Dambolena - Roma Karlsbad Gran Sueño Freud

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Roma-Karlsbad: Una estaci�n en el an�lisis del -gran sue�o- de Freud Roma-Karlsbad: Una estaci�n en el an�lisis del �gran sue�o� de Freud (1) Adri�n Dambolena (*) Jornadas de Escuela �Cuerpo, S�ntoma, Goces�, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 6, 7 y 8 de Octubre de 2006. No naufragaremos. En lugar del rumbo que buscamos, descubriremos mares cuya exploraci�n m�s precisa quedar� para los que despu�s vengan, pero si no nos soplan prematuramente malos vientos, si nuestra constituci�n aguanta, llegaremos. (Carta de Freud a Fliess, 31 de Enero de 1897) Las Jornadas de Escuela de este a�o coinciden con el 150 aniversario del natalicio de Freud, fecha que me parece oportuna para re-inscribir una deuda, que primero fue freudiana, y que los que nos decimos psicoanalistas adquirimos con qui�n fue el fundador de nuestro campo. �En el origen qu� hay sino el deseo de Freud? Freud consider� la Traumdeutung como su �gran sue�o�. �C�mo no ver, entonces, que all� �l realiz� su deseo? Freud sin duda descubri� mares y nos leg� la posibilidad de explorarlos, pero tambi�n anticip� que para llegar hab�a que v�rselas con la �constituci�n�, si me permiten, con la propia hechura. Quisiera, entonces, poner a consideraci�n esta tesis: A un real de la estructura como conceptualizaci�n te�rica no se llega sin pasar por la propia verdad que concierne a cada quien como cifra de lo real de su constituci�n. Para defender la tesis de que el sue�o es un cumplimiento de deseo del so�ante Freud tuvo que tropezar con su propio deseo. Me voy a detener en alguno de estos tropiezos, los cuales pueden rastrearse en la correspondencia que Freud mantuvo con Fliess durante la escritura de la Traumdeutung. Voy a analizar una serie de sue�os so�ados por Freud en el transcurso de su escritura de la Traumdeutung, y enmarcados en lo que Freud llam� su autoan�lisis. El Otro Freud no escribi� la Traumdeutung solo, sino en la correspondencia que mantuvo con su amigo Fliess, su ��nico otro� como lo llamaba. �S�lo para ti escribo� le confesaba Freud, y le dirig�a todo ese bajage hecho de sue�os, recuerdos, pensamientos, ideas. All� nos enteramos de las marchas y contramarchas de la escritura del Libro, los momentos de detenci�n, de abulia, de desaz�n, pero tambi�n de exaltada alegr�a cuando un nuevo descubrimiento lo alcanzaba. Su autoan�lisis se agudizaba cuando las detenciones en la escritura se hac�an m�s evidentes. All� aparec�an s�ntomas, sue�os, recuerdos. Y all� tambi�n estaba Fliess. Es interesante leer la correspondencia entre estos dos amigos, sobretodo porque contamos con las cartas que Freud le dirig�a a Fliess pero no las que �ste le dirig�a a aquel. Nada se sabe de lo que Fliess escrib�a a Freud, sin embargo no nos inquieta su ausencia. Fliess fue ese lugar desde donde Freud recibi� su propio mensaje, un lugar que el capricho de los deudos de Fliess al negarse a la publicaci�n de las cartas de su familiar, dej� vacante, ignorando que tal vez ese vac�o era el lugar que le correspond�a en esta historia, y que caduc� cuando �el sue�o� lleg� a su t�rmino. Despu�s de publicada la Traumdeutung la relaci�n entre los dos fue declinando hasta su enemistad, y finalmente hasta el desapego mutuo. Tal vez le debamos a Fliess el haber suspendido el juicio a todo lo que Freud le dirig�a como elucubraciones insensatas, inadmisibles. Apenas si tuvo alguna ingerencia reprochable en la escritura del Libro. A luz de las cartas de Freud se nos presenta Fliess como alguien que no perturb� la relaci�n de Freud con su deseo, lo dej� hacer, no rechazando lo inaudito que se hac�a escuchar en cada palabra. Freud necesit� de ese rodeo por el Otro para enterarse de lo que dec�a.

A Freud el saber can�nico de su tiempo le pesaba. Era una demanda. El �ltimo cap�tulo que escribi� de la Traumdeutung fue el dedicado a la bibliograf�a existente sobre sue�os, lo hizo a rega�adientes, contrariado, s�lo para que los �filisteos�, como �l llamaba a los futuros detractores de su teor�a, no le reprocharan el car�cter poco �cient�fico� de su descubrimiento, sostenido en confesiones propias y de otros. Eso estaba dedicado a ellos, Freud no lo necesitaba, era carga de trabajo para la academia. As� y todo, por momentos la falta de reconocimiento de sus colegas lo abat�a hasta llegar a pensar en renunciar a la escritura de su Libro. Los sue�os. En el apartado B del Cap�tulo V de la Traumdeutung: �Lo infantil como fuente de los sue�os�, Freud retoma un sue�o propio, el que refiere como �Mi amigo R. es mi t�o��. Freud dijo de este sue�o que el deseo que lo motivaba era �el de ser nombrado professor extraordinarius�. Este t�tulo honor�fico otorgado por el Ministro exaltaba al m�dico a la figura del �semidios�. La preocupaci�n de Freud por ese reconocimiento que no llegaba prolifera en innumerables sue�os y cartas a Fliess, junto a otra, la segura desaprobaci�n de su Libro de los sue�os. Se pregunta, entonces, de d�nde proviene esta �ambici�n enfermiza�. En las asociaciones relata dos recuerdos de su infancia: 1. En su hogar se contaba frecuentemente esta an�cdota: �� con motivo de mi nacimiento una vieja campesina, que profetizaba a mi madre la buenaventura del reci�n nacido, le dijo que hab�a hechado al mundo un grande hombre� . 2. A continuaci�n cuenta un recuerdo de su pubertad: una tarde, en una cervecer�a, en compa��a de sus padres, �stos llamaron a un poeta que iba de mesa en mesa improvisando versos sobre cualquier tema que se le indicara, y �ste dej� caer sobre el jovencito Freud unas rimas, �� y en su inspiraci�n declar� probable que yo llegara a ser ministro�. Era el tiempo del Ministerio Burgu�s, elegido luego de establecida la Constituci�n, y su padre hab�a llevado a su casa los retratos de esos primeros doctores, entre los que contaban jud�os, y hab�a puesto luminarias en su honor. Todo muchacho jud�o empe�oso, escribe Freud, �llevaba la cartera ministerial en su valija escolar�. Freud se propuso estudiar derecho, pero a �ltimo momento mud� de parecer: �La carrera ministerial estaba cerrada para el m�dico�. En contig�idad con el primer sue�o Freud trae una serie de sue�os, en cuya base est�, dice, "la nostalgia de ir a Roma". Est� defendiendo la tesis de que la fuente genuina del sue�o proviene de impresiones infantiles: �encontramos en el sue�o al ni�o que sigue viviendo con sus impulsos�. En los sue�os arriba a Roma, pasa con el tren pero no llega a "pisarla"; la ve desde una colina, pero �velada por la niebla�, est� �lejana�. Por fin llega, pero se desilusiona, no es la gran urbe que se imagin�. Se resuelve entonces preguntarle a un se�or, un tal �Zucker� (az�car) por el camino, el camino hacia la �Ciudad�. Roma no es Roma, es otra capital, �R�vena� con sus �narcisos�, esa flores que crecen en el lugar donde Narciso se ahog� fascinado en su imagen. Llega en la asociaci�n a Karlsbad. Aqu� dice advertir que el sue�o est� tejido por la siguiente an�cdota jud�a, que Freud designa como "la historia de la constituci�n". Un jud�o pobre ha subido sin pagar boleto al tren expreso que lleva a Karlsbad; lo sorprenden y lo hacen descender en la primera estaci�n; vuelve a subir, lo vuelven a echar, y as� sucesivamente, recibiendo un trato m�s duro en cada nueva inspecci�n; un conocido que lo encuentra en una de las estaciones de su calvario le pregunta a d�nde viaja, y �l responde: �Si mi constituci�n lo permite, a Karlsbad�. Su pregunta es por el camino, por el camino a Roma. Para ir a Roma el sue�o le indica que tiene que tomar la v�a a Karlsbad. Karlsbad es la

ciudad donde los m�dicos envian para su curaci�n a los enfermos de diabetes, una "enfermedad de la sangre", enfermedad, dice Freud, "constitucional". Toma las v�as de otro sue�o, vuelve su anhelo de ir a Roma, y lo remite a su infancia, a su identificaci�n con An�bal, el h�roe cartagin�s, el guerrero semita. Tiene este recuerdo. A la edad de diez o doce a�os, su padre lo empez� a llevar de paseo y as� revelarle sus opiniones de las cosas del mundo. Lo llev� a caminar, le indicaba los caminos. As� le cuenta que en una ocasi�n caminaba por la acera y lo increp� un cristiano y de un golpe le arrebat� el gorro que llevaba arroj�ndolo luego al barro exclamando: "�Jud�o, b�jate de la acera!", "�Y tu qu� hiciste?". "Me baj� a la calle y recoj� el gorro". Esto no le pareci� heroico a peque�o Sigmund, y contrapuso otra situaci�n: la escena donde el padre de Anibal, Am�lcar Barca hace jurar a su hijo ante el altar dom�stico que se vengar� de los romanos. Desde entonces, confiesa Freud, "An�bal tuvo un lugar en mi fantas�as". An�bal quizo vengar a su padre. Si bien gan� batallas memorables, nunca pudo llegar a Roma, y mucho menos conquistarla. Termin� suicid�ndose, perseguido por los romanos. Tambi�n Hamlet quizo vengar a su padre, y ese prop�sito los desvi� del camino leg�timo, el de recuperar el trono seg�n las leyes mon�rquicas. Freud se pregunta en la Traumdeutung: �Por qu� Hamlet est� inhibido en su acto? Hamlet no act�a acorde a la ley, lo hace "por fuera", busca satisfacer el mandato de su padre, un mandato de sangre, vengarse. La senda que elige Hamlet lo lleva a la muerte, no al trono. En la escena final lo que retorna es la sangre como rechazo en lo simb�lico de la deuda filiatoria. La venganza es dulce como lo sangre enferma. Pero es tambi�n la sangre lo que legitima la filiaci�n al trono. �Cu�l la v�a que elige Freud? El padre de Freud hab�a reprobado una conducta de su hijo profetizando: �Este chico nunca llegar� a nada�. Para Freud esta sentencia fue un �terrible agravio� a su �ambici�n�. Opon�a este agravio, que sol�a visitar sus sue�os, sus logros y triunfos, como si quisiese decir: �Mira, no obstante he llegado a ser algo�. Las interpretaciones que Freud dio a sus sue�os m�s c�lebres coinciden con esta defensa, posici�n esta �ltima que es la del yo en el sue�o. La "ambici�n enfermiza" de que el Otro lo reconociera lo llev� a Freud a sentirse un �pobre jud�o�, que no hab�a �logrado nada�. Ese pobre jud�o tuvo que bajarse en muchas estaciones para preguntarse por su constituci�n antes de llegar a la "meta". �Conquistar�a un jud�o Roma, la Ciudad de la cristiandad, para vengar el agravio a su padre, y ser reconocido por �l inflamado con sus logros y triunfos? As� como en sue�os, Freud no pudo pisar Roma hasta no terminar de escribir la Traumdeutung. Proyect� viajar innumerables veces, hasta lleg� a estar en sus inmediaciones. Freud sosten�a con ese s�ntoma al padre en el punto de su desfallecimiento, la agachada del padre a recoger el gorro en el barro, consangrando as� su castraci�n a esa garant�a del Otro. Pero Freud no detuvo su marcha ah�. Por "reparos confesionales", por ser jud�o que no se le otorgaba el nombramiento de profesor, entonces ensaya una interpretaci�n de su sue�o, el �Mi amigo R. es mi t�o��, en donde juzga a dos amigos jud�os, a uno de idiota y a otro de delincuente: "... me pongo en el lugar del Ministro. �Qu� hermosa venganza contra Su Excelencia! El se reh�sa a nombrarme professor extraordinarius, y yo en sue�os le ocupo su lugar". Se pone en el lugar de lo admirado por el Otro. Pero �l hab�a elegido otro camino que "cerraba" las pretenciones ministeriales, ser m�dico. Pero lo que no sab�a era que en su "valija escolar" llevaba los nombres de grandes hombres, �stos doctores en leyes, t�tulos que refrendar� en el reconocimiento de la deuda simb�lica con su padre, del que se sirvi� para hacer de "el grande hombre" de su constituci�n un "doctor en leyes", en leyes del inconciente. Del nombramiento al Nombre del padre.

Freud en la Traumdeutung quiso esclarecer un hecho de estructura, que en el sue�o se realiza el deseo del so�ante. Pero al tomar esa v�a tropez� con su propio deseo en el sue�o y baj� a las estaciones a pagar su boleto cada vez. No se llega a reconocer las v�as sin haberlas tomado uno primero. Freud no pudo, no quiso ahorrarse ese pago. Pag� con su ser, su ser nombrado extraordinario, pero no para volverse de ordinario un �pobre jud�o�. Quien puede dudar de que Freud fue un hombre fuera de lo com�n, extraordinario? Pero Freud tuvo que perder el ser ideal que la demanda convoca a ocupar, para re-encontrarlo en otra parte, en el deseo como metonimia de la carencia de ser. Freud se convirti� en un grande hombre no por su demanda de reconocimiento sino por el reconocimiento de la demanda, y del deseo que habita en sus intervalos. Freud resum�a el camino muchas veces arduo y penoso de la escritura que lo llevaba al deseo sirvi�ndose del viaje del pobre jud�o de la an�cdota, recibiendo un trato duro cada vez que se le invocaba por el pago de su boleto. �Llegar�a, a "Roma-Karlsbad"?, se preguntaba en la intimidad de la correspondencia con Fliess. A Roma-Karlsbad no se llega por la v�a del reconocimiento del Otro. El nombre que responde al anhelo de ser nombrado, me refiero a el t�tulo de profesor extraordinario, recala en el yo, y su rehusamiento ofende, porque da�a esa imagen tan amada llamada narcisismo, y sabemos que el sujeto se ahoga fascinado en ella cuando no encuentra las v�as del deseo inconciente, y reconoce su deuda con el nombre de aquel que hizo met�fora del deseo del Otro desprendi�ndolo de ese resto al cual se identific� en el fantasma. El no reconocimiento del Otro deja al sujeto sumergido en la miseria y girando como un molino en el pozo seco de la demanda de amor. Pero si el Otro responde a esa demanda de reconocimiento el sujeto queda preso del amor del Otro, por temor a perderle. Y tiene sus razones para ese temor, porque en la medida que el Otro lo da tambi�n lo puede quitar, quedando en la miseria, donde siempre estuvo. Freud fue nombrado profesor extraordinario dos a�os despu�s de la publicaci�n de la Traumdeutung. Este nombramiento no revest�a ya el inter�s de antes, para Freud hab�a caducado, era el inter�s por los tratamientos lo que lo ocupaba. As� le escribi� a Fliess el d�a que recibi� el antes ansiado t�tulo: �Cambiar�a cinco congratulaciones por un caso decoroso para un tratamiento prolongado�. NOTAS: (1) Este escrito no hubiera sido posible sin la interlocuci�n que sobre la Traumdeutung mantengo con Fernanda Restivo. Por su escucha atenta y su palabra, gracias. BIBILIOGRFIA FREUD, S.: La interpretaci�n de los sue�os, Amorrortu Editores, AE, IV-V. FREUD, S.: Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), Amorrortu Editores.

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