Hubiese deseado que no llegara nunca este momento, pero desgraciadamente algún día tenía que llegar: el día de poner punto y final a estas seis temporadas como futbolista del equipo que más quiero y querré: El Sevilla Fútbol Club. No os imagináis lo mucho que me ha costado tomar esta decisión. La de vueltas a la cabeza que le he dado y las dudas que me han asaltado y he tenido que resolver ya que ha sido, sin duda, la decisión más difícil que he tenido que afrontar en toda mi carrera deportiva. No me marcho porque no esté ya a gusto ni en el club ni en la ciudad, porque mejor que aquí no se está en ningún otro sitio del mundo. Ni me voy para ganar más dinero, ni ganar más prestigio ni más éxitos deportivos que aquí. Me marcho porque todavía me quedan ganas y fuerzas de sentirme útil jugando al fútbol, de disfrutar de esta maravillosa profesión y no sólo entrenando durante la semana, como he hecho estos últimos meses y que habría sido lo habitual de aquí en adelante. Lo más cómodo y fácil para mi habría sido aguantar el tirón aquí hasta el final de la temporada, entrenar todos los días y seguir sufriendo los días de partido viendo cómo mis compañeros defienden esta camiseta en los terrenos de juego. Pero no. No sirvo para eso. Creo que por respeto al club, a mis compañeros, a mí mismo y a mi trayectoria deportiva ésta es la mejor decisión. No quiero cobrar un euro sin serle útil al equipo como lo era antes. Y además el lugar que dejo dentro de la plantilla profesional creo que puede ser perfectamente ocupado por otro chico del filial de los que vienen pisando fuerte y a los que hay que ir dejando paso poco a poco. En mi cabeza y en mi corazón llevo para siempre un montón de recuerdos y vivencias imborrables que guardaré en un cofre de oro imaginario que podré ir abriendo para recordar todos esos momentos: el día del ascenso a Primera, la primera clasificación para la UEFA, las celebraciones en la Puerta de Jerez, las noches mágicas defendiendo al Sevilla en competición europea, el orgullo de haber disputado nueve derbis y no haber perdido ni hincado la rodilla en ninguno de ellos, el haber sido el capitán del equipo en un año tan especial como este de nuestro Centenario. Tampoco puedo olvidarme de dar las gracias a tantas y tantas personas y seguro que si las quiero nombrar a todas me olvidaría de alguna de ellas y no sería mi deseo. Gracias sobre todo a los 81 compañeros con los que he tenido la suerte y la fortuna de compartir vestuario durante estas seis temporadas hasta el día de hoy. Gracias a mis dos presidentes con todos sus respectivos directivos. A Roberto Alés por confiar en mí para traerme hasta aquí y por empezar a enseñarme lo que significa ser sevillista. A José María del Nido por defenderme siempre y dar la cara por mí ante cualquier ataque desmesurado, que los ha habido, y muchos, por respeto y por todos los consejos que me han ayudado tanto en estos días tan difíciles para mí. Han sido, sin duda para mí, dos caballeros y padres adoptivos. Gracias a Monchi, gracias a Joaquín Caparrós. Gracias a todos los empleados del Club y a todos los que forman parte del equipo, componentes del cuerpo técnico, médicos, recuperadores, fisios, utilleros… por haber tenido la fortuna para mí de compartir estos maravillosos años con todos ellos. Gracias a vosotros, a la prensa de Sevilla porque creo que siempre, o casi siempre, me habéis tratado con mucho respeto y profesionalidad. Yo también lo he intentado hacer con vosotros siempre y si alguna vez no ha sido así os pido disculpas. Y sobre todo muchísimas gracias a toda la afición sevillista. Me habéis hecho sentir en multitud de ocasiones el hombre más feliz de la tierra. Para mí ha sido todo un orgullo como futbolista llevar este escudo en mi pecho y defender esta camiseta lo mejor que he podido y he sabido. Creo que jamás podré devolveros tantos sentimientos, tanto respeto y tanto cariño como el que me habéis regalado a mí. Os voy a llevar conmigo para siempre, grabados a fuego en lo más profundo de mi corazón. Pablo Alfaro Armengot