Cuentos de cangrejos
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Una mirada distinta a las playas de Piura, vista desde sus entrañas, la de los pescadores, la de los balnearios sin veraneantes, playas conocidas, como Máncora y Colán, pero también las "caletas" como Cangrejos, Yacila, El Ñuro y Punta Veleros. Recorra con nuestro cronista el circuito de playas más exquisito de nuestro país. Texto y fotos: Rolly Valdivia
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El final será el principio de este relato calurosamente norteño. De tanto ver a los cangrejos andar a la contraria, me dieron ganas de escribir así también: de atrás para adelante y a lo que salga. Total, esta historia trata sobre el mar, y, en el mar, la vida -y, por qué no, las crónicas- son más sabrosas. Al menos eso dice una antiquísima canción y nunca he escuchado que la desmientan. Y si el andar retrógrada de esas "arañas acorazadas" fue mi primera motivación para escribir de atrás para adelante, lo que terminó de decidirme fue el nombre de la última playa piurana, que visité en mi exploración pre-veraniega. Sí, adivinó, se llamaba Cangrejos, es la pura verdad, aunque parezca un artilugio para darle sentido a este enrevesado texto. Fue como una revelación divina que enterró todas mis dudas. Debía de escribir la crónica al revés o de patas para arriba. Desde Cangrejos, en Paita, hasta Máncora, en Talara, el final y el principio de un azaroso y divertido periplo de sol y arena, entre bañistas color camarón, pescadores que "rearman" sus botes, serenos que fungen de guías turísticos y un pez espada convertido en puñal.
Charlas de Sal y Arena Pretendo imaginar como será Cangrejos en el verano; pero es imposible. Hoy no hay nadie, excepto el viento impetuoso que acompaña mis pasos en la orilla desolada, mis pasos en un malecón fantasmagórico. Camino y veo casas sepultadas por la arena y señales de tránsito con sarpullido de óxido. Musito para romper el soliloquio del viento. Fracaso, el aire habla más fuerte, se impone, bufa como si quisiera expulsarme, como si sintiera celos de mi intrusa mirada, rendida ante la absoluta belleza del Pacífico. Y es que Cangrejos, a pesar de su invernal abandono y su viento levantisco, es una playa irremediablemente seductora que se llena de vida y jolgorio en el verano. "Si usted la ve en febrero ni la reconoce. Viene mucha gente de Piura, gente de pueblo", me chismea un pescador de la vecina caleta de Yacila (a dos kilómetros de Cangrejos y a 17 de Paita, la capital provincial). "Aquí si hay movimiento todo el año", se ufana luego. Entre las redes y balsas dormidas de Yacila, consigo imaginar la agitación estival del balneario: el juguetear de los niños, los castillos de arena, las ardorosas pichanguitas, los platazos de ceviche y… "joven, ¿usted es periodista verdad?" -pregunta un hombre de gesto adormilado. Y le digo que sí, que soy joven… ah, sí, también periodista; entonces, en plena arena, entre
atavíos de pescas y vuelos de gaviotas solitarias que nunca harán un verano, se inicia una improvisada rueda de prensa, en la que los pobladores de esta caleta de ensueño -con su iglesia discreta, sus casitas austeras, su mar intenso y arena tentadora- me hablan de todo un poco. Del océano y sus traiciones, de sus balsas "pechadoras de la olas" que construyen con madera de palillo, de los calamares que cada vez son más chicos, de sus titánicas faenas en las aguas del Pacífico, de ese puente en la carretera hacia Paita que ninguna autoridad quiere terminar, y, claro, también de los "pitucos" que, de cuando en cuando, ocupan esas casotas sembradas en un cerro con vista al mar. Tengo que cortar la conferencia. Paita y Colán me esperan, aunque la sonrisa franca de los pescadores, su amena conversación, el ambiente sosegado y la atmósfera distendida de la caleta, hacen difícil el adiós… y dan ganas de olvidarse de todo, de arrojar al tacho la libreta de apuntes, la grabadora de mano, las preguntas y respuestas, para tenderse en la arena a disfrutar a plenitud de los rayos solares. Delirios vacacionales cortesía del calor abrasador del mediodía. No hay tiempo para el descanso. Paita es la siguiente parada en nuestro relato al revés.
De sol y luna Llego a Paita. No hay luna. Es de día. Sol y mar, sol y arena, sol y casas preciosas, monumentales, henchidas de historia, pero famélicas en cimientos. Y es que el tiempo no pasa en vano. Los años no respetan el linaje arquitectónico de las centenarias estructuras. La enfermedad del olvido carcome algunos cimientos y columnas de las viviendas del antiguo puerto, localizado a 57 kilómetros de Piura, la capital regional. Joyas del pasado, como el ex edificio de la Aduana (siglo XIX), la iglesia de Nuestra Señora de Las Mercedes y la casa de Manuelita Sáenz, la bella ecuatoriana que encandiló al libertador Simón Bolívar, se mantienen en pie.Jirón Nuevo Del Pozo 390. Una puerta. Una placa al lado del umbral. Acercarse y leer: "En esta casi vivió y murió Manuelita Sáenz, la Libertadora del Libertador". Ingresar: imposible, no se puede. La vivienda está cerrada. Quiero pensar que para conservar mejor el recuerdo de esa mujer que llegó a Paita en 1834, luego de ser desterrada de su patria por motivos políticos. Sigo dando vueltas por la ciudad. Caminata sosegada por calles que conducen al mar, siempre al mar y sus olas infatigables. Recorro un malecón. Veo casas del ayer y varios balcones suspendidos en el aire. Puerto anclado en el pasado. Ciudad añosa, veterana, fundada el 30 de abril de 1532, cuando los españoles daban sus primeros pasos en el país de los Incas. Llamada en sus primeros años San Francisco de la Buena Esperanza, Paita fue la capital departamental de Piura hasta 1587. Ese año, el pirata inglés Sir Thomas Cavendish, saqueó e incendió el naciente puerto; entonces, muchos vecinos -asustados y temerosos- se mudaron a Catacaos. La ciudad tuvo que reconstruirse de sus cenizas. Hoy no hay piratas en el mar paiteño. Sólo barcos y lanchas, marineros y pescadores que se enfrentan a las olas, para labrarse un futuro, abrir surcos y cosechar riquezas en las aguas oceánicas. ¡Caray!, ¡qué mala suerte!, justo me pongo poético cuando tengo que marcharme a Colán, célebre por sus puestas de sol, sus casas con patas de zancudo y su iglesia de San Lucas, el primer templo católico erigido en las costas del Pacífico, según leo en la placa que destaca en sus paredes de piedras, sólidas, indestructibles y arraigadas, como la fe que llegó en las carabelas de occidente. Dicen que en la construcción de esta "casa de Dios" participaron los tallanes de Colán, el pueblo prehispánico que habitó la caleta. Dicen, también, que se erigió sobre un antiguo templo Chimú. Se dicen tantas cosas, pero la única verdad es que la iglesia está allí, centenaria e imponente, rodeada de arena, como si todos quisieran respetar su entorno o mantener distancia de este lugar sagrado. Colán, a 15 kilómetros de Paita, es un exclusivo balneario, algo así como el "Asia piurano, manyas", aunque sin comida rápida, centros comerciales y discotecas de sombras cómplices; pero con un mar tibio, palmeritas que regalan plácidas sombras y varias casas que están sobre el agua, como terrazas que se introducen en el Pacífico. La jornada termina con un cebiche mixto y un arroz con mariscos en el Playa Colan Lodge, donde Manuel Torres (57), un chef nacido en Tambogrande (la tierra del Limón), alegra paladares con sus especialidades criollas, especialmente norteñas, que incluyen exquisiteces como el seco de chabelo, el tamalito verde y el excluyente cabrito con frijol.
Vikingos y Serenos
El recorrido continúa. Siempre de patas arriba, empezando por el final. Por eso, ahora que ya estoy en la provincia de Talara, contaré primero mi incursión con los muchachos del serenazgo de Los Órganos (no en condición de detenido, siempre es bueno aclarar) y mi visita a la cercana Máncora, donde fui atendido por Coco Salas, el encargado de la oficina de Turismo. Debo confesar que al arribar a Los Órganos, fui "intervenido" y capturado por Crisanto Peña y Fran Alzadora, valerosos efectivos del Serenazgo Municipal, quienes por encargo del burgomaestre, Ricardo Arca Aponte, cumplirían la "arriesga" misión de pasear a este escriba. A bordo de un carrito medio carcochón, nos alejamos del centro urbano de Los Órganos (kilómetro 1,152 de la Panamericana Norte) con dirección a la quebrada Verde y la caleta El Ñuro, a 6 kilómetros de la capital distrital. Otra vez frente al mar. Una pequeña cueva, una planta de tratamiento de agua abandonada, unos chiquillos jugando fulbito y un bañista solitario, configuran el panorama de la quebrada Verde, un lugar espléndido, un paraíso escondido, condición que comparte con la caleta El Ñuro, donde abundan los cuentos de aparecidos y desaparecidos, por el mágico influjo del cerro El Encanto. Nos acercamos a los pescadores, socarrones, galanazos, siempre sonrientes para las fotos: "mínimo portada", dicen, bromean, invitan chicha en poto. Brindamos con ellos. Seco y volteado y vuelva cuando quiera. Lo haré, siempre lo haré. Y esa frase se repite en Punta Veleros. Allí está el muele de Los Órganos, donde otros muchachones del mar, se acercan para conversar, bromear y, de pasadita, quejarse de las lanchas vikingas que se lo llevan todo. "Denúncielo señor, esto es un abuso", fustigan, exigen, me guapean de buena gana, mientras pintan una lancha o reparan una red. No muy lejos de los bullangueros, un muchachito encera su tabla de surf. Contrastes en las costas norteñas.
Imperdible Máncora Un par de vueltas más. Un vistazo a Vichayito, la zona turística del distrito con hoteles y lodge lujosos, bonitos agradables, como los que existen al ladito nomás, en Las Pocitas, Máncora, el destino playero más visitado de la región, localizado a 184 kilómetros de la ciudad de Piura. Máncora: su nombre evoca a palmeras, mar refrescante, surfistas que retan las olas, sibaritas degustando langostas, bohemios que alargan las noches en bares y pub. Relajo y diversión, cabalgatas en las orillas playeras, motos acuáticas revoloteando en el mar, baños de barro en la quebrada Fernández, paseos en rugientes y temblorosos mototaxis, contemplación del ocaso en una terraza encantadora. Todo eso es Máncora, coqueta y cosmopolita. Imperdible. "Ahora vienen más turistas. Todo el año hay gente y eso es bueno", asegura Coco Salas, mientras degusta un pescadito frito. La frase la repite en nuestro recorrido por la playa del Amor, recientemente habilitada para los bañistas. Se acaba el andar del cangrejo. Fin de una nota que se escribió al revés. De atrás para adelante. Creo que no salió tan mal, aunque me falta contar lo del pez espada que se convirtió en puñal. Uhm, creo que mejor no lo cuento, mejor los dejo con las dudas. Eso sí, para que vean que no soy tan malo, les doy un dato. Cuando vayan a Máncora, pregunten por Pedro Yarlaque Castro, el artesano que va y viene por las playas. Él les dará la respuesta. << Regresar