Cuento Despertar Entre Nubes

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  • Words: 867
  • Pages: 3
Despertar entre nubes Un cuento sobre el corazón y la mente Arturo Castán

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oy era una de aquellas mañanas en las que el acto mismo de despertarse era como deshacer un ovillo poco a poco. Se comienza tirando delicadamente del hilo y éste se va desenrollando suavemente al principio y creemos que está hecho de seda, incluso adivinamos esos colores tornasolados que tienen ciertas hebras. Posteriormente, conforme la madeja va cediendo y nos cuesta un mayor trabajo el nuevo bobinado al hacer y deshacer los pequeños nudos que se van formando en un vaivén continuo de movimientos cada vez más desesperantes, se nos aparece rugoso, más áspero como si estuviese fabricado con lino o con un material más basto como el yute. Con este enredo de hilos, no hacía sino coser a modo de tapiz hindú, en el que piezas de diferentes materiales y colores se van uniendo al dictado de los deseos de alguien que vive para soñar, las diversas partes de mi cuerpo todavía adormecidas. Allá en lo más lejos, en el Sur, casi saliéndose del mapa de mi imaginación sentía el pie izquierdo, frío, testigo fiel de las bajas temperaturas propias de la estación en la que nos encontrábamos, era como un mallo que destacaba por encima las nubes que a modo de edredón cubrían el resto de mi cuerpo dándole abrigo. De oriente también esperaba el calor añadido que suponía la proximidad de su cuerpo, pero precisamente por esa pequeña distancia que nos separaba, y que horas antes provocó que no pudiera conciliar el sueño, ahora parecía filtrarse una corriente de aire polar, de esa clase que desorienta hasta la más sensible de las veletas, de esas que no teniendo dirección alguna apuntan a lo más profundo del corazón quemándolo de frío.

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Así, el único puente entre su cuerpo y el mío estaba siendo atravesado como por un interminable ejército de hormigas, presentes desde que levantó bruscamente la cabeza y liberó mi brazo que a modo de arco había protegido la fragilidad de sus sueños, aún a sabiendas de que su calidez y comodidad ofrecidas no eran las que ella deseaba. Unas notas de música de piano melancólicas, llegaban de todas las direcciones, cargadas de humedad, a modo de cúmulos densos, pintados solamente con la paleta de grises, como si quisieran contrarrestar la incipiente luminosidad que se colaba a través de las rendijas de aquella ventana, que hacía ya muchos años que no cerraba como debería y dejaba traspasar las voces de aquellos a los que la noche les había sabido a poco. Sentía el aire cada vez más espeso, el olor a humedad era cada vez más persistente y pensé que en cualquier momento la lluvia se presentaría y despejaría la sensación de bochorno y entonces podría volver a respirar aire fresco y limpio. En ese instante comenzó a llover, al principio levemente como un sirimiri en el que las gotas todavía no han tomado consistencia y parecen flotar, más tarde de forma continua acompañadas por un murmullo que a modo de mensaje dirigido a mí, no supe descifrar. Al cabo de un tiempo en el que el reloj pareció no moverse, me di cuenta de que no estaba mojado, como si la lluvia hubiese evadido mi presencia. Levante los brazos abriendo las manos, inconscientemente para saber si llovía, palpe la cubierta y tampoco hallé ninguna señal, me rocé suavemente la cara con los dedos esperando alguna traza de humedad y la sensación fue la misma. En aquel momento como si la tormenta se repitiese a sí misma y a gran velocidad, descargó en mis ojos toda la humedad que llevaba dentro y surgieron de ellos dos lágrimas portadoras de toda la tristeza acumulada en todos esos espacios en blanco que los relojes no marcan. Éstas, fieles compañeras de otras anteriores, siguieron un camino ya trazado, que

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no aparece dibujado en ninguna de las líneas del rostro y en su discurrir dejaban unas leves marcas blancas, como si de un tatuaje salado que pretendiese ocultar la melancolía de aquellos momentos felices y lejanos se tratara. Me fui incorporando muy pausadamente, como siguiendo el ceremonial de un ritual revelado solamente a mi y con un gesto delicado pero preciso, me llevé la mano al rostro y con los dedos pulgar y anular, recogí a la altura de la comisura de los labios, mediante una suave presión las dos lágrimas que no eran sino la esencia de la tristeza. Junté los dos dedos y las lágrimas se fusionaron en una hermosa gota brillante que con mucho cuidado, como si fuera lo más valioso de este mundo la deposité en un esenciero que tenía sobre la mesilla destinado a tal fin. Antes de sellarlo con el pequeño tapón de plata, me pareció oír chocar la fugitiva gota contra el pequeño mar de sinsabores allí contenido y percibí un sonido amargo ahogándose poco a poco a través de las paredes de cristal. De repente sonreí al comprender que el recipiente no estaba lleno, que tenía la justa proporción de tristeza y felicidad. A partir de ahora le tocaba el turno a esta última.

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