomarlo en vano. Cuando el nombre aparecía en un versículo, ellos pronunciaban Adonai, cuyas vocales fueron colocadas a YHWH, para formar Jehová. La pronunciación más probable parecería ser Jahweh. Cuando Moisés pidió a Dios qué nombre debía usar si preguntaban acerca de quién los enviaba, Dios le dijo que dijese “Yo soy” me envió (Ex. 3:14). Yo soy es escrito casi como YHWH, y es posible que contenga la clave del significado del nombre más íntimo de Dios, que en el Vs. 12 dice “yo seré contigo”, que es posiblemente como debiera entenderse. “Yo soy”: yo soy el que estoy aquí (para ti), real y verdaderamente presente, listo para ayudar, especialmente en tiempo de crisis. Así como Emanuel significa “Dios con nosotros” (Is. 7:14), Yahweh indica que el Dios de Abraham no olvidó sus promesas.

Yahweh primero aparece en Gén. 2, en relación con el Jardín del Edén y las instrucciones de Dios a Adán. Es usado a menudo en el contexto del pacto, indicando el deseo divino de relacionarse con el hombre. Esto se ve especialmente en pasajes que describen el establecimiento del pacto con Abraham (Gén. 12:1-9; 15:1-19).

c. Adonai. Su concepto básico es “Señor”, “Amo”. Es la palabra que usa Abraham para dirigirse a sus visitantes celestiales en Gén. 18:12. Aplicado a Dios generalmente está combinado con Jahweh y es traducido como “Señor Jehová” (15:2, 8).

d. El Elyon: Dios Altísimo. Él es combinado con el adjetivo elyon, “alto, más alto”. Este nombre aparece cuatro veces en Gén. 14:18-22 y también en Núm. 24:16 y Deut. 32:8.

e. Shadday:

Dios Todopoderoso. Este nombre aparece ocho veces en el Pentateuco, generalmente precedido por Él (Gén. 17:1; 35:11; 43:14; 48:3). Es usado a menudo en Job (31 veces).

f. El Olam: Dios Eterno. No es de uso frecuente, Gén. 21:33; Deut. 32:27. g. También aparecen designaciones como:

“el Temor de Isaac” (Gén. 31:42). Fuerte de Jacob (Gén. 49:24), el nombre reaparece en Is. 49:26 y 60:16. “Roca” (Deut. 32:4, 15, 18, 30, 31). Es una referencia a la roca de la cual fluyó el agua al ser herida (Ex. 17:6; ver Sal. 78:20, 35; 1 Cor. 10:3, 4). “Padre”, solo usado una vez en Deut. 32:6.

1. El Hombre El retrato del hombre en el Pentateuco alcanza extremos no alcanzados en otros lugares en la Biblia. Perfecto en el Edén, totalmente corrupto en Sodoma. Enoc y Noé caminaron con Dios y el resto de la humanidad estuvo con sus pensamientos dirigidos solamente al mal, hasta el punto que Dios se arrepiente de haberlos creado, y los destruye con el diluvio. Moisés sobre el Sinaí, en comunión íntima con Dios, y al mismo tiempo, al pie del monte, el pueblo adorando al becerro de oro.

a. Creado a la imagen y semejanza de Dios con autoridad sobre el resto de la creación, como representante de Dios sobre la tierra (Gén. 1:26, 28). Solo el hombre, y esto solo después de una deliberación interdivina, es creado a la imagen y semejanza divina, y esto hace que la fórmula de aprobación pasa de “bueno” a “bueno en gran manera” (Vs. 25, 31). El uso, en paralelo de imagen y semejanza, transmite el concepto de similitud externa y de carácter. Esto también se ve en 5:1-3. La imagen señala al papel del hombre como representante de Dios ante las criaturas inferiores. Para poder ser el representante de Dios debía poder comunicarse con él, para ellos fue dotado con las capacidades físicas, sociales, intelectuales y espirituales necesarias.

Como el concepto es mencionado en relación a la colocación del hombre como Señor de la creación inferior, debe incluir todo lo que lo capacita a gobernar en su esfera, como Dios lo hace en la suya. Pero nunca debemos perder de vista que, aunque el hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios, ambos son antológicamente, por la naturaleza de su ser, diferentes.

La imagen y semejanza divina en el hombre significa que fue dotado con la capacidad moral y espiritual de ser justo y santo (Ef. 4:24). Se le concedió gloria y honor mayor que el resto de la creación, y se le dio una mente que también reflejaba al Creador.

Adán y Eva fueron puestos en el Edén, en un ambiente perfecto, donde tuvieron comunión estrecha con Dios. Cuando el pecado se introdujo, ellos fueron barridos del Jardín, pero Gén. 9:6 indica que, aun después del diluvio, el hombre retuvo la imagen de Dios. Los que reciben a Cristo como salvador, son una

“nueva criatura” (2 Cor. 5:17), y están en el proceso de ser “hechos conforme a la imagen de su Hijo (Rom. 8:29).

1. La Caída El hombre creado “un poco mejor que los ángeles” (Sal. 8:5), libre para escoger servir a Dios o pecar contra él, urgido por Satanás, eligió rebelarse contra Dios, arrastrando al género humano al pecado (Rom. 5:12), y con el pecado a la muerte, que pasó a todos los hombres, “pues que todos pecaron”, y necesitan salvación.

El Nuevo Testamento coloca la responsabilidad de la caída sobre Adán, ya que “la serpiente engañó a Eva con su astucia” (2 Cor. 11:3), pero “Adán no fue engañado” (1 Tim. 2:14), y es en Adán que todos mueren, a él se dirigió Dios en el Edén (Gén. 3:912; 1 Cor. 15:22). Pero gracias a Dios que, aunque “en Adán todos mueren… en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor. 15:22). La obediencia de Cristo superó la desobediencia de Adán, y abrió el camino a la vida eterna (Rom. 5:19). El hombre puede ser “renovado conforme a la imagen del que lo creó” (Col. 3:10).

2. El Mesías Después de maldecir a la serpiente (Gén. 3:14) y antes de maldecir a la tierra “por amor al hombre” (Vs. 17), Dios anuncia el protoevangelio en el Vs. 15, anunciando a la “simiente de la mujer”, que vendría para herir a la serpiente “en la cabeza”. Cristo, “nacido de mujer” (Gál. 4:4), por el cual “el Dios de paz” quebrantó “a Satanás debajo de vuestros pies” (Rom. 16:20).

La palabra simiente también tiene connotaciones mesiánicas en Gén. 12:3, donde se promete a Abraham que “serán benditas en ti todas las familias de la tierra”, esto es ampliado y aclarado en 22:18, “en tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra” (Ver 26:4). En Gál. 3:6 el apóstol Pablo declara que esta simiente “es Cristo”.

En Génesis 49:8-10, en la bendición de Jacob a Judá, en el Vs. 10, se declara que el cetro y el legislador sería de esta tribu, “hasta que venga Siloh”, o “hasta que venga el dueño del cetro” (D.H.H.), esta traducción es apoyada por Ez. 21:25-27, donde el profeta declara que la corona sería quitada al rey de Israel “hasta que venga aquel

cuyo es el derecho y se la entregaré” (Vs. 27. Jesús es aquel que reinará sobre el trono de David para siempre (Is. 9:7).

Núm. 24:17, que dice, “saldrá Estrella de Jacob y levantarase cetro de Israel”, también es una referencia al Rey Mesiánico que “se enseñoreará” de las naciones. Aunque estos Vs. No son citados en el Nuevo Testamento, hay varias referencias a ellos en los rollos de Qumram, los esenios entendían que “estrella” y “cetro” se refería a dos personas distintas, uno sacerdote, el otro rey.

En Deut. 18:15, 18, Moisés declara “Profeta te suscitaré, … como tu”, y lo que él dijere deberá ser escuchado, porque Jehová pondrá sus “palabras en su boca”. En Hech. 3:25, 22, 23, Pedro relaciona la simiente de Gén. 22:18 con el Profeta de Deut. 18. 3. Fe El “segundo Adán”, autor de la salvación de todos, solo es insinuado en el Pentateuco, tampoco es claramente delineado el método por el cual el individuo se apropia de la salvación ofrecida. Esto no es de extrañar, ya que la “Torah” es la “Ley”, y el énfasis está en la obediencia a los mandamientos de Jahweh. (Ver Gén. 26:5; Deut. 6:2). Pero de Abraham se nos dice que fue justificado por la fe y que este fue y es el medio de salvación en ambos testamentos; lo que es enfatizado en Hebreos 11.

El Vs. de Gén. 15:6, que resume la fe de Abraham es breve, “y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Pablo cita varias veces el pasaje para mostrar que somos justificados por fe y no por obras (Rom. 4:3; 20-22; Gál. 3:6). Y Santiago lo cita, aun queriendo mostrar que la fe debe ser mostrada por las obras (2:23). Abraham depositó su fe en la persona y la palabra de Dios, y continuó haciéndolo, aun cuando se le pidió sacrificar su hijo Isaac (Gén. 22:12).

La asociación entre temer y creer también la vemos en Ex. 14:31, donde “el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés”. Pero esta fe fue insuficiente ante el informe de los espías que Canaán era una tierra de ciudades fortificadas y gigantescos guerreros (Deut. 1:32; Núm. 94:11). La diferencia entre la fe del pueblo y la de Abraham fue que el pueblo tendía a creer cuando veía un gran milagro, y Abraham creía cuando todo lo que tenía era una promesa. El pueblo contaba con un mediador, Moisés. Abraham no lo tenía.

La sencillez y efectividad de la fe, la vemos en el episodio de las serpientes venenosas que mordieron a los murmuradores. Para salvar a los afectados, Dios pidió

a Moisés hacer una serpiente de bronce, y ponerla sobre una estaca. Los que no hacían más que mirar a la serpiente, no morían de la picadura de las serpientes (Núm. 21:4-9). Así con todo aquel que mira al Salvador colgado en la cruz (Juan 3:14, 15).

9. Expiación

El autor de Hebreos declara que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (9:22). La base objetiva, por la cual son perdonados todos los que creen es la muerte de Cristo. En anticipación de este sacrificio, el Pentateuco está lleno de referencias a sacrificios de animales, y el asperjamiento de sangre para la purificación de pecados. Hay más énfasis en los diversos sacrificios y ofrendas, que sobre la persona del Mesías o la fe necesaria para obtener la vida eterna.

La importancia de los sacrificios se ve temprano en Génesis. Después que Adán y Eva pecaron, Dios los vistió con pieles de animales sacrificados, y posiblemente los instruyó acerca de la necesidad de sacrificios (3:21). Esto explicaría por qué Abel trajo un sacrificio de su rebaño (4:4), y por qué Noé ofreció holocaustos después del diluvio (8:20). En el período patriarcal Abraham, Isaac y Jacob erigieron altares a Jehová al adorarle (12:6; 13:18; 26:25; 35:7). El sacrificio de Isaac, gráficamente ilustra el carácter sustitutivo de los sacrificios, ya que el carnero enredado en el zarzal acabó siendo sacrificado sobre el altar en lugar de Isaac (22:13). El ofrecimiento del cordero pascual ilustra lo mismo, ya que el primogénito de cada familia, con sangre en los postes y el dintel de la puerta de la casa no fue muerto por el ángel destructor.

La última sección de Éxodo (25-40), describe la construcción y el significado del tabernáculo, que proveía el medio para la presentación de ofrendas para la expiación del pecado. Una lista de los mismos, y el significado y procedimiento para su presentación está en Lev. 1-7. Si se traía una ofrenda perfecta y se la presentaba en la manera adecuada, Dios la aceptaba como expiación del pecado (Lev. 1:4; 4:26, 31). El verbo hebreo para “expiar” (kipper) está relacionado con el sustantivo “koper”, “rescate”. Esto simboliza como la vida inocente de la víctima era dada en cambio de la culpa del oferente. Una palabra afín “kapporet”, propiciatorio, es aplicada a la cubierta de oro del arca del pacto, el objeto más sagrado del tabernáculo. En el día de expiación, el sumo sacerdote salpicaba la sangre de un becerro y un macho cabrío sobre esta cubierta (Lev. 16:11-15). Esta era la única ocasión en el año en la cual el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo, y a esta ceremonia se refiere Hebreos 9:12, al compararla con la obra de Cristo, diciendo que, “por su propia sangre entró una vez para siempre en el lugar santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

El israelita que traía su sacrificio al santuario, no recibía automáticamente salvación, a no ser que junto con el sacrificio hubiese un arrepentimiento genuino y una dedicación a Dios.

10. Los Pactos El Pentateuco contiene ejemplos de pactos entre individuos, naciones, y Dios y el hombre. Se piensa que el pacto de Dios con Israel, tiene similitudes con los que los heteos, como suzeraius, celebraban durante el segundo milenio a. C..

Los dos pactos principales son el Abrahámico y el Sinaítico. El Noaquico fue un pacto eterno, hecho con Noé y sus descendientes, en el cual Dios prometió que nunca más destruiría el mundo por un diluvio (Gén. 9:8-11), dando el arco iris como señal de su promesa.

El pacto de Dios con Abraham marca un punto teológico alto en el Pentateuco. Es introductoria en el cp. 12, y oficialmente instituido en el cap. 15, especificándose su señal o sello, la circuncisión, en el cap. 17. Dios promete a Abraham que sus descendientes llegarían a ser una gran nación, heredarían Canaán y traerían bendición a todo el mundo: El pacto sería eterno (17:7, 13, 19). En la ceremonia pactual, solo Dios jura, pasando entre las partes de los animales sacrificados (15:17). Después de algunos siglos, Dios mostró su fidelidad, recordando su pacto con Abraham, liberando a Israel de la esclavitud egipcia y llevándolo a la tierra prometida (Ex. 6:8).

Poco después del éxodo, Israel hizo pacto con Dios, prometiendo que harían todo lo que Jahweh había dicho (Ex. 19:8). En el cap. 24 el pueblo volvió a prometer “Haremos todas las palabras que Jehová ha dicho” (Vs. 3), y Moisés roció al pueblo con sangre (Vs. 8) indicando que el pacto era oficial.

El corazón del pacto sinaítico fueron las dos tablas de piedra, con los mandamiento, llamados “las palabras del pacto” (34:28), “las… tablas del testimonio” (Vs. 29), “las tablas del pacto” (Deut. 9:11, 15), y “su pacto” (4:13). Por orden de Dios las dos tablas fueron puestas en el Arca del Pacto” (Deut. 10:1, 2, 5). El pacto sinaítico no es llamado eterno, como el abrahamico, aunque ciertos aspectos de él fueron llamados “perpetuos”, “guardarán el día de reposo… por pacto perpetuo” (Ex. 31:16).

Antes de entrar en Canaán, en los llanos de Moab, Dios renovó el pacto repitiendo los mandamientos (Deut. 5), y prometiendo ser “fiel”, guardar “el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deut. 7:9). La palabra amor “hesed”, indica lealtad a la relación pactual y sus promesas. Se urgía a Israel a no olvidar el pacto que hacían, o Dios los juzgaría y echaría de la tierra prometida (4:23, 27). Pero aun en el exilio, si confesaban sus pecados y se volvían a Dios, él tendría misericordia de ellos, no olvidando el pacto hecho con sus antepasados (Lev. 26:42-45; Deut. 4:31).

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