ENCUENTRO ¡El crimen perfecto!, él lo había cometido. Y pensar que sólo le había tomado una semana. Podría haber sido en menos tiempo, pero desde su punto de vista el crimen era una ecuación y el factor suerte es demasiado importante como para no ser tenido en cuenta;le hubieran fal-tado datos y eso hubiera dejado un margen de error, margen que no se podía permitir, no él. Un hombrecito gris, como tantos otros que se encuentran en las grandes ciudades, que no por eso dejan de ser solitarias, al contrario, favorecen el anonimato, ayudando a ser sólo uno más en ríos de gente que fluyen de un lado a otro sin un fin aparente. Ni siquiera era muy ba-jo, o muy alto, era común, aburridamente común, algo delgado eso sí. De vestir sobrio, siem-pre con su chaleco marrón, que no ayudaba precisamente a darle más luz a su persona, re-matada ésta por una ovalada cabeza, cubierta por pelo lacio y negro que ya comenzaba a te-ñirse de gris, cejas negras y espesas sobre unos apagados ojos negros, una nariz algo afilada y una boca de labios finos. Una de esas personas con las que uno debe hacer un esfuerzo pa-ra recordarlas si sólo se las ha visto una vez. Sus únicas aficiones, pues no tenía vicios, eran jugar al ajedrez y resolver crucigramas y ni aún en eso se destacaba. Nadie hubiera dicho jamás que fuera capaz de matar a una mosca,sin embargo tenía una afición secreta o más bien un deseo, idear el crimen perfecto, no para ejecutarlo, la sola idea de sangre le horrorizaba, sino como un desafío a su inteligencia, como una sublime movida de ajedrez. Pasó meses recolectando artículos de periódicos con los crímenes más resonantes, tratando de descubrir qué errores cometió el asesino, pensando cómo los hubiera resuelto él; debía haber leído decenas de novelas policiales, libros de medicina, investigando sobre diversos venenos, para terminar encontrando siempre un error, una falla que hacía fracasar sus esfuerzos. Hacía más de dos meses que había dejado de intentarlo, casi se había olvidado de ello, pues porqué él iba a lograrlo si tantos otros más experimentados no lo hicieron; hasta que poco más de una semana atrás se topó con la solución, de casualidad como suceden tantas otras cosas. Era un largo tiempo ya, durante el cual venía leyendo en los periódicos sobre una sucesión de accidentes en una curva de la carretera que, por una extraña coincidencia, conducía a la cabaña que había heredado de su tío por ser su único pariente vivo. Ese hecho despertó su curiosidad y lo decidió a descubrir el motivo de los accidentes, ya que no podía cometer un crimen lo resolvería, y de hecho así lo hizo. Primero decidió averiguar en qué días y a qué hora ocurrían y qué o quien los provocaba. Descubrió que todos sucedían de noche, cuando la única luz que iluminaba era la que reflejaba la luna. Comenzaba a ver un patrón, los tres últimos accidentes habían ocurrido en el mismo trimestre, el primero había sucedido un miércoles, el segundo un viernes, el tercero un miércoles, eso ya era más que una mera coin-cidencia y ese día era jueves, no le quedaba mucho tiempo. Al día siguiente tendría que diri-girse al lugar y descubrir que sucedía. Eran pasadas las ocho del día viernes, había luna nueva, mala suerte era demasiado tarde para retroceder, hacía veinte minutos que partiera de su casa y transitaba por la carretera, fal-tarían unos diez minutos para llegar a destino. Se quedaría toda la noche de ser necesario, pero descubriría que pasaba, de todas formas era una carretera poco transitada por lo que no pensaba que tendría problemas.
Había llegado ya a destino y no veía que ocurriera nada, pasaban los minutos y su mente comenzó a divagar, retrocediendo al pasado. Prácticamente no tenían nada en común. Casi no recordaba cuando se habían conocido, haría doce, quizás quince años, ya no estaba seguro; sin embargo decidieron crear una sociedad y les había ido bastante bien. A pesar de ello no era feliz, no recordaba haberlo sido. No era tanto que le molestara que siempre que había una reunión las mujeres se sintieran atraídas por su socio y prácticamente lo ignoraran, en realidad la mayor parte de la gente lo hacía, era lógico pues este era apuesto, simpático y sabía actuar, mientras que él no tenía nada que ofrecer, por lo menos así lo creía. Ni siquiera las constantes pullas que recibía de su parte, no llegaban a ser ofensivas sólo molestas, ni que nunca destacaba en algún lado, era tan solo que por una vez, una única vez, fuera él el que destacara, el que suscitara la atención. Y ahora esto, hacía dos semanas que había descubierto el faltante en la caja, sabía que jugaba, a veces ganaba otras perdía, pero eso nunca había interferido con el negocio, no hasta ese momento. Sabía que debía tomar una acción, pero no lograba decidirse y de pronto ha-bía surgido el descubrimiento y sin darse cuenta las piezas comenzaron a unirse, aún a costa suya, tener todo así, al alcance de la mano, era una tentación fuerte, muy fuerte, y él era un hombre débil. Por supuesto que la había rechazado al principio,pero en los días siguientes no lograba conciliar el sueño, la idea rondaba en su mente y no podía quitarla, hasta que se con-virtió en una obsesión, que llegó a su punto culminante el día anterior al homicidio, si así podía llamársele. Ya había tomado una decisión, lo haría, y contrariamente a lo que esperaba se sintió alivia-do, alegre, casi eufórico, por fin tenía un propósito en su vida y por una vez, una única vez, él sería el triunfador. Si en esos momentos hubiera podido oir los pensamientos de su socio se habría sonreído. _Porqué no?, recién había cumplido los cuarenta, aún era joven, atractivo, simpático, era un soltero codiciado, merecía vivir, él era más importante. La sociedad fue buena idea, sin duda, lástima que debiera terminar tan abruptamente; y pensar que la había fundado con el último dinero que le diera su familia, de clase media alta, antes de decirle que no volviera hasta ha-cer algo útil con su vida. Siempre todo le había resultado fácil, pero esta vez era diferente, apostó demasiado y perdió, ahora debía pagar con dinero o su vida. Si fuera el dueño absoluto podría pagar, para peor había estado tomando dinero de la caja, pensaba reponerlo con lo que ganara de las apuestas, en cambio debía más aún y para empeorarlo todo su socio lo había citado en su cabaña para decirle que las cuentas no cerraban. Si se descubría todo era la policía y luego la cárcel y eso no garantizaba su seguridad. Estaba entre la espada y la pared, por un lado la prisión o aún peor la muerte, por el otro la única solución posible la que había tomado. Camino a la cabaña iba repasando uno a uno los pasos que iba a seguir, había tomado una decisión y ya no podía dar marcha atrás. Mataría a su socio, pagaría la deuda y el negocio quedaría para él y nunca descubrirían el desfalco. Tenía todo planeado, era tan simple, esta-ban en otoño, hacía frío, seguramente la chimenea estaría encendida, sabía que él nunca to-maba alcohol, pero le agradaban las bebidas colas, probablemente llevaría alguna junto con las provisiones si pensaba quedarse unos días, lo distraería con cualquier pretexto y le colo-caría un
somnífero en la bebida, luego cuando hubiera hecho efecto prendería fuego a la cabaña, cuando lo encontraran pensarían que el humo lo desorientó y le impidió encontrar la salida por lo que quedó atrapado. Al examinar el cuerpo estaría demasiado quemado como para distinguir rastros del somnífero. Otra opción era la del suicidio, podía acercarsele por detrás cuando estuviera sentado y dispararle un balazo en la sien o decir que no soportó la culpa de verse descubierto al haber desfalcado y que lo citó para confesarse. Todo esto iba pensando mientras conducía, en última instancia podía pegarle con un leño e incendiar la ca-baña, al llegar ya vería que se le ocurría. Mientras, su socio esperaba, hacía ya media hora que aguardaba cuando oyó el lejano soni-do de un auto acercándose. Luego un gran estruendo y después nada, silencio. Ahora ya sa-bía que sucedía, de hecho, la solución era harto simple y su socio acababa de descubrirla. Sin duda sus cálculos habían sido correctos y el hecho de haber ido esa mañana al lugar, una excelente idea. De todas formas, él sabía que algo podía fallar, un neumático desinflado, un leve retraso que lo arruinara todo, pero eso no importaba; si su socio hubiera sobrevivido sólo tenía que noti-ficar a la policía sobre el desfalco y lo arrestarían, por supuesto no hubiera sido lo ideal ya que el plan habría fracasado, la satisfacción no habría sido la misma, pero al menos hubiera resuelto un problema, de una u otra forma ganaba. Fue una jugarreta del destino la que permitió que por extrañas circunstancias y diversos factores se dieran las condiciones ideales para el crimen perfecto, pero todo ello ayudado por una mano siniestra. Y ahora en el año de mil novecientos treinta y nueve, él figuraría en los anales criminales como el único hombre que cometió el crimen perfecto, desgraciadamente era perfecto, dema-siado perfecto, tanto que nunca le hubieran creído, aún cuando hubiera confesado. Sencilla-mente por que no había crimen, cincuenta años después no lo hubieran calificado sino como otro accidente más dentro de las estadísticas. Ni siquiera triunfando pudo escapar a su me-diocre y gris destino. Aún recordaba cuando la policía fue a su casa a comunicarle la triste noticia, su sorpresa y su voz, tan lejana que parecía la de otro, preguntando que había sucedido, las preguntas de la policía, su condescendencia y él, ciudadano modelo, explicando como su socio le había pe-dido prestada su cabaña, diciendo que necesitaba tomarse un pequeño respiro y alejarse de los problemas, lo alterado que lo había visto los últimos días y lo acertada que le había pa-recido su decisión. Si hasta le había hecho un plano para que no se perdiera. Meses más tarde la policia descubrió lo que sucedía. En aquel lugar y en dirección contraria se hallaba la entrada a una fábrica. Cuando por la noche, un camión giraba para entrar, por unas circunstancias fortuitas enfocaba por un instante sus faros en dirección contraria. Si en aquel momento llegaba un coche,creyendo este que el vehículo aquel se precipitaba contra él, se desviaba hacia la derecha y antes de que pudiera rectificar, caía al río. La hierba alta que abundaba al borde de la carretera y ocultaba el peligroso acantilado, contribuía a que surgie-ra la tragedia. Pero ya nada de eso importaba, ahora había llegado el final, la hora del encuentro. Dos hombres y un lejano encuentro: uno su encuentro con una muerte precipitada, anticipada, pero no por eso menos inevitable y justa; el otro al llegar su momento el encuentro con una solitaria muerte y peor aún,la desesperante certeza de una triste gris y solitaria vida. Dos hombres que
siguieron por caminos tan diferentes, que sin embargo, los llevaron a una encrucijada final y el hallazgo de una verdad: nadie puede escapar, ni lo hará jamás, de la justicia divina.