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CREENCIAS
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ÍNDICE PÁG.
3 ………………………………………………………………… TABELLAE DEFIXIONIS 4 ……………………………………………………….……….. ΚΑΤΑΔΕΣΜΟΙ 6 ……………………………………………………..……….… OMINA 8 ………………………………………………………………… ΘΕΩΝ ΦΘΟΝΟΣ 10 ……………………………………………………………… MEMENTO MORI 18 …………………………………………………..…….…… ΦΑΝΤΑΣΜΑΤΑ 20 …………………………………………………………...… ΛΥΚΑΝΘΡΩΠΟΙ 21 ………………………………………………………..….… ΜΗΔΕΝ ΠΡΟΣ ΗΜΑΣ
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Dioses infernales, si tenéis algún poder, os encomiendo y os entrego a Ticene, hija de Carisio: que todo lo que haga le salga mal. Dioses infernales, os encomiendo sus miembros, su color, su figura, sus cabellos, su sombra, su cerebro, su frente, sus cejas, su cara, su nariz, su mentón, su boca, sus labios, sus palabras, su aliento, su cuello, su hígado, sus hombros, su corazón, sus pulmones, sus intestinos, su vientre, sus brazos, sus dedos, sus manos, su ombligo, su vejiga, sus muslos, sus rodillas, sus piernas, sus talones, sus plantas, sus dedos. Oh dioses infernales, si la viera consumirse, una libación por aquel santo aniversario os ofrecería. INSCRIPCIÓN LATINA DEL SIGLO I D. C. (CIL X 8249) HALLADA EN MINTURNAS (LACIO) Fuente: DÍAZ Y DÍAZ, M. C., Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos, 1962, pág. 75
1. En una palabra, ¿qué es este texto? 2. ¿Qué se propuso exactamente el autor con él? 3. ¿Crees que éste es un caso aislado o que en general los antiguos griegos y romanos confiaban en que prácticas de este tipo diesen resultado? Lee las dos caras de la siguiente TABLILLA DE MALDICIÓN (TABELLA DEFIXIONIS) DEL SIGLO III D. C., HALLADA EN MENTANA, localidad también del Lacio (op. cit , pág. 74). Al comparar la estructura de los tres textos, ¿qué conclusión extraes?
CARA A
CARA B
A Malcio Nicones, ojos, manos, dedos, brazos, uñas cabellos, cabeza, pies, fémur, vientre, ombligo, pecho, pezones, cuello, boca, morros, dientes, labios, barbilla, ojos, frente, cejas espalda, hombros, nervios, huesos, vientre, polla, piernas, toda su riqueza, su salud maldigo en esta tablilla.
A Rufa Pelica, manos, dientes, ojos, brazos, vientre, pezones, pecho, huesos, vientre, piernas, boca, pies, sienes uñas, dedos, vientre, ombligo, coño, vulva, a Rufa Pelica maldigo en esta tablilla.
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Aunque los griegos y romanos no eran salvajes en sentido literal, conservaron durante la Antigüedad toda una serie de creencias que contrastan fuertemente con la imagen de pueblos eminentemente racionales y prácticos que nos han dejado, por ejemplo, en sus escritos filosóficos y logros políticos. En realidad, la vida cotidiana de cualquier antiguo, fuese analfabeto o culto, pobre o rico, bárbaro o civilizado, estaba plagada de supersticiones y todo tipo de creencias irracionales, entre ellas rituales religiosos que observaban tanto en privado como en público, tanto a título personal como oficial. Lee lo que un filósofo tan serio como Platón dice acerca de las maldiciones en uno de sus diálogos:
Edipo, decimos, cuando lo humillaron lanzó contra sus hijos las maldiciones que, como todo el mundo cuenta, los dioses escucharon y cumplieron; Amíntor, enfadado, maldijo a su hijo Fénix, y Teseo a Hipólito y muchos otros a otros muchos. Es claro que los dioses prestan oídos a esas maldiciones de los padres contra los hijos. PLATÓN, Leyes XI, 931 b-c (trad. Francisco Lisi) 1. ¿Por qué podían creer los antiguos que las maldiciones se cumplían? ¿Cuál podía ser la base de su convicción? Si no sabes la respuesta, lee el siguiente texto:
Incapaz de distinguir claramente entre las palabras y las cosas, el salvaje normalmente imagina que el vínculo entre un nombre y la persona o cosa designados por él no es una simple asociación arbitraria e ideal, sino un nexo real y sustancial que une a ambos de tal forma, que con él se podría hacer magia sobre un hombre con la misma facilidad que a través de su pelo, sus uñas o cualquier otra parte material de su persona. FRAZER, J., The Golden Bough. A Study in Magic and Religion, Herfordshire, 1993, pág. 244 Sin embargo, sería una simplificación afirmar que todos los filósofos y personas cultas en general aceptaron por igual cualquier tipo de creencia irracional. El mismo Platón, en el diálogo mencionado (XI, 933 a), después de comentar las diversas formas de agresión de las que se sirve la gente para hacer daños a sus enemigos, entre ellas el uso de venenos, dice lo siguiente:
[La otra forma de hacer daño] persuade con trucos, encantamientos y hechizos, a los unos de que, si se atreven a intentar hacerles daño a los otros, podrán hacerlo, y a los otros, de que el daño se lo ocasionan sobre todo los que tienen la capacidad de embrujar. En todas estas cosas, no es fácil llegar a conocer alguna vez cómo son realmente, ni, si uno llegara a hacerlo, podría convencer con facilidad a los demás. Por el contrario, no vale la pena intentar persuadir a hombres cuyas almas recelan unas de otras en estos temas, ni recomendarles a ciertas personas que, si alguna vez ven imágenes moldeadas en cera, ya sea sobra sus puertas, en los cruces de caminos o sobra las tumbas de sus padres, no den importancia a nada semejante.
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1. ¿A qué práctica general se refiere aquí Platón? 2. ¿Qué son esas imágenes moldeadas en cera? ¿Por qué podían ser temidas por la gente? 3. ¿Cuál es la postura de Platón con respecto a este tipo de prácticas? ¿Las aborda con credulidad o escepticismo? ¿Las rechaza de plano? Observa la siguiente figura encontrada en el Ática:
1. ¿Qué parte del cuerpo le falta? ¿Por qué? ¿Cómo están las extremidades? ¿Qué tiene en el vientre? 2. Esta práctica se denominaba en griego katavdesmo" ¿Con qué nombre se conoce actualmente? En Egipto se ha encontrado uno de estos objetos. Se trata de una figura femenina de arcilla del siglo IV d. C., que se muestra arrodillada, atada de pies y manos y atravesada por trece alfileres: uno en lo alto de la cabeza, uno en cada ojo y cada oreja, uno en el plexo solar, en la vagina, en el ano, en la palma de cada mano y en la planta de cada pie. Podríamos pensar que el autor de la estatuilla se había enemistado con la mujer a la que representaba, pero en la misma vasija que contenía la figura se encontró una plancha de plomo con un texto escrito en griego, cuya traducción es la siguiente:
Deposito este hechizo junto a vosotros, dioses de los Infiernos, Plutón y Core. Os conjuro en este lugar para que ayudéis a este espíritu Antínoo. Despierta para mí y acude a cada barrio, a cada manzana, a cada casa, y hechiza a Ptolemaide, parida por Áyade, a Ptolemaide, la hija de Horígenes, a fin de que no sea jodida ni sodomizada por nadie ni pueda hacer nada placentero para una compañía masculina excepto para mí, Serapamón, parido por Area. No la dejes
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comer, beber, salir ni conciliar el sueño hasta que venga a mí, y no permitas que sea penetrada por ningún hombre que no sea yo, Serapamón. Arrástrala de los pelos, de los intestinos, hasta que deje de ignorarme, hasta que sea mía, obediente a mí durante toda su vida, amándome, deseándome, diciéndome lo que tiene en su cabeza. Si haces esto, te dejaré libre. FARAONE, C. A., Ancient Greek Love Magic, Harvard University Press, 2001, págs. 41-42
Esta creencia no estuvo limitada a la Antigüedad pagana, sino que continuó viva en el Cristianismo. SAN SOFRONIO DE JERUSALÉN, autor del siglo VI, nos relata la historia de un tal Teófilo, que quedó tetrapléjico porque sus enemigos habían invocado al Diablo. Unos santos se le aparecieron en sueños y le dijeron que navegara con un pescador hasta un punto preciso donde debía echar las redes. Allí encontraron un cofre y en su interior una estatuilla de bronce que representaba a Teófilo con sus cuatro extremidades atravesadas por agujas. Una vez que fueron retiradas, Teófilo quedó sanado (Milagros de San Ciro y San Juan, PG, 87.3, col. 354148). 1. ¿De dónde interpretó Teófilo que procedía su sueño? 2. ¿Qué importancia crees que les daban a los sueños los griegos y romanos anteriores a la Era Cristiana? ¿Los consideraban procesos naturales o señales divinas (omina)? Lee el siguiente texto de Suetonio, biógrafo romano del siglo II d. C.:
Prodigios evidentes anunciaron a César el asesinato del que iba a ser víctima. Unos días antes de su muerte, tuvo noticias de que las manadas de caballos que había consagrado al río Rubicón al atravesarlo y dejado sueltas y sin guardián, rehusaban obstinadamente el pasto y vertían abundantes lágrimas. La víspera de los idus de marzo, unas aves de diferentes especies se lanzaron, desde un bosque cercano, en persecución de un pájaro reyezuelo, que, llevando una rama de laurel, penetraba en la curia de Pompeyo, y lo despedazaron allí mismo. Es más, la noche que precedió al día del crimen el propio César se vio a sí mismo en sueños, unas veces volando por encima de las nubes, otras estrechando la diestra de Júpiter; por su parte, su mujer Calpurnia se figuró que se derrumbaba el techo de la casa y que su marido era asesinado en su brazos; y de improviso las puertas del dormitorio se abrieron solas. SUETONIO, Vidas de los doce césares. El divino Julio 81 (trad. R. Mª Agudo Cubas) 1. ¿Con qué otras palabras designarías estas “señales divinas”? a) presagios c) augurios b) prodigios d) a, b y c
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2. Aparte de los sueños de César y su esposa Calpurnia, ¿qué otras señales anunciaron su muerte? 3. ¿Cree en ellas Suetonio? ¿Por qué? 4. ¿Se te ocurren otros hechos que los antiguos pudieran interpretar como señales de mal agüero? Lee estos tres textos, los dos primeros de Apiano, historiador griego del siglo II d. C., que también se refiere a Julio César, y el tercero de nuevo de Suetonio:
Acontecieron muchos prodigios y signos de origen celeste, y, así, parece que el dios hizo llover sangre y que las estatuas de los dioses sudaron; se abatieron rayos sobre muchos templos y una mula parió. Muchos otros portentos predijeron la destrucción y cambio para siempre de la forma de gobierno. APIANO, Guerras civiles 2.36 (trad. Antonio Sancho Royo)
Es costumbre para los magistrados cuando entran en el Senado consultar los oráculos a su entrada. Aquí, de nuevo, la primera de las víctimas de César estaba sin corazón, o, según dicen otros, le faltaba la parte superior de las entrañas. El adivino le dijo que esto era signo de muerte, pero César le respondió riendo que ya le había ocurrido una cosa así en Hispania, cuando combatía contra Pompeyo. Op. cit. 2.116
Ningún escrúpulo religioso le apartó jamás de algo que hubiera emprendido ni le sirvió de rémora. Aunque se le había escapado la víctima en el momento de inmolarla, no aplazó su marcha contra Escipión y Juba. Es más, cuando al desembarcar dio un resbalón, volviendo el presagio a su favor, exclamó: “Te tengo, África”. SUETONIO, Op. cit. 59 1. ¿Qué es la hepatoscopia? ¿Y la oniromancia? ¿Y la ornitomancia? 2. Según los dos últimos textos, ¿qué tres signos de mal agüero se encuentra César antes de su muerte? ¿Qué actitud mostró César con respecto a dos de ellos? ¿Crees que las “señales divinas” se prestaban a diversas interpretaciones? Lee la siguiente historia narrada por Heródoto, historiador griego del siglo V a. C.:
A los lidios Creso les ordenó que preguntaran a los oráculos de Delfos y de Anfiarao si debía emprender la guerra contra los persas. “Creso, rey de los lidios
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y de otras naciones, persuadido de que estos oráculos son los únicos veraces que hay en el mundo, os ha hecho donación de dones dignos de vuestra capacidad adivinatoria y, ahora, os pregunta si debe emprender la guerra contra los persas y ganarse la alianza de algún pueblo”. Éstas fueron las preguntas que formularon los delegados, y los dictados de ambos oráculos coincidieron en advertir a Creso que, si emprendía la guerra contra los persas, destruiría un gran imperio. HERÓDOTO, Historia 1.53 Tras enfrentarse a los persas, el ejército lidio es masacrado y Creso envía mensajeros a Delfos para quejarse del vaticinio dado por el oráculo. Los sacerdotes de Apolo le responden:
“Creso se queja sin razón, pues Loxias le predijo que, si entraba en guerra con los persas, pondría fin a un gran imperio. Pero, ante esta respuesta, tenía que haber enviado a preguntar si se refería a su imperio o al de Ciro.” Op. cit. 91 1. ¿Quién puede ser Loxias? 2. ¿Cómo crees que interpretó Heródoto este oráculo? ¿Como un error? ¿Como un acierto? ¿Como una trampa? ¿Sabes qué es la envidia de los dioses (qew' qew'n fqovno")? o" Lee el siguiente texto del mismo historiador que narra la historia del tirano Polícrates de Samos y el faraón Amasis:
Amasis no dejaba de prestar atención a la enorme suerte de que gozaba Polícrates, pues, cuando su buena suerte alcanzó proporciones aún mucho mayores, envió a Samos una carta redactada en los siguientes términos: “He aquí lo que Amasis participa a Polícrates: es grato enterarse de los triunfos de un buen amigo, y especialmente de un huésped; pero a mí esos grandes éxitos tuyos no me llenan de satisfacción, pues sé perfectamente que la divinidad es envidiosa. Por eso, antes que tener éxito en todo tipo de empresas, personalmente preferiría que, tanto yo como las personas que me interesan, triunfáramos en algunas, pero que fracasásemos también en otras, pasando así la vida con suerte alternativa. Porque aún no he oído hablar de nadie que, pese a triunfar todo, a la postre no haya acabado desgraciadamente sus días, víctima de una radical desdicha. Así pues, préstame ahora atención y, para contrarrestar tus triunfos, haz lo que te voy a decir: piensa en algo que tengas en la máxima estima y cuya pérdida te dolería sumamente en el alma y, cuando lo hayas encontrado, deshazte de ello de manera que nunca más pueda llegar a manos de otro hombre. Y si, en lo sucesivo, tus éxitos continúan sin toparse
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alternativamente sin contratiempos, sigue intentando poner remedio a tu suerte del modo que te he sugerido.” Después de haber leído estas líneas, y comprendiendo que Amasis le brindaba un acertado consejo, Polícrates se puso a buscar, entre los objetos de su propiedad, aquel por cuya pérdida mayor pesar sentiría en su fuero interno; y, en su búsqueda, dio con la siguiente solución: tenía un sello engastado en oro que solía llevar puesto constantemente; se trataba de una esmeralda y era obra de Teodoro de Samos, hijo de Telecles. Pues bien, una vez resuelto a deshacerse de dicha alhaja, hizo lo siguiente: mandó equipar un pentecontero, embarcó en él y luego dio orden de poner rumbo a alta mar. Y, al encontrarse lo suficientemente alejado de la isla, se quitó el sello y lo arrojó al mar a la vista de todos los que con él iban en la nave. Hecho lo cual, mandó virar en redondo y, al llegar a su palacio, dio rienda suelta a su tristeza. Pero resulta que, cuatro o cinco días después de estos sucesos, le ocurrió lo siguiente: un pescador que había cogido un enorme y magnífico ejemplar, pensó que la pieza merecía constituir un presente para Polícrates. La llevó, pues, a palacio y manifestó que quería comparecer ante Polícrates; y, cuando su petición fue atendida, dijo, al hacer entrega del pez: “Majestad, yo he cogido este pez y, aunque soy un hombre que vive del trabajo de sus manos, no he creído oportuno llevarlo al mercado; al contrario, me ha parecido que era digno de ti y de tu posición. Por eso te lo traigo como un presente.” Entonces Polícrates, halagado ante sus manifestaciones, le respondió en estos términos: “Has hecho muy bien y, por tus palabras y tu obsequio, te estamos doblemente agradecidos; así que te invitamos a cenar”. El pescador, como es natural, volvió a su casa contentísimo con la invitación; pero, entretanto, al abrir el pez, los servidores encontraron que dentro de su tripa estaba el anillo de Polícrates. Nada más verlo, lo cogieron y, llenos de alegría, fueron a llevárselo a Polícrates, explicándole, al entregarle la sortija, de qué manera había aparecido. Entonces Polícrates, en la creencia de que lo sucedido era obra de la providencia, consignó en una carta todo lo que había hecho y lo que le había sucedido, y, tras su redacción, la envió a Egipto. Cuando Amasis leyó la carta que llegaba remitida por Polícrates, comprendió que para un hombre resulta imposible librar a un semejante de su propio destino y que Polícrates no iba a tener un final feliz, porque tenía tanta suerte en todos sus asuntos que hasta encontraba las cosas que quería perder. Entonces despachó un heraldo a Samos y le hizo saber que daba por cancelado su vínculo de hospitalidad. Op. cit. 3.40-43
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1. ¿Qué pensaba Amasis acerca de la suerte humana? 2. ¿Por qué le aconseja a Polícrates que se deshaga de su bien más preciado? 3. ¿Por qué termina rompiendo su alianza con él? 4. Averigua cómo terminó sus días Polícrates. 5. ¿Crees que estos hechos sucedieron realmente? ¿Es probable que se den las circunstancias que relata Heródoto, a saber, que un anillo abandonado en alta mar sea comido por un pez y que éste sea encontrado por un pescador y llevado precisamente ante Polícrates? 6. ¿O bien crees que Heródoto se inventó esta historia para ilustrar su tesis de que los dioses son envidiosos y no toleran que ningún mortal disfrute durante mucho tiempo de la felicidad? 7. ¿Es probable que un faraón se dedicara a dar lecciones sobre la caducidad de la fortuna? ¿Cómo vivían los faraones? ¿Cómo eran enterrados? 8. ¿Sabes qué es el azar? Busca dos sinónimos. 9. En los primeros tiempos, los griegos y romanos consideraban que su destino estaba regido por la voluntad de los dioses, especialmente de Zeus. Sin embargo, con el tiempo fueron concediéndole una importancia creciente al azar como motor de sus vidas, tanto que acabaron deificándolo. ¿Cómo y en compañía de quién lo representaban? 10. ¿Qué tres acepciones principales tiene la palabra fortuna en español? ¿Entiendes por qué, es decir, la relación existente entre esos tres significados? 11. ¿Conoces la expresión rueda de la fortuna? ¿Y su origen? ¿Qué importancia tuvo en la iconografía medieval? Busca una imagen medieval de la rueda de la fortuna. 12. ¿Crees que la idea de la inconstancia de la felicidad estaba relegada a las obras de carácter histórico o filosófico? ¿Formaba parte también de la cultura popular? 13. ¿Conoces el mosaico llamado Memento mori?
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En 1878 se descubrió bajo las cenizas de Pompeya un singular mosaico que decoraba el triclinio de un edificio. Data del siglo I a. C. y actualmente se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. La obra está hecha con la técnica llamada opus vermiculatum: el artista trabaja con teselas, esto es, diminutos cubos de piedra o vidrio formados artificialmente, ideales para dibujar con precisión las figuras curvas. La composición tiene forma casi cuadrada (47 x 41 cm). El fondo es de color gris verdoso. Se trata de una alegoría de origen helenístico.
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En el centro hay una calavera humana, dibujada con tres colores fundamentales en varias gamas: blanco (más intenso en las zonas del hueso frontal y el arco supraorbital, para reproducir el brillo), gris y negro (para representar el volumen, la sombra y las suturas de los huesos del cráneo). La calavera es el símbolo de la muerte. Justo bajo el mentón de la calavera se ve una mariposa de alas rojas, festoneada con pintas amarillas y azules. Simboliza el alma: del mismo modo que la mariposa se libera de la crisálida, el alma, al morir, abandona el cuerpo en que se halla encerrada. Esta analogía quedó reflejada en la propia lengua, ya que la palabra que designaba en griego el alma, yuchv (psyché), pasó a significar también “mariposa”1. El arte antiguo abunda en representaciones del Alma como mariposa. Por ejemplo, en dos relieves romanos del siglo III después de Cristo, aparece Prometeo creando al hombre mientras Atenea se dispone a insuflarle el alma en forma de mariposa. Asimismo, Eros o Cupido (el Amor) suele aparecer atormentando a una mariposa, es decir, al Alma. A veces, ésta es representada como una muchacha con alas de mariposa.
Cupido con mariposa, de Antoine-Denis Chaudet (1763-1810) y Cupido acariciando el alma mientras se dispone a atormentarla, de John Gibson (1790-1886)
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Aristóteles, Historia de los animales 551a 14: “transcurrido el tiempo, se abre la crisálida y salen animales alados a los que llamamos mariposas (yucav")”.
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A la izquierda, mosaico romano: Psique (el Alma) robándole el arco a Cupido (el Amor). En el centro, grupo escultórico del siglo II a. C.: Eros y Psique con mariposa en la mano. A la derecha, relieve del siglo III d. C.: Atenea insuflándole el alma en forma de mariposa al hombre modelado por Prometeo.
La mariposa está posada sobre una rueda de seis radios, que simboliza la Fortuna. Los griegos representaban a la diosa Fortuna (Tuvch: Tyche) a veces con un timón que aludía al manejo que hacía de los asuntos humanos, a veces con una bola que recordaba los vaivenes del azar, los giros de la vida. Siguiendo con esta idea, se empezó a hablar de un “ciclo” o “rueda de la fortuna” (fortunae rota)2, expresión que daría lugar a una de las imágenes más populares de la cultura occidental. Generalmente se cree que la representación gráfica de la rueda de la fortuna no surgió hasta la Edad Media, pero además del mosaico que nos ocupa conocemos monedas romanas de la Era Cristiana e incluso un mosaico griego del siglo IV a. C. que muestran claramente la imagen de la rueda asociada a la Fortuna. La Fortuna es la responsable de que unos hombres nazcan ricos y otros pobres, y también de que su suerte se trueque respectivamente en mala o buena a lo largo de sus vidas, haciendo que el que antes se encontraba arriba más tarde esté abajo, y viceversa.
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HERÓDOTO 1.207.2: “en el ámbito humano, existe un ciclo (kuvklo") que, en su sucesión, no permite que siempre sean afortunadas las mismas personas”; SÓFOCLES fr. 871: “mi fortuna da vueltas en la rueda de la divinidad” (ejn qeou' trovcw/ kuklei'tai); CICERÓN, Contra Pisón 10: “ni siquiera temía a la rueda de la fortuna” (ne tum quidem fortunae rotam pertimescebat).
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A la izquierda y bajo estas líneas, la imagen más antigua que se conserva de la Rueda de la Fortuna, en un mosaico de la ciudad griega de Olinto, que fue destruida en el siglo IV a. C. En su parte inferior izquierda se aprecia la rueda, de cuatro radios, y bajo ella, en diagonal, la expresión [AGA]QH TUCH, es decir, “Buena Fortuna”.
Abajo a la izquierda, moneda del emperador Galieno (siglo III d. C.) que muestra a la Fortuna con sus atributos: en la mano izquierda, el cuerno de la abundancia, en la derecha el timón y bajo su trono la rueda. En el centro, miniatura de un manuscrito de los Carmina Burana: la Fortuna gobernando el círculo de las cuatro etapas de la vida. A la derecha, representación de la Rueda de la Fortuna en un emblema francés del siglo XVI.
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Encima de la calavera hay un nivel de madera (herramienta empleada por los constructores para averiguar la igualdad de altura entre dos puntos), y de su vértice pende una plomada (instrumento compuesto por una pesa cónica de metal que se sujeta al extremo de una cuerda para que ésta, tensada por la fuerza de la gravedad, señale la línea vertical). De cada extremo del nivel penden, como en una balanza perfectamente equilibrada, tres objetos. Del extremo izquierdo cuelga un cetro; en torno a él, atado con un cordón de oro, un traje púrpura; más arriba, un galón blanco. Del extremo derecho pende un bastón nudoso; a su alrededor, atado con una cuerda, un vestido andrajoso de color pardo; en la parte superior, una mochila de cuero. Es decir, respectivamente, los símbolos de la realeza y de la pobreza. La Muerte, la gran niveladora, pone fin a las desigualdades que se dan en la vida, ya que se lleva por igual al rico y al pobre, al poderoso y al esclavo. Como escribió el poeta latino HORACIO, “La pálida muerte golpea con el mismo pie las chozas de los pobres y las torres de los reyes.” “Ningún palacio que haya proyectado aguarda al rico con más seguridad que el final del Orco, que todo lo arrebata. ¿Por qué tratas de extender aún más tu hacienda? La tierra se abre igual para el pobre y para los hijos de los reyes; y al astuto Prometeo no lo dejó volver, ganado por su oro, el servidor del Orco.”3
El mosaico se ha dado a conocer con el título Memento mori, expresión latina que significa “Recuerda que morirás”. Esta frase se la decía el esclavo al general que desfilaba en el triunfo, mientras sujetaba sobre su cabeza una corona de laurel. Con ella, se le advertía para que sus éxitos no le hicieran creerse un dios. Dado que el triclinio era el lugar donde los romanos comían, el mosaico que lo decoraba era una invitación a los comensales para que recordaran los vaivenes de la fortuna y al mismo tiempo disfrutaran de los placeres de la vida mientras aquélla lo permitiera. Tanto la literatura como las artes plásticas antiguas ofrecen numerosos ejemplos de esta idea. En una novela romana leemos: “Mientras bebíamos, pues, y nos extasiábamos ante tales magnificencias, un esclavo trajo un esqueleto de plata, tan bien armado, que sus articulaciones y vértebras móviles podían girar en cualquier dirección. Después de dejar caer este esqueleto varias veces sobre la mesa y hacerle tomar varias actitudes gracias a sus articulaciones movibles, Trimalción añadió: ¡Ay! ¡Pobres de nosotros! ¡Qué poquita cosa es el hombre! ¡He aquí en qué pararemos todos nosotros cuando el Orco se nos lleve! ¡A vivir, pues, mientras tengamos salud!”4
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Odas 1.4.13-14 y 2.18.30-35, respectivamente. Satiricón, 2ª parte (“Cena de Trimalción”), 34 (trad. Lisardo Rubio).
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Arriba a la izquierda, mosaico romano con representación de esqueleto y leyenda en griego: GNWQI SAUTON (“Conócete a ti mismo”); en el centro, copa de Boscoreale, cerca de Pompeya, con figuras de esqueletos; a la derecha, mosaico pompeyano: esqueleto portando copas. Abajo, a la izquierda, La Danza de la Muerte (1493): la Muerte nos une a todos; en el centro, Vanitas (1671), de Philippe de Champaigne: todo se reduce a vida, muerte y tiempo; a la derecha, portada de un disco con el título Memento mori y la imagen de la calavera.
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A la izquierda, Las edades y la muerte (1539), de Hans Baldung: la Muerte trata de arrastrar a una anciana, que a su vez quiere llevarse a la joven, quien se resiste a seguirlas; un bebé dormido ignora su ineludible destino. A la derecha, In ictu oculi (“En un abrir y cerrar de ojos”, 1672) de Juan de Valdés Leal: la Muerte apaga la vela de la vida pasando por encima de los poderes y las glorias terrenales.
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1. Explica el significado del mosaico Memento mori. ¿Puedes resumirlo con un conocido lema, originado precisamente en la literatura romana? 2. ¿Se convirtió ese motivo en un tema universal? 3. ¿Qué sentido tiene en este contexto la frase Conócete a ti mismo? 4. ¿Por qué se consideraba que la muerte era la gran niveladora? 5. A juzgar por esta visión, se podría concluir que los antiguos no creían en ninguna clase de vida más allá de la muerte. ¿Pero era así? Lee el siguiente texto procedente de una carta escrita por el senador Plinio el Joven a un amigo suyo:
Nuestro tiempo libre nos proporciona la ocasión, a mí de aprender, y a ti de enseñarme. Así pues, me agradaría muchísimo saber si tú crees que existen fantasmas y si tienen figura propia y alguna fuerza sobrenatural o si, por el contrario, no tienen consistencia ni realidad y adquieren una apariencia a partir de nuestro temor. Yo estoy obligado en principio a creer que ellos existen, por lo que he oído que le ha sucedido a Curcio Rufo. Cuando todavía era hombre de poco relieve y casi desconocido, había formado parte del séquito del procónsul de la provincia de África. Al atardecer de un día en el que paseaba por el pórtico de su casa, se le apareció una figura de mujer de una altura y de una hermosura sobrehumana. Ante su temor le anunció que ella era el espíritu de África y que venía a predecirle el futuro: él regresaría a Roma, donde desempeñaría importantes cargos públicos, y luego, investido con la suprema autoridad, volvería a la misma provincia, donde encontraría la muerte. Todas las predicciones resultaron ciertas. Además, se cuenta que, al llegar a Cartago y bajar de la nave, la misma figura le salió al encuentro en la orilla. Ciertamente, habiendo caído enfermo, pronosticaba el futuro por el pasado, y la adversidad por sus éxitos previos, y abandonó la esperanza de recuperarse, aunque ninguno de los suyos la había perdido. Ahora considera si no es más terrible y no menos asombroso el relato que te voy a exponer según me lo contaron. Había en Atenas una casa grande y espaciosa, pero de mala fama y peligrosa para vivir en ella. En medio del silencio de la noche se oía el sonido del hierro y, si escuchabas más atentamente, el ruido de cadenas, primero lejos, luego más cerca; después aparecía un espectro, un anciano extenuado por la delgadez y la suciedad, con una larga barba y cabellos hirsutos, que llevaba grilletes en las piernas y cadenas en las manos, que movía al caminar. Por ello los ocupantes pasaban en vela a causa del miedo unas noches terribles y siniestras; la falta de sueño conducía a la enfermedad y, al crecer el miedo, a la muerte, pues incluso durante el día, aunque el espectro se había marchado, su imagen permanecía clavada en sus pupilas y el temor permanecía más tiempo que las causas de ese
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temor. Por ello la casa quedó desierta, condenada a la soledad y abandonada por entero al espectro; sin embargo, fue puesta en venta, por si alguien que no tuviese conocimiento de tal maldición quisiese comprarla o alquilarla. Llegó a Atenas el filósofo Atenodoro, leyó el anuncio y, cuando escuchó el precio, como la baja cantidad le parecía sospechosa, pregunta y se entera de toda la verdad, pero a pesar de ello, mejor diría, precisamente por ello, alquila la casa. Cuando empezó a oscurecer, ordena que le sea preparado un lecho en la parte delantera de la casa, pide unas tablillas, un estilete y una lámpara, y envía a sus sirvientes al fondo de la casa; él mismo se concentra por completo –mente, ojos y manos, en escribir–, para que su mente, al no estar desocupada, no oyese falsos ruidos, ni se inventase vanos temores. Al principio, como siempre, el silencio de la noche; después, los golpes sobre hierro y el arrastrar de cadenas. Él ni levantaba los ojos, ni dejaba de escribir, sino que se concentraba aún más en el trabajo y en mantener sus oídos sordos. Entonces, el estruendo continuaba creciendo, se aproximaba y se oía como si ya estuviese en el umbral, como si ya estuviese dentro de la habitación. Levanta la vista, mira y reconoce el espectro que le habían descrito. Allí estaba de pie y hacía señas con un dedo como si le llamase. Atenodoro, por su parte, le hace señas con la mano de que espere un poco y de nuevo se inclina sobre las tablillas y el estilete; el espectro mientras tanto hacía resonar sus cadenas por encima de la cabeza mientras escribía. De nuevo levantó la vista y vio que el espectro hacía el mismo signo que antes; no se detiene más tiempo, coge la lámpara y le sigue. Caminaba con paso lento, como si le pesasen las cadenas. Después que salió al patio de la casa, desvaneciéndose repentinamente abandonó a su acompañante. Una vez sólo, éste arranca unas hierbas y hojas y las coloca en el lugar como una señal. Al día siguiente se dirige a los magistrados y les pide que ordenen realizar una excavación en aquel lugar. Se encontraron unos huesos, incrustados y mezclados con las cadenas, que el cuerpo putrefacto por la acción del tiempo y la humedad habían dejado desnudos y consumidos por los grilletes; los huesos fueron recogidos y se les dio una sepultura pública. En lo sucesivo, la casa se vio libre de los Manes, debidamente sepultados. PLINIO EL JOVEN, Cartas 7.27 (trad. de Julián González Fernández) 1. ¿Creían los antiguos en los fantasmas? 2. ¿Por qué vagaba el fantasma por la casa ateniense? 3. ¿Qué quiere decir Plinio cuando escribe “a pesar de ello, mejor diría, precisamente por ello, alquila la casa”? ¿A qué se dedicaba Atenodoro? 4. En español designamos a este tipo de seres con una expresión muy popular que hace referencia al mismo tipo de hechos que relata Plinio. ¿Cuál es esa expresión?
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5. ¿Creían los antiguos en otros tipos de seres tan populares en la actualidad, por ejemplo, en los hombres lobos? Lee el siguiente texto extraído de una novela romana:
Cuando yo era todavía un esclavo, vivíamos en la Calle Angosta, en la actual casa de Gavilla. Quisieron los dioses que allí me enamorara de la mujer de Terencio, el tabernero. La conocíais: era Melisa la Tarentina, una preciosidad, una alhaja de mujer. Pero os lo juro, lo que me atraía en ella no era su físico o una vulgar pasión, sino más bien sus cualidades morales. Cuando le pedía algo, nunca me dijo que no; si ella ganaba un as, medio era para mí; yo lo guardaba en su bolsillo, y ella nunca me estafó. Su marido se encontró con la muerte un buen día en la casa de campo. Yo trabajé de pies y manos, me desviví por entrevistarme con ella: pues, como suele decirse, la amistad se demuestra en los momentos de angustia. Por suerte, mi amo había ido a Capua a liquidar unos enseres inútiles. Aprovechando la ocasión, convenzo a un huésped que teníamos para que me acompañara hasta el quinto miliario. Era un soldado valiente como el diablo. Salimos de noche, al primer canto del gallo; había tal claro de luna que parecía pleno día. Llegamos a la zona de las tumbas: mi hombre tiró por entre las estelas funerarias; yo me siento tarareando una melodía y contando dichas estelas. Luego, volviéndome hacia mi compañero, veo que se había desnudado y había dejado toda su ropa al borde de la calzada. Sólo me quedaba un leve aliento en la punta de la nariz; permanecí inmóvil como un muerto. En esto, él formó un círculo de orina alrededor de su ropa y al instante se convirtió en lobo. No os creáis que os gasto una broma; yo no diría una mentira por todo el oro del mundo. Pero, volviendo a mi relato, cuando se hubo transformado en lobo, empezó a aullar y desapareció en el bosque. Yo, en un principio, me sentí desorientado; luego me acerqué a recoger sus ropas, pero se habían petrificado. Si los sustos mataran a la gente, yo ya no estaría con vida. Eché mano no obstante a mi espada y seguí mi camino dando sablazos a las sombras hasta que me vi en casa de mi amiga. Mi aspecto, al entrar, era el de un fantasma; estuve a punto de sufrir un colapso; me caía el sudor por el entrecejo, mis ojos estaban muertos; me costó trabajo reponerme. Mi querida Melisa empezó por sorprenderse de que me hubiera puesto en ruta tan a deshora; luego añade: “Si hubieras llegado antes, nos hubieras al menos echado una mano; pues entró en la granja un lobo y desangró todos nuestros animales como si fuera un carnicero. Sin embargo, no se salió del todo con la suya, aunque logró escapar; uno de nuestros esclavos le atravesó el cuello de una lanzada.” Al oír esto, ya no pude seguir cerrando los ojos ante la evidencia; al clarear el día, salí corriendo a casa de nuestro común patrón Gayo, como un cantinero desplumado; al llegar al sitio aquel donde se había quedado petrificada la ropa, me encontré únicamente con sangre y nada más. Cuando llegué a casa, mi soldado estaba en cama, resollando como un toro; un médico le estaba vendando el cuello. Comprendí que era un duende y ya no pude en adelante comer un bocado de pan en su compañía; antes me hubiera dejado matar. Cada cual piense
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lo que le plazca sobre este asunto; si es mentira lo que digo, caiga sobre mí la ira de nuestros Genios Tutelares. PETRONIO, Satiricón 61-62 (trad. Lisardo Rubio Fernández)
1. ¿Crees que todos los griegos y romanos aceptaban con facilidad las historias de licántropos o fantasmas, la creencia en el más allá y en general las creencias religiosas? ¿Dieron algunas personas el salto a la razón? Lee los siguientes textos de tres filósofos griegos y de un poeta romano:
Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros (mhde;n pro;" hJma'"). Porque todo bien y todo mal residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. Por eso, el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible, en efecto, hay en el vivir para quien ha comprendido que nada terrible hay en el no vivir. Mientras nosotros existimos, la muerte no está presente y, cuando está presente, ya no estamos nosotros. EPICURO, Carta a Meneceo 124-7
No es impío quien suprime los dioses del vulgo, pues no son prenociones sino falsas suposiciones los juicios de la masa sobre los dioses. Ibídem 169
Si la divinidad prestara oídos a las súplicas de los hombres, pronto todos los hombres hubieran perecido, porque de continuo piden muchos males los unos contra los otros. Ídem, Fragmento 361 Usener
Algunos hombres, que desconocen la corruptibilidad de la naturaleza mortal, pero que son conscientes de que han actuado mal en su vida, sufren durante toda su vida por su confusión y su temor, porque han fabulado mentiras acerca del tiempo que se extiende más allá de la muerte. DEMÓCRITO DE ABDERA, fr. 297 DK
Cerbero y las Furias y la privación de luz y el Tártaro vomitando horrendas llamas por sus fauces ni existen en sitio alguno ni existir pueden en verdad. LUCRECIO, La Naturaleza 3.1011-3
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Los mortales creen que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura como ellos. Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a los caballos, los bueyes a bueyes, tal como si tuvieran la figura correspondiente a cada uno. JENÓFANES de Colofón en CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Misceláneas 5.109-110
1. ¿Quiénes eran los atomistas? 2. ¿Quiénes eran los epicúreos? 3. ¿A qué tipo de prácticas vistas en este tema se refiere Epicuro en el tercer texto? ¿Cree este filósofo en su efectividad? 4. ¿A qué “mentiras” exactamente puede referirse Demócrito en su texto? 5. ¿Qué sugiere Jenófanes en su poema? 6. ¿Había ateos o agnósticos en el mundo griego? ¿Quiénes eran Diágoras de Melos, Pródico de Ceos, Protágoras de Abdera, Evémero de Mesene y Pirrón de Élide? ¿De dónde provienen las palabras ateo y agnóstico?
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