Cautivo

  • November 2019
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  • Words: 23,982
  • Pages: 52
Cautivo Aquella mañana lo había decidido, y aunque le dolía, pensaba que era lo mejor. Se apresuró a bañarlo, luego cuidadosamente lo secó y le puso crema en todo el cuerpo (siempre evitaba pasar sus manos por el pene y los testículos), aquel cuerpo enjuto, que poco a poco se había ido encorvando. -¡ándele mi viejito, camine!, yo lo voy deteniendo- dijo - y caminaron con pasos inseguros (más los de él, que los de ella) rumbo a su dormitorio; una vez ahí, se sentó frente a él y untó con una mezcla especial, cada una de sus piernas, luego le puso talco en los pies y por ultimo los calcetines, a los que había cortado el elástico para evitar que la presión agravara el problema circulatorio que lo aquejaba desde hacia bastante tiempo, no obstante sus pies habían adquirido un tono violáceo que la preocupaba. Terminó de vestirlo y lo afeitó con aquella maquinita eléctrica que había comprado la semana pasada y que le parecía un milagro, ya que evitaba las cortaduras que antes le hacía con los rastrillos convencionales. Lo peinó, le puso loción y satisfecha de su aspecto, lo guió al minúsculo comedorcito, donde lo sentó en una silla amplia y cómoda. “Hoy le hice un desayuno muy rico, ¡ya vera!, le va a gustar.” Siempre había tenido un ritual para cada una de las comidas que le preparaba, a quien ella llamaba con respeto: “don Horacio”, aunque en algunas ocasiones le decía familiarmente: “mi viejito”. Sobre la mesa brillaba de limpio un mantel y no obstante que la vajilla era de mala calidad y de pésimo gusto, estaba dispuesta en un orden irreprochable. Horacio sonrió con agrado cuando percibió el olor del café y saboreo de antemano los huevos “a la poblana”, que estaban casi listos. En medio de su extravío, sabia que aquella buena mujer era excelente cocinera. Mientras lo veía comer, recordó la vez que llegó a su vida: Ella se encontraba viendo su telenovela de las seis de la tarde, de pronto la puerta se abrió de golpe y entró Luis, su hijo, llevaba a rastras a un hombre, tenia atadas las manos por detrás, los ojos tapados con unas vendas y en la boca un pañuelo detenido con cintas adhesivas. De un empellón lo había hecho trastrabillar y caer de rodillas a escasos centímetros de donde ella se encontraba sentada.

Su hijo se puso un dedo en los labios indicándole silencio, la levanto de un brutal jalón y la llevó aparte, - mire MA, no quiero que pregunte nada, ni diga nada, usted nomás mire y calle A ella se le hizo imposible que aquél hombretón tan despiadado hubiera salido de su vientre. Pero si, era verdad, ella, la fea e insignificante mujer, a la que nunca había requerido de amores hombre alguno, cuando al fin se fijaron en ella, hubiera preferido seguir pasando desapercibida, ya que tuvo la desgracia de toparse con un trío de borrachos, cierto día en que regresaba de misa (acababa de cumplir 38 años). Los vio venir y como de costumbre, se hizo a un lado para esquivarlos, pero fue detenida por una garra que la sacudió y le hizo entrar a una miserable vecindad, apestosa a mugre y orines. Después de burlarse de ella y llamarle por todos los nombres despreciables que se les ocurrieron, le hicieron conocer el lado asqueroso y miserable del sexo. Se sintió usada y humillada hasta la exasperación. Cuando al fin terminó su martirio, se dio cuenta que estaba tirada en medio de la calle, cubierta de sangre, tierra, semen y vergüenza. Todos los que pasaban solo la miraban con desprecio, sin que la auxiliaran, ni sintieran la más mínima compasión por ella. Desde aquel día despertaba asustada y sudando, mientras sentía todavía el olor nauseabundo a alcohol y a cuerpos sin lavar que no podía desterrar de sus recuerdos. Pero aquel atropello no había terminado, pronto se dio cuenta que la nausea mañanera no solo venía de sus recuerdos, sino de un presente que le decía que había quedado preñada. Muchas veces, mientras lloraba su desventura, recordaba la cara cruel y enorme de uno de ellos, tal vez el que más se ensañara con ella y no tuvo duda de que ese era el padre de Luis, su hijo, el King Kong como muchos lo llamaban, ese muchacho que desde muy pequeño comenzó a dar muestras de una maldad que rayaba en lo preocupante. Nunca lo había podido someter y de nada sirvieron regaños, ruegos o lágrimas, él parecía hecho de un material impermeable a cualquier expresión de ternura o bondad, mucho menos de obediencia. Desde que Carmen emigrara de su pequeño pueblo hacia la capital huyendo de la maledicencia de la gente, se había dedicado a trabajar en algunas casas ricas. Pero después la suerte la favoreció. Conoció a una solitaria mujer, doña Lucha, dueña de un restaurantito y comenzó a trabajar, primero de lavaplatos y luego de cocinera, quiso el destino que esa mujer enfermera y Carmen la cuidó con esmero y solicitud, la enfermedad agotó las reservas monetarias de doña Lucha y hubo que

vender el restaurantito, pero de nada valieron los esfuerzos de los médicos para salvarla, la mujer murió y Carmen heredó una pequeñísima casita, y unos muebles viejos, pero que en medio de la pobreza fueron una bendición para ella, ya que gracias a ello, por fin tenía un techo donde vivir con su hijo. El trabajo nunca disminuyó, ella siguió lavando ropa ajena y haciendo todo el trabajo honrado que podía para aumentar sus ingresos; su sueño era darle una educación a Luis. Pero él tenía otros planes, decía que la escuela no se había hecho para él e hizo cuanto pudo para que lo expulsaran de cada una en las que ingresó. Pronto dominó la calle y aprendió a cometer pequeñas raterías y poco a poco estuvo al margen de la ley. Carmen tuvo que rescatarlo varias veces de la cárcel, siempre con la idea de que su hijo cambiaría. La vida le enseñó que eso no iba a suceder, esta vez tuvo la fatal certeza de que estaba frente al peor delito de su hijo: “El Secuestro”. Lo escuchó hablando por el teléfono celular, para exigir dos millones de pesos por la vida de aquel hombre, que se debatía en el suelo tratando de gritar bajo el pañuelo que se le atragantaba en la boca, mientras pateaba la pared con todas sus fuerzas. La lucha del hombre terminó pronto, el King Kong le llevó por la fuerza al dormitorio de su madre, lo tiró sobre la cama y acto seguido sujetó sus manos y sus pies con gruesas cadenas a la cabecera y la piecera de la misma. Ella no pudo más y entró a suplicarle que no lo hiciera, pero la respuesta fue una bofetada que la hizo chocar contra la pared; en realidad nunca la había golpeado y ese hecho le provocó un terrible estado de pánico que la impelió a alejarse corriendo rumbo a la cocina, donde lloró larga y silenciosamente, luego, se limpió las lágrimas con su delantal y se dispuso a preparar la cena. El segundo día del secuestro, Luis la llevó fuera y le dijo: “Escuche bien MA, quiero que vaya a un lugar (y le dio la dirección), va a encontrar una maleta ahí, la recoge, toma un taxi y se regresa, ¿me oyó bien? Ella asintió con la cabeza, ¡ándele pues, ya váyase!, ¡ah! y si se quiere pasar de lista avisando a la policía, sepa que antes de que lleguen por el desgraciado ricachón que está allá adentro, primero lo mato, así que mejor obedezca.”

Dio con el lugar que le indicara, pero por más que buscó no encontró nada. Después de esperar por mucho tiempo, regresó a dar las malas nuevas, con el miedo cabalgando en sus entrañas. Al tercer día Carmen percibió el clásico olor a marihuana que ya le era tan familiar y poco después la voz exasperada de su hijo exigiendo de nuevo el rescate. De pronto oyó el golpe del celular contra la pared y luego una lluvia de majaderías, su corazón comenzó a latir con fuerza, presintiendo una tormenta, sabía lo violento que podía ser bajo el efecto de la droga. “¡Rotos hijos de la **?$%&! Decirme que haga lo que quiera, que al cabo el maldito es un hijo de %*$+.” Entró al dormitorio y comenzó a golpear al hombre. Era una paliza despiadada y cruel, se había puesto unos anillos de acero en los dedos, para hacer el mayor daño posible a su víctima y si no lo mató, fue porque su madre venciendo su miedo, entró y suplicó por su vida. Luego se dirigió a su dormitorio, tomó una pistola, se la puso al cinto y salió como una tromba. Ella inmediatamente auxilió al pobre hombre, le levantó la cabeza con cuidado, le quitó las vendas de los ojos y el esparadrapo de la boca. Lo que encontró fue una masa sanguinolenta en la que solo destacaban los azules ojos, que se habían salvado gracias a las vendas; de pronto sintió que su mano se llenaba de sangre, y tenía una gran abertura en la cabeza. Como pudo la desinfectó y trató de cerrarla apretándola fuertemente con unas tiras de tela, luego limpió su rostro y con mil esfuerzos lo acomodó de nuevo en la cama, ya que había quedado suspendido de las cadenas con que lo sujetara su hijo. Luego buscó afanosamente la copia de las llaves de los candados que cerraban las cadenas y finalmente las encontró en un cajón y desencadenó al secuestrado, ya no le importaron las represalias que pudieran ocasionar su lástima, sólo pensó en salvarle la vida y quitarse de encima el inmenso pecado que caería sobre su conciencia, si ese hombre muriese. Toda la noche la pasó vigilando la respiración de aquél, que de pronto dejó de ser un extraño, ya que, gracias a los noticiarios televisivos, supo quien era el moribundo. Según decían, se llamaba Horacio Ramírez de la Cruz, alto empresario y conocido político, esposo de la señora Martha Galván de Ramírez y padre de Horacio y Manuel. Luego dijeron que “La inconsolable familia” exigía que respetaran la vida de don Horacio, Carmen no pudo evitar una sonrisita sarcástica. Muy entrada la madrugada, escuchó el ruido inconfundible de la puerta de la entrada, luego pasos apresurados, rebuscar de cajones, nuevos pasos con prisa y el golpe de la puerta. En ese momento la mujer no se imaginó

que nunca más volvería a saber de ese hijo mala cabeza, que acababa de salir de su casa para siempre. Al otro día supo la causa por la que Luis saliera huyendo: Los telediarios informaron ampliamente a cerca del asesinato de Manuel Ramírez, hijo del empresario secuestrado, don Horacio Ramírez. Había sido acribillado a balazos a la puerta de su casa. A continuación daban la descripción del hombre que le disparara, ya que uno de los empleados lo había visto huir del lugar. El retrato hablado, describía al King Kong con bastante fidelidad. Una duda tremenda se hizo en su mente: ella estaba dispuesta a hablar con la familia y decir que don Horacio se encontraba en su casa mal herido, pero… ¿la acusarían a ella como cómplice de aquel secuestro?, ¿la meterían a la cárcel de por vida?, ¿pagaría por algo de lo que ella había sido simple espectadora? Tal vez fuese cierto que en cierta medida era culpable, por no haber tenido el suficiente carácter para detener las fechorías de su hijo, pero no estaba dispuesta a pagar a tan alto precio su tibieza para educar a ese malandrín, al que lloraba a pesar de todo, más sabiendo sobre él, el pecado del homicidio. Decidió esperar. Al paso de los días y mientras escuchaba la respiración cada vez menos agitada del herido, en su mente comenzó a filtrarse una idea. Una mañana tomó su chal y salio rumbo al sitio que una vez le indicara su hijo. Cuando llegó, buscó afanosamente por todo el lugar, finalmente encontró un maletín, tomó un taxi a toda prisa y ya más tranquila dentro del auto, se puso a pensar que una de dos: a) que la primera vez no había buscado con tanta minuciosidad, o b) que la familia de don Horacio, temiendo que siguieran matando a los de más miembros de la misma, habían decidido pagar el rescate. De regreso a su casa abrió el maletín y se sintió mareada ante la presencia de tantos billetes. Pasó toda la noche contándolos, a veces perdía la cuenta y volvía a comenzar. Cuando finalmente terminó de contarlos, supo que tenía una fortuna y se propuso administrarla con sabiduría. Casi un mes después Horacio despertó, pero su mente estaba extraviada y solo respondía a estímulos como el hambre, la sed o la necesidad de ir al retrete. Fue así como de pronto al estar frente a Carmen, su captora, obedeció a su voz y dócilmente se dejó atender como a un niño.

Don Juan Manuel Ramírez de la Cruz, era un hombre que lo dominaba todo, al entrar a la enorme sala de su hacienda, lo primero que se veía era un cuadro de cuerpo entero en el que se había captado con fidelidad la personalidad de tan prominente hacendado: alto, rubio, de gran bigote, su cuerpo como hecho de granito y bajo su cejas arqueadas se adivinaba un recio carácter. En su mano derecha tomaba con firmeza un fuete. Casi todos los miembros de la familia, los criados y los animales, habían probado la furia de aquel fuete. Don Juan Manuel era venerado y temido. Sólo algunos sabían su verdadero origen, entre ellos el cura del lugar, que recibía generosas ofrendas destinadas a tenerle siempre contento y con la boca cerrada. Su madre, Guadalupe Sosimo, era una muchacha humilde del pueblo, su casa estaba en una ranchería y la necesidad obligó a sus padres a llevarla como criadita a la casa unos adinerados, que vivían en la Capital del Estado. Con solo 14 años de edad y dueña de una carita de virgen y una figura agraciada, entró al servicio de la señora Stéfana, mujer dulce, que hablaba con voz suave y de inflexiones musicales, a Lupita le encantaba oírla porque evocaba las voces del zorzal o del canario, que tanto le gustaba escuchar, cuando estaba en su casa. Se sentía afortunada de vivir en ese hogar, aunque extrañara a su mama, a su tata y a sus hermanos. Sólo la amargaba el ver los ojos libidinosos del señor Filipo, el dueño de la casa, le recordaban la vez que había ido a recoger leña al campo y se topó de frente con aquel enorme puma de ojos terriblemente fieros, corrió y corrió para salvarse y gracias a que Panchito, su hermano, le aventó una piedra, el puma se intimidó y salió corriendo en dirección contraria. Pero frente a don Filipo se sentía más amenazada, algo le decía que de ese puma no podría salvarse, y tenía razón; una noche la asaltó mientras dormía en el suelo de la cocina, ella no pudo ni gritar, pues le puso una mano en la boca y la inmovilizó para violarla. Doña Estefanía vio cómo cambió el rostro de Lupita de la noche a la mañana e intuyó la causa, pero no dijo un solo reproche a su marido, tal vez su esterilidad le hacia sentirse con menos derecho a reclamarle sus infidelidades. Con total impunidad, Filipo siguió disfrutando de la chiquilla, hasta que se dio cuenta que le estaba creciendo la barriga. Sintiéndose un tanto intimidado, abandonó del todo la cama improvisada de la cocina, cosa que hizo sentir aliviada a Lupita.

La chica no sabía a ciencia cierta a que se debía su malestar, aunque al ver su estómago creciendo, recordó a las vacas, las cabritas y las gatas preñadas y pensó que eso era lo que le pasaba a ella. Cierto día, sorprendió una conversación entre sus patrones. El decía: “Está bien, tienes razón, no debí hacerlo, pero míralo por el lado práctico, nosotros no tenemos descendencia, podemos quedarnos con el bastardito, regresamos a Nápoles y allá decimos que es tuyo”. Lupita sintió un miedo enorme, en ese momento tuvo exacta conciencia de que sería madre y en lo único que pensó, fue en proteger a su bebé, ¡nadie le quitaría a su hijo!, de manera que salió de esa casa sigilosamente, sin llevarse más que lo puesto. Se dirigió al hogar de Maura, una costurera, buena mujer que conociera cuando iba por los encargos de Stéfana, le contó lo que le pasaba y ella se conmovió de su desgracia y le ofreció ocultarla, mientras tenía a su bebé. Cuando el niño nació, Lupe sintió un amor inconmensurable por él, quiso llamarle Juan Manuel, como el doctor que le atendiera sin cobrarle un solo centavo. Así transcurrieron los primeros tres años de su hijo, su piel blanca y sus cabellos rubios, fueron la causa de que lo tuviera escondido durante todo ese tiempo. Pero un día se enteró de que don Filipo había caído de un caballo y había muerto.

***************** La tarde del entierro, Lupita recibió la visita de Stéfana, una Stéfana diferente con su bellos rostro demacrado y doliente, le dijo que ella siempre había sabido donde se ocultaban ella y su hijo, pero que no había ido a verlos porque no estaba de acuerdo con los planes de su difunto esposo, ya que ella nunca le hubiera quitado a su hijo. Le proponía que regresara a su casa, como su dama de compañía y que le daría a Juan Manuel la educación que merecía. Lupita sabía que en ausencia de don Filipo, no habría quién deseara quitarle a su hijo, había pasado el peligro. Pronto se encontró instalada cómodamente, junto con su hijo, en la casa de donde había salido huyendo. Aquellos años fueron bastante agradables para las dos mujeres y el niño. Las dos gozaban de sus juegos y sus mimos, que, intuitivo, daba con más generosidad a Stéfana.

Pronto Stéfana tomó el papel de madre en la vida de Juan Manuel y Lupita se dejó ganar por los argumentos de ella, que le decía que cuando muriera lo dejaría como heredero de todos sus bienes; Lupita no era ambiciosa, pero pensaba que a su hijo le correspondía otro tipo de vida, de hecho se sentía inferior a él y veía con más naturalidad que Stéfana fuese su madre, sobretodo por el color tan parecido de sus ojos y su piel. Cuando Juan Manuel cumplió cinco años, Stéfana lo adoptó legalmente y el chiquillo la siguió llamando mamá y “Pita” a su verdadera madre. Pronto fue el tirano de la casa. Caprichoso y exigente, trataba con insolencia a los criados, pedía a gritos lo que deseaba y debía ser complacido al instante. Stéfana y Lupe vivían pendientes de sus caprichos. Así creció y pronto dio muestras de un gran talento para dirigir el rancho al que se habían ido a vivir, para evitar las habladurías de la gente. Con mano dura y poca piedad, hizo crecer la fortuna que dejara su padre. Cuando tenía 28 años, conoció a Raquel Oviedo, hija de un rico hacendado, en el Desfile de la Primavera del pueblo, era la reina de ese año y lucía su espléndida belleza enmarcada entre gasas y sedas, mientras sonreía encantada, sentada sobre un carro alegórico. Juan Manuel le hizo un comentario a Stéfana: “Solo esa mujer es digna de ser mi esposa, y no dudes que lo será”. Seis meses después se casaba con Raquel en la iglesia principal de Cuautla. La boda fue espléndida y a ella acudieron los más prominentes hombres y mujeres del lugar. Dos años después, cuando Raquel y Juan Manuel esperaban su primer hijo, Stéfana enfermó gravemente, victima del cáncer, cuando supo que estaba próxima a morir, llamó a Juan Manuel y pidió hablar con él a solas : “Hijito, me duele mucho tener que decirte esto”, hizo una larguísima pausa, que a Juan Manuel le pareció eterna; “la verdad yo no soy tu madre, tu verdadera madre es Pita”, vio la desilusión y el horror pintados en su rostro y se apresuró a decirle: “pero tu padre si fue mi esposo. Como ya lo sabes, venimos de Palermo, Italia, entramos a México ilegalmente, veníamos sin un centavo, huyendo de la guerra y el hambre que se desató en nuestro país. Tu padre, comenzó a trabajar con un paisano, haciendo mantequilla y quesos, allá por Chipilo, poco a poco iba progresando esa industria y nuestra vida se hizo un tanto más fácil, aunque siempre faltaba el capital para comprar buenas máquinas.

Pero nos esperaba una sorpresa, ya que, pocos años después de terminada la guerra, me llegó una carta donde me avisaban que mi padre había muerto (mi madre murió cuando yo tenía 17 años y fui hija única), y me había dejado como herencia algunas propiedades en Palermo. Como yo estaba esperando un bebé (el único que concebí y que perdí cuando nació), Filipo fue solo a Italia, a vender dichas propiedades y regresó dueño de una regular fortuna, que agrandó al paso del tiempo. El único problema con el que siempre tropezábamos era, que prohibían a los extranjeros hacer negocios y adquirir propiedades en México, la mayoría de los extranjeros que tenían negocios, estaban casados con mexicanas (como el socio de tu papá). De manera que, gracias a un amigo, nos hicimos pasar por mexicanos y cambiamos nuestro apellido que es Lemaire, por el de Ramírez de la Cruz”. Ella calló y Juan Manuel explotó indignado por la confesión de la que consideraba su madre: “¡DE MANERA QUE NI SOY TU HIJO, NI LLEVO TU APELLIDO! ¿PORQUÈ ME HAS ENGAÑADO TODO ESTE TIEMPO?”, espetó furioso, pero Stéfana no pudo escucharlo, cuando volteó a mirarla, ella acababa de morir. La revelación de Stéfana detonó la furia que tenía en su interior, su naturaleza de por sí cruel, se tornó irascible. Cualquier pretexto le bastaba para castigar a quien considerara un infractor de las leyes que él dictaba en su hacienda e incluía a cualquier ser humano o animal que viviera en los límites de sus propiedades. Sus hijos no se libraron de su crueldad. Aunque los amaba, nunca se los demostraba y en el fondo sentía envidia y coraje en contra de los cuatro hijos que engendrara con Raquel, ya que los sabía legítimos y poseedores de un apellido, que, aunque era robado, nadie podría arrebatarles, ni cuestionar su origen. Horacio, el hijo mayor, era el más castigado, su rebeldía era todo un reto para su padre. Se había curtido por los golpes y los soportaba sin emitir una queja, al final, cuando lo veía sudoroso y sin poder dar un golpe más, se dibujaba en su rostro una casi indetectable sonrisa de triunfo. El muchacho a diario recibía agrios comentarios: “El señorito esconde la cabeza en los libros, para evitar el trabajo de la hacienda, claro, ¡para eso estoy yo!, que me he partido el alma para sacarla adelante" o "Raquel, dime, ¿Catalina es la única mujercita que engendramos?, porque me parece que tenemos dos”, decía, volteando a ver a su hijo mayor. Pero a pesar de querer dejar en mal a su hijo, solo recibían elogios de parte de sus maestros, su inteligencia pronto le hizo destacar en la escuela y se convirtió en uno de los mejores alumnos, cada fin de cursos acumulaba galardones, incluso en los deportes.

Cuando, siguiendo la tradición, su progenitor quiso ponerlo al tanto en la administración de sus negocios, él puntualizó : “Padre, con todo respeto, no me opongo a que me informe a cerca de los libros de contabilidad y el estado financiero del rancho, pero no se haga ilusiones, pienso ir a estudiar a la universidad en la ciudad de México, quiero ser abogado”, Juan Manuel se encolerizó e inmediatamente enarboló su fuete, para castigar al insolente, pero él solo le dijo: “puede usted pegarme todo lo que quiera, no voy a cambiar de opinión”, sólo los gritos asustados de sus hermanos y los sollozos de su madre, consiguieron que dejara de golpearlo. Al otro día, Horacio salió de su hogar, rumbo a la capital a vivir en casa de uno de sus tíos maternos. La vida de Horacio en la ciudad de México fue un oasis, lejos de su padre se sintió como liberado de un gran peso y comenzó a incursionar en lo que realmente le interesaba: su carrera de abogado. Sus altos promedios le hicieron acreedor a una beca en la universidad de Harvard en E.U. Cuando regresó, se encontró dueño de un titulo de abogado criminalista, pero no sabía que hacer con él, pues no encontraba empleo en ninguna firma importante, todos pedían experiencia, pero ¿cómo iba obtener experiencia si no lo dejaban litigar? Sus primas se peleaban por el derecho de llevarlo a los bailes y las reuniones que frecuentaban, el círculo en el que se movían era de lo mejor de la sociedad, había dinero y lujo, mucho lujo. El era un profesionista joven y bien parecido, y eso lo convertía en un “soltero codiciado”. Pronto se vio rodeado de chicas de “buen ver”, que se le ofrecían en charola de plata y él se aprovechaba de la situación, teniendo incontables romances, que terminaban en la cama, sin ninguna consecuencia, ya que la mayoría de las chicas eran bastante liberales, a pesar de la época en que se encontraban, tan prejuiciosa y llena de tabúes. Esa tarde iba a encontrarse con Malena, una chica muy linda, que conociera en el “Club Albatros “, uno de los clubes que frecuentaban sus primas. Cuando revisó su cartera, la encontró vacía, pero recordó que traía un cheque que su madre le enviara, ya que a escondidas de su padre mensualmente recibía una generosa cantidad. Cada vez él se prometía que sería la última ayuda que aceptara, pero mientras no tuviera trabajo y llevara ese tren de vida, tendría que tragarse su orgullo. Cuando entró al banco a cambiar el cheque, le llamó la atención el tono enojado de una chica, que discutía con un empleado: “¡Óigame! ¿Cómo que no puede cambiarme el cheque?” “No le estoy diciendo que no puede

cambiarlo, lo único que le digo es que no podrá ser hoy, tiene que pasar a cobro y eso tardará cuatro o cinco días.” “Ah, ¡que bien! ¿Y me puede decir mientras con qué llevo a mi madre al doctor y le compro sus medicinas?” Sacudía sus largos cabellos y gesticulaba con las manos, como si tuviera aspas, en lugar de dedos. ¡Era preciosa!, tenía unos ojazos cafés claros, orlados por largas pestañas, una boca que le pareció un poema y un cuerpo que era un peligro para su estabilidad. “Espere un momento”, dijo Horacio, acercándose a la ventanilla donde discutía con el empleado. “Mire, usted me conoce, tengo una cuenta de cheques, páguele a la señorita y yo respondo, no hay problema.” Ella volteó a verlo con ojos encolerizados. “¿Y a usted quien le habló? ¿Por qué se está metiendo en lo que no le importa?” “Disculpa preciosa, solamente quiero ayudar.” ¡Pues vaya usted a ayudar a la más vieja de su casa, yo nunca le pedí su intervención!” Horacio la vio tan enojada, que su reacción fue reír a carcajadas. Ella se enfureció más y dijo: “mire”, dijo al empleado que la miraba desconcertado, “vendré a cobrar el cheque dentro de cinco días” y acercándose a Horacio, le dijo: “para usted esto es lo que tengo, por metiche:” y le propinó tremenda bofetada, que le dejó ardiendo la mejilla. Entonces tuvo la certeza (mientras la miraba alejarse, con ese andar señorial) de que por primera vez sentía algo diferente por una mujer y el conocimiento lo desconcertó.

Silvia Pérez, era una chica que había demostrado un carácter lleno de fortaleza desde que era muy pequeña. Su hogar se vio siempre afectado por el alcoholismo de su padre, que por el vicio, descuidaba sus obligaciones para con sus hijos y su esposa. Su madre sostenía el hogar, haciendo pasteles y diversos postres, que ella y sus hermanos repartían en panaderías y tiendas del rumbo, gracias a lo cual, podían llevar una vida digna. Una noche, cuando ella contaba con once años, fue despertada por gritos y ruido de muebles cayendo, asustada corrió a investigar el origen de esos ruidos y encontró a sus padres enzarzados en una discusión , ella le decía: “No Pablo, no te lleves ese dinero, mañana necesito comprarle algunos libros a Mario y la provisión para la semana.” “No me importa para que quieras el dinero, me lo llevo, porqué bastante los he mantenido para que por lo menos alguna vez me den algo.” Ella trató de quitarle el dinero que tenía apresado en su mano derecha, pero él de un fuerte golpe en la cara se la quitó de encima.

En ese momento Silvia, enarbolando una escoba, se fue sobre su padre y lo golpeó haciéndolo trastabillar y caer cuan largo era, antes de que se levantara, le dijo: “¡te largas de aquí, ahora mismo y no queremos volver a verte!” Lo dijo con tal autoridad y convicción, que su padre no hizo más comentario, dejó los billetes y salió sosteniéndose la cabeza. La madre y los hermanos la vieron como a una heroína y a pesar de que tanto Mario, como Adela eran mayores que ella, se estableció desde entonces que ella tomara el mando de la casa y que no se haría nada sin consultárselo primero. Pocos años después el doctor diagnosticó leucemia a Adelita y comenzó una lucha desigual con dicha enfermedad, que terminó venciéndola, ya que a la edad de 17 años murió la más dulce y mimada de las hermanas Pérez, con el consiguiente dolor por el vació que dejaba en la vida de la familia. Como consecuencia de tanto gasto por la enfermedad y el consiguiente desceso de Adelita, Mario se vio en la necesidad de cruzar la frontera para trabajar en E.U, dejándolas solas, a doña Adela enferma de una cardiopatía crónica y a Silvia, haciéndole frente a la situación. Esto no la arredró y siguió con la elaboración de pasteles por las mañanas y estudiando en la facultad de filosofía y letras por las tardes, su vida era un tanto complicada, pero estaba llena de proyectos y aunque había tenido algunos novios, decía que no tenía mucho tiempo para pensar en el amor. Horacio por su parte, se dedicó a investigar el nombre de la chica, por medio del cajero que la atendiera y aunque no pudo averiguar sus dirección, cinco días después, se plantó desde muy temprano en el banco, para ver aparecer a esa mujer que tanto lo atrajera. Efectivamente, Silvia llegó a los pocos minutos y se dirigió a la ventanilla para cobrar el cheque que les mandaba mensualmente su hermano, desde los E.U. Cuando salió a la calle, Horacio la saludó: “¡Buenos días señorita Silvia!” “¿Cómo sabe mi nombre? ¡Ah, ya! Usted es el metiche, ¿viene por más o que quiere?” “No sea así, preciosa, solamente quiero ser su amigo.” “Pero yo no, así que con su permiso” e hizo el ademán de seguir su camino, pero él rápidamente se paró frente a ella, “no sea así, ¿qué le cuesta regalarme unos minutos para que platiquemos y nos conozcamos un poco?” “Mire, da la casualidad que yo no tengo ni así de ganas de conocerlo y además mi tiempo es precioso, voy con bastante prisa.” “Bueno, en ese caso,

permítame llevarla en mi auto, adonde vaya llegará más rápido.” “No gracias, yo tengo el mío en la siguiente cuadra, gracias.” Y caminó de prisa para desaparecer de la vista del impertinente (que por cierto estaba bastante guapo, se dijo). Pero, cuando se encontraba esperando el autobús, se detuvo un auto frente a ella y asomó la cara burlona de Horacio, “¿qué pasó, se le descompuso el auto?, ande suba, no me la voy a comer.” Ella sólo volteo la cara para otro lado y en ese momento llegó el autobús y subió en él. Pero no, él no se dejaba vencer tan fácilmente, siguió al autobús y cuando la vio bajar, la siguió hasta su casa. Le sorprendió el barrio pobre y la casa modesta donde vivía, en realidad nunca había conocido la clase proletaria, ya que su existencia siempre trascurrió en medio de la opulencia y últimamente hasta del despilfarro en que vivían los Oviedo, que ostentaban más de lo que realmente tenían. Un tanto mosqueado por la curiosidad que despertaba en los vecinos de Silvia, tocó el timbre de la puerta y salió a abrirle una mujer madura en la que se adivinaba una antigua belleza y unos ojos muy parecidos a los de Silvia, lo vio un tanto sorprendida y le preguntó: “¿dígame, en qué lo puedo servir?” “¿Está Silvia?” “Sí, pase usted.” El interior, aunque modesto, denotaba la personalidad de quien lo poseía, se sentía una grata sensación de comodidad y bienestar, que, aunado al olor a pan recién hecho, envolvía al visitante en un encanto especial. Cuando la chica salió, su sorpresa no tuvo límites, “pero.... ¿qué hace aquí?” “Como no me quiso aceptar un café, vine a ver si usted me lo invitaba.” Ella lo miró un momento y terminó soltando una carcajada “¿habrase visto? ¡Mire que es un descarado!” y se dio la media vuelta, para volver después con una charola con dos tazas y una generosa rebanada de pastel. Eso fue el inicio de su incipiente amistad, que se convirtió en amor con el transcurso del tiempo. Por primera vez, tanto Horacio como Silvia, se encontraban enamorados y felices. Él no quería plantearse la situación, sabía que su familia nunca aprobaría su relación con una chica de clase media baja y por otro lado, en realidad era un desempleado subsidiado por su madre, tenía que encontrar pronto un empleo, para poder pedirle matrimonio a Silvia, como era su deseo. Solo una cosa lo trastornaba: Cuando tuvo relaciones sexuales con la chica, comprobó que ella no era virgen como él lo esperaba, y cuando le hizo el comentario, ella solo le dijo: “pues, tú tampoco eres virgen o ¿me equivoco?” “No, claro que no, pero yo soy hombre.” “Y yo soy mujer y, ¿qué privilegio te faculta para exigirme algo que tu no me das?” El no pudo contestarle nada, pero una rabia silenciosa, nublaba el panorama de su relación.

Se acercaba el baile “Blanco y Negro” en el salón del Hotel Ritz. Horacio notó una actividad febril por parte de sus primas y antes de que preguntara a que se debía tanto ir y venir, Magda, su prima mayor, le dijo, cuando bajaron a desayunar: “no quiero que me digas que esta vez tampoco nos acompañarás al baile anual “Blanco y Negro” “Y ¿qué tiene de especial ese baile?” “Aparte de la originalidad, pues todo el mundo va vestido de blanco o de negro; pues nada menos que toda la crema y nata de la sociedad mexicana e internacional, se dan cita en dicho evento. Se supone que tu quieres entrar a formar parte de una firma importante de abogados o corrígeme si me equivoco.” “Sí, claro que quiero, pero que tiene que ver....” ¡Ay primito! No cabe duda de que no estás enterado de como se mueven los negocios en esta ciudad, lo importante son la relaciones, si no tienes relaciones, sencillamente no se te abre ninguna puerta y las adquieres haciendo amistades importantes y ¿cómo?, pues yendo a los clubes de gente nice y a las fiestas más relevantes donde conoces a lo mejor de lo mejor.” “Magda

tiene razón, Horacio”, dijo Vicky que bajaba al comedor en esos momentos, “necesitas un poco de “roce”, ¡ya basta de estar en el anonimato! Oye, por cierto, Malena está enojadísima, dice que siempre la dejas plantada, no seas cruel, ella es una chica muy linda, desinhibida y bastante simpática, hasta podrías llegar con ella al Ritz, sería una buena “carta de presentación” para ti, bueno, es solo una sugerencia.” El baile estaba en su apogeo cuando llegaron. Horacio notó algunas caras conocidas, sobretodo de chicas con las que había salido antes de conocer a Silvia y en ese momento se dio cuenta de cuanto se había aislado de ese círculo de “gente bien”, por ella. Malena iba luciendo en todo su esplendor, su rubia cabellera daba justo marco a su rostro hermoso e impecable, aunque un tanto frío, no pudo menos que hacer la comparación con Silvia, que era toda expresión, fuerza y fogosidad y le dolió haberle mentido para poder asistir con Malena y sus primas a ese lugar repleto hasta los topes de gente vestida con lujo y ostentación. Fue presentado a muchísima gente y se sintió mareado, no tanto por los cocteles, como por la música mezclada con las charlas y el asedio de las chicas, que se peleaban por bailar con él. Malena furiosa, trataba de acapararlo, pero en un momento dado, una chica bastante hermosa, caminó insinuante hasta ellos y dijo: “Hola Malena, ¿no me presentas a tu amigo?” Cuando Malena la vio, hizo un gesto, mezcla de disgusto y aprensión “ah, hola Martha, mira, te presento a mi novio.” “Mucho gusto, Martha Fernández de Hoyos.” “¡Vaya, no me

diga! ¿Qué relación tiene con la firma Fernández de Hoyos?” “Bueno, mi padre es el dueño de la firma, por cierto ahí viene, ¿quiere conocerlo?” “¡Desde luego!”, tomándolo del brazo lo apartó de Malena (que se quedó echando chispas) y se dirigieron a saludar a tan importante personaje. Horacio no quería creer su buena suerte, tenía una cita el lunes siguiente, para encontrarse con el dueño de la firma de abogados más importante en la ciudad de México, casi no podía esperar y su domingo con Silvia se le hizo insulso, pobre y desmotivado. Se despidió temprano y cuando lo hizo, no notó la sombra que había en los ojos de su novia. Para las doce del día, Horacio había sido agregado a la lista de abogados de la firma Fernández de Hoyos y dos horas más tarde, compartía el almuerzo con Martha, que coqueta y elegante tomaba un “etiqueta roja”, mientras lo veía divertida tras su vaso. “Bueno, no es para tanto, amigo, solo fue un empujoncito el que te di, mi padre no te hubiese contratado sino hubieses valido la pena, no es ningún tonto, lleva ya muchos años en el negocio.” Su nuevo empleo y las salidas constantes con Martha, fueron un impedimento para ver con frecuencia a Silvia, que poco a poco se iba sintiendo relegada a un segundo término. Don Andrés Fernández de Hoyos, a su manera era un tirano y Horacio recordó a su padre, que era como él, altanero y nunca permitía una sola negativa de parte de sus subordinados. En realidad no tenía un horario de trabajo, era requerido casi a cualquier hora de día o incluso de la noche. Pero eso no era lo que más le molestaba, cada vez que tenía algún caso en sus manos, se daba cuenta de que la firma Fernández de Hoyos se dedicaba a defender solo a personajes con cuentas bancarias de muchos ceros. Fueran inocentes o culpables, salían libres tarde o temprano. “Y más les vale que sea temprano”, les decía, para aprontar la libertad de sus defendidos y recibir el resto de las sumas exorbitantes que siempre estipulaba por sus honorarios. También se dio cuenta que tenía comprados a los fiscales y a los jueces, sus tentáculos se habían extendido por todo el sistema judicial. Era un dios todopoderoso a quien incluso se atribuían delitos inconfesables, pero también incomprobables. Por ese tiempo, la madre de Silvia se puso bastante enferma, a tal grado que tuvo que ser hospitalizada. Ella llamó a Horacio por teléfono y le avisó lo que sucedía, él quedó de ir a verla por la tarde; pero don Andrés lo requirió con urgencia y lo mandó a San Antonio Texas a arreglar un asunto según él impostergable.

Mientras el avión despegaba, Silvia recibía la noticia de que su madre acababa de morir. Sintiendo una gran desolación, lloró sola en aquél frío pasillo, por el que nunca apareció Horacio. En cuanto bajó del avión corrió al hospital. Lo único que encontró fue la noticia de que el día anterior había muerto la madre de Silvia, preguntó por la ubicación del velatorio y hacía allá se dirigió. La sala se encontraba prácticamente vacía, solo cuatro personas con caras de desvelo estaban ahí. Levantó la cara seca ya de lágrimas y con una semisonrisa hizo un gesto a Horacio para que se acercara, él se sentía extrañamente cohibido y comenzó una disculpa, pero ella le puso dos dedos en los labios para silenciarlo. En ese momento cuatro hombres entraron a quitar los cirios y las flores. Una mujer le dijo a Silvia: “tienes que ser fuerte, viene la parte más difícil, pero ineludible”, ella hizo un gesto de asentimiento y entraron nuevamente a llevarse el ataúd. Durante toda la ceremonia, mientras veía bajar los restos mortales de doña Adela, no dejó de observar a su novia, le extrañó verla tranquila, fuerte y segura, sin una sola lágrima, cuando trató de abrazarla, un leve, muy leve rechazo le llenó de frío y sintió un dolor que le impedía respirar con libertad, tenía un presentimiento, algo que no sabía definir. Caminaron rumbo a la salida del cementerio y casi al llegar a la reja del mismo, apareció un hombre con la cara lívida y llena de lágrimas, abrazó a Silvia y le dijo: “Hermanita, ¿he llegado tarde? Han sepultado a mamá, ¿verdad?”, ella asintió y quiso regresar a la tumba, para acompañar a su hermano, pero él hizo un gesto, “no, déjame solo con ella, necesito estar solo.” “Lo esperaremos, quiero que conozca al hombre con el que te vas a casar.” “No Horacio, me temo que esto ya no será así.” “¿Por qué dices eso? ¿Estás celosa? ¿Crees que no te vengo a ver como antes, porque ando con otras?” Ella enfrentó su mirada, “¡ojalá fuera así de simple! Sé de seguro que me amas, competir con otra mujer no sería problema para mí, pero no, hay algo más de fondo, sé con quien trabajas y sé también qué clase de hombre es tu patrón, mis maestros de la facultad lo conocen demasiado bien. Don Andrés Fernández de Hoyos es un ser despreciable y corrupto. ¿Sabes por que te contrató? No, no fue porqué se lo pidió su muy atractiva hija”, Horacio enrojeció al saberse descubierto, “sino porqué eres el sobrino de otro corrupto, don Eladio Oviedo, próximo candidato a la gubernatura del Estado de Morelos. El le financiará su campaña, claro, le conviene porque es uno de sus títeres. ¿Leíste que

murió el anterior candidato en un accidente automovilístico? Pues no murió tan accidentalmente, simplemente no aceptó los términos de don Andrés y firmó su sentencia de muerte. ¿Por que lo sé? Pues porque mi maestro Carlos Manríquez, es el padre de Fernando Manríquez, el candidato que se “accidentó”. Carlos denunció los hechos, pero nada puede probar, ya que por una fortuita razón, el auto se incendió y no quedó ninguna evidencia.” “Ese es tu empleador, ese es el mundo al que has entrado por la puerta grande, yo no puedo evitar que te contamines con toda esa podredumbre, pero si puedo evitar contaminarme y elijo dejarte, porque en eso si no transijo, ese no es mi estilo.” El estaba demudado y sorprendido. “Sé que no lo vas a creer, pero no estaba enterado de todo lo que me informas, nada tengo que ver con mi tío, ni con la dichosa campaña; no voy a negar que muchas de las negociaciones en las que me he visto involucrado se me hacen deshonestas y mal intencionadas, pero todo lo he digerido con tal de acortar el camino. Recuerda que yo no contaba con ningún empleo, ni tenía nada que ofrecerte. ¿O piensas que nos podíamos casar y vivir con lo que mi madre me mandaba cada mes?”, en su rostro triste se dibujó una sonrisa sarcástica. “Pues flaco favor quisiste hacerte y hacerme, en lo que no pensaste es en que yo nunca iba a aceptar vivir de un dinero podrido y que jamás aceptaría traicionar mis principios por nadie, ni aún por ti.” El la miró esperanzado, “dime, si dejo la firma, ¿aceptarás casarte conmigo?” “¿Dejar la firma? ¡Vamos! ¿En qué mundo vives? Pero no seré yo la que ponga obstáculos, anda, ve, trata de salir de la trampa, te deseo buena suerte.” Horacio se despidió más tarde de Silvia y su hermano, sin decir palabra, por respeto a su dolor. Caminó triste hacia su auto, abrumado por las palabras de esa mujer que amaba y que de pronto se volvía inalcanzable. La llamada de don Andrés era urgente e ineludible, él acudió con una terrible tempestad en el pecho. “Horacio, es necesario que dejes todos los asuntos que tengas, en manos de alguno de tus compañeros, vamos a hacer un despliegue publicitario sin precedentes y quiero nombrarte jefe de campaña.” “¿Jefe de campaña, de qué campaña me habla?” “Oye, no seas tan discreto, de seguro Eladio te habló de su candidatura.” “Pues no, no estaba enterado de nada.” “Bueno, ahora lo sabes, ¡tu tío Eladio para gobernador de Morelos! ¿Qué te parece?” Horacio sintió que bullía una rabia sorda dentro de sí y contestó: “mire, don Andrés, espero tengan mucho éxito con sus planes, pero yo no le entro, es más, considéreme fuera de su firma.” Andrés no se inmutó, dándole la espalda fue a servirse un vaso de whisky y mientras vaciaba los cubos de hielo le dijo: “tranquilo,

piénsalo bien, esta puede ser tu gran oportunidad, no serás uno de los tantos abogaditos que tengo bajo mis órdenes, sino nada menos que el jefe de campaña del gobernador de Morelos, porque de que será gobernador, lo será, sin lugar a dudas.” Horacio iba a iniciar una protesta, pero lo siguiente que escuchó lo dejó helado: “oye, quiero felicitarte por tu buen gusto. ¡Qué chica te cargas! Muy linda y muy inteligente, Silvia Pérez, bueno el apellido no dice nada, pero, bueno, no se puede tener todo en esta vida. Lástima que sea una lidercilla revoltosa, de esas que hablan mal del gobierno y se oponen a todo nada más por fregar, dile que desista de sus tonterías, una belleza como ella en la cárcel es un desperdicio, ¿no crees? Por cierto, dale mis condolencias por la muerte de su madre.” Inmediatamente entendió la amenaza velada que había en sus palabras y se le vinieron a la mente las palabras de Silvia: “¿Dejar la firma? ¡En qué mundo vives!” Sí, se había metido en una trampa de ratón, se podía entrar, pero no salir. La carga de trabajo era abrumadora, ya no recordaba cuando había sido la última vez que durmiera por lo menos cuatro horas seguidas, se vio envuelto en preparaciones de rimbombantes discursos, de carteles para ser pegados en las calles y autobuses, de anuncios en todos los medios publicitarios y hasta de hechuras de trajes y camisas a la medida que pudieran disimular la gordura de don Eladio Oviedo. Nunca como entonces se sintió tan asqueado por tanta frivolidad y ostentación. Sus primas y su tía, llenaron la casa de modistas, maquillistas y toda clase de inútiles que les halagaran el ego y les hiciera gastar en cremas, masajes y moda. Para él no era un secreto que la fortuna de los Oviedo era una quimera, don Eladio se había casado con una manirrota que había enseñado a sus hijas a gastar sin cortapisas. Pero ahora que sabían que era candidato al gobierno de Morelos, con altas posibilidades de ganar, sentían que el dinero llamaba a sus puertas y trataban de gastarlo antes de recibirlo. Fue un alivio para Horacio encontrar un departamento (pisito) pequeño, pero muy bien amueblado, cerca de la oficina donde se llevaba a cabo la campaña publicitaria del candidato. Se despidió de sus parientes, y una vez instalado en su nuevo hogar, de pronto albergó la idea de ir a decirle a Silvia que lo perdonara, que se casara con él y que tratase de entenderlo, si, ella lo entendería, no podía dejar de amarlo, lo que ellos sentían era muy grande como para tirarlo por la borda como si nada. Pulsó el timbre, le sudaban las manos, estaba ansioso por ver de nuevo a Silvia, nunca como en ese momento sintió esa necesidad tan grande de tenerla de nuevo entre sus brazos. Después de una larga espera se abrió la puerta y en lugar del aroma conocido de pan recién hecho que siempre

percibía al llegar, un fuerte olor a pintura le llenó la nariz y tras el olor la casa vacía y el rostro de un hombre sucio que le dijo: “yo no enseño el departamento, si quiere informes, vaya a ver al portero, está en el 16.” “Oiga, pero… las personas que vivían aquí, ¿adónde se fueron?” “Mire, yo no se nada, vaya al 16.” El portero lo miró con ojo crítico. “¡Ah, sí, lo recuerdo! Usted venía a ver a la niña Silvia, pues se fue la semana pasada, mire, nos regaló sus muebles.” Le pareció una blasfemia ver aquellos amados sillones y la mesita donde tomara por primera vez el café con la rebanada de pastel más perfecta y exquisita que hubiera probado en su vida. “Pero, ¿adónde fue?” “Parece que a Estados Unidos, con su hermano, pero, espere, creo que me dejó algo para usted, pase mientras lo busco.” “No, aquí lo espero.” No quería sentirse más desolado contemplando el naufragio en que se habían convertido las pertenencias de su querida Silvia. Sintió que había pasado una eternidad antes de que regresara el viejo, que de pronto se materializó con lo único que necesitaba en esos momentos, unas simples hojas de papel. Horacio: Sabía que tarde o temprano me buscarías, yo no hubiese podido contenerme más tiempo para ir a buscarte, por eso tengo que poner tierra de por medio. No lamentaré nunca el tiempo que te dediqué, que me dedicaste, aprendimos mucho uno del otro. Es triste la herencia que nos marca de por vida, esa de la que no nos podemos desprender o que nos lleva a seguir una línea que quizás no nos gusta, pero que nos impele a desgastarla, como si fuese la misma ropa. Sí, a veces quisiéramos andar desnudos, libres, como cuando niños sin prejuicios nos bañábamos en el río despreocupadamente, cubrirnos nos disgustaba; pero al paso del tiempo aprendimos a vestirnos, casi como autómatas. Cubrimos nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestros deseos y aprendemos que el futuro debe también estar cubierto, la seguridad ante todo; una casa, un auto del año, un prestigio, un nombre, eso es lo más importante. No, no te culpo, eso es lo que te heredaron, lo que aprendiste; yo quise enseñarte la otra parte de ti que no conocías, la parte libre de tu corazón, de tu mente, de tu espíritu, esa para la que no es necesario tener casa, auto o prestigio social. Creo que faltó tiempo, descuidaste al Horacio que más importaba, el hombre puro, el honrado, no con los demás, sino

consigo mismo. El que podía caminar erguido, sintiéndose dueño del mundo por que no dependía de la opinión de los otros, sino de la llenura de su propia sombra, de su propia luz. ¿Te hablé de Tlaltelolco?, si, yo estuve ahí hace cuatro años, cuando apenas tenía 19 años y cursaba la preparatoria. Los maestros nos hablaban con la verdad, nos situaban en la realidad social en que nos encontrábamos, aparentemente teníamos libertad, pero el gobierno controlaba a la opinión pública, coartaban la libertad de expresión y daban concesiones al capital extranjero, prestándose a toda clase de corrupción y componendas a su favor. Los pobres, cada día eran más pobres y los ricos veían aumentar sus ganancias. Las cárceles se llenaban de las personas que levantaban la voz para denunciar la verdad, se hizo frecuente la palabra “presos políticos”. Las grandes revoluciones se inician en las universidades y el gobierno lo sabía, por eso aquel 18 de octubre en la Plaza de Tatelolco, cuando se convocó a un gran mitin, al que acudimos un gran número de estudiantes, mientras hablaba un compañero frente al micrófono, de repente comenzaron a disparar desde las azoteas. ¡Se desató el pánico! Yo estaba al lado de un chico, que de repente se desplomó, flojo, como si fuese de cera, le llamé, pero no me contestó, estaba muerto. Mi instinto me llevó bajo una ventana y me replegué junto a la pared un segundo antes de que estallaran miles de partículas de vidrios frente a mí. En el momento que sentí que disminuía el tiroteo, corrí con todas mis fuerzas, junto con otras tantas personas, entre las que iban hombres, niños, mujeres y ancianos, a veces veía caer a algunos, me tapé las orejas para no escuchar los gritos y los disparos, que se habían reanudado. No supe como llegué a mi casa, no llevaba zapatos, e iba toda llena de tierra y sangre, mamá pensó que me habían herido, pero no, mi cuerpo estaba íntegro, lo que llevaba herida era el alma. Al otro día solo hubo una pequeña nota en los periódicos, diciendo que una turba de maleantes se habían enfrentado en la Plaza de Tlatelolco por el liderazgo de unas pandillas, que incluso había habido un tiroteo y habían salido heridos algunos pandilleros. Pero los muertos, los muertos estaban, madres, padres, esposas, hijos, buscaban a sus muertos. El campo militar número uno se llenó de cadáveres y hasta ahí llegamos Laura y yo, buscando a su hermano. Nunca imaginamos encontrarnos con ese espectáculo, era como algo salido del infierno de Dante, algunas mujeres lloraron de pronto e intuimos que habían encontrado a sus seres queridos, nos abrazamos deseando que él no estuviera ahí, pero nos portamos valientes y nos sumamos al resto de los que seguían buscando,

no apareció. Alguien nos dijo que también habían cadáveres en varios anfiteatros y presos, muchos presos. Fuimos a las cárceles y vimos muchachos, casi niños, golpeados cobardemente, conviviendo con maleantes, hombres recios y peligrosos. En medio de todo ese horror, vimos de pronto a Víctor, el hermano de mi amiga, un Víctor delgado, sucio e indiferente a su entorno. Nos mandaron a hablar con el jefe del ministerio público, un hombre de aspecto vulgar y grosero, hablaba con un palillo entre los dientes: “Miren preciosas, estamos hartos de tener a esos señoritos ocupando los cubículos, no nos damos a basto con la comida, ya no hay lugar para un solo preso más y nos siguen llegando, de manera que si ustedes se ponen generosas con unos buenos billetes, es posible que se puedan llevar al mariquita ese.” “¡Mi hermano no es ningún marica!”, protestó Laura, pero yo le apreté la mano para calmarla, “cállate, puede cambiar de opinión.” Logramos llevárnoslo; junto con él salió un hombre que parecía un obrero: “señoritas, llévenselo pronto y ayúdenlo, nos llevaron juntos, yo tuve la mala fortuna de ir pasando por la Plaza de Tlatelolco y me agarraron unos judiciales, cuando me subieron a la camioneta, ya iba repleta de muchachos. Nos metieron en una celda grande, llena de tipos mal encarados, no se metieron conmigo, pero a algunos los comenzaron a insultar y a golpear, creo que el peor problema para su hermano y dos de los chicos, fue que eran jóvenes y bien parecidos, los atacaron y los violaron toda la noche, oía sus gritos de dolor y me dolía no poder hacer nada por defenderlos. Al otro día, uno de los muchachos estaba inmóvil, vinieron los custodios y se lo llevaron, no regresó; el otro chico lloraba calladamente en un rincón y su hermano quedó así, como lo ven, quieto, sin una lágrima, como si se hubiera ido a otro mundo, para no sufrir. Ayúdenlo, ha pasado por algo quizás más terrible que lo que sucedió en Tlatelolco.” Laura y yo pensamos que habíamos crecido de golpe, ya no éramos las jovencitas que soñábamos con un príncipe azul o que nos deleitábamos con las canciones de los Beatles, habíamos nacido a la conciencia, a la ardua tarea de luchar por nuestro futuro, para que nuestros hijos y los hijos de ellos, encontraran un mundo mejor. Víctor se perdió entre la bruma, las dos lloramos cuando tuvimos que dejarlo en un hospital psiquiátrico. “Manita, ¿dónde quedaron nuestras ilusiones? ¡Pensar que yo un día creí que podríamos ser cuñadas!” “No, Silvia, cuñadas no, somos hermanas, ¡hermanas!” “Tienes razón. ¡Somos hermanas!” Esa fue la primera vez que tuve un nombre de verdad, no con el que había nacido, entonces comprendí que no tiene ningún valor el nombre

que se hereda, porque no cuesta ningún trabajo obtenerlo, lo que vale es el nombre que te ganas a pulso. ¿Sabes?, tú me diste mis dos últimos nombres, me llamaste: “mi amor, mi bien”, sé que también me pertenece porque cuando me lo pusiste, me viste a los ojos y decías la verdad. Hasta siempre. Silvia tu hermana, tu amor, tu bien. La boda se realizó dos meses después de que don Eladio recibiera la gubernatura de Morelos, en medio de la euforia del recién nombrado gobernador y su familia, se llevó a cabo la ceremonia. Se ofició el matrimonio en la catedral de la Ciudad de México y la recepción fue en El Hotel Ambassador, donde acudió la flor y nata de la sociedad. Don Juan Manuel Ramírez de la Cruz, su esposa y sus tres hijos, llegaron dos días antes de la boda y fueron recibidos con muestras de agrado por parte de los Oviedo, que les ofrecieron su casa encantada. Conoció a la Marcha Galván, cuando fue llamado por el presidente de la república. Súbitamente recibió una carta de la presidencia, donde le pedían se presentara al día siguiente a las 10 a.m. El presidente lo recibió muy cordialmente, junto con otros seis jefes de campaña de otros tantos candidatos a gobernadores. Les dijo los errores que veía en algunas de las propagandas que hacían y les daba los lineamientos que debían seguir para no perjudicar su imagen. Todos asentaron sus órdenes, solo Horacio las rebatió: “Disculpe señor, pero, yo tenía la idea de que éramos autónomos, que podíamos realizar las campañas a nuestro libre albedrío y ahora resulta que nos pone cortapisas, yo no creo poder seguir sus órdenes al pie de la letra, no lo considero ético.” “¿Cómo se llama jovencito?”, dijo el presidente. “Horacio Ramírez, señor.” “¡Ah sí! Es sobrino de Eladio Oviedo, ya me habían hablado de usted, mire Horacio, yo solo sugiero, ustedes saben si siguen mis consejos, créanme , yo podría dejar en manos de mi jefe de prensa esta conversación, pero quise hacerlo personalmente, porque estoy casi seguro de que cada uno de los candidatos que ustedes representan llegarán a la gubernatura de su estado, bueno dije casi…” y sin transición, “bueno amigos, eso era todo lo que deseaba decirles, les deseo suerte, pueden salir.” Horacio salió furioso, pensando en que siempre los políticos tenían la costumbre de amenazar velada, pero muy efectivamente. Tan ensimismado iba, que no se fijó cuando empujó sin mucha fuerza a una chica que pasó junto a él, inmediatamente dos hombres, lo tomaron de los

brazos y lo inmovilizaron, murmuró un “disculpe” y el aroma de su perfume lo hizo voltear a verla, “señorita, no fue mi intención…” “No importa, no se preocupe,” y ordenó: “¡déjenlo!” En ese momento se abrió la puerta del despacho del presidente y un hombre se dirigió a él: “¿Usted es Horacio Ramírez?” “Sí.” “Pase, le llama el señor presidente.” Una protesta salió de los labios de la hermosa muchacha que empujara minutos antes, “¡ay no!, dígale a papá que lo estoy esperando desde hace mucho, tengo prisa, me urge hablar con él”, “esperen un momento, en seguida regreso”, dijo el tipo, ella le miró con impaciencia y después volteo a ver al intruso por el que retrasaban su entrevista con su padre. “Por mí puede entrar inmediatamente, a mí no me hace ninguna gracia volver a hablar con él” dijo, mientras señalaba la puerta, en ese momento oyeron la mismísima voz del presidente: “Pasen los dos.” “Papi, ¡cómo crees que voy a ventilar mis asuntos en presencia de este… señor!” “No seas impaciente, no tardaré mucho, lo que tengo que decirle no me llevará más de dos minutos.” Ella se mordió el labio inferior y se sentó haciendo un ruido de fastidio. “Óigame Horacio, de su buen desempeño depende que usted tenga en su futuro un panorama que ni siquiera imagina, sé de buena fuente que usted es uno de los mejores jefes de prensa, me gusta su estilo y su empuje, tiene mucho futuro amigo, no lo eche a perder, oiga lo que le digo, los viejos sabemos más, no, no lo estoy amenazando, solo lo aconsejo. Puede irse, no lo retengo más.” Él se sintió desconcertado, cuando salió, solo alcanzó a decir: “Muchas gracias, con permiso.” Buscó el baño de hombres, abrió la llave del lavabo y refrescó su rostro con agua fría, se sintió más calmado. Todavía se quedó un momento pensando en las palabras del presidente, no entendía por que lo había llamado y cual era en realidad su intención. Cuando salió del baño, le extrañó ver a los dos hombres que lo habían inmovilizado fuera del despacho del presidente, uno de ellos hablaba en la puerta del baño de mujeres: “Señorita, este no es el sitio correcto para usted, si quiere puede ir al baño del despacho del señor presidente o de cualquiera de los baños interiores, usted peligra aquí.” “¡Déjenme!, es que no puedo estar a solas por lo menos un minuto”, gritó una voz llorosa y desconsolada. Horacio identificó la voz, era la hija del presidente. Camino rumbo a la salida y de pronto la puerta del baño se abrió y casi lo tira, los hombres volvieron a sujetarlo y la chica le dijo: “Oiga, ¿me está siguiendo?” No señorita, simplemente vine al baño, ¿es un delito?” “No claro que no, a ver, usted que es tan buen “jefe de campaña”, ¿por qué no me hace propaganda para que mi padre me entienda? Porque creo que lo escucha más a usted que a mí”, dijo entre llorosa y sarcástica.

Horacio rió de buena gana. “¡Que caso! ¡Una hija me pide que la comunique con su padre!, pues permítame decirle que no tengo esa solución, es la primera vez que veo al señor presidente”, su rostro de pronto cambió, asomó una linda sonrisa y dijo: “¡Ah! ¿La primera vez? Bueno, pues no será la única, a ver venga, vamos a hablar un poco.” Lo tomó del brazo con familiaridad y lo llevó a un saloncito muy agradable, luego pidió café y galletas. Eso fue solo el principio, pronto semblanteo la posibilidad de tener un noviazgo con Martha Galván, ¡nada menos que la hija del presidente! No dudo en enamorarla y pronto se hicieron novios formales. Sus amigos bromeaban con él: “¡Vaya, quién lo dijera!, ¡Horacio “El conquistador”!, tuviste la oportunidad con las dos Marthas más codiciadas del reino, ambas hermosas, ambas ricas, pero desde luego, escogiste a la mejor, ¡FELICIDADES!” Siempre pensó que la siguiente vez que viera a su padre, él le diría: “Hijo, perdóname, me equivoqué al ponerme intransigente contigo, tú me demostraste que tenías razón.” Pero al estar frente a frente, lo único que encontró fue el mismo gesto orgulloso que le conociera y la fría mirada que no había cambiado en lo más mínimo. Solo le dijo después de estrecharle la mano: “Ya ves, que tal sino te aprieto el cincho (el cinturón)” Ese comentario lo hirió más que cuando trataba de someterlo a fuetazos. Amainó un poco su ira, el abrazo cariñoso de su madre, que, aunque aún conservaba su belleza, la sintió más frágil y con pequeñas arruguitas alrededor de sus hermosos ojos. “Hijo, ¡no sabes cuanto te he extrañado!” Lo sabía, porque él nunca dudó del amor de su madre por todos sus hijos, pero siempre supo que tenía especial predilección por su hijo mayor. Se fueron a las islas Hawai de luna de miel. Descubrió que Martha era virgen, pero su maestría en la cama estaba muy lejos de ser la de una chica inexperta, y aunque le sorprendió agradablemente, también le dejó desconcertado. Año y medio después nacía Horacio y solo dos más tarde, nació Manuel. Martha pretextó un problema ginecológico y se las arregló para decirle adiós a la maternidad. El matrimonio fue un desastre, Horacio pasaba mucho tiempo fuera de casa y en brazos de otras mujeres y Martha solo vivía para acicalarse y copiar el último grito de la moda. Los hijos eran chicos rebeldes y

mimados, acostumbrados a ser atendidos por los sirvientes y a ser compensados de la ausencia de sus padres, con juguetes y regalos. Cada vez que Horacio llegaba a su casa, se encontraba con que no estaba su esposa y que sus hijos rehuían su presencia. La sirvienta le preguntaba con un tono que en el fondo era de fastidio: “¿Va a cenar señor?” “No, puedes irte a dormir.” Solo en el ámbito del trabajo se realizaba satisfactoriamente, una vez eliminados sus escrúpulos, se lanzó de lleno al mundo de la política. Con el apoyo de su suegro, encontró la manera de sacar a la luz la inmundicia de su antiguo patrón, don Andrés Fernández de Hoyos, había cometido la tontería de asociarse con un jefe policiaco, que manejaba el negocio de la droga y la prostitución. Le llamaban “El Perro Canchola” y así era, como un perro rabioso, duro, peligroso y muy cruel. El presidente estaba fastidiado de don Andrés, porque según decía: “Se le había subido a las barbas y eso no podía tolerarlo,” ¡Faltaba más que quisiera estar por arriba del Poder Ejecutivo! Horacio solo esperaba la luz verde del presidente para poder tirar por tierra a puros hachazos ese tremendo árbol que parecía tener un poder ilimitado, pero él sabía por donde cortar para tirarlo. Cuando le fue dada la orden, recurrió a la amistad que tenía con algunos periodistas, comenzó a hacer la labor de informante secreto y los puso al tanto de los malos manejos del “Perro Canchola” y terminó denunciando también a don Andrés, como cómplice y socio de dicho sujeto. Los periodistas tenían miedo de poner dicha información en sus columnas, ya que tanto el Perro, como don Andrés, eran hombres poderosos, pero cuando supieron que Horacio tenía el respaldo del gobierno, comenzaron con una avalancha de información, que terminó con poner en evidencia a los dos hombres y finalmente fueron a dar a la cárcel, el jefe de la policía capitalina y uno de los más prestigiosos abogados de la ciudad. ¡Fue el escándalo del siglo! El triunfo sobre don Andrés, le dio una inmensa satisfacción, nunca le había perdonado el haber perdido a Silvia por su culpa. Silvia, Silvia, cada vez que la recordaba, un dolor le removía las entrañas. Tocaron a la puerta del baño, mientras se duchaba, “te llaman por teléfono”, dijo la voz desvelada de su esposa. “¿Quién es?” “Diego, dice que es urgente.” Se apresuró a vestirse, Diego, su secretario, nunca se atrevía a llamarlo sino fuese algo urgente, marcó el número de su

despacho: “¿Qué pasa Diego? ¿Quién?” Se puso lívido, “voy para allá, trata de controlarla, llama a seguridad.” El panorama que encontró fue desastroso, papeles tirados por doquier, ceniceros rotos, cuadros tirados, sillas volcadas. “¿Dónde está?” En el salón de juntas”, contestó Diego, mientras trataba de poner orden en todo ese caos. Encontró a Martha sentada en un sillón, fumando un cigarrillo, su rostro manchado de rímel y despeinada. Cuando lo vio se removió su coraje y trató de caerle encima, pero los guardias de seguridad la detuvieron poniéndole los brazos en la espalda. “¡MALDITO COBARDE! ¿Qué? ¿Pensaste que nunca lo iba a saber? Sí, tú fuiste el que inició el complot contra mi padre. ¡ERES UN TRAIDOR!” Horacio ordenó a los guardias: “¡Déjenla y salgan de aquí!” “Pero señor…” “¡Obedezcan!” La soltaron y salieron sin agregar nada. “¿Te preocupa que oigan los guardias? No importa, esto ya es del dominio público, lo que no sabes es que mi padre todavía tiene amigos, ten cuidado porque puede pasarte algo desagradable, gracias a tu traición tienes muchos enemigos acechando a que te descuides solo un poquito.” “Martha te equivocas, esto fue un error de tu padre, se asoció al Perro Canchola y perdió el piso.” “¡Aja! y tú, ni tardo ni perezoso, aprovechaste su debilidad. ¡No hay quién te detenga en tu ambición! Por eso preferiste a la Martha más rentable ¿o no? Sí, no me mires así. ¿Qué me vas a decir? ¿Que fue amor a primera vista? Dime, ¿has oído hablar de “Las Marthas”?” El negó con la cabeza. “Pues déjame informarte: Ella y yo, fuimos muy amigas (como lo fueron nuestros padres), nos conocimos en la escuela. Juntas fuimos invencibles, siempre tuvimos las mejores notas y también los mejores chicos, nos hicimos famosas por las fiestas que dábamos e incluso llegamos a imponer la moda. Fuimos amigas hasta que te conocí. Los problemas mayores que habíamos tenido eran porque siempre nos gustaban los mismos hombres y más de una vez, nos quitamos los novios y después nos quitamos los amantes. Sí, así como lo oyes, ¡los amantes!” Horacio sonrió divertido, ¿cómo se le ocurría decir eso de su esposa? A él le constaba que había llegado virgen al matrimonio. Como si le leyera la mente, comenzó a reír, “¡Jajajajaja!, ¡Mira que hay ingenuos! Todo, absolutamente todo, estuvo planeado. Cuando ella supo que tú eras mi novio, comenzó a investigarte, pronto estuvo enterada de tu vida y de tus actividades. El encuentro que tuviste con ella en la presidencia fue deliberado, sabía perfectamente que su padre iba entrevistar a los jefes de campaña de los candidatos a gobernadores y se las arregló para estar ahí. ¿Que cómo sé todo esto? Pues por uno de sus

guardaespaldas, que es mi nuevo juguetito, él me contó todo y más. También me dijo que Marthita, había tenido una intervención quirúrgica secreta. ¿En qué consistió? Pues nada menos en que le cosieron el himen, para que tú creyeras que nadie la había tocado. ¿No me digas que no sabías que existía este muy conveniente procedimiento? Pues sí, esto y más es tu querida mujercita, la otra Martha. No sé por qué me molesté en romper tus cosas, me gusta ver la humillación en tu cara, me da mucho más satisfacción, pero esto y más te mereces por cobarde y traidor, porque ni siquiera tuviste los güevos suficientes para poner tu firma en los desplegados de los periódicos que ensuciaron nuestro nombre. No cabe duda que tienes un futuro promisorio, pero de ahora en adelante, no vas a sentirte seguro, ni a dormir tranquilo.” Lo miró con coraje y salió, dejando el aroma de su perfume. Llegó a su casa como una tromba. “¿Dónde está la señora?”, preguntó a la sirvienta. “La invitaron a desayunar a la casa de la señora Vicky, su prima.” Solo dijo un “hola” y tomando del codo a su esposa, la sacó de la casa. Ella se soltó de su mano y le dijo: “¿qué te pasa, te has vuelto loco?” La tomó del brazo, la arrojó dentro del auto y arrancó dejando huellas de las llantas en el piso. “Horacio, ¡baja la velocidad, nos vamos a matar!” De pronto frenó y se volvió hacia ella, su bello rostro lucía pálido de susto, “¡de manera que me viste la cara de estúpido todo el tiempo! Que dijiste: “A este tonto provinciano lo mareo, ¿no pensaste que todo se sabe tarde o temprano?” “¿Qué te pasa? ¿De qué hablas?” “¿De qué hablo? Hablo de la mascarada que ha sido nuestro matrimonio, sé que planeaste conocerme, que tuviste el descaro de hacerte una operación para hacerme creer que eras virgen, y que yo caí como un tonto en todas tus trampas.” “¿Te das cuenta de que me estás faltando al respeto? No sé quien te dijo semejante monstruosidad, tú sabes que llegué virgen a tu lado.” “Sí, ¡gracias a tu alcahuete médico! Ahora me doy cuenta de que no era posible que fueras tan experta en la cama. Mira, yo te hubiera perdonado si hubieses sido franca conmigo, diciéndome que no eras virgen, pero trataste de engañarme. ¡Cómo se habrán reído tus amantes cuando saliste de blanco de la iglesia del brazo de este crédulo! ¡Pues se acabó todo! ¡Quiero el divorcio, inmediatamente! Por lo pronto hoy mismo salgo de la casa, esa casa que me es ajena, con unos hijos que no me quieren, con una esposa que nunca veo, porque siempre está fuera, dizque de compras o con las amigas, mira, ni siquiera me importa si es con los amigos, tú y yo hace mucho tiempo que no tenemos nada en común.” Ella dejó de llorar y se irguió, aparentando dignidad, “como quieras, pero te aconsejo que lo pienses mejor, yo no quiero divorciarme.” El la arrojó del auto, cerró la puerta y arrancó, dejándola en mitad de la calle.

“Pasa”, le dijo su suegro, “¿quieres tomar algo? “No gracias, estoy bien.” “Mira hijo, Martha vino a hablar conmigo, estoy enterado de que se han distanciado debido a calumnias, los matrimonios a veces tiene sus crisis. No creas, la doña y yo muchas veces hemos estado a punto de separarnos, pero sabemos lo que significa el matrimonio, los hijos, la estabilidad y damos marcha atrás.” Notó que ni un músculo de su rostro había movido y agregó: “Espero que ésta sólo haya sido una crisis pasajera, recapacita, no me gustaría que mi hija sufriera, ya sabes, la debilidad de los padres son los hijos; además navegamos en el mismo barco, estamos logrando grandes cosas, todavía me faltan dos años en la presidencia e imagínate cuanto trabajo tenemos por delante. ¿Cómo vas a anteponer una simple discusión de pareja, por un proyecto tan importante?” Horacio sopesó sus palabras: “Creo que el cargo que usted me ha dado, es muy aparte de mi vida personal, yo he sido engañado por su hija y no me es fácil sobreponerme a esto.” “¿Engañado? No me digas que te ha puesto los cuernos, ¿o sí?” “Bueno, eso no puedo asegurarlo, pero…” “¿No puedes asegurarlo?, y ¿con solo suposiciones quieres hasta divorciarte?” “No es eso… usted no entendería.” “Sí, ella me dijo que te puso una trampita para que la conocieras, pero eso no es tan grave, “en la guerra y el amor, todo se vale”, ¿no crees?” El apretó las manos y suspiró, sintiéndose atrapado en un callejón sin salida. Aparentemente regresó a su casa, pero la vida en ella se volvió más densa, él y su mujer no se hablaban y sus hijos solo se dirigían a él para infórmale de sus necesidades económicas. Se refugió en la política y en sus negocios, aprendió con marrullerías y astucia a eliminar los obstáculos que se le ponían en le camino para lograr sus propósitos y pronto se vio dueño de un buen capital con el que compró una armadora de autos. Su vida era próspera y llena de éxito. Aunque muy dentro de él se escondiera una indefinible nostalgia. Esta vez estaba en Londres y su desesperación por no poder adaptarse al cambio de horario lo hizo salir a la calle a buscar un café o un restaurante. Apenas eran las 4.30 am y había dejado en el cuarto a Louise, una azafata que conociera dos años antes durante un vuelo a Holanda, era de origen norteamericano y volaba siempre en rutas europeas. Era bastante bonita, desinhibida y nada complicada, posiblemente cuando estuviera de regreso en el hotel, ella ya se hubiese ido, nunca le informaba de sus rutas o sus horarios, para él eso estaba bien, una noche de buen sexo y… hasta la próxima. Después de caminar un poco, encontró un restaurante que abría las 24 horas, entro y pidió un café con una rosquilla. A través de la ventana vio a un hombre que llegaba a entregar los periódicos de ese día y decidió

salir a comprar uno. Pronto se encontró leyendo las páginas principales y las financieras, pero de pronto una nota llamó su atención y su corazón dio un vuelco, ahí estaba retratado el rostro de Silvia. Leyó con avidez la nota al calce: La escritora Silvia Pérez presentó con mucho éxito, su libro “Mitos y Verdades del Corazón”. Desde que lanzara sus interesantes encuestas “¿Dónde están las valientes?”, en el London Post, se ha vuelto una de las escritoras consentidas de los lectores londinenses. Se levantó de su asiento como impulsado por un resorte, pagó su consumo y salió rumbo al hotel; una vez ahí, pidió un directorio telefónico, buscó afanosamente el nombre de Silvia y no dio con él, entonces buscó la dirección del London Post y cuando la hubo obtenido pidió un taxi , llegó al edificio donde estaban las oficinas del periódico, pero estaban cerradas, no se notaba actividad alguna, consultó su reloj, las 6.15. Aguardó impaciente a que llegara el personal. Como a las 8.30 al fin pudo entrar al despacho principal a investigar la dirección de Silvia. No pudo obtener dicha información, ya que según le dijeron la política del periódico prohibía dar las direcciones de sus reporteros y escritores. Una chica de figura delgadísima, se le acercó y le preguntó: - ¿Es usted mexicano? -, -si, señorita -, ah! entonces es compatriota de Sil -, - si, ¿la conoce?- , - si, el año pasado compartimos un pisito-, - ¿ya no viven juntas? -, -no, pero sé donde vive ella ahora-, - ¿de verdad?-, ella dijo si con la cabeza,- ¿puede darme su dirección?-, - si, pero no le diga que yo se la di, ¡por favor! -, -lo prometo- , dijo, levantando la mano. El barrio era bastante agradable, a su lado pasaban chicos y chicas en sus bicicletas. Subió la escalera y tocó en una pequeña puerta con un cuadro de vidrio azul, nadie respondió, se fijó en una hilera de timbres que estaba del lado izquierdo, buscó el nombre de Silvia y lo pulsó, una voz le preguntó : -¿ Me trajiste de nuevo tus trabajos?, de una vez te digo que no tengo tiempo para hacerlos - lo dijo en inglés, pero Horacio hubiera reconocido esa voz en medio de una multitud, los ojos se le llenaron de lágrimas y tuvo que aclararse la voz para contestar: - Silvia, soy Horacio -,se hizo una larga pausa y de pronto se abrió la puerta y la chica se abalanzó en sus brazos, - ¡Horacio, no lo puedo creer ! -. Habían pasado ocho años y en ella casi en nada había cambiado, estaba hermosa, quizás más madura, pero sus ojos seguían irradiando esa luz que tanto había echado de menos, aunque notó una chispita especial en sus ojos. - Pasa, ven, cuéntame como te ha ido -, - pues, que te puedo decir, todo me parece árido no teniéndote cerca -, Silvia hizo un gesto divertido, - te ves muy elegante, ya se ve que eres un señor importante-, ¿que me dices de ti?, leí que eres una escritora de mucha aceptación -, -

jojana, ¡como corren los rumores!, pues si, he tendido cierto éxito escribiendo, pero no es de lo que estoy más orgullosa, mi orgullo es mi grupo de teatro , pero antes que eso, mi hija -, él la miró sorprendido , ¿tienes una hija?- , si , es una preciosa criatura de solo dos añitos -, -¿eeestàs casada?-,- no, tuve una relación, pero no funcionó, ahora vivo sola con mi hija , ¿quieres conocerla?-, - si , desde luego- , lo tomó de la mano y le indicó silencio, la camita contenía una replica en miniatura de Silvia, era una bella niñita de largas pestañas, que dormía profundamente abrazada a una muñeca de ajado vestido, ella le informó : - Se llama Jimena -. El conocer a ese bebé, lo impactó, sintió que esa debería ser su historia, estar ahí, en ese cuarto, con Silvia y una hija de ambos, respirando esa atmosfera de paz y equilibrio perfecto. • Silvia, no te he dejado de amar, no lo sabía, me he ocultado esta verdad y para no sentirme vacío me he dedicado a ganar dinero y prestigio, pero nada de lo que he logrado hasta ahora ha valido la pena, nada- , ella lo miró largamente - sé que te casaste, que tienes dos hijos, que eres nada menos que yerno del presidente de México, tu escogiste tu destino, lo hiciste de la forma fácil y así no es como funcionan mejor las cosas -, - lo sé, ahora lo sé, pero todavía estoy a tiempo, puedo dejar atrás todo, mi matrimonio es una farsa, para mis hijos no soy más que un promovedor de dinero y comodidades, nadie me necesita -, - es triste esto que me dices, lo malo es que en el camino dejaste al hombre que amaba, este hombre, en el que te has convertido ahora me es ajeno, te lo digo porque estando frente a ti, sigo añorando al Horacio que me puso mi maravilloso segundo nombre -, sintió vergüenza de verla a los ojos, tenía razón, había dejado la piel en los pinchos de las guerras sucias y las triquiñuela que cometiera para pisotear a los que le estorbaban. Ella no tenía mancha alguna, su mirada seguía siendo limpia, pero la de él no, había cruzado los límites y no había marcha atrás. Pasearon por un tranquilo parque empujando el cochecito de Jimena, jugaron con ella, bromearon, recordaron su idilio y sus ideales de entonces. Supo que había emigrado de Estados Unidos junto con Mario, su hermano, aceptando la oportunidad que les ofrecieran de nuevos empleos, él como empleado de una firma y ella como maestra de literatura española en una universidad. Que Mario se había casado y que vivía con su esposa norteamericana, a solo unas cuadras de la casa de ella, que no tenían hijos. Pero sobretodo que ella hacía lo que le gustaba, escribir y darles sus conocimientos a los jóvenes, en general era feliz. Regresaron y ella le preparó una opípara comida, que él casi no probó. Luego, se dieron un largo beso y se despidieron, sabían que no se

volverían a ver, o tal vez si, pero sus vidas habían tomado rumbos diferentes. Regresar a México o seguir viajando le daba lo mismo, nunca como entonces sintió la vaciedad de su vida. Un telegrama le aguardaba en el hotel, su madre lo llamaba con urgencia, decía que su padre se encontraba muy grave. El destino le había deparado en el lapso de unas horas, el confrontarse con su vida pasada, pinero Silvia y ahora su antiguo hogar. Le dolió ver que la hacienda estaba descuidada, el gran portón de madera de la entrada estaba desprendido de tres de sus goznes y lucía despintado y viejo. Su madre y su hermano Carlos, salieron a recibirlo: - Hijo, que bueno que viniste No estaba preparado para lo que siguió, - Tu padre sufrió un derrame cerebral, hizo un coraje muy fuerte y como resultado quedó paralizado de la mitad del cuerpo -. Yacía sobre la cama visiblemente delgado, su antigua figura orgullosa había desaparecido, tenía encogido un brazo, caída la comisura de la boca y el ojo izquierdo lucía casi cerrado. - hola papá, ya estoy aquí -, ni en sus más funestos enojos había deseado verlo así, le dolió demasiado y pensó que ningún hombre se merecía ese castigo. Una lágrima corrió por la mejilla derecha de don Juan Manuel. Su antiguo cuarto estaba intacto, parecía que había salido de ahí el día anterior ; pasó los dedos por el lomo de sus libros de texto y sus novelas, esas novelas que le había hecho concebir un mundo lleno de nobleza y de actos heroicos, un mundo ideal, tan diferente al que ahora vivía. Recordó las madrugadas en que se levantaba a las cinco de la mañana, montaba a su caballo “El Consentido” y alcanzaba a su padre y a lo peones en las tierras de cultivo. Veía a hombres y mujeres inclinados sobre la tierra, piscando el tomate, por lo menos tenían una hora en la cosecha. Las carretas iban llegando poco a poco, con cajones de madera que iban llenando rápidamente con el rojo producto. A veces su padre lo mandaba a supervisar los campos de maíz y hierba, parte de esta cosecha estaba destinada a alimentar a las vacas, que había que llevar a pastar cuando la hierba estaba crecida, el trabajo era arduo, difícil y muy cansado. Ellos, como patrones, hacían una pausa a las 9 de

la mañana y regresaban a la hacienda para desayunar, pero lo peones comían hasta las dos de la tarde. Todo esto sucedía cuando él estaba de vacaciones y el trato con su padre era más sencillo, pero cuando la escuela estaba abierta y no podía ayudar en el trabajo del campo, don Juan Manuel se volvía un energúmeno y lo castigaba por cualquier motivo, decía que la escuela era un pretexto para andar de flojo. Las palizas eran continuas y cuando trataba de buscar refugio y comprensión en su madre, siempre encontraba la misma respuesta: - Tu padre tiene la razón -, nunca se atrevía a desautorizarlo, aún cuando él llevara la piel llena de verdugones y la boca hinchada y sangrante. Sabía que le dolía, lo adivinaba en sus ojos aguaditos, pero era más el respeto o el miedo que sentía por su esposo. Entonces buscaba refugio en Pita, esa mujer casi anónima que siempre estaba entre las negras ollas de la cocina. Desde que él era muy pequeño, se había acostumbrado a verla rumiando algo entre dientes, parecía como si siempre estuviera enojada por la forma ruda en que les hablaba a las sirvientas que le ayudaban en la cocina; pero cuando lo veía a él o a alguno de sus hermanos, sus ojos cambiaban y se llenaban de dulzura. Los mejores bocados que probó en su vida, eran los que le daba ella en “taquitos”, la tortilla blanca, recién hecha, llena de alguno de los exquisitos guisos que preparaba. Cuando llegaba golpeado, lo llevaba a su cuarto, ese cubículo pequeñito, pero impecable que siempre olía a limpio, como olía ella: A pan y a limpio. Asociando las ideas, pensó que cuando entró por primera vez a la casa de Silvia, el aroma del pan le hizo recordar a Pita. Muchas veces la vio llorar mientras limpiaba y curaba sus heridas, ¡pobrecito de tu padre!, decía, ha cometido muchas injusticias, yo le he pedido a Dios que no lo castigue, pero del juicio de Él nadie escapa. En cierto modo yo tengo la culpa por querer que fuera un hombre de dinero, de buena posición social, pero, ¿sabes hijo?, eso no sirve de nada, las dos cosas echan a perder a la gente, las pudren - . ¿Por qué dices que tú tuviste la culpa? -, le preguntó un día Horacio, - pues porque yo soy su mamá, pero cometí el error de dárselo en adopción a esa arrogante mujer ,Stéfana, ella me lo quitó y lo hizo así, como es ahora, duro y cruel. Él abrió los ojos muy grandes y le dijo: -Entonces si él es tu hijo, yo soy tu nieto -, ella lo tomó entre sus brazos con inmenso cariño, -si mi venadito, yo soy tu abuela, pero eso solo lo sabemos tu y yo, no se lo digas a nadie, no lo entenderían. Pero no se pudo aguantar la curiosidad y cierta vez vez le dijo a su madre que Pita le había dicho que era su abuelita, -¿es cierto mamá?-, ella lo volteo a ver como si hubiese dicho una blasfemia, -

¡no vuelvas a repetir semejante tontería, tú solo tienes dos abuelas, mi madre y la difunta Stéfana!, esa vieja está loca, desvaría. Algo pasó después que lo hizo arrepentirse de haber abierto la boca. Pita salió un día con su atadito de ropa, para no regresar jamás, antes llegó a la puerta del despacho de don Juana Manuel: - Me dolió que aunque Stéfana te dijera que yo soy tu madre, tú nunca lo reconociste y me refundiste en la cocina, para que nadie me viera, todo lo aguante por no dejar de ver a mis nietos, si, ¡mis nietos!, aunque tu mujer y tú digan que no lo son. Ahora me sacas de tu casa y me alejas de mis niños, pues ya no tienes mis bendiciones, ¡me das lástima y desde hoy, de verdad has dejado de ser mi hijo! Horacio lloró tras los cristales de su cuarto, sintiéndose culpable. Lo peor era que ya no tenía quien lo consolara, a veces se refugiaba en el cuartito, pero ya no olía a limpio, ni a pan. Cierta vez, cuando acababa de recibir una paliza de su padre, fue al cuartito y encontró a su hermano Jorge, sentado en el suelo y apoyando la cabeza en la humilde cama, -¿tú también la querías mucho? -, - si, ¿crees que es cierto que Pita es nuestra abuela? -, Horacio se encogió de hombros -, pero ambos sabían que era verdad. Hizo todos los trámites para trasladar a su padre a la ciudad de México, para que recibiera una atención más especializada. El enfermo se movía nervioso en su cama y su único ojo parpadeaba como queriendo comunicar algo. Horacio tomó un cuaderno y una pluma, se lo acercó y le dijo: - Mire papá, trate de escribir con la mano que puede mover, dígame lo que quiera y necesite. Con mil esfuerzos tomó la pluma y escribió en el papel: “Dame un tiro, por favor”. Por fin estaba en uno de los mejores hospitales especializados en enfermedades cardiovasculares, inmediatamente recibió atención y le hicieron toda clase de análisis. Doña Raquel lo acompañó en todo momento, aún cuando se veía terriblemente cansada. - Mamá váyase a descansar un poco -, había reservado un cuarto en un hotel cercano al hospital, para que pudiera ir a dormir y a cambiarse, cuando ella lo deseara. - No hijo, estoy bien, no quiero irme, tu padre puede necesitarme -, -hay enfermeras y si quieres yo puedo quedarme si es necesario -, luego la miró a los ojos, - mamá, quiero saber algo, ¿Por qué no estaba Jorge en la hacienda y nadie habla de él ?, mis hermanos esquivaron mi pregunta, espero que tu me aclares el misterio -, a Raquel se le llenaron los ojos de

lágrimas, - ¡ay hijo!, es muy difícil para mí explicártelo, él fue el motivo por el que tu padre enfermó -, Horacio la vio extrañado, -¿ pero que le hizo para ponerlo en ese estado? -, - no me preguntes, no puedo decírtelo -. Yo si te lo diré -, dijo Catalina, que en ese momento iba llegando de la hacienda para estar con sus padres. - Papá pensó que como tú te habías ido, lo más normal era que Jorge ocupara tu lugar, nunca lo defraudó en ese sentido, se daba tiempo para seguir estudiando y ayudar en el campo, hasta veíamos optimista a papá. En las vacaciones, Carlos invitó a varios amigos de la escuela a venir a casa, ya sabes, les gustaba nadar en el río y pasear a caballo etc. Ese verano fue muy alegre y todos hasta nos olvidamos del mal carácter de papá. Se fueron terminando las vacaciones y volvió la rutina. Carlos cayó enfermo y le diagnosticaron una cardiopatía severa, no debía hacer ejercicios violentos y debía reposar. Oí decir a papá: -Sino fuera por Jorge, no sé quien me ayudaría con el trabajo, ya ven, Horacio de señorito de ciudad y Carlos enfermo - . Un día fue Jorge al pueblo a comprar unos aperos que necesitaban, papá buscó las notas de la venta del tomate y no las encontró en su despacho, pensó que tal vez Jorge las tendría en su dormitorio y se dirigió allá, las buscó en sus escritorio, cuando las encontró, y comenzó a leer las notas de las ventas, de la carpeta resbaló una carta; aparentemente era de uno de los chicos que habían estado el verano pasado, el remitente decía : Armando Hernández y reconoció el nombre, la carta era para Jorge ; lo que decía la carta dejó en shock a papá, ya que hablaba de un gran enamoramiento por parte de Armando hacia Jorge y lo peor era, que al parecer Jorge correspondía a ese amor. Cuando regresó, papá lo esperaba en el umbral de la puerta con la carta en la mano, Jorge palideció, - ¿que me puedes decir de esta porquería?, al principio se empequeñeció y tomó una actitud defensiva, pero de repente se envalentonó y erguido le dijo mirándolo a los ojos : - Que no es ninguna porquería y que es verdad - papá no esperaba esa respuesta, casi automáticamente buscó su fuete, cuando lo tuvo al alcance de su mano, lo tomó y estaba a punto de iniciar el castigo, pero la mano no le respondió, cayó como fulminado por un rayo. Jorge salió con rumbo desconocido y yo (que lo había visto y oído todo), pedí ayuda. Horacio se quedó de una pieza, no esperaba esa noticia, sintió vergüenza por haber oído todo eso de boca de su hermana y en presencia de su madre. Lo siguiente que dijo fue: - Mamá, la hacienda ahora no tiene quien la atienda, el capataz no está capacitado para manejarla solo, ¿has pensado en venderla? -, - ¿venderla? - , dijo Claudia, mira hermano, aunque la idea de ustedes los machos, es, que las mujeres no estamos preparadas para afrontar el trabajo del campo, yo me siento capaz de hacerlo, nunca se me consideró como una opción, pero soy fuerte y

conozco cada una de las necesidades de la hacienda, solo estaré un poco aquí, ayudando a mamá, pero después regresaré a afrontar todo lo que sea necesario. A papá no le gustaría que la vendiésemos, ni a mi tampoco, yo soy mujer del campo y me gusta vivir en él -, - Dios te bendiga Hija - , dijo Raquel. Solo dos meses soportó don Juan Manuel su desgracia y aunque al principio mejoró notablemente, ya que comenzó a mover un poco los dedos de la mano paralizada, de repente comenzó a desmejorarse y un día antes de su aniversario de bodas, amaneció muerto. Casi no podía creerlo, la apariencia de su madre era la de una mujer mucho mayor de cuando llegó a la ciudad, se veía ¡tan desamparada! Llegaron al funeral sus hermanos Claudia y Carlos, pero Jorge nunca apareció, - mejor - dijo Horacio, - no le habría permitido entrar -. Se dieron abrazos y besos, subieron al auto de la familia y se despidieron. Horacio dijo adiós a otra parte de su vida. La fiesta era espléndida, como era de esperarse. Se celebraba el final de sexenio y había una gran añoranza en los ojos del que ya casi era ex presidente. Los mariachis cantaban : - Si me han de matar mañana, que me maten de una veeeeez - súbitamente, un matón , disfrazado de mesero, se puso frente a Horacio y sacó una pistola de entre la servilleta que llevaba en la mano, este se puso pálido y pensó que era su fin, pero uno de los mariachis que se encontraba tras el agresor, alcanzó a ver como lo encañonaba y con un rápido movimiento, golpeó al tipo con la guitarra , la bala se desvió y alcanzó a rozar a Martha, se desmayó y todos pensaron que estaba muerta, pero afortunadamente solo sangró un poco del hombro. Los guardaespaldas habían reaccionado tarde y apuntaban con sus pistolas a todo el mundo, mientras alguien llamaba a una ambulancia y a la policía. Poco tiempo después llegaron casi simultáneamente y mientras los guardianes del orden esposaban y se llevaban al asesino frustrado, los paramédicos subían a Martha a una camilla y posteriormente a la ambulancia. Horacio declinó el ir a hacer su declaración al ministerio público, diciendo que más tarde lo haría y se fue al hospital donde llevaran a su esposa. Ella fue dada de alta muy poco tiempo después, ya que la herida era insignificante. Subieron al auto y ella le dijo:- Esta es la última vez que te acompaño a un acto público, no soy ninguna suicida y esta es la tercera vez que te tratan de matar -.

Era verdad, como le había vaticinado la “Otra Martha” ya no dormía bien por las noches, un insomnio crónico de había apoderado de él, siempre temeroso de que lo fueran a matar. Solamente Angelina lograba calmarlo y excepcionalmente, las noches que precedían a las visitas a Angelina podían conciliar el sueño. Algunas veces , cuando el tiempo lo permitía, solía pasear en su auto por los alrededores del antiguo barrio donde viviera Silvia, le parecía entonces que en alguna forma estaba más cerca de la vida sencilla, que, quizás le hubiera gustado tener, pero que nunca llegó a tocar del todo. Cierta vez le llamó la atención un pequeño negocio que ostentaba un letrero con la leyenda: “Baños Pérez”, ¿Pérez?, pensó e hizo que su chofer se detuviera, bajó e hizo un gesto a su guardaespaldas para que lo dejara entrar solo. Ni siquiera sabía por qué quería entrar, lo recibió la cara indiferente de un hombre en camiseta, que tras una caja registradora contaba unas toallas. -¿Solo baño o servicio completo? -, preguntó, - sicontestó Horacio, casi por inercia; el hombre lo miró medio desconcertado, luego selló un pedazo de papel y se lo entregó diciendo: Son 50 pesos. Entró a un pequeño cuarto y en seguida lo recibió una chica. Él se quedó pasmado cuando la vio, era una verdadera belleza morena de ojos y cabellos negrísimos Tenía solamente una sábana amarrada sobre un hombro, al estilo romano, que dejaba adivinar su armonioso cuerpo. • Aquí puede desvestirse, lo espero en el otro cuarto - , él obedeció, se quitó la ropa y se puso la toalla alrededor de la cintura. Entró a un cuarto hecho con mosaicos blancos, se veía bastante limpio. - Yo me llamo Angelina, acuéstese aquí por favor - dijo, mientras señalaba una tumbona café, con una sábana encima, se acostó boca bajo e inmediatamente comenzó a sentir el masaje más placentero de su vida. Parecía que la chica tenía un radar para adivinar los nudos que el stress le había formado en el cuello, en los hombros, en la espalda, en los brazos, en las piernas. El calor de sus manos, junto con el de alguna substancia especial, deshicieron cada nudo y tuvieron el don de relajarlo, hasta hacerle entrar en un duermevela delicioso. Sus ojos entrecerrados, advirtieron que Angelina se despojaba de la sábana y se metía bajo la ducha; sus movimientos no eran deliberadamente sensuales, pero por eso mismo derrochaban sensualidad mientras enjabonaba su piel morena. Cuando terminó de ducharse, tomó la ducha de mano, se dirigió a la tumbona y comenzó a enjabonarlo, lo enjuagó y pronto sintió ese cuerpo de suave miel sobre su propio cuerpo. Antes de entrar al paraíso, alcanzó a ver sus

cabellos, que, como negra cascada cosquilleaba su pecho y se dejó llevar por un sentimiento que creía olvidado: La ternura, mil palabras acudieron a su mente, pero al final solo imaginó que ella le decía: -“Te amo con todas las fuerzas de mi alma”- , y que él le contestaba: - “Mi amor, mi bien”. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una mujer así, tan plenamente y la experiencia lo asustó un poco, se dijo que no regresaría a ese lugar, pero regresó muchas veces más. A veces los celos hacían presa de él, pensaba en que otros disfrutaban las mismas vivencias con Angelina y hasta deseó sacarla de ahí y llevársela a donde solo fuera para él. Pero no, le gustaba encontrarla en ese lugar, abrir la puerta del pequeño cuarto y ver su carita fresca, como un anticipo del placer que le proporcionaba siempre que lo solicitaba. Otras veces imaginaba que la chica sufría cada vez que él se iba y que cuando salía, ella se echaba llorar, haciendo esfuerzos por no salir a decirle: - ¡por favor, no te vayas! Entonces la espiaba y lo único que veía, era que Angelina se afanaba en limpiar el cuarto de baño, sin voltear ni una sola vez a la puerta. Su suegro estaba realmente enojado con él, llegó a las oficinas de su negocio echando materialmente espuma por la boca. - ¡Cómo es posible que me hayas traicionado de esa manera!, tú sabías que Plinio Bastamente era el candidato que nos convenía y estás financiando con tu propio dinero a Lucio Gálvez -. Horacio sonrió sarcástico, - ¿Nos conviene? , le conviene a usted suegro, la verdad a mí Plinio nunca me ha interesado. ¿De que se queja?, después de todo usted tiene su trasero limpio, nadie lo va a juzgar por nada y se lleva su buen dienerita ¡ya deje la política!-. -¡Eso es lo que tu quisieras!, pero no, ¡voy a hacerte la vida de cuadritos!, como enemigo no te convengo, querido yerno, sé todas tus movidas chuecas y conozco tus debilidades. ¡Uy, qué miedo!, la edad le está haciendo amnésico, querido suegro, ¿no me diga que ya se le olvidó la matanza del pueblo de Nopalito?, tengo pruebas de que usted la ordenó, para deshacerse de algunos estorbos que le estaban haciendo sombra, no me gustaría que el abuelo de mis hijos se llenara de lodo de repente y menos al final de su muy limpia trayectoria gubernamental. ¡Eres un zorro!, aprendiste muy bien mis enseñanzas, es más, me has rebasado, tus ganas por ahora, pero no estés tan seguro de que ganarás siempre. Efectivamente, su candidato ganó y junto con él, su prestigio. Se vio envuelto en juntas, sesiones de trabajo y largas horas de acuerdos. Su insomnio se acentuó y su mal humor también; el personal temblaba ante su presencia, temiendo un nuevo estallido.

• Horacio, no me lo tomes a mal -, le dijo uno de sus abogados, -pero has algo, cada día estás más neurótico- Ese comentario le hizo recordar a Angelina y haciendo todos sus compromisos a un lado, enfiló rumbo al barrio donde se encontraban los baños Pérez. Nada había cambiado, el mismo lugar, con el mismo letrero, el mismo hombre tras la caja registradora, el mismo papel sellado de 50 pesos. Pero, cuando entró al pequeño cuarto, lo recibió una chica que rezumaba vulgaridad. - ¿dónde está Angelina? - , preguntó desconcertado, ¿Angelina?, no sé. Salió airado a encararse con el dueño del negocio, ¿DONDE ESTÀ ANGELINA? -, el hombre no reaccionó al momento y fue levantado en vilo por la camiseta,- ¡CONTÈSTEME! - , - señor, cálmese, Angelina no está, pero Rosita también puede darle un buen servicio....-, - ¡le doy un minuto para que me diga donde está Angelina, sino quiere que le destruya todo su piojosos lugar! , el hombre puso una cara aterrada, - señor... Angelina se fue -, - ¿ COMO QUE SE FUÈ ?, ¿ adonde?, dígame donde vive -, el hombre se veía de verdad enfermo, - pues no sé adonde, ya ve como son estas chicas, vienen y van, parece que estaba trabajando para juntar dinero y casarse, bueno, eso me dijeron, pero le juro que no sé donde vive -. Horacio lo soltó, por alguna razón pensó que el hombre lo engañaba y se puso a buscar a la chica en todos los cuartos, por dondequiera se oyeron gritos de gente sorprendida en la intimidad. Cuando se convenció de que ella no estaba ahí, volvió a entrar al cuartito que compartiera con ella, tomó una sábana , la besó y lloró sin pudor alguno, después salió y subió a su auto, sintiendo que la vida se reía a carcajadas del gran Horacio Ramírez de la Cruz, dueño de dinero, fama , prestigio y ......dueño de nada.

La noche anterior a su secuestro llegó a su casa temprano, un terrible dolor de cabeza le obligó a dejar a un lado sus asuntos. Pensaba tomar algunos analgésicos y meterse en la cama. No le extrañó encontrarla casi en tinieblas, un solitario foco iluminaba la puerta. Al entrar, encendió la luz de la enorme sala, el decorador había pensado muy bien en los juegos de luces porqué hacían un efecto magnífico sobre las paredes, el techo y los muebles, que se veían elegantes y lucían impecables; sonrió pensando en que casi nunca disfrutaba de ese lugar y que pocas veces había estado sentado en esos confortables sillones, ni siquiera para oír la música del magnífico sistema de audio, que , según la factura que pagó, había costado un dineral.

Subió la ostentosa escalera forrada de una mullida alfombra, donde casi se hundían los pies. al llegar a la parte de arriba, oyó una risita ahogada, buscó el origen de dicho ruido y se dio cuenta que salía del dormitorio de Manuel, su hijo; la risa se repitió , era indudablemente femenina, llegó hasta la puerta del dormitorio y dio vuelta a la chapa, abrió y lo que vio le heló la sangre , sentados en la cama, con una mesita enfrente, su hijo y una chica, aspiraban lo que sin duda era cocaína, - que diab...- dijo el chico, antes de darse cuenta que se trataba de su padre. Horacio se puso furioso, llegó hasta donde estaba Manuel y le propinó un bofetón, el chico cayó, mientras la aterrorizada chica salía del cuarto a toda prisa. Le escurría sangre del labio y de la nariz, pero cuando su padre estaba a punto de volverle a pegar, se levantó y le dijo con una rabia enorme, que le hacía resoplar,- ¿quieres pegarme otra vez?, ¿para eso si estás presente? - en su actitud se recordó a si mismo, desafiando a su propio padre y se sintió incapaz de seguirlo castigando. Cuando lo vio con las manos colgando a sus costados, supo que podía seguir hablando , - ¿te escandaliza ver a tu hijo drogándose?, ¿ por que?, ¿ por que te preocupa mi salud o por que piensas en el desprestigio que puede causarle a tu imagen, el que se enteren que el hijo del gran Horacio Ramírez de la Cruz, es un drogadicto sin remedio ?, él lo miró suplicante, negando con la cabeza, pero siguió implacable,- si, sin remedio, hace casi un año que me drogo, obviamente no lo sabías, como tampoco sabes cuando es mi cumpleaños o el de mi hermano, ni si seguimos estudiando o no, o como nunca supiste si estábamos enfermos , ¿acaso te enteraste de que Horacio estuvo hace poco al borde de la muerte ?, si ese chico que se llama como tú por una grandiosa casualidad, se salvó de una peritonitis, porqué yo estaba en casa y le pude avisar a mi madre, que, como de costumbre se encontraba jugando canasta uruguaya con las Concuera y de la Riva o con cualesquiera de esas fulanas con las que pasa el tiempo. Cuando el Dr. nos dijo que mi hermano estaba fuera de peligro, le sugerí a mi madre que te avisara, pero ella, con toda lógica pensó que para que, si tú te encontrabas en New York y ni modo que regresaras, solo porque tu hijo menor estaba hospitalizado. Ese has sido tú papá, el fantasma, el nunca aparece en los momentos cruciales y que siempre ha estado ausente en la vida de mi hermano y la mía -, hizo una pausa, se pasó la mano por los cabellos y le dio la espalda, - Una vez , cuando estaba en la escuela primaria, vi que a uno de mis amigos , su padre lo abrazaba y le daba un beso, extrañado le dije : ¿ Tu padre te abraza y te besa? , si, ¿qué tiene de malo?- , me contestó él, - jajajaja - , me burlé, - ¡esas son mariconadas!-, pero en el fondo pensé en lo que sentiría si mi padre me diera aunque fuese una palmadita en la espalda. Te juro que por mucho tiempo esperé a que miraras mis

calificaciones y me felicitaras con una sonrisa o algo así, siempre trataba de sacar las más altas notas, para enseñártelas, guardaba mi papeleta para que fueses el primero en verla, pero la mayoría de las veces me quedaba dormido sin que aparecieras, a veces preguntaba por ti y siempre me contestaban: - “Anda de viaje “. Mi fantasía terminó una vez que escuché una discusión entre mi madre y tú, le decías que dudabas que tanto mi hermano, como yo, fuésemos tus hijos; entonces supe por qué nunca te acercabas a nosotros y ya no esperé más tu reconocimiento, me lancé de lleno a odiarte y la verdad, lo he conseguido. Horacio no dijo nada, miró a su hijo con tristeza y salió cerrando con suavidad la puerta. Se vio en el espejo del baño y no se reconoció, no había tenido tiempo de ver pasar el tiempo. Este, el hombre que estaba frente a él, había usurpado gran parte de su vida; Silvia tenía razón, ¡qué bien hizo en salvarse de ese del espejo! ¿Por qué nunca se dio cuenta de lo cerca que estaba de los que de verdad eran suyos? Esos dos pobres chicos que hasta ahora habían pasado desapercibidos en su vida, eran su responsabilidad y quiso llenar el requisito dándoles dinero, pero no les dio más que eso. Las palabras de Manuel sonaban como piedras: - “Me lancé de lleno a odiarte y la verdad, lo he conseguido”- ¡Mis hijos me odian!, no, no debo permitirlo, desde mañana trataré de hablar con ellos, algún resquicio debe haber, después de todo, soy su padre, ¡todo tiene que cambiar! El timbre del teléfono sonó, Martha a su lado dio un resoplido y se tapó la cara con la almohada, - si, a ver Diego, ¿cuantas citas dices que tengo?, ¡cancélalas!, si, dije bien, ¡c-a-n-c-è-l-a-l-a-s!, no sé que les vayas a decir, ¡improvisa! , yo tengo algo muy importante que hacer, colgó y se levantó a afeitarse y ducharse, cuando estuvo listo, despertó a su esposa, - anda, levántate, necesito hablar contigo -, ella contestó de mala gana : - oye, ¿por que no hablamos otro día ?, tengo sueño -, -no, tiene que ser hoy -, Martha se incorporó en la cama , - a ver, ¿que es eso tan importante que no puede esperar ?-, el la miró a los ojos, - ¿ sabías que Manuel se droga, que aspira cocaína? -, ella abrió los ojos asustada, disipándosele el sueño de golpe, - ¿ QUE DICES??, ¿ESTAS LOCO???, ¡ nada más faltaba que salieras con ese cuento !, no, no es cuento, ayer , cuando llegué a casa, lo vi en su cuarto, drogándose , junto con una chica -, manoteó en el aire , como quien trata de disipar una pesadilla, - no, ¡ eso no es cierto ! - y sus ojos se llenaron de lágrimas, - ¡ya ves, tu tienes la culpa, nunca te han importado los chicos!, esto no es más que el resultado de tu indiferencia -, -si nos vamos a poner a ver quien tiene la culpa, te podría decir que tan ausente he sido yo, como tú, pero no se trata de eso, lo que debemos hacer

es ayudar a Manuel. En este momento vamos a hablar con él y trataremos de convencerlo para que se interne en un institución especializada en desintoxicación, yo voy a estar con él, de verdad quiero ayudarlo. Fueron a su dormitorio, pero este se encontraba vacío. Una de las sirvientas les dijo que lo acababa de ver saliendo por la parte de atrás, rumbo al garaje, - me iré a cambiar, alcánzalo, iré en cuanto me vista. Horacio rodeo la casa, para buscar a su hijo, pero cuando llegó al patio trasero, él ya había subido a su auto y enfilaba hacía la calle, corrió a alcanzarlo, pero el chico al verlo, aceleró y por el espejo lateral, vio como corría desesperado, tratando de detenerlo. Sonrió complacido: - ¡Que se joda!, pensó. A Angelina se le complicó la vida, antes era rutinaria y tranquila, pero de pronto se le había vuelto una pesadilla. De origen humilde, desde niña aprendió que nadie le daría nada de lo que deseaba y que ella misma tendría que conseguirlo. Tenía 8 hermanos, casi todos de padres diferentes, el actual compañero de su madre, era más joven que ella y su amor por él, rayaba en la adoración. Para tener contento a “su marido “, se cuidaba de no despertarlo, para que durmiera la “resaca” de la borrachera del día anterior y apuraba a sus hijos para que salieran a trabajar recién empezada la mañana, todos trabajaban en distintos oficios (desde el más pequeño, que tenía 6 años ), unos lavando autos, otros cargando bolsas en el mercado, otros más limpiando los parabrisas de los automovilistas en los diferentes cruceros de la ciudad y la mayor, que era Angelina, trabajaba de prostituta. Por las noches, llegaban los chicos y tenían que entregar a su madre lo que ganaran durante el día, a veces se enojaba y les espetaba furiosa:¿nomás traes esto?, ¡güevòn!, ¡si mañana no me traes más, te quedas en la calle a dormir! -, a veces comían unos tacos de frijoles con café aguado y se iban a dormir todavía con hambre, había dos colchones viejos tirados en el suelo de la paupérrima vivienda y ahí se acomodaban, pero era tal su cansancio que se dormían en seguida. Angelina se prostituía desde los 14 años, su madre le dejó “su esquina”, después de trabajar en ella por casi 25 años, para terminar poniendo un puesto de dulces afuera de la vecindad donde vivían, en realidad lo de los dulces era una pantalla, pues también vendía droga, esta se la conseguía su marido, los viciosos sabían donde podían comprar carrujos de mariguana, alcohol y pastillas alucinógenas.

Lo que obligó a Angelina a abandonara la esquina que heredara, fue, que conoció a Jesús. A veces por la mañana, después de que terminaba de “trabajar”, pasaba a comprar pan para sus hermanos, (se los daba a escondidas, sin que los viera su madre). Jesús la había visto pasar frente a la escuela donde estudiaba y quedó prendado de su morena belleza, comenzó a buscarla y la abordó en la panadería: -¿Tú también vas a la prepa?-, la chica se sorprendiò, - noooo, trabajo cerca de aquí, e...n unas oficinas -, me gustaría ser tu amigo -, ella sonrió coqueta, - ¡claro, por qué no! - , le pareció muy guapo y le extrañó su forma de hablarle, con timidez. Siguieron viéndose y pronto se hicieron novios. Angelina vivía su romance con verdadera ilusión, nunca había tenido novio y le parecía el colmo de la felicidad. Su experiencia con los hombres, no le había robado los sueños que toda chica tiene a los 16 años. Pero le preocupaba que él supiera a lo que se dedicaba, no era difícil que un día pasara por su esquina y la viera, por eso se puso a buscar otro empleo, pero no encontraba nada. Hasta que don Pascual, que pasaba con frecuencia por la calle en que “trabajaba”, le dijo que la podía emplear en sus baños, -te daré 20 pesos diarios, pero tendrás aparte las propinas de los clientes. Le pareció una buena oportunidad y aceptó en seguida. Así pasó casi dos años teniendo una relación de noviazgo con Jesús y trabajando en los baños, sin que él se enterara de su verdadero oficio. Con el tiempo él le dijo que quería conocer a su familia y ella le mintió, le contó que era huérfana y que vivía con una tía. Luego buscó a una antigua compañera de trabajo y le pidió que le permitiera vivir con ella. Al día siguiente dejó su casa y su madre salió tras ella gritándole palabrotas y maldiciones: - ¡ingrata, desgraciada, así me pagas que te haya criado, pero te va a ir mal, por mala hija!-. Pronto conoció a la familia de Jesús, por primera vez sintió que ella podía haber tenido una familia así, modesta y pobretona, pero honrada, con un padre, una madre y hermanos que iban la escuela y que eran atendidos con cariño. Hablaron de casarse, pero él apenas comenzaba su carrera de contador público. Le dijo que si ella estaba dispuesta a vivir modestamente y a seguir trabajando hasta que él terminara sus estudios, podían hacer algunos ahorros y casarse. Ella se puso feliz y le dijo que estaba de

acuerdo y se dedicó a trabajar y a juntar la mayor parte de sus ingresos, para realizar el proyecto más ambicioso de su vida. Por algún tiempo todo fue bien, el jefe estaba contento con ella; era puntual, disciplinada, limpia y atractiva. Sus clientes, hombres de la clase baja, no le daban mayores problemas. Para colmo de su buena suerte, de pronto tuvo por cliente a aquel gentil señor, tan guapo y tan generoso. A veces era medio extraño y decía cosas entre dientes, que ella no entendía, pero a pesar de sus rarezas, le parecía muy distinto a los hombres con los que acostumbraba tratar. A veces le regalaba cosas y siempre le daba jugosas propinas. Le gustaba verlo llegar con esos trajes tan elegantes, su ropa era suave y la loción que usaba olía muy bien. Lo único que le molestaba era que le preguntara cosas de su vida: ¿Dónde vives?, ¿tienes padres?, ¿tienes marido?, ¿has estado enamorada? - eso a ella no le gustaba, pero siempre le contestaba con su vocecita dulce y tratando de no incomodarlo: -Eso no se dice -. A veces se iba y no aparecía en mucho tiempo, pero luego veía que se estacionaba su cochezote frente a los baños y trataba de adivinar que regalo le daría, siempre que pasaba mucho tiempo sin visitarla, se acordaba de agradarla con alguna bella sorpresa. Pero un día apareció por los baños, Luis, “El King Kong”, cuando lo vio entrar se asustó, era un hombre muy alto y muy corpulento, lo primero que le dijo fue:-¡que me miras pendeja!, ¡quítate esta fregadera! - le arrancó la sábana que la cubría y la poseyó con lujo de crueldad, no estaba preparada para su acometida y la lastimó, parecía un animal en brama. El suplicio terminó pronto, salió sin más, ni siquiera le dejó propina. Se levantó como pudo y se miró en el espejo, tenía algunos moretones y sentía como si le hubiera pasado un auto encima. Le dijo a don Pascual: -Oiga, cuando vuelva ese animal, no lo pase a mi cuarto, ¡mire como me dejó! -, él la vio enojado, - nomás faltaba que te pusieras a escoger los clientes, ¡te aguantas o te vas! Desde que le tocara la mala suerte de encontrarse con “El King Kong”, sentía desconfianza y se asomaba a ver quien llegaba. Un día lo vio regresar y comenzó a temblar de miedo, esperaba verlo entrar, pero cuando se abrió la puerta se llevó una agradable sorpresa, era su cliente favorito, sonrió con alivio y se dispuso a atenderlo. Antes de irse, le entregó una bonita blusa de seda y una muy buena propina, ella le sonrió

agradecida y por primera vez le dijo: - gracias -, la sonrisa en el rostro de él, le pareció radiante, la tomó de los hombros y le dio un beso suave en la mejilla diciéndole: - gracias a ti - y salió. Casi en seguida entró el “King Kong”, - ¡hola chula!, ¿como estás? -, le sonrió con sorna, - a ver, ¿dime quien es ese ricachón que acaba de salir ?, ella abrió muy grandes los ojos, - pues a veces viene, pero no sé quien es -, ¿no sabes o no quieres decirme?, la había tomado por los cabellos y comenzaba a hacerle daño, - necesito que me digas todo lo que sabes de él, sino quieres que te vaya mal, ella temblaba, - no sé, no sé nada, ¡créeme por favor!, lo único que te puedo decir es que viene por aquí desde hace casi dos años, -bueno, ¡eso ya está mejor!, ahora desvístete, ¡ya sabes que me gusta que me obedezcas rapidito! -, ella negó con la cabeza, - ¡que te pasa!, a mi nadie me dice que no -, y comenzó a golpearla con los puños. Por puro instinto de conservación, corrió hacia la salida, algunos de los empleados se dieron cuenta de que la estaba golpeando y la fueron a defender, don Pascual llegó y trató de calmarlo, tranquilo Luis, ¡ que me estropeas la mercancía ! -, el hombrón se detuvo y escupió en el suelo, - bueno, está bien, pero para la próxima dígale que no se ponga tan delicada, porque le va peor - y se fue silbando como si nada. Tadeo, uno de los empleados de don Pascual, llevó a Angelina a la parada de los autobuses y la ayudó a subir al bus. Ella no supo ni como llegó a la casa donde vivía, su amiga se asustó al verla en ese estado y la acostó en seguida. Más tarde despertó sobresaltada, al oírla delirar, la encontró ardiendo en fiebre, alguien tocó a la puerta, era Jesús, lo hizo pasar. Cuando vio a su novia tan enferma, preguntó: -¿que le pasó, por qué está así?-, la amiga se encogió de hombros, no sé, es posible que la hayan asaltado -. No dudó un instante, la enredó en un cobertor, salió por un taxi y la llevó a su casa. Su madre los recibió en la puerta, sin preguntar nada hizo los arreglos necesarios para instalarla en el cuarto de Jesús y en seguida salió a buscar un doctor. No podía creer el cambio que había ocurrido en su vida, de pronto era la mujer de Jesús y vivía en medio de la familia que siempre había deseado tener. La mamá de él era una buena mujer, que aceptaba la decisión de su hijo sin reservas, pasó a ser la hija que no había tenido (ya que concibió tres varones). Angelina pidió a Dios que pudiera conservar por siempre ese sueño y apretó las manos con fuerza, tratando de no dejarlo escapar. Solo una cosa le hizo entristecer: - Una noche cuando veían las noticias en la TV, supo quien era y como se llamaba el que fuera su cliente favorito.

Escuchó que lo habían secuestrado y sintió pena por él; algo muy dentro de su mente le llevó la imagen terrible del “King Kong”, cerró los ojos y se abrazó a su marido. Luis regresó a los Baños Pérez, al día siguiente, pero no entró a ningún cuarto, se dedicó a tomar un refresco en el mostrador con don Pascual, que le informó que Angelina no había regresado, pero él estaba más interesado en el cliente ricachón del día anterior, muy sutilmente le preguntó por él, -que raro se me hizo ver ayer a un tipo tan elegante en unos baños como estos -, - ¿de quien hablas, del tipo del carraco? -, - aja-, pues a mí también se me hace raro verlo por aquí, pero ya sabes que los ricos tienen sus caprichos, pa mí que le tiene ley a la Angelina, hace ya mucho tiempo que es su cliente -, - ¡uy!, pues más le vale que regrese pronto la palomita, sino se queda sin los buenos billetes -. Don pascual pensó que “El King Kong” también se había prendado de Angelina, pero no era eso lo que le impulsaba a ir a diario por ahí, su verdadero objetivo era encontrarse con el tipo adinerado que conociera el día que golpeo a Angelina. Había ido madurando una idea, para esto había robado un viejo Volkswagen.”El Toribio”, que era propietario de un dehuesadero de autos, pintó el carrito y le cambió las placas. Luis le había llevado muchos autos robados y él se dedicaba a cambiarlos o a desbaratarlos, para evitar que fueran detectados por la policía. Su constancia dio buen resultado. En una cuantas semanas más, vio llegar el auto de Horacio. Espero afuera de los baños y fue testigo del terrible coraje que hiciera el tipo aquel cuando no encontró a Angelina. Lo miró salir triste y abatido, luego subió a su auto, él lo siguió y así supo donde vivía y comenzó a planear su secuestro. Con la misma paciencia que había tenido para verlo llegar a los baños, vigiló cada uno de sus pasos, se enteró que tenía un guardaespaldas y un chofer, que llegaba muy tarde a su casa y que salía temprano. “Un día se va a descuidar”, se dijo a si mismo. Ese día llegó, fue un golpe de suerte para Luis, iba llegando al lugar en su autito y antes de doblar la esquina, vio a Horacio en la parte de atrás de su casa, se regresó a ver que pasaba y se dio cuenta de que uno de sus hijos había subido a su auto y que por más que lo llamara, él no le había hecho caso, salió acelerando, mientras el padre corría tras el Chevy, sin que lograra alcanzarlo. Se quedó parado a media calle, desalentado.

Era la oportunidad que había esperado, él también acelero para llegar junto al hombre, frenó, bajó de su auto, lo amagó con una pistola y lo subió con lujo de fuerza. La maniobra no duró ni dos minutos. El hombre quiso luchar por su vida, pero lo tenía encañonado detuvo el auto un momento en una calle solitaria. Horacio comenzó a forcejear con él y a tratar de quitarle la pistola, ganó Luis y le dio un golpe en la cabeza con la cacha de su pistola, se desmayó, aprovecho esto para taparle los ojos y amarrarle las manos y los pies, con las vendas y cuerdas, que tenía preparadas para este fin, después enfiló rumbo a su casa. Martha salió al patio y buscó a su marido y a su hijo, pero no encontró a ninguno de los dos. En ese momento uno de sus vecinos llegó corriendo y casi sin aliento le dijo que acababa de ver como un hombre se llevaba a su esposo en un viejo Volkswagen, - ¿a mi esposo?, ¿está seguro?, ¿no se llevó también a mi hijo?, - no, solo vi que se llevaba a don Horacio, le apuntaba con una pistola - le aseguró el vecino. Corrió al interior de su casa sin siquiera darle las gracias al hombre, tomó su teléfono celular y marcó el número de Manuel, - hijo, regresa, alguien secuestro a tu padre -. Pronto la casa se llenó de Policías, llenaron de preguntas a todos los integrantes de la casa, desde la esposa, los hijos, los criados etc. Intervinieron los teléfonos y montaron vigilancia en la casa. Martha estaba exhausta, se sentía frustrada y tremendamente reprimida, no podía salir de su casa y ni siquiera había analizado cuales eran sus sentimientos al saber el secuestro de su esposo. Era obvio que desde hacía bastante tiempo entre ellos existía un distanciamiento, pero le preocupaba pensar que iban a pedir un rescate por su vida y por lo general siempre eran cantidades exorbitantes, de manera que se dispuso a hablar con Diego, para que citara al abogado y la pusiera al tanto de la situación financiera. En su cabeza solo tenía números y cálculos. Pero entró Horacio, su hijo menor, cuando lo tuvo enfrente, con su cara de preocupación, recordó lo que le dijera su esposo apenas unas horas antes y los ojos se le llenaron de lágrimas, - no llores mamá, recuperaremos a papá -, ella se limpió la cara y le preguntó : - hijo, quiero que me digas algo, ¿tu sabes si tu hermano se droga?, el chico se puso nervioso y carraspeó, - mamá, ¿ que tiene que ver esto con el plagio de mi papá?, no eludas mi pregunta ¡ contéstame !,-mira, si quieres saber “eso”, pregúntaselo a él -, en ese momento entró Manuel,- mamá, acaba de llegar Diego, dice que quiere hablar contigo-, hizo un gesto de impaciencia, -está bien, iré a hablar con él, pero también tenemos que hablar tu y yo, Manuel. ¡Hoy mismo!

Diego esperaba en la biblioteca, estaba demudado, - señora Martha,¡ estoy consternado!, discúlpeme que le diga esto, pero yo le advertí a don Horacio que tuviera más precaución, alguna vez lograrían esto que pasó, ya ve cuantos atentados tuvo, -si, si Diego, yo también estoy como tú, pero debemos sobreponernos y ver la parte practica, es posible que pidan un rescate, tenemos que saber con cuanto contamos, para eso necesito que cites al abogado , tengo la esperanza de que finalmente lo podamos rescatar. Martha se llevó una tremenda sorpresa cuando habló con el abogado, él le dijo que en realidad era muy poco el dinero de que podían echar mano, ya que Horacio había iniciado el financiamiento del nuevo candidato del PSD para la gubernatura de Guerrero, claro que se podían hacer las ventas de algunas acciones, pero eso tomaba algo de tiempo, solo esperaba que ella lo aprobara, para poder hacer los trámites necesarios. La plática se pospuso, ya que esa misma noche, recibieron la llamada del plagiario, este exigía 3 millones de pesos y daba las señas de donde debían llevar el dinero, hubo una interferencia y no pudieron captar el lugar preciso. El secuestrador colgó, sin darse cuenta del error. La policía les dijo que tenían que estar alerta, para captar el siguiente llamado. Este se recibió al día siguiente, Manuel se apresuró a contestar y en el otro extremo un policía escuchaba la conversación. El hombre al otro lado de la línea, le dijo que si ese mismo día no le llevaban el dinero que había exigido, su padre moriría y le dio nuevamente las señas, el policía escribió la dirección, pero mientras lo hacía, Manuel, que estaba drogado, sintió que salía todo el odio y el resentimiento que sentía hacia su padre y dijo : - Mira, no llevamos ningún dinero, ni pensamos hacerlo, así que has lo que quieras, al cabo que es un hijo de puta - y le colgó el teléfono. El policía que escuchaba en el otro teléfono lo miró con ojos fieros y se le enfrentó: - Mira niñito, esto que acabas de hacer, es la peor tontería de tu vida, no sabes como te vas a arrepentir, pídele a Dios que vuelva a hablar el tipo ese. El policía que estaba vigilando la puerta, entró un momento al baño, Manuel aprovechó para escabullirse , estaba desesperado por ir a conseguir más cocaína, abrió la puerta y de buenas a primeras se encontró con un hombre descomunal que llevaba una pistola, le disparó a quemarropa y huyó en seguida, Manuel cayó como fulminado por un rayo y los policías salieron con las pistolas desenfundadas tratando de encontrar al agresor, pero todo había sido tan rápido, que ni siquiera supieron para donde había corrido, solamente uno de los criados, que en ese momento se levantaba del suelo, donde se había refugiado, pudo describir al hombre que le disparara al “niño Manuel”.

Cuando Martha salió, se encontró a su hijo en medio de un charco de sangre, la ambulancia llegó, pero nada pudieron hacer, Manuel había muerto instantáneamente. En un instante el luto y el miedo se habían apoderado de la familia. La policía se lanzó a buscar al asesino y estuvieron pendientes del teléfono, pero este nunca mas sonó. Horacio hijo, lloraba la muerte de su hermano, pero a la vez temía por su vida y la de su madre, que se encontraba aislada en su habitación, sin querer saber nada. Pensó que solamente él podía hacerse cargo de la situación y llamó al abogado. Consiguió el dinero que había exigido el secuestrador, copió la dirección de la libreta del policía y llevó el dinero. Tal vez así regresarían a su padre y ya no peligrarían sus vidas. Pero él nunca volvió. Carmen decidió que se irían a otro lugar para evitar que reconocieran a don Horacio y la culparan de haberlo secuestrado. Esperó un tiempo prudente, poco a poco dejaron de salir las notas de su desaparición, estas fueron reemplazadas por otras noticias de más actualidad. Compraba a diario en periódico buscando casas y lugares donde pudieran irse. Al fin encontró el lugar ideal, una casa pequeña y cómoda en Tlaxcala. Habían transcurrido cinco años, desde que vivieran una existencia pacífica, ella se sentía acompañada por “su viejito”, a los ojos de todos sus vecinos, era una señora que vivía con su esposo enfermo; la dedicación que ella demostraba por Horacio despertaba simpatías y siempre encontraba quien la auxiliara con las compras o quien la ayudara a subir a “su marido” al taxi, cuando lo llevaba al doctor. Había un estudiante que era particularmente simpático y muy servicial con ella, se llamaba Javier, él vivía solo, se había separado de su familia por problemas con el padrastro. Trabajaba en un hospital y estudiaba, pero siempre tenía limitaciones económicas, Carmen se dio cuenta de esto y casi a diario lo invitaba a comer y alguna vez lo ayudaba a comprar los libros de medicina que eran demasiado caros para adquirirlos con su escaso sueldo. El chico le tomó mucho cariño y ella a él, en el fondo le daba tristeza, no haber tenido un hijo como ese muchacho tan sano y bien intencionado, tan distinto a Luis.

Esa tarde habían salido a tomar el sol en el jardincito, ella cuidaba con esmero las flores y los arbustos que había sembrado, el jardín lucían espléndido y notaba como le gustaba a Horacio contemplar la policromía de las flores. Sentado cómodamente, en un sillón especial, saboreaba un refresco hecho por Carmen, mientras ella removía la tierra y la cubría de abono o de vitaminas, para finalmente regarla. Ella pensaba en que al día siguiente le llevarían las camisas de Horacio, las mandaba hacer a la su medida, como el resto de su ropa, era muy minuciosa tratándose de él, en contraste, ella casi nunca se compraba nada, apenas uno o dos pares de zapatos al año y algunos vestiditos modestos, trataba de gastar lo mínimo en ella, pero a él lo llenaba de comodidades y hasta de lujos, después de todo era “su dinero” se decía a si misma. De pronto escuchó un ruido extraño y volteó, era Horacio que se había puesto morado y comenzaba a respirar con dificultad, sintió pánico y corrió a llamar a Javier, afortunadamente el muchacho acababa de llegar e inmediatamente fue a auxiliarlo. Se dio cuenta de que era un infarto y llamó a una ambulancia. Lo ingresaron en Terapia Intensiva, cuando permitieron entrar a Carmen, esta se sintió desolada al verlo con tantos tubos y monitores a su alrededor, lloró pensando que lo podía perder, Javier la consoló: - No se apure Carmelita, ya pasó lo peor, se ha salvado y pronto lo tendrá de vuelta en casa -, ella lo miró esperanzada y le dio las gracias. Dos semanas después le permitieron llevarse a Horacio, tenerlo de nuevo en casa y el “mamá Pita “, que salió de sus labios cuando la vio junto a su cama, le hizo tranquilizarse un poco, pero en su cabeza resonaban las palabras del médico : - Este infarto fue solo un aviso, tiene que ser muy estricta con la dieta de su esposo y debe darle los medicamentos exactamente como se lo indico, puede volver a tener otro infarto y no le quiero mentir, podía ser el definitivo -. Paso la noche junto a su cama, mientras lo veía dormir tranquilo, pensó en la posibilidad de regresarlo con su familia, el solo pensamiento la hizo sufrir, lo quería mucho y para ella conjuntaba el amor de padre, de hijo, de hermano, de esposo; si lo perdiera, sentiría que se acababa toda su razón de ser. Pero por otro lado pensaba que le había negado durante cinco años, la posibilidad de estar con los suyos, si él muriese, su esposa y su hijo nunca más sabrían de él. Carmen había seguido de cerca la trayectoria, tanto de doña Martha, la esposa de Horacio, como la de su hijo. En el periódico leyó que el

muchacho se había casado dos años antes y su esposa había tenido gemelos, hacía apenas tres meses. Ella no tenía derecho de negarles la oportunidad de volverlo a ver. Era domingo, el día le sorprendió sin haber dormido ni un solo minuto. Javier tocó a la puerta y ella le abrió, - Carmelita, vengo a ver si quiere que le ayude a sacar a don Horacio al jardín, hace un día muy bonito y soleado -, no hijo, mira, voy a preparar café, ve a comprar pan y cuando regreses quiero platicar contigo de algo muy importante. Sentados frente a sendas tazas de café, comenzó a narrarle la extraña razón por la que vivía con Horacio, omitiendo solo lo del dinero, para no despertarle ninguna ambición. Javier la escuchó sin poder creer lo que le contaba. Luego ella le preguntó: - ¿Que piensas de todo esto? - , -¡caray Carmelita!, yo nunca hubiera pensado que había una historia tan increíble detrás de una pareja como la de ustedes. No voy a juzgar las razones que tuvo para no entregar a don Horacio, comprendo que usted temía que la encarcelaran como cómplice del secuestro, es muy posible que ahora estuviera todavía en prisión. En cuanto a lo que piensa de ir a dejarlo con su familia, medítelo muy bien, yo estoy dispuesto a apoyarla en lo que usted decida y no tema, su secreto está a salvo conmigo, yo los quiero a los dos, se han convertido en mi familia y los secretos de “mi familia”, nadie tiene por que saberlos -.Carmen lo abrazó aliviada y agradeció al cielo el haberlo conocido. Javier se fue a la ciudad y se dedicó a investigar el paradero de la familia de Horacio. Supo que Martha vivía con su hijo y su nuera. Ese mismo día se dirigió a la dirección y pudo ver salir a Horacio jr., le asombró el parecido que tenía con el hombre que el conocía, tras él salió su esposa, una chica muy joven y linda, se despidieron con un beso, se les veía enamorados y felices. Apenas unos minutos después de que se fuera Horacio jr., llegó otro auto, de él salió un hombre mayor vestido de manera elegante y Javier pudo constatar que se trataba del ex presidente, bajó del auto con cierta dificultad y salió a recibirlo una mujer mayor, él recordaba haber visto alguna vez a la hija del presidente, le pareció bastante atractiva, pero ahora lucía avejentada y la tristeza había resquebrajado sus facciones. Le platicó todo esto a Carmen, ella le preguntó si pensaba que sufría por su esposo, - es posible Carmelita, pero recuerde que también perdió a un hijo - , se le llenaron los ojos de lágrimas, - Dios, ¡por que tuve un hijo tan

malo!, - ¿nunca volvió a saber de él ?, Carmen asintió con la cabeza Una vez leí en el periódico, que habían capturado a una banda de robacoches, lo reconocí entre los maleantes, creo que lo encerraron en el Reclusorio Sur -, - ¿cree que todavía siga ahí? -, ella subió los hombros, ¿quisiera ir a visitarlo?- , -no creas que no lo he pensado, pero me da miedo verlo, creo que no lo he podido perdonar, pero trato. Cuando esté limpia de rencores, podré verlo a los ojos, antes no -La recuperación fue lenta, ella notó que había quedado afectado en su salud y se esmero en cuidarlo. Después de un tiempo, pensó que no podía retrasar más el día que debía llevarlo junto a su familia y quedó con Javier para salir al siguiente día por la mañana, rumbo a la ciudad. Pensó en darle un rico desayuno, aunque se saliera de la dieta rigurosa que le había ordenado el doctor, además lo vestiría lo mejor posible. Puso su ropa en dos maletas y en la bolsa interior de su saco, le puso un cheque con la cantidad de dinero que quedaba en el banco. Javier había alquilado un auto para ir a la ciudad, el tráfico era intenso, contrastaba con la tranquilidad del lugar de donde venían y Horacio se aferró a la mano de Carmen. Por fin llegaron a la calle en que vivía la familia de Horacio. Se estacionaron a unos metros de la casa y Carmen le dijo :- Mira, esa que ves allá, es tu casa, te espera a tu familia, tienes unos nuevos nietos, son unos gemelitos muy lindos que desean conocerte. Quiero que sepas que Javier y yo te queremos mucho, siempre te vamos a querer, pero debes regresar con lo tuyos. Ya no pudo seguir hablando, sus ojos se llenaron de lágrimas y un nudo inutilizó su garganta, solo pudo abrazarlo y decirle adiós con el pensamiento. Javier también lo abrazó, luego encendió el motor del auto y lo acercó lo más posible a la casa, pensaba bajarlo y luego llamar para que salieran a recibirlo, mientras ellos se alejaban del lugar. Cuando trató de bajarlo, él comenzó a mover la cabeza , ¡no, no!, dijo, tanto Carmen , como Javier lo miraron sorprendidos ante esta manifestación, estaban acostumbrados a su pasividad y no esperaban ese gesto de rebeldía, - tienes que bajar, tu familia te espera- , él tomó la mano de Carmen, - ¡no, Pita no! -, dijo negándose de nuevo a bajar, pronto su respiración se hizo dificultosa y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se alarmaron ante su reacción y Javier le dijo: - No podemos forzarlo, se puede volver a infartar -, - demos una vuelta a la manzana, tal vez solo necesita un poco de tiempo para tranquilizarse-. Así lo

hicieron, pero cuando pensaron que ya estaba tranquilo y quisieron intentarlo de nuevo, tuvo la misma reacción. • ¿Quiere que le diga algo? -, - si, dime-, -por alguna razón, él no quiere que lo dejemos aquí, el corazón de un hombre es indescifrable, yo creo que no debe obligarlo a quedarse-. Carmen ya no dijo nada, acomodó de nuevo a “su viejito” en el auto y Javier sin preguntarle nada enfiló de regreso a Tlaxcala. Las facciones de Horacio se relajaron, sonrió y miró con cariño a Carmen, - mamá Pita -, le dijo mientras aferraba su mano a la de ella. -¿Quién es “Pita”?-, ella le contestó aliviada: - No lo sé, pero ¡bendita sea! -. Fin Gracias por leer esta historia, me disculpo por lo errores que haya tenido, ya que cada capítulo fue saliendo día a día, pero lo escribí con mucho cariño. Daniela Matos Coster : Deseo (Madame Lechart)

Los errores han sido enmendados Madame, conjuntamente por Agata et moi Gracias por compartir

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Cautivo
November 2019 6