Cap1-c.docx

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O Castelo – por Gonzalo Seudo 1 – El Bote Nocturno Según tenía entendido, los rioplatenses que no eran de primer año no viajarían con los ingresantes, sino que ya habían viajado un día antes. Un niño de once años, flaco, de pelo y ojos marrones, con una túnica verde muy grande, esperaba el bote en una costa alejada, en las afueras de Montevideo, donde realmente nadie esperaría que pase absolutamente nada. Iba acompañado de su sumamente emocionada madre, Lucilia, y de su desorientado padre, Manuel. Nerviosa, Lucilia juraba constantemente por su vida y por mil más que es ahí lo que va a ocurrir. Nadie le preguntaba ni hablaba del tema; eran los nervios de la bruja los que la llevaban a repetir su juramento una y otra vez. Manuel, muggle absolutamente ignorante de la magia, estaba tan desorientado que a duras penas entendía que ahí era donde, en tan solo sesenta segundos, pasaría un bote para llevarse a su hijo a estudiar a Brasil. Era la anteúltima noche antes de que arrancara el año escolar 2001 en la Escola de Magia e Bruxaria Castelobruxo, que centraliza la educación mágica en todo el continente sudamericano tal como lo hace la Academia Beauxbatons en Francia y otros puntos de Europa, o bien la Escuela Hogwarts en el Reino Unido. Lucilia estaba sumamente entusiasmada de que su hijo iba a ir a la misma escuela que ella, veinticinco años más tarde. —Tiene que ser acá, tiene que ser, tiene que ser, es acá, lo juro, ¡lo juro!— repitió por lo bajo Lucilia, tratando de que no la oyeran porque creía que ya había puesto nervioso lo suficiente a su hijo. Ella no era uruguaya y realmente no sabía si era ahí donde típicamente recogían a los estudiantes de ese país, en parte porque hacía verdaderamente mucho, pero mucho tiempo que no ingresaba un estudiante del Uruguay a la escuela. El niño la oyó de todas formas, pero decidió (nuevamente) no decirle nada. Estaba entusiasmado de ir a estudiar a Castelobruxo, pero tampoco sentía que su vida no sería la misma de otra manera. Francamente, aunque él realmente sentía ganas de ir, sus pensamientos estaban, en ese momento, imaginándose lo que extrañaría de su vida muggle estando en el castillo. “¿Cómo voy a hacer para seguir a Peñarol? ¿A fuerza de cartas?era uno de sus pensamientos más frecuentes. Finalmente, el dichoso bote apareció. Lucilia quebró en lágrimas y abrazó enérgicamente a su hijo. El bote se veía diminuto como para llevar siquiera a un solo pasajero por tantos kilómetros de río, pero eso no engañó al joven uruguayo; era obvio que debía ser a causa de algún tipo de encantamiento. Lo conducía, remando, un hombre vestido en una túnica oscura con capucha. A medida que el bote se iba arrimando a la costa, se empezaba a distinguir que la túnica era color verde oscuro gracias a la luz de la antorcha que colgaba de lo que parecía ser un improvisado mástil. Con esta misma luz, Lucilia identificó, aunque veinticinco años más viejo, al mismo hombre, negro y sumamente escuálido, que solía llevarla desde Buenos Aires hasta el castillo, y exclamó emocionada: —¡Geraldo! ¡¿Me recuerdas?! ¡Soy yo, Lucilia! ¡Soy yo! ¡Todavía estás en el bote! —¡Lucilia Báez! ¿¡Cómo te-olvidar!? —exclamó con risas emocionadas el timonel, evidenciando un acento portugués—. ¡Cuánto has cambiado!. —Saltó del bote hacia la arena húmeda y corrió a abrazarse con su vieja conocida—. Entonces este debe ser tu hijo que va a su primer año no Castelinho, ¿verdad? —Sí, se llama Damián, once añitos nada más... —Volvió a quebrar en lágrimas y, abrazando a su hijo, le susurró—: Sé feliz, Dami. Lucilia detestaba los momentos emotivos, más allá de que no le gustaba ni se esforzaba en lo más mínimo en ocultar sus emociones, por lo que apuró el saludo entre el desorientado Manuel y su hijo y se marchó con su marido de la playa. Lejos de estar tan conmovido como su madre, sino más bien intrigado acerca de cómo rayos iban a llegar hasta la Selva Amazónica en ese botecito, Damián cargó sus valijas al bote y comprobó que su pulso no había fallado: por dentro, el bote acusaba montones de encantamientos, desde una

Commented [V1]: No se mezclan comillas y cursiva. Tenés que elegir una.

Commented [V2]: ¿No querrás decir “idea” o “suposición”?

calefacción básica hasta una puerta-trampa que descendía en un amplio baúl para guardar maletas y que, claramente, era mucho más grande que lo que el bote era por fuera. Damián sonrió asombradísimo. —Bueno, niño, espero que estés listo. Segoramente nada de lo que verás en las próssimas haras tenga mucho que ver con lo que tú conoces— dijo Geraldo, evidenciando que le costaba mucho hablar en español. —¡Genial, dale! —gritó con ojos grandes y bien abiertos Damián, que se dio cuenta de que estaba gritando de forma exagerada por la leve risita que había dejado escapar el timonel, y decidió bajar la voz—. ¿Cómo es nuestro viaje ahora? —Ahora vamos a hacer abordar a otros dos niños ingresantes de Argentina, uno de Buenos Aires y otro de más al norte, y de allí direto para el Castelo —dijo, desanclando el bote con un hechizo y saltando rápidamente al bote—. Damiá, ¿tu apellido es Mareiro?— preguntó Geraldo. —Sí, señor. —No me digas señor, niño, ¡me llamo Geraldo y dime Geraldo! —exclamó el timonel con una sonrisa entusiasta. Daba la impresión de ser un tipo con una energía inagotable, tachando el nombre de Damián de una lista y arrojándola al baúl—. Guarda absolutamente todo acá, porque el viaje se va a poner movido. Damián guardó en su valija el libro que planeaba leer y la cerró con fuerza. Geraldo cerró con un golpe seco la puerta-trampa. —¡Vamos! —exclamó con gran energía Geraldo y, con un hechizo, aceleró el bote a toda marcha, despejando todas las dudas de Damián: el pequeño botecito surcaba a una velocidad inexplicable, tan rápido que el niño, con el corazón galopando en el pecho y con todos los músculos de su cuerpo sumamente tensos, se agarró de una baranda por miedo a caerse. Damián calmó sus miedos y liberó un grito entusiasta, un alarido fuertísimo. Hacía mucho que no sentía semejante emoción. Fue cuestión de unos diez minutos hasta que pudieron visualizar las luces de la cosmopolita Buenos Aires. Giraron en dirección al norte y, cinco minutos más tarde, redujeron la velocidad y anclaron en una costita de río frente a un grupo familiar enorme, con una niña de pelo rubio brillante cargando una de sus maletas. Las demás estaban apoyadas en el suelo a su derecha. Geraldo puso su cara más seria para recibirlos y sacó la lista del baúl. Tanto fue así que Damián intuyó una leve mala vibra entre los familiares y el timonel. —¿Juliana Guadalupe López Aróstegui? —consultó Geraldo. —Cuatro minutos tarde otra vez, Señor Da Silva —le reprochó un adulto. —Sepa disculparme, señor López. Hacía más de cuarenta años que no pasaba a buscar estudiantes del Uruguay —dijo Geraldo con gran tensión, sorprendentemente adaptando su tono a un español muy prolijo. —Disculpe, ¿tenemos cara de que nos interese en lo más mínimo? —dijo en tono desafiante una mujer de unos cuarenta años. —No fue esa mi intención, sepa disculparme, señora De Carreras, solo quise que comprendieran correctamente la situación —respondió con cortesía Geraldo. La niña se subió con su maleta con una cara de gran molestia y enfado, mientras el timonel ayudaba con el resto. —Hola, soy Damián… —dijo, introduciéndose, el niño, con un dejo de timidez. No hubo respuesta, ni siquiera una mueca de la niña. —¿Puedo ayudarles en algo más, señores? —consultó el timonel. —No, chau hija, estudiá mucho —dijo la mujer girando la mirada hacia su hija, que no respondió—. Vámonos de acá, Hernán, que en esta ciudad de mierda se está desatando un reverendo quilombo… Damián hizo un esfuerzo y logró contener su reacción porque, internamente, los insultos de la madre de Juliana le causaban mucha gracia. Realmente se veía ridícula.

Commented [V3]: Repetís el verbo “gritar” más adelante en la misma oración. Mi sugerencia es reemplazar este por “exclamó”.

Commented [V4]: Recomiendo que encuentres un sinónimo de “bote” para no estar repitiéndolo todo el tiempo.

Commented [V5]: ¿No tenía miedo de caerse recién?

Geraldo se aseguró de que la puerta-trampa estuviera bien asegurada y, sin mediar palabra, partió rumbo a toda marcha. La velocidad hizo gritar de miedo a la niña argentina, que ni se molestó en pedirle que aminorara la marcha al timonel; seguramente había sido advertida. En menos de una hora, volvieron a anclar en una costa que, literalmente, parecía el medio de la nada. Todo era oscuridad, hasta que, con un gesto, Geraldo hizo que la antorcha que colgaba del mástil aumentara su llama exponencialmente. Con la luz se podía visualizar a un chico flaco, cabizbajo, mordiéndose las uñas. Pelo negro y ojos verdes muy claros, sus padres a su lado también se ven aterrados. Lista en mano, Geraldo bajó del bote y saludó cordialmente a los tres con un apretón de manos. —Buenas noches, mi nombre es Geraldo y sou el timonel del bote que llevará a su hijo al Castelo. No teman, el bote tiene suficiente capacidad y es seguro. —Giro la mirada hacia el chico y dijo—: ¿Tú eres Pablo Almero? —Sí, señor —respondió el niño, mostrándose temeroso. —Vamos, no me digas así. Meu nome es Geraldo. Anímese, chico, que va a conocer la fantasía en persona. Ahí fue cuando Damián entendió todo: estas personas eran muggles. Nada sabían de magia; lógicamente iban a morirse de miedo al enviar a su hijo a Castelobruxo. Por su parte, a Damián le daba un poco de aire notar que volvía el buen humor del timonel. Pablo se abrazó fuertemente con sus padres, ambos sumidos en lágrimas que denotaban mucho más miedo e incertidumbre que emoción. Tras casi diez minutos de abrazo, Juliana no soportó más. —Pero, carajo, ¿qué les pasa? ¡No lo van a matar, le van a enseñar magia! —exclamó. Los padres de Pablo le clavaron una mirada indignada a la niña, los dos al mismo tiempo, como si estuvieran sincronizados, mientras se secaban las lágrimas. —Tiene razón, Jorge, volvamos a casa. Los chicos se tienen que ir. Chau, Pabli —dijo su madre con la voz aún angustiada. —Chau, ma —dijo el chico, asustado, y se sentó en el bote—. Hola, soy Pablo, pero me pueden decir como quieran, realmente. Naturalmente, no hubo respuesta de Juliana. —Yo soy Damián, de Uruguay —le dijo, haciéndole un saludo típico con la mano. Se podía notar el alivio en el rostro del chico argentino al notar la empatía de Damián. —Les recomiendo que se acomoden para dormir un poco porque llegaremos mañana por la mañana —dijo, esforzándose por disimular el acento, Geraldo—. Seguramente quieran llegar descansados para el día de mañana. Dicho esto, el timonel abrió la puerta-trampa, pero esta vez lo que se visualizaba no era un baúl, sino que, mágicamente, se podía ver una escalera que descendía varios metros hacia abajo, con dos habitaciones muy pequeñas; aparentemente tenían todo planeado. La de la derecha tenía una cama y la de la izquierda, dos, en señal clara de que los chicos dormirían juntos para no molestar a Juliana. La chica se retiró enfadada hacia su cama cerrando la puerta de un portazo. Los chicos se acomodaron en su habitación y descubrieron que sus valijas estaban en un armario contra una pared. —¿Tengo unas golosinas para comer, querés? —ofreció Damián. —Bueno, dale —aceptó Pablo. Damián sacó unas formas de colores de una bolsa de papel y le ofreció una al chico argentino. Este se esperaba cualquier cosa excepto lo que probó: la golosina, lejos de ser dulce, ¡era picante… y le pellizcaba la lengua! El chico se sobresaltó y rio. —¡jajaja, boludo, esto duele! —exclamó Pablo. —¡Ja! Sabía que ibas a caer —respondió Damián.

Commented [V6]: Si esta descripción es del chico, sería mejor ponerla en la oración anterior, con el resto de la descripción ¿no te parece?

Commented [V7]: Esto es un poco repetitivo. Tal vez podrías decir, simplemente, que dio un portazo.

Commented [V8]: En mi humilde opinión, escribir “jajaja” (que, aparte, cada “ja” debería estar separado con comas) no queda muy bien, es muy informal. Además, ya habías aclarado que el chico se rio.

Así pasaron un rato charlando los niños. De más está decir que, cuando el timonel les sugirió dormir, era lógicamente un decir, o por lo menos para los chicos; era obvio que, con la aventura que les esperaba, ninguno de los dos iba a pegar un ojo.

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