Creciendo

  • April 2020
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CRECIENDO, UN PROYECTO DE VIDA Fundamentación: El Sistema Pedagógico Vaneduc prevé instrumentar todas las estrategias posibles para desarrollar en los alumnos una personalidad creativa, ética y autónoma. Personalidad que le permita insertarse en la sociedad con la fortaleza suficiente para proyectarse, en forma individual y social. “Creciendo, un proyecto de vida” es un Programa sistematizado sobre Cuidados de la Salud y Prevención de Adicciones, que tiende a elevar la Calidad de Vida. Se basa en cuidados de la salud, porque entendemos a la Salud en la acepción íntegra del término: “estado de bienestar físico-psíquico y social”. De allí que los tres ejes en que se sustenta el programa son: Autoestima- Cuidados de la Salud y Habilidades y destrezas para relacionarse en la vida. Así estamos abordando a la persona en sus distintas manifestaciones: Psíquica-afectiva-emocional; Física, salud-enfermedad, social- interacción con el medio y espiritual- trascender a través de proyectos. El propósito es favorecer en el niño, en el adolescente y en el joven, el desarrollo de las habilidades cognitivas, afectivas y sociales que le permitan adquirir las competencias necesarias para “quererse, cuidarse y proyectarse”, relacionándose con el otro manteniendo su propia identidad. Estructuración del Programa: “CRECIENDO”, se articula sobre tres ejes: el primero, llamado AUTOESTIMA, Abarca tres áreas: a) Autoconocimiento; b) Superación de obstáculos y c) Ser uno mismo. El segundo es CUIDADOS DE LA SALUD Abarca cuatro áreas: a) Alimentación; b) Enfermedades; c) Drogas y d) Sexualidad. En tercera instancia se encuentra HABILIDADES Y DESTREZAS PARA RELACIONARSE EN LA VIDA, .Abarca cuatro áreas: a) Capacidad de elección; b) Derechos y deberes; c) Medios de comunicación y d) Capacidad creativa y discernimiento valorativo. Algunas de las temáticas abordadas: Diario CLARIN 2/04/08 Adolescentes: la lucha por la identidad es hoy más ardua Quizá porque sus padres comparten cierta cultura juvenilizada, para los chicos actuales los espacios de transgresión se han reducido. Ser diferentes implica entonces una apuesta mayor.

Programa: “Creciendo, un proyecto de vida” Grupo Educativo Vaneduc

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Por: Marcelo Urresti Fuente: SOCIOLOGO, DOCENTE UBA E INVESTIGADOR DEL INSTITUTO GINO GERMANI Los adolescentes, lejanos del adulto y expulsados de la niñez, se recuestan en grupos de pares, la red inmediata de amigos con la que comparten largas horas. Se mueven "en manadas", salen juntos, se citan en el espacio virtual y se expresan a través de distintos gustos por la música, por un tipo de ropa, por un ámbito de encuentro, por una elección para el tiempo libre. En esas afirmaciones son frecuentes las diferencias con los otros, situación que puede conducir a disputas con otros grupos y en extremo a peleas violentas. La adolescencia es la edad de la "lucha por el reconocimiento". En ella se manifiesta la rebeldía y el desafío hacia las generaciones mayores, buscando atención, planteando diferencias, testeando límites. En suma, procurando una legítima visibilidad frente a ese otro generacional en el que reposa la autoridad, base sobre la que posteriormente proyectan su identidad como adultos. Las manifestaciones de las culturas juveniles actuales responden a estos interrogantes propios de la edad con la impronta de una época altamente tecnologizada en sus comunicaciones y un estado de las relaciones intergeneracionales atravesado por el acercamiento y la horizontalidad. De acuerdo con lo primero, las llamadas tecnologías de la información y la comunicación adquieren un especial relieve entre las generaciones jóvenes, proclives a asumir en primera persona —hágalo usted mismo— y como si fueran parte de su naturaleza inmediata —positivamente y sin mayores reparos— las herramientas que provee este universo en constante expansión. No se trata sólo de aparatos electrónicos: el software en sus plásticas aplicaciones tiene entre los adolescentes a sus principales demandantes, testeadores y usuarios privilegiados. El correo electrónico, el infinito flujo de SMS, los blogs y sus derivados, los fotologs y los videologs tienen como sostenedores a las jóvenes generaciones. De acuerdo con el segundo punto, las diversas generaciones en términos históricos están más "cerca" que nunca. Esto significa que a diferencia de otros momentos, padres e hijos tienden a compartir una cultura relativamente "común" e indistinta. Con sólo pensar en las fechas de nacimiento de los menores de 25 alcanza para postular padres que fueron jóvenes o que vivieron su adolescencia con posterioridad a la consolidación de las llamadas "culturas juveniles". Los padres de los adolescentes actuales forjaron su estilo adulto en culturas que les permitieron una adolescencia típicamente juvenilizada, algo que les fue vedado a las generaciones previas, socializadas en culturas tradicionales. Así, los adolescentes actuales deben gestar su oposición generacional frente a padres juvenilizados, menos tradicionales y formales, más descontracturados y liberales, y hasta protagonistas de la rebelión generacional de los sesenta y los setenta. Es decir que son hijos de personas fogueadas por el espíritu juvenil. Programa: “Creciendo, un proyecto de vida” Grupo Educativo Vaneduc

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En este punto entonces es donde hay que plantear las diferencias. Los jóvenes actuales tienen un espacio de transgresiones que se ha reducido. Ya no está en el sexo, ya no está en la "música joven", y si está, no está más en el rock y sus variantes, ya no está siquiera en las drogas. La transgresión está en la radicalización del estilo, lo que lleva a la proliferación de formas musicales, indumentarias, estéticas y de presentación de sí ante los otros que busquen romper la aceptación adulta: esto hace que ciertas expresiones de las culturas juveniles sean cada vez más encriptadas, secretas y retraídas, pero al mismo tiempo extremas y vociferantes, depresivas en algunos casos, desesperadas en otros, pero siempre desafiantes y amplificadas en su voz. Esa llamada de atención se radicaliza en la ropa —llamativa, provocadora y hasta blasfema—, en los gestos —amenazantes, oscuros, demonizados— y en las prácticas extremas —como la autoflagelación y los cortes. Los emos son parte de esta encrucijada tan especial de las culturas juveniles contemporáneas. Los floggers son adolescentes menos estilizados —en el sentido de buscar diferenciarse de lo masivo por la ropa, la música o el look— aunque a tono con la época por los medios que emplean: buscan lo mismo que los adolescentes de otras épocas, aunque con las herramientas que les ofrecen las nuevas tecnologías. Apoyo de sus pares, inclusión en redes de amigos, posibilidad de alternar y flirtear con otros adolescentes son algunas de las finalidades que llevan a utilizar los blogs y los fotologs, un medio barato y masivo para darse a conocer y multiplicar posibilidades de encuentro real, para complementarlo luego con el chateo por mensajería inmediata o por intercambio de SMS, algo que antes se hacía en interminables charlas telefónicas. El objetivo es construir grupos, fortalecer redes de inclusión, lograr los beneficios que promete el amor en un momento en el que las comunicaciones interpersonales se encuentran definitivamente atravesadas por las nuevas tecnologías.

Hoy se hace a través de veloces textos entrecortados, de imágenes publicadas por su mismo protagonista o de opciones estilísticas radicales y espectaculares, pero la canción sigue siendo la misma: es la lucha por el reconocimiento de los adultos, la amistad de los pares y el amor de los amados.

Diario CLARIN, 15/03/09

Los chicos del "paco": camino directo a la perdición Programa: “Creciendo, un proyecto de vida” Grupo Educativo Vaneduc

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Hay cerca de 180 mil adictos. Calculan que el 68% termina delinquiendo. Y matar o morir es un destino de muchos. Aun así la asistencia del Estado es casi nula. Clarín recorrió los sitios críticos. La Villa 31 es territorio del paco. A cualquier hora, a metros del destacamento policial, en ese pibe de 12 años con buzo deportivo que ahora sale del contenedor de basura y muestra los dientes como con rabia, aunque lo suyo es otra cosa. El que le habla es otro vecino, un señor grande que quiere ayudarlo. - Dale, Ever, vamos.. - No, ni loco. - Dale, Ever, así te curan. Son imágenes cotidianas de un naufragio silencioso, un drama que está aniquilando chicos en todo el país mientras la ayuda oficial es escasa o nula, un flagelo increíblemente ajeno a los debates sobre delincuencia juvenil, imágenes despiadadas, en fin, de la pura exclusión. Lunes a las diez de la noche, barrio de Pompeya. Sobre la avenida Amancio Alcorta, a lo largo de 200 metros de vereda se ve a tres grupos de chicos aspirando humo de sus pipas. Se hace difícil adivinar sus edades porque sus cuerpos están carcomidos, flaquísimos, las ropas holgadas y sucias. Deben tener trece, catorce años y en cada grupo hay cuatro o cinco chicos. En un ratito pasará un patrullero, la forma más conocida del Estado en estos sitios, pero el patrullero no se detendrá, ni siquiera les prestará atención. El paco es tan letal como invisible. Se calcula que ya hay casi 180 mil personas que lo consumen en todo el país, pero a pesar de eso no hay ningún plan intensivo y coordinado para combatirlo. En la ciudad de Buenos Aires (donde viven 40 mil de los consumidores), ni siquiera está reglamentada la Ley de Adicciones que debería paliar el drama. Tampoco hay lugar en los hogares de rehabilitación. Ni protocolos que definan qué debe hacer la Policía frente a estos casos. Ni atención en los hospitales públicos, donde no están preparados para recibir a los chicos del paco. Y hasta sus madres, desesperadas, no saben cómo sacarlos de las profundidades. El paco, mientras, avanza. Aniquila las neuronas en seis meses y lleva a sus consumidores a robar, a prostituirse, a morir o matar. Es tramposo el paco. Se supone que es una droga barata (promedio cinco pesos), pero su efecto (ni siquiera placer, apenas la saciedad, la satisfacción de tenerlo) dura apenas unos minutos y entonces hay que comprar más, hasta 100 o 150 dosis por día, pero como no hay plata que alcance entonces se sale a robar y se muere o se mata o todo a la vez. Un estudio de la Secretaría de Adicciones de la provincia de Buenos Aires sostiene que el 68 por ciento de los consumidores de paco acaba robando. Los que están en el tema creen que el porcentaje de riesgo es todavía mayor. "El 98% termina mal", dice Sebastián Cinquerri, diputado del ARI, "exagerando pero no tanto". Lo real es que el paco cobra visibilidad recién cuando se convierte en una tragedia de otros (Ver Un conducto...). Martes, seis de la tarde, barrio de Mataderos. En la esquina de la avenida Eva Perón y Aristóbulo del Valle, un policía apunta al suelo con una escopeta que causaría escozor en otras partes de la ciudad. Aquí es práctica habitual, como las pintadas verdinegras de los hinchas del torito de Chicago, en uno de los epicentros de la distribución y consumo del paco: Ciudad Oculta, una de las villas más extendidas y abandonadas a la suerte de sus patriarcas, los narcos. Al policía se lo ve tranquilo, quizá porque todavía es de día y la calle y las veredas se ven repletas de chicos en delantal que acaban de volver del cole, juegan a la pelota, corren en imaginarias canchas de fútbol. ¿Y los chicos del paco? Están fumando en las madrigueras, alguna pieza oscura o las cabinas de un locutorio, y el policía dirá que es tarde para verlos en la calle. "Ahora es cuando consumen. Para robar salen más temprano". ¿No roban de noche? "De noche no distinguen entre una persona y un poste". El paco llegó a los barrios pobres en el 2002, de la mano de la crisis (ver Página 36). Un estudio de la Sedronar (Secretaría contra el Narcotráfico) sostiene que los consumidores ya ocupan el 28 por ciento de las camas disponibles para tratar a los adictos de cualquier droga. La cantidad de camas es, como fuera, insuficiente. Hay 2.500 lugares para todo el país. "Poquísimo", reconoce el titular de la Sedronar, José Granero (Ver Página 36). ¿Cuál es el perfil de los chicos del paco? Son varones en el 82 por ciento de los casos. Y sólo el 18 por ciento ha tenido trabajo o alguna ocupación. ¿La edad de inicio? La Sedronar dice que los trece años. Pero las recorridas y consultas de Clarín en los barrios más afectados sugieren que la

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realidad se burla de la estadística. En la Villa 21, en la Villa 1-11-14, en la 31 de Retiro o en Ciudad Oculta, los chicos arrancan a los nueve años. Miércoles, siete de la tarde, en el interior de Ciudad Oculta. La villa de Mataderos está arrasada. No por nada, aquí hay 150 "madres del paco", como se bautizaron esas mujeres que han visto la muerte en los rostros de sus hijos. "Nos están matando a los pibes", dice María Rosa González, apoyada sobre su mesita de siempre, en el barrio donde nació hace más de 40 años. María Rosa acaba de internar a uno de sus hijos en un centro de rehabilitación. Ya había pasado por esta pesadilla con otro de los suyos. Esta vez tardó dos semanas en conseguir una cama y eso que ya es una figura conocida para las autoridades. Por eso no duda: "El Estado no hace nada por nosotros. Nadie camina las villas y los pibes no tienen futuro. Están abandonados". Lo que rodea a María Rosa se repiten en los 20 o 30 mil habitantes de la villa. Paredes descascaradas, techos de chapa que no evitan las lluvias, gritos y disparos en la noche, vendedores de paco de doce o trece años a cada vuelta de pasillo. En una casita que señala María Rosa, dos días atrás encontraron a un chico de 14 ahorcado con un alambre. "Pero los muertos de la villa no le importan a nadie", dice. El ahorcamiento es un final habitual en los adictos más avanzados. La abstinencia es demasiado pesada. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lleva más de 22 meses sin reglamentar la Ley de Adicciones que votó la Legislatura el 3 de mayo de 2007. Es decir que, por ahora, es letra inútil. La ley le exige al Estado la apertura de centros de atención de emergencia social, unidades móviles de atención en los barrios, unidades de referencia en los hospitales. Poco se ha hecho antes, ahora hay promesas. La Ciudad cuenta con tres centros de atención para adictos, pero sólo uno permite atender emergencias, y es muy poco. "Hemos estado haciendo convenios con 19 ONGs para ampliar nuestra capacidad de atención", dice el director del Programa de Adicciones de la Ciudad. A Alberto Magnano le sobra optimismo. Cuenta con un presupuesto mínimo, de 10 millones de pesos, que aún así supera en 3 millones al que había asignado la gestión anterior, cuando gobernaba Jorge Telerman. En el Gobierno nacional las cosas son peores. La Sedronar tiene apenas 32 millones de pesos para todo el año y todo el país, 4 millones menos que en 2008. Con esos fondos deberían pagar internaciones, armar programas de prevención y de rehabilitación. ¿Y qué pasa en los hospitales? Nada. Los hospitales no quieren a los chicos del paco. Lo reconoce uno de los directores: "No estamos preparados para recibir a esos chicos. Además son violentos y atacan al personal y a los otros pacientes". Lo dice bajo el compromiso de no revelar su identidad. Está mal decir lo que ha dicho. Pero es lo que ocurre. Hay promesas. En el Programa de Adicciones porteño están poniendo en marcha un plan de asistencia en los barrios. El programa es una exigencia de la Ley no reglamentada, pero muy austero. Por primera vez, habrá presencia en 5 villas, tres veces por semana y por unas cuatro horas cada vez. ¿No será poco? "Es un dispositivo que está comenzando. De a poco vamos a dejar un tejido social armado", promete Magnano. Las pruebas sobre la ausencia o saturación del sistema son abundantes. El 17 de octubre de 2008, durante una reunión de plenario del Consejo de la Niñez porteño, representantes del Gobierno lo reconocieron. Quedó asentado en las actas. Se dijo que hay unos mil chicos internados en hogares infantiles (incluyendo indigentes, chicos sin hogar, hijos de padres golpeadores), pero que no hay historias clínicas "satisfactorias" de los chicos y "falta supervisión y controles" de esos hogares. En otra de esas reuniones, según surge de las actas a las que accedió Clarín, la Directora de la Niñez, Vanesa Wolanik, admitió que ante la falta de hogares de rehabilitación para tratar casos de emergencia, se están enviando chicos adictos a una clínica que ya fue "denunciada" por la Dirección de Salud Mental de la Ciudad de cometer "graves maltratos y violación de los derechos de los chicos". Explicó Wolanik: "Ante la ausencia de otros lugares, este lugar nos sirve para estabilizar al chico y luego poder derivarlo". Se refería a la clínica Luján, con sedes en la Capital. Jueves, a mediodía, en Plaza de Mayo. Son cerca de cien personas, las mujeres con pañuelos negros sobre la cabeza, los hombres con pancartas y folletos para repartir a turistas y vecinos. Caminan alrededor de la pirámide, como las Abuelas y Madres, sólo que reclaman por su drama de hoy, el maldito paco. "Nadie nace asesino", grita la mujer morena que guía la marcha desde un parlante. Y sigue: "Basta de indiferencia", "Nadie quiere rehabilitar a nuestros chicos", "El paco se vende como caramelo". Las madres y los papás de los chicos del paco están desesperados. La internación en una clínica privada de rehabilitación cuesta 2.500 pesos por mes, un imposible en los márgenes pobres. Necesitan ayuda del Estado. Pero las leyes son complejas. La Ley de la Niñez porteña prohíbe la internación por la fuerza, ya que se considera (lo sostiene la Convención de los Derechos del Niño) que los chicos tienen derecho a

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elegir. Con los más grandes ocurre lo mismo, así que la única opción que tienen de enviarlos a una clínica es con la voluntad del chico (improbable) o el aval de un juez (difícil). Pero es todo un derrotero. "Estoy intentando internar a mi chico desde enero pero el juez da vueltas y vueltas", cuenta Alejandra Escobar, girando sobre la pirámide de Mayo. Esa complejidad hace aún más importante el trabajo en los barrios, primero de prevención y luego de rehabilitación. Uno de los que más sabe del tema es el legislador porteño José Machaín: "Vivimos en una sociedad muy hipócrita. Le exigimos a los chicos pero no les damos opciones. Hoy el gobierno de (Mauricio) Macri ni siquiera les da un lugar en el colegio. En la Ciudad hay 8.000 chicos que no encuentran vacante para estudiar".La Sedronar y el gobierno porteño tienen algunos programas para estimular a los chicos de las villas, pero son demasiado pocos, casi insignificantes. "En los barrios no hay nadie o no se los ve", había dicho María Rosa en Ciudad Oculta. Viernes, once de la mañana, en el interior de la Villa 31 de Retiro. Jorge es zapatero y vive en el barrio desde hace 26 años, cuando la villa no era ni la mueca de lo que es hoy. Dos de los cinco hijos de Jorge fueron adictos al paco; uno de ellos todavía pelea por salir. Y Jorge se ocupa de levantar chicos de las calles. Los reta, los levanta y los empuja hacia la Sedronar para pedir auxilio. Lo hace cuando le queda algo de plata, lo que ocurre muy pocas veces. Hay que pagar el colectivo, ir al centro, pelearse con los funcionarios, reclamar a los jueces, esperar días y días hasta que alguien le consiga un lugar de internación. "Tardan tanto que los chicos se arrepienten y se van. O se escapan después, porque no saben cómo contenerlos". Jorge camina, ahora, por las callecitas de la villa. Pasa por un locutorio donde se vende paco, saluda a un vecino que se asoma por una puerta de chapa con su pipa en la mano. Cincuenta metros más y se cruza con una rubiecita, hermosa, que carga con un bebé. Se besan, se abrazan. "¿Cómo estás?", pregunta él. "Más gordita. Me fui a Santiago del Estero para alejarme de todo", cuenta ella y sonríe. "¿Y dejaste de fumar?", insiste Jorge. "No del todo, pero bastante". La caminata sigue, atraviesa una cancha de fútbol, las casillas a uno y otro lado de los pasillos, nenes que caminan indiferentes a una quinceañera que se tambalea de un ladro al otro, en pleno delirio. Cuando Jorge llega a una de las calles principales, los chicos del paco son cinco, seis, y se dejan ver a veinte metros del destacamento de la Policía. Otra vez la misma postal: cuerpos delgadísimos, ropas sucias y gigantescas, un andar cansino, de sonámbulos. Ahí nomás está el contenedor de basura de donde sale el pibe de buzo deportivo, con las manos teñidas del negro de la roña. No ha encontrada nada ni para comer ni para vender. Ahora muestra los dientes hacia afuera, los labios inflamados, camina rengueando y torpe, flacucho, a pesar de sus 12 años. Ha llegado a ese estado en el que ya no tiene fuerzas ni para conseguir plata, está en plena gira por su noche interior. - Dale, Ever, vamos que te llevo. - No, ni loco. - Dale, Ever, así te curan. - No, ni loco Aparece otro muchacho, más grande, sano, quizá el hermano mayor de Ever o un amigo de la familia, que también intenta. - Dale, Ever, andá que te van a conseguir novia. Pero Ever ya no escucha. Y sigue caminando, parece caerse a cada paso. Así ha sido su lunes, su martes, miércoles, jueves, viernes, lo será el sábado y hoy, domingo. Así será la vida de Ever hasta que todo termine o algo cambie. ENTREVISTA A JOSE GRANERO

"Ponemos todo nuestro esfuerzo, pero no alcanza" El jefe de la Sedronar reclama más fondos para prevención. Y pide que la Policía ataque a los narcos. Programa: “Creciendo, un proyecto de vida” Grupo Educativo Vaneduc

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José Granero está a cargo de la Secretaría de Prevención y Lucha contra el Narcotráfico. Una secretaría de gran nombre, bajo presupuesto y cada vez menos incidencia. Pero es la responsable oficial del problema de las drogas y el paco. ¿Cuál es su evaluación sobre este flagelo? El paco es una droga de exterminio. En seis meses te destruye las neuronas. Por eso viene acompañado del marketing de la muerte. No es que te mata directamente. Los adictos acaban en muertes violentas, por enfrentamientos no sólo con la policía sino también entre ellos. Y muchos ahorcados... Y muchos ahorcados. Es la realidad. ¿Por qué el Estado no ayuda o no lo hace con contundencia? Estamos haciendo planes con las "Madres del paco". Pero es lo que está en nuestro alcance. Es una tarea de militancia. Hay que enseñarle a la madre cómo acudir a un juez, porque los funcionarios de gobierno no pueden enviar a un pibe a internarse. Lo que se hace está claro que no alcanza. Ponemos todo nuestro esfuerzo en la prevención, usamos al deporte como factor de atracción y los vamos rescatando, de a poco. Pero vamos atrás de los acontecimientos. Además hay que hacer una lucha policial, también. Hay que evitar que se instalen los laboratorios clandestinos en las villas. ¿Y qué se hace para los casos de emergencias? ¿Por qué en los hospitales no atienden a los chicos? Nosotros capacitamos a profesionales médicos y enfermeros en muchas provincias y en Capital. Pero los hospitales no están preparados para esto. Hay problemas de estructura, pero además los médicos salen de la facultad sin una preparación específica sobre este problema. Si encuentran a un adicto internado en un hospital, les doy la cinta azul de la solidaridad. En algunos, como en el Santojanni, al menos los desintoxican. Pero después los dejan ir. Hoy no pueden hacer otra cosa. ¿Considera insuficientes los hogares dedicados a la rehabilitación de adictos? Tenemos 2.500 camas en todo el país y es poquísimo. Por eso no se satisface la demanda. Y nosotros teníamos un presupuesto de 36 millones y ahora tenemos 32. Yo escucho a la oposición criticando pero cuando se aprobó el presupuesto nadie dijo nada. Y ahora lo que me preocupa es la despenalización. Si la Corte no tiene cuidado, pueden quitarle a los jueces el único recurso que tienen las madres. La ley de drogas hoy habilita al juez a mandar a una persona a rehabilitarse. Sería terrible si eliminan eso.

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Paco: madres contra el miedo

“Soy conciente de que si mi hijo consume paco está arriesgando su vida, pero también la vida de los demás porque quizás, para conseguir la plata para comprarlo, roba y puede llegar a matar a alguien. Y detrás de esa persona hay una familia que, como la mía, también es víctima. Con nuestra lucha no solamente estamos cuidando la vida de nuestros hijos, sino la de los demás”, afirma María Rosa, una de las madres que desde el 2003 se viene movilizando para pelear contra el consumo del “paco”. María Rosa tiene 44 años pero por el tono de su voz parece que tuviera 20 más. Vive en Ciudad Oculta y es madre de Jeremías, de 21, y José, de 27. Ambos fueron consumidores de pasta base de cocaína, el residuo que queda luego de que es purificada con solventes neurotóxicos y que son los que causan lesiones irreversibles. Jeremías pudo zafar y hoy consiguió un trabajo. “Cuando lo interné, pesaba 45 kilos con 1,80 metros de altura. Estuvo 6 meses en una comunidad privada donde lo sobremedicaron. Aumentó de peso por la retención de líquidos y perdió la sensibilidad, al punto de que cuando se quemaba, no sentía nada. De ahí lo trasladé a un neuropsiquiátrico a través del Sedronar”, admite con resignación. José, que fue quien la había impulsado a hacer algo para tratar de sacar a su hermano Jeremías del paco, comenzó a consumir hace seis meses.

“Se quedó sin trabajo, tiene dos nenas y se le había muerto una de 9 meses. Buscó consuelo en un lugar equivocado y se entregó al paco. Él dice que quiere zafar y no puede. Se escapó de donde estaba internado porque no aguantó la abstinencia, que es tremenda y muy difícil de superar”, asegura.

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Delincuentes o enfermos? Para el presidente de la Federación de Organizaciones no Gubernamentales de la Argentina para la Prevención y el Tratamiento del Abuso de Drogas (FONGA), Rubén González, el consumo de paco está vinculado con situaciones de marginalidad que viven niños y adolescentes producto de la exclusión social en la que están inmersos. “Hay ya generaciones de excluidos que no han visto trabajar ni a sus padres ni a sus abuelos, que fueron dejado en el camino por el modelo neoliberal. Niños y adolescentes que están sin un cuidado y comienzan a consumir todo tipo de sustancias: no sólo paco, sino también alcohol, psicofármacos, pegamento o nafta”, sostiene González. Pero el paco, además de ser barato, es la droga que produce un mayor deterioro en menor tiempo. “Es una de las sustancias más peligrosas por la adicción que genera. Nadie puede sostener un consumo de paco de años , en forma permanente, como sí sucede por ejemplo con la cocaína. Después de algunos meses, el daño en la salud psíquica y neurológica de los pibes es muy grave”, señala desde su experiencia de 25 años de trabajo en una de las 50 organizaciones que integran FONGA. María Rosa cuenta que por el estado de adicción en el que estaba Jeremías, cuando intentó recuperarse y entró en abstinencia, quiso matarse. “Son concientes de que el consumo los lleva a la muerte pero hacen lo que sea para conseguir. Al mismo tiempo reconocen que es una mierda y que en cualquier momento tienen tuberculosis, hemorragia estomacal o secuelas en el sistema nervioso central que les generan temblores. Jeremías tuvo hemorragia y, en el neuropsiquiátrico, tenía que estar atado y lo tenían que limpiar. Imaginate lo que le hace eso a un chico de 19 años”, se lamenta.

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Más allá de que la sociedad suele ver a los “paqueros” como “delincuentes”, los especialistas advierten que el adicto a la pasta base de la cocaína es un enfermo. Concientizar a la sociedad de que se trata de adictos que necesitan rehabilitación y no la cárcel, es una de las tareas que se propuso el grupo de estas Madres por la Vida. “El consumo de paco es una enfermedad como lo es cualquier otro uso adictivo de sustancias dañinas y genera un trastorno compulsivo que no se puede controlar por tratarse de una sustancia fuertemente adictiva”, advierte Hugo Miguez, psicólogo y especialista en adicciones. Las cifras que da son contundentes: “La frecuencia de consumo diario en el caso de la marihuana es de un 3% en zonas críticas, en tanto que en el consumo de paco diario supera el 60%”. “Salen a robar para poder consumir, no para comprarse un sándwich. Y los vecinos que les compran una plancha o ropa que robaron de su casa son también cómplices. Después terminan encargándoles otros objetos que ellos, por la desesperación, salen a robar como sea. Les piden un celular de tal marca porque saben que lo van a conseguir para cambiarlo por plata para poder consumir”, cuenta María Rosa. Cada vez más chicos El consumo de paco aumentó en los últimos cuatro años con una tendencia preocupante. Lo fuman pibes cada vez más jóvenes. “Ha bajado el umbral de edad de inicio. Hace diez años era excepcional que un niño estuviera en tratamiento por uso de drogas. Hoy, un tercio de los chicos internados en alguno de los centros de FONGA tiene menos de 14 años", sostiene González. Explica que el fenómeno obedece a que “hay más oferta porque la demanda siempre está por el deterioro social. Y, en determinados sectores donde es más notorio, hay un caldo de cultivo muy grande para este tipo de adicciones” analiza González.

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Para Miguez es importante evitar la doble exclusión. “Si un muchacho tiene problemas porque es un paquero, la comunidad inmediatamente lo estigmatiza o lo rechaza. Y ahí pierde el único puente que puede transitar para su recuperación. La comunidad tiene que aceptar que el joven es parte de ella y que necesita ayuda para poder salir. No es fácil porque un chico adicto trasgrede las reglas sociales todo el tiempo y la comunidad lo rechaza”. Madres sin miedo Las Madres contra el paco tratan, además, de terminar con el miedo. Intentan romper el silencio para que la gente en los barrios se anime a denunciar a los vendedores de paco. Gracias a su valentía, en febrero de este año el narcotraficante Isidro Ramírez fue denunciado y condenado a 8 años de prisión por comercialización de estupefacientes agravado por la utilización de menores de edad y tenencia ilegal de armas de guerra. “Más allá de nuestras denuncias, el peligro está continuamente, pero también está la vida de mi hijo. Yo recibí amenazas, pero si ves que tu hijo se te está muriendo, te las olvidás”, afirma María Rosa. Las madres se juntan una vez por semana y comparten experiencias. Arman estrategias para exigirle al Estado que combata el tráfico ilegal y que el problema sea visto como una enfermedad. Pero no se quedan en la queja: caminan por el barrio de noche y hablan con los chicos que fuman. María Rosa cuenta, por ejemplo, que se contacta con el Sedronar para que realicen internaciones en el día pero advierte que, como no hay orden judicial, los chicos salen de los hospitales a los dos o tres días. “Los hospitales municipales, a diferencia los neuropsiquiátricos privados, no están preparados para recibir consumidores de paco. Y el Estado no toma cartas en el asunto, no hace un control de cómo están los chicos en las internaciones, ni un seguimiento del tratamiento”, alerta María Rosa. Miguez admite que “el tema de las adicciones, en general, es difícil para el sistema hospitalario porque les cuesta visualizar al adicto como un enfermo” y señala que por eso la Subsecretaría de Atención a las Adicciones bonaerense abre centros en zonas críticas, dentro de sus posibilidades. En la Ciudad, en tanto, se abrió Casa Puerto, en Flores, que recibe pacientes derivados de hospitales públicos.

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El “paco” llegó a la clase media Conocida popularmente como “la droga de los pobres”, esta sustancia que puede ocasionar la muerte en tres meses de consumo también circula por barrios acomodados de la capital como Belgrano y Colegiales según lo reveló un estudio reciente realizado en nuestro país.

La pasta base de cocaína (PBC) es una droga poderosa de producción casera formada por los desechos de la cocaína, de alta toxicidad y que puede causar daños muy severos. Cuesta tan sólo un peso y su efecto dura menos de cinco minutos por eso hay chicos que llegan a consumir varias dosis por día. Su forma de consumo es muy sencilla, ya que sólo se requiere colocarla arriba de un papel, someterla a la acción del calor e inhalarla, o bien fumarla en un canuto utilizando una virulana como filtro. En nuestro país, el consumo de pasta base aumentó considerablemente por la proliferación de “cocinas” de cocaína, su bajo precio y la adicción que genera. Sólo en los últimos dos años fueron descubiertos más de 30 laboratorios clandestinos de cocaína (de elaboración doméstica) y los decomisos de la sustancia ya cocinada durante 2005 crecieron en un 130 por ciento. Existe una fuerte creciente en el consumo de pasta base de cocaína (PBC) o paco en los sectores sociales medios. El paco no es sólo una consecuencia de la miseria sino el efecto del cambio del mercado global de drogas debido a que la Argentina es ahora un país productor y exportador, y no hace otra cosa que vender el desecho de esa producción: el paco. RADIOGRAFIA DEL CONSUMIDOR PORTEÑO El estereotipo social de un consumidor de paco responde a un usuario pobre, joven y descontrolado que al cabo de pocos meses, muere. Sin embargo, un estudio reciente del fenómeno permitió trazar una nueva radiografía del consumidor y generó algunas sorpresas no muy gratas: Habitantes de barrios como Colegiales, Belgrano, Boedo, Almagro y Montserrat, sectores considerados de nivel alto y medio, a menudo usan PBC. El consumo se realiza en forma privada y discreta, a diferencia de los sectores bajos (como los chicos de las villas miserias que lo hacen al aire libre, en esquinas o rincones del barrio). Los sectores de clase media eligen a quién comprarle según la calidad ofrecida. El delivery sigue siendo la modalidad más frecuente de compra-venta (consiste en encontrarse en una esquina, previo acuerdo telefónico para obtener la dosis). En general conocen más de drogas, no son tan jóvenes y pueden distinguir el consumo de fin de semana del uso diario. Sin embargo, según las cifras del ministerio de Salud Bonaerense el conurbano encabeza la zona de mayor consumo siendo Quilmes, Berazategui y Lomas de Zamora las áreas claves. La provincia de Buenos Aires registra un promedio de 30 mil adictos al paco y sesenta mil que alguna vez lo probaron . ALGUNAS CONSECUENCIAS DE SU USO • •

Ocasiona lesiones cerebrales irreversibles, genera pérdida de reflejos, motricidad, inteligencia y memoria. Efectos de carácter adictivo, anestésico y alucinógeno Irritación de la mucosa respiratoria, trastornos cardivasculares, enfisema pulmonar y daño irreversible en neuronas.

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LA NACIÓN, 20/09/08 Prevención de adicciones

Perderse en las garras de la muerte Según las últimas cifras disponibles, casi 85.000 personas son consumidoras de paco en el país, un flagelo que hoy también ataca a la clase media y a chicos de edades cada vez más tempranas El sol bajaba presuroso en la tarde que se extinguía en Ciudad Oculta cuando, a media cuadra de donde se encontraron LA NACION y María Rosa González -madre de un joven adicto al paco que cortó una avenida para que internaran a su hijo-, los dealers observaban con recelo a esa mujer pequeña y de corazón valiente que los enfrenta todos los días, en una batalla dialéctica y caliente de fuego cruzado y amenazas de "boleteo" unilateral. María Rosa dice que ella no les tiene miedo y que no va a respetar a quienes no respetan la vida y destruyen a familias enteras en la villa. Habla de complicidades policiales, que en muy poco tiempo va a inaugurar una ludoteca y biblioteca en su propia casa, que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires llegó hasta ahí sólo para decir que había que reforzar una viga, pero que no recibió un peso de ayuda para su proyecto; que cada vez más, los chicos más chiquitos no saben el abecedario, pero sí encender la pipeta para el paco y comprar ese pasaje a ningún lado que los carcome por dentro. Con la voz que parece perdérsele, María Rosa cuenta que pudo sacar del infierno a Jeremías, su hijo, por el que cortó la avenida Lisandro de la Torre, pero que ahora su hijo mayor, Juan, de 28 años, cayó en las manos aceleradas y destructivas del paco, que le hicieron perder 25 kilos. "Está piel y hueso. Salvé a Jeremías, pero ahora lo tengo a Juan metido con el paco. No puedo bajar los brazos, tengo que luchar por él, por más que él me robe cosas de la casa para consumir. Es como vivir de nuevo todo lo que pasé con Jeremías", cuenta María Rosa, mientras se escuchan los golpes de los obreros que construyen un futuro espacio de juegos y lectura para los chicos de su cuadra, la "carne fresca" de los dealers. Ese velo de la muerte que sobrevuela por esos niños se destapa todos los días ante los miles de pibes que aumentan las estadísticas de consumo de paco en la Argentina. Una realidad que reflejan los fríos números, aunque no en su total magnitud, ya que los últimos estudios oficiales fueron realizados hace dos años. Según fuentes consultadas por LA NACION, el consumo del paco no hace más que crecer y afectar a chicos cada vez más chicos, y hace rato empezó a atravesar en diagonal por todos los estratos sociales, echando por tierra aquello de que el residuo de la pasta base es "la droga de los pobres". En este difícil contexto es que organizaciones civiles luchan por rehabilitar a los adictos al paco, el residuo que queda en las cocinas de pasta base de cocaína. También, en una soledad que abruma hay madres que se organizan para denunciar a los dealers, muchos de ellos instalados en las villas de emergencia y barrios marginales, con los que las familias trabajadoras conviven día a día. En la Argentina, en promedio, 1500 adictos por mes piden ayuda para salir de este flagelo, según el Tercer Estudio Nacional en población de entre 12 y 65 años, realizado por el Observatorio Argentino de Drogas, de la Secretaría para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar). Este estudio se realizó en 2006 y es la última encuesta nacional sobre adicciones, y determinó que existían casi 85.000 consumidores de paco en el país. Entre 2001 y 2005, según datos de la Sedronar, el consumo de paco había crecido el 200%. Un informe que puede tomarse como tibio indicador del grave problema, ya que la realidad es que, cada vez más, hay chicos menores de 12 años, no incluidos en el estudio (entre ellos, criaturas que nacen adictas por tener madres consumidoras), que son veteranos en el manejo de la pipa para fumar el venenoso paco. Elsa Gervasio, directora de la comunidad terapéutica y asociación civil sin fines de lucro El Reparo, que funciona hace 23 años, explica el problema que atraviesan muchas de las organizaciones que atienden a ex adictos: "El del paco es un problema gravísimo, tenemos que adaptarnos a las familias y al entorno, porque el consumidor de paco nunca se va a acercar por su propia voluntad. La recuperación es muy difícil. Es urgente e importante hacer muchísima prevención. Lamentablemente hay poca prevención por parte del Estado y pocos recursos para ONG como la nuestra; no digo que no haya, necesitamos mucho más. Sobre todo porque ya con la

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asistencia no es suficiente. El consumo es tan importante, tan grande y tan masivo que tenemos que atacar desde distintos lugares. Presenciamos hasta tres generaciones de adictos: abuelo, hijo, nieto , madres que consumen con sus bebes. En este momento, más que estar pensando en la ley para liberar el consumo o si se criminaliza al adicto, que estamos en desacuerdo con esto, tenemos que pensar entre el Estado y las ONG en red, cómo podemos dar una respuesta inmediata ante este verdadero flagelo".

Atraviesa todas las clases La destrucción física que trae consigo el paco hace que hasta los consumidores a otras sustancias tengan temor de caer en el paco. Facundo, de 21 años, ex adicto a la cocaína, hoy trabaja, estudia y se recupera gracias al apoyo de su familia y la contención profesional de la Fundación Arché; empezó a consumir a los 14. "Algunos chicos de clase media y alta se acercan al paco por querer probar una cosa distinta. Tengo amigos que entraron por diversión y no pueden salir. Yo tenía claro que cuando empezás con eso, el estado físico y anímico que te queda es terrible. Cuando fumás paco no pensás en otra cosa que fumar paco." Jorge Ruiz , flamante coordinador del área de asistencia social en adicciones del GCBA, cree que hay cierta "publicidad" en el consumo del paco y que el camino hacia arriba de esa sustancia se detiene en la clase media: "El paco sigue siendo una sustancia de las clases sociales más bajas, pero también está tocando la clase media y todavía no se da en clases sociales más altas. Hoy, tal vez, está muy publicitado el consumo de paco. Entendemos que es una sustancia más de las que nuestra población consume. Prioritariamente vamos a trabajar contra las drogas legales como alcohol, tabaco, y drogas ilegales como paco, cocaína y marihuana. Casi nadie empieza a consumir drogas ilegales si antes no pasó por tabaco y alcohol. Si logramos bajar esos consumos bajaremos el de otras drogas ilegales, como el paco". Ruiz realizó una autocrítica poco común entre los funcionarios. Calificó de "catastróficas" las políticas de Estado en materia de prevención: "El rol del Estado es central para sensibilizar a la población y capacitarla para que esté prevenida de las cuestiones que hacen a una persona probar paco. No lo vamos a resolver con una campaña. Tiene que ser una tarea constante, tenemos que instalar centros de prevención en los barrios, desde un lugar central no vamos a llegar. Todavía no podemos articular en los diferentes niveles del Estado ni lograr una tarea de prevención unificada. Por ahora se está priorizando mucho el tema asistencial por las urgencias que hay". Algunos chicos con problemas de adicciones, entre ellos varios que coquetean con el paco, se dispersan durante el recreo de las clases de soldadura y electricidad que les dan en el plan Envión-Isla Maciel, de inclusión social y capacitación para chicos de 12 a 17 años, de la Municipalidad de Avellaneda, con el soporte de la Cooperativa Astilleros Unidos, junto al Riachuelo. Los barcos oxidados y el agua espesa se mezclan con las torres que se levantan en Puerto Madero, ahí nomás. "Quiero tener un oficio, tal vez quedarme a trabajar en los astilleros si es verdad que nos pueden dar trabajo. Pongo mucha voluntad porque vi gente morir por el paco, de 13, 14 años, que terminaron tirados en una zanja, y otros que mataron gente inocente para robar y comprar paco, y ahora están presos. Acá en la isla no se consume mucho paco, son muy pocos los que lo hacen. Acá hay más cocaína y marihuana", cuenta uno de ellos, de 17, las manos en los bolsillos, con total naturalidad.

Empiezan cada vez antes La coordinadora general del programa en la isla, Maia Klen, trabajadora social, también se preocupa por la cantidad de adolescentes que van de la mano del paco: "Lo preocupante es que empieza a aparecer el consumo en chicos muy chicos, de 9, 10 y 11 años. Hace tres meses, por un chico del programa adicto al paco, pusimos a su disposición toda la maquinaria con la que contamos, en cuanto a recursos y articulación. Era un pibe alto, que le gustaba vestirse bien, grandote, limpio. En tres meses dejó de bañarse, vendía su ropa y cosas de la casa para consumir, se empezó a meter como para adentro, delgadito, jorobado, fue muy duro ver esa transformación. Se tiende a pensar que los que fuman paco son de villas o lugares pobres, pero no es así. Hay chicos de barrios privados con este problema". Maia reflexionó sobre las políticas de contención social implementadas en la crisis de 2001 y que aún funcionan en todo el país: "Aquí no hay responsabilidad sólo del Estado, también de la crisis de las instituciones de las últimas décadas, que de algún modo favorece a que los chicos empiecen a consumir. ¿Desde qué lugar uno le puede decir que no consuma cuando sus padres tienen un Plan Jefas y Jefes, y que nunca han trabajado?" Una fuente de información poco utilizada por los medios y que convive todos los días con los niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad con el paco son los docentes. Muchos no quieren hablar del tema por temor a las represalias. "En Quilmes, una escuela comenzó a dar charlas de prevención sobre el paco y luego sus instalaciones fueron destrozadas por los dealers y su directora, amenazada", explica María Rosa, en el patio de su casa en Ciudad Oculta, mostrando el lugar a la intemperie donde su hijo Jeremías dormía

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después de días de consumo. "Tenía que salir a moverlo, para ver si estaba vivo", dice, y advierte: "También hay gente mayor que entró en el paco, te hablo de hombres y mujeres de más de 50". Néstor Romero, profesor del taller de radio y locución en la EMEM Nº 1 de 13, se anima a dar una opinión mientras los adolescentes están en un recreo: "Esta es una escuela con alumnos de distintos barrios de emergencia, como Villa Cildañez, Ciudad Oculta, Copello, Barrio Samoré, donde el flagelo de la droga está muy presente. Todavía la escuela, a muchos de los chicos, les sirve como marco de contención, ya que aquí se sienten valorados y apoyados. Hay pibes que aún se siguen apoyando en la escuela, pero también es verdad que hay muchos que dejan de estudiar, principalmente en los grados más bajos". Matías, de 19 años, y Mauricio, de 17, alumnos de la clase de locución, se sientan a la mesa del miniestudio para charlar con LA NACION. Ambos tienen un pasado con las drogas y no se amilanan para hablar del tema. "La mayoría de los pibes que conozco consume alguna droga: pasta base, cocaína, marihuana, pastillas, de todo. Cada vez arrancan de más chicos. Ven a los mayores y ahí arrancan. Así empecé yo a los 13 años, una noche de Navidad que me junté con los pibes mayores, de más de 20", dice uno de ellos. "Por ahí salís del barrio a las 6 de la mañana y ves a los pibes consumiendo en la esquina. Volvés a las 11 de la noche y siguen ahí", dice el otro. "A los transas, los narcos, no les importa si son chicos o grandes, para ellos es un negocio. ¿La droga de los pobres? Eso es mentira. Nada que ver, el paco es muy adictivo, y para poder seguir fumando esa droga tenés que tener mucha plata, no es una droga barata. Por ejemplo con la marihuana, te comprás 10 pesos y te dura unas semanas. Conozco pibes que se gastan 300 pesos por noche fumando paco, se dan uno tras otro", cuenta Matías. Ambos amigos, hoy recuperados, sueñan con ser locutores. Son de los pocos que pudieron despertar de la pesadilla de las drogas. Por Gustavo Barco Para LA NACION

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