Dios es Inocente Por Santiago Sevilla
Cuanto adviene la desgracia, preguntamos a Dios: -¿Porqué lo hiciste? ¿Porqué lo permitiste? ¿Porqué no lo impediste? Vienen los teólogos, con quienes Dios nunca ha hablado, y nos dicen: -“Misteriosos son los designios de Dios. ¡No preguntéis!” Pero el hombre pregunta, inquiere, depreca, y llora. ¿Es que Dios está detrás de cada tecla del gran órgano del Universo, tocándola, cuando le place? ¿Es que Jesús, a su lado, le deja hacer, le deja pasar? Hemos sacado la imagen de Dios de las iglesias, con el pretexto que Él es inimaginable, salvo por la pintura gloriosa de Dios Padre, trazada por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. En un espectacular golpe de estado hemos entronado a Jesús Nazareno, concebido por el Espíritu Santo, en Su lugar, mas no en nuestro incrédulo corazón que ama mucho a Dios, Creador del Universo. Con Él, no con Jesús, nos enfrentamos a la hora del máximo dolor. Ante el genocidio, la guerra, la peste, la hambruna y la muerte, nos hincamos, para echarle la culpa: ¿Porqué lo hiciste? ¿Porqué lo permitiste? ¿Porqué no lo impediste? Y vienen los teólogos, que se han adueñado de Dios, que es nuestro, y que lo amamos con la misma sinrazón con que se ama a un padre, y estos sabios togados en negro, nos dicen:
-“Dios es terrible; si dejó que enclaven a su hijo en la cruz, sin mandar en su auxilio una legión de ángeles, ¿porqué no ha de dejar que galopen a su antojo, los jinetes de la Apocalipsis?” Pero todos sabemos que los teólogos nunca han visto a Dios, ni tampoco han hablado con él, ni personalmente, ni por teléfono, ni por Internet. Es que Dios no está a la mano. Ni tampoco está pulsando nuestras cuerdas de títeres, desde allende el cosmos. Dios no tiene la culpa de nada, aunque es el causante del Universo. Digamos que creó el mundo y sus alrededores en una semana, y luego descansó. Está y sigue en eso: descansando de la creación maravillosa, mientras sofrena los agujeros negros del espacio, donde habitan los demonios de la gravedad total y de la tiniebla completa, en el mero seno del mal. El género humano tiene que aceptar su destino. Fue creado ingenioso y, con el paso de las generaciones, se ha venido de menos a más. Gran depredador, se ha adueñado de la Tierra, ya ha puesto el pié en la luna y ha alcanzado con sus sondas el Universo. La medicina le ha permitido realizar el milagro de la resurrección. Por vía de la informática es omnisciente y transporta su espectro con la velocidad de la luz. Es casi divino en sus sorprendentes logros en la tecnología y en la ciencia. Ha concebido la destrucción atómica y puede, si lo concierta, extinguir su propia especie. Nada le está prohibido, y todo le ha sido permitido. Es libre, peligrosamente omnímodo, puede hacer y deshacer. Mas la existencia es breve; la muerte nos acosa y queremos que Dios dé paso atrás, y deshaga el orden sorprendente y hermoso que dejó, antes de irse. Queremos vivir eternamente. Ansiamos la juventud eterna, el placer sin fin. Mas, la humanidad es un río de gente que pasa y desemboca en “la mar que es el morir” como explica el gran poeta Jorge Manrique. Nuestro amor a Dios consiste en saber que aunque está ausente, lo amamos con la misma sinrazón con que se quiere a un padre. Nos ha dado el regalo de la inteligencia y el don de la libertad. Que morir tenemos, ya lo sabemos. Pero si vencemos el miedo ante el ignoto y la muerte, si entendemos que ya hay un orden preestablecido en el Universo, del que somos parte, aceptaremos que los dados están echados y que debemos darnos a nuestro destino libérrimo. Dios no tiene la culpa de nada; ¡Dios es inocente!