Chap 8 Desiertos Aguados

  • June 2020
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DESIERTOS AGUADOS

…in the dessert, you can remember your name, ‘cos there ain’t no one to give you no pain.. America, Horse with no Name “Estoy hecho de tal manera que tengo que creer que todo es fácil; nacer es fácil, crecer es fácil, morir de sed es fácil”. Antoine de St Exupéry, Wind, Sand and Stars. El desierto - la mente imagina un lugar como la Sahara con su arena, serpientes, Beduinos y camellos acampando alrededor de un oasis. Pero la palabra ‘desierto’ significa ‘deshabitado’, o quizás, ‘ abandonado’. Es un lugar donde el hombre no quiere, o no puede, vivir. Claro, el hombre, en su necesidad, insiste en poblar tales lugares; por costumbre, por

aventurero, o por necedad. Y, ¿Qué hace el desierto en un libro sobre el agua? Porque en los lugares más secos del planeta, el agua cobra una importancia desmesurada. En el desierto, el hombre puede morir por falta de una de las sustancias más abundantes de la tierra. Porque la existencia del hombre en el desierto es única en todo el mundo; y nos enseña que la calidad de la vida esta íntimamente relacionada con este líquido - no los bienes, no los restaurantes, no los coches, no la ropa la sencilla necesidad del agua resta valor a todos estas cosas, y enfoca la mente hacía las cosas importantes de la vida. Aquí, en el mundo normal, el agua no le damos importancia; esta por todas partes, y es casi gratis en muchos lugares del planeta. ¿Que nos importa dar una ducha de veinte minutos, o lavar el coche todos los días, o regar el jardín los sábados? Pero, en el desierto, la falta de medio litro de agua nos puede matar. Olvídate de la comida rápida, el tabaco, el alcohol, el cigarro - ¡Estamos más adictos todavía al agua! Aquí habían hombres que nunca habían visto un árbol, un rió, una rosa; que únicamente a través del Coran sabían de la existencia de jardines donde fluyen riachuelos, lo cual es el nombre para el paraíso. En su desierto, el paraíso y sus bellezas

cautivas solo se podían ganar con la muerte amarga de una bala lanzada de un rifle del infiel, después de 30 años de una existencia miserable. Pero Dios les había engañado, porque al Francés, a quien dona estos tesoros, no cobra ni con sed ni con la muerte. Y sobre esto meditaban los jefes. Por esto, mirando fijadamente al Sahara que rodeaba a sus tiendas de campaña, viendo este desierto con su promesa estéril de placeres tan dudosos, murmuraban: “Sabes....el dios de los Franceses.... Es más generoso con los Franceses que el dios de los Moros con los Moros”. Memorias demasiadamente conmovedores surgieron y les dejaron callados. Semanas antes habían ido a los Alpes Franceses. Aquí, en África, todavía soñaban de lo que habían visto. Su guía les había llevado a una cascada inmensa y les invitó a probar el agua. “Prueba esto”. ¡Era agua dulce! ¡Agua! ¿cuántos días marchaban en el desierto para llegar al pozo más cercano?; y cuando llegaban, cuanto tiempo para excavar antes de descubrir un líquido lodoso mezclado con orinas de camello?. ¡Agua! En Cabo July, en Cisneros, en Puerto Etienne, los niños moros no pedían monedas. Con latas vacías en sus manos pedían agua; “Deme un poco de agua, deme” “Si eres un buen muchacho...”

¡El agua! ¡Sustancia que vale su peso en oro!... Cuando ha caído una lluvia en cualquier parte, un gran éxodo anima al Sahara. Los tribus galopean hacia el nuevo pasto de 200 millas de distancia. Y esta agua, esta agua pobre de que ni una gota había caído en Puerto Etienne durante 10 años, fluyó en el río Saboya con la fuerza de un cataclismo, como de una cisterna rota, las reservas acuíferas del mundo diluviaron. “Vamos, ya nos vamonos,” dijo el guía. Pero no se movieron. “Déjanos un ratito más”. Se quedaron parados en silencio. Mudos, solemnes, quedaron viendo el desenlace de un misterio ceremonial. Lo que salía rugiendo del vientre de la montaña era la vida misma, la sangre que da vida al hombre. El flujo de un solo segundo habría resucitado caravanas enteras que, locos de sed, habrían seguido hacia una eternidad de lagos salados y espejismos. Aquí, Dios se manifestaba: no se le debía darse la espalda. Dios había abierto las llaves y mostraba su potencia. Los tres Moros quedaban inmóviles. “Esto es todo lo que hay que ver”; dijo su guía. “Vengan”. “Debemos esperar”. “¿Esperar a que?” “El fin”.

Estaban esperando el momento en que Dios se cansaba de Su locura. Sabían que Él era rápido en arrepentirse, sabían que era codo. “¡Pero esta agua ha fluido durante mil años!” Y por esto, en Puerto Etienne, no mencionaban en voz alta el asunto de la cascada. Hay ciertos milagros de los cuales es mejor quedarse callado. Mejor, incluso, no pensar demasiado en ellos; porque en este caso uno dejaría de entender muchas cosas. Hasta que uno puede empezar a dudar de la existencia de su Dios..... “Ves... El Dios de los Franceses....” Antoine de St Exupéry, Wind, Sand and Stars. El desierto es sediento del agua, no tiene moral en cuanto a donde lo encuentra. Un pozo sucio, un rocío en la madrugada, hasta una inesperada lluvia - la primera, quizás, en cinco años - todos son bienvenidos. Y esta agua lo cuida de una forma muy celosa, como un tesoro. Caí una gota de agua sobre la arena y se lo chupa de inmediato. Esta en c

onstante batalla con el Sol que trata de evaporarlo, los animales que tratan de encontrarlo, y el hombre que trata de excavarlo. Y el desierto tiene un truco; sabe que el hombre no sólo necesita el agua, sino que también esta hecho de agua, así que fabrica espejismos para que él se adentra más al vacío del desierto buscando un agua imaginario, donde por fin muere, y el desierto, tan cruel, chupa hasta la última gota de su existencia y ser. El desierto enloquece al hombre; lo convierte en monomaniático. El agua es todo - no se puede pensar en otra cosa. El hombre nunca se ha sentido más sólo que cuando no tiene agua. Puede uno ir por largas caminatas sin companía por los bosques, o por la playa. Puede comer sólo, leer solo, dormir solo; pero siempre esta acompañado por la vida que dé el agua nunca esta solo. Pero, en el desierto, con un horizonte que va al infinito, con el cielo que va al infinito, con la

arena, cuyos granos son infinitas - el hombre sabe que esta solo. “¡Adiós mis queridos ojos! No me culpas a mí que el cuerpo humano no aguanta tres días sin agua. Nunca hubiera creído que el hombre es tan prisionero de las manantiales y arroyos. No sabía que nuestra auto-suficiencia era tan circunscrita. Lo tomamos por dado que un hombre es libre. Nunca vemos la cuerda que nos ata a pozos y fuentes, esta cuerda umbilical con la cual esta conectado al matriz del mundo. Deja que el hombre toma un paso demás... Y se rompe la cuerda. ...y cuando llegó el agua, bebíamos cómo becerras, con la cara en el recipiente, y con una glotonía que asustó al Beduino; así que de vez en cuando nos retiró el líquido. Pero tan rápido que su mano desapareciera, nos echamos nuestras caras otra vez en el agua. Agua - no tenéis sabor, ni color, ni perfume; no podáis ser definido, te disfrutan mientras escondéis tu misterio. No necesario para la vida; sino la vida misma, nos llenáis con una gratificación que excede el deleite de los sentidos. Por tu poder, regresan a nosotros los tesoros que habíamos abandonado. Por tu gracia, se liberan todos los arroyos secos

de nuestras corazones. De las riquezas que existen en la tierra, Tú eres el más raro y también el más delicado - Tú; ¡tan puro en los adentros de la tierra! Un hombre puede morirse de sed acostado junto a una manantial envenenada. Puede morirse al llegar a un lago salado. Puede morirse aunque tenga en la mano una jarra de agua de rocío, si ésta esta contaminado de sales nocivos. Porque Tú, Agua, eres una divinidad orgulloso, que no permite ninguna alteración, nada extraño en tu composición. Y la felicidad que brindáis es una felicidad infinitamente sencilla.” Antoine de St Exupéry, Wind, Sand and Stars. "The desert is an ocean with its life underground."America

El Principito vive en un planeta desértico. Allí

no hay personas, no hay nada; excepto los balboas, unos árboles grandes que son capaces de destruir al planeta con sus inmensas raíces. Un día, nace una planta y el Principito la riega, pero también lo vigila, porque uno nunca sabe si puede ser un balboab. ¡Que cuento! El agua da vida (en este caso a la rosa) pero también puede ser peligroso. Puede tener demasiada fuerza para el hombre, le puede destruir por su ausencia. El aviador aterriza averiado en el desierto y, preocupado por la sed mortal que viene si no puede arreglar su avión, encuentra al Principito - y el Principito le riega igual que a su rosa; pero con la sabiduría y presencia dulce de su pequeño corazón. Se acaba la soledad - de ambos - y reinicia la vida; pero en el desierto, el hombre, igual que el Principito, tiene que morir, aun si solo un poquito.

¡Que emoción recientemente cuando los de

NASA hayan confirmado la existencia del agua en los dos cuerpos celestes más cercanos: la Luna y Marte! ¡Que alegría! ¡Qué esperanza para la humanidad! ¿Y por qué? Porque el agua es vida. Por igual razón la ausencia del agua probablemente sería la ausencia de la misma. ¡Tanto esfuerzo y dinero (64 millones de dólares) para confirmar la existencia de 24 galones del líquido en la Luna! ¡Quizás hay agua en todas partes del universo, así que cuando al fin hemos convertido nuestro planeta en desierto, tendremos a donde ir! Vaya idealismo de los científicos y los escritores de ciencia ficción. “En unos cien o tres cientos años tendremos la capacidad tecnológica para empezar a ‘terratransformar’ al planeta Marte y lo podremos colonizar”. ¡Que ironía que los tres cientos años desde la revolución industrial hasta hoy, que han convertido en un desierto tecnológico a este planeta, es una posible tiempo de referencia para empezar de nuevo en otro planeta; con el fin de convertir un desierto (Marte) en un nuevo paraíso. ¡Que milagro que el hombre puede convertir un desierto en un paraíso al haber podido, con su tecnología, convertir un paraíso en un desierto!

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