Cusco Y Camino Inka - Alejandro Preckel

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Cusco y Camino Inka – Por los Senderos del Alma ______________________________________________

CUSCO Y CAMINO INKA

POR LOS SENDEROS DEL ALMA ……

ALEJANDRO G. PRECKEL

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Alejandro Preckel _____________________________________________

“… viajar no es una experiencia lineal, sino un peregrinaje fascinante que recorre la esencia misma del alma humana …” “… el verdadero secreto …. son las cientos de conexiones que en la paz de los caminos tenemos la gracia de descubrir …”

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Para Mi Familia, Para Mis Amigos, Para Mis Compañeros de ruta…

Y en homenaje al maravilloso Pueblo Cusqueño. Alejandro

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Reflexiones Lo primero que he podido comprobar al decantar mis sensaciones de regreso del Perú, es que viajar no es una experiencia lineal, sino un peregrinaje fascinante que recorre la esencia misma del alma humana. El verdadero viajero es un veterano de la reflexión: en cada rostro, en cada frase, en cada experiencia sensorial, encuentra cientos de conectividades, y al transitar el camino, enriquece su alma. Cuando su alma es ya tan grande que logra interpretar la propia mística del camino, el viajero deviene en peregrino, y si gentes de mil caminos ven pasar al peregrino y lo reconocen sin duda alguna como su hermano, entonces, y solo entonces, de acuerdo con el sublime toque de la sabiduría cósmica, habrá nacido un profeta. El verdadero viajero, inconcientemente, quiere siempre ser un profeta.

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Retrato del Cusco La Ciudad Imperial del Cusco, el ombligo del mundo, según decían los Incas, es verdaderamente un sitio agradable. Se advierte en la pulcritud de sus calles y en su pintoresca arquitectura, pero más aún en la natural delicadeza de sus habitantes, de hablar suave y actitud respetuosa. Las carencias materiales de los muchos no impiden que esta buena gente se muestre siempre bien vestida y educada. El cuadro local se completa con “nosotros”, digamos, los visitantes. Afortunadamente, no se percibe en los extraños un conjunto zoológico estrafalario y fuera de contexto, como es el caso, si se quiere, de otros destinos de ocio menos demandantes intelectualmente. No es que falten las cámaras fotográficas ni la diversidad cultural exógena, pero el conjunto de arribados parece acoplarse de manera armónica en el microcosmos local. El Cusco, Capital del antiguo Tawantinsuyo, la ciudad americana más antigua habitada en forma permanente, muestra un rostro marcado por la historia acumulada, en el cual se adivina la paz infinita de aquel que supo sobreponerse al destino, con pérdidas irreparables pero sin rencor alguno. Un rostro sabio que evidencia una fuerte identidad, seguridad en si mismo, que domina naturalmente con extrema dulzura. El Cusco habla, y cuando se expresa, te relata sus vivencias, te enseña permanentemente, y con sus gráficos ejemplos, te recuerda que lo bueno está en lo simple, que de tus momentos malos, debes extraer tus fortalezas, y que lo distinto no es pecado.

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Camino a Puno Dado que nuestro tiempo no era infinito, desechamos la alternativa del tren para realizar el trayecto de 350 km que media entre Cusco y Puno. El bus se nos ocurrió entonces una buena idea para observar de cerca las costumbres de la gente y disfrutar las vistas de los valles cusqueños. Mediodía. Hora programada de partida, 12:30. Considerando las características locales, no resultaría extraño un retraso “razonable” en el arranque del viaje, más el bus permanecería inmóvil por más de una hora con este paciente argentino en su interior mientras la empresa ofrecía a grito pelado por los pasillos de la terminal los asientos disponibles que aún quedaban sin vender. Un encanto de formalidad. Sábado, día en que los habitantes de los campos bajan de madrugada al mercado a realizar las compras para la semana. A mediodía ya están todos volviendo con sus pesados bultos, y el gran salón de la terminal se convierte entonces en un atractivo cuadro costumbrista para disfrutar con los cinco sentidos. Naturalmente, el protagonismo lo tiene la gente, predominando las parejas de campesinos de distintas edades, algunos con sus hijos, otros ya mayores, pero siempre en pareja (el matrimonio es una institución muy importante en el Cusco). La esposa resalta evidentemente, con su actitud gallarda y segura, llevando siempre a la espalda el atado con su carga. Su marido, en cambio, toma una actitud menos destacada, tanto en su vestimenta como en su comportamiento, arrastra cajas o carga sacos con provisiones, aparece mas retraído, pero dispensa siempre un reverente respeto hacia su compañera. Los señores mayores visten pantalón oscuro, camisa, saco y sombrero, mientras sus rollizas esposas lucen indefectiblemente su atuendo típico, con sus coloridas polleras, polainas tejidas que cubren sus piernas enteras, blusa cerrada al cuello, un par de sacos tejidos encimados, y en sus cabezas, dos largas trenzas amarradas entre sí por los extremos, las cuales se dejan ver por debajo del singular sombrero que distingue a cada comunidad en particular. No lucen joyas, no hay lugar para el oro en estas sencillas mujeres, aunque bien valen su peso en el precioso metal. Las madres jóvenes cargan, en

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vez de un atado, un pequeño a su espalda, encajado apretadamente en una manta tejida, plegada y atada alrededor de sus hombros. Los bultos con las compras mayores van siempre dentro de una bolsa cosida, a los efectos de una mayor seguridad. Según sea, a la hora de abordar, los atados se ubican en la cabina del bus, en el compartimiento de equipajes, o bien en el techo del automotor. Los animales vivos, digamos pollos o mascotas, se colocan en cajas y se procura que no emitan ruidos ni olores. Se llevan en la cabina, y ante amenaza de inspección por parte de terceros en el transcurso del viaje, se esconden bajo el poncho. Como opción previa a la partida, se compra una Inka Cola y unas tortas de papa y queso para el viaje. Finalmente, una vez acomodados objetos, animales y seres humanos diversos dentro del bus, salimos rumbo a Puno.

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El Gurú Asesor de Ventas Obra popular en dos actos y un colectivo A poco de partir en colectivo desde Cusco para Puno, y una vez que nos encontramos fuera de la zona urbana, descubrimos que el personaje que parecía ayudante del chofer no es tal, sino un notable gurú del comercio informal, dado que la categoría de vendedor ambulante no le llega ni a los tobillos. El impecable ritual con que “ilumina” a sus asesorados (es decir los pasajeros) es el siguiente: Inicia su discurso con una larga alabanza a la compañía de transporte que le brinda su apoyo logístico, destacando su seriedad, la competencia de su tripulación, el lujo y estado de mantenimiento de sus coches (¿?) y el notable servicio prestado a sus distinguidos pasajeros. Prosigue brindando una bienvenida personalizada a todo el pasaje, saludando en particular a las gentes locales, madres jóvenes, respetables mayores y honorables visitantes extranjeros que arriban de todas partes del mundo. Engancha inmediatamente con la primer arenga de índole nacional peruana, destacando la alta consideración que el Gobierno de Perú está dispensando al desarrollo del turismo para bien de todos los habitantes de esta querida tierra, e invitando al pasaje a tratar con deferencia a los visitantes extranjeros, así como cada uno debe cuidar de su propia salud y bienestar, de sus hijos y sus mayores. Y ya entrado en el tema salud, viene aquí la batería inicial de consejos sanitarios y cuasi médicos dirigidos a los unos y los otros, con autoridad auto asignada, voz firme y cara de piedra como el turco Menem: las madres deben prevenir las dolencias gástricas de sus pequeños dándoles las gotitas todas las mañanas, todos deben observar la higiene lavándose bien las manos, hay que cuidar la dentadura porque se sufre cuando uno es mayor, los catarros deben evitarse a tiempo, y los riñones deben mantenerse limpios porque pueden causar molestias, males, dolencias y enfermedades de todo tipo, para lo cual lo recomendable es el consumo periódico y

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preventivo de infusiones naturales existentes a tal fin (el asesor invierte considerable tiempo en este apartado). Y es a continuación de esto cuando el “gurú” presenta concretamente a su audiencia el producto recomendado, en esta oportunidad unos sobres de infusión de origen chino indicados para toda clase de malestares internos, y que para colmo rinden varias dosis por unidad. Embelesado con tan notable oratoria, el pasaje contará ya, sin darse cuenta, con los sobres en sus manos, para observar sin compromiso, por supuesto (es importante que las prescripciones del producto estén escritas en chino para salvaguardar la atención del pasaje sobre la demostración técnica del asesor). Entra aquí el gurú en la parte clásica de su exposición: el precio y las ofertas de 3 x 2, “ - y que la salud no tiene costo ni merece mezquindades - ”. Insiste nuevamente en recitar la larga lista de beneficios del producto, referencias a madres jóvenes y personas mayores, y relatos de notables curaciones ocurridas. Capta la incipiente intención de los indecisos y los ataca ahora con tono suave. Exalta las primeras ventas realizadas y recorre el coche interrogando al pasaje con paso firme y voz segura, haciendo alguna que otra venta adicional. Se hace un breve paréntesis en el que el asesor acomoda sus pertenencias y entrega vueltos pendientes, luego de lo cual vuelve nuevamente a la escena, esta vez con una pomada para uso externo con bondades desinflamatorias, analgésicas y reconstituyentes, de la cual solo una ínfima fracción basta para aliviar toda clase de dolencia como reumatismo, artritis, golpes, juanetes o efectos del cansancio. Apela nuevamente a la atención de las personas mayores y a los individuos de sufrido trajín, y distribuye muestras entre los pasajeros, más a la hora del precio no consigue esta vez ningún adherente. Estamos aquí cerca del remate, y viene la segunda apelación patriótica: ¡Cómo el pueblo peruano no va a comprar este producto! ¡Si no es un invento chileno! ¡Bien peruano que es!

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Pero como los sones del clarín no llegan esta vez a conmover a la tropa, el “gurú” ensaya entonces una retirada estratégica: ¡Primera vez que ningún peruano me compra este producto, pero como soy buen perdedor y necesito trabajar, se los voy a ofrecer al costo! Entonces, rebaja el producto en forma descarada, fuerza una sensiblera venta con su nueva fisonomía suplicante y baja en el próximo paraje. FIN. Alfredo Alcón es un poroto a la par de este “peruano parlanchín”. Obra popular en dos actos y un colectivo, digna de ver y contar.

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El Campo Mayo en los valles cusqueños. Por donde quiera que se alce la vista, se distingue un tapiz interminable de maizales a punto de cosecha, matizado con morados de quínoa y bravos trigales maduros que parecen haber libado la sangre misma del Dios Inti. Al pie de los cerros, los valles son fértiles venas por donde se extiende la exuberante riqueza de La Pachamama, mientras sus hijos, como en sagrada liturgia, se doblan ante ella para obtener a cambio el venerado nutriente de su estirpe. Nada en el mundo tiene un valor más reverente para los hijos de la tierra: en la inmensa vastedad del Altiplano, el milenario pueblo de Los Andes, tranquilo y sagaz como el hermano puma, hijo del cóndor que vela desde las cumbres, celebra el ritual permanente del antiguo pacto de la tierra: la Pachamama será inmortal gracias a la generosa entrega del inca, y la raza de la tierra perdurará por siempre, al transmutar en su propio espíritu la nobleza eterna de su madre, por los siglos de los siglos, amada, cuidada y respetada.

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El camino Inka Cusco, 29 de Abril. Por nuestra ansiedad, nos despertamos esa mañana mucho antes de la hora estipulada, casi de noche, y allí estábamos, ya listos y con mate de coca embuchado, cuando bien temprano nos pasaron a buscar por el Hotel para emprender esta cosa extraña del Camino Inka que no sabíamos bien que era. Mochila al hombro y aparentando seguridad, subimos al transfer. A lo largo de una breve recorrida urbana, fueron abordando el bus quienes en el transcurso de los próximos días serían nuestros buenos compañeros de travesía. Están Gemma y Daryl, las chicas del sur de Inglaterra, arribadas al Cusco como parte de su viaje post estudios, César y Franco, Padre e Hijo, buena dupla de Buenos Aires, listos ya para su desafío “dos generaciones”, Ramón, Lucas, Jorge y Víctor, cuatro excelentes españoles de Tenerife, y dos jóvenes parejas venidas de San Francisco, California, gente simple y de buen humor. Abordan también nuestros guías, Roger y Henry, y también Flor, el novel refuerzo femenino haciendo sus primeras armas en las lides del antiguo camino. Jóvenes sencillos, guardan delicadamente dentro de sus corazones su más preciada pertenencia: el impagable soporte humano que irían luego a brindarnos en los bravos lances que tendríamos que enfrentar. Más tarde, los que serían nuestros porteadores suben al bus en dos tandas, completando la nada despreciable cantidad de catorce fuertes espaldas moldeadas por el esfuerzo del acarreo a destajo. Humildes y respetuosos, preparados ya para una nueva jornada (la cual, por cierto, no será poca cosa), con cargas, bultos y atados que acomodan en el techo del transfer. Y con todos ellos, Nosotros, Graciela y Alejandro, Puerto Madryn, Argentina, entrenados para esta caminata, a falta de terrenos más escabrosos, en las modestas exigencias del Cerro Avanzado (102 msnm), chato montículo de tierra barrido por el viento y encajado sin piedad sobre la agreste costa atlántica de la Patagonia. La aproximación en bus al punto de partida transcurrió con cierta concentración inicial, cada uno en lo suyo, tratando de calmar ansiedades y ocupándose de que estén en orden las pequeñas cosas personales, desde pastillas para el soroche hasta pilas de repuesto para las máquinas fotográficas. Es usual que en estas situaciones, la cortedad de los primeros momentos impida superar la timidez inicial, y uno observe al otro muy a la distancia. Frecuentemente, se capta en 12

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estas circunstancias una “primera impresión” de las personas, y como la misma encaja en nuestra psiquis sin esfuerzo intelectual… simplemente nos quedamos con ella. Pero esta imagen, además de ser incompleta, suele estar fatalmente trastocada por el enorme peso de nuestras limitaciones subconscientes. Carentes de historia real, vemos en aquel que tenemos delante la justificación de nuestros propios prejuicios, queriendo reflejarse en el mundo externo, invadiéndolo, en vez de enriquecerse con él. La primera imagen del otro, en muchos casos, es, al menos, desatinada, y en no pocas ocasiones, absolutamente mezquina. Pero esta lamentable mala crítica, que tanto daño sin saberlo causa, tiene un poderoso antídoto: la curiosidad. Y la curiosidad, señores, es el arma secreta de todo viajero. Pues entonces…. ¡Allá vamos! Basta un clic en nuestro espíritu para que el mundo de las más fabulosas experiencias humanas se abra inmenso ante nosotros. Ollantaytambo. Km 68 del camino Cusco - Machu Picchu. Última escala civilizada por los próximos tres días. Vaya al baño y escúrrase al máximo, compre bastones, capa impermeable y agua mineral (no más de un litro porque al tiempo pesará mucho en su mochila). Sáquese una foto, y si quiere, encomiéndese a los suyos por teléfono. Recorrerá luego el último tramo de camino hasta que el bus lo deposite en el km 82, inicio de la ansiada caminata y fin de la nada civilizada (entrará Ud en un nuevo dominio espacio temporal en el cual los términos relativos tienen la enorme virtud de cobrar su verdadero sentido cósmico). En el km 82, el grupo puso pié en tierra y todo el mundo se dedicó a los últimos preparativos: colocarse protector solar, ajustar mochila, repasar pertenencias, verificar pasaporte, ubicar botellas de agua, en fin, que nada previsible nos complique la jornada. Los guías se abocaron a organizar la logística y los porteadores pesaron y repartieron entre ellos mismos las cargas, 20 a 25 kg por persona, tal vez un poco más, distribuidas según criterios y jerarquías establecidos por los líderes de las cuadrillas de acarreo. Una vez que todo estuvo listo, Henry y Roger llamaron a parlamento grupal durante el cual, en una previsible pero no menos motivante ceremonia iniciática, cada uno 13

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se presentó en sociedad, se brindaron algunos lineamientos e instrucciones generales y se explicó el plan de marcha para el día. Ahora sí!!! Como si fuera a desafiar algún recóndito confín inexplorado del planeta, todo el grupo calzó mochilas, acomodó sus colgantes petates y partió, en fila india, con la parsimonia y pesadez de un escuadrón de tanques. Hicimos un corto trayecto hasta el control donde se sellan los pasaportes, y luego cruzamos el puente sobre el río Urubamba. De allí en más, y por los próximos tres días, no habría cosa alguna que nos conecte con el exterior más que nuestras humanas extremidades inferiores. En ese momento, la idea de lo que vendría era solo una vaga intuición: algunos habían oído que la exigencia física sería dura, mientras que algún despistado (Yo) no tenía la menor idea. Y así, más que nada con un signo de interrogación volando sobre nuestras cabezas, marchamos por un rato.... Promediando la mañana, hacía calor y caminábamos bajo pleno sol. La marcha era lenta y nos movíamos de a uno en fondo, en una suave subida que la altura se encargaba de pronunciar para el sentir de nuestras piernas. Henry marcaba un lento paso a la cabeza del grupo, tratando de que nadie se cansara excesivamente, y el resto lo seguíamos obedientemente. No se hablaba mucho, dado que esos primeros momentos eran de tanteo personal. Con el correr del tiempo, a medida que me fui soltando, se amplió mi rango sensorial y me invadieron las ganas de ir conociendo a mis nuevos compañeros, comenzando por aquellos que por la famosa regla subconsciente de “la primera impresión” me habían despertado la mayor curiosidad. El ritmo de la marcha me colocó entonces al lado de los cuatro españoles, pero estos aún estaban algo reticentes. Compartimos, no obstante, cierta inquietud ante las frecuentes paradas de concentración que marcaba Henry y que en nuestro caso nos sacaban de ritmo. Comprendíamos su necesidad, pero en verdad,

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dichas interrupciones nos estaban produciendo más daño que beneficio físico. El camino me llevó luego a la par de la pequeña y esmirriada Daryl. De rasgos orientales, mirada profunda y semblante serio, su inglés era impecable, cadencioso y modulado, indudablemente nativo de la Metrópoli. Nuestra conversación fue amena y agradable. Daryl demostraba gran entereza a pesar de su pequeña contextura, y ante el esfuerzo de la marcha, su actitud permanecía gallarda y decidida, como ocultando sus límites ante algo que no era el camino mismo. El rostro de Daryl parecía decir “a pesar de todo, aquí estoy”, pero nunca supe hasta cuan atrás en la historia de Daryl, o tal vez de sus antepasados, se remontaba el origen de la férrea determinación que expresaba su semblante. El grupo de caminantes se fue espaciando a medida que cada uno encontraba su ritmo, el cual, como ocurre con los propios mortales, no es mejor ni peor, sino simplemente distinto. Y allí fui, al lado de los cuatro norteamericanos. Jóvenes médicos, eran dos matrimonios que marchaban siempre juntos y hablaban permanentemente. Todos de buen humor, muy bien educados y de delicado trato, marchaban a ritmo moderado y realizaban frecuentes paradas para sacar fotos y recobrar el aliento. Me puse a la par de Chang y conversamos un buen rato. Él y su esposa habían mudado a Boston recientemente, mientras que sus amigos continuaban viviendo en San Francisco, ciudad en la que ambas parejas habían forjado su amistad. Cuando podían, tomaban juntos sus vacaciones. Con Chang (como Daryl, también de rasgos orientales) logramos coincidir en una interesante disquisición sobre viajes, lugares comunes y mundos extraños, lo cual resultó muy gratificante porque hubo buena conexión. Al transcurrir la mañana, iba apretando el calor y el sol nos seguía dando de lleno. Trepamos un buen rato realizando gran esfuerzo, verdaderamente enorme para algunos, y finalmente llegamos a nuestra ansiada parada de almuerzo: Miscay. En idioma quechua: “comunidad dulce”. Miscay es un pequeño espacio llano con un chorrillo de agua clara que lo cruza y algunos árboles dispersos que proveen gratificante sombra para el descanso. Los porteadores armaron la carpa comedor y organizaron la cocina. Mientras tanto, un trecho antes del campamento, el resto nos tirábamos rendidos a 15

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descansar y esperar el almuerzo. Cuando llegamos, ya todo estaba listo. Menú: sopa y trucha con arroz. Aquí ya empezamos a conocernos un poco más. Franco, el pequeño gladiador de 13 años, estaba un poco preocupado por un leve malestar estomacal, aunque la verdad es que yo me sentía peor que él debido a un demoledor ceviche que había comido el día anterior a la partida, así es que ambos comimos poco ese día. Charla va y charla viene, el grupo se fue animando durante el almuerzo, luego del cual siguió un corto descanso, cargamos mochilas, y ya recuperados, tomamos nuevamente la senda. A media tarde pudimos observar a nuestro paso las ruinas de un antiguo paraje Inca llamado Patallacta o Llactapata (en quechua, pueblo en lo alto), el cual se cree que servía de descanso en el camino a Machu Picchu. Este hermoso sitio, edificado sobre la ladera de la montaña, resulta admirable debido a la armonía de sus líneas y a su integración con el paisaje. Al pie de Patallacta se extiende un fértil valle, actualmente habitado y profusamente sembrado. Mediante las atentas explicaciones de los guías, comenzamos a familiarizarnos con la estructura de los antiguos parajes que se alzan a la vera de los caminos del que fuera el mayor imperio de América. Henry realizaba las explicaciones en inglés, y Roger en español para los latinos. El grupo se concentró, hubo un breve descanso y seguimos adelante nuevamente. El camino retomó en subida, en promedio suave, pero con tramos que requerían un mayor esfuerzo. La trepada continuó por un buen rato al rayo del sol, contenido prudentemente con protector solar, lentes y gorro, aunque para el agotamiento no había demasiado remedio más que buscar el 16

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ritmo adecuado y administrar las paradas. Y aquí me crucé nuevamente con el grupo de Las Canarias. Nuestro paso era similar y por ello pude seguir medianamente su ritmo. Se habían preparado juntos para esta expedición, escalando el monte Teide, de 3700 metros, pico culminante de aquellas islas. Tenían buen equipamiento, incluyendo bastones telescópicos de aluminio, e iban bien provistos, dado que sus mochilas eran bastante pesadas (por mi parte, yo había dejado en Cusco el calzado de repuesto y toda la ropa alternativa que pude, en pos de aligerar mi carga). Lo cierto es que estos cuatro amigos disfrutaban intensamente de la aventura y de su mutua compañía. Además, era un placer verlos marchar, particularmente bajar escalones de piedra, a ritmo sostenido, tanteando a derecha e izquierda con ambos bastones, colocando solo un pie por nivel y avanzando a paso firme con las voluminosas mochilas a la espalda (17 kg la más abultada). Quedé verdaderamente admirado, y procuré en lo posible seguirles el ritmo para compartir con ellos la jornada y tantear mi propia capacidad. La tarde nos sorprendió marchando a la cabeza del grupo, con César y Franco también entre nosotros, seguían luego Daryl y Gemma, Graciela y los cuatro norteamericanos. Roger iba apoyando la vanguardia, Flor al centro y Henry, un poco más atrás, prodigando su sabia atención a quien más lo pudiera necesitar. La riqueza de sus recursos, su amable y sereno trato, y la simpleza con que ejercía su responsabilidad me dejaron maravillado. Hacia las 5 pm fuimos llegando al lugar de acampe, Hatunchaka (2950 msnm). Distribuidos en aquel terreno se extendían los campamentos de los distintos grupos de caminantes. El sol estaba cayendo y comenzaba a hacer frío. A un lado del acampe corría un pequeño hilo de agua que sirvió para lavarnos, al menos, las partes posibles en público. El único baño disponible era una precaria y primitiva letrina, emplazada, como con vergüenza, bien lejos de los sitios de acampe. Una vez más, los porteadores tenían todo listo para una frugal pero reparadora merienda: café o té, pochoclo y galletas fritas crocantes. Aquí ya nos animamos un poco más con la conversación, aunque de forma espontánea, latinos y angloparlantes se separaban más o menos en dos grupos por la simple afinidad del idioma. Luego de la merienda, descansamos un rato en nuestras carpas y a las 8 pm estaba lista la cena. Menú: sopa como primer plato, luego 17

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algo de carne con arroz, jugo o agua para tomar, fruta y té caliente. Hubo un rato de charla tranquila, y algo más tarde, Henry llamó al segundo parlamento general de la expedición. En términos suaves y amables, con buen manejo del guión y un enfoque realista, Henry y Roger nos presentaron el gran desafío que tendríamos que afrontar el día siguiente: partiendo muy temprano, habría que trepar 1300 metros hasta llegar al abra de Warmi Wañusca, altura culminante de la expedición con 4215 msnm, y luego descender por un centenario y exigente sendero de escalones de piedra, construido por los antiguos. El campamento que nos esperaría al final del día sería también el más alto y se estimaba un intenso frío por la noche. El esfuerzo sería importante y por ello se almorzaría al llegar. Henry nos animó diciendo que habíamos hecho un buen trabajo el primer día y que el grupo se veía en buenas condiciones para afrontar el desafío mayor, pero que solo cada uno de nosotros sabía íntimamente cuánto era el esfuerzo que había realizado en la primera jornada y cuál sería el mejor modo de encarar la siguiente. Las mochilas eran cargas pesadas, y por tanto, se sugería evaluar la posibilidad de disponer al otro día de un porteador extra por un costo de 40 dólares diarios por bulto (algunos compañeros ya habían optado desde el principio por esta facilidad). La charla fue perfecta y equilibrada, no hubo imposiciones ni se realizaron planteos personales a ningún miembro del grupo. Varios sopesaron la oferta, sé de esto por los españoles, y Graciela, luego de conversarlo juntos, la aceptó. Había sido enorme el esfuerzo que había realizado hasta aquí, y yo ya había decidido cargarme al otro día sus cosas más pesadas, intuyendo no obstante un costo extremo para mí. La posibilidad del acarreo adicional calibró nuestro esfuerzo futuro y nos libró talvez de un desagradable desenlace. Con gran tranquilidad nos fuimos a dormir, pero antes de intentar conciliar el sueño nos regalamos un exquisito postre de almendras y pasas de uva. La noche fue larga, y nuestros pobres huesos salieron francamente maltrechos. 30 de Abril. 6:30 am. Juan Bautista, uno de nuestros nobles auxiliares, nos brindo un cálido despertar llevándonos una taza de mate de coca a nuestras tiendas. Sin pérdida de tiempo debimos armar mochilas y 18

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desalojar las carpas porque los primeros porteadores debían salir cuanto antes. El día estaba despejado pero aún hacía frío cuando nos reunimos a desayunar. El cocinero había preparado un menú tan energético que nuestras más oscuras sospechas sobre la futura exigencia de la jornada se vieron confirmadas de lleno. Chocolate, avena con manzana, panqueques con dulce de leche, yogur con frutas secas, galletas, pan y refuerzo de mate de coca. Nos sentíamos cuidados pero a la vez observados. Era como si guías y porteadores pensaran “¡Pobres, que será de ustedes… y de nosotros mismos!”. No se habló mucho en el desayuno, todos nos concentrábamos para el ascenso. En el alistamiento final, ya a la intemperie, todas las mochilas yacían dispuestas sobre una lona, en el centro del grupo. Era como si veláramos las armas. Uno a uno fuimos cargando, disponiendo lo mejor posible nuestras cosas para evitar malgasto de energía. Agua, barras energéticas, hojas de coca y píldoras para el soroche era lo que se colocaba más a mano. La mañana estaba soleada y no tardaría en apretar el calor. Previendo esto, yo opté por salir de manga corta para evitar una pronta e incómoda parada de ajuste. ¡Y arrancamos! La primera trepada ya fue dura. Henry salió adelante, marcando un ritmo decididamente lento para no ahogarnos de entrada. La pendiente era muy marcada y la altura no perdonaba. Muy pronto llegó la primera escala de recuperación, pero los españoles optaron por seguir y yo hice lo mismo (antes de partir, los guían nos habían dado vía libre para que cada uno se adecuara a su ritmo hasta llegar al abra de Warmi Wañuska, donde nos concentraríamos para tomarnos una foto grupal y emprender luego el descenso al segundo campamento). Pasó un rato y como yo había previsto, el paso se hizo difícil por la cantidad de gente detenida recobrando el aliento y aligerando abrigo. A veces no era fácil la maniobra: hacerse un lugar a la vera de la angosta vereda, descalzar gorro y lentes, dejar a un lado la máquina de fotos, bajar mochila, sacarse el buzo o la campera, acomodarla sobre la mochila dejando lo importante igualmente a mano, y vuelta a colocarse todo encima. La cosa tenía que quedar bien equilibrada porque en esta trepada no podía dilapidarse ni un ápice de fuerza. De tal manera que al salir de manga corta me ahorré un buen trabajito. Con el correr del tiempo, el grupo se fue estirando y nuestra retaguardia pasó a verse chiquita allá abajo, para luego perderse 19

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definitivamente. Los españoles eran quienes enseñaban el camino, y por detrás de ellos me encontré con Franco y César. Franquito, 13 años, físico normal para su edad, parecía calladito de entrada pero resultó un gran compañero. César, su padre, pisando los 50, ponía lo suyo en el camino con gran gallardía. Sus mochilas eran reducidas, lo cual atrajo mi curiosidad por saber como se las arreglaban con tan poca cosa, y su vestimenta lucía como para un día de campo, contrastando marcadamente con tanto expedicionario suelto que pululaba por la zona. Caminaban a buen ritmo, y sus disquisiciones versaban principalmente sobre temas futboleros. Me atraía especialmente ese gesto rioplatense que tenían, esa liturgia porteña bien de barrio, un cóctel equilibrado de sencillez material y presencia de sí mismos, casi una complicidad metafísica, diría Dolina, y me hacían acordar al ilustre flaco Spinetta y su quijotesco poema: ….. Ahí va el Capitán Beto …. Por el espacio …. Con total desapego por las formas convencionales del trecking de alto rendimiento, iban superando obstáculo tras obstáculo. Toda la picardía criolla compitiendo contra el resto del mundo en esa brava cancha del altiplano. Para que lo relate Víctor Hugo, vea. Así, tirando juntos de a ratos y transitando solos algunos tramos, llegamos al bosque de Llullucha, un llano a 3850 msnm con un poco de sombra natural y un pequeño curso de agua. Este es el último sitio donde puede adquirirse agua hasta dentro de día y medio. Los puestos de venta eran improvisados, y los precios, acordes con el entorno, es decir, por las nubes (¿lo entendieron?). Aquí descansamos un buen rato y compramos una botella grande de agua mineral a medias con César, para reponer todo nuestro stock. El grupo se concentró nuevamente y disfrutamos del entorno mientras reponíamos fuerzas. Cuando todos estuvimos listos, le dijimos adiós a esa última hilacha de civilización y fijamos nuestro rumbo hacia arriba. La senda discurría flanqueando en forma ascendente un largo cerro, mientras por la derecha y hacia abajo se veía un valle con vegetación natural baja y dispersa. La pendiente iría creciendo hasta culminar en una tremenda escalinata de piedra que llega a los 4215 msnm. Realmente, un desafío contundente. La gente iba marchando espaciada, solitaria o en grupos muy reducidos. Avanzamos un buen rato en estas condiciones, y el equipo comenzó a extenderse nuevamente en el terreno. Los españoles 20

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marchaban bien adelante mío, sacándome ventaja (solo los rebasaba provisoriamente cuando paraban para recobrar el aliento). Franquito apareció a mi lado, pero su padre había quedado un poco más atrás. En cierto momento, apareció Henry, nuestro guía, que nos trajo noticias frescas del centro del pelotón. Todos venían marchando, despacio, pero subían. Roger, por su lado, tomó a su cargo a nuestros compañeros más alejados, animándolos con su paciente charla y sus mejores recursos, mientras Flor venía en el centro, a la par de las inglesas. La trepada era devastadora, y cada uno hacía el mejor esfuerzo para encontrar su ritmo más productivo. El dolor en los cuadriceps y la falta de aliento eran los signos de fatiga más intensos, pero parar muy seguido no era bueno. El tema era encontrar un ritmo que permitiera marchar por un buen rato, bien concentrado en ahorrar fuerzas y en hacer caso omiso al dolor, hasta que se hiciera inevitable una corta detención de recuperación, de no más de tres o cuatro minutos. La senda se veía muy extensa, y tanto atrás como adelante, pequeños puntitos de colores se movían hacia arriba. No se tomaba mucha agua, el asunto no era la deshidratación, más bien la pérdida de energía. Se comía fruta, caramelos o barras energéticas, y se seguía sin quejas y en silencio. Mientras tanto, porteadores de distintos grupos nos adelantaban permanentemente. El paso del porteador se basa en un trote corto muy productivo en el que los pies apenas despegan del suelo. Sus físicos no sobresalen, pero su fortaleza para la marcha es formidable. Su calzado no es más que una simple sandalia de caucho con dos tiras cruzadas por delante y una sujetando el talón. Con ellas pisan sobre tierra, piedra en punta, escalones pulidos o matas, sin tropiezos y haciendo siempre el camino más corto. Toman pocos descansos y casi nunca descargan sus bultos, los cuales han calzado firmemente sobre sus espaldas al partir. Teníamos que estar atentos para no entorpecer su paso o producir algún encontronazo producto de nuestra distracción. Por esta causa, en cuanto veíamos alguno de estos 21

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baluartes andinos en aproximación, advertíamos de viva voz a los caminantes: ¡Porter! ¡Porter!, y entonces, todos nos recostábamos sobre el lado de la montaña dejando el paso franco al porteador. Con su ritmo, siempre llegaban primero a los sitios de acampe, y cuando nosotros arribábamos ya tenían todo armado y dispuesto: carpas, tienda comedor con mesas y banquetas, cocina y sus menesteres, y merienda lista, si era el caso. Una vez terminadas sus tareas, en la fría penumbra del ocaso, solían recostarse de cara al cielo a dormitar un rato, bajo el húmedo manto del atardecer y sin otro abrigo que las estrellas mismas. Más tarde, en la cena, los porteadores hacían rancho al sereno, y solo cuando el resto de nosotros despejaba la tienda comedor, convertían la misma en su improvisado dormitorio comunitario. En este bravo lance del segundo día, nuestros porters nos animaban al pasar y nosotros, a su vez, les dábamos aliento. Avanzada la mañana, el esfuerzo era máximo. Jorge, del grupo canario, tuvo que aflojar el paso, mientras sus tres compañeros se perdían adelante y Franco los seguía, apresurando un rush que me dejó sorprendido. A esta altura, yo ya no tenía referencias del resto del grupo. Marchando solo, llegué al pie de la demoledora escalinata final y encaré la subida. Mis pasos eran muy lentos y mis paradas, más frecuentes. El tiempo no pasaba nunca y la distancia a la cumbre parecía no disminuir. La vista del trayecto a la cima era franca, y por detrás de mí, podía también observar centenares de metros de la angosta senda, en la cual decenas de diminutas figuras pugnaban por avanzar. En el último tramo de la trepada me animaron los gritos de aliento de mis compañeros que ya descansaban en el abra, y cuando al fin puse pie en los 4215 metros nos estrechamos todos un fuerte apretón de manos. Lo más duro estaba hecho. Allí nomás llegó Jorge y se repitieron las efusivas felicitaciones. Esta sería nuestra actitud con cada uno de los compañeros restantes, los cuales irían arribando de a poco en un lapso que pasó de una hora. Henry, César, Flor, las inglesas, y luego 22

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Roger, acompañando a Graciela y los cuatro americanos. Esta sección del grupo merece párrafo aparte. La persistencia de Graciela, tenaz como siempre, el compañerismo de los del norte, y con ellos, la paciencia y capacidad de Roger para guiar a l grupo con sus mejores recursos. Fue evidente su satisfacción al haber llevado a todos a la cumbre sin contratiempos. Disfrutamos un buen rato de nuestra estada en aquel famoso paso de la mujer muerta. La fauna humana era variada, pero todos tenían una serena actitud de satisfacción y contemplación introspectiva. Esto sí que era “algo más”. De ahí en más comenzamos el descenso al campamento Pacaymayo siguiendo una interminable y exigente escalinata de piedra, muy despareja y demoledora para las rodillas. La bajada en estas condiciones fue de más 600 metros en vertical. Tardamos dos horas en llegar al sitio de acampe, un lugar relativamente reparado establecido en la ladera de un cerro, y en el que los grupos de carpas se ubicaban en distintos niveles, acomodados en terrazas irregulares. La vista era muy linda, con cascadas descendiendo de la montaña y altas cumbres coronadas de glaciares asomando por encima de las nubes. Eso sí, de comodidades ni hablar. Imaginen cuatro rústicos baños para mil personas, unas pocas piletas para aseo, sin duchas ni agua caliente. La merienda nos encontró reunidos en charla muy animada, aunque Gemma estaba muy descompuesta y tuvo que permanecer en la carpa. Ah, Gemma, buena chica, curiosa, algo robusta pero de delicados modales, era oriunda del sur de Inglaterra, pero su inglés abundaba en una modulación de vocales abiertas como es normal en los australianos. La altura y el esfuerzo la habían afectado, aunque recobraría su buen estado en la mañana siguiente. Su recuperación estuvo asistida por Henry y las chicas médicas americanas. Era evidente que necesitaba descanso y un poco de relajación.

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Fue precisamente en la merienda del segundo día cuando el tema del idioma nos jugó una mala pasada. Creo yo que por la simple razón de relajar nuestra mente y no invertir mucho esfuerzo en interpretar el idioma no nativo, anglos e hispanos nos habíamos reunido en grupos separados alrededor de la mesa. No obstante esto, se entabló una conversación cruzada en la que algo dicho por César fue mal interpretado por Chang, y las limitaciones del idioma impidieron un cabal entendimiento entre ambos. Hubo en este lance alguna recriminación genérica para los hispanoparlantes, y la situación se puso momentáneamente embarazosa, especialmente para los españoles, señalados sin arte ni parte como parte de la “camarilla hispana”. La verdad es que Chang se calentó con algo que César opinó de buena intención sobre la idiosincrasia del sistema (norte)americano, pero su idea no fue captada fielmente. Por mi parte, una vez terminada la merienda, traté de bajar las tensiones con Daryl, que también se sintió incómoda, y charlamos un buen rato sobre la igualdad de las razas humanas y la relatividad del concepto de primitivismo. Más tarde, la cena nos encontró nuevamente unidos, aunque Gemma siguió en su carpa, muy descompuesta y yo temí por su continuidad en la expedición. Luego de cenar hubo un rato de poker y truco y luego nos fuimos todos de buena gana a intentar un merecido sueño. En la carpa de los canarios hubo un rato más de cartas y luego todo en silencio. Otra vez, con Graciela disfrutamos de un rico postre de pasas y almendras antes de acurrucarnos en nuestras bolsas de dormir. Yo calafateé pacientemente todos los ángulos que mi cuerpo dejaba contra el duro suelo, a fin de procurar un mejor apoyo para mi pobre humanidad, pero el intento fue escasamente productivo por las vueltas que uno da en la fallida búsqueda del abrazo de Morfeo. ¡Ni que decir cuando me atacaron calambres simultáneos en ambas piernas! Mi cuerpo se arqueó por el dolor, y allí quedé, inmóvil, puteando como loco dentro de la bolsa de dormir, extrañamente deformada según el ángulo en que habían quedado congeladas las piernas, hasta que mis músculos dejaron de reprocharme por la paliza que les había propinado ese día.

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1º de Mayo. 6:30 am. Tercer día. Segunda noche en carpa. Suelo duro: 2; Alejandro: 0. Mate de coca en la carpa y a levantar todo. Sería una larga jornada aunque algo menos exigente que el día anterior. La constante del día serían las escalinatas de piedra en subidas y bajadas alternadas, desparejas, lisas y a veces mojadas. Altura mayor a batir: 3950 msnm. Salida a las 07:30 hs, arribo estimado para las 16:30 hs y baño caliente prometido al final del camino. Yo había decidido marchar en parte más lento y disfrutar del camino junto con Graciela, y ella a su vez había ideado un plan para mantener buen ritmo: en las paradas programadas se detendría poco tiempo y saldría antes que el resto. De esta manera, durante el trayecto emparejaríamos la marcha. El desayuno fue bueno pero no tan exuberante como el día anterior. Y partimos…… La trepada inicial fue aterradora, pero luego fuimos tomando cada uno nuestro ritmo más cómodo. Primera parada: Runkuracay. Ubicado a los 3800 msnm, es este otro antiguo asentamiento Inca, pequeño y de forma curiosamente circular, enclavado en un sitio desde donde se domina el camino. Se cree que su función principal era la de vigilancia y control, pero también habría servido como “tambo”, es decir, posta o pernocte de los antiguos caminantes en camino a Machu Picchu. Hubo un corto descanso y partimos nuevamente. De acuerdo con su plan del día, Graciela había salido antes. Con esfuerzo, llegamos al segundo paso, a 3950 msnm, desde donde pudimos disfrutar de una imponente vista de los valles circundantes y del sagrado nevado Salcantay, Apu principal del pueblo incaico. Al partir, bajábamos ahora hacia los 3600 msnm, para alcanzar, al cabo de un trabajoso descenso de peldaños, un antiguo y estupendo asentamiento inca llamado Sayacmarca, ubicado estratégicamente en la altura, a fin de asegurar el dominio terrenal y favorecer la interpretación de los fenómenos celestes, fundamento y origen de todo el conocimiento de los chamanes del imperio.

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El grupo, distendido a pesar de las exigencias de la jornada, marchó este día más cercano en el camino, y las concentraciones intermedias nos encontraban a todos unidos, por lo cual pudimos disfrutar de nuestra mutua compañía y conocernos un poco más. En esta parte del camino, el terreno se fue poblando de a poco con una mayor y más variada vegetación. Entre las matas, pudimos ver un par de venados que se movían a lo lejos. Las etapas eran largas, y tanto las subidas como las bajadas eran cansadoras. Por lo tanto, había que aprovechar a relajar músculos y recobrar la condición física cuando se marchaba en baja pendiente. De a poco nos fuimos internando en un bosque húmedo subtropical que cubría por completo las montañas, y más adelante arribamos a Puyupatamarca, otro notable asentamiento inca en la ladera de la montaña. Gozamos aquí de una notable exposición sobre la cosmología y religión incaica impartida por Roger: el sagrado significado de la Chakana, la cruz andina, con sus lecciones de espiritualidad y solidaridad. Los andinos no poseían sistema de escritura, pero gracias a la Chakana, los maestros Incas podían abrir al conocimiento de su pueblo tanto la enciclopedia más completa del saber milenario como las cuestiones más prácticas de la vida: la geografía del imperio, los tres mundos de su religión, los elementos de la naturaleza y los mandatos éticos del comportamiento humano, todo esto y mucho más, se aprecia en una visión integradora, sorprendente, completa, impecable, tal es la Chakana. Lección de respeto, solidaridad, inteligencia, equilibrio y armonía, conceptos opuestos y asimilables, concatenados y presentados de la forma más gráfica que he visto en mi vida. Más que el libro de la vida, la Chakana es el libro del cosmos, y con la enorme ventaja de su simple e inmediata interpretación. De ahora en más, el camino sería en bajada, y habríamos de descender 900 metros en vertical por centenarias veredas y antiguas escalinatas del período incaico hasta llegar a nuestro tercer y último campamento. Aquí marché junto a Graciela, conversando y 26

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disfrutando plenamente del camino. La selva nos cubrió por completo, y nuevos sonidos, aromas, formas y colores saturaron ahora nuestros sentidos. Este último tramo de camino fue largo, pero lo más duro había quedado atrás. Marchando más despacio, llegamos esa tarde al sitio de acampe en el pelotón de retaguardia. El lugar era un inmenso conjunto de parcelas dispuestas en terrazas sobre la ladera de la montaña, distribuidas en un rango de altura de unos 50 metros. Al atardecer, luego de tres jornadas sin aseo decente, pudimos darnos un baño caliente, pero tal logro había sido a costa de una larga hora de cola, apurada a grito pelado por una gruesa señora encargada de los baños. Más tarde, ya relajados, fuimos todos por una bien merecida cerveza. En nuestra última noche juntos, los porteadores nos agasajaron con una opípara cena, y nosotros, a su vez, en una emotiva y tradicional ceremonia de cierre, les expresamos nuestro admirado reconocimiento y les dimos un merecido pago extra que habíamos juntado entre todos. Allí me tocó agradecer a los porteadores en nombre de todo el grupo, para lo cual había resultado elegido y no pude negarme. Esa noche, aunque el suelo fue el más duro de los tres pernoctes, caí rendido enseguida dentro de mi bolsa de dormir. 2 de Mayo, 04:30 AM. Nos levantamos siendo aún noche cerrada, y abandonamos por última vez nuestra carpa bajo una fina llovizna. Luego de un rápido desayuno nos despedimos de los últimos porters, calzamos nuestras mochilas y nos ubicamos en grupo a esperar la apertura del control que habilita la senda a Machu Picchu. Enseguida, la fila de caminantes que aguardaba en la senda se hizo interminable. Detrás nuestro se veía una procesión sin fin de pequeños puntos brillantes que resultaban ser los potentes leds de las linternas de escalada que la mayoría llevaba consigo. Este fue un momento de mucha adrenalina. El grupo, luego de una demoledora marcha de tres días, se aprestaba para el esfuerzo final. La logística en el camino había sido correcta y sin fallos, y el mando, acertado en la conducción. El grupo se había templado y por eso hoy su moral era alta. El plan del día había sido discutido y ninguno ocultaba su entusiasmo. Aún en la oscuridad y asistidos por la luz de las linternas, a las 05:30 nos pusimos en camino. Faldeamos la montaña a paso firme bajo el húmedo manto de la selva. La niebla cortaba toda vista más allá de un par de metros, pero al fin, una difusa claridad se fue abriendo ante nosotros. De a poco, se fue advirtiendo el imponente valle selvático, y 27

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a lo lejos, veladas por las nubes bajas, se erguían orgullosas las cumbres guardianas del sitio sagrado de los incas. Hacia las 6 de la mañana, la claridad era mayor, pero aún debía continuar la aproximación. Un poco más tarde, llegamos al pie de una brutal escalinata de piedras lisas y desparejas. El solo hecho de calcular su costo físico era ya intimidante, pero allí arriba nos esperaba el emblemático Inti Punku, el mítico Templo Del Sol, puerta sagrada y guardián de Machu Picchu. Una vez más, trepamos hasta donde se perdía la vista, aguantando el dolor en las piernas, mochila a la espalda, pero siempre hacia arriba, hacia el sol, hacia la luz…. Brillante metáfora del camino que estábamos por culminar. Luego de pasar por el Inti Punku, seguimos nuestra marcha, un poco inquietos por la niebla que aún nos mezquinaba la vista de nuestro preciado destino, pero con cierto orgullo por haber llegado de la manera en que lo hicimos. Para esta ocasión, yo había reservado una remera que me había regalado el profe Raúl, con el logo “Orions Gym – Puerto Madryn” y cola de ballena incluida. Los canarios, por su parte, lucían también un atuendo especial, con su lema “¡Hay que mandale!” e identificación acorde: “Grupo Tenerife – Islas Canarias”. César y Franco, el dúo futbolero, continuaban exhibiendo su habitual bajo perfil, pero engalanado ahora con una fresca y pícara alegría, como si la vida los hubiera invitado a jugar un picado dominguero en el mismísimo Maracaná. A medida que se despejaban los últimos resabios de la bruma nocturna, la mítica ciudadela de Los Andes salía a recibirnos como si fuera una princesa, bella, imponente y perfumada de orquídeas. ¡Su majestad, hemos llegado, gracias, mil veces, por compartir con nosotros este maravilloso amanecer! ¿Sabes, princesa? Hemos caminado por el campo, y ha sido duro el camino. En la marcha, tres veces nos ha encontrado tu noche estrellada, y otras tantas, el sol pegó fuerte en nuestras cargadas espaldas, pero tus hijos nos señalaron la senda, esa huella profunda que surge del fondo de los tiempos y en la cual sopla el sagrado viento de la eterna sabiduría. ¿Pero…, sabes, Princesa, cuál es el secreto de tu camino? Ni la mística profunda del peregrino, ni el perplejo trance del Chamán, ni siquiera aún, una rara excepción de nuestra mortal existencia. El verdadero secreto, Princesa, son las cientos de conexiones que en la paz de tu camino hemos tenido la gracia de descubrir. Conexión con 28

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nuestro cuerpo, que mucho ha dado y muy poco ha pedido, conexión con nuestra voluntad, que es en sí misma nuestro propio ser, conexión con nuestros hermanos, tus hijos y los que de lejos han llegado, en esta magnífica metáfora de transitar el camino común, conexión con nuestro querido planeta y sus preciados habitantes de cielos, aguas y tierras…. En fin, conexión con aquellos valores que solo descubrimos cuando logramos comprender que cosa somos en el cosmos… …Quizás, el cielo más estrellado del planeta, el mismo que admiraron tus ancestros, sea ciertamente el verdadero reflejo de la sabiduría, aquella que se alimenta de las cientos de conexiones que nos iluminan, como tus preciosas estrellas.

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Juliaca La frenética actividad que tiene lugar en los fértiles valles Juliaqueños de la Provincia de San Román, Perú, posee una asombrosa similitud con lo que, del otro lado del Orbe, acontece en los verdes prados del Sudeste Asiático: hombres, mujeres y niños dispersos por todo el campo como si fueran ellos mismos el fruto de la tierra, cosechando a mano, desnudando mazorcas o arando a pulso con la sola ayuda de un viejo burro de tiro, y sentados bajo la clemente sombra de improvisados aleros, jóvenes pastores que ponen el ojo sobre sus flacas ovejas. A lo largo de extensísimos kilómetros, estas imágenes se funden en múltiples variaciones, ya entre sí mismas, ya con las huellas de nuestra propia memoria, madurando al fin en nuestra mente ese último y sorprendente interrogante sobre cómo, desde tan lejanos confines del mundo, la antigua Cultura Del Arroz abraza a los Hijos Del Sol. Y quien esto vea, aún más sorprendido quedará al arribar a la ciudad de Juliaca, mundo dentro de otro mundo, inevitable concentración de ofertas materiales para la numerosa gente del vasto campo circundante, clavada como una daga donde el camino que viene de Puno se abre a Cusco y Arequipa. Si algún curtido viajero tuviera la gracia de amanecer en las calles de Juliaca sin ningún atisbo previo de referencia geográfica, bien podría lamentarse de no contar con algunos yenes en el bolsillo, o mejor, tal vez hambriento, desesperar por un típico plato Thai degustado en el Delta del Mekong, el cual por cierto, buscaría sin éxito. En las frenéticas calles de Juliaca, cada movimiento, cada sonido, cada cosa que a uno le atraviese los sentidos, es Indochina. En Juliaca, pareciera como si algún excéntrico mandato divino dictara que cada mañana, a la salida del sol, todo el mundo debe lanzarse a las calles, y que a ningún vehículo, por grande o pequeño que sea, le está permitido permanecer inmóvil, so pena de verse totalmente chamuscado por el ardiente aliento de algún mítico y caprichoso dragón, adorable legado de los Dioses. Así es que automotores, bicicletas, motos y gente de a pié se cruzan y esquivan, compitiendo, a la vista del forastero, por ver quien realiza el movimiento más impredecible. En la calle, todo se hace, y la calle debe tomarse literalmente como la calle, no solo la vereda, aunque a veces, también 30

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son las vías del tren, sobre las cuales se arman los mercados cuando no discurre por ellas la molesta formación. La escala de transporte público urbano va de mayor a menor: buses, taxis colectivos, taxis individuales, taxis motoneta y taxis triciclos a pedal con asiento delantero y conductor detrás. Y ya que viene al caso, recuerdo haberme deleitado enormemente al paso de uno de estos últimos vehículos, cuyo esmirriado conductor sudaba copiosamente al vaivén de su pesado pedaleo mientras llevaba firmemente sentada por delante a su pasajera, una gruesa mujer aymará vestida de paisana y con los bártulos de las compras a su lado, seria y con la vista fija al frente, un poco rústica como mascarón de proa pero muy efectiva para espantar a todo aquel que quisiera cruzarse por delante. Aún me asombro al repasar el riquísimo significado de esta imagen. Como decíamos, todo se transa en la calle, y aunque el caos es total, los gremios del comercio se encuentran físicamente agrupados. A lo largo de cuadras enteras se ubican sucesivamente las ventas de frutas y verduras, identificables por las nubes de moscas que revolotean alrededor, las carnicerías, con sus cortes oreando a la sombra pero extrañamente asépticas (al igual que las pescaderías), las infaltables especies, bebidas, elementos de limpieza, puestos de comida... y en las tiendas al aire libre, la ropa formando un bosque a la altura de las cabezas. En otra cuadra, se ubican los zapateros remendones, y aparte, las costureras al paso. Un párrafo especial merecen las tiendas de vestir dedicadas a las mujeres tradicionales. Quechuas, Aymaras y Kollas visten de modo diferente, y además, cada comunidad tiene su propio atuendo (súmele Ud que ya de por sí la vestimenta de estas señoras es complicada). Así es que en puestos un poco más “delicados”, aunque siempre a la sombra de toldos o aleros, se expone, para el deleite de jóvenes merecedoras y redondas señoronas, el más variado surtido de calzas tejidas, primorosas polleras voladas de llamativos estampados, finas blusas de cuellos trabajados, sacos tejidos de vivos colores, ponchos, mantas y frazadas (la frazada es una prenda más de vestir para estas mujeres), y la infaltable sección se sombreros típicos. Dado que las compras femeninas requieren reflexión, esta sección tiene otro “tempo”. Un poco de serenidad entre tanto caos.

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Pero volviendo al exterior, los sonidos retumban, los aromas estallan, las imágenes vuelan, y la gente tironea, ofrece, reclama ….Abrumado, uno escapa como puede, ansiando un poco de calma, y a la vuelta de la esquina, sigue buscando el Delta del Mekong…. Nota del autor: El anterior es un texto libre que resume en Juliaca las notas tomadas también en Puno, Cusco y Arequipa.

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Índice Reflexiones ………………………………………….. 4 Retrato del Cusco …………………………………... 5 Camino a Puno ……………………………………. 6 El gurú asesor de ventas …………………………. 8 El campo ……………………………………………. 11 El Camino Inka …………………………………….. 12 Bonus track: Juliaca ………………………………. 30

Alejandro Preckel Puerto Madryn Chubut, Patagonia Argentina e-mail: [email protected] Noviembre de 2008

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