Crisis En La Sociedad Siglo Xxi

  • May 2020
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  • Pages: 34
Jorge Yarce

Crisis en

la sociedad

siglo

XXI

Tendencias y temas esenciales

CRISIS EN LA SOCIEDAD SIGLO XXI © 2009 Jorge Yarce ISBN 978-958-98919-0-2 Primera edición: 2009 © Instituto Latinoamericano de Liderazgo

www.liderazgo.org.co

[email protected]

© Universidad Católica de Colombia

Avenida Caracas 46-72, Bogotá D.C., Colombia

www.ucatolica.edu.co

Diseño y diagramación:

Interior: Leonardo Grajales Olarte

Portada: Elena María Ospina

Impresión:

X-Press Studio Gráfico Digital

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo

permiso escrito del autor.

Todos los derechos reservados.

Hecho en Colombia - Printed in Colombia

Contenido

INTRODUCCIÓN La crisis económica, la punta del iceberg

7

PRIMERA PARTE Tendencias

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CAPÍTULO 1 Pinceladas geopolíticas y económicas

19

CAPÍTULO 2 La hora de la tecnología

43

CAPÍTULO 3 Coordenadas culturales

63

CAPÍTULO 4 Tres fenómenos

75

CAPÍTULO 5 Coordenadas filosóficas

89

CAPÍTULO 6 El cáncer del relativismo

107

CAPÍTULO 7 Tendencias de la educación

123

CAPÍTULO 8 Megatendencias para la acción

141

SEGUNDA PARTE Temas esenciales

159

CAPÍTULO 9 Lo esencial en la persona

161

CAPÍTULO 10 El trabajo, fuente de realización

179

CAPÍTULO 11 La familia, motor de cambio

197

CAPÍTULO 12 El cuidado de la casa grande

211

CAPÍTULO 13 Para construir sociedad

225

CAPÍTULO 14 Desafíos urgentes del liderazgo

243

CAPÍTULO 15 La ética y los valores ante la crisis

255

CAPÍTULO 16 Afirmación de la trascendencia

271

BIBLIOGRAFÍA

289

PRIMERA PARTE

TENDENCIAS

CAPÍTULO 1

Pinceladas geopolíticas y económicas

SEÑALAMOS ALGUNAS TENDENCIAS, en forma de enunciados breves,

como pinceladas, quizás simplificaciones, fruto de la observación de fenómenos más o menos sobresalientes en la última década, que podrían ser pasajeros. Uno de los signos del tiempo actual es la rapidez de los cambios y su complejidad que en algunos momentos nos deja perplejos.

La crisis de Occidente Occidente no es ya una referencia obligada de la política, la cultura y la economía. Existe geopolíticamente, pero no es un paradigma para el resto, cuyas reglas de juego no dependen de él, como antes. Además, ha perdido credibilidad y la exportación de su estilo de vida, profundamente erosionado por el individualismo, el materialismo y el relativismo, evidencia en profundidad lo presagiado por Spengler en su famoso libro La decadencia de Occidente publicado en 1918. Oriente, en cabeza de China (el gran gigante del siglo XXI) y Japón, tiene cada vez más peso en la economía, la política y la cultura. La caída del comunismo aceleró la crisis del capitalismo como ideología, al revelarse su incapacidad para construir una sociedad con verdadero sentido de equidad y justicia. Su peligro es el de convertirse, cada vez más en “capitalismo salvaje” donde impera la ley del más fuerte económica-

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mente. La crisis financiera global que se inició en Wall Street a partir de octubre de 2008 es una buena muestra de ello. Muchos de los grandes y exitosos especuladores se vinieron abajo. Si no fuera por la mano que le dieron los políticos al sistema económico, los efectos podrían haber sido peores. Si el socialismo con rostro humano fue una máscara más del totalitarismo marxista, el capitalismo con rostro humano también puede ser una gigantesca estafa colectiva. Esto no es ninguna novedad. Ya que en la segunda mitad del siglo XX varios pensadores lo pusieron de presente sin lograr un eco, porque la gente se consolaba pensando que el capitalismo era menos malo que el comunismo, sobre todo por su defensa de las libertades individuales. Hay demasiadas evidencias en el mundo de hoy acerca de los profundos vacíos del capitalismo como sistema y como forma de vida. Existe en el mundo una búsqueda afanosa de nuevos modelos políticos. La experiencia previa, marcada por la división en dos grandes corrientes, la marxista y la capitalista, ha dejado una serie de lecciones importantes. A finales del siglo XX se hablaba de una tercera vía, alentada por el líder inglés Tony Blair, pero esa idea prácticamente ha desaparecido de la escena política. Sus escarceos intelectuales la mostraron llena de contradicciones, a pesar de su atractivo en medio del dualismo político al que estábamos sometidos. Hoy la dispersión ideológica es patente. Además, los que la proponían eran capitalistas en la acción con un corazón preocupado por lo social, lo cual no basta para innovar ideológicamente. No son el comunismo y el capitalismo los que están enfrentados, sino los grandes mercados y sus respectivas culturas consumistas. Hay una especie de despolitización de la política, como si hubiera perdido sus bases de sustentación. Nadie quiere ahondar en las contradicciones internas de la democracia o del capitalismo, terreno reservado a unos pocos intelectuales. En los jóvenes eso es todavía más notorio. Lo ocurrido en Europa a partir de 1989 ha fortalecido, de un lado, a los países que recuperaron su libertad. Pero, a su vez, ha desaparecido el contrapeso de la ideología socialista al capitalismo, que se ha quedado como el gran protagonista del escenario político contemporáneo, erosionado pero dominante. El imperialismo soviético se acabó con Gorvachov y el norteamericano ha entrado en una etapa de enorme desprestigio, sobre todo por la estela de los errores de la era de George W. Bush. Parece que el mundo no

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quiere grandes amos que decidan su destino. No resiste semejante acumulación de poder. El desgaste de Putin en Rusia, que sigue gobernando como primer ministro, es evidente. Aunque algunos gobernantes insisten en permanecer en el poder, incluso en forma democrática, los países se resisten. El desgaste llega mucho más rápido, y los pueblos pasan enseguida la cuenta de los errores. El mundo manifiesta de distintas maneras el rechazo al poderío político-militar de los Estados Unidos, aún esgrimiendo su argumento preferido de defensa de la democracia. Frente a su poderío militar aplastante ha surgido el poder imprevisible del terrorismo que amenaza con las armas convencionales, biológicas y nucleares. El caso de la China no deja de ser especial: los cambios de su comunismo desde la desaparición de Mao Tse Dong han sido bastante sustanciales. Hay ahí una rara mezcla de una economía cada vez más capitalista en el marco de un sistema político comunista con su visión hierática y piramidal del poder. Parece que es fórmula estable y exitosa. No se puede predecir hasta qué punto podrá mantenerse dentro de una sociedad progresivamente más consumista y en trance de occidentalización en muchos aspectos. La amenaza del terrorismo pende como una espada de Damocles sobre Occidente, dominado por el temor a los ataques de Al Qaeda y sus aliados. Claro indicio de que ni los Estados Unidos ni la Vieja Europa tienen todo bajo control como hace medio siglo. Ningún país se siente libre de la amenaza terrorista y la siniestrosis es un síndrome permanente de la sociedad en peligro, que no puede vivir tranquila a partir del 11 de septiembre de 2001, después del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, de los ataques en España e Inglaterra y de los más recientes de Bombay en la India. La principal “seguridad” del mundo occidental se deriva hasta ahora del control de la economía globalizada en violenta crisis pero siempre bajo los dictámenes de Estados Unidos y la Europa tradicional, a través del Grupo de los 21 (G-21), con el rápido crecimiento de Australia, China, India, Japón, Corea y otros países asiáticos como actores de primera línea. Se introducirán cambios en el mapa económico, con posibilidad de configurar hacia el futuro un nuevo orden geopolítico. La vigencia de la economía de mercado globalizado es la fuerza determinante que actúa como árbitro decisorio en todos los conflictos. Los grandes negocios confluyen en los escenarios políticos e inciden en la

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orientación de los gobiernos y, a su vez, la acción política de éstos está condicionada por las ofertas de bienestar hechas por los candidatos a sus electores. Lo que está en juego no es la sobrevivencia de los países aisladamente, sino el estar involucrados en grandes procesos económicos mundiales al margen de sus alineamientos ideológicos. Por ejemplo, lo que se ha visto en los últimos años, cuando las posiciones de centro juegan un papel decisorio, como ocurrió en los procesos electorales de México, Alemania e Italia, donde las diferencias ideológicas no pesaron tanto en el electorado como las propuestas económicas. Ahora la crisis financiera global logra unirlos a todos por encima de las diferencias para aguantar juntos el chaparrón más duro que ha caído sobre la sociedad del bienestar en varias décadas.

Importancia de los bloques de naciones La gobernabilidad de los estados se ha vuelto un problema complejo. No basta con detentar legítimamente el poder. Hay que hacer que las instituciones funcionen, adaptándolas a las exigencias contemporáneas. La demagogia, el populismo o los extremismos ideológicos lo que hacen es distorsionar la visión del estado y volverlo ingobernable a largo plazo, como lo demuestran las experiencias del socialismo marxista o las dictaduras latinoamericanas, fenómenos que retrasan los cambios en los países. Hoy en día no se puede pensar en que un estado sea gobernable, si no lo es en el ámbito global, es decir, sin su adecuada inserción en la comunidad internacional, pues nadie puede vivir aislado y con sus fronteras cerradas a lo que pasa en el resto del mundo. En cierta medida los problemas de cada país son cada vez más los problemas de todos. La sola existencia de los bloques continentales, de la información global compartida o de la interdependencia en muchos niveles (financieros, de telecomunicaciones, etc.) hace indispensable la participación en comunidades de naciones que cuenten con organismos internacionales dotados de poderes efectivos. Una ONU manipulada por los Estados Unidos y los otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto, no puede ser eficaz ni a corto ni a mediano plazo. La Guerra de Irak fue un duro golpe

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para el poder de la ONU porque Estados Unidos no sólo la manipuló, sino que obró al margen y contra el parecer de las otras supuestas grandes potencias, salvo el voto comprometido de Inglaterra y el obsecuente de España. Otro fracaso de la ONU fue la invasión israelí a Gaza a finales de 2008 cuando todas las intervenciones de esa organización y de los líderes políticos fracasaron e Israel no hizo caso a ninguno de ellos. La Unión Europea, su proceso de integración a lo largo de cincuenta años y los resultados conseguidos en la economía y la política, es algo muy digno de tenerse en cuenta, porque ofrece, además, una contrabalanza al poder dominante de los Estados Unidos en muchos campos. El diálogo se hace ahora a otro precio, y poco a poco van surgiendo liderazgos en otros continentes que permiten que el juego geopolítico y económico social a nivel mundial ofrezca un mayor equilibrio. África y Latinoamérica siguen rumbos erráticos, presos del populismo, inspirado a veces en el viejo sueño del socialismo como camino para el logro de la igualdad y la justicia. Pero no parece que los países hubieran aprendido las duras lecciones del pasado y caen en la repetición cíclica de los vicios inveterados de una política sin visión a nivel de los bloques mundiales. Sin cohesión y sin esperanzas de unidad política común, lo cual los deja a merced de los grandes actores de la política mundial, subordinados a ellos como parte de un nuevo colonialismo. Frente a la consolidación de la Casa Europea, Latinoamérica ofrece un contraste bien llamativo. Pululan las democracias populistas y las revoluciones a medio hacer. Nadie está pensando en la Latinoamérica de las Naciones, en un Continente Unido, sino en exportar nuevas revoluciones, como ocurre con Chávez en Venezuela, cuyo máximo sueño es ser sucesor de Fidel Castro a nivel contestatario, perpetuándose en el poder y promoviendo un Socialismo del siglo XXI sobre estructuras políticas decadentes, en medio de una corrupción rampante y de un empobrecimiento del país mientras su presidente reparte millones de dólares a sus simpatizantes ideológicos. Junto con Ortega “repetido” en Nicaragua y con Correa en Ecuador, han ofrecido un espectáculo de dudosa ortografía en los episodios de colaboración con la guerrilla colombiana, denunciados por Colombia ante la OEA. Algo menos intenso y más moderado es Evo Morales en Bolivia, deseoso de seguir los pasos de Chávez. El ex arzobispo Lugo Méndez, quien asumió el poder en Paraguay en el 2008, ha declarado su simpatía por Chávez y se une al clan de presidentes izquierdistas que se ha venido formando en la última década. Dentro de ese grupo el caso de la Kirchner

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en Argentina es bien diciente de un poder familiar en el que se recibe el mando de manos del marido, que sigue actuando entre bambalinas. Lula en Brasil, que se pensó al principio de su primer mandato que se alinearía con ese grupo, poco a poco se ha distanciado de ellos. Pero Latinoamérica, en lugar de progresar, vuelve al pasado mientras países de Asia que hace unas décadas eran más pobres que nosotros, nos adelantan en el camino del progreso y de los cambios sociales. La ausencia de líderes con visión de futuro y su esterilidad política los lleva a reiterar el pasado enfermizamente. Por eso la sombra del golpismo, del relevo político inesperado, del aventurerismo en el estado, está siempre a la mano, y la unidad continental es el anhelo de lo nunca logrado. Se pierden así energía de varias generaciones, se retrasan los cambios y mientras tanto, los países son saqueados por una clase política corrupta.

El problema de los nacionalismos Solidaridad en Polonia fue la chispa que inició el incendio que liquidó el experimento comunista. En ese giro radical no hubo sangre. Cuando colapsa el sistema ideológico, al derrumbarse el sistema comunista y al advertirse la profunda crisis del sistema capitalista, se genera una recomposición política del mundo. Y aparece de nuevo la sangre, con el resurgimiento de los nacionalismos, incluidos los de signo religioso, como el caso de Irán y su revolución islámica. O el problema israelí-palestina-mundo árabe que sigue sin resolverse, cada vez más virulento y engendrando riesgos de una guerra mayor en el Medio Oriente. La invasión americana a Irak es asunto bien delicado para las relaciones Occidente-Oriente. Estados Unidos sabe que tendrá que salir perdiendo más temprano que tarde. Las promesas de Obama de retiro de tropas en un plazo más o menos corto han sido claras, pero habrá que ver si está en capacidad de cumplirlas. Hillary Clinton como secretaria de Estado tendrá que trabajar también en ese sentido, pues compartía en su campaña esa promesa. El caso del Medio Oriente, con el eterno conflicto entre Israel y los países árabes, constituye una de las amenazas más graves para la paz, que podría desatar una guerra de grandes proporciones. En los últimos años la guerra líbano (Hesbolá)-israelí y la invasión de Gaza por Israel ante las provocaciones palestinas han señalado momentos de marcada y peligrosa

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tensión. Siempre se señala a Irán como canalizador de las iras del mundo árabe y prestador de ayuda militar a esos países. La Europa de las regiones que se disputan sus cuotas económicas hace pasar a un segundo lugar, por momentos, el problema de los nacionalismos. El estatuto jurídico de las regiones ha cambiado dentro de los países y dentro del continente. En ocasiones los países negocian lo jurídico y las normas de convivencia común y las regiones dan primacía a sus intereses económicos, mientras las naciones tratan de preservar su identidad cultural. Los países se parecen cada vez más en sus mercados, en sus infraestructuras, en sus medios de comunicación y en centrar sus esperanzas en el progreso material de sus sociedades. Pero si descuidan su autenticidad cultural, sus tradiciones, su historia y su peculiar idiosincrasia, van cayendo en una especie de internacionalismo pragmático, donde existe un ciudadano del mundo que acaba por ser ciudadano de ninguna parte porque ya no tiene lengua, cultura o religión propias. Las realidades culturales que han caracterizado la pervivencia de las naciones a través de los siglos ahora parecen débiles capas de polvo que se lo lleva cualquier viento. El totalitarismo comunista quiso ahogar las nacionalidades muchas veces eliminadas del mapa geopolítico para crear un orden internacional homogéneo. Lo mismo que pretendieron los imperios coloniales, por razones diferentes. Eran distintos los motivos de Stalin al sovietizar a Estonia, Letonia y Lituania que los de los británicos en la India o de los belgas en el Congo. El fracaso de todos fue mayúsculo. Las nacionalidades estaban profundamente arraigadas en el alma de esos países y, derribada la barrera militar e ideológica, surgieron de nuevo con una fuerza inusitada, intentando recuperar el tiempo perdido pero cayendo a veces en nuevos extremos de un nacionalismo violento. El error fue apostar a que las ideas tenían mayor valor que las personas. Por eso, se desconocieron durante décadas los derechos humanos fundamentales, y nada pudo la internacionalización de la prédica del socialismo real y del comunismo como destino final de los pueblos, ante la fragante violación de esos derechos. El error del nuevo “totalitarismo”, nacido al amparo de la democracia, es creer que el poder de los números basta para consolidar desde ahí sociedades nuevas. Donde no hay renovación de las estructuras geopolíticas, donde el aparato gubernamental se sigue rigiendo por el burocratis-

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mo napoleónico, por el estado benefactor o por el estado del bienestar, no hay una salida coherente hacia el futuro. Al cesar las políticas totalitarias, salen a relucir los conflictos que nunca se superaron: las rivalidades étnicas, las ansias de dominio territorial, las disputas religiosas, los deseos autonómicos, las eternas ambiciones dictatoriales de los gobernantes, el poder que conservatiza, etc. Ante eso hay quienes desearían volver al orden autoritario anterior, como se ha visto en Rusia y en Polonia, por ejemplo. Pero la historia no tiene reversa. Ahora se trata de que el nacionalismo y el regionalismo se encaucen dentro de la democracia, no de que se conviertan en fuerzas multiplicadoras de la inestabilidad. Un peligro es volver a los nacionalismos exacerbados por motivos raciales, ideológicos o religiosos, por las revanchas y las apetencias pasionales de los pueblos, por la primacía de los deseos y de la fuerza sobre la razón, como lo señalaba Solzhenitsyn al final del milenio anterior: “Si no aprendemos a limitar con firmeza nuestros deseos y exigencias, a subordinar nuestros intereses a criterios morales, nosotros, la humanidad, simplemente nos destruiremos mientras salen a relucir los peores aspectos de la naturaleza humana” (Reflexiones en la víspera del siglo veintiuno). El nacionalismo violento ha mostrado al mundo sus poderosas raíces etnológicas. Y la ideología comunista lo único que hizo fue tratar de tapar el sol con las manos conteniendo las nacionalidades y tratando de desarraigarlas, fracasando en su intento. Por esto es bien importante, de un lado, que el nacionalismo no sea confundido con la xenofobia o el odio declarado a todo lo que sea distinto a lo propio. Y, de otro, que no se confunda con la necesidad de repensar los estados nacionales, tarea apenas incipiente en el mundo de la filosofía política de comienzos del siglo XXI y uno de los más formidables retos hacia el futuro. Cobra cada vez más importancia política el debate sobre los inmigrantes y los desplazados de las guerras locales. Surge en muchos lados la xenofobia frente al derecho humano de emigrar y de echar raíces en otros países. Los candidatos se polarizan en torno al tema, y el fenómeno se refleja en el seno de los organismos internacionales y en las políticas de cada país para dar o no cabida a las aspiraciones de esos nuevos ciudadanos a veces no deseados.

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Sin que la religión deje de ser importante para una mayoría de la humanidad, es el ateísmo práctico en lo que coinciden las mayorías. La influencia de las religiones en las sociedades presenta una disminución alarmante -tal vez salvo el caso del Islam en los países donde detenta el poder-, tanto por la secularización como por la pérdida de los valores religiosos en aras del materialismo, el consumismo y el relativismo moral. Trata de arraigar el pluralismo político y la multiculturalidad que logran establecer con claridad el papel y las limitaciones de las entidades globales. El esfuerzo parecería afincarse en la búsqueda de unos valores comunes que puedan asegurar la convivencia presente y futura para las sociedades que los afirmen.

El terrorismo, un enemigo común Una fuente de alteración de la democracia y de la convivencia pacífica en el mundo es el terrorismo que, a partir de la caída de las Torres Gemelas y de la cadena de atentados a lo largo de la década, tiene en jaque la tranquilidad de las superpotencias y de buena parte del resto del mundo. Osama Bin Laden y George Bush pusieron al día el maniqueísmo destructor, al revivir la división entre buenos y malos. Mientras uno decía cumplir mandatos de Alá para acabar con el diablo norteamericano, éste esgrimía su condición de Gran Gendarme de Occidente para salvar la democracia respaldado por una dudosa ética en la que lo malo es lo que afecta los intereses norteamericanos en el mundo, y con ese argumento ocupó Irak a sangre y fuego, invadió Afganistán, y amenazó hasta con invadir a Irán, además de ocuparse de todos los demás conflictos del planeta. El narcotráfico se ha convertido en otro instrumento desestabilizador y en la mayor fuente de corrupción en los países. Sustentador de una economía subterránea a veces más poderosa que la de superficie, se une según sus cambiantes intereses al terrorismo, a los grupos paramilitares y la guerrilla. Ha pasado a ser el más fuerte comprador de conciencias, penetrando todos los estamentos del estado y todos los sectores de la economía y de la sociedad. Países en otro tiempo más ajenos al problema, como México, han pasado al primer plano del negocio de las drogas y del crimen organizado. Las mafias rusas y europeas hacen y deshacen en conexión con las mafias colombianas, mexicanas y norteamericanas.

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El narcotráfico define elecciones, tumba gobiernos y compra medios de comunicación para su servicio. Nadie sabe dónde comienzan y dónde acaban sus tentáculos, que son como los del apocalíptico monstruo de las siete cabezas. El paramilitarismo y la proliferación de ejércitos privados, muchos de ellos al servicio de los narcotraficantes, han minado la idea tradicional del monopolio de las armas en las fuerzas regulares de los estados y desestabilizan a los gobiernos y a las instituciones públicas. La guerrilla ha buscado en el narcotráfico la supervivencia económica, aliándose con las mafias de la droga y utilizándolas para mantener su gasto militar. Además, los ideales revolucionarios pasan a un segundo lugar y la toma del poder por las armas está desprovista de todo romanticismo marxista porque el nuevo sistema es el terrorismo generalizado como arma para tratar de llegar al poder. Al tiempo, en países como Colombia, los líderes de la vetusta revolución armada envejecen y mueren con su fusil al hombro en nombre de una violencia fratricida que ha cobrado cientos de miles de víctimas, y que no cesa por la intransigencia de los guerrilleros mismos encaramados en el poder del narcotráfico, a pesar de los duros golpes y reveses que han sufrido en los últimos tiempos. Lo que queda en claro es que la lucha armada y el acceso al poder por la fuerza no son viables en las sociedades actuales. Los movimientos guerrilleros se debilitaron mucho a raíz de la caída del comunismo, porque dejaron de contar con patrocinio permanente, sobre todo de Cuba que pasó de ser promotora de las revoluciones e insurgencias latinoamericanas, a quedar exhausta y pobre, hasta el punto de correr graves riesgos económicos y tener que recibir ayuda de emergencia de Chávez, quien, retirado de la escena Castro, se ha convertido en el patrocinador de esos movimientos apoyado en su riqueza petrolera en manos de un líder autoritario, populista y camorrista. Lo anterior se puso en evidencia en el conflicto entre Ecuador y Colombia y la ruptura de relaciones diplomáticas de Ecuador, Venezuela y Nicaragua con ese país causada por la muerte en territorio fronterizo ecuatoriano del segundo hombre de la guerrilla de las FARC a manos del ejército colombiano. Crisis afortunadamente resuelta con prontitud en el seno de la OEA aunque subsiste la belicosidad de Ortega y Correa con Colombia. La violencia terrorista en algunos países trata de inclinar la balanza electoral. Casos elocuentes son los de España con la inesperada subida

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del partido socialista a raíz de los atentados del 11 de marzo de 2004 o lo ocurrido en Pakistán con el asesinato de Benazir Butho a finales del 2007. El “peligro” de que un partido o un líder suba al poder se conjura mandándolo matar o perpetrando un acto terrorista. Las ideologías pasan a un segundo lugar detrás de las multinacionales del terrorismo. Ahora el esposo de la líder asesinada está en el poder lidiando con la India que acusó a su país de estar implicado en los atentados de Bombay.

La democracia en apuros Democracia es la palabra mágica, casi sagrada, con la que se bautiza todo lo que se presenta como indiscutible e infalible. Son democráticos los países, las actitudes, las costumbres, las modas, los deportes, las opiniones, y hasta las cosas más contradictorias y sorprendentes. Si se quiere atacar a alguien o descalificar algo basta con decir que es antidemocrático. La democracia se convierte así en un escudo protector de la intolerancia e incluso de violaciones flagrantes. Tal vez sea la menos mala de las formas de gobierno, pero ofrece muchas deficiencias, especialmente como sistema de gestión social del desarrollo, porque una cosa es el predominio de las cifras en las elecciones y otra lograr un cambio social efectivo, es decir, la distancia que va de una democracia formal a una democracia real. Se configura poco a poco lo que Jacques Attali denomina una “hiperdemocracia” como forma última de la democracia planetaria y participativa, que deberá crear instancias de gobierno mundial, que dispondrá de recursos propios y actuará como gran moderadora de los gobiernos, continentales, regionales, y nacionales. Pero tiene un riesgo a la vista: el peligro de las mayorías electorales triunfantes que definen todo en los parlamentos a través de leyes aprobadas incluso con mayoría precarias, pero que cambian las reglas del juego en forma radical y en temas decisivos (aborto, eutanasia, inmigrantes, desplazados de la violencia…). La balanza electoral es inclinada por las masas emergentes, las mayorías independientes, los sectores no politizados, los movimientos cívicos o los partidos o movimientos apoyados en la ecología, la xenofobia u otros intereses. Puede llegar a conseguir más favores el calentamiento global que la defensa de los derechos humanos o que la solución de los conflictos por la no violencia.

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Se da una banalización y un desprestigio de la democracia, reducida al poder de la imagen y de las encuestas que son los ejes de inclinación de la voluntad política de las franjas decisorias en el campo electoral. Han desaparecido los grandes protagonistas y el poder lo disputan las medianías. O sea, una “democracia show” que se encarga de hacer montajes, realizar mediciones y hacer propuestas a la medida de los cambiantes grupos de electores. Las masas electorales amarradas a una causa tienden a desaparecer porque ya no hay público cautivo de las ideas. El encanto de un político, o la popularidad de un actor, o la acción terrorista, pueden alterar sensiblemente los resultados. En la recta final de un debate electoral las cosas pueden cambiar por la oferta de un candidato de subir las pensiones. El valor de las ideas ha sido trasladado a la confiabilidad de las mediciones dentro de unos mecanismos que dejan todo en manos de la mercadotecnia. La imagen predomina, las apariencias sobre el fondo, los gustos sobre las ideas, las impresiones sobre los propósitos. Por eso cobra cada vez más importancia en el sistema democrático formal internet como instrumento de propaganda política y como medio de acceso más amplio y democrático al debate en partidos y grupos. La última campaña presidencial en EUA reveló plenamente el poder de esa herramienta, pues candidatos sin mayores recursos pudieron competir de tú a tú con otros dotados de inmensos recursos, en busca del favor electoral. Obama demostró que se podía lograr la más grande financiación política de la historia de los Estados Unidos con base en internet. Dándose, además, un contacto directo entre los electores que podían dirigir sus preguntas a los candidatos y ser respondidos, sin necesidad de acudir a la plaza pública. La transparencia de los procesos electorales se ha convertido en una necesidad perentoria para asegurar los resultados en las democracias acostumbradas durante décadas al fraude electoral, a la compra de votos, al traslado de cédulas de electores y a los recuentos manuales sujetos a todo tipo de manipulación. Claro que surgen nuevas formas de fraude, más sofisticadas, a través de la informática misma. Se evidencia cada vez más la necesidad de nuevos modos de hacer política, en los que no cuente tanto el populismo, la demagogia electoral, o los efectos de imagen producidos por la publicidad, como las plataformas de gobierno de temas accesibles a la mayoría de la población. La cerca-

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nía de los candidatos a sus comunidades locales y la vigencia en ellas de mecanismos de veeduría y control de las promesas confrontadas con las realizaciones, da pie a una participación ciudadana más comprometida con el bien común. También es más patente cada día el protagonismo ciudadano, sobre todo en los niveles básicos, en calidad de veedurías, observatorios, vigilancias y auditorías en cargos pagados y mantenidos a propósito por la sociedad civil. La necesidad de administrar los múltiples niveles administrativos hace que la burocracia se especialice, pero que también el concepto de gobierno se modifique según los tipos de soluciones que pueda ofrecer. Dentro de cada país se ve claramente que cada día tiene más vigencia una democracia participativa y deliberante, en la que ya no se le pueden dar las espaldas a las grandes mayorías e incluso a las minorías. Las consultas populares, los referendos revocatorios, los foros electrónicos, los muchos mecanismos de control popular de las promesas electorales de quienes llegan al gobierno, las audiencias públicas, el poder creciente de los sistemas de participación a través de internet, todo eso indica que las cosas están cambiando para bien. Eso incrementa la gobernabilidad y pone de presente que tal vez las sociedades necesitan menos gobiernos burocráticos y más descentralización política, administrativa y de deliberación. Sólo una sociedad civil fuerte y actuante puede compensar el peso exagerado de un estado burocrático gigante y balancear el predominio de la política y las instituciones políticas, así como de los medios de comunicación social, que en casi todos los países se han convertido en poderosos moderadores de la vida social, no siempre con la debida responsabilidad, sobre todo cuando se subordinan a los intereses de los grupos dominantes, económicos o políticos.

Puntos de sensibilidad social Ofrecer salidas a los problemas del empleo se ha vuelto punto electoral capital. El que más ofrezca en esos campos lleva las de ganar unas elecciones. Las grandes masas, de arriba y de abajo, lo que quieren es bienestar y que no se les complique la vida con disputas ideológicas. Claro que a la larga todo esto configura nuevas ideologías.

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La salud y la seguridad social se han convertido en punto dirimente entre las opciones políticas, como se comprueba en las campañas electorales. De ahí que los niveles de empleo, los reajustes salariales, los salarios de los empleados oficiales, la asistencia hospitalaria y el cubrimiento de los servicios de salud, son aspectos que se examinan con lupa a la hora de analizar los resultados de la gestión gubernamental y de ver propuestas de los candidatos. La privatización de la medicina y la seguridad social en muchos países ha vencido la tradicional inercia del sector estatal de salud que, a su vez, ha visto la necesidad de centrarse en aspectos fundamentales reduciendo el gigantismo inoperante de algunos entes estatales de salud. La gente es mucho más sensible a sus derechos en este campo, igual que al suministro de las medicinas, a la atención de emergencias o a la protección de la población más vulnerable (mujeres madres, niños, ancianos…). La socialización de la medicina en general ha tenido efectos saludables por la ampliación del cubrimiento en salud, a veces a costa del deterioro de la calidad y de la condición económica de los médicos dentro de un sistema masificado en el que el profesional depende de las entidades prestadoras de salud, que se quedan con la mayor parte de lo que aportan los usuarios. Además, se ha ido imponiendo una mentalidad mercantilista que olvida que el cliente en estos servicios es ante todo una persona cuyos derechos fundamentales deben estar por encima de cualquier otra consideración. Todo lo relativo al virus del Sida, y a las medicinas que se emplean en su tratamiento, dispone de enormes presupuestos, a veces más grandes que los que se emplean en su prevención atacando las causas (promiscuidad, vida sexual desordenada, etc.). Nadie se opone a que se dé una atención prioritaria a la enfermedad, pero sería deseable que existiera la misma preocupación por una educación sexual sana y por una educación para las relaciones afectivas. Es demasiado simplismo creer que con campañas masivas de utilización de los preservativos vaya a resolverse un problema de semejantes proporciones. Richard Layard en sus estudios sobre la felicidad demuestra que no por haber aumentado el ingreso en los países ricos la gente sea ahora más feliz que hace cincuenta años. Y comenta que las enfermedades mentales han aumentado en el mundo en una manera significativa, también desde el punto de vista del consumo de los sicofármacos. Dice que siendo la mayor fuente de infelicidad en Occidente, el gasto económico en paliarla y atajarla es insuficiente.

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Otro sector bien sensible es el de la economía de la educación. Un sector prioritario para el desarrollo, al que muchos países no le dedican presupuestalmente todo lo que necesitaría. La necesidad de especializaciones para entrar a competir es cada vez más acuciante, lo cual ha ampliado el mercado de la demanda y la oferta. Ya la competencia entre las instituciones de educación superior depende de la calidad y pertinencia de los programas. Y a nivel internacional se están formando multinacionales que compran universidades en los diferentes países para favorecer el intercambio de alumnos y profesores, impulsando además la educación virtual.

Las variables económicas La brecha entre países pobres y ricos se ahonda más. La pobreza absoluta afecta a grandes masas de población, una cuarta parte del mundo, cuyos ingresos pueden estar alrededor de un dólar americano diario, frente a la opulencia de los países desarrollados. Stigliz lo reafirma diciendo: “La globalización ha vuelto más pobres a muchos de los países más pobres del mundo en desarrollo. Incluso cuando están en una mejor situación, se sienten más vulnerables”. De un lado, existen enormes masas de desposeídos, de desplazados y marginados de todo tipo, y de pobres que son carne de cañón para las opciones violentas. De otro, aparecen confrontaciones de gran peso en los escenarios globales como la del fundamentalismo islámico versus los Estados Unidos. El disponer de las fuentes de energía se convierte en el fiel de la balanza. El alza de los precios del petróleo, con su altísimo incremento en la primera década y su consiguiente caída, y la búsqueda de fuentes alternativas, precisamente para no depender del oro negro, marcan el paso. Y con ello el desarrollo de la tecnología estará cada vez más condicionado a ese factor. Los países que no tengan autonomía energética se van a ver en grandes apuros y perderán su autonomía no sólo económica sino política, en manos de los grandes proveedores de la misma. Dentro de la economía de la democracia de mercado imperante en el mundo, se da un papel creciente de la economía de los servicios y de los intangibles. Antes eran los grandes patrimonios físicos, representados en

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tierra, maquinaria, infraestructura física, plantas industriales y equipos. Ahora se da un desplazamiento hacia lo intangible, es decir, a lo que no son bienes físicos, y a todo lo que se maneja a través de internet como gran herramienta para los negocios de hoy. Se negocia información, software, capital intelectual. Microsoft, Amazon, Google, Yahoo, Youtube o Facebook pasan a ocupar el papel de la General Motors o de las grandes compañías petroleras. El modelo de negocio económico ha cambiado sustancialmente. La propiedad intelectual, intangible por excelencia, pasa al centro del debate. Algunos países proponen suprimirla, ante la avalancha inevitable producida por internet, donde es irrespetada continuamente y donde, a la vez, se presenta en un fenómeno que permite el acceso a la información y cultura a las masas que nunca podrían pagar por esa propiedad. Incluso algunos escritores y científicos han propuesto su eliminación como una forma radical de democratización del saber y de la investigación. La piratería, por su parte, se ha convertido en un negocio multimillonario: programas, videojuegos, películas, etc., circulan por la red sin pagar un solo centavo. Cada vez se difunde y democratiza más el conocimiento, pero cada vez se vende más conocimiento a través de la red. Incluido el conocimiento técnico y del mercado, y cómo hacer los negocios por internet (E-business). La venta de esa tecnología sobre los negocios produce un incremento de los mercados. El guardarla como un secreto competitivo ya no tiene sentido pues al difundirla el efecto multiplicador sobre los mercados es mucho más beneficioso. El papel de las comunidades de negocios a través de la red va creciendo en forma exponencial. Amazon y E-Bay son demostración palpable de ello. Dentro de esas comunidades los mismos integrantes establecen códigos de cumplimiento y de fiabilidad de sus miembros, ejerciendo de esa manera un autocontrol sobre la eficacia del negocio. El mercado del usado adquiere una fuerza inusitada fomentando una circulación de mercancías en todas las direcciones. Productividad, competitividad y rentabilidad están vinculadas a nuevos cánones, en los que juega un papel muy importante el manejo de la información y los negocios en línea, así como las comunidades virtuales. Los canales tradicionales del comercio son suplantados por esta herramienta y el que quiera marginarse de ella está condenado a salir del mercado.

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La empresa, por nuevos caminos La empresa como motor de la economía es el sector más dinámico de la sociedad. De ser un gran mecanismo impulsado por el capital para la producción de bienes y servicios, regulado por leyes de contribución y retribución, poco a poco se ha transformado en un organismo vivo, conectado con su entorno social, y mirado no sólo desde el punto de vista del patrimonio o de las utilidades que produce para los dueños, o del punto de vista salarial para los trabajadores, sino como algo flexible y cambiante que mide su efectividad en términos de productividad y competitividad. Del modelo tradicional de empresa jerárquica, piramidal, con estructuras rígidas, con un organigrama donde la autoridad se impone desde arriba y la comunicación es descendente, se ha pasado a modelos que buscan disminuir distancias, distribuir el poder, facultar a los empleados para que actúen con mayor autonomía, hacer que el liderazgo no sea de un grupo o elite, sino que se participe y democratice. Las estructuras centradas en el control, la presión y la mano dura son reemplazadas por aquellas en las que predominan la participación, la motivación y la autorresponsabilidad. La empresa virtual, unida en sus procesos a otras empresas, con una información común a través de bases de datos interconectadas, abre paso a la creación de clusters o cadenas de empresas de valor, más aptas para la competitividad global, con un mejor aprovechamiento de los recursos y de las fortalezas de cada una de ella para producir un valor agregado mayor que si continuaran trabajando aisladamente, lo cual es prácticamente imposible en el mundo de hoy. En ellas la creatividad y la innovación son una necesidad y se hacen posibles al compartir sin secretos ni barreras los descubrimientos individuales. La tendencia que se abre paso cada vez con más fuerza es la de la empresa como una red de trabajo y una comunidad de aprendizaje y de práctica, donde todos enseñan y todos aprenden. En ella la persona y su crecimiento interior es lo más importante. Lo mismo que la formación de equipos inteligentes de trabajo a través de los cuales se fortalece el capital intelectual (saber y experiencia acumulados por la persona y saber y experiencia acumulados por la empresa) como la “suma de todos los conocimientos que le dan fuerza competitiva a una empresa” (Thomas Stewart). Junto a la noción de capital económico adquiere mayor importancia el saber de las personas, e igualmente a lo largo de las últimas décadas

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ha cogido fuerza la noción de capital social como conjunto de “normas y redes que le permiten a la gente actuar de manera colectiva” (WoolcockNarayan), es decir, el entramado de relaciones que hace posible la acción de un individuo o de una empresa. Lo expresa la frase “No es lo que sabes sino con quien te relacionas” lo que importa. Noción que ofrece una riqueza de matices útiles para cualquier organización, haciendo siempre hincapié en la calidad de las relaciones y en la forma de actuar colectivamente. Ha llegado a ser muy importante en la nueva dimensión de las empresas el concepto de cultura organizacional como la particular visión que cada empresa tiene de la estructura organizativa, de la persona y del trabajo, estrechamente vinculados con los principios, valores y creencias que se viven en ella, y que se convierte en un sistema que orienta la acción de sus miembros. En esta concepción la visión sistémica de la empresa como un todo en el que cada parte tiene una vinculación directa con los resultados globales permite superar la visión lineal de causa y efecto por algo donde la complejidad permite un mejor conocimiento de la acción conjunta. Las empresas y corporaciones tienen un papel importante qué jugar a través de lo que se ha llamado la ciudadanía corporativa, es decir, su presencia en la sociedad civil, a través de su compromiso con el entorno social, lo que se llama responsabilidad social de la empresa, que no puede ser algo vago o de moda pasajera, sino una serie de compromisos acotados y precisos para dar respuesta eficaz a las necesidades inmediatas de la sociedad, de la comunidad que toda organización debe ayudar a construir. Se impone una acción más responsable de las empresas frente a su entorno social, sin que eso signifique que la empresa pase a ser responsable de todo lo que ocurre en la sociedad.

El mundo, una historia cercana y distante a la vez Poco a poco se ha gestado también la globalización e internacionalización de la cultura, especialmente de mano de la tecnología informática, en pugna con la preservación de los patrimonios culturales nacionales o regionales. Grandes muchedumbres de personas están adoptando los parámetros culturales y estilos de vida difundidos a través de Google, Fa-

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cebook o Youtube, por citar lugares comunes de la internet para las generaciones actuales. El mundo se ha convertido en una gran plaza pública donde se debaten de igual manera todas las manifestaciones culturales y sociales, pero donde converge también la decadencia de la sociedad occidental y los productos más elaborados de la sociedad consumista. Los hechos colectivos nos afectan de una manera común, sin distinguir su lejanía o procedencia. La guerra étnica en un país del África, las elecciones del parlamento europeo, el proceso de paz de Colombia, el campeonato de fútbol de un país cualquiera o una depurada técnica de gestión en Japón, son manifestaciones de un movimiento permanente de la historia, que nos llevan a tomar parte porque su impacto en la historia global hace que se conviertan en causas y en asuntos por los que se explica el mundo contemporáneo. Lo que hace varias décadas Daniel Hálevy llamó la aceleración de la historia se ha incrementado por el influjo de la tecnología informática y porque los fenómenos que antes se daban de época a época o de generación en generación, ahora se dan muchas veces dentro de una misma generación y en forma inesperada, precisamente por la velocidad del acceso a la información y el conocimiento y por la rápida asunción de temas políticos y sociales a nivel internacional. Los acontecimientos hoy se experimentan más rápidamente, hecho explicable por la interconectividad global. Del mismo modo la sensibilidad por los derechos humanos se ha convertido muchas veces en el fiel de la balanza para medir la legitimidad de los poderes políticos y militares, comprometidos tantas veces en las severas violaciones de los mismos, que en ocasiones son denunciados por organismos que, a su vez, son cuestionados por algunas faltas de imparcialidad. El siglo XXI se presenta como el reino de la noticia-historia, es decir, como el poder que tiene cualquier medio de comunicación para hacer historia, para ratificar lo que debe ser historia o no. El acceso a las tecnologías informáticas ha llevado a que la historia menuda se popularice en pie de igualdad con los sucesos más gruesos. El mundo es ahora un microcosmos dominado por internet como punto de convergencia de todos los medios de comunicación, de modo que en cada instante los escenarios mundiales y sus protagonistas están bajo los ojos de la humanidad entera. Nadie puede sentirse aislado o libre de la prepotencia que los países ricos del Norte ejercen sobre los países po-

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bres del Sur, como se ve palpablemente en el tema de la contaminación ambiental, donde queda claro que los que contaminan son aquellos y los que pagan las consecuencias inmediatas son éstos. Lo privado y lo público se amalgaman en los medios de comunicación. Conceptos como la intimidad o la vida privada o pública son menos precisos en un mundo que ha decidido que la validez de los acontecimientos esté ligada a su demostración espectacular, a que sean materia de noticia de los mass media. Es notoria, por ejemplo, la predilección del gran público por los programas televisivos de testimonio real (reality-shows) o de dramatización con base en hechos ocurridos, o a las historias por demanda. Cada quien está en libertad de mostrar su propia vida o de montar un show sobre ella sin ningún tipo de reserva o de vergüenza. La historia es conjunta y colectiva, no importa en dónde vivamos. Pero esta historia es en realidad cada vez más lejana de la persona misma y de su ámbito familiar. Cuando la historia es conjunta, los patrones de vida habitual varían inmediatamente y una especie de cosmopolitismo hace su aparición tamizado quizá por señales locales (comida griega preparada por chefs hispanos; selecciones nacionales de fútbol conformadas por jugadores de origen extranjero, etc.). La paradoja es que seguimos viviendo en un mundo donde lo más lejano parece lo más cercano pero, a su vez, lo más cercano -la persona, su intimidad, el dolor, los intangibles de la existencia- se constituye en lo más alejado de nosotros mismos, en razón del individualismo. Por la televisión sabemos lo que pasa en un terremoto de Azerbaiyán pero ignoramos la calidad de vida de nuestros amigos. Y nuestros hijos saben lo que les ocurre a sus amigos de Messenger pero no lo que les pasa a sus amigos del colegio o a sus hermanos en su propia casa.

Trasfondo ético El individualismo es uno de los mayores problemas éticos de la sociedad contemporánea. Con raíces en la filosofía liberal y en el capitalismo, tiene como verdad de fondo la afirmación de la primacía absoluta de la libertad individual. El estado se concibe como el gran protector de esa libertad. De su mano ha surgido el materialismo egoísta, cuyo ejemplo insignia es el american way of life que ha ido penetrando en todos los países del mundo, fijando los parámetros esenciales de una sociedad con-

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sumista, gobernada por la publicidad, por la difusión de las modas, por el imperio de las marcas y por la música, el cine, la televisión e internet, que son los mismos en cualquier rincón del mundo. Junto al individualismo, el relativismo ético se ha apoderado progresivamente de la vida personal, social y política. Como no hay verdades o principios esenciales, todo da lo mismo y basta con una ética mínima acordada por las mayorías civiles para no herir susceptibilidades religiosas. Lo que en una latitud se considera como malo, en otra puede decidirse que sea bueno. A lo sumo, se logra una ética de compromiso, sin ninguna base estable o principios comunes porque el cambio de poder democrático puede llevar a un cambio de ética civil. Las estructuras de la sociedad gozan de cierta precariedad fundamental debido a su falta de raíces éticas permanentes. No faltan los movimientos políticos que propenden por un estado comunitario, enfrentado al individualismo neoliberal, en busca de una sociedad auténticamente participativa, equitativa y solidaria. Ya no se oyen tanto los ecos de los gritos libertarios de la Revolución Francesa, pero sí los de la revolución estudiantil del mayo francés de 1968 y sobre todo, los de la historia reciente de los pueblos de África, Latinoamérica y Asia (el tercer Mundo de hace unas décadas, el Sur de ahora) en su lucha por la justicia social, historia preñada de guerras, violencias y utopías trágicas. La mayor de las preocupaciones de las sociedades actuales es conjugar prosperidad con justicia. En el fondo se trata de entender que la democracia es una vivencia que da la posibilidad de ahondar en aspectos éticos y en valores morales que puedan dar como resultado redes sociales de compromiso y de solidaridad. La cuestión fundamental sigue siendo cimentar el orden social en aspectos éticos fundamentales, evitando el divorcio completo entre lo político, lo legal y lo moral para poder encaminar la acción social que fortalezca los mecanismos de participación y haga confiable la democracia. Sin embargo, algunos defienden a ultranza el centralismo, en contravía del sentido común que nos dice que la descentralización es una tendencia natural mucho más acorde con las leyes que rigen la naturaleza y el pensamiento humano. Lo llamativo es que la sociedad consumista es más fuerte ahí donde hay mayor ingreso per cápita y mayores niveles de gastos. Pero allí también hay mayores posibilidades de acceso al conocimiento y una mayor capacidad para entender la inequidad económica y social existente. Aun-

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que sobresale también la opulencia agresiva, acompañada de cierta incultura que cierra los ojos al bienestar de los demás y a la construcción de comunidades donde sean mayores los niveles de justicia social. Se hace necesaria la reeducación social para el consumo, no sólo por los aspectos que tocan al medio ambiente, sino, principalmente, por la conveniencia de formas de vida en las que esté más presente la austeridad y con ella la posibilidad de mirar más allá de sí mismo hacia las necesidades de las demás personas, para poder lograr una mejor convivencia social, y una solidaridad real que lleve a acortar las distancias económicas y de falta de igualdad de oportunidades. Los nuevos modelos políticos, si no quieren caer en una involución histórica, tienen que dar prioridad a los derechos humanos, a la creación de escenarios de libertad auténtica para las mayorías y las minorías, y a la consolidación de unas estructuras de gobierno al servicio del progreso social, flexibles y dinámicas, que premien la descentralización y el papel de la iniciativa por sobre el control intervencionista del estado.

La tierra en apuros Los problemas ecológicos inciden directamente en la economía y en las condiciones de vida de la población. La contaminación, la desaparición de los bosques, la disminución de la capa de ozono, el incremento de los desechos ante el crecimiento del consumo en todas las latitudes, son aspectos del mismo asunto de fondo: la sostenibilidad del planeta Tierra, que es tarea de todos, no sólo de los gobiernos o de los grandes países industrializados, llenos de contradicciones en este campo. Como ocurrió con el protocolo de Kioto, que obligaba a todas las naciones, pero que no fue suscrito por los Estados Unidos, el mayor contaminador del mundo. El video Una verdad incómoda preparado y presentado en el 2007 por Al Gore constituye una inflexión importante en las alarmas sobre el calentamiento de la Tierra y los peligros ecológicos sobre los que viene siendo advertido el mundo en las dos últimas décadas. Hoy en día la conciencia ecológica es tal vez el punto de acuerdo más universal, presente en todos los niveles y edades de la sociedad. No se trata de terrorismo por parte de los ecologistas, sino de una realidad comprobable: o protegemos entre todos la Tierra como ámbito esencial para la vida humana o estamos todos en peligro.

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Los apuros no provienen ya de las alarmas poblacionistas, cuyas exageraciones han sido comprobadas a lo largo de las últimas décadas. De un lado no hay problemas de cabida de la población, y de otro su decrecimiento es claro. El Norte rico se ha envejecido y el Sur pobre ha crecido en población, lo cual fomenta los fenómenos emigratorios en busca de calidad de vida. Surgen en torno a eso problemas nuevos como el de la inmigración y la ilegalidad que obligan a los países a adoptar nuevas políticas. Y a que se refuerce el crecimiento de las áreas urbanas. Pero eso es muy distinto de la escasez de recursos, la cual sí tiene que ver con el trato al medio ambiente. Como distinto es considerar el enorme impacto económico que tienen los desastres naturales, como el caso del tsunami asiático del 2004, que convocan la solidaridad mundial. En el caso del medio ambiente la catástrofe ha sido provocada por el hombre a lo largo de muchas décadas. Surgen por todas partes cambios legislativos tendientes a endurecer las exigencias de protección del medio ambiente. Pero ante ellas, a veces las industrias y conglomerados económicos reaccionan con la mentalidad de que para no afectar sus niveles de producción prefieren asumir el pago de las multas, como si eso los eximiera del deber moral que implica el cuidado de los recursos naturales. Las iniciativas científicas para promover la producción limpia van dando sus resultados positivos, y abren nuevas fuentes a la productividad cuando van unidas al reciclaje de productos de un ciclo a otro. Una de esas iniciativas denominada ZERI, impulsada por Gunter Pauli, viene ejerciendo un liderazgo en varios países de Asia, África y América Latina. Muchas organizaciones internacionales y entidades financieras mundiales se interesan en grandes proyectos de ese estilo, como un camino para encontrar soluciones viables y configurar un futuro sostenible y una reducción de las amenazas actuales. La biodiversidad, y la subsistencia de las especies particularmente, están amenazadas gravemente. Ya hay conciencia, más o menos universalizada, pero no coincide con los esfuerzos hechos por los países industrializados productores de los grandes porcentajes de la contaminación mundial, para ayudar económicamente en forma sustancial a los países que cuentan con grandes reservas que se deben proteger o restaurar, como es el caso de la selva amazónica en Latinoamérica, o ciertas zonas del norte de África o de Asia meridional. La intervención de los organismos internacionales para presionar a los países contaminadores es todavía débil.

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Frente a la crisis de las energías tradicionales surgen la exploración y explotación de energías alternativas, como la nuclear, la eólica y solar, marítima, o del etanol con base al cultivo del maíz, la de la palma y la higuerilla, algunas más experimentadas y conocidas que otras, pero todas ellas requieren grandes inversiones y producción en volúmenes que puedan ir compensando los del petróleo y la energía eléctrica y termoeléctrica habituales hasta hora. Sobre todo pensando que el petróleo es recurso no renovable que puede alcanzar precios que encarecen los demás sectores de la economía.

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