Conjuros Y Conjuras - La Corte Embrujada Del Conde-duque De Olivares

  • July 2020
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La Corte "embrujada" del

CONJUROS... El Conde-Duque de Olivares fue el hombre más poderoso de la España de su tiempo, pero vivió atemorizado por una obsesión: el miedo a perder el favor del rey Felipe IV. Para evitar que sus temores se hicieran realidad, consultó con todo tipo de hechiceros y brujos que no sólo lo estafaron y ridiculizaron, sino que también utilizaron sus presuntos poderes para derrocarlo. por Marcos Molinero

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Sabías que...

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...el Conde-Duque de Olivares alcanzó tal fama de crédulo que el pueblo llegó a pensar que el bastón con el que se ayudaba en su fatigoso caminar era una varita mágica para lograr los más fantasiosos prodigios? Aunque todos sabían que lo utilizaba porque padecía gota, cualquier cosa valía para poner en la picota a quien seguramente era uno de los hombres más odiados del reino.

Conde-Duque de Olivares

Y CONJURAS C

uando España perdió en 1632 la ciudad de Maestricht (Holanda), reconquistada por Federico de Orange sin que las tropas españolas presentaran resistencia, se acusó al Conde-Duque de Olivares, don Gaspar de Guzmán, de haber dejado en manos de una monja adivina y amiga de profecías la decisión final de renunciar a la

defensa de aquella plaza porque sabía "por revelación divina" que no corría peligro. Aquella monja, Teresa Valle de la Cerda, priora del convento madrileño de San Plácido, sería años después, junto con la mayoría de sus religiosas, procesada y condenada por brujería. La monja, con fama de milagrera, era visitada asidua-

a curiosidad a reina Isabel de —i Borbón, esposa de Felipe IV, odiaba al Conde Duque de Olivares porque creía que éste había propiciado los amoríos de su esposo (a la dcha.) con La Calderona la actriz que dio al monarca el hijo natural Juan José de Austria, tan poco grato luego a Mariana de Austria, regente, tras la muerte de Felipe IV, durante la minoría de edad de Carlos II el Hechizado

mente por Olivares, que la confiaba sus secretos y la encomendó que intercediera por su ansiada descendencia (ver recuadro en la pág. 84). Sor Teresa, guiada por su buena fe y aconsejada por su confesor, el iluminado y tristemente famoso padre Francisco García Calderón, hizo lo que pudo... como veremos, no sólo con la oración.

Los rumores maledicentes corrieron por la Corte. Acusaban al todopoderoso valido de Felipe IV de dejarse embaucar por una religiosa histérica y de confiar su gobierno a prácticas hechiceras. Pero, aunque la imaginación desbordada de las gentes exageraba la realidad, era de dominio público que en palacio el valido vivía rodeado de extraños y hetedoroxos personajes sospechosos a veces de practicar la brujería. No eran los menos conocidos, entre todos ellos, Jerónimo de Liébana, que había sido objeto de reiteradas acusaciones por parte de la Inquisición de Cuenca y que llegó a Madrid precedido de fama de hechicero, o una tal Leonorilla quien, tenida por bruja y sanadora, parece que ayudaba en sus funciones al médico de la reina, Andrés de León, un oscuro y enigmático fraile mercedario sobre el que también pesaban dos condenas del Santo Oficio. Ambos despertaron las sospechas de Olivares, quien no paró hasta lograr del rey que su propia esposa fuera nombrada dama de la reina para convertirla así en informadora y espía de todo cuanto acontecía -no sólo de mágico o sobrenatural- en el entorno y la alcoba de Isabel de Borbón, tan poco amiga del valido (ver recuadro a la izquierda).

SIMÓN ROJAS, UN SANTO ENTRE HECHICEROS Sin embargo, no era la cercanía a la reina de la bruja Leonorilla o el médico Andrés de León lo que más preocupaba a Olivares, sino el poder que alcanzó otro personaje "*>

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Brebajes y

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Las servidumbres

ntre los muchos hechiceros a los que consultó el Conde-Duque de Olivares para mantener el favor del rey se encontraba una conocida bruja de la localidad madrileña de San Martín de Valdeiglesias, famosa por sus brebajes. Asimismo, el valido de Felipe IV trató de atraerse a un tal Miguel Cervellón, un oscuro personaje que presumía de elaborar pactos a medida con el Diablo. Sin embargo, bien por negarse a someterse al servicio de Olivares o bien por no conseguir satisfacer sus pretensiones, Cervellón acabó en prisión por practicar la hechicería.

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alavera del maes Fe, superstición y obsesión

A

pesar de prestar oídos a tanta superstición y ser víctima de algún que otro embaucador, el Conde-Duque de Olivares era un hombre de fuertes y obsesivas creencias religiosas y en su vida había tanto tiempo para la meditación y la oración como para las tareas de Estado. Pero en su caso la línea entre la fe y la superstición no siempre estaba clara. Así, debido a su preocupación por la muerte y estimulado por el sentido trágico del barroco, como si quisiera emular a los personajes de Valdés Leal, Olivares hizo desenterrar y traer ante sí el cráneo de uno de sus maestros de Salamanca para tener presente en sus rezos aquella calavera que tanto le ayudaba a elevar su pensamiento por el oscuro mundo de las postrimerías. Parece que ese tétrico objeto lo acompañó hasta su muerte.

•i* de gran influencia en la Corte: el confesor de Isabel, el trinitario Simón Rojas, quien gozaba de amplia fama de hacedor de milagros y oficiaba de exorcista expulsando demonios y espíritus malignos. Presente ya en la Corte de Felipe IQ en Valladolid, donde conoció de niño al futuro Felipe IV, Simón Rojas acabó convertido -por decisión del monarca y con el disgusto de Olivares- en confesor de la reina. Nacido en Valladolid en 1552, el padre Rojas tuvo siempre entre sus contemporáneos fama de santidad e incluso Lope de Vega llegó a equiparar su figura con la de San Bernardo de Claraval. Fundador de la congregación laica de los Esclavos del Dulcísimo Nombre de María, dedicó una gran energía a socorrer a los pobres y a redimir esclavos. Sus honras fúnebres fueron famosas y durante doce días los más afamados predicadores y oradores del reino rindieron homenaje a un hombre tenido por milagrero que posteriormente, en 1735, sería beatificado por Clemente Xin y muy recientemente (el 3 de julio de 1988) elevado a la santidad por el papa Juan Pablo u. A pesar de las cautelas de Olivares,

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ambos, la reina y su confesor, ayu- es sólo rezar y la de las mujeres sólo dados a distancia por la monja fran- parir", harto de que el confesor real ciscana sor María de Jesús de se inmiscuyera en graves asuntos Agreda (MÁS ALLÁ, 34 y 178), por de Estado y de que la reina tratara Ana de Guevara (ama del rey) y de convencer a su augusto marido por la Duquesa de Mantua, hicie- de la inconveniencia de gobernar ron un frente común contra el mediante un valido... Conde-Duque, cada vez más eno- Pero frente al poder que el pueblo jado porque el confesor iba aumen- le otorgaba de hacer milagros e tando su poder cerca del rey. Has- incluso, como se rumoreaba, de resuta tal punto llegó la indignación de citar a los muertos nada se podía hacer Olivares por las injerencias políti- contra el religioso, cuya fama de hacecas de Rojas que en cierta ocasión, dor de prodigios llevó a sus devotos y en presencia del propio Felipe IV, a creerle un santo en vida. exclamó: "La misión de los frailes El padre Rojas, que había defen-

dido ya abiertamente la expulsión de los moriscos en tiempos de Felipe III (casi 300.000 tuvieron que abandonar España), se opuso por motivos religiosos al matrimonio de la infanta María con el Príncipe de Gales y trató de cortar por lo sano cualquier liviandad de las costumbres y lecturas francesas de la reina Isabel, a quien se empeñó en españolizar. Su devoción por el mundo mariano le llevó a convencer a Felipe IV para que colocara sobre la puerta de palacio su lema predilecto: Ave, María. Sus campañas contra las pinturas licenciosas, los excesos de los carnavales o la permisibilidad de la prostitución (en Madrid estaban permitidos los burdeles hasta que Felipe IV los prohibió en 1623) suscitaron, no obstante, recelos contra Rojas y en la Corte corrió como un reguero de pólvora la noticia de que había resucitado a un muerto en los días en que Madrid se extasiaba ante el escandaloso y pretencioso ceremonial con el que se agasajaba al pretendiente Carlos de Inglaterra y a su ilustre acompañante, el más tarde decapitado Duque de Wuckingham.

...que hocen perder o ganar batallas

S

i la fe en monjas con presuntas facultades adivinatorias y hechiceros I!llevó al Conde-Duque de Olivares a tomar algunas discutibles o equivocadas decisiones políticas, hay que decir en su descargo que los tratos con hechiceros no eran una excepción en su época, sino parte de la vida cotidiana de un siglo de excesos y desmesuras. Bastaría recordar, en este sentido, cómo Felipe IV estuvo atento a las indicaciones de su monja consejera para tomar plazas militares como Rocroi o Lérida, o cómo su admirado y al mismo tiempo odiado homólogo, el cardenal Richelieu, se fió de las revelaciones de la madre Margarita del Santo Sacramento de París para lograr sonados triunfos de Francia sobre los ejércitos ingleses. Podría escribirse todo un manual de tácticas militares basado en intercesiones milagrosas y profecías verificadas o incumplidas en los campos de batalla.

COMPLOT CONTRA EL REY Y EL CONDE-DUQUE Olivares, a quien se acusaba de tener espías bien pagados tanto en palacio como en las distintas cortes europeas, descubrió en 1623 una conjura hechicera que también afectaba al rey. Al parecer, el teniente de arqueros borgoñeses, Antonio Beaufort, tramaba hechizar a Felipe IV y envenenar al Conde-Duque. Los informadores del valido abortaron la conspiración, se detuvo a varios sospechosos de brujería y Beaufort fue condenado a muerte. Pero se trataba de una información no contrastada que había sido filtrada maliciosamente a Olivares, por lo que el propio rey conmutó la pena del borgoñés por su confinamiento de por vida en el Peñón de Gibraltar. Sin embargo, como Olivares quiso dar a la conjura un aspecto de trama hechicera, muchos interpretaron estos sucesos como una prueba más de la obsesión del valido por los maleficios. Después se supo que el atentado tenía como objetivo final deponer al Conde-Duque y hacer volver al Duque de Lerma. De haber sido cierta la conjura, no habría sido posible la clemencia real y el borgoñés

no hubiera escapado al patíbulo. Una vez más se disfrazaba de hechizo lo que no era sino un intento de descabalgar al ministro de su puesto. EL HECHIZO DEL COFRE OCULTO

Por aquella época Madrid estaba lleno de farsantes y vendedores de prodigios, y cada cual se servía de ellos para sacar provecho. Tal era el miedo de Olivares a perder el favor del rey, y tal su fe en las mediaciones sobrenaturales, que no dudó en seguir a ciegas a uno de los más célebres embaucadores, Jerónimo de Llábana,

falso clérigo y conocido hechicero que le habló de la existencia de un cofre secreto enterrado en la playa de Málaga que actuaba como hechizo y amenazaba su carrera política. Liébana, de vida aventurera, era famoso por haber intervenido en distintos puntos de España en sesiones de magia y espiritismo (hay constancia de ellas en Zaragoza y en Cuenca) a las que acudían nobles y aristócratas, pero, preso de tantos engaños y fraudes como protagonizó, no pudo evitar ser juzgado en 1620 por la Inquisición de Zaragoza después de que

testificara contra él una treintena de personas a las que había embaucado con sus juegos malabares. Realizaba invocaciones satánicas y misas negras y aseguraba que se podía comunicar con toda una legión de demonios para contactar con los espíritus de los muertos cuyos familiares solicitaban sus servicios. Sin embargo, sus más celebradas actuaciones solían tener relación con sus pretendidas dotes para descubrir tesoros o hacerse invisible. A pesar de la fama de farsante de Liébana, el Conde-Duque de Olivares creyó a ciegas en el embuste del cofre secreto y organizó su búsqueda ayudado incluso por algunos clérigos. La campaña sobre las arenas de la playa de Málaga duró dos meses y fue tan azarosa y agónica que tras realizarse más de treinta grandes hoyos en la arena, el valido tuvo tiempo de darse cuenta del engaño y, llamando con falsos argumentos a Jerónimo de Liébana a Madrid, lo entregó a la Inquisición por herético y farsante y por valerse de la Clavícula de Salomón (MÁS ALLÁ, 219)yla Tora de los judíos para realizar conjuros (algunos de ellos, como luego se supo, para que el rey cambiara de primer ministro), m*-

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Buscando un descendiente. ...desesperadamente

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'«* Un tribunal lo sentenció a ser castigado con cuatrocientos azotes y condenó a Liébana a ser emparedado. Pero no parece que la segunda parte de la condena se cumpliera porque noticias posteriores hablan de Jerónimo de Liébana como huido de galeras y años después lo encontramos celebrando sesiones de espiritismo y nigromancia en torno al Pentáculo de Venus. Una obra de teatro de fecha imprecisa narra con detalle las aventuras y desventuras de este hechicero y falso clérigo y su relación de amor-odio con Olivares en el offdire del hechizo de las playas de Málaga.

LAS MONJAS "EMBRUJADAS" DE SAN PLÁCIDO Buena parte de la querencia que Olivares sentía hacia las supersticiones y la hechicería le venía de su amistad con Jerónimo de Villanueva, protonotario de Aragón y secretario de Estado que unía a sus dotes de gobierno una afición desmesurada a la astrología. A Villanueva le perdió ese mundo esotérico, que le llevaría fatalmente, tras la caída en desgracia de su protector Olivares, a un severo proceso inquisitorial y a dar con sus huesos en la cárcel que el Santo Oficio tenía en

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ntes de su caída, el Conde-Duque de Olivares protagonizó un hecho ya casi legendario y al que no todos los historiadores dan la misma verosimilitud. Tras la muerte temprana del príncipe Baltasar Carlos, una preocupación unía al rey Felipe IV y a su valido: la ausencia de descendencia masculina. Recordemos que Felipe IV tuvo trece hijos de sus matrimonios con Isabel de Francia y Mariana de Austria, y no menos de otros trece de relaciones extramatrimoniales, aunque hay historiadores que elevan esta cifra a 32, pero la mayoría era mujeres. Bien es

Toledo. Denunciado por sus adversarios, sufrió todo tipo de humillaciones, no sin antes arrastrar al Conde-Duque a algunos incidentes rayanos en el esperpento, como el famoso asunto de las monjas embrujadas de San Plácido. Francisco de Quevedo, conocedor de estas intrigas, llamaba despectivamente "sinagoga" a la camarilla de Olivares, formada por los tres o cuatro hombres de su confianza, entre los que siempre se encontró Jerónimo de Villanueva. Este último, por su dinero, su estirpe nobiliaria, su erudición y su virtud aspiraba a convertirse en capelo cardenalicio. Pero su deseo de llegar a Roma se truncó porque unos

cierto que tan esperado sucesor, que no llegó hasta 1601, poco antes de la muerte de Felipe IV, no cumplió las expectativas porque Carlos II, conocido como El Hechizado, demostró, ya durante la regencia de su madre doña Mariana, sus taras físicas y su debilidad mental. El convento de San Plácido tenía fama entre los madrileños de milagrero y de actuar de manera sorprendente en los casos de esterilidad y de impotencia. Pero no era menos conocido como antro de brujería y de prácticas iluministas y heterodoxas, como adivinar el futuro. Confiado en las buenas palabras de la madre Valle de la Cerda, Olivares

malignos rumores achacaron al protonotario relaciones con Teresa Valle de la Cerda, priora luego del monasterio de San Plácido, fundado por el propio Villanueva. El monasterio, levantado en la calle de San Roque de Madrid, era foco de herejías iluministas y escenario de actos de brujería y prácticas hechiceras. Estaba comunicado con la casa de Villanueva a través de una puerta secreta por la que, según decía el vulgo, importantes hombres de la Corte, incluidos Olivares y el propio Felipe IV, se adentraban en la noche para participar en lujuriosos actos organizados por el padre

acudió a las monjas acompañado de su mujer y, tras acostarse con la condesa en presencia de once monjas, todas observaron, tras la coyunda, que el vientre de la augusta dama crecía de manera ostensible como signo de preñez. Nada hubo de ello, pero los cortesanos hicieron del suceso, con más o menos base de verdad, una historia alevosa que se cantaba, para escarnio del Conde-Duque, poco menos que en los pliegos de cordel. Poco después el padre García Calderón fue juzgado por iluminista y la mayor parte de las monjas, con la priora a la cabeza, acusadas, condenadas y recluidas en otros conventos por prácticas de brujería.

García Calderón. Según se contaba en los mentideros de Madrid, el rey, disfrazado para seducir a una de las monjas, fue apaleado y humillado en cierta ocasión sin poder revelar su identidad a sus agresores. El ARCHIVO SECRETO

Con Olivares ya en el destierro de Toro, la acusación de la Inquisición a Villanueva por su dedicación a la astrología abrió serias sospechas sobre el motivo real de tal proceso y muchos creyeron ver en la actuación del Santo Oficio otras razones para la desmedida persecución del protonotario... De hecho, se decía que Villanueva había robado y ocultado el archivo secreto de Olivares. Entre aquellos papeles figuraban centenares de dictámenes del valido ante las preguntas del rey y no pocos documentos comprometidos sobre la legalización de su hijo o sus devaneos con gentes sospechosas de practicar el judaismo, tan perseguido todavía por la Inquisición. El Conde-Duque, sin ningún poder ya y sin amigos en la Corte, temió que los papeles incautados a su amigo Villanueva pudieran implicarle, además de en serias responsabilidades políticas, en los sumarios de San Plácido.

El antiguo hombre fuerte de Felipe IV sabía que sus adversarios trataban de iniciar trámites ante la Inquisición contra su persona por complacencia con judíos y luteranos, pero el inquisidor general, que debía a Olivares su carrera en el alto tribunal, pudo demorar las audiencias y las pesquisas. Una vez apartado del poder, el Conde-Duque, desplazado primero a Loeches y desterrado luego a Toro, murió solo, aunque confortado por el jesuita Martínez de Ripalda antes de que se cursara formalmente denuncia formal alguna. Sólo nueve meses después de su muerte fue acusado por un tal Juan Valdés de leer el Corán y tener de libros de Lulero. La acusación tenía su fundamento, porque Olivares había rehabilitado la figura del converso modificando la rigidez de la legislación sobre limpieza de sangre. Una actitud benevolente que, sin embargo, tenía mucho más que ver con razones políticas y pragmáticas que con motivos morales, máxime en un reinado en el que la bancarrota amenazaba constantemente al Estado y los judaizantes tenían

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amplia implantación en las finanzas y la banca. El CADÁVER ERRANTE

DE OLIVARES Ni la leyenda sobre los hechizos ni el odio generalizado del pueblo abandonaron a Olivares hasta el fin de su vida. Tras fallecer en su casa de Toro el 22 de julio de 1645, mientras era velado en la iglesia de San Ildefonso, rodeado de doce de sus hombres con hachas encendidas y el cabildo en pleno de la colegiata, no faltó quien dijo haber visto signos sobrenaturales.

Muchos de los hechiceros consultados por Olivares terminaron siendo juzgados por la Inquisición.

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su cadáver. Para evitar mayores males sanitarios debido a los muchos días que el cuerpo permaneció insepulto hubo que enviar desde Madrid una doble caja de cinc para acabar con tanta pestilencia y poder trasladar el cadáver hasta la sepultura. Cuando el cuerpo llegó a Madrid, camino de Loeches, a la comitiva se unió el féretro de María, la hija del Conde-Duque, cuyos restos descansaban desde su temprana muerte en la iglesia de Santo Tomás. Mientras el cortejo fúnebre entraba en la capital cayó una gran tempestad de agua, truenos y rayos que dañó varias torres y, entre otros edificios, la casa del embajador de Alemania. Muchos vieron en aquella inclemencia un signo sobrenatural, la mano del mismo Diablo y una señal celestial de la condena del alma de quien había sido el más importante y detestado hombre del rey. Y no faltaron testimonios de quienes decían, en los días que siguieron al sepelio, haber visto en las noches de aquel verano al mismísimo CondeDuque, como una sombra resucitada, paseando en su carroza por los caminos de Loeches... •

INTERPRETACIÓN DE TU CARTA ASTRAL AL MOMENTO

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La verdad era muy otra, porque ante la negativa a que el cadáver fuera trasladado a su sepulcro de Loeches, y dada la obesidad y el mal estado del cuerpo, el calor de aquel verano y la tardanza del traslado, la pestilencia comenzó a hacerse insoportable. El corregidor quiso llevar hasta las últimas consecuencias las órdenes del rey de que Olivares, en su deportación o destierro, no saliera del perímetro de Toro. La orden era, obviamente, para que se cumpliera en vida del valido, pero, atendiendo más a la formalidad que al espíritu de la letra, la prohibición se ejecutó igualmente con

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